El Mollete Literario #7

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El Mollete Literario www.grupotransicion.com.mx

Director: Carlos Ramírez

Jeffrey Eugenides y La Trama Nupcial Por Roberto Bravo

molleteliterario@grupotransicion.com.mx

Mayo 15, 2013 , Número 7, Segunda Época

$10.00 pesos

Réquiem por un glaciar Por David Martín del Campo

Tras la huella del asesino Por Porfirio Romo


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15.05.2013

El Mollete Literario

El escritor se mira Por Luy

Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Oscar Dávalos Coordinador de Producción odavalos@grupotransicion.com.mx Lic. José Luis Rojas Supervisor Editorial Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila Abigail Angélica Correa Cisneros Redacción acorrea@grupotransicion.com.mx María Eugenia Briones Juárez Diseño Raúl Urbina Asistente de la dirección general El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.

Índice Requiem por un glaciar

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Por David Martín del Campo

Espiral Azar, ciencia y música

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Por Amadeo Estrada

A contracorrientes La integridad de la poesía

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Por Óscar Wong

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Por Mauricio Leyva

Pico de Gallo Amor y odio

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Por Citlali Ferrer

Libros-Libros Tras la huella del asesino

Cosecha Roja Aliento a muerte

La bella voz Poesía

Coordinador: Freddy Secundino

Roberto López Moreno Angélica Santa Olaya Miguel Alejandro Santos D.Ricardo Suasnavar Ana María Moreno Pérez Karen Alexa Luna Olmos Luis Muñoz Alfonso Vite

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Por Porfirio Romo

De periodista a escritor sin pasar por el Boom Rocío Barrionuevo

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Por Raúl Urbina

Entrevista Jorge Ayala Blanco

7

Por Abigail Correa

Y las mujeres ¿qué? Volver a leer a Jane Austen y Charlotte Brontë

Jeffrey Eugenides y La Trama Nupcial

8

Por Roberto Bravo

Teleras en serie Instintos humanos Por Elsie Méndez

Por Margarita Ruiz de V.

14

Fragmento Tatami Por Alberto Olmos

Arte ahora El arte incomprensible

15

Por Mónica Contreras

No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos André Gide (1859-1951) sentimientos.


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Réquiem por un glaciar Por David Martín del Campo

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n 1996 David Martín del Campo obtuvo el Premio “Juan de la Cabada” de Literatura Infantil. La editorial Alfaguara acaba de reeditar la novela galardonada con el título de “El último lobo”. Debido a los acontecimientos climáticos el autor creyó prudente añadirle el siguiente capítulo final a la narración original. Se publica con su autorización.

Por Diana S. de Capetillo San Rafael, Edo. de México, 4 de octubre de 2007.– Ahora que se han cumplido cincuenta años del lanzamiento del Sputnik desde la que fuera Unión de las Repúblicas Soviéticas, mucha agua ha corrido bajo el puente. Es más, de aquel torrente que acompañó mi infancia ya no queda más que un hilo exiguo entre las piedras. He vuelto a mi casa –la discreta vivienda donde crecí acompañada por mi cariñosa madre y mi abuela taumaturga– para encontrar que ha sido transformada en una distribuidora de teléfonos celulares. Medio siglo atrás esos aparatos no existían y era imprescindible cargar varias monedas para acceder a las casetas telefónicas, que por cierto no abundaban. Los administradores del negocio me han permitido entrar en la casa –luego de identificarme como articulista de este periódico– para completar un ejercicio de nostalgia que propiciara mi retorno a la serenidad. Al llegar a mi recámara (ahora utilizada como bodega mercantil) he repetido la costumbre de aquellos años, sólo que al descorrer la cortina para saludar a mi Iztaccíhuatl y sus nieves primorosas, descubro que el volcán no posee ya su glaciar de leyenda. En medio siglo de progreso han ocurrido extraordinarios adelantos en la actividad humana. Sería imposible citarlos todos, pero baste mencionar que en este período hemos sido capaces de pisar la Luna, desglosar las claves moleculares del genoma humano y establecer la red informática que permite la comunicación planetaria. Desafortunadamente en ese mismo lapso hemos alterado también el equilibrio ambiental y todo mundo sabe ya del “efecto invernadero” ocasionado por la emisión permanente de los gases de combustión, cuya principal consecuencia es el calentamiento global que padecemos. Desde la ventana de mi habitación miro al Iztac –estamos en otoño– que no retiene ya una sola onza de nieve. Ni el Iztaccíhuatl, ni el Popocatépetl, ni el Pico de Orizaba, que constituyeron la referencia con

Popocatépetl

que inicia nuestro Canto a la Bandera. ¿Quién no lo recuerda, derechitos todos en el patio escolar? “¡Oh Santa bandera! / de heroicos carmines, / suben a la gloria de tus tafetanes, / la sangre abnegada de los paladines, / el verde pomposo de nuestros jardines, / la nieve sin mancha de nuestros volcanes…” La aprendimos aquí cerca, bajo la observancia severa del profesor Guillermo Curiel, y ahora pareciera letra muerta. Nuestros volcanes –que desde hace un lustro ya no guardan aquella nieve “sin mancha”– han sido las primeras víctimas del cambio climático tan anunciado por los ambientalistas. La pérdida de glaciares, por cierto, es un fenómeno global que lo mismo afecta al gran Kilimanjaro –en el corazón de Africa– que a los Alpes o a los casquetes polares. Para los que tienen edad suficiente sería innecesario traer a estas páginas el recuerdo de aquel fenómeno –medio siglo atrás– que la prensa bautizó como “El hombre del Iztac”. Y aunque yo personalmente haya participado en aquel rescate ascendiendo la cumbre (ya se recordará: un expedicionario del ejército de Conquista extraviado en lo alto del volcán), ahora venimos a caer en la cuenta de que aquella proeza fue sólo un adelantarse al tiempo. Si nos hubiésemos reducido a esperar, el deshielo paulatino del glaciar se hubiera encargado (veinte o treinta años después) de exhumar la momia congelada de “Gonzalo de Auz” – que así firmó su casco de acero– al fundirse la gruta de hielo donde permanecía escondido. Así que hemos retornado a nuestra patria chica para oficiar este Réquiem por el Glaciar ahora que tuvimos ánimo de salir del abatimiento. No es fácil olvidar al hombre que me acompañó durante todos estos años. El hombre con el que emprendí la más feliz de mis aventuras, que fue vivir a su lado hasta hace dos semanas. Ah, mi querido Tomás, que en paz descanse. El lector sabrá comprender el caos que son estas líneas con las que he intentado celebrar el réquiem de un paisaje asediado por la irracionalidad humana (y los taladores y los desarrolladores urbanísticos), y que no han servido más que para exaltar una muy personal tristeza. Y qué decir de aquel lobo que vigiló nuestro sueño en aquella noche de pesadilla. Inmersa como estoy en el alud de la melancolía, debo mencionar que

los restos legendarios del “hombre del Iztac” finalmente fueron reducidos a cenizas y retornados a Sevilla, en España, de donde se comprobó que procedía. Algo me ha contado el guía que consintió en acompañarme a lo largo de esta excursión por el terruño de mi infancia. El muchacho se llama Juan Gil y estudia la preparatoria en Amecameca. Practica el alpinismo los fines de semana y piensa cursar algún día la carrera de medicina. Me ha contado que de cuando en cuando, al ascender al Iztac, los montañistas se topan con singulares enterramientos. Tumbas antiguas y recientes de personas que quisieron reposar por siempre en las nieves –ahora extintas– del volcán. “¿Y qué hacen entonces?”, se me ha ocurrido preguntarle. Juan Gil me ha respondido con su amplia sonrisa curtida por el sol de los peñascos: –Respetarlos, faltaba más. Además que hay muchos perros silvestres por allá arriba que permanecen montando guardia. ¿Cómo se llamaba el abuelo de mi amigo Fermín? ¿Qué pasó después con este buen compañero de aventuras? ¿Y el último lobo que hubo, todavía, en aquel año de 1957 en la cumbre congelada del Iztac? Todas son preguntas que el lector de esta crónica no logrará comprender del todo. Debo disculparme una vez más. He venido a reencontrarme con el aire fresco de la montaña, con su bosque de coníferas y el paisaje transitado por montañistas que cargan mochilas y bordones. Al despedirnos, Juan Gil me ha contado de la plaga de zacatuches que la semana pasada devastó un campo de hortalizas. El contratiempo me da un respiro de esperanza. Imagino que esos teporingos saltando en las laderas del Iztac nos llevan a una prudente conclusión, y es que si la muerte no perdona –ya lo hemos visto–, déjenme decir que la vida tampoco.

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A Contracorrientes

La integridad de la poesía Por Óscar Wong

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as palabras son trazos, signos, meros símbolos. La precisión, la contundencia, la expresión oracular también está determinada por el signo, por el Logos, por su sonoridad. La escritura, la poesía misma, es una acción sobre el mundo, para fijarlo, para develarlo y mantenerlo en movimiento.

Sin olvidar el aspecto onírico, la figura del poeta conlleva una idea de sacerdocio, de profeta (en latín vate es el poeta, es decir, quien vaticina). El poeta canta al mundo, revela la existencia. Por eso, aún cuando no milite en ningún partido político, está obligado a defender la vida. Y ahora más que nunca, frente al embate belicista de las naciones poderosas, frente a la violencia generalizada, ante la marginación, la pobreza, la degradación del medio ambiente y las flagrantes desigualdades sociales. Hay un vínculo muy estrecho entre poesía y vida. Aunque el poeta no es un simple emisor de elevadas notas líricas, también es un hacedor, un narrador de historias donde se encuentran todas las voces de la humanidad. Tiene, desde luego, una función social: dar voz a los demás, expresar no sólo el amor, sino también manifestar la inconformidad, lo injusto muchas veces de los procesos sociales, debido a la vinculación que persiste entre ética y estética. Temas, desde luego, que los poetas tocan, así como la naturaleza misma, los aspectos lúdicos y sociales, el espectro existencial que determina la vulnerabilidad del canto. Las sociedades occidentales contemporáneas, ciertamente, son materialistas, ¿cómo hablar de espíritu cuando el mundo está más preocupado por los aspectos económicos y políticos?, insisto en citar a Paz, quien nos recuerda que la Iglesia, cristiana desde luego, la política, la economía, etc., son “máscaras podridas que dividen al hombre de los hombres, al hombre de si mismo”(Cf. Octavio Paz, Piedra de sol, 1958). Si hablamos de que el poeta defiende a ultranza a la vida y que el tema único de la poesía, según Graves,

