El Mollete Literario #23

Page 1

El Mollete Literario www.noticiastransicion.mx Director: Carlos Ramírez

molleteliterario@noticiastransicion.mx Julio 15, 2015, Número 23, Tercera Época

Compadre Gustavo Por Carlos Ramírez pág.10


2

El Mollete Literario

El mundo fue y es de los rebeldes El pasado 26 de junio falleció, a los 76 años, el escritor Gustavo Sainz, uno de los fundadores, junto con René Avilés, José Agustín y Parménides García Saldaña de la Literatura de la Onda. Si bien la Onda, nacida a mediados de los 60, consagró a dichos escritores como el grupo de jóvenes que creaban literatura para su mismo sector, que buscaban la ruptura con la literatura tradicional, las estructuras narrativas y los tabúes de la época, donde la rebeldía era su estandarte, no pudo ver un final que los llevara a la cúspide. Cada uno tomó su camino. Sainz dedicó sus últimos 50 años a la docencia, sin embargo en reiteradas entrevistas jamás olvidó la época en que ser joven lo era todo porque podías cambiar el mundo. Durante esa corta jornada de la vida él eligió el maravilloso mundo de las letras. Comparando, Sainz decía que la juventud actual está adormilada, retraídas, sin interés, el polo opuesto a los 60. Sólo queda decir que el mundo es de los rebeldes y Sainz lo demostró en su legado literario.

15.07.2015

Índice 3

Días de calor Por Ene Riaño

15 Trans Por Canuto Roldán

4

Letras Torcidas Por César Cañedo

para respirar después 16 Ejercicios del descalabro

5

Cuento Por Marco Villavicencio, y Samuel Enciso

Por Luis Flores Romero Insólita 18 Semilla Por Lydia Zárate

ventanas: Reflexiones sobre Ontiveros: 9 Las 20 Alfredo el vacío y la reconstrucción El primer beat mexicano Por Paul Martínez

Por Luis Villalón

Gustavo 10 Compadre Por Carlos Ramírez

en cuarto de hotel 22 Joven Por Ximena Cobos

Sainz, hasta pronto 14 Gustavo Por René Avilés

Burbujas literarias Por Luy

El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.

“La vida es un rosario de pequeñas miserias, que el filósofo desgrana riendo”.

Alexandre Dumas


15.07.2015

Días de calor Por Ene Riaño Y estando aquí que más nos puede pasar podemos ir y preguntarle a la mar para que nos responda con rugidos para que nos diga la verdad. Nacho Vegas

H

oy también es martes y si no fuera por algunos indicios de bronceado que tengo en la piel me atrevería a asegurar que es el mismo día en que emprendía la marcha. Mi percepción del tiempo está fuertemente distorsionada, turbia, violentada, casi inexistente; todo aquello me parece ajeno y lejano, sólo soy capaz de percibir imágenes entrecortadas, invadidas de humo, como entre sueños. Y ¿quién me puede asegurar que no se trató de eso, que no fue más que una tormenta de alucinaciones, de ilusiones, de anhelos, de pesadillas y, sobre todo, de revelaciones? Nadie y, sin embargo, eso viene siendo irrelevante, ¿qué más da? (Detendré ya este torrente de cuestionamientos que con tanta insistencia suele ametrallarme, por ahora tengo otros puntos sobre los cuales rebatir mi raquítico espíritu) Sí, sólo me limitaré a relatar. Hablaré del tiempo perdido que permanecerá en mi memoria, de los parajes recónditos, del exilio autoimpuesto, de los smoking rooms al pie de la pacificad del océano. Días antes de la partida, después del ajetreo finisemestral, me encontré en la nada, así que mi neurosis se potencializó, no había de otra. Un fuerte miedo había arribado a mi existencia: —en el afán de protagonismo, buen drama, debatiéndome entre la intrascendencia y el egocentrismo, entre lo imperecedero y la extensa gama de lo poco probable pero posible, y, más que nada, en la monomaniática resignación de esperar cualquier suceso— me invadían disparatados presagios sobre morir o, peor aún, quedar cuadripléjica a causa de un accidente siniestro en la carretera. Todo, no obstante, se concentraba en aquel viaje, en planearlo, en vivirlo aún antes de que sucediera, tal y como se hace siempre, en cualquier circunstancia. No importaban los síntomas de programación e indiferencia a los cuales me sujetaba, ya sabía cuál sería mi próximo anestesiante. Nada ni nadie más, ni yo misma, sólo el viaje. Y ahí estaba, como lista para mudarme a Alaska; ahí, frente a esa pared grisácea, justo en el punto de inicio del círculo. Se emprendió el trayecto, el abandono de la intoxicada urbe fue lento, empero, definitivo. No me importaba nada, ni siquiera

morir; por desgracia (o tal vez por fortuna), conforme más kilómetros se recorrían mis paranoias me abandonaban. Estaba sola, dirigiéndome a la mar, para extenderme hacía el infinito. Entonces, la idea del tiempo mítico se apoderó de mí. El plan de leer En el camino en el camino fue desechado, había tanto que ver, mucho más que letras, estaba entrando en la ardiente insolación, cada vez más y más honda. Nuestro ser es nuestra prisión, la mía es una caja en forma de corazón, casi nunca me permito salir de ella, pero ahora sí, aunque sólo un poco; observo, por lo menos a través de diminutos agujeros. Compruebo lo pequeña e ignorante que soy y me regocijo en ello, todo me maravilla, quizá sea porque me resulta del todo ajeno. Sí, me es ajena la carretera, los poblados de hombres descalzos y niños desnudos inmersos en la inmensidad de la selva, los animales-peatones, los cateos militares, el calor. Me sorprenden y enmudecen aquellos paisajes de postal: el ocaso, el firmamento con sus astros deslumbrantes y nítidos. La humedad poco a poco se inserta en los poros, hasta lo más profundo del ser. La sangre comienza a hervir. Pronto, muy pronto, nos instalamos ahí, bajo la inmensidad del abismo y el confort de los anestesiantes. La luna, espectacular, el cielo también, tanto que lucen irreales. Con música y bailes desenfrenados confirmamos nuestro ritual de inicio; no obstante, me rehúso a ser del todo participe, cuando me doy cuenta ya me he apartado, tal como lo estuve todo ese tiempo, tal como lo he estado toda mi existencia. La caja en forma de corazón es tan pequeña que no cabe nadie más, sólo yo que me asfixio. No sé qué pasa allá afuera, aquí todo está muy bien, he encontrado al verdadero amor de mi vida en una hamaca. Soy dichosa y sus brebajes no me provocan deseo, me mantengo en regocijo interior. Al despertar no hago más que volver a la hamaca, mecerme y contemplar. El mar está cerca pero no lo suficiente para intimidarme. Aquí los relojes no importan, el tiempo mítico es imperturbable, mi autismo igual, no hay nada que me haga pensar lo contrario. El atardecer llega y decido celebrarlo probando nuevas experiencias, anécdotas que dentro de mucho tiempo, cuando esté en la más plena decrepitud me servirán de consuelo o de tormento (según las circunstancias e intenciones).

El Mollete Literario 3 Es efervescente y espero que me haga efervescer; confió en la química, el avance científico a la disposición de los sentidos, o viceversa. Efervezco, es lo único que importa, nadie se da cuenta, nadie más que no sepa que lo estoy, ya sea por ser testigos o cómplices, lo cual al fin de cuentas no es tan distinto. Comienza alterado y solitario el más viejo de los ritos. Es distinto a lo que imaginaba, no hay nada como experimentar en carne propia; si no lo haces la anécdota no es válida. La arena se aleja, levito, floto y me columpio en la hamaca, igual que la noche pasada mis pies tocan el cielo. Todo es ascendente, cada vez más y mejor, no hay nada como esto, no por lo menos hasta ahora; luego cambiaré de opinión lo sé, eso siempre pasa, así es la vida y el tiempo, sólo en el ahora y en el instante, cuando se está congelado, parece que será eterno, pero no lo es, nunca lo es. No sé qué pasa allá afuera y no me interesa, porque no me llena, tengo que aprovechar el momento, pues sé que se irá, que como todo me abandonará. Estoy cerca de llegar al punto máximo, donde algo cambia para siempre. La revelación llega y, aunque me entristezco, no puedo evitar sentirme satisfecha por esa, mi capacidad horrenda. Comienza nuevamente el más triste de los ciclos: no podremos aspirar más que a instantes de soledad compartida, fuera de nosotros no hay nada más que extrañeza, no hay nada en este mundo que sea casi igual a nosotros, sólo uno y nadie más que uno, por siempre encerrados en nosotros, desde el día del alumbramiento hasta el de la muerte y llegará un momento que no habrá pruebas de nuestra existencia, pero eso no es tan grave, porque finalmente a nadie le interesará, a nadie podemos interesar más que a nosotros mismos, nada nos puede interesar más que nosotros mismos. Y allí, en la magnitud sideral, me siento huérfana y estúpida, también estoy sosegada e impotente; todo es turbio, claro-vidente. No culpo a nadie, es más me solidarizo con su falta de amor o compasión hacía mi, una extraña y agridulce sensación me recorre, me encuentro feliz por mi incapacidad para serlo. No quiero seguir escupiendo mis ridículas palabras, prefiero callar, no hablar más de la condición humana, prefiero contemplar el infinito y fotografiarlo en mi memoria, quiero disfrutar de ese cielo tan negro bajo el que me tocó nacer. Corro hacia el océano que se esconde hacia el infinito y no hay qué temer. Aterrizo, el instante terminó. Nallely Pérez Vargas, aspirante a cronista, estudiosa del decadentismo americano, en la actualidad se desempeña como correctora de estilo.


4

El Mollete Literario

15.07.2015

Poesía

Letras Torcidas César Cañedo

J canadiense

J neoyorika

Ay ay ay mi cante jondo de la jota viaja ay ay ay ir por el mundo a deleitar verguetas y donde apunta punta entra la flecha de academista turistear joteando.

Bam bim bom bom bim bam Big Bang “I’veh justh cumhg but i held youh” con la mano o la boca orificiosa encantada del sauna de Manhattan, pregonera venial del sex is money, una cara oriental y musculosa legado de los hijos de Gokú que Hollywood importa al dos por uno. Chiquita, rinconera y muy capitalista la ayuda sin mirar a quién ni a cómo agrádame por buen samaritano el reflejo mastúrbico en mi hermano, lo tomo de sus ancas sayayinas y él esculpe y saliva mis anginas. ¿Dónde tomar la ruta que va al MOMA? gano tiempo de erectas simpatías mientras su inglés exuda sudcoreano y pretende hacer timbre de mi ano. Ya me estorba su ayuda prodigiosa y su aliento de alga mascabado me declara palabras que continuas son de encaje Narciso en mi reflejo que mejor ya me vengo para irme a despecho del Fénix del ingenio, que con ir y quedarse se partía como hostia cuajada en sacristía.

En conseva de frío y talla M carne de maple y pierna gacelada de Jottawa edecán y grandes venas con un flirteo digno del congreso en un inglés abierto pero espeso un canadiense macho me declara sorber la miel trilingüe y escaldada. Imagina el violeta de su nabo pintando interracial mi pliegue abierto pátina plastinada que deforma mis carnes amasadas de su ritmo primermundano y colosal murmullo cuando al revés versátil retozamos, de dar y recibir libre comercio que nos avala neoliberfornicio.

César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988), poeta, atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde estudió su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escri-

tores marginales mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo. Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM y ha sido publicado en Círculo de poesía.


El Mollete Literario 5

15.07.2015

Cuento Tren Marco Villavicencio

Piquete de mosquito Marco Villavicencio

Tengo un piquete de mosquito en el dedo. Tengo una pequeña roncha entre el dedo y el nudillo. Muevo la mano y viene la comezón, me rasco, se pone más rojo y crece, pero no mover la mano es imposible, así como pasar desapercibida la comezón, entonces me tengo que rascar. Me rasco con la otra mano, la mano derecha, la mano que no eligió el zancudo o no le apeteció, no tanto como el espacio que hay entre el nudillo y mi dedo índice de la mano izquierda. La roncha empezó a crecer a modo tal de provocar un nudillo más, un rojo e irritante nudillo que se esconde entre mis dedos y mi otra mano rasca. Seguro fue en la noche, seguro fue el calor y el mover de las sábanas que atrae a los zancudos, pasan a unos centímetros de los oídos y agitan las alas más fuerte y más rápido, uno sólo los ahuyenta con la mano y la mueve sin saber que expone el pedazo frágil de piel que se halla entre los dedos y vuelve locos a los zancudos, entonces ellos se posan sobre la gigantesca mano y muerden, se llenan el estómago de sangre y se largan. Al despertar me rasco la mano izquierda y con fastidio me doy cuenta que es un piquete de mosquito, tres días tardará, eso si uno no se rasca, si uno es capaz de no mover los dedos en todo el día porque si lo hace despierta las terribles ganas de rascarse insaciablemente hasta dejar una gran roncha roja o sangrar. La mano lo exige ¡sigue rascando! grita, pero es difícil, es demasiado angosto el espacio para rascar a gusto, aún así la roncha le ha dado a mi mano un tono rojizo que amenaza con sangrar. Todo el día, cada cosa que hago me da comezón, meto la mano a los bolsillos o me las lavo o lo que sea y allí está, sobre la roncha, entonces la rasco y empieza a arder, entonces entra mi mano derecha en el conflicto de rascar porque tengo comezón o de no hacerlo porque arde. Me decido por seguir rascando porque la comezón es espantosa, jamás había tenido un piquete tan grande, tan rojo, llega la noche y no puedo dormir, ni siquiera me deja dormir el maldito piquete.

