El Mollete Literario www.noticiastransicion.mx Director: Carlos Ramírez
molleteliterario@noticiastransicion.mx Agosto 15, 2015, Número 24, Tercera Época
Poética del Twitter Por Luis Flores Romero pág.13
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El Mollete Literario
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Que se gratine el queso La reinvención conlleva un ejercicio de meditación sobre lo que se tiene y lo que se desea tener, y bajo la premisa de mejorar. Ese paso silencioso pero a la vez revelador, donde se contempla lo andado y se busca un nuevo brillo, es necesario. Las pausas y la visión son siempre empresas interesantes e ineludibles en todas las personas y en todos los designios. En El Mollete Literario reinventamos nuestro diseño. Nuestros pasos van de la mano de los lectores y con ellos cocinamos este nuevo ciclo: le apostamos a la lectura. Somos un medio literario que cuenta con la participación de excelentes escritores quienes le dan sabor y que avanzan con este equipo editorial. Así, recién salido del horno, les ofrecemos este nuevo número, reinventado, y esperamos que gusten de este nuevo Mollete Literario.
Buen Provecho Por Luy
Índice 3
Por los sitios de la noche, alegra Por Ene Riaño
17 Transitio Por Canuto Roldán
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Letras Torcidas Por César Cañedo
de un personaje que 19 Memoria no existe
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Cuento Por Marco Villavicencio, Samuel Enciso y P.I.G.
Por Ulises Casal para no volverse 20 Instrucciones loco siendo Nick Cave Por P.I.G.
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Aterrizajes Por Paul Martínez
del Twitter 13 Poética Por Luis Flores Romero
familia Suárez lamenta 21 Lael fallecimiento de la señora Lucía infante Por Ximena Cobos
16 Mayra Por Luis Villalón
El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición aca.moonchis@gmail.com Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.
“La vida es un rosario de pequeñas miserias, que el filósofo desgrana riendo”.
Alexandre Dumas
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Fotografía: Monserrat Méndez Pérez
Por de Porlos los sitios sitios de la noche, alegra la noche, alegra Por Ene Riaño
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e vuelta, en la cuadrante periferia. Si cruzas horizontal el puente de Alvarado, ése ser rojobarbado compañero de Cortés, ya estás en la Tabacalera, zona que ofrece, entre demás carne, unos rollos dominicanos. Martí importa poco, es un sucio lugar, me consta, al que se llega recto no por luminosa escala.
Nadie grita sus mercancías, éstas expuestas ahí son agarradas por presurosas manos que de la remodelación sufren no tanto, pues van rumbo a Tacuba, como aquel espadachín ibero; cascos y armaduras de hoy en día hay por miles. No se puede llegar en tren, qué obsoleto. He de montar rojas articulaciones de acordeón, las cuales de niña me entusiasmaban, que al fin de cuentas he sido de un suburbio (sin suburbano) de quinta, de este Sur del Norte, donde las estrellas se invierten y brotan las favellas. De allá, de ella, la cautiva al pie de la montaña, en guardia militar florida, a las enaguas de la canasta vegetal, mamotreto jorobado hoy coronado por cancerígenas antenas. A pie es una mejor opción, en las angostas plazas entremetidas en los extensos pases peatonales, donde se cruza por la línea con calma o toreando, con riesgo de que un
ciclista en contraflujo... Ahí, uno escucha por momentos, además de ensordecedoras sirenas, sabidurías que parecerían insospechadas a la ensimismada y particular interioridad. Circulando entre nylons expuestos frente a casas del Sol Naciente que coexisten al lado de nosocomios infantiles, un hombre da al clavo del persistente comercio sexual de la zona. Y es que de algo tiene que sostenerse la industria hotelera, una vez que la estación donde silbaba el tren se inhabilitó para viajes largos. Lo del por qué trasvestis, es todavía un misterio. Infiero a que se debe al hecho de que el punto g de los caballeros y no caballeros, se encuentra en el ano. De variado fenotipo, tamaños, anchuras, presupuestos. A cada paso el cuchicheo de su jerga, fuera de cantinas, en semicallejones truculentos, a la puerta de establecimientos representativos de los partidarios tricolores, en la banqueta de la vieja Academia de San Carlos; rumbo al Downtown, como rezan de ostentoso modo los letrerobuses que vienen del aeropuerto y van a ese sitio impenetrable, atrás del balcón que luce deshabitado por pavor a un descalabro, ahí están. Hacia delante, rumbo a la frente. Avanzar, si los semáforos enloquecieran estaríamos perdidos. He ahí el drama de la urbe, el acabose, uno de ellos, uno de tantos, uno impensable, aunque posible. Kaos, terrorífico, y tan parecido a ese que casi a diario azules seres no pitufescos causan al obstruir el paso en pro del progresar.