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La Poesía, es la instauración de la verdad. Se asienta en la belleza, en la forma. Más allá de la simple técnica, más allá del adiestramiento que se tenga en el oficio, hay niveles de conocimiento, de experiencia, de sabiduría e intuición. Martin Heidegger

es la existencia, de inmediato entramos en la temática establecida. El poeta genera su expresión a partir de una visión amplia del mundo, basada justamente en la libertad. En La diosa blanca, Graves nos recuerda –¿o nos alerta?– sobre la función de la poesía y del poeta: cantar al tema único de la poesía y oficiar.1 La existencia es sagrada. Y la función del poeta es cantar la relación de un hombre con su pareja, observar con profundidad al mundo que nos habla y se nos revela incluso en cada objeto; ver las cosas con su máximo sentido oracular, como quería Francis Ponge (Cf. El silencio de las cosas, 2000). El poeta es un ser humano, socialmente se advierte como cualquier hombre. Está inmerso en el mundo, pero percibe su dinámica con mayor transparencia que los demás. Una primera condición del poeta: saber de qué están hechas las cosas, conocer el pretérito y el futuro. Esa innata sabiduría se presenta en el poeta. Por eso procura revelarlas a través de ritmos e imágenes, fijarlas en la simultaneidad de planos significativos. Por eso el poeta puede, también, cantar a los sucesos sociales; aunque para crear deba apartarse del ruido. En última instancia, la creación literaria es oficio de solitarios, pero sin darle la espalda a la naturaleza. La Poesía, precisaba Heidegger, es la instauración de la verdad. Se asienta en la belleza, en la forma. Más allá de la simple técnica (y recordemos su etimología griega: tecné, arte), más allá del adiestramiento que se tenga en el oficio, hay niveles de conocimiento, de experiencia, de sabiduría e intuición. Para Heidegger, el término instaurar debe entenderse en su triple sentido: instaurar como ofrendar, instaurar como fundar e instaurar en su expresión de comenzar. “Pero la instauración es real sólo en la contemplación. Así, a cada

modo de instaurar corresponde uno de contemplar” (Cf. Martín Heidegger, Arte y poesía, 1973: 114). Los principios insoslayables sirven para salvaguardar la vida y la integridad de las personas. Estos valores fundamentales, enmarcados dentro del rubro de los Derechos Humanos desde luego, representan el Código de Civilidad, la característica de convivencia pacífica en la sociedad contemporánea, puesto que representan derechos naturales y sociales, consagrados a la preservación e integridad de los individuos. En tal orden de cosas, por la energía con que son defendidos, constituyen un rango de gran relevancia para la existencia civilizada. El poeta, incluso como ciudadano, está obligado a postular su verdad y a ejercitar su libertad a favor de los demás, aunque se quede Fuera del juego, como el cubano Heberto Padilla, y elabore una Poética: Di la verdad. Di, al menos, tu verdad. Y después deja que cualquier cosa ocurra: que te rompan la página querida, que te tumben a pedradas la puerta, que la gente se amontone delante de tu cuerpo como si fueras un prodigio o un muerto.

1 La encendida defensa que realiza el autor sobre la función de la poesía como práctica ritualista es excelente (Cf. Robert Graves, La diosa blanca, Alianza Editorial, Madrid, 1986).

http://poesiadewong.blogspot.com


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Cosecha Roja

Aliento a muerte

F. G. Haghenbeck

Por Mauricio Leyva 18. PEINETA DE DAMA, ¿1869? Concha de carey y labrada (22x16cm.) Colección Museo y Centro Cultural El Borceguí, Museo de la Ciudad de México, México, D.F.

A

liento a muerte es una pieza de grueso calibre del literato mexicano F.G.Haghenbeck. Su periplo por Trago Amargo (Premio Vuelta de Tuerca 2006), Solamente una vez (2007) y el Código nazi (2008), es el camino natural a la fascinante trama de esta obra editada en 2010. Aliento a muerte tiene los componentes necesarios, sólo que con un giro especial, está ambientada en el México del siglo XIX, en los primeros meses de la resaca que dejó el imperio de Maximiliano.

Catalogada como un thriller en medio de la guerra contra los imperialistas, su personaje principal es Adrián Blanquet, un hombre que luego de estar un año en la cárcel regresa al encuentro consigo mismo para cobrarle venganza a los verdugos de todo aquello que le perteneció: “Blanquet no esperó la respuesta, aventó a la cama su par de bolsas. Luego se despojó de su sucia chaqueta militar y la dobló con cuidado, como si fuera una reliquia. Se sentó un banco, al lado de la tina, para sacarse el par de botas. La mujer de inmediato se hincó para ayudarle. Cuando salió la primera bota soltó un olor nauseabundo que inundó el cuarto: fetidez de encierro, hedor de hongos, sangre y suciedad. La mujer tuvo que hacerse a un lado por el tufo”. En la narrativa de la novela, estos elementos cobran una vital importancia ya que se transforman en símbolos de lo que se es, de lo que se fue y de lo que se anhela, no en balde continúa: Él sabía a lo que olía. Esa hediondez la había olido el último año mientras estuvo encerrado en prisión. Era un olor hermoso: perfume de sobreviviente. Juego de sombras del arquetipo, Adrián no viene del pueblo, de la “raza” patriota, era oficial del ejército imperial, descendiente de un adinerado conservador. Su vuelta al terruño que pertenece a alguien más, es el desencuentro también de las visiones antagónicas de lo que debía ser la Patria de aquel entonces, mujer morena que apenas se reconocía a sí misma. —Eres un traidor, recuérdalo siempre. Voy a repetir esto una vez más. Si sigues tu juego, yo mismo me encargaré de sacarte a rastras de las faldas de tus putas. Un juez decidió que yo tenía la opción para

adquirir la parte de tu padre. Tú lo sabes. Pero sólo eran propiedades. No tenía ni un mínimo centavo. Por más que buscamos no se encontró ni una moneda. Así que las propiedades pasaron a nombre de tu difunta esposa. Debiste estar aquí para salvarla y evitar esa pavorosa situación en la que se encontró cuando murió, en lugar de jugar a los soldaditos –explicó sin soltarlo. Acercó su enorme cabeza, pegando nariz con nariz-. Yo era amigo de tu padre. Traté de ayudarlo cuando lo apresaron, pero el muy gilipollas decidió comerse su pistola. Así que no vengas con tus cojonudas tonterías. La siguiente vez que Hilario te vea por la Hacienda, te capo los huevos y decoramos mi huerta con tus tripas. Aquí se completa el cuadro dramático del personaje, su huella de dolor, su falta “de dónde asirse”. Convencido de recobrar lo que le pertenece, se alía con un curioso personaje francés que sobrevivía como atracción en las ferias y a esto se suman dos prostitutas siamesas, y su madre, una meretriz. En el transcurso de la novela, los enemigos de Adrián van muriendo uno a uno, el tono va en ascenso y por sus páginas se escucha el respirar entrecortado, nervioso y agonizante de ciertos personajes. Pero aunque la novela es en sí deliciosa, entrar en ella no es fácil, su tejido es de complicado vislumbre, sus páginas iniciales son obra del efectista que quiere contagiar al lector de la fatiga y del estado moribundo, cadavérico, en que camina Adrián. Otro de los elementos interesantes es el recurso de las fichas museográficas que utiliza en referencia a un objeto el cual será importante en la historia:

La peineta era ideal para embellecer el tocado y los complicados peinados de la época. Era también el principal complemento de la mantilla para estilizar la forma del rostro. Adornaba a la mujer en grandes ocasiones, como bodas religiosas, Semana Santa o corridas de toro. De origen español, se siguió usando hasta finales del siglo XIX. El material con el que tradicionalmente se hacía se extrae de la concha de la tortuga carey, en la actualidad en peligro de extinción, que permite una gran flexibilidad sin que llegue a fracturarse con facilidad. Esta peineta está realizada por la exquisita mano del artesano, que logra crear un diseño muy atractivo. El calado y el burilado es trabajo de marquetería. El autor mismo nos explica el porqué de este recurso: “utilicé el arte como instantáneas del pasado, como Polaroids”; en efecto la sensación de estar frente a piezas de museos que contienen una energía mítica especial conectada con el universo de la narrativa, y el nuestro, es única. Con elementos de western y de novela negra, Aliento a muerte mucho tiene de policíaca aunque el policía calce botas vaqueras y maneje revólver. El misterio está allí y Adrián debe desentrañarlo, cohabitan junto con él las mujeres hermosas, la vuelta de tuerca, la persecución, el ambiente enrarecido, y los enemigos atroces. En una de sus partes dramáticas el lector no puede dejar de sentirse tomado por el cuello: “Blanquet, sacó un revólver. El primer disparo fue en vano. No dio en Hilario, que se le acercaba como un toro. El segundo sí logró su objetivo. Uno de sus acompañantes cayó de bruces con el estómago perforado. Un machete hizo un medio círculo a la altura de su cabeza. Blanquet se lanzó al suelo para esquivarlo. El filo rozó su nuca. Sintió frío en el pelo. Lo sintió mojado. Le habían arrancado un pedazo de cabellera, que colgaba sangrante como un fleco de su frente. Su cuchillo detuvo el segundo golpe de Hilario. Pero uno de las chinacos lo golpeó con un palo en la rodilla. Su pierna izquierda se dobló, cayendo entre los charcos de sangre de chivo. Ya derribado, las patadas comenzaron”. El final de la novela es estremecedor, sorpresivo, tan sorpresivo que se vuelve necesario leerla dos veces.

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Libros-Libros

Tras la huella del asesino Por Porfirio Romo

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ev DavídovichBronstein, mejor conocido en la historia universal como León Trotsky, sufrió un atentado el 21 de agosto de 1940 con el filo de una pica de alpinista, que le penetró el cráneo y le provocó la muerte al día siguiente. El escenario del ataque fue su casa de Coyoacán, en la ciudad de México, donde pudo vivir sus últimos meses gracias al visado que le otorgó el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, luego de recorrer Turquía, Francia y Noruega, en un exilio donde no encontraba sitio que lo aceptara indefinidamente.

Durante todo este periplo sufrió el asedio del padre del proletariado, José Stalin, quien ordenó finalmente la muerte del antes poderoso Comisario de la Guerra en la Rusia revolucionaria. Este fue un hecho histórico que marcó el principio del fin de la utopía, del sueño de un mundo mejor tal y como lo plantearan las teorías del marxismo, porque el sistema totalitario que llevó a la construcción del socialismo soviético tuvo su conclusión con la caída del muro de Berlín en octubre de 1989. Y es sobre este antecedente histórico que Leonardo Padura (La Habana, 1955) va a levantar una novela que, si bien no deja dudas de los acontecimientos registrados con el asesinato de Trotsky, nos lleva por un camino alterno, del que poco se ha hablado, y es la historia del autor material del atentado, Ramón Mercader del Río. Este es el centro de la narración de El hombre que amaba a los perros (Tusquets), un título por demás engañoso porque durante el desarrollo de la narración vamos encontrando diversos personajes que tienen la misma cualidad, todos tienen perros que aman con fervor. El mismo Trotsky, en el inicio de su destierro en las frías tierras siberianas, lleva a su perra Maya que lo sigue con fidelidad. Cambiando el cuadro, aparece en La Habana de los años setenta un hombre derrotado por la vida, un veterinario (en realidad es un corrector de libros de veterinaria) que ya no se anima a tener más perros por las recientes pérdidas de seres queridos, su mujer y su perro. O un enigmático Jaime López, que pasea por las desoladas playas habaneras a dos espléndidos galgos rusos y traba amistad con el veterinario cubano. La novela es muy extensa, porque describe los últimos años del camarada incómodo León Trotsky y de manera abundante detalla la vida de Ramón Mercader, en su verdadera identidad como hijo de Caridad del Río, una española nacida en Cuba que renuncia a