Esto es un puto tren que no para un tren que viaja a trescientos por hora un tren al que nunca dije si quería subirme y ahora vamos todos cuesta abajo sin frenos sin manos. todos hacia ningún lugar en esta máquina de pistones dementes de donde brota sangre negra y más sangre como una noche sin luna y sin astros en este tren, como lombrices cavando agujeros eternos siempre hacia abajo y más abajo hasta un centro cuya existencia es incierta pero no se detiene no fue hecho sino para avanzar para roer el tiempo

Después de un rato, cuando falta poco para amanecer, duermo, y recuerdo que en mi sueño me moví demasiado, ahora despierto y no hay mosquitos, ahora mi mano ya no está hinchada, ni roja, está flaca, está tan flaca como mis piernas, ya no hay comezón. Ahora me siento mucho más ligero, ahora siento que el cuerpo no me pesa y la comezón se ha ido. Sin darme cuenta extiendo unas alas que se abren sobre mi espalda, las cuales no sabía que tenía y alzo el vuelo hacia una gran mano que yace inmóvil. Autor: Maria Bazana

y hay una vaga idea nos lo dicen las nubes con susurros y un silbido. llegará un día en el que pare todo esto pero nosotros seremos nubes este puto tren se irá a la mierda y flotaremos vigilando royendo a esta puta máquina verla sangrar y sangrar mancharnos nuestros cuerpos de nubes devorar todo a nuestro paso abrir nuestros cuerpos y llover hasta inundar los restos que queden toda huella y seguir lloviendo por nuestros hermanos por nuestras sombras y sus huesos y exprimir hasta la última gota lo que fuimos. Marco Villavicencio. “A veces escribo poemas o minificciones, a veces las dos y a veces ninguna. No acabé Letras porque no pude acabar de leer La Araucana y estudié diseño integral”. Villavicencio obtuvo tercer lugar de poesía en el concurso Décima Muerte de la UNAM y sus cuentos han sido publicados en las revistas El puro cuento y Migala, además de que ha realizado comics. Actualmente participa en un medio independiente que se llama El pequeño gran.


6

El Mollete Literario

15.07.2015

La mujer de Juan Calavera Parte II Samuel Enciso Despertó con las risas y las burlas de tres voces diferentes. Las reconoció de inmediato. Eran los tres salteadores que lo perseguían. —Juan. —Juanito. —Ah, miren, ya abrió el ojo bueno. —¿Qué pasó, Juanito? Pareces gallo desplumado. —¿Quién te desplumó, cuñado? —¿La rata de Ozumatla? Las risas proliferaron. Juan Calavera despertó con un dolor que le pedía más descanso. Supo que estaba en una especie de celda cuando su nariz percibió el desagradable hedor que impregnaba todo el lugar. Sus victimarios estaban frente a él, en una celda más grande en la que cabían los tres. El aire estaba seco como el polvo que levantaba y cuyo aroma lograba atravesar las paredes de concreto que los encerraban. La noche parecía congelada allá afuera, con las estrellas perforando el cielo como el frío la piel. Más allá había un cuarto, una silla y un escritorio improvisado. Sentado en la silla estaba un hombre de unos cuarenta años leyendo el periódico. El dolor lo azotó de nuevo en la cama. Era un dolor generalizado que parecía venir desde dentro y desde todos lados al mismo tiempo. No era paralizante, pero lo súbito del movimiento lo hizo muy intenso de pronto. —Oye Juanito –sus acompañantes lo torturaban–… ¿pos qué hiciste, compadre? —¿Andabas de cabrón? –acompañado de una risa intencionada. El tercero también rio con ganas. A la mente de Juan Calavera no tardó en llegarle el recuerdo de Azucena Campoviejo tan de repente como el dolor disminuyó. La memoria fue tan fuerte que incluso percibió su aroma, el sudor floreado de Azucena. Entonces acudieron a su cabeza las imágenes de la noche anterior y un dolor todavía más insoportable lo acechó. Aquél bastardo la había golpeado. —¿Qué te importa, wey? –dijo el más grande de ellos, flaco, torvo, bigote y sombrero–, ese cabrón se coge a todas las del pueblo. —Ah chinga, ¿le sabes algo? –preguntó el segundo. Gordo, con cara sinceramente idiota, ojos pequeños y una papada del tamaño de la capilla de Ozumatla.

El torvo esbozó una sonrisa y miró a Juan Calavera. —Nomás lo que dicen en el pueblo, Casimiro, lo que es bien obvio. —¿Pos de qué hablas, Armando? –preguntó el tercero, un hombre bastante ordinario, de hombros caídos y mirada insignificante. —Pos que al diablo le van a salir sus cuernotes –dijo Juan Calavera de pronto, sorprendiendo a todos. Armando Helguera asintió. —¿Qué traes? –le preguntó a Juan Calavera. Éste le enseñó una moneda de oro que sacó de algún lugar de sus pantalones. Genaro Aventado del Monte había tirado unas cuantas cuando casi le dispara entre los ojos. Juan Calavera las tomó por instinto. Logró esconderlas antes de que lo atraparan, así cuando le hicieron una revisión, cosa que sin duda sucedió, no encontraron nada y finalmente lo aventaron en su celda. Armando Helguera no pudo ocultar el destello en sus malévolos ojos. ¿Dónde?, le preguntó a Juan Calavera sin hablar. El forajido hizo la mímica de ponerse un sombrero en el que dibujo una estrella una vez puesto. Armando Helguera comprendió inmediatamente. —¡Oficial! El oficial en el escritorio que leía un periódico dio un respingo. —¡Oficial, mi compañero no se encuentra muy bien! Necesitamos un médico. Armando Helguera le guiñó un ojo a Juan Calavera y le pidió perdón a su compañero de celda, Casimiro, por lo que estaba a punto de hacer. Entonces lo golpeó en el rostro con una fuerza que a pesar de los 119 kilogramos que pesaba Casimiro, lo tumbó y éste cayó de espaldas jadeando. Así lo vio el Oficial Artemio Abundis, un hombre menudo y pulcro. Inmediatamente confirmó que necesitaban un doctor. Mientras tanto iría por agua y… Armando Helguera le propinó un certero puñetazo desde su celda. Media hora después, los cuatro forajidos galopaban hacia las afueras del pueblo, rumbo a casa de Genaro Aventado del Monte. Juan Calavera no podía creerle a sus ojos. Envuelta en una manta que apenas le cubría la espalda, Azucena Campoviejo temblaba de frío acostada en el pequeño porche, abandonada a la venia de Dios.

Se había adelantado un poco a los tres bandidos, dado que tenía más prisa por Azucena que ellos por su ambición. Se bajó del caballo, quien compartía la ira del jinete, pues los últimos días había estado en constante movimiento, situación algo extraordinaria en Ozumatla. Juan Calavera se quitó el zarape y envolvió con él a Azucena Campoviejo inmediatamente. Ella se estremeció en sus brazos cuando la levantó. Tenía la mejilla hinchada y el ojo morado. Esto y la manera como temblaba hicieron recordar a Juan Calavera el segundo objetivo de aquella visita inesperada. Acomodó a Azucena Campoviejo en el caballo. —Gracias –dijo ella. Juan Calavera negó con la cabeza. —Gracias a usté. Le debía la vida. ¡Váyase! –le dijo él–. Escóndase, después la voy a buscar pero ahorita más vale que se pele. Y sin esperar a que ella respondiera, Juan Calavera azuzó al caballo y éste salió relinchando. En eso llegaron los otros tres y Juan Calavera se decidió a entrar en la casa que lo había acogido la noche anterior, pero esta vez con la muerte dibujada en su rostro. Entonces se oyó el disparo y casi de inmediato el grito de Azucena que a lo lejos caía junto con su montura. Otros tres disparos simultáneos y los bandidos cayeron al suelo. Los caballos se desquiciaron momentáneamente y salieron a galope de la pequeña finca del Jefe de la Policía. Juan Calavera se refugió detrás de una maceta de Azucena y desde ahí intentó ver quién había disparado, aunque era obvio que había venido desde dentro de la casa.


El Mollete Literario 7

15.07.2015 Otra bala certera. Ésta rompió la maceta que le servía de escudo. Juan Calavera imitó a los caballos, conmocionado y contrariado por la sorpresa comenzó a correr. Escuchó pasos detrás de él, pero no volteó pues la situación se había vuelto algo tétrica. No le daba miedo Genaro Aventado del Monte, más bien le daba miedo que los cuernotes ya los tuviera puestos y no precisamente por buey. Y casi como obedeciendo a su mente alborotada, algo le hizo tropezar violentamente. Carcajadas. —¡Ándale! –gritó el diablo–. ¡Ya lo tumbé al wey! Era el mismísimo diablo, Juan Calavera estaba convencido de ello. Trató de levantarse pero su pie estaba enredado en un lazo certero que le iba costar la vida y ya le había costado el amor. —Vete por los caballos, cabrón –le dijo Genaro a uno de sus policías–. Vamos a enseñarle a este cabroncito que conmigo no se mete nadie. Tú vete por Azucena a ver si está viva la pendeja. Mientras tanto iba caminando hacia Juan Calavera quien de pronto recordó que también tenía una pistola –recuperada del policía noqueado en la comisaría–, pero apenas hizo el ademán de sacarla, ya tenía la de Genaro en la nuca. —No te muevas, pelado. Ya te moriste. No llegó a contestar Juan Calavera porque en ese momento llegó uno de los oficiales con el caballo. Genaro se alejó un trecho y amarró un extremo de cuerda a la silla del caballo y se montó.

—Ahí me siguen –les dijo a los otros. Juan Calavera, pensando que el mayor peligro había pasado, se atrevió a moverse para deshacer el nudo que lo lastimaba cuando sintió un tirón que casi le dislocó el tobillo y comenzó a ser arrastrado sin poder hacer nada al respecto. Allá adelante en el caballo, Genaro Aventado del Monte iba gritado improperios y disparando al aire. Cuando comenzó a galopar, no sin antes dirigirle una mirada despiadada a Juan Calavera, éste último conoció el dolor de verdad. La mañana despuntaba en el horizonte, pero el día era triste y el sol asomaba tímidamente por detrás de la capilla de Ozumatla. La plaza carecía del bullicio característico de siempre pues era un día ordinario. Así que fueron Genaro y sus oficiales los que alborotaron la calma aquella vez. Uno de ellos subió al campanario y convocó a los feligreses para que presenciaran lo que Genaro Aventado del Monte había preparado para ellos. La gente del pueblo acudió presta y curiosa, pero al llegar a la plaza se encontraron con un espectáculo fuera de lo común. Genaro Aventado del Monte había improvisado una horca con un árbol y en un caballo estaba sentado Juan Calavera con la soga al cuello. El Policía leyó la condena, en realidad un papel en blanco que uno de sus oficiales hizo pasar por tal. —Al hombre cuyo nombre queda en el olvido del anonimato –comenzó Genaro Aventado del Monte dirigiéndose al pueblo–, se le acusa de los siguientes crímenes: Invasión de propiedad privada, alla-

namiento de morada, asesinato de cuatro mujeres y la violación de tres de ellas… Resignado y con el corazón marchito, Juan Calavera tuvo a bien abrir los ojos que hasta ese momento tenía cerrados por no querer ver a la gente que lo miraba, juzgándolo y sentenciándolo a las llamas más ardientes del infierno. Francamente derrotado, simplemente había decido llorar hacia dentro y en la oscuridad de su propia persona, pero al oír aquella blasfemia contra su persona no pudo evitar una sorpresa moderada. Ya qué le importaba, estaba a punto de morir, tal vez encontrara a Azucena allá en el otro mundo… o quizás, sólo quizás, amordazada, con el cabello alborotado y los ojos cristalinos, rojos de tanto llorar, esperanzados al devolverle la mirada desde el tumulto que pedía el cadáver de Juan Calavera, ¡pero viva! Presa de un hombre que tenía un arma apuntándole a la cabeza, pero viva aún. Juan Calavera miró hacia todos lados y fue Genaro quien le devolvió el gesto. Su boca dibujó una sonrisa burlona con la que le indicó que de no haber sido por él, ella estaría bien. Juan Calavera sintió entonces la necesidad de escapar pues no todo estaba perdido. —Asesinato de un oficial de policía para escapar de la cárcel –continuó Genaro–, resistencia al arresto, fugitivo de la ley y quién sabe qué otros crímenes habrá cometido antes de llegar a nuestro pacífico pueblo de Ozumatla. Se le condena por tanto a la pena de muerte por ahorcamiento. Genaro se acercó al caballo que sostenía la vida de Juan Calavera. Entre la multitud se escuchó un estrépito momentáneo y Azucena Campoviejo corrió hacia el centro de la plaza. —¡Ese hombre es inocente! –gritó–. Todo el pueblo calló, confuso. La conocían y no podían creer que estuviera defendiendo a un hombre al que su esposo acababa de sentenciar a muerte por tan nefastos crímenes. Genaro Aventado del Monte no se detuvo ni por la sorpresa, buscó al hombre que la debía tener bajo custodia, únicamente para mostrarle a Juan Calavera de lo que se había perdido y sugerirle cómo la castigaría después de su muerte, pero el hombre yacía en el suelo con un montón de gente rodeándolo y tratando de despertarlo. No importaba. Genaro sacó de las alforjas del caballo una escopeta y disparó al aire. El caballo relinchó asustado y salió disparado hacia el atrio de la iglesia, pero el padre, asustado también, de puro reflejo lo roció con agua bendita y el cuaco se tranquilizó al instante.