la comodidad de una vida burguesa para tomar armas y partido por la causa comunista en Barcelona. Por esto es que hay largos pasajes que nos van dando un panorama muy claro de lo que sucedió en la guerra civil española, de la que salió victorioso Francisco Franco gracias a que nunca tuvo un oponente, sino que enfrentó a una izquierda dividida y en pugna entre sí, con la intervención de tantas fuerzas que hacían imposible entender un frente común al fascismo. Eso explica el asesinato de un personaje clave en la Cataluña republicana, Andreu Nin, perpetrado más por “amigos” que enemigos. Caridad estuvo siempre del lado del comunismo soviético, fue amante de uno de sus agentes, según relata Padura, uno cercano al mítico George Mink, y en conjunto todos ellos fueron armando la personalidad de Jaques Monard, el alter ego de Ramón Mercader. Con nueva personalidad y rescatado del peligroso fuego fascista, Monard viajó por muchos países, primero para una extenuante preparación física e ideológica, luego para darle forma e historia propia a un belga de amplia cultura y mucho mundo que pudo acercarse a Sylvia Ageloff, una militante trotskista de nacionalidad estadounidense a la que conoció Jaques Monard en París. El entretejido de la trama es bastante complejo, pues son muchos los nombres e intereses que van confluyendo para que este ciudadano belga decida en un plan cuidadosamente trazado, huir de la guerra y viajar tras Sylvia y así hacerse amantes sin que ella pudiera sospechar absolutamente nada. Aunque siempre el nombre clave será el agente ruso Eitingon, amante de Caridad y jefe de Ramón Mercader, investido en esa o la persona de Monard. Gracias a esa estratagema, Ramón Mercader consigue penetrar el más íntimo círculo de amistades del viejo Trotsky, ya para entonces refugiado en Coyoacán en una casa que convirtieron en fortaleza. No era para menos, el asedio de Stalin nunca cedió y fueron muchas las formas con las que consiguieron incomodar y poner en riesgo la vida de Trotsky, que al llegar a México y antes de hacerse de su propia casa de la calle Viena, con el río de Churubusco a sus espaldas, se hospedó en la Casa Azul de Diego Rivera y su mujer, Frida Kahlo. La historia de Padura cuenta que la libido de Trotsky reverdeció al llegar a México y conocer a Cristina Kahlo, hermana de Frida, sin embargo, luego de que no consiguió sus favores, fue tras la misma Frida, con quien sostuvo encuentros sexuales en la casa de la hermana, en la calle de Linares. Poco después de instalarse en su casa de Coyoacán, el viejo sufrió un atentado que bien pudo acabar con su vida: un comando armado asaltó la casa y roció de balas buena parte de ella, salvandose tanto el habitante principal como su mujer Natalia. Sieva, o Esteban Volkóv, nieto de Trotsky, sí resultó herido, aunque no de manera fatal y todavía, en esta segunda década del siglo XXI, sigue viviendo en algún lugar de Coyoacán. David Alfaro Siqueiros fue uno de los organizadores y autores de este asalto, lo que lo llevó a la cárcel, aunque era evidente que atrás de él se encontraba la mano todopoderosa de Stalin, a través de la compleja red

de espionaje que había tendido también en México. Tan compleja que Ramón Mercader, ya amante de Sylvia y trabajando cuidadosamente su entrada a la vida de Trotsky, nunca se enteró ni por Eitingon que se preparara tal ataque, fue por los periódicos que supo que había muchas personas más tratando de hacer su trabajo. Las instrucciones que recibiera luego de esto fueron que mantuviera su plan sin ningún cambio. Cómo es que tantos detalles de esta historia fueron del conocimiento de Danny, el veterinario cubano, quien es el responsable de narrar la historia de Ramón Mercader dentro de la novela de Padura, cuando siempre hubo un velo de misterio en la vida posterior del asesino, una vez que cumplió su sentencia de veinte años en la prisión de Lecumberri. Este Jaime López, el dueño de los galgos rusos que paseaba por las playas cubanas, le da toda la información y deja abierta la posibilidad de que sea él el mismo Mercader, al que ya habían convertido en un fantasma los soviéticos. La aparición de un personaje así, que pudiera servir de pretexto para introducir la biografía de un magnicida, no se limita a ello. Padura se vale de este veterinario derrotado, al que su primera mujer lo ha abandonado por irse al paraíso que supone Miami, para ilustrar el resultado de una sociedad también socialista, aunque no es la soviética, pero que se inspira y se vale de ella para sostenerse. Es la pobre vida de un ciudadano que no tiene más alternativa que vivir en una ciudad ruinosa, que se cae literalmente a pedazos, con una vida social pobre y muy limitada. Es decir, que la muerte de Trotsky marca el rumbo no solo del socialismo de la Europa oriental, sino del socialismo en donde éste haya aparecido, siempre marcado por el totalitarismo autoritario y dando como resultado una vida miserable, en lo físico y en lo espiritual. Danny es un hombre abatido, acaba de perder a su segunda mujer por problemas de salud, al perro que ella dejó lo mismo. Tuvo también un hermano llamado William, que resultó homosexual en una ciudad donde todos ellos estaban proscritos, así que se embarca junto con su amante, su profesor en la universidad, en una de las primeras balsas que salen de Cuba en busca de mejor destino, para terminar en la panza de un tiburón. Para colmo, el veterinario acaba de perder a sus padres y no tiene más deseos de vivir, por eso es que, pasados los años, al recibir un paquete de hojas escritas que detallan la vida de Ramón Mercader o Jaques Monard, encuentra un móvil para permanecer vivo, no importa que para ello se juegue la libertad o la vida al hablar de un nombre prohibido en la historia oficial del comunismo: León Trotsky. Por fin, el 21 de agosto, Jaques Monard, novio oficial de la tan querida por Trotsky Sylvia Ageloff, llega hasta la casa de la calle Viena en Coyoacán, en donde le abren las puertas como a alguien apreciado y asesta el golpe definitivo. Este crimen es el parteaguas que marca el rumbo de una utopía por una sociedad mejor, donde el principio de la igualdad de los hombres estaría por encima del egoísmo personal.


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15.05.2013

Entrevista

Los cineastas leen menos literatura: Jorge Ayala Blanco Festeja 50 años como crítico con la publicación de La Ilusión del cine mexicano Por Abigail Angélica Correa Cisneros

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l recorrido que Jorge Ayala Blanco, crítico de cine desde hace 50 años, realiza en el noveno número de su monografía sobre el cine nacional, La ilusión del cine mexicano, editado por Océano, muestra los desaciertos y aciertos de la industria en los últimos años. De acuerdo con su método, una crítica se hace en cuatro pasos; primero, hacer la crónica de lo que se ve en pantalla; segundo, situar la película contextualmente; tercero, analizar; y finalmente, hacer la propia interpretación del filme evaluando las contradicciones internas de la cinta. De esta manera, Jorge Ayala Blanco expone más de cien títulos en seis capítulos, mismos que agrupa en La Ilusión Summa, La Ilusión Prima (cintas debut), La Ilusión Documental (no ficción), La Ilusión Mínima (cortometrajes), La Ilusión Femenina (cintas dirigidas por mujeres) y La Ilusión Extrema (propuestas arriesgadas). Hay en el libro, que es el noveno de una serie alfabética, tanto películas comerciales como de concurso: Cansada de Besar Sapos (Jorge Colón, 2006) Niñas Mal (Fernando Sariñana, 2007) Luz silenciosa (Carlos Reygadas, 2007) La zona (Rodrigo Plá, 2007) El violín (Francisco Vargas Quevedo, 2006) Parpados Azules (Francesco Taboada, 2007) y noventa y tantas más. En entrevista con El Mollete Literario, el decano profesor del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), ha construido una trayectoria de 50 años escribiendo sobre cine en suplementos culturales. Lo hizo por primera vez en México en la Cultura del diario Novedades en 1963 y desde entonces no ha parado. Describe que La ilusión del cine mexicano es solo una etapa, continúa la serie en orden alfabético, “porque cada uno actualiza al anterior”, concluye que en esta etapa “el cine nacional fue extraordinariamente rico, a pesar de todas las dificultades hay películas de gran calidad que no tronaban en la semana a la cartelera, como pasa ahora. Por ejemplo, Luz silenciosa, Arraigo domiciliario, Nesio, Lake Tahoe, Párpados Azules, las películas más interesantes de ese período, actualmente quién sabe cómo les iría en la cartelera, o sea que sí había más interés en el cine mexicano de los últimos años”. Aunque algunas cintas no tuvieron basta distribución, Ayala Blanco dice no juzgarlas por su éxito en taquilla, lo “que interesa es el estudio estético de las películas. Yo disfruto mucho del cine mexicano, disfruto más, a veces, escribiendo sobre la película que viéndola.” Sobre el apoyo que da el Estado al cine, comenta que

éste ya no proporciona dinero, si no la posibilidad de levantar una producción gracias a las exenciones fiscales, lo que resucitó la producción cinematográfica con el Artículo 226, (los contribuyentes que inviertan en proyectos cinematográficos en México pueden obtener un crédito fiscal, equivalente al monto de su inversión, contra el impuesto sobre la renta en el ejercicio en el que se determine el crédito). “Gracias a esto se hacen 75 películas al año de las cuales se estrenaran unas 50, las demás se van a festivales, o se estrenan donde sea para que se justifique y puedan recibir beneficios, el Estado ya no ayuda en nada, solo te da el empujoncito. “Las películas no necesitan ser exhibidas comercialmente para que sean buen negocio para los productores, este es el vicio del Estado, resolver un solo problema, es la hipocresía o lo canallesco del IMCINE. Hay películas que solo se estrenan dos días en una sala comercial para justificar la exención fiscal y ya con eso cumplieron. Los únicos que pierden son el cementerio de ilusiones, por eso mi libro se llama La ilusión del cine mexicano, es un cine ya casi ilusorio, hablo del cine de principios del Calderonismo.

—¿Qué opina de los críticos de cine que abundan hoy en los medios? —A muchos no los conozco porque por extrañas razones nunca los encuentro en los blogs, que es donde las nuevas generaciones están haciendo cine. Hay algunos excelentes como Rafael Aviña, Carlos Bonfil, José Felipe Coria, Ernesto Diezmartinez. Pero los nuevos críticos ni siquiera se acercan a películas sin distribución, creo que existen más críticos de los que uno puede consultar.

—¿Echa de menos a Emilio García Riera? —Para nada, ese es de otra época. A los que echaría de menos sería a los grandes poetas que hicieron crítica de cine, de hecho los que la fundaron. Desde Luis G. Urbina, Alfonso Reyes, Javier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet y al que tuve más cerca en mis años de formación, Efraín Huerta. Para mí serían los mejores referentes sin duda.

—¿Qué importancia tiene la literatura en el cine? —Creo que las preocupaciones de los nuevos escritores son muy parecidas a los jóvenes cineastas. Cada vez hay menos películas basadas en obras literarias. En La ilusión del cine mexicano podemos ver que son pocas. Por ejemplo, Arráncame la vida (Roberto Sneider, 2008), que sería como la más notable, interesante, con muchos aciertos y desaciertos. Creo que hay algo que ha impedido que las obras literarias pasen al cine, los cineastas cada día confían menos y leen menos literatura mexicana, o leerán los clásicos que son ahora (Jorge) Ibangüengoitia. “Por otra parte, lo que más fuerza tiene en el cine mexicano sería la docuficción, para eso no necesitas ninguna obra literaria, basta con seguir personajes o basarte en una nota periodística, como el trabajo que hizo Alejandro Solar

Jorge Ayala Blanco

en el CUEC, El paciente interno (2012), sobre un personaje que fue recluido en un manicomio por haber atacado a Díaz Ordaz. La historia surgió a partir de que el director leyera una nota en La Jornada. Me parece apasionante, sobre el cine actual, el hecho de que los cineastas piensan más en términos cinematográficos que en términos literarios”. El autor de la columna Cinefilia Exquisito que se publica en el periódico El Financiero afirma “cada vez van menos de la mano, la literatura es cada vez más literatura y el cine es cada vez más cine, evidentemente son mucho más ricas las posibilidades que ofrece la vida, y el cine se puede acercar de otra manera, yo veo un cierto divorcio con el cual se benefician ambos. No creo que existan escritores, novelistas, cuentistas, que escriban para vender sus trabajos, ya no les interesa ser adaptados al cine.

—¿Qué adaptaciones literarias al cine rescataría? —Un par de Marcel Sisniega (28 de julio de 1959-19 de enero de 2013) que hizo del autor Daniel Sada, Una de dos (2002) y El Guapo (2006), luego hizo otra adaptación de una novela de Javier Sicilia y no es de sus mejores películas, la dificulta la densidad de la novela que le sirve como de lastre. No creo que haya muchas novelas u obras literarias hoy adaptadas al cine, no entra en las preocupaciones de los cineastas”. El maestro Ayala comenta que la distribución de muchas películas a veces no es suficiente, sin embargo, para amantes del séptimo arte como él, hay maneras de encontrarlas en circuitos alternativos, destaca que la Cineteca Nacional ha rescatado varias películas, “es la posibilidad de salir al mar de muchas películas, de otra manera se quedarían enlatadas de por vida”, comenta.

—¿Cómo festejó sus 50 años como crítico de cine? —Con la publicación de dos libros. Yo parto de la idea de que los homenajes se le hacen solo a los cadáveres. Cada vez que recibo un premio me siento obligado a publicar uno, dos o tres libros. Como siempre estoy escribiendo tres al mismo tiempo, tengo bastante material. Estoy haciendo ahora el tomo 12 del cine mexicano. Por otro lado estoy haciendo libros de cine internacional, publicados los dos últimos por la Cineteca Nacional, El cine actual: Verbos nucleares y Estallidos genéricos. El que estoy haciendo ahora se llama El cine actual con fines temáticos. En un libro reciente sobre los géneros cinematográficos, concluyo que estos ya estallaron, ya no existen géneros puros, el thriller, el western, la comedia, ya son la cosa más minada de la tierra y es lo que los hace inmortales y apasionantes. La tercera serie de libros que hago es una investigación sobre la exhibición de cine en México.

—¿Sigue siendo L’enfant terrible de la crítica de cine? —Más bien L’ancien terrible.

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Jeffrey Eugenides y La Trama Nupcial Por Roberto Bravo

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n la escritura de Jeffrey Eugenides siempre encontraremos esas sencillas acciones humanas, conscientes, indispensables que sirven para que la vida siga adelante; esas representaciones también describen a los personajes: “No estaba orgullosa de si misma, no estaba de humor para celebraciones. Había perdido la fe en la importancia de aquel día y de lo que representaba.”

El ambiente donde se desenvuelve Madeleine, la protagonista de La trama nupcial, está habitado por novelas de Edith Wharton, Henry James, Dickens, Trollope, Jane Austen, George Eliot, las hermanas Bronte, H.D. (Hilda Doolittle), Colette, Denise Levertod, cohabitando con tratados de semiótica de autores en boga de los que destacan Derrida, y el más sencillo de los libros de Barthes: El discurso amoroso. Madeleine, es feminista, estudia en la Universidad de Brown, y es principios de 1980.

Jeffrey Eugenide

Asistimos a su graduación pero la protagonista sufre mal de amor, tiene 22 años y ha roto con su novio. A partir de ese momento J. Eugenides, con su maestría habitual para cambiar tiempos, a través de los monólogos o de las voces de otros personajes y del narrador, va haciendo compleja una historia que para un alma simple podría no tener motivos para enredarse, pero para los usos, costumbres, y la mentalidad de los estadounidense de la Costa Este es otra cosa, y el asunto adquiere una importancia donde el pasado (como re-

El escritor tiene que ser consciente de su obligación de darle algo gratificante al lector, algo que este no puede encontrar en ningún otro lugar salvo en un buen libro. J. Eugenides

ferente de la existencia), el presente, y el futuro de una persona están en juego. No sería justo decir que es una historia de amor, la ambición de La trama nupcial va más allá de una novela tradicional, en su factura encontramos el concepto de novela total que inspiró a Tom Wolfe a escribir historias que abarcaran por completo al mundo en el espacio narrativo. Desde el boom literario latinoamericano, no había encontrado un autor que me hiciera esperar su siguiente novela para comprarla y leerla. No olvido el acontecimiento que significaba el nuevo volumen de García Márquez, Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Carpentier, Onetti (Rulfo había dejado ya de publicar), etc. Todos ellos llenaban o defraudaban expectativas acerca de su trayectoria como escritores. Semejaban estrellas del rock, del espectáculo, o directores de cine de arte, de quienes queríamos (amigos y conocidos) leer y saber todo. La Trama Nupcial no le ha quitado a Jeffrey su lugar como uno de los grandes narradores de la literatura contemporánea estadounidense, sino que lo ha afirmado en ese sitio que otros escritores, después de un libro excepcional, pierden en sus siguientes entregas. Al talento que despliega para tensar el hilo de sus historias, se agrega el de ser un acucioso investigador, -aunque en esta novela, por la época en que ocurren los hechos de La trama nupcial, él estudiaba en la Universidad de Brown-, que recrea la época donde sitúa los acontecimientos engarzándolos como un orfebre lo hace con brillantes en un espacio reducido. En entrevista con Eduardo Lago (El País, 4 de mayo) a propósito de su nueva novela La trama nupcial, Jeffrey Eugenides menciona dos veces Ana Karenina como uno de los libros que más le han impac-

tado, además de Pálido Fuego de Vladimir Nabokov, de quien asumimos debe haber leído su inolvidable Lolita, y también las otras novelas del autor de Guerra y Paz. De estas lecturas, como señales literarias, se encuentran rasgos en la escritura de nuestro escritor. Cuando Lago (Op.Cit,) le pregunta -¿Cuánto hay de autobiográfico en su novela? —Un 37 %, - respondió Jeff. —¿El resto lo deja a la imaginación? Lo interpeló el periodista. —Tampoco se puede dejar todo el trabajo a la imaginación. Lo vi muy claro cuando estaba escribiendo Middlesex. Había elementos históricos como los sucesos de 1922 en Esmirna que exigían documentarse rigurosamente. En Las vírgenes suicidas (primera novela de Eugenides), admiramos, además del lenguaje, a “Lolitas” excitantes y seductoras, asediadas esta vez no por un adulto sino por un grupo de adolescentes fantasiosos, que cuando las hermanas Lisbon toman la macabra decisión de terminar con sus vidas, termina en ellos la pubertad. Las vírgenes suicidas no es solamente una novela de jóvenes despertando al sexo, es también un testimonio del autoengaño con el que asumen la moral una buena parte de los estadounidenses. En Middlesex nos sorprendió Eugenides contándonos una epopeya propia de un gran maestro que


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da cuenta del peregrinar del Hombre en la Tierra. Middlesex es una obra cuyo precedente, buena factura y monumentalidad puede ser comparada con Guerra y Paz de Tolstoi, o con las también épicas griegas de Homero. Los escritores son lo que han leído y como seres pertenecientes a una civilización en sus genes permanentemente hay trazas de su historia, lengua y cultura en general. Sus órganos, venas y arterias vitales, remiten a una genética inconsciente y voluntariosa. Aunque necesariamente somos de donde vivimos. ¿Qué tanto tiene el cirílico y el glagolítico del griego? ¿Qué tanto tienen Guerra y Paz de La Iliada y La Odisea? Fue Homero el autor o el recopilador, como aseguran los estudiosos, de estos cantos. Jeffrey Eugenides, es parte de la segunda generación de una familia griega que emigró a los Estados

Jeffrey Eugenide

Jeffrey Eugenides y su libro Middlesex

Unidos, y teorías como la del Genotexto de Julia Kristeva establecen la profundidad que los códigos genéticos influyen en un escritor. ¿Qué tanto del 67% que no es autobiográfico es parte de su información genética, que parte es de los autores que han impactado en el autor, y qué de su auscultación en bibliotecas sobre el tema? “A Madeleine parecía alegrarle que Mitchell pasara a verla a su cuarto. Se ponía inmediatamente a contarle lo que estaba leyendo, mientras él asentía con la cabeza como si realmente fuera capaz de prestar atención a sus pensamientos sobre Ezra Pound o Ford Madox Ford cuando estaba lo bastante cerca de ella como para poder olerle el pelo fragante de champú. A veces Madeleine hacía té. En lugar de decantarse por una infusión de hierbas de Celestial Seasoning, con una cita de Lao Tsé en el paquete, Madeleine era una asidua consumidora de Fortnum & Mason, en particular del Earl Grey.” El argumento del matrimonio en la literatura ha dado algunas de las más importantes tragedias griegas, una cauda de novelas en la literatura inglesa de autores, algunas de las cuales fueron mencionadas al principio de este texto. Sin embargo, la más significativa

del XIX fue Ana Karenina, que impactó a Eugenides. Tolstoi escribió su novela en una sociedad que castigaba el adulterio con el rechazo, el aislamiento y la violencia (el conde Lev era uno de sus representantes más irreflexivos), no obstante en Ana Karenina, el arte estuvo por encima del moralismo de su creador y otorgó un carácter trágico a su protagonista opuesto al humillante que le dio la sociedad zarista. El medio social estadounidense donde los protagonistas del adulterio y doble juego sentimental de La trama nupcial se mueve, dan pena y merecen compasión, y aunque Jeffrey juega a volver trágico a Mitchell, lo confronta con Madeleine de manera anticlimática, tensando cada vez más la historia y abriéndola nuevamente a un horizonte nublado que seguramente des-

pejará después. La trama nupcial puede leerse también como la continuación de Las vírgenes suicidas, pero ahora para los personajes ha terminado la juventud, y les espera la vida adulta. La industria editorial es un negocio y en él debe haber ganancias, y entre más copiosas mejor. Pero, por ese propósito, en los últimos años nos han ahogado con una cantidad de lecturas de calidad similar a las que leí cuando era alumno de la secundaria (vidas de los héroes, novelas de vaqueros, góticas, policiacas, de romances rosas, y de hechos bélicos) cuyos destinatarios son designados por la mercadotecnia. Por esa circunstancia, hoy, además de aplaudir a Jeffrey Eugenides por La trama nupcial, felicitamos a la editorial Anagrama por ponerla a nuestro alcance.