8

El Mollete Literario

No así Juan Calavera, cuyos ojos rojos como el fuego asomaban más de lo normal desde sus cuencas, el cuello le dolía como si se le fuera a dislocar, sus pulmones no recibían aire, la vida lo abandonaba. Estaba perdido, todo estaba perdido. Lo último que vio fue a la multitud echándole bronca, aunque desde lejos, al mismísimo Genaro luego de que Azucena, gritando histérica “Es inocente, es inocente”, se le echara encima primero a golpes y arañazos, y a éste golpeándola de la misma manera que aquella noche cuando lo encerraron. “Mujer, mujer”, pensó Armando Helguera, escondido entre una monja y un ranchero alto que tomaba pulque y le enseñaba a su hijo cómo había que tratar a las mujeres tomando como ejemplo a Genaro Aventado del Monte, “el pedazo de cielo que desata el infierno en la tierra de los jodidos”. Luego disparó y Juan Calavera cayó como bulto. Armando Helguera besó el cañón caliente de su pistola, felicitándose de tiro tan certero. Se abrió paso amenazando a la gente con su arma y llegó junto a Juan, que ya se levantaba, quitándose la soga del cuello y respirando a ahorcajadas, pero ni el impacto de la muerte próxima pudo con la voluntad implacable de Juan Calavera que de inmediato le robó la escopeta a Genaro y amenazó con ésta a los que hacían ademán de acercársele para quitársela. Mareado, pero con los sentidos abrumados, Juan Calavera apuntó entonces al Jefe de la Policía. Azucena entonces corrió a su lado. Eran los tres contra el mundo. Genaro comenzó a reír. —Di que no eres culpable, forastero y le diré a mis hombres que te dejen libre. —¡Inocente! –gritó Azucena. Juan Calavera, sin embargo, no pudo hablar debido al reciente ahorcamiento. —¡Inocente! –gritó Armando Helguera, mirando a la multitud, tratando de convencerla. La multitud no fue tan ingenua, pero algo se le removió y comenzaron a preguntarse si podía ser cierto, ya que sabían que el Jefe de la Policía tenía métodos inhumanos con los delincuentes cuando él mismo era adúltero, jugador y corrupto. —Soy… inocente –dijo Juan Calavera con un hilillo de voz. Y Genaro Aventado del Monte hizo una seña a sus hombres para que los dejaran ir y otra a la multitud para que hiciera lo mismo.

15.07.2015

Azucena entonces se volvió para besar a Juan Calavera y al hacerlo le dio la espalda a su esposo. Y recibió un disparo que de inmediato la dejó sin vida y a Juan Calavera sin mujer, ésta se le escurría de los brazos lentamente, de manera pesadillesca. Juan Calavera nunca había sido muy brillante. Algunos habrían dicho incluso, que era un tonto. Pero sabía distinguir el blanco del negro. Toda su filosofía se resumía en obedecer al hambre o las inclemencias del clima y el tiempo. Nunca nadie le dijo que tenía un futuro brillante por delante. Nadie habría lamentado su muerte más que su madre, en paz descansara. Y Genaro se había encargado de quitarle a la otra que lo hubiera hecho. Juan Calavera era un hombre bueno y eso sí que lo sabía todo el mundo. Al menos todo el mundo allá en su pueblo, tan lejos ahora. Los recuerdos de toda la vida se le agolparon como algo amargo y despreciable; y la bondad, la nobleza, se le hicieron trizas dentro de sí, y entonces vio el abismo. Un vacío al que nada sobrevive. La mirada de Juan Calavera se perdió en su interior durante una milésima de segundo, y cuando volvió en sí ya no era el mismo. Toda consideración o compasión que había en él, y que además era mucha para aquellos, se esfumó. Hasta los colores cambiaron. El mundo se hizo lento y agónico. Había un fuego quemándole el cerebro y una fuerza imbatible se iba apoderando de él. Se trataba de la ira más pura que nadie en Ozumatla había presenciado. Los oficiales trataron de disparar, correr hacia él para detenerlo, pero la gente se los impidió pues habían presenciado una injusticia ellos mismos. Se desató una trifulca.

Por su parte, Genaro Aventado del Monte había sellado su destino y peló los ojos comprendiendo lo que acababa de pasar. Nadie se atrevió a detener a Juan Calavera pues al ver su mirada retrocedían. Juan Calavera tiró la escopeta de Genaro, Armando le devolvió el arma que le habían quitado y con ella le disparó en el estómago a exjefe de la Policía de Ozumatla. En la trifulca murieron inocentes, pero había más oficiales que civiles. Juan Calavera fue rápidamente hacia el atrio de la iglesia y nada más asomándose al interior se persignó. El padre lo roció desde lejos con agua bendita. Juan Calavera fue por el caballo, mientras Armando Helguera se conseguía otro. Desanudó la cuerda con la que lo habían colgado y amarró un extremo a la silla del caballo, el otro lo amarró al tobillo del agonizante Genaro. Luego fue por Azucena que había quedado tendida y hermosa en un charco de sangre. La levantó y la colocó sobre el caballo. —¿Tú no estabas muerto? –le preguntó Juan Calavera a Armando Helguera. —Pos quedamos vivos ella y yo y mientras te arrastraban camino acá yo me escapé. —¡Gracias! –Juan Calavera gruñó. Y fue lo último que se le oyó decir durante mucho tiempo. Juan Calavera y Armando Helguera salieron del pueblo sin más ovación que el ladrido de los perros y los estertores del exjefe de la Policía Municipal de Ozumatla. Samuel Enciso (Estado de México). Estudió periodismo en la UNAM y ha colaborado en Cinemaspro, una página web dedicada al séptimo arte, y la página web de la revista Vértigo. Es amante del rock, la literatura y el cine de fantasía y ciencia ficción. En sus escritos hay algo de oscuro y algo de esperanzador, como la vida misma.


El Mollete Literario 9

15.07.2015

Las ventanas: Reflexiones sobre el vacío y la reconstrucción Por Paul Martínez “En estas oscuras piezas, donde paso días agobiantes, voy y vuelvo arriba abajo para hallar las ventanas. —Cuando se abra una ventana habrá un consuelo—. Mas las ventanas no están, o no puedo encontrarlas. Y mejor quizás que no las halle. Acaso la luz sea un nuevo tormento. Quién sabe qué cosas nuevas mostrará”. Kavafis

D

entro del imaginario, algunos lugares han adquirido un específico sentido simbólico que llega a manifestarse de manera concreta en los comportamientos del individuo, baste con pensar ahora mismo en los grandes edificios y su peculiar manera de imponernos una conducta especifica al internarnos en sus territorios. A ejemplo invito al lector a que acuda a su recuerdo más próximo e intente reproducir su manera de dirigirse al internarse en un templo, un hospital, un museo o incluso la casa misma. Seguramente recordará cómo al internarse en estos espacios, altamente contagiados de la sacralidad moderna, su comportamiento se vio atravesado por el espacio, ya sea liberando o suprimiendo las conductas. Los espacios y sus elementos, nos acompañan en nuestra narración interna sobre la composición del mundo que vivimos, en esta ocasión me detengo no en un espacio específico, sino en lo que pareciera ser, uno completamente indefinido; La Ventana, para explorar su capacidad transformadora del imaginario y de lo real. La Ventana no puede ser definida como un lugar, pertenece en un sentido estricto, a la categoría de elemento arquitectónico, por lo cual se impone como necesario partir de una edificación mayor que la defina y la limite, de otro modo sólo podríamos considerar la Ventana como un inagotable vacío, para este efecto me permito partir desde el que a mi consideración resulta el más común: la Casa. En tanto figura simbólica la Casa es considerada como el refugio del Ser, un espacio en el cual se llevan a cabo las transformaciones del individuo, el sitio donde se manufacturan las perspectivas desde las cuales se ha de desarrollar el individuo en el exterior. A grandes rasgos la Casa se ha considerado como el cuerpo o la armadura del espíritu.

La Casa en tanto elemento complejo puede ser diseccionada en sus componentes; La Puerta, la Teja (Tejado), las Columnas, las Habitaciones, etc. elementos que en su mayoría son fácilmente rastreables en los diccionarios de símbolos. Llama la atención que la Ventana, a pesar de ser uno de los que cuenta con mayor presencia en la arquitectura, al menos en la actual, no aparece retratada como elemento simbólico, sino apenas como un elemento secundario, en la definición de la Casa en tanto cuerpo, las ventanas1 son relacionadas con los sentidos. Esto probablemente debido a que en las grandes construcciones, su uso es relativamente nuevo, las grandes Pirámides, Catedrales y Hospitales antiguos, rara vez las consideraron como un elemento primario. La Ventana en su definición arquitectónica es un elemento cuya función primordial es la de proveer ventilación e iluminación al interior de la vivienda, es también un vano premeditado que se coloca, o mejor dicho se evade al momento de la construcción2. Ya desde aquí se nos revela como un elemento fantasmagórico, ha sido diseñada y sin embargo su única posibilidad de manifestación es a través de la ausencia. Advierte desde su concepción un primer envite a considerarla como el principio de una metáfora. La Ventana es al mismo tiempo una carencia y un elemento que provee todo aquello que ha quedado al otro lado del muro. Puente imaginario entre dos ficciones, nos ofrece un acceso imposible a todo lo que a través de ese vacío logremos alcanzar con los sentidos, en la misma medida nos aleja al recordarnos que sólo a través de ella podemos alcanzarlo. Así, si la Puerta es una invitación a cruzar, la Ventana se abre como la necesidad de imaginar. Doquiera existe un vacío, cabe la imaginación 1 Diccionario de los Símbolos. Chevalier Jean, Alain Gheerbrant. Herder. 2ª Ed. 1986. Barcelona. P 257. 2 También es cierto que hay ventanas que se abren una vez terminada la construcción y que responden a necesidades específicas o que por el contrario se tapian o se clausuran en respuesta a ciertos ambientes hostiles.

Fotografía: Lucía López Canales

Es la cualidad de vano lo que da a la Ventana su condición ambivalente, existe en tanto lo sólido se ausenta. Permite la respiración de la casa y al mismo tiempo, se abre a la iluminación, es decir, deja ver lo que la casa contiene. “Ver es rodear un objeto” —repitió mil veces mi maestro de literatura— la Ventana provee en principio una visión, es un vasovisual comunicante entre el interior y el exterior, que sin embargo miente a ambos lados al mostrarles a ambos algo que es real y al mismo tiempo incompleto, da apenas una cara del poliedro y exige sin embargo, que el espectador complete la figura. Así, la Ventana impone al espíritu la necesidad de imaginar, basta posarse delante de una para ser abordado por la imperiosa tarea de completar el cuadro que nos ofrece. La presencia de una Ventana es siempre una invitación a la contemplación. Su existencia impone una sutil necesidad: la de ver a través de ella, asumir su forma geométrica, acoplarnos a ella para desde ahí, acometer la tarea de reinventarlo todo partiendo apenas de esa pequeña visión que nos ofrece. Por otro lado, la Ventana es también la posibilidad de ser visto, el observador se coloca en la posición del objeto, pierde toda personalidad para ser apenas un móvil que sirva para depositar en él la imaginación del que desde afuera le ve. Me asomo a la ventana y desde ahí defino el universo, al mismo tiempo, soy todo aquello que los paseantes imaginen que soy, acaso nada, acaso el universo mismo. Elemento seductor y al mismo tiempo terrorífico, la Ventana se ofrece inofensiva en su no actuar y ser apenas el medio para la descomposición. Todo lo que atraviesa el vano se vacía; no entran por la ventana los objetos que viven del otro lado, entran las máscaras de ellos, la posibilidad de recrearlos. Paúl Martínez Facio (Lagos de Moreno Jalisco. 1982). Egresado de la Lic. en Humanidades de la Universidad de Guadalajara CULagos.


10 El Mollete Literario

15.07.2015

Compadre Gustavo Por Carlos Ramírez

E

La Onda: una generación que nunca fue y que se quedó sin saber si fue o no fue

I

n agosto de 2011 reviví un viejo proyecto que venía acariciando a lo largo de muchos años, desde finales de los setenta: hacer una crónica intelectual, cultural, literaria, sociológica y política de la conocida como la generación literaria de la onda, aquellos escritores jóvenes que publicaron en la década de los sesenta y que rompieron los moldes de la literatura moderna de México, y sin duda mis primeras lecturas profesionales. Platiqué del asunto con René Avilés Fabila y le encantó la idea porque había muchas cosas qué aclarar. De inmediato ajuste mi programa de trabajo centrado en cinco escritores: José Agustín, Gustavo Sainz, Avilés, Gerardo de la Torre y Parménides García Saldaña. El trabajo requería de mucha dedicación en su fase preparatoria: había transcurrido casi medio siglo desde el 1964 en que José Agustín publicó su novela La Tumba: siguiendo el método Borges, un libro que sigue teniendo atención y que luego de 50 años asumía la condición de clásico. Había que aclarar los conceptos básicos: escritores registrados, consideración generacional, temática, lenguaje y contexto político de cada uno, procesar y precisar obras. Avancé un poco más pero de nueva cuenta el proyecto se fue posponiendo por razones de mi trabajo en el periodismo político y en mis estudios de maestría y doctorado. De todos modos hice contactos: quedó bastante amarrado el de René; escribí a Agustín pero estaba un poco alejado de la vida cotidiana por su accidente en Puebla; contacté al hermano de Parménides y le gustó la idea; dejé pendiente a Gerardo porque ya lo conocía, somos paisanos oaxaqueños y sabía que no tendría objeciones. Quedaba Sainz, a quien yo no conocía personalmente pero de quien había escrito en la revista Proceso en 1978 reseñas literarias de dos de sus novelas. Mi amigo Eduardo Mejía me ayudó a conseguir su correo electrónico en Indiana. En ese agosto de 2011 le escribí a Sainz y le hice un brevísimo planteamiento de mi proyecto. Yo no era crítico literario sino lector, mi enfoque era de periodismo político; sin embargo, había leído a esa generación, la había razonado políticamente por su con-

tenido de ruptura sociológica y política y asumía sus novelas como un preludio de la quiebra generacional del 68. Creo que ese enfoque le gustó a Sainz porque me respondió con un menaje entusiasta y me invitó a verlo en Indiana después de la Feria de Libro de Veracruz. Pero ya a finales de 2011 se había desatado con dureza la lucha por la elección presidencial del 2012 y mi trabajo de columnista me exigía tiempo completo. Así que dejé pasar unos meses y traté de reconectar la relación en el 2013 pero ya no obtuve respuesta. Lo menos que supuse, por cierto, fue que Sainz ya no quisiera la entrevista. Más bien imaginé que estaba ocupado y dejé pasar otro tiempo. Pero Mejía me dijo que estaba muy enfermo. Así que la noticia de su muerte a principios de julio de 2015 no me cayó de sorpresa.

II Junto con el existencialismo literario francés, la onda fue de mis lecturas preferidas y recurrentes. Inclusive, en crónicas periodísticas traté de imitar la irreverencia hacia las estructuras tradicionales de la narración. A la vuelta de casi medio siglo, ese grupo seguía olvidado, sus propios miembros se negaron a revisar su papel y sus obras posteriores vieron sus primeras novelas y cuentos como una cuestión juvenil. De ahí que la llamada generación de la onda deba encarar algunas precisiones, lo quieran o no sus participantes:

1.- No fue una generación como tal: origen, preocupaciones, edades, alianzas, expresiones y agendas. Fue sólo un grupo de amigos. Una pequeña antología De los tres ninguno —Agustín, Avilés y De la Torre— documenta justamente la inexistencia como generación en cuanto a estilos o propuestas y edades: nada más amigos jugando a escritores profesionales. 2.- El lenguaje de la onda —uso de coloquialismos de chavos de clase media en crisis hacia la primera mitad de los sesenta como efecto de la globalización cultural traída con el rock— tampoco fue homogéneo; sólo lo usaron Agustín y Sainz, y no en toda su obra sino en las primeras, y Parménides la llevó a los espacios del caló —metalenguaje simbólico— en toda su breve obra. 3.- De la Torre y Avilés fueron más estrictos con su estilo lingüístico, sus temas fueron políticos, los dos militaban en el Partido Comunista Mexicano y estaban influidos por los estilos de José Revueltas: las clases desde enfoque pesimista. 4.- La caracterización de la onda la dio Margo Glantz en su libro ensayístico Onda y escritura en México, publicado por Siglo XXI en 1971. De todos modos, esa generación padeció una caracterización comercial como la del boom latinoamericano: sólo para referencias de uniformidad. Sin embargo, nunca hubo una precisión lingüística para precisar marcos teóricos de esa generación.


El Mollete Literario 11

15.07.2015 5.- La aportación de Agustín, Sainz y Parménides fue la ruptura del rigor del lenguaje y las estructuras narrativas, la aportación como mundo literario a narrar de los jóvenes y el descubrimiento de lectores ajenos en busca de novedades. Del lado contrario, otros escritores más formados también hicieron trizas la estructura de la novela: Salvador Elizondo con Farabeuf o crónica de un instante (1965), Fernando del Paso con José trigo (1966) y Julio Cortázar con Rayuela (1963). 6.- Las obras de Agustín y Parménides estuvieron vinculadas al consumo personal de droga, a la rebeldía juvenil en hogares rotos de clase media, en tanto que las de Sainz reflejaron más bien lecturas iconoclastas aplicadas a la realidad mexicana. René comenzó narrando, con lenguaje suelto, irónico y con alto sentido del humor, el mundo intelectual y su enfoque de política critica desde el PCM; y De la Torre tomó la temática de su entorno laboral en Petróleos Mexicanos y el mundo obrero comunista posterior a los conflictos narrados por Revueltas. 7.- El escenario literario intelectual de 1964-1966 en que se publicaron las primeras obras de los cinco estuvo marcado por el existencialismo, el descubrimiento y consumo de la marihuana, y los efectos deslumbrantes de la modernidad porfirista del alemanismo que contaría con precisión nostálgica José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto (1981) y que se extendería hasta finales de los sesenta.

Gustavo Sainz entrevistado por Elena Poniatowska, 1967.

8.- Los cinco eran, por así decirlo, bisnietos imberbes de la literatura de la Revolución Mexicana y de sus expresiones en Mariano Azuela (padres), Juan Rulfo (hijos) y Carlos Fuentes (nietos). Luego del mundo violento en las trincheras (Los de abajo) llegó la sordidez del México posrevolucionario (Pedro Páramo, el que fundó una iglesia en el desierto que dejó la lucha armada) y se convirtió en la fiesta clasemediera (La región más transparente), todo ello envuelto en el colapso inevitable del sistema político priísta. Como toda generación, la que publicó a mediados de los sesenta hubo de reflejar su contexto. En todo caso, lo que llamó la atención en los casos de Agustín, Sainz, Parménides, De la Torre y Avilés fue la ruptura de las limitaciones estilísticas, el uso desaforado del lenguaje y del estilo que por cierto tampoco era ninguna novedad después de sus lectu-

El escenario literario intelectual de 1964-1966 en que se publicaron las primeras obras de los cinco estuvo marcado por el existencialismo, el descubrimiento y consumo de la marihuana, y los efectos deslumbrantes de la modernidad porfirista

ras de Tristam Shandy de Laurence Sterne y sobre todo el James Joyce de Ulises, además del estiramiento de las normas literarias que hicieron Rulfo y sobre todo Fuentes en los cincuenta. De la Torre se apartó bastante de esas posibilidades porque su entorno fue de obrero petrolero, lejos, bastante lejos, de la clase media urbana de los otros cuatro. Hacia comienzos de los setenta, luego de comenzar a publicar como onderos en 1964, los escritores de esa generación dieron un paso adelante hacia novelas y cuentos ya sin el ritmo desaforado de los chavos de la onda. De hecho, su impulso como onderos duró menos de un lustro: Agustín publicó sólo dos novelas con ese estilo De perfil (1966) y Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973) pues La tumba (1964) tuvo un tono más existencialista sartreano-camusiano, y algunos de sus cuentos de Inventando que sueño (1968); Sainz utilizó el modelo ondero en Gazapo (1965) y La princesa del Palacio de Hierro (1978), pues Obsesivos días circulares (1969) fue más experimental y Compadre Lobo (1978) representó su transición hacia la literatura hermética experimental, inclusive hasta como ajuste de cuentas el descubrir que los chavos de la onda también estaban en la clase baja; sólo Parménides dedicó toda su obra al lenguaje rupturista de la onda derivada del consumo de drogas, pero quizá porque la muerte le llegó en 1982 a los 38 años de edad, ya no tan joven pero estacionado por efecto de las drogas, con el dato adicional de que sus cuatro obras fueron editadas en el corto periodo de 1968-1975: Pasto verde, El rey criollo, sus ensayos En la ruta de la onda y Mediodía. En este contexto, la referencia a la literatura de la onda ha sido más un espacio de identificación fácil de un grupo de escritores en el escenario de la literatura mexicana de comienzos de los sesenta y setenta. Eso sí, su estilo dejó la huella de la ruptura de los límites de las estructuras narrativas y de exigencias tradicionales del lenguaje y estimularon el dinamismo creativo de jóvenes que no tuvieron que esperar hasta sus treinta años de edad y la exhibición de madurez literaria para publicar. En la historia de la literatura mexicana aún hay un pasivo aclaratorio respecto a este grupo de escritores. A partir de mediados de los setenta, los caminos de este grupo de amigos se diversificaron. A pesar de contar con un estilo ya más maduro y depurado, sus novelas perdieron frescura quizá porque el peso del


12 El Mollete Literario

éxito se convirtió en una exigencia creativa mayor a la experimentación. En los hechos, ninguna de las novelas posteriores a 1975 de los cinco pudo superar la propuesta narrativa de las anteriores. O los autores se aburguesaron o les cambiaron el México de sus contextos literarios, todos ellos ya colocados en los espacios del éxito como narradores, o de plano ellos mismos aceptaron las reglas de la literatura a las que se rebelaron al principio. Como referencia simbólica quedan los párrafos finales de Compadre Lobo de Gustavo Sainz: “no sabíamos”, mientras el México de la realidad iba estallando en mil pedazos con las marchas del 68 y la violencia contra el sistema político priísta. Lobo sería el principio de la ruptura de Sainz para alejarse del ambiente juvenil burgués de sus novelas anteriores ahora con personajes de los bajos fondos de la sociedad. Luego de 1975, los escritores de la generación de la onda se perdieron en la realidad y en la literatura, sin demeritar la calidad de algunas de sus novelas posteriores si se leen aisladamente.