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Azar, ciencia y música Por Amadeo Estrada

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a idea del azar, usada con frecuencia en la actualidad en diversos ámbitos, tiene una historia e influencias poco conocidas. Si bien, Aristóteles reconoce en su Metafísica la existencia de sucesos azarosos e indeterminados, también postula que una ciencia sobre este tipo de problemas es impenetrable. Resulta imposible hacer una ciencia del azar, asegura. La comprensión de los fenómenos naturales en términos azarosos y cómo esto influye en la ciencia y en el entendimiento de la realidad, llega mucho más tarde. Nace en la biología, con Charles Darwin, en El origen de las especies por medio de la selección natural (1851). Darwin produce con ello dos elementos esenciales para la biología: da una explicación que comprende todo fenómeno biológico y, a pesar de ser aristotélico en muchos sentidos –en la forma de describir, de explicar, en retomar como gran ciencia a una ciencia fáctica, naturalista, en lugar de las matemáticas, ciencia formal–, produce una ciencia del azar, importante revolución. Posteriormente, la física encontró en sucesos azarosos una veta esencial de estudio del mundo y con ello nace la física cuántica, véanse los escritos sobre la indeterminación de Heisenberg (1927), sesenta y ocho años después de El origen de las especies. El interés por los sucesos azarosos y su comprensión como parte de las explicaciones científicas – en contraposición con la idea que sostiene que se trata de simple desconocimiento– llevó, por un lado al nacimiento de la biología moderna, una ciencia que no existía de manera coherente y cohesiva hasta ese momento, y a una de las principales ramas de la física, a pesar del mal augurio de Aristóteles. También en la filosofía, Karl Popper advierte la importancia de estos fenómenos y los toma como explicativos, al hablar de universos abiertos, por la vastedad de variables que influyen en los sucesos naturales, por tanto la diversidad de posibilidades conlleva a un mundo azaroso. La ciencia adopta a finales del siglo XIX la probabilidad y la estadística para tratar de controlar el azar, una ilusión que nunca alcanzó el deseo. Lo que ocurre en ciencia, en filosofía o en movimientos sociales afecta también la creación artística. La revolución social de Francia tiene implicaciones en la música de Mozart y mayores aún en la de Beethoven, por ejemplo. Lo mismo sucede con el problema del azar. Si en ámbitos sociales, los juegos azarosos, inicios de las loterías, ya existen con el César Augusto y continúan con Heliogábalo –muy afecto a los juegos–, en la Europa más reciente es Francisco I de Francia, mecenas de Da Vinci, quien intenta establecer una lotería –esfuerzo frustrado en su reinado y sólo conseguido casi doscientos años después, con la

Destaca la anticipación de la música frente a la ciencia en este ámbito ilustración, S. XVIII–. También en ese último período –el del clasicismo musical–, aparecen intereses similares en esta rama artística –acaso no es coincidencia– hacia los sucesos azarosos en el origen de cambios en una obra, los principales ejemplos son: Der allezeit fertige Menuetten- und Polonaisencomponist, 1757, –Minueto siempre presto y compositor de Polonesas–, de Johann Philipp Kirnberg, Einfall einin doppelten Contrapunct in der Octave von sechs Tacten zu machen ohne die Regeln davon zu wissen, 1758, –Método para hacer seis compases de doble contrapunto sin conocer las reglas–, de Carl Philip Emmanuel Bach, Table pour composer des minuets et des Trios à la infinie; avec deux dez à jouer, 1780, –Tabla para componer minuetos y tríos hasta el infinito; con dos dados–, de Maximilian Stadler, y, acaso la más conocida sea una obra atribuida a Wolfgang Amadeus Mozart y publicada en 1792, un año después de su muerte, se trata de Musikalisches Würfelspiel, K. 294 (Anh.C) –Juego de dados musical–. Destaca la anticipación de la música frente a la ciencia en este ámbito, cuando ésta justamente buscaba y defendía lo contrario, el determinismo y el ultra control –véase el caso de Pierre-Simon de Laplace–. La pieza de Mozart tiene numerosas formas de interpretarse a partir de los resultados de lanzar un par de dados, consta de 176 compases, agrupados en 16 conjuntos de 11 compases cada uno, que pueden ser ordenados al azar, si bien hay sugerencias sobre el acomodo de los mismos. Se trata de un generador de valses a partir de un procedimiento azaroso. Después de ese breve período del clasicismo, con la ilustración, existe una cierta cercanía con el azar en las combinaciones de series por parte de los músicos serialistas, en donde la combinación de distintas variables sonoras produce posibilidades combinatorias muy altas. En cualquier caso, el interés explícito por el indeterminismo y el azar en la música llega con John Cage (1912-1992), músico estadounidense, alumno de Henry Cowell y de Arnold Schoenberg. Fue seguidor de la corriente conceptual que inicia Marcel Duchamp en las artes plásticas, y conocedor del budismo y el I Ching. Importa saber que, en este caso, existe un paralelismo cronológico entre la música y la filosofía, puesto que el indeterminismo y la forma abierta –una obra con distintas posibilidades, en contraposición de la forma cerrada, en donde está especificada una sola secuencia– son abordados en filosofía por K. Popper apenas pocos años antes. Schoenberg advirtió a Cage acerca de sus limitaciones (Kostelanetz, 2000): “Para escribir música, debes de sentir la armonía”;1 Cage respondió que no tenía ninguna percepción de la armonía. El maestro contestó: Entonces, siempre encontrarás un obstáculo, será como enfrentar una pared infranqueable.2 Cage admitió: En ese caso, dedicaré mi vida a golpearme la cabeza contra esa pared.3 Las obras de Cage no tienen particulares méritos musicales, como anticipaba Schoenberg, pero sí son aseveraciones filosóficas. Pareciera más el caso de un filósofo dedicado al indeterminismo, que quiso hablar con música. Tómese el ejemplo de su obra para piano, 4’33’’, en la que no hay una sola nota escrita, y ese es el interés de la misma. El pianista sólo se sienta frente al piano, deja pasar cuatro minutos con 33 segundos y da por terminada la pieza. Cage dio cuenta de los ruidos propios del aparato cardiovascular y del sistema nervioso del ser humano, por lo cual aseguraba que el silencio absoluto, frecuentemente dado por hecho, no existe. En esa reflexión se inserta dicha obra, lo cual pone de manifiesto

los innumerables ruidos que puede haber en ese lapso, que además en cada ocasión son diferentes. El silencio es también crucial en la música. Una aseveración filosófica que no requiere siquiera saber de música, aunque evidentemente él conociera la materia. Numerosas obras de Cage tienen este sentido. Le importa más hablar de algo que no se había tratado hasta entonces a cabalidad en este arte, el tema del azar y del indeterminismo, que el resultado sonoro. Esto levanta una discusión importante. La reflexión filosófica es crucial en la música y existe en numerosos autores que lo han conseguido hacer con música, véanse los casos de Bach, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms o Ligeti, por citar casos evidentes de ello. Sin embargo, a pesar de la importancia de plantear y resolver problemas filosóficos en la música, el resultado sonoro de Cage es pobre y no tiene la misma importancia en términos musicales. Lo que hizo este autor es relevante y necesitaba ser dicho; sin embargo, resulta reiterativo e innecesario decirlo después de él. Llama la atención que después de Cage se haya formado una gran cantidad de seguidores, tanto en EE.UU. como en Europa. Llevando las ideas de Cage a los ámbitos modernos de propuestas – como se acostumbra llamar, una palabra incoherente con cualquier convicción y aseveración artística, y que se relaciona más con relaciones mercantiles–, performances e instalaciones sonoras. Los seguidores no han dicho nada nuevo, a menudo lo hacen con menor conocimiento, profundidad y logro que el mismo Cage. La frase con la que Schoenberg recordó que sólo Cage sobresalía de entre los alumnos que tuvo en ese período, es un buen resumen: “Of course he’s not a composer, but he’s an inventor—of genius” (Kostelanetz, 2000) –“Por supuesto, no es un compositor, sino un inventor, de genio” (traducción propia). Al igual que en la ciencia, en la música del siglo XX hay quienes intentaron controlar sucesos azarosos, propios de la materia musical, de la percepción y de la fantasía, con métodos probabilísticos, resalta el caso de Iannis Xenakis (1921-2001), ingeniero y músico greco-francés. Sin embargo, la manera más evidente de controlar el azar es, por encima de las demás, con la intención propia, con la afirmación artística –o científica en su caso–; los métodos probabilistas, como usaba este compositor, son una mera copia de lo que en ciencia no funcionó y se ha mostrado epistemológicamente estéril, pero seduce a muchos porque piensan que así pueden darse permiso de tratar un tema o porque parecen salir airosos de temas complejos, aunque sólo sea una mera apariencia, fácil de poner en evidencia. 1 Traducción propia, la frase original en inglés es: In order to write music, you must have a feeling for harmony. 2 (traducción propia, de la frase: He then said that I would always encounter an obstacle, that it would be as though I came to a wall through which I could not pass. 3 Traducción propia de la frase: I said, “In that case I will devote my life to beating my head against that wall”. Bibliografía: Darwin, C. R. El origen de las especies, (Primera edición, 1859). España: Planeta Agostini, 1992. Heisenberg, W. 1927. Ueber den anschaulichen Inhalt der quantentheoretischen Kinematik and Mechanik. Zeitschrift für Physik 43 172-198. Trad. Inglés en Wheeler and Zurek, 1983. Kostelanetz, Richard. John Cage: Writer: Selected Texts, xvii. Cooper Square Press, 2000. Nierhaus, Gerhard. Algorithmic Composition: Paradigms of Automated Music Generation, 36 & 38n7. 2009.


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Pico de Gallo

Amor y odio por Citlali Ferrer

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Por qué los escritores abordan estos dos temas desde la antigüedad? Quizá porque se trata de dos vertientes de la sensibilidad humana que han sido generadoras de historias apasionadas. En la Literatura es posible observar sus diversas perspectivas, encantos, desencantos, tendencias y concepciones con las que suelen ser tratados.

En el enamoramiento, dice Francesco Alberoni, se utiliza el lenguaje de la poesía, la sacralización y el mito. Es el lenguaje universal del deseo amoroso que se anhela por encima de cualquier otro. Respecto a los mitos, dice Alberoni, que son un tipo de discurso mítico- fantástico que circula en nuestras sociedades desde hace siglos. Forman parte de los múltiples y complejos discursos que circulan en la sociedad occidental. Si el mito está relacionado con el sentido de realidad y si es la cultura el espacio donde se produce sentido, sea de forma personal o colectiva, entonces entre mito y cultura hay un entrecruzamiento de caminos. En el arte estos caminos son recreados interpretados y renombrados en el intento de producir nuevas sensaciones. Al tratarse de un discurso de ficción y más específicamente del discurso amoroso utilizado en la Literatura, vale la pena intentar buscar en el Diccionario de Mitología Clásica qué significan las palabras, Eros y Tanathos. Por ser una construcción cultural, con el paso del tiempo, la palabra amor adquirió distintos significados. Para los griegos, es deseo físico; Platón lo define como atracción hacia lo bello; el cristianismo pone en Dios la forma más elevada de amor. Los escolásticos lo distinguieron como benevolencia, amor altruista y de concupiscencia, de disfrute de lo amado. Durante varios siglos el enamoramiento en occidente apareció como el amor prohibido, obstaculizado. Ya en el siglo XX aparece la definición en el diccionario como: “Sentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que le es malo”. Cuando hablamos de amor se cree que será eterno, de la misma manera que el odio es tratado como una emoción que siempre será perenne. En la época