III De ahí que se le deba a los autores de la llamada generación de la onda una lectura sociológica y política de sus novelas: el México de 1960-1975. Nacidos entre 1938 (De la Torre) y 1944 (Parménides), su escenario de adolescencia transcurrió en los años 19551964, el México que salió de la devaluación del Sábado de Gloria de 1954 y la proyec-

15.07.2015 ción del ruizcortinismo como política de desarrollo estabilizador que construyó una clase media y estabilizó la economía para lograr tasas de 6% promedio de PIB y 2% promedio anual de inflación: fueron los hijos directos del milagro mexicano, de la república como cono de la abundancia, del México de mis recuerdos de la edad de oro del priísmo. La clase media mexicana —y la configuración de una pequeña burguesía— tuvo como catapulta el contratismo de obra pública que privilegió el alemanismo (1946-1952) y que prohijó una casta de beneficiarios fuera del gobierno. En este sentido, la burguesía posrevolucionaria que dibujó Fuentes en La región mas transparente (1958) y la burguesía militar también posrevolucionaria en La muerte de Artemio Cruz (1962) derivó en una casta elitista de clase media que comenzó a importar nivel de vida de EE.UU. El principal indicador se notó en la educación: los hijos de la clase media podían asistir a escuelas privadas y la UNAM era la fábrica de funcionarios públicos profesionalizados. Inclusive, la clase media constituyó una élite en escuelas públicas con calidad de vida y de educación. El rock importado de EE.UU. fue el detonador. La ruptura generacional de los sesenta no abrevó en el conflicto de clases. El modelo de la Revolución Mexicana agotó su veta de consenso cultural a mediados de los cincuenta con las primeras rebeliones campesinas, obreras y estudiantiles e hizo colapso a finales de los cincuenta con la represión a sindicatos controlados por el Partido Comunista Mexicano (ferrocarrileros, maestros, tranviarios, petroleros) y el encarcelamiento de sus líderes. El endurecimien-

to autoritario como mecanismo de control sistémico sustituyó la cultura ideológica posrevolucionaria. A ello se agregó el efecto sacudidor de la Revolución Cubana en su fase 1958-1962 que tuvo efectos importantes en los jóvenes universitarios y en del debate político (revistas El Espectador y sobre todo Política y desde luego México en la Cultura en Novedades, con algunos espacios de debate en la Revista Mexicana de Literatura). El existencialismo sartreano llegó como eco literario y como rebelión generacional en las relaciones de pareja, privilegiando el amor libre y el consumo de drogas como acto de protesta contra la cultura burguesa. La primera rebelión antiautoritaria en la clase media fue en la familia: la estructura verticalista de las primeras familias posrevolucionarias no asimilaron los vientos de frescura social llegados de fuera. La cultura perdió sus referentes hereditarios. La literatura contribuyó a romper el mito idílico de la Revolución Mexicana. El espacio de la cultura política ayudó a desmitificar el entonces presente. Los mecanismos de control de medios abandonaron justamente la cultura política y por ahí se colaron los efectos renovadores en la sociedad: la música, la literatura; la contracultura que redefinió Agustín a partir del rock y sus derivaciones en prácticas sociales. Los padres se dedicaron a ganar dinero, la estructura de la familia terminó de romperse con la cultura clasemediera de las casas chicas o familias fuera de matrimonio. Los hijos quedaron al garete, con recursos para viajes y distracciones. El equilibrio social ser trastocó. El México detrás del espejo revolucionario ha-


El Mollete Literario 13

15.07.2015 bía sido develado por Octavio Paz en 1950 con su Laberinto de la soledad y razonado políticamente en 1970 con Posdata. Agustín, Sainz y Avilés venían de clase media acomodada, Parménides de clase media en ascenso y sólo De la Torre era un obrero mayor de un cuarto de siglo trabajando en la industria petrolera. Hacia 1964 la ciudad de México se había sacudido con el movimiento de protesta de los médicos del sector público (la revolución de las batas blancas) pero el sistema fue lo suficientemente sólido para no ceder, reprimir y mantener el control. Los efectos de la revolución cubana no permearon en las clase medias pero sí en sectores ilustrados porque daba calidad rebelde a los que la apoyaban, aunque sin llegar a los efectos ideológicos de lucha de clases que narró Vicente Leñero en Redil de ovejas en 1972 con los choques entre revolucionarios y sectores católicos que gritaban ¡cristianismo sí, comunismo no! De todos modos, en el seno de los sectores sociales se incubaban y acumulaban virus de descontento. La Tumba de Agustín exhibe a un adolescente sin escenario del futuro, sartreano, viviendo en el vacío social: su vida como tumba. Las autobiografías de Agustín y Sainz (audaz experimento de Emmanuel Carballo para Empresas Edi-

toriales en los sesenta: autonarraciones de escritores en ciernes) revelan la formación cultural sin referentes sociales, viviendo al día en medio del desmadre, el alcohol y la marihuana (Agustín) y del desconcierto social (Sainz) y la protesta como ruptura sin límite (Parménides). Por tanto, su literatura tendría que referirse a su entorno: el desconcierto, la evasión, la furia destructiva de los demás, el desmadre. Pasada la fase juvenil de su literatura y con espacios de vida referidos a su éxito literario, la generación de la onda se desperdigó: Sainz experimentó las irregularidades del sector público y se fue del país, Agustín se ahogó en el disfrute del espectáculo, Parménides se siguió hundiendo en la droga hasta su muerte, De la Torre se mantuvo al margen sin variar su temática obrera y política y Avilés quedó atrapado en los espacios académicos. Ya formalitos, serios, escritores en toda forma, su literatura perdió frescura, careció de referentes y sobre todo eludió las rebeliones. El paso de la rebeldía al establishment les hizo perder iniciativas: Sainz se fue por la línea experimental que careció de esfuerzo y comprensión, Agustín se quedó atrapado en su lenguaje, Avilés se estacionó en el escenario académico estudiantil, De la Torre comenzó a repetirse.

Más que una evasión del análisis, la referencia a la literatura de su tiempo se acomoda a la generación de la onda. En la medida en que se identificó con la onda como una fase social de ruptura generacional de lenguaje, modos de comprensión de la vida y prácticas de socialización agresivas, la literatura expresaba una rebeldía; cuando la rebeldía se institucionalizó por el efecto desmovilizador de la violencia del Estado y la cooptación institucional, la creación literaria entró en una etapa de comodidad. El repudio de los autores a su encasillamiento en un concepto los condujo a romper su itinerario pero sin ofrecer nuevas opciones narrativas. Referirse a ellos medio siglo después es acotarlos a De perfil, Gazapo, Los juegos, Pasto verde y Ensayo general, aunque, repito, haya algunas novelas extraordinarias posteriores a esa fase.

IV La revisión política del México de los sesenta pasa necesariamente por el espacio cultural y éste no sería explicable sin el efecto motivador de los autores de la onda. Ciertamente que este grupo no influyó de manera determinante en el desarrollo literario posterior, pero habrá que encontrar alguna vinculación en la fase de experimentación de la literatura que comenzó — aún dentro de la formalidad— con Rulfo y Fuentes. A finales de los setenta y principios de los ochenta los jóvenes irrumpieron en la literatura con textos que tenían la referencia a la onda aunque ya con ciertos matices consolidados, pero ninguno a la altura de los de Sainz, Agustín, Avilés, Parménides y De la Torre. La muerte de Sainz a principios de julio, la enfermedad de Agustín y la muerte de Parménides deja a la generación de la onda en el vacío cultural y en la exigencia de explicaciones. De la Torre mantiene su línea política y Avilés sigue publicando y republicando. En cincuenta años han aumentado los espacios culturales para la literatura y se han multiplicado las generaciones. Sin embargo, como grupo, el de la onda fue quizá el último que ofreció una visión de conjunto en un tiempo específico. Pese a las bajas en el grupo, la onda sigue exigiendo indagatorias literarias más allá de los desdenes y las suspicacias. carlosramirezh@hotmail.com noticiastransicion.mx @carlosramirezh


14 El Mollete Literario

15.07.2015

Gustavo Sainz, hasta pronto Por René Avilés

M

e percato, al saber del fallecimiento de Gustavo Sainz, que soy parte de una generación que como tal no existió. Los que nacimos alrededor de 1940 y anhelábamos ser escritores, fuimos agrupándonos sin más ánimo que escribir e intentar dejar huella. Teníamos cosas en común, no nos gustaba el sistema. El nacionalismo nos agobiaba y tratamos de quitarnos de encima multitud de valores idiotas, cuando comenzamos a actuar. Era natural que nos hiciéramos amigos, intercambiáramos libros y sueños. Pero qué distintos éramos. Con el tiempo, al grupo original, se fueron sumando otros y unos más dejaron de escribir para convertirse en algo distinto al ideal común. A Gustavo lo conocí en 1962, a través de José Agustín, mi más antiguo amigo, con quien mayor tiempo he compartido. Ellos dos y Parménides García Saldaña parecían entenderse bien. El orden de aparición no importa, pero vale la pena decir que surgieron La tumba, Gazapo, Pasto verde y pronto el éxito llegó a la generación. El Centro Mexicano de Escritores, tan arrumbado, como muchos de esa generación que Margo Glantz tuvo la pésima humorada de calificar de la “Onda”, permitió verdades y falsedades y la existencia de modestas leyendas que ahora veo desmesuradas. La mayoría de nosotros, los que ya nos frecuentábamos, pasamos por esa prodigiosa escuela de escritores. Lo que es un hecho es que consolidamos la literatura urbana que hasta ese momento aparecía de manera esporádica, en casos aislados: El sol de octubre de Rafael Solana, La región más transparente de Carlos Fuentes, Casi el paraíso de Luis Spota, fueron al decir de Gustavo, un golpe que aceleró su desarrollo. Enseguida aparecieron Juan Vicente Melo, García Ponce, Ibargüengoitia, Del Paso y otros más. Era obvio, la literatura rural agonizaba y las ciudades crecían impetuosas con temas intensos y atractivos personajes. Nosotros éramos citadinos y nos fue fácil hallar nuestras tramas. Irreverentes e irónicos, rompimos con el lenguaje formal que era típico en la literatura mexicana. Pero fracasamos en dos cosas: una, consolidarnos como grupo generacional; dos, defendernos de las críticas exce-

sivas que aparecían con regularidad, en un medio hostil, que José Agustín y Gustavo Sainz parecieron derrotar. La última vez que escuché entre nosotros la palabra generación, me la dijo Gustavo Sainz durante una reunión literaria. Hay que apoyar a la generación, precisó. Pero poco o nada hicimos por ayudarnos. Mi vida académica la inicié en la UNAM, en Ciencias Políticas. Impartía materias vinculadas a la ciencia política y la historia universal. Gustavo era el jefe de la carrera de Periodismo, ahora Comunicación. Me pidió (era un hombre lleno de ideas originales) que me cambiara con él y que entre ambos podíamos enseñar literatura a los que deseaban ser periodistas culturales. Diseñó rápidamente un programa breve y complicado, él impartiría literatura latinoamericana y yo europea. Los cursos duraban un año. De esa manera estuvimos un tiempo, intercambiando las materias que bautizó con sentido del humor como “Literatura de la abundancia y Literatura de la pobreza”. Al mismo tiempo, ya narrador exitoso, hizo una o dos antologías y me puso en ellas, un acto de generosidad no frecuente en este país. Pero México no es fácil y Gustavo cayó en alguna de las pavorosas trampas del sistema. El escándalo lo obligó a no trabajar más en el INBA, desde donde solía ayudar a sus mejores alumnos, y salió de México. El resto lo sé por relatos de José Agustín y algunos breves encuentros que tuve con Gustavo en EU.

Además de ser complejo, el país sigue los refranes con devoción y le tocó a Gustavo aquello de santo que no es visto, no es adorado. Se nos fue olvidando. Mi último encuentro con él ocurrió en la FIL de Guadalajara, iba solo, sin el séquito que solía amarlo. Nos saludamos y le pregunté lo obvio: ¿qué andas haciendo? Aquí, me respondió, jugando al hombre invisible. Pese al éxito de algunos de sus libros, la burocracia cultural lo había olvidado, acaso por las mismas razones que lo arrojaron de México. De su grave enfermedad me informaron dos de sus alumnos que también fueron míos: Arturo Trejo e Ignacio Trejo Fuentes. Pensé que era una exageración: ¿Alzheimer avanzado? Pregunté a varios amigos comunes y nadie supo darme datos confiables. El jueves pasado en Puebla me alcanzó la noticia: había muerto. Recordé nuestro arranque literario, las pláticas iniciales. Cierto, no supimos ser una generación pese a que fue nuestro propósito. Nos separamos y tengo la impresión de que ya quedamos pocos de aquellos muchachos chiflados que comenzamos a escribir entre fines de los cincuenta y principios de los sesenta. Leer algunas notas sobre Gustavo, algo que hacía tiempo no veía, saber que no recibió los premios que merecía, me confirmó que la fama en México, como la memoria, son muy frágiles. www.reneavilesfabila.com.mx


El Mollete Literario 15

15.07.2015

Trans Por Canuto Roldán A Pier Paolo, salernitano. * ací el día que la casa se hundió entre las aguas. El día en que empecé a nadar en círculos sobre mi crepúsculo. El momento en que se abrió mi ataúd como un clóset y me vi con otro sexo y otra voz. Entonces mi cuerpo fue la hambruna y fue carnada, fue arrebato y fue ofrenda. Mi lengua quiso nadar para no ahogarse, mis oídos temieron la voz que no callaba, una voz de varios sexos, una voz sin claro nombre. Me hundía entre la marejada de mis piernas. Mi padre era una estrella oscura. Mi madre, la oscuridad estelar de las entrañas. Vi mi sexo transmutarse en pregunta. Vi todos mis agujeros apoderarse de mi voz. Vi todas las noches en mis ojos ciegos. Escuché mi voz sumergida en la voz de los silencios. Y comencé a rezar con furia. Como cuando está cerca el fin y la cúspide no se desdibuja y pesa más y más. Un ojo me miraba fijamente sin mirar hasta dejarme nacer de entre sus pliegues. Me concedió el placer y la tristeza como único perdón para mi vida. Abrí la boca y quise devorar todo hasta enroscarme y sentir todos los nombres impronunciables, todas las durezas imperantes, toda profundidad apretujándose. Lo que escuché fue una voz muy sigilosa. Una voz como un espejo ondulante, abierto y húmedo. Me abrí como ella y nací. Nací de nuevo con otra cara, otra voz, otras piernas que no dejaban de ser las mismas de ellos. Nací desnuda y sin palabra, envuelta en la quejumbre blancuzca de otra voz.

N

* ¿Cuántas voces necesitan tus labios para poder decirse? ¿Cuántos labios necesitan tus sonidos para gozar? ¿Cuántos dedos tus poros para poder hallarse? ¿Cuántos recuerdos para volverse a encontrar? ¿Cuántas vibraciones para poder sentir la luz ondulando en tu mirada? Desnuda no eres más que la pregunta de tu sexo Dirigiéndose a la liquidez de otra boca Desnuda no eres más que la plegaria de tu voz Afirmando la soledad de tu carne La maleabilidad de tus placeres Los infinitos nombres de tu ser * Desnuda mi voz entre tus piernas Desnuda mi lengua en tus solsticios Desnuda mi garganta en tu dureza Desnuda tu dureza en mi saliva Desnuda mi oquedad entre tu ritmo Desnuda Desnuda la llama demencial de mis escombros Como una fiera que pena el hambre Hasta que el hambre pene Y no deje de buscar dónde anidarse Hasta que el nido pene Y no pueda quedar desnudo Ni impronunciable Más que un aullido nocturno y a oscuras Desnuda como las aguas que enfurecen Y se elevan hasta hundirlo todo entre sus fauces Desnuda con el temor de un juicio Que se aferra y se agrieta Confuso y sin hablar

Desnuda memoria del océano Desnuda carne de la eternidad Hazme tuya entre tus savias Hazme tuyo entre tus huecos Para poderme acariciar la sombra Que va naciendo de mis letras Y ofrecerla a los labios de los que nacerán Náufragos de sus deseos Náufragos de sus territorios Porque quiero un voz que se confunda Una voz que se interrogue Una voz que sea apertura Una voz que sea el trote salvaje De una penetración ecuánime y voraz Como el hambre de los recién nacidos Como el deseo de los que buscan entre sus dedos Espejos de su propia piel Serpientes devorándose la longitud Y el ritmo de su tensión Como el deseo de las que hurgan entre sus piernas Una abismal semejanza en donde adentrarse para perecer Y descansar sus ávidas lenguas de voces sin palabra De voces sin palabra Puritito estallar de las vocales Sin contornos Desnuda lengua en las cavidades Para volver a nacer en las mareas Fotografía: Lucía López Canales

Sigiloso Desnuda tu hombre entre mis manos Desnuda tu esposa entre mis aguas Desnuda Para que pueda cantar Plegarias como enigmas Preguntas como conjuros Desnuda la voz de sus palabras Desnuda las palabras de sus preguntas Hasta que incógnitas se vuelvan De un silencio que anuda su sexo A la desnudez de sus deseos De sus ganas de nombrarlo todo Y de sentirlo todo entre los labios Para luego recordar que se olvida Lo inabarcable y tremendo en el placer Desnuda tu muerte entre las piernas Hasta volverte una líquida luz que al humedecer Todo lo oscurece

Canuto Roldán, pasante de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM. Participa con el Colectivo Contra la Violencia, el Arte; asimismo colabora en el Slam Nacional de poesía de la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (REDNELL). Actualmente es asesor de inglés en la ONG Enseña por México.


16 El Mollete Literario

15.07.2015

Ejercicios para respirar después del descalabro Por Luis Flores Romero

S

1.

iempre llega el momento de mirar a alguien que casi es (fue) nosotros y decirle “adiós” o “que estés bien” o “vete al demonio” o “hasta nunca”. Ese definitivo y riguroso adiós no pesa tanto por lo que fue sino por lo que vendrá. El adiós se convierte en una piedra, un peso fatigoso, una bola de recuerdos. Después de la despedida, viene la nostalgia como un hermanito malvado que agita sus dos piernas para burlarse del hermano cojo, recién salido de la amputación. Los recuerdos se convierten en palabras. Donde antes hubo un sitio para el aire de los afortunados, ahora sólo hay palabras. Hay un tremendo revoltijo de moscas verbales que no dejan ni dormir. Si tan sólo pudiéramos quitarnos la memoria como nos quitamos los zapatos. Los recuerdos nos llevan y nos traen a su gusto; nos ordenan buscar y no buscar, amar, escribir, odiar, temer, desamar. Volvemos a contarnos la historia de nuestra desgracia, y nos revolvemos en eso que pasó y parece que no deja de pasar. El escritor brasileño Carlos Drummond de Andrade poetizó dicho síntoma:

En medio del camino había una piedra había una piedra en medio del camino había una piedra en medio del camino había una piedra. Nunca me olvidaré de ese acontecimiento en la vida de mis retinas tan fatigadas. Nunca me olvidaré que en medio del camino había una piedra había una piedra en medio del camino en medio del camino había una piedra.

Muchos quedan empedrados casi totalmente. Van por una calle y se miran pasar cuando eran felices, y ése que pasa feliz mira al que pasará cuando se convierta en triste, mira al que mira que lo mira. Todo por no saber (poder, querer, intentar) olvidar; “cuántas luces dejaste encendidas, / yo no sé cómo voy a apagarlas.” Todo por repetirse en múltiples personas del pasado, congregarse con los que han transcurrido.

La mente de ellos es un encendedor de fantasmas; apenas prueban algo y ya tienen un fantasma en la punta de su lengua. Los nostálgicos empedernidos desarrollan una especie de piedra. Aseguran que la piedra es irremediable y que es un gran error gastar la vida intentando extirparla. Es como si en la recámara existiera un desagradable aroma: tal vez al principio el respirante se esfuerce en esfumarlo, pero no se irá, no habrá más solución que ignorar ese problema; es la única manera de hacerlo desaparecer o de pensar que desapareció. Claro que es difícil ignorar un mal olor, no es como ignorar una mancha en la pared o una letra en un cuaderno, es algo que existe mientras respiramos, y no por eso dejaremos de respirar. Así la piedra. Mientras los nostálgicos nostalgien, mantendrán un signo pétreo, nunca olvidarán que en medio del camino había una piedra. La memoria del nostálgico tiende a convertirse en un túnel de padecimientos; por ahí viajamos de repente, incluso sin querer, y sentimos que alguien nos patea, que nuestro pasado insiste con sus mordeduras. “Recordar, cuando uno es o está solo, duele más / que imaginar: eso es lo que queremos demostrar”, escribió el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. La problemática empedrada ha sido, desde siempre, materia de poesía. La piedra impulsa a la mano del autor. Pero el proceder pedregoso no es recomendable, ni siquiera en los artistas; “a mí no me gusta la nostalgia. La nostalgia es venenosa” sentenció el telúrico Gonzalo Rojas.

2. No siempre existe la fortuna de mirar en la cristalina fuente los deseados ojos que tenemos dibujados en las entrañas. San Juan de la Cruz, patrono de los poetas, pudo saciar su deseo: el alma fue correspondida por el Amado, el ciervo tenía la herida amorosa. San Juan registró un final feliz: la deseosa es deseada y el deseo se consume en una noche de envidiable unión: ¡Oh noche, que guiaste! ¡Oh noche, amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada!

Salvo los poetas místicos, el resto del gremio se da de topes en la frente: lo más deseado nunca llega; es un destino trágico del escritor, es enfermarse de futuro. El mismísimo Garcilaso de la Vega contrajo este mal: “Aquéste es el deseo que me lleva / a que desee tornar a ver un día / a quien fuera mejor nunca haber visto”. Si esto le ocurría a Garcilaso, ¿qué será nosotros, los mediocres, los que no escribimos poemas o, peor aún, los escribimos con la certeza de que no tendrán resonancia alguna? Nos enfermamos de deseo y el futuro nos da sus latigazos por pensar en el después. Cada que nos invada esta comezón, deberíamos recordar a Jorge Luis Borges: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”. Ahí donde esté el deseo vengativo o misericordioso, es necesario ejercer el arte de olvidar. Incluso también el deseo erótico debe ser suplantado por el olvido: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, hablo de bajarte los calzones”; en este caso, es más conveniente intentar quitarse el deseo de uno mismo que intentar quitarle los calzones a alguien más.


El Mollete Literario 17

15.07.2015 Richard Davis, sueño de caída libre

un poco en todo lo que vamos olvidando. Vivir es siempre ir a tientas por el tiempo. Cuando sentimos un muro que parece impecable ante el olvido, lo único por hacer es esperar. Todo se escurre, tarde o temprano, de nuestra mente. Gracias al olvido, somos lo que somos. Olvidaremos la música escuchada hace un par de horas; olvidaremos lo que este día comimos, soñamos, vimos, olimos. Somos una envoltura que se vacía y se llena paralelamente: sustituimos un recuerdo por otro que también habrá de caducar. Sólo nos queda agradecer y aceptar este desmoronamiento. Siempre está abierto el portón por donde escapan nuestros variados episodios infernales. Olvidar es un regalo.

3. Somos olvido. El olvido nos rodea y nos invade. Alguien vivió hace quinientos años, hizo y deshizo, habitó el planeta, amó, desamó, se reprodujo. Cincuenta años después de su muerte, alguien lo recordaba todavía. Apenas un siglo más tarde, ya nadie podía recordarlo. Eso nos sucederá a todos: más tarde, dejaremos de existir incuso en la memoria de los otros. Somos olvido, aun cuando la soberbia nos inste a querer erigir un monumento más perene que el cobre (escribir versos), como si en verdad fuera posible grabar nuestro nombre, como si eso fuera sinónimo de inmortalidad. No hay que tropezar, entonces, con la urgencia de mirar el porvenir. Desear es astillarnos en una sopa de posibilidades y mundos alternativos que pocas veces serán verdaderos. El único mundo predecible y seguro es el olvido; encaminarnos a él es la más sensata cura a nuestros achaques. Todos los datos inútiles se desprenden sin esfuerzo; pasa lo mismo con aquellos que consideramos útiles; al final, ninguno importa. Somos una biblioteca en perpetuo desalojo, estantería que constantemente se deshoja. Hay páginas que no quisiéramos aventar a la basura, momentos que luchan por no caer al precipicio: se sujetan al borde de la memoria, luego llega un ventarrón y los expulsa para siempre. Más bien el ventarrón nunca se marcha; siempre está soplando con un ánimo de mandar todo al basurero. De las mil acciones cotidianas, sólo una habrá de perdurar en la memoria; el resto pasará a la lista de las anulaciones. Olvidar nos vuelve aire. Dejamos de existir