Te odio y te quiero, porque a ti te debo mis horas amargas mis horas de miel; te odio y te quiero… Julio Jaramillo Eros y Tanatos/ Hans Sebald Beham, 1548

contemporánea el amor y el odio han sido concebidos desde la óptica del capitalismo, como bienes materiales que ofrece un buen status; y aunque la carga moral judeo-cristiana sigue prevaleciendo, incluso en el rito amoroso, es posible observar estrechos vínculos con el amor cortés. En la Literatura actual es notoria una desolación y desencanto ante estos temas, sin duda, efecto del nihilismo ya digerido. Existen registros en la Literatura de distintos tipos de amor: amor pasional o sensual y la idealización del amor y del ser amado y, están estrechamente ligadas a las estéticas de Bataille y Duchamp. No olvidemos que el amor es antónimo de odio, pero tienen características fuertemente definidas que las hacen similares, ambas funcionan casi igual, pero el resultado puede ser positivo en el primer caso y negativo en el segundo. Algunos filósofos se han encargado de definirlo. René Descartes ha visto el odio como la conciencia de que algo anda mal y conviene alejarse. Baruch Spinoza lo define como el dolor causado por algo ajeno. Aristóteles ve el odio como el enorme deseo de aniquilación de un objeto. Por último, David Hume dice que es un sentimiento irreductible que no es definible en absoluto. En el psicoanálisis, Sigmund Freud lo define como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. Mientras que la psicología lo define como un sentimiento “profundo y duradero, intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto”. Entonces el odio es la cara opuesta del amor, la contraparte. Es curioso, siempre que se nombra odio es porque se presupone amor y viceversa. Para el filósofo español David Álvarez Martín, al referirse al lenguaje encuentra una relación entre vida y palabra. Cito: “Esa capacidad de transformar y enriquecer lo recibido, de que nuestro espíritu –formado por el lenguaje- pueda a su vez modificarlo, ampliarlo, reconstruirlo. Si por crear entendemos, a la manera del primer relato del Génesis, un acto exnihilo, no entenderíamos cabalmente la naturaleza del lenguaje y la participación de cada uno. Ser creativo siempre implica reordenar y reinterpretar las mismas piezas recibidas, ampliar con ellas ángulos y perspectivas, “descubrir”

aspectos de la sensibilidad que no han sido integrados, darle palabras a noúmenos inmencionados. Que al leernos, alguien descubra más allá de lo dicho nuestros sentires y aconteceres, es una dimensión nueva del lenguaje. ¿Se extenderá nuestra piel en nuestras palabras? ¿Nos toca quien nos lee? Si del lenguaje surgimos todos, si somos lo que somos en cuanto participamos del lenguaje, cada palabra, cada dicho, es piel compartida, alma común en que habitamos”. A partir de las particulares miradas de los autores que abordan el amor y el odio, estoy segura, de que el entendimiento de estos dos temas, se ampliará considerablemente ya que al captar las tesituras y bordados en las tramas, de diferentes voces narrativas y al reconocer que lo importante no es la anécdota sino cómo se cuenta, los lectores tendrán la posibilidad de recrear su concepto de amor y odio, deshaciéndose de cualquier idea preconcebida. Entendiendo la importancia de la palabra escrita y del efecto trasgresor de la literatura. También que más allá de los temas, el lenguaje está ligado con el temperamento del individuo. El amor y el odio, como temas literarios, han dado obras en donde se exponen desde muchos ángulos; porque nada es absoluto y están asociados a otros como: el tiempo, la finitud, la muerte, la trascendencia, la búsqueda de la unidad y la completud del ser, el anhelo de felicidad y plenitud, la experiencia de la soledad, el dolor, el sufrimiento por la imposibilidad, la ausencia, la separación del ser amado, en fin, toda la gama de aspectos y dimensiones de la interioridad que se desatan y fluyen a influjos de estos sentimientos.

A continuación van algunos títulos de espléndidas novelas que abordan estos temas: Seda, Aleessandro Baricco El amante de Marguerite Duras Pura Pasión de Annie Ernaux Aprendizaje o el libro de los placeres de Clarice Lispector. La hora violeta, Montserrat Roig Los registros de las novelas antes mencionas estipulan que no puede haber odio sin amor y viceversa, lo que supone una dicotomía ya que todo objeto, tema, idea o representación siempre viene acompañada de su opuesto.


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Poesía

La bella voz Coordinador: Freddy Secundino S.

A Tuonela

Palabra en llamas

Roberto López Moreno

Ricardo Suasnavar

Los poetas cruzan a nado el río negro, van en busca del cisne, le tuercen el cuello oscuro una y otra vez, y le vuelven a torcer el cuello, y otra vez, y otra vez, y otra más, y otra… Los poetas no regresan, dejan su hazaña escrita en el libro de agua. El cisne sigue ahí, imperturbable como siempre, flotando en el misterio infinito del río negro.

El poema se sufre, sangra del cuerpo abierto, queda en la hoja: testigo de un crimen, acta del exorcismo. La poesía es una herida que arde. Decirla quema la lengua. Duele. Yo escribo por supervivencia. Por acto ritual. Por sacarme las sanguijuelas.

La casa

Último instante

Karen Alexa Luna Olmos Sus ojos grisáceos ya no miraban, era un diente de león desecho por el viento, su piel lucía reseca, sin brillo, sin vida, el tiempo cobraba cada descuido. El sonar del ruiseñor iluminaba sus pupilas, los rayos de sol hidrataban su pálida piel… Aunque por momentos mostraba mejoría, ya sabíamos cómo esta historia tendría que ser.

Te cuento que Luis Muñoz

Angélica Santa Olaya Tantos pasos tantas huellas… Tanto andar de un lado a otro… Tanto buscar y a veces creer… Creer que se encuentra, que se ha llegado a algún sitio… Y al día siguiente saber que el único lugar sin escamas es esa flor roja y necia irrenunciablemente habitable que es el propio corazón…

Entre líneas Miguel Alejandro Santos Díaz Me da vueltas la casualidad y yo le sirvo, como cualquier otro, inundado por el secreto afán de los placeres, atado, más que a la palabra, a la creación de un lenguaje, a la exégesis del aroma en otros ojos, a la frágil tactilatura de los instintos y ¿cómo bien decirlo? a las nocturnas prisiones que se abren de piernas bajo la piel. (Del libro “Cuarteto escrito bajo el agua”, inédito).

Ardid de amor

Ana María Moreno Pérez Mi espíritu palpitante, callado, guarda el secreto íntimo de mi trama que se siente frágil, cual triste palma, cuando sola en desierto se ha quedado. ¡Tu risa, tu canto los he enterrado! Es lo que te ha hecho suponer mi alma que deambula en el mutismo sin calma por el ardid forzoso de mi olvido. ¡Mas tú vivirás por siempre en mi mente como estrella que ilumina mi ocaso, soñando en tus besos eternamente! Tus manos en las mías son el trazo de la caricia guardada, latente en cada suspiro, en cada paso.

Amor, río: Los que se la dan de intelectuales me acusan de idealista, los idealistas me acusan de superficial. Los materialistas me acusan de místico, el místico, de pecador. Los pecadores me acusan de jodido mocho, los moralistas, de cínico. Los cínicos me acusan de religioso, los religiosos de inmoral. Los inmorales me llaman amoral, los amorales me llaman poeta. Los poetas me llaman insustancial y los intelectuales a mi bragueta. Es amorío.

El vino de nuestras almas Alfonso Vite

Puedo sentir que tu alma y la mía se comunican con el lenguaje de los sueños, en sinfonías dulces de arcanos sentimientos. Se alimentan con las suculentas delicias del amor, beben del vino bermejo de la pasión conservado en el tonel de nuestros cuerpos. Y caminan bajo el extenso cielo de un destino enarbolado por las viñas de nuestro amor. Nuestras almas son el Vin de Constance que todas las noches degustan los dioses del amor y del placer.


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De periodista a escritor sin pasar por el Boom

Rocío Barrionuevo por Raúl Urbina

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l erotismo no es sino el sexo considerado como una de las Bellas Artes. El interés que, cada vez más abiertamente, acapara la atención hombres y mujeres en nuestra época, no tiene nada de perverso; expresa una necesidad de libertad que se da también en otros planos, pero que de algún modo propicia una desmitificación de lo sexual, un enriquecimiento de la vida y un mejoramiento de las relaciones con uno mismo y con los otros.

Los ensayos seleccionados y publicados en el libro Juegos de Alcoba: usos y costumbres eróticos de Rocío Barrionuevo, son más que la ilustración de esta prescindible hipótesis. Son Ejemplos de cómo el ingenio, la alegría, el humor –la vida misma- pueden ser aprehendido por la literatura para mostrar las tribulaciones del amor, para irritación de los censores y para el solaz de los lectores inteligentes. ¿Pero quién es Rocío Barrionuevo? A finales de los años ochenta y durante la dirección en UnomásUno de Luis Gutiérrez Rodríguez, llegó una joven al suplemento Sábado. A los pocos días de su llegada dirían todos aquellos que más adelante se convertirían en sus fans secretos; “Oye quién es esa chava tan cachonda”. Y esto lo preguntaban por mi cercanía a la oficina que Rocío Barrionuevo ocuparía como jefa de redacción de Sábado. Su llegada se debió, como ella lo ha manifestado ya en entrevistas: “A finales de los años ochenta, recibí una propuesta curiosa. La proposición me la hizo Huberto Batis, director del suplemento cultural Sábado del periódico UnomáUno. Me pido que tradujera del inglés al español un texto sobre la importancia de la risa durante el sexo, para cubrir la columna de erotismo que escribía Andrés der Mon (Andrés de Luna), mientras conseguía otro experto en el tema”. El suplente nunca llegó y como la escritora señala:” Me volví adicta al tema y durante seis años escribí en Sábado acerca de los más tradicionales juegos de alcoba y de otros pasatiempos lúbricos más sofisticados. Paulatinamente, me di cuenta de que casi todas las obras voluptuosas se centraban en la satisfacción masculina y eran pocas las escritoras decididas a contar que sentían o pensaban cuando daban y recibían placer, entonces me dedique a seguir el rastro de los autores dispuestos a trazar un mapa del gozo femenino”. Ya para los inicios de los noventa , la columna Eros, que Rocío Barrionuevo publicaba semanalmente en Sábado, fue en aumento sobre los temas que

desarrollaba y de fans dentro de las instalaciones del periódico UnomásUno, así como de lectores. Fans que afanosamente buscábamos tener con anticipación el ejemplar de Sábado y no esperar hasta su salida. Algunas veces, lo leíamos sobre los acetatos, otras le pedíamos al jefe de rotativas que nos diera unos ejemplares de los primeros que salían de la Rotativa Hoss Comunity, hoy por cierto parada en las instalaciones de aquel UnomásUno de Manuel Becerra Acosta y Luis Gutiérrez Rodríguez. Entre esas lecturas de las columna Eros que publicaba Rocío y que no solo eran dirigidas a las damas sino también a los hombres, hubo una en la que relataba parte de los libros escritos por el jeque Nefzaqui titulados El Jardín Perfumado y Las Flores Prohibidas del Jardín Perfumado. Dos bellos tratados sobre la sexualidad del hombre y la mujer. Que como señala el traductor Sir Richard Burton: “Que puede ser más importante, en realidad, que el estudio de los principios sobre los que descansan la felicidad del hombre y la mujer, en razón o a causa de sus relaciones mutuas, relaciones que en sí mismas dependen del carácter, salud, temperamento y constitución.” Pero no ha sido fácil escribir sobre erotismo para Roció Barrionuevo, y en su Antes de empezar señala: “Escribir sobre los goces del sexo no es una tarea fácil y quienes lo hacen se enfrentan a una disyuntiva: explicar detalladamente el acto sexual o sugerirlo. La elección resulta complicada, porque una gran parte del público lector asocia las descripciones evidentes con la pornografía y el mal gusto. La diferenciación entre dichos y conceptos es simple moralina o una cuestión de diferencias personales”. Para la escritora de Juegos de Alcoba, pornografía y erotismo son dos nociones neutras en literatura; “pues tanto las obras que tratan la sexualidad implícitamente como aquellas que la sugieren procuran excitar la imaginación de los lectores. Ningún autor de temas voluptuosos puede considerar su obra acabada si no logra dicho objetivo, por lo que sólo deberíamos juzgar los resultados por su calidad literaria”. Juegos de Alcoba contiene cuarenta y tres ensayos dividido en dos partes: Zona Húmeda y Zona Viciosa. En la primera parte aborda los temas relacionados con la sexualidad femenina y con los mitos entorno al placer sexual de las mujeres. En zona viciosa registra las costumbres y prácticas licenciosas. Y como se indica en la contraportada del libro, “los ensayos son una invocación a Eros, del placer en toda su extensión. En ellos se habla de sexo sin que se inter-