Seguramente, en tus épocas de dicha, quisieras recordar cada mínimo detalle. Odias el olvido a medida que amas tus recuerdos. Maldices haber olvidado gran parte de esa experiencia donde parecía que el tiempo quedaba inmóvil por un beso. Sientes todavía la humedad del beso. Te entristece no tener en la memoria la conversación que sostuviste antes del beso. Aún conservas la frescura de esa conversación. Después, viene el día del descalabro, quisieras olvidar cada mínimo detalle, maldices ese olvido que tarda mucho en llegar. El presente pareciera tu enemigo: buscas volver atrás o saltar un poco hacia adelante. No te das cuenta que si retrocedieras o avanzaras lo harías con el desastre que eres en este momento. Piensas en una persona que te azotó como una almohada llena de polvo. La piensas más que a ti mismo. Por demasiada sed la piensas, por horas insalubres, por inercia, porque te vacías, porque no te acostumbras al presente. La piensas como si de verdad te hiciera falta. La miras en cada una de tus estaciones. Volteas a todos lados y a todos lados vas con ella y das con ella. Las palabras la acumulan, los caminos la presienten. La pones debajo de tu pluma, la escribes, hablas de su cuerpo, la coleccionas en cada espacio. No puedes ni sabes hacer otra cosa. Eres un ropero saturado de prendas que ya no quieres ocupar y no sabes dónde dejarlas. No tienes otra opción: ese ropero se tiene que llenar de olvido. El olvido es el cómplice que necesitas. No hace falta salir a buscarlo, basta con que te quedes fijo en tu presente. ¿Cómo anclar en el presente? Respirando. Somos respirantes. El futuro nos atemoriza, el pasado nos envenena. Tormen-

tos propios de la condición humana. Somos tal vez la única especie que se tambalea en el presente. No existe calendario para los árboles, ni existe día lunes para los pájaros; no hay ayer para los peces ni mañana para las moscas. La conciencia del tiempo es una carga inquisitiva; por eso hacemos libros, música, retratos, epitafios, pinturas. Sucede que el ahora es un piso resbaloso, en cualquier instante perdemos el equilibrio y nos damos golpes de reloj, trancazos con lo acontecido o con lo que pueda suceder. Respirar es nuestro único ahora. El presente es una lancha movediza; querer salir de ella para regresar o adelantar el tiempo es igual que hundirnos o atorarnos. Respirar conscientemente es controlar los remos. Esto se sabe y se olvida. Esto se ha dicho en tantos lugares (desde el Tao Te King hasta en un anuncio de refrescos); pero no es fácil tenerlo siempre en cuenta. Se trata de un aprendizaje que exige mucho de nosotros. El antes y el después no se eliminan por completo; la nostalgia y el deseo son dos amenazas con las que solemos encariñarnos. El tiempo estorba cuando no nos deja respirar; pasado y futuro nos distraen de esa única tarea; pero nuestra casa es respirar y respirar es el presente. Nos despedimos con todas las consecuencias pedregosas; nos proponemos olvidar con el riesgo del fracaso. Entonces, nuestra vida se ensucia de nostalgia y de deseo. La respiración, como ya se dijo, es la forma de aliviarnos. Es aquí donde el poema entra en juego: basta memorizar un par de versos y mezclarnos con nuestra respiración para que el daño amatorio se reduzca. Todos somos libres de elegir un modo de respirar. El poema es sólo una de tantas vías para gobernar el aire. Tener en la memoria un texto poético y salir con él a la calle es un ejercicio que nos redime. Los versos bajan a nuestra lengua, los decimos y nos hacemos dignos del presente. Decir un poema de memoria es un proceso respiratorio más lírico que eólico; es la mejor terapia para los que han dicho “adiós”. Luis Flores Romero (Ciudad de México, 1987), Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado en algunas revistas impresas y electrónicas como La palabra y el hombre, Casa del tiempo y Punto de partida. Es autor del poemario Gris urbano, publicado en 2013 por la UACM. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los períodos 2010–2011 y 2011–2012. Actualmente es locutor radiofónico y comparte poesía satírica y burlesca en la Fan page Lufloro Panadero


18 El Mollete Literario

15.07.2015

Semilla Insólita Por Lydia Zárate

Claroscuro en yo mayor Sin duda viene de dios este afán mefistofélico de hacernos tropezar con la ternura. Esta sutilísima insistencia a tendernos ascensos casi domesticados hasta el ovillo de la sorpresa.

A Tere Bustos Ahí está tu pequeña ferviente, tu madeja de ternura ascendida a los refugios del silencio, a la hierba breve de tu niña cuidadora, de tu musa transparente. Te ovillas en su clepsidra con tu plumaje de agua, con tu ánfora colmada de esferas, mientras Tobías desordena los hilos cuidadosos de tus sílfides con su sed itinerante, con sus duendes agazapados eclosionando en torrente por la cama. Nos entregas a tus ciudades aéreas, a tus fabulosos transcursos, a tus pausas cristalinas. Y vuelves a gotear ternura con tu suerte indispensable, con tu calma ungida, con tu certeza de bandera viva. Nos entregas como letras apacibles a la voz que llevas como luna en la garganta, a tus diásporas radiantes, a tus ábsides remotas… al enceguecedor umbral de luz de donde estás llegando.

Desde el tejado Te mezo tendida, desde las letras con que tropieza mi voz, desde mis lunas de cartón, desde el tejado sin sus huellas, sin sus girasoles tristes. Te mezo desde la hierba enternecida de mi sombra, con un papalote repentino y el frío desdibujado de mis zapatos, con tanto musgo en mi silencio…

Proyectamos nuestras pequeñas sombras diligentes sobre su territorio azul acuartelado por palomas, como para obtener la gracia por contagio, por soledad… como esperando guarecer borrascas próximas. Habría que mostrarnos al asombro de la máscara, llevar un encendido arlequín a la farsa del yugo, portar hadas sospechosas en las manos, confeccionarse collares silenciosos, llevarlos enredados en la muerte. Sin duda venimos de algún desconocimiento de la corola, de la distraída diáspora de algún polen, de algún botón desdeñoso, de ningún relente… Ya no es amoroso recurrir a la piedad de la noche, al cable pertrechado del atardecer, al tedio regocijante de los muros. Ya no hay desahucio ni cocina, amor es suicidar las manos impuestas, procurarle a la luna un ánfora desmedida, una acequia, un volumen dispuesto donde verter la obstinada albura. Queda el ganso y su aleteo furibundo, su graznido persistente, horadante, el sueño enajenado de sus días repetidos… Y el recurso infinito de contar segundos hasta sangrar. Autor: Maria Bazana


El Mollete Literario 19

15.07.2015

Saudade

Puertas

Necesito que te ausentes. Volver a la vigilia del ruido, pobre y buena, con mi humilde iluminación temblando por sobre todas las cosas.

Remedios a mi denuedo, a mi mudo parecer de roca en firme. Se van mis tristezas arrastrando a su destino, como segundos a la conciencia del tiempo.

Necesito recordar la fachada del día, el nombre de los árboles, posar para tu boca, para los lugares de la música, rozar la fuga de las flores que me alcanzan. Y efervescer si vuelve el sobresalto, el luto, la ceguera acusando algún nicho, el refugio donde vuelcan las horas sus muertos importantes. Y ocupar la silueta dócil, desposeída de mis huellas, las tendencias del agua, el polvo que asoma desde nuestras cosas, los umbrales menguantes de mis manos. Y llevar el asalto de la orquídea, el signo convaleciente de los muros, las voces obstinadas que se alojan en las grietas a mi colección de amuletos, tristes beneficios de lo invisible.

No basta más que el acertijo de las horas, un amotinamiento de ausencias y el anzuelo del indicio: ya vuelven los segundos acarreando sus minúsculas cargas de conciencia, la sangre y sus contragolpes, las sombras arrimándose a mis pies como animales mansos. Hoy mis soles están por dentro, soy una inconclusión del fuego, un amasijo de indultos y arrebatos, un vértigo reuniendo sus pedazos al pie de la escalera. No respondas a mis sobrenombres de papel repitiéndose por debajo de la puerta, acuclillando sus razones como aves sumisas, replegando su trémula osamenta por los ductos de las sombras. «Desencuentros brutales como puertas batientes», te dije, sin saber que serías pronto tú detrás del mundo.

Fotografía: Lucía López Canales

Lydia Zárate (México, 1976). Autora del libro Semilla Insólita, publicado por la Editorial Torremozas en España y presentado en la Feria del Libro de Madrid en Mayo del 2009. Premio Nacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal 2011. Premio de poesía Griselda Álvarez 2013. Becaria del programa Apoyo de Estímulos a la Producción Artística 2011, otorgado por el Gobierno del Estado de Querétaro a través del Instituto Queretano de

la Cultura y las Artes. Forma parte de las antologías Hijas de diablo hijas de santo: poetas hispanas actuales (2013) y La república en la voz de sus poetas (2012). Su poema “Condolencias” fue publicado en la Revista de la Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba, en septiembre del 2006. Sus poemas han sido publicados en distintas revistas literarias nacionales e internacionales. Actualmente es Editora de la revista digital La que Arde.


20 El Mollete Literario

15.07.2015

Alfredo Ontiveros: El primer beat mexicano Por Luis Villalón

A

lfredo Ontiveros. (Cuernavaca, México 1934—París, Francia 1984) La obra de Ontiveros podría considerarse la precuela necesaria a la literatura de Onda mexicana de los años 70, exponentes como José Agustín, Gustavo Sainz y Armando Ramírez adeudan mucho a su trabajo. Textos crudos, renegados de cualquier academismo, hijos de borracheras en pulcatas sucias y tertulias de mariguana con el mismísimo Kerouac en el mítico departamento en Orizaba 210. Ontiveros abandona la carrera de derecho en la UNAM a los 20 años para dedicarse de tiempo completo a sus estudios literarios autodidactas, horas y horas repasando los libros de la generación perdida en la vasta biblioteca de dicha casa de estudios sería su gran vicio y la chispa que detonaría su creación literaria. Su primer acercamiento con el mundo editorial pasa desapercibido, un poemario romántico y mediocre titulado Las llagas de la rosa, volumen de apenas 15 poemas solventado por el mismo autor y con un tiraje de 200 ejemplares, publicado por una imprenta ahora desaparecida. Dicha colección es ahora un tesoro para estudiosos de la obra ontiveriana, nunca ha sido reeditada.

En aquellos años Ontiveros coqueteaba con la flamante literatura Beat estadounidense, y no sólo a través de la lectura de sus obras, sino aprendiendo directamente de los autores, en esa época exiliados por gusto propio en la colonia Roma de la ciudad de México. Cuenta la leyenda que un joven Alfredo conseguía mariguana de algún sembradío clandestino en C.U. a Kerouac y a Burroughs, dato no comprobado pero para nada descabellado tomando en cuenta la posterior personalidad adictiva y los diversos encontrones con la ley de Ontiveros. La influencia de sus amigos gringos, y por ende, el acceso inmediato a obras recién publicadas por la librería City Lights Books del también poeta Beat Lawrence Ferlinghetti, intervinieron de sobremanera en su segundo —y por suerte reeditado— poemario: Dossier de Antípodas. Un verdadero chapuzón en la mente de Ontiveros, en el ser mismo; versos libres que inevitablemente se vuelven una prosa desesperanzada, visiones de un joven adicto a las anfetas o como él lo expresa en su poema La noche de la noche: “Gajos de cerebelo/embalsamados en mediocridad”. El volumen fue prohibido y satanizado por la sociedad conservadora mexicana de los 50 William Burroughs

Jack Kerouac

y el gobierno de Ruiz Cortines. Un montón de incoherencias vulgares para algunos, un brebaje de rebeldía poética para otros, como en el poema El aura de la noche: “El hígado es convulso/¡Ayayayayay!/la panochita de María Félix”. El reconocimiento mundial de Ontiveros llegó en el 61 con la publicación de su primera novela: No, texto que narra los pensamientos en primera persona de una mujer húngara, anterior prisionera del campo de concentración en Auschwitz, mientras se masturba y alucina por una fuerte dosis de opiáceos en un hotel de Acapulco. Una novela exquisita que mezcla hechos históricos con ficciones provenientes de las voluptuosidades de la mente, un texto que con sus más de 700 páginas plagadas de monólogos que recuerdan a Samuel Beckett, se considera una de las obras fundamentales y más infravaloradas del Boom Latinoamericano. A principios de los 60, Ontiveros fue un pronunciado activista de la revolución cubana y biógrafo epistolar de Camilo Cienfuegos, trabajo inconcluso por la desaparición del guerrillero cubano y publicado años más tarde por el Fondo de Cultura Económica bajo el título De la demencia al paraíso: Relación epistolar OntiverosCienfuegos. El apoyo político de Ontiveros, lejos de crear conciencia, desvirtuaba la incipiente revolución cubana, dado a sus incontables escándalos de abuso de drogas y alcohol. Durante esa época fue encontrado en diversas ocasiones, vagando en estado indigente por la Narvarte. No concedía entrevistas, estaba enemistado con práctica-


El Mollete Literario 21

15.07.2015 Neal cassady

mente todo el mundo del círculo literario mexicano de los 60. En un breve manifiesto publicado en 1963 Literatura y plusvalía escribe: “Todos los escritores de mi generación son unos putitos, sobre todo Carlos Fuentes Yo busco ser una súper-ramera; pero no del sistema, sino de la realidad”. En el 65 publica su segunda novela, El Señor Presidente, una historia distópica sobre un presidente latinoamericano y sus encuentros eróticos sadomasoquistas con todo su gabinete y varios altos generales de la milicia norteamericana. Uno de los capítulos más memorables es cuando el presidente es empalado a una ametralladora —por orden propia— y ésta se acciona “accidentalmente” destruyendo por completo el tracto digestivo del mandatario libertino, quien, a su vez, usa el presupuesto destinado a la educación para reconstruir su ano con tejido robótico hipersensible y, de este modo, seguir disfrutando plenamente su sexualidad. El libro concluye con la constitución de ese país latinoamericano ficticio, 236 artículos y clausulas ambiguas, que hacen las delicias de la demagogia mientras la realidad vivida es una tiranía esclavista. La novela estuvo prohibida 40 años en todo el continente americano, sólo fue editada en Europa. Se rumora que Stanley Kubrick planeaba una adaptación cinematográfica antes de fallecer, el bosquejo de un primer guion da constancia del mito. A finales de los 60, Ontiveros viajó a Los Ángeles California donde comenzó a escribir obras para el grupo de teatro experimental influenciado por Antonin Artaud: Paradise New. Las tres obras que escribió