Rocío Barrionuevo

ponga ataduras y etiquetas. Hay de todo: desde la simple cópula en posición del misionero hasta los amantes que se excitan al ritmo de la música de un látigo.” A fin de cuentas como dice Rocío Barrionuevo, en el sexo no hay límites, ni blanco ni negro, sólo elecciones. En el primer texto de Juegos de Alcoba, titulado, Lo que aman las Mujeres, la autora nos detalla los resultados de un estudio realizado por el sicólogo Brian Sydney a mujeres estadounidenses en función de la pregunta: ¿Cuáles son los atributos físicos que hacen atractivo a un hombre? De las 632 mujeres encuestadas, algunas aseguraron que el sex appeal masculino es una mezcla de simpatía, inteligencia y belleza. Sin embargo la mayoría señaló que el atractivo varonil es directamente proporcional a la hermosura del sujeto, en el que no importa ni su coeficiente intelectual ni consideraciones de tipo espiritual. El 80% de las encuestadas señalaron que no se fijaban demasiado en el rostro masculino, sino que el verdadero atractivo de un hombre es su cuerpo: espaldas anchas, muslos de ensueño y nalgas exuberantes. Puntos que ellas consideraron como de interés erótico, considerando estas zonas a las que ellas dirigen principalmente sus miradas. Y así como las mujeres tienen preferencias por ciertas partes del cuerpo de los hombres, estos también tienen sus preferencias y en el texto, La Trastienda del Placer, la autora nos da a conocer esas zonas: “A muchos los pierde una boca seductora de labios caprichosos o unos ojos lánguidos o los pezones traviesos que corona unos senos desbordantes; sin embargo, son legión los hombres que se fascina con las nalgas. Rocío Barrionuevo, nació en la ciudad de México, estudió Lengua y Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue jefa de Redacción del suplemento Sábado de UnomásUno, en donde semanalmente publicaba su columna Eros. Sus ensayos y crónicas sobre erotismo se han dado a conocer en diversos medios impresos, así como programas de radio y televisión. Una de sus grandes pasiones es la narrativa licenciosa del siglo XVIII, sobre la que imparte cursos en Cuernavaca, donde reside actualmente. Su más reciente libro, Juegos de Alcoba: Usos y costumbres eróticos. Ediciones B de México, 2012.

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El Mollete Literario

15.05.2013

Y las mujeres ¿qué?

Volver a leer a Jane Austen y Charlotte Brontë Por Margarita Ruiz de Velasco

I

nglaterra tiene la gracia de contar mujeres escritoras de éxito, de esas, sobresalen Jane Austen (1775-1817) y Charlotte Brontë (1816-1855).

Ambas hijas de clérigos que, evidentemente, las educaron en contra de la tradición de la época en que las mujeres sólo leían lo mínimo, sabían cocer, cantar, tocar el piano y ya. Me puedo imaginar que eran unos buenos padres, orgullosos del talento de sus hijas. El padre de Jane Austen llevó a publicar Orgullo y Prejuicio sin buenos resultados y el padre de Charlotte encargó la biografía de su hija. Pero a pesar de esto no la pasaron muy bien, eso se nota en sus libros. Jane Austen, perteneciente a la baja burguesía agrícola, critica a los grandes terratenientes con sus aspiraciones de nobleza y su desprecio hacia el otro. En realidad ese es el verdadero tema de Orgullo y Prejuicio. Elizabeth Bennet es la segunda hija de una familia de puras mujeres. El padre, al no tener descendientes varones no puede heredar la casa donde viven y su mujer en lo único que piensa es en casar a sus hijas. Del matrimonio la activa es la mujer porque el señor Bennet se la pasa bastante bien en su biblioteca, huyendo del ruido de tantas mujeres. La historia gira alrededor de Elizabeth y Darcy, el rico te-

Fragmento

Tatami

Por Alberto Olmos Lo que más me gusta de los aviones es el cinturón de seguridad. Sé que esta afirmación no encontrará muchos adeptos. De viajar en avión casi todos destacan las vistas de la ventanilla, o al menos eso deduzco de la mayoría absoluta que esta opción consigue siempre en la urna alargada de los mostradores del aeropuerto. ¿Pasillo o ventanilla? —¡Ventanilla! Mayoría absoluta A los pasajeros les gusta entretenerse durante el viaje. Ver, por ejemplo, el patchwork de los campos, ese puzzle inmenso de trigales y tierras en barbecho, rastrojos, bosques y maizales. Les divierte observar ciudades vueltas maquetitas, con sus tejados decorosos, pluviales, que una mano diablesca podría alzar para encontrarse coitos incorrectos o cristiana intimidad, o las sillas vacías porque todos fueron al cine, o a cenar en un restaurante del centro. Y claro, les encanta contemplarse despegando, o aterrizando, en ese juego de distancias con la pista del aeropuerto, cuando el ala del avión es una regla retorcida que mide el miedo, la sorpresa y el entusiasmo. A mi todo eso me da igual. No soy juguetona. No soy pueril. El avión me lleva y eso es todo. Me basta con que lo haga de manera efectiva y, sobre todo, cómoda. Mis pechos. Esa es la comodidad que preciso. Tengo los pechos enormes: si mis pechos no son felices yo no soy feliz. Si mis pechos sufren la laceración de un cinto, acabáramos. Por eso, de volar en avión, lo que más me gusta, con diferencia, es que dejen en paz mis pechos.

rrateniente que desprecia bailar con ella y al que ella tacha de insoportable. Poco a poco Darcy se enamora perdidamente de Elizabeth pero tiene el mal tino de, al declarar su amor, decirle que tiene una familia infame y es de menor clase que él. Se pone furiosa, pero de veras furiosa (francamente a mí me pasaría lo mismo) le acusa de acabar con el romance de su hermana y el señor Bingley y de quitarle la herencia a Wickham y que nunca, aunque fuera el último hombre del mundo, se casaría con él. Es el momento climático de la novela; poco a poco el enredo se deshace. Darcy, que por supuesto, había alejado a su amigo Charles Bingley de Jane, los vuelve a juntar. Lo de Wickham es más complicado; resulta que es una fichita, aficionado al juego y mujeres que, además intentó huir con la hermana de Darcy y que acaba huyendo con la hermana menor de Elizabeth, una loca como cabra, digna hija de su madre. Los encuentra y, por módica suma, hace que se casen. Para este momento Elizabeth se ha percatado de que Darcy no es tan mala onda, que en realidad tiene razón, que su familia dista de ser una familia adorable y que él, francamente, tiene un palacio divino. Esta parte es sensacional, Jane Austen lo quiere disfrazar un poco, cuando la hermana habla de Darcy y lo adora, lo mismo que la ama de llaves pero, lo que verdaderamente enamoró a Elizabeth fue el palacio. Ahí sí el amor salió en todo su esplendor. Por supuesto se casan y, se supone, van a ser felices para siempre. Es una novela sensacional, de la que han hecho muchas versiones cinematográficas y series. A los ingleses les encanta porque los retrata de cuerpo entero. El mundo se puede caer en cachitos ( cuando la novela ocurre están las

guerras napoleónicas en todo su esplendor) pero las buenas costumbres, los problemas de clase, los bailes, las enfermedades, todo será más importante que esa eventualidad. Charlotte Brontë nació al año siguiente de la muerte de Austen. Como ella, su padre fue clérigo que los educó mucho más allá de lo acostumbrado en la época. Lo cierto es que Charlotte y Emily son autoras de unas novelas que han logrado sobrevivir al curso de los años. La novela más famosa de Charlotte, por la que pasará a la historia, Jane Eyre , aparentemente no tiene nada que ver con las novelas de Jane Austen. En Jane Eyre las pasiones se desbordan, la rebeldía es el motor de la protagonista, el paisaje es hostil, la muchacha es fea, el pecado está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, tanto Jane como Elizabeth son dos mujeres que no van de acuerdo a los cánones de la época. Son educadas, han leído a los escritores de la época, no están de acuerdo con el mundo que les ha tocado vivir y se rebelan. A las dos les gusta el dinero y, si va acompañado de un hombre guapo, pues mejor. Darcy y Rochester se enamoran de ellas por eso, por ser totalmente distintas al resto de las chicas, por no tener pelos en la lengua, por retadoras. Jane Eyre como Orgullo y Prejuicio, ha sido llevada al cine varias veces con mucho éxito y seguirá gustando a mucha gente. Los personajes que retrata son, como los de Austen, propios de su época y lugar aunque mucho más románticos. Hay novelas que vale la pena volver a leer, estas dos forman parte de ellas. La lectura sigue siendo ágil e interesante. No importa que sepamos el final, las volvemos a leer.

Tener los pechos turgentes es una cualidad estimable: claro. Pero tenerlo descomunales carece de ventajas. Los chicos no te miran con deseo, sino con cierta curiosidad circense. La ropa te queda siempre mal. Las amigas se ríen de ti, te llaman tetona, y la mayoría de tus familiares no te respeta, como si la tetona de la familia hiciera que el árbol genealógico se tambaleara. Además, está lo de los cinturones. Para mí es una tortura viajar en coche, sobre todo si conduzco. El cinto de trayectoria diagonal que tantas vidas dicen que salva, a mí me mata. Poco a poco. Se me clava en uno u otro pecho como el muro de Berlín; mi pecho queda políticamente invalidado: no se reconoce a sí mismo, no se sabe uno. Me siento con tres tetas, en los coches. Mis viajes en automóvil son escasos. Casi siempre tomo el autobús o el taxi. O voy a pie o me quedo quieta. Por supuesto sigo con nerviosismo las nuevas normativas sobre seguridad vial. ¡Cinturón en los autobuses! ¡Que disparate! La tortura del cinturón me persigue. Estaba pensando en comprarme una bicicleta e irme a vivir a Ámsterdam. Sin embargo estoy en este avión. Destino: Tokio. Y estoy feliz. El viaje tiene una duración de catorce horas. El cinturón, como casi indica su propio nombre, recorre mi cintura amablemente. No sufro. Mis pechos florecen a su sabor sobre la bandeja reclinable. La ausencia de dolor me permite pensar, calibrar mis expectativas. Necesito saber exactamente lo que hago. Voy a Tokio a dar clases de español. Eso hago. Acabo de licenciarme en Filología Hispánica. Quiero ser profesora de literatura en un instituto de prestigio, pero antes me apetece viajar un poco. He sacado siempre muy buenas notas y no he tenido tiempo de conocer mundo. Mis amigos visitaron otras ciudades del país y algunas capitales europeas. Alquilaban un coche y conducían por turnos. Yo decliné sus invitaciones una tras otra. Tenía que estudiar y proteger mis pechos. A mis amigos solo les decía que tenía que estudiar.