Ontiveros carecían de significado en el teatro convencional, un montón de frases inconexas de corte surrealista, ataques enfáticos a las instituciones religiosas, militares y políticas mezcladas con aleatorismos; por ejemplo, en su obra del 69, Nosotros, se incluyen 4 recetas para hornear pavo, seguidas de un collage de frases del Corán, todos los actores aparecen en primera instancia desnudos improvisan bailes y poesía mientras van vistiéndose de payasos con máscaras de Halloween. En estas actuaciones Ontiveros conoce al poeta James Douglas Morrison, también conocido por cantar en la banda The Doors, inmediatamente se forja una amistad cimentado por la pasión de ambos por la literatura y la bebida. Dicha amistad llegaría a su fin cuando Ontiveros entró en un debate acalorado sobre existencialismo, tras una noche de copas, con el compañero de banda de James, Robby Krieger. Ontiveros golpeó a Krieger en el ojo produciéndole un moretón, Ontiveros fue expulsado del bar, berreando en español: ¡Camus es mejor, Camus es mejor! Durante gran parte de los 70 Alfredo se mudó a París donde trabajó traduciendo al español obras de Lautréamont, Piere Louÿs y Georges Bataille. También se mantuvo ocupado en una novela de la que poco se sabe hasta la fecha, amigos cercanos se contradicen cuando hablan sobre la trama, aunque bien pudo ser una obra monumental con gran diversidad de episodios. Lo que es un hecho es que Ontiveros, tras una pelea con su mujer de aquel entonces, la actriz de cine porno italiana Donnalee Marafioti, en completo estado de ebriedad, quemó el departa-

mento donde habitaba en el barrio Latino, junto al inmueble, el trabajo de casi una década se esfumó en minutos. Es probable, dado el misticismo que envuelve a la figura de Ontiveros que no tuviera nada relevante escrito, y que por eso no dudara en quemar todo. Aunque debido a la calidad estética de la obra de Ontiveros en últimas publicaciones, se especula que se perdió una obra que redefiniría la literatura del siglo XX. En Febrero de 1984, Ontiveros fue diagnosticado con un cáncer terminal de hígado. En Marzo del mismo año se suicidó lanzándose a las vías del metro de la estación parisiense de La Motte-Picquet-Grenelle. En los restos de su ropa fue encontrada una nota de despedida que citaba “Good bye, culeros”. Hasta la fecha no ha aparecido ninguna obra póstuma. Ontiveros es considerado hoy en día uno de esos escritores adelantados a su época. Dejando a un lado su vida de excesos y concentrándonos por completo en su estética literaria, a Alfredo Ontiveros se le debe mucho de lo que se entiende por literatura experimental, un total parteaguas para el género. Esa prosa tan efervescente y poética que logra mantener el relato con la vívida violencia que requiere. Sus personajes palpables, con cuadros psicológicos tan excelsamente logrados. Su obra poética no se queda nada atrás, un juego consigo mismo, una carrera de relevos entre sentimientos desesperados y el absurdo total, una mente que no conoce barreras más que las que ella misma crea sólo para destrozarlas de la manera más audaz. Siento que adular de más a Ontiveros resultaría de total repugnancia para el autor y me calificaría de “lamehuevos”. A poco más de 30 años de su partida, el mejor homenaje que se le puede rendir es ir a la librería más cercana, robar —como a él le hubiera gustado— un ejemplar de No, dejarse seducir por uno de los escritores imprescindibles, ya no de México sino del mundo, beber una botella de whiskey y quemar el libro, o, mejor aún, arrojarlo a las vías del metro. “Camaradas escritores, salgan, cojan, beban, incluso amen. Toda intertextualidad ha muerto”. Alfredo Ontiveros 1984 Luis Villalón, México, D.F. 1987. Egresado de la carrera de periodismo en la FES Acatlán. Escritor a tientas. Co-creador y colaborador frecuente en el blog de literatura de-tetas.blogspot.mx Bajista de la banda de Hard Rock: Xkeban. Comediante.


22 El Mollete Literario

15.07.2015

Joven en cuarto de hotel

Modigliani, México, 2010 (Obra póstuma) Por Ximena Cobos

D

esperté en la cama del cuarto de un hotel: Motolinia no sé qué número… No tenía resaca, la pastillita verde que me puso a dormir en tan poco tiempo evitó que continuara bebiendo después que llegara al hotel, aunque no sepa la hora en que ocurrió esto. Tenía el vago recuerdo de la pastilla verde y el trago de cerveza, de las chelas en Las escaleras, de saber la presencia de alguien que no lograba ubicar con la mirada, de las calles animadas y húmedas del Centro. Había olvidado el pasillo del hotel que supongo tuve que recorrer para llegar a la habitación en que me encontraba ahora, también tenía perdido en mi cabeza ese momento en que entré al cuarto y todo lo que pasó antes de quedar dormida. Me levanté al baño, eché un poco de agua sobre mi rostro y me asomé por la ventana. En el mundo de las calles el movimiento de luces y sonidos parecía fluctuar entre las nueve de la mañana y las diez. Entonces, en esa justa hora indefinida, lo vi: Joven en cuarto de hotel, Modigliani, México, 2010 (Obra póstuma): dos camas individuales con colcha azul marino, grecas desgastadas; una aún tendida, sobre esta un poco de ropa, el resto regada por el suelo de la habitación; un par de mochilas recargadas en la pata del tocador, semiabiertas; un espejo grande y ovalado con marco color oro; tapiz amarillento; cuadro colgando entre ambas camas con la figura del nacimiento de Venus; entre sábanas y colchas un joven recostado con el cuerpo casi descubierto; piel morena, cuerpo muy delgado, labios pequeñitos, cara alargada y oval; ojos, cerrados aún, también de un tamaño casi diminuto; cabello lacio y negro rodeando la circunferencia de su cabeza, con una caía suave sobre su frente. Aquella figura joven abrió los ojos y me miró con ese tipo profundo que lo expresa todo sólo en ellos, su nariz delgada y algo alargada separaba esos dos pozos famélicos llenos de tanto corazón. Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro de rasgos de escala menor a lo convencional. Ahí parada, muda, mirando aquella pieza, sentí como

si me hubiese perdido de algo en toda la noche que dormí. Sin duda, el D.F me había dado tantas cosas, a mí y a muchos vagos noctámbulos más, pero esa noche caminando por las calles del Centro, con medio frío y medio calor, con unos tragos en mi cabeza, con la luz proyectada desde los charcos que quería saltar, con la soledad de ser tan tarde, me entregó un sueño que no olvidaré jamás, a pesar de los nubarrones que conservo. Fue como hallar un tesoro que yo valoraría más por el resto de mi vida que cualquier curador del Guggenheim. El teléfono de la habitación sonó a las 11:45, el recepcionista me recordaba que el cuarto vencería en 15 minutos. Me puse la ropa sin si quiera darme un baño. Aquel momento en que nos descubrimos realmente juntos, salimos a desayunar después de la llamada que nos obligó a dejar atrás las paredes. Anduvimos la otra cara de Madero, Bolívar y Tacuba; iluminadas, concurridas, con el sol asomando en las esquinas y a las puertas de los museos. Llenas de ruidos, de voces, de notas a veces desafinadas. Y entre todas esas visiones, él me tomaba de la mano con ese sabor morado que nadie Amedeo Modigliani

había llevado hasta mis labios nunca, yo lo miraba de soslayo al caminar, con su figura de movimientos raros y su estructura bidimensional. Entramos en una calle por la que nunca había caminado. Todavía quedan tantas que mis pasos no sé si las cubran alguna vez, pero esta no la olvido desde ese mediodía a su lado. A la salida de aquella que para mí quedaría marcada como una mítica calle del Centro, hallamos la banca que debíamos ocupar unas cuantas horas más, hasta llegado el momento del final, digna de mi personaje robado del cuadro que Amadeo perdió una noche, lejos de su estudio. El sol caía perfecto para calentar nuestros cuerpos de aquella mañana, que no serían los mismos ni antes ni después. Platicamos de nuestras vidas a más no poder, rascamos en lo más profundo de nuestros recuerdos procurando no olvidar nada, vaciando todo de nuestras mochilas como si pudiéramos conocer mañas y manías con sacar papeles arrugados, credenciales sueltas, plumas chorreadas, lagartijas aún vivas, arcoíris atrapados en paletas, pinceles para autorretocarse y evitar por sí mismo el paso del tiempo en una piel de lienzo.


El Mollete Literario 23

15.07.2015 Reconocíamos muy a nuestro pesar que no volveríamos a vernos, porque el joven delgado y serio habría de regresar por la noche a aquella misma calle por la que pasamos juntos, pagar una vez más la habitación, subir no sé cuántos escalones y colocarse en la cama desnudo, semidescubierto, y entonces no despertar por el resto de sus días, soportando la pesadilla de saberse observado por mil ojos diferentes, sin poder abrir ni un poco los suyos, sin encontrar nada del mundo de los demás, salvo en sus sueños, que a nadie podía contar porque su condena de dormir toda una vida en que se iba desgastando sobre una pared en alguna galería era el destino que un ebrio magnífico le había dado. Por desgracia o fortuna, yo no apareceré en esa pintura, como aparecí aquella mañana parada en el quicio de la puerta del baño cubierto por una pintura azul casi cielo, recargando mi peso en el hombro izquierdo, con las piernas una frente a la otra, un abrigo gris y mis pantaletas; aun cuando el espacio perpetuo sobra. No sé si esto se deba a un destino insoslayable o a que aquel día tan sólo fue una de esas vueltas de las que habla Bob Dylan en alguna de sus canciones. Mi relación con esa obra sobrepasó los límites de los museos, puse los pies más allá de la línea que hace sonar alarmas, mientras la noche se deshacía fuera del hotel, entre ruidos vagos de autos pasando por una avenida grande, central, iluminada y húmeda. Me enteré más de lo que cualquier documental puede contarte. Yo supe no sobre el pintor, no sobre el artista, no de la relación entre modelo y autor, ni del momento en que él posó para mi alcohólico talento de instinto suicida italiano. Me contó hasta sus manías que recordaba de cuando era niño, aunque su escasa tridimensionalidad no lo dejaba ser normal. Pero, inevitablemente, tenía que llegar el momento de la prolongación del desmayo nocturno, detenerse en ese instante que casi está por terminar, con una luz que apenas se cuela por la ventana inservible, sin reparar ni revelarnos qué hubo pasado en esa noche que lo trajo hasta ahí, ni los días tras esa instancia. Quedar justo como lo conocí, lo reconocí y lo recuerdo.

Autor: Maria Bazana

A la caída del sol, con plena consciencia del destino siguiente, me anduve de su mano hasta el último punto en que podíamos estar juntos. Al despedirme, un abrazó que olía a su piel de tintes oscuros, de una mezcla perfecta, vino a revolcarme los sentidos. Rosé sus labios de sabor morado y los tomé por última vez con tanto deseo de que no se terminara, de que alguien nos dibujara si quiera. Tiré la foto mental de sus ojos en ese rostro a veces lánguido que me anunció que era hora de irnos. Producto de una borrachera que había traído a Modigliani hasta una cantina del

“Ximena Cobos CRUZ (para no olvidar el puerto que le puso a mi sangre la necedad de buscar calor a toda costa), es una mujer que a sus 26 años busca titularse de la carrera de Letras Hispánicas, pero que, ya que la única montaña rusa a la que me he subido es a la de las emociones, escribo en todas las hojas que me encuentro textos muchas veces ininteligibles. Por ello, me declaro una de las categorías faltantes en el Manifiesto Infrarrea-

Centro de la Ciudad de México, con la pintura bajo el brazo, fue el amor fugaz más duradero que jamás quise tener porque lo perdería en 24 horas. Un regalo que Amadeo dejó olvidado, sin intención o destino fijo, a la mañana siguiente en que despertó, aun borracho, en una calle desconocida de arquitecturas mezcladas y se enfiló entre tumbo y tumbo a su estudio en Montparnasse, donde seguro lo esperaba Jeanne, embarazada… P.D: Afortunadamente, eras una de esas pinturas a las que Modigliani si le puso ojos.

lista de Mario Santiago Papasquiaro: El Caos Total. He publicado en dos ocasiones en la revista Letras de Reserva, pero manejo un blog junto a un amigo en el que, creyente fervorosa de que un escritor, antes de ser leído, necesita generar un público, busco acercar a cualquiera que se deje con mis textos a los autores que me han construido”, así se autodefine nuestra colaboradora.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.