El trabajo en Tokio es el premio por todos estos años de abnegado estudio. Visitar Japón no era mi sueño pero estoy dejando que lo sea. Japón es: exótico, es interesante, está lejos. Espero ganar mucho dinero y divertirme, hacer amigos de distintos países y perder mi virginidad. Tengo un año para conseguir mis objetivos, aunque no me importaría demasiado conseguirlos en un mes y después inventarme nuevos objetivos. De momentos desconozco ampliamente cómo va a ser mi vida allí. La escuela que me ha contratado me buscó ya un apartamento. Domiciliaré mi perplejidad en él y solo me preocuparé de hacer mi trabajo mejor que nadie y de encontrar un novio. La primera preocupación no será tal: mi labor es fácil. Enseñaré mi idioma a estudiantes primerizos y apenas llegaremos al subjuntivo. Ya he decidido no prorrogar mi estancia en Japón más allá del año en curso, aunque tengo contactos que aseguran que muchos profesores con idénticas pretensiones acabaron residiendo allí de por vida. Casi todos se casaron con un ciudadano japonés y formaron una familia. Seguramente fueron al archipiélago nipón sin saber a qué iban. Seguramente eran flojos de carácter, faltos de ambición, glabros de orgullo. En Japón encontraron un trabajo bien pagado y un ambiente amigable (no me extrañaría que incluso excesivamente amistoso con los profesionales extranjeros), y decidieron ser el tuerto de ojo redondo en el país de los ciegos rasgados. Es fácil dominar el castellano entre salvajes; no tanto en tu propio país, donde no vale con llegar al subjuntivo, sino que el conocimiento se espesa y hay que abrirlo a machetazos de pundonor y esfuerzo. Vamos, yo. Además, que no me imagino casada con un japonés y formando una familia japonesa. Yo tengo los pechos enormes. No hay color.

*Fragmento de Tatami de Alberto Olmos, Editorial Océano


El Mollete Literario 15

15.05.2013

Teleras en serie

Instintos humanos Por Elsie Méndez Baillet “Urge and urge and urge, always the procreant urge of the world” Walt Whitman “Diane Schoemperlen en su libro de historias e ilustraciones Formas de devoción, escribe “Y están los genitales. Esta es la zona donde tradicionalmente se concentra la mayor parte de los escándalos.” Mientras Walt Whitman definió sucintamente la razón por la que los genitales ocupan más espacio en nuestra mente que en nuestro cuerpo: “Ímpetu, ímpetu, ímpetu,/ siempre el ímpetu procreador del mundo”. Pero no se trata solamente de genitales. En nuestra piel, en una pequeña área de 2,5 centímetros cuadrados, se encuentran mil 300 células nerviosas. Cada una de las yemas de los dedos tiene alrededor de 100 receptores nerviosos. Entre todos los mamíferos, los humanos tenemos la piel con más cantidad y variedad de corpúsculos sensitivos, pero también nuestra agresividad es la que utiliza las formas más variadas y crueles para hacer daño. Sin embargo, nuestra necesidad de contacto, de apego y de cariño, supera ampliamente la de cualquier otro mamífero. Nuestra impulsiva voluntad de ganar, los deseos profundos de matar por celos, la capacidad de sobrevivir, el deseo de ganar y los instintos de ser héroes se encuentran arraigados en nuestro cuerpo. ¿Por qué? ¿Cuáles son los orígenes del sexo? ¿Cuáles son las claves de la supervivencia humana? ¿Por qué las competencia humana es tan diferente? ¿Están

relacionadas la agresividad y la sexualidad? ¿El heroísmo y la supervivencia? Instinto humano es una serie televisiva producida por la BBC de Londres y la presenta el siempre simpático Robert Winston, a quien hemos visto en otros programas similares, como la maravillosa Niños de nuestros tiempos, serie inglesa experimental que sigue la vida de 20 niños desde su nacimiento hasta que cumplan los 20 años de edad. Instinto humano nos invita a bucear en las claves filogenéticas, antropológicas, sociobiológicas y socioculturales de los instintos humano. Es una aventura divertida y enriquecedora, una fuente de sorpresas que, además de esclarecer, genera inquietudes de conocer más sobre nuestros deseos profundos. Nuestro instinto de tener relaciones sexuales es el más poderoso, como lo es el de encontrar pareja. ¿Qué hay en nuestra apariencia, en nuestros olores, qué tenemos que hace posible atraer a la pareja ideal? ¿Qué nos conduce a los celos y a la venganza, a la competencia? Instinto humano establece una serie de tesis que comprueba, a través de experimentos en puestas en cámara, las diferencias fundamentales hacia el sexo informal que existe entre hombres y mujeres. Los procesos bioquímicos que el cuerpo establece al ganar, al perder, al realizar un acto heroico. Nuestros cuerpos están diseñados para darnos un fuerte impulso para ganar, ya sea para obtener un empleo o para ganar una pelea, ser el primero de la clase o ganar el oro olímpico. Cuando estamos a punto de ganar, nuestro cerebro y cuerpo trabajan en armonía para asegurar la victoria y, en el momento en que advertimos que es ganar es posible, nuestra atención se afina, los reflejos se vuelven más veloces y resueltos. Nos sentimos imbatibles experimentando los primeros momentos de la victoria. Y cuando la victoria está asegurada, recibimos una recompensa: la dopamina estimula el centro de placer de nuestro cerebro creando una sensación profunda de bienestar. Luego, las endorfinas invaden nuestro cuerpo combatiendo la fatiga y dotándonos de euforia. Las endorfinas ejercen en nuestro cuerpo algo más sorprendente, aunque un deportista tenga una costilla rota, un músculo rasgado, apenas sentirá dolor, las endorfinas bloquean el dolor evitan-

do que la sensación llegue al cerebro y a la médula. Sin embargo, ganar no lo es todo: la adrenalina de las glándulas adrenales cerca de los riñones y la testosterona se vuelcan al torrente sanguíneo, ya han dado fuerza suficiente al deportista durante la competencia y lo han mantenido alerta, pero después, y aceleran su recuperación, su respiración se vuelve profunda y el pulso se acelera llevando más sangre oxigenada al cerebro y a los músculos. Se está en el mejor estado. Al contrario, perder, nos hace sentir mal y todo puede ser desastroso. El cuerpo humano ha evolucionado para recibir una gran recompensa cuando se gana. Cuando ganamos, demandamos más recompensa. Pero una de las motivaciones para ganar es el temor al fracaso. Perder es una experiencia mucho más duradera y poderosa que ganar. Perder es abrumador. La maquinaria de recompensa, se desconecta, los químicos de la dopamina y las endorfinas que nos habían mantenido andando durante la contienda, comienzan a escasear. La espiral descendente es una realidad. Súbitamente, se siente cada gramo del cansancio, cada músculo entumecido, cada dolor en el cuerpo, -a diferencia del ganador-. Nos damos cuenta de la derrota y esto vierte a la sangre la hormona del estrés, cortisol, mezclada con la adrenalina ya en la sangre nos sentimos ansiosos y hasta asustados. Y si la pérdida es catastrófica, aparece una respuesta que compartimos con los reptiles, nos paralizamos. Las funciones no esenciales en nuestro cuerpo se anulan para proteger al cerebro: el nervio vago, de golpe, retarda el pulso, la sangre abandona el intestino produciendo la sensación de hundimiento en la boca del estómago, los músculos se aflojan, perdemos el control en las extremidades. El cuerpo tiene manera firme de enseñarnos una lección: Cada vez que perdemos se estimula el hipocampo en el cerebro asegurando que recordemos la pérdida para siempre. Y el centro de nuestras emociones, la amígdala, transforma el recuerdo en una sensación de profunda tristeza. Todo esto crea un poderoso recuerdo del fracaso para evitar que cometamos el mismo error otra vez.

ras y es muy complejo, tiene que ver con la movilización de los capitales globales a partir de finales de la década de los ochenta , los medios de comunicación, el mercado del arte y elementos muy singulares de nuestra historia cultural , entre ellos: el empoderamiento de cierto sector donde los nietos de nuestras burguesías educadas posrevolucionarias estaban en el momento correcto en el lugar adecuado para proponer un nuevo posicionamiento estético y la concentración en la Ciudad de México de las escuelas de arte. El problema radica en que toda la parafernalia para introducir a México en un mundo del arte global contrasta aún hoy con toda la historia de las políticas culturales del siglo XX que se dedicaron muchos años a construir la identidad de la Nación, el cambio de una política a la otra fue incluso, abrupto, el rápido cambio de la forma de ver el arte , el uso y el abuso del discurso dan la sensación de que es incomprensible, sería ingenuo pensar que la globalización implica que todas las culturas se diseminan de manera uniforme, cuando en realidad es una nueva forma de imposición colonial de la cultura occidental, especialmente de la tradición norteamericana, este espejismo se magnifica a través de la ultratecnologización de la cultura global que expande una falsa idea de que los medios de comunicación nos acercarán y harán accesibles a Occidente, que la mezcla con el contexto de México proporciona una respuesta de asimilación , proximidad e igualdad, cuando en la realidad los casos de artistas mexicanos internacionales son aislados. Disfrazar los procesos político-económicos de procesos estéticos sólo ha orillado a que en los hechos los artistas,

especialmente las nuevas generaciones busquen las más absurdas y diversas formas de encontrar un modo de ingresar en el sistema ,es así que , hacer arte al modo de las exigencias del momento es una tendencia que se aúna a perseguir estar consecuente con los criterios de los medios masivos de comunicación y sus modas cuyos parámetros no cuestionan nada, no responden de forma alguna a criterios de calidad, ver algo multiplicado mil veces no es entenderlo, el hecho de llegar a la información no da por consecuencia su entendimiento, pero por la falsa pantalla de permisividad de los medios parece que todo se puede, todo cabe y todo puede ser. El cambio en la producción de objetos, servicios y necesidades ha cambiado la práctica artística, la inversión privada cambió la manera de hacer cultura que ha dado como resultado el que haya un marco crítico ausente y un exceso de texto que desenfoca las obras, entramos en el juego en el que el arte es una serie de marcas globales en los que la burguesía compra la marca, no la calidad, lo que hace a los productos altamente especulativos y a los eventos artísticos grandes fiestas de promoción de artículos de lujo en los que el arte es francamente indistinguible de cualquier otra mercancía; tal vez queda pensar en el hecho de que tenemos la cultura que le pertenece y se merece el mundo en el que vivimos. Sin embargo de alguna manera este momento histórico no deja de parecer un gran impasse en el que nadie se atreve a decir de cierto, que es lo que viene, ¿cuál será el futuro de la práctica artística?, no parece haber apuestas esperamos, ¿qué esperamos?, nadie lo sabe.

Arte ahora

El arte incomprensible por Mónica Contreras Las exhibiciones de arte en la Ciudad de México en los últimos años han experimentado un aumento del público , esto responde a políticas públicas de distinta índole: a través de masivas campañas publicitarias en diferentes medios incitan a los espectadores a ver el arte, algunos buscan entronizar un determinado sistema estético y a sus agentes buscando permanecer en la vigencia del gusto de las clases burguesas que consumen arte, otros “democratizar la cultura” y supuestamente educar, otros exponer la relevancia y altruismo de algún agente coleccionador que presta sus objetos artísticos para el disfrute de las masas , otros promover marcas y productos bajo el capital simbólico que proporciona invertir en arte, entre varias estrategias que entremezclan la mercadotecnia propia de los productos de consumo con la alta cultura, pero, desde hace ya algunas décadas el arte denominado contemporáneo a sufrido de una crisis con respecto a sus espectadores, los cuáles por regla general no saben de qué se está tratando, es así que ha sido acusado de tener un carácter esotérico el cuál sólo lo entienden unos cuántos iniciados pertenecientes a clanes muy definidos. El desarrollo de esta dinámica del arte denominado “contemporáneo” en México se ha dado desde muchas esfe-



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