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El Mollete Literario “¡Uy, carne maloliente!”, le escuché exasperada de una pequeñina que juzga así su primer adentramiento a esta selva. A eso decía que huele aquí, donde los trozos están expuestos al mosquerío y a nadie le importa, porque, además de que cuesta medio dólar o veintidós si se trata antropofagia, el aire se levanta fácil y la demolición de las paredes es cotidiana. A carne mal oliente, pero ya no de españoles que aquí se quedaron muertos por montón hace 495 y tantos. Desdichados somos y nos convertimos en furias a la más leve obstrucción de la Reforma, estructural pasaje con enanos rascacielos a imitación, sobre hombros de agigantados por el papel. El máximo paseo se insiste ha de conservarse como postal incrustada, como falsa estampa entre esquinas erigidas por la cuarta autoridad que al día fenece. Mas cada día 28 se ve empañado el inicio de su recorrido turístico con romerías arremolinadas a las afueras de un viejo recinto de veneración, donde empezaron a caer, en vendetta del Tóxcatl, los blandos cuerpos cual blancas espigas de la caña. Hipólito se ha hecho un judas quemado de verde, más que nunca en la semana grande de finales de octubre, entre danzas sincréticas. El olor a orines emana, es la casa de los sin techo, ellos son los dueños y amos que de día prestan a ambulantes y peatones la vía por la que también los tlaxcaltecas, esos aberrantes catalogados de traidores cual Santa Anna y compañía, se caían ante la ofensiva de la herida Tenochtitlan.
Hombres, caballos y oro hundidos ante la fangosidad de lluvia inclemente y lacustre. Enterrados en lodo con oro que les recordaría en la otra vida la grandeza del último aliento
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Desdichados somos y nos convertimos en furias a la más leve obstrucción de la Reforma, estructural pasaje con enanos rascacielos a imitación, sobre hombros de agigantados por el papel.
Fue el marqués Pedro de Alvarado el motivo de la masacre; él, que antes y después también masacró; él, el resplandeciente Tonatiuh, el Sol que sin cortes se abalanzó. No sabía de jerarquías o si sí, se olvidó de ellas una vez que don Hernando se largó a la afrenta contra Pánfilo de Nárvaez. Ya después un tal Aguirre se habría afanado sin triunfo en seguir el malejemplo. Hombres, caballos y oro hundidos ante la fangosidad de lluvia inclemente y lacustre. Enterrados en lodo con oro que les recordaría en la otra vida la grandeza del último aliento. Con oro, poderoso caballero al que Darío cantó, que después los topos franceses se llevarían so pretexto de la naranja entunelada y mecánica. El tesoro de Alxayácatl. ¿Quién fue el que lloró bajo el árbol, quiénes lo rodeaban? No los virulentos. Para ellos fue una noche alegre, tal vez la última memorable, en la que se creyeron, al menos por instantes, todopoderosos, alumbrados por sus protectores que no los habían olvidado, y a los que después tuvieron que trasvestir, como lo hacen a diario las meretrices callejeras que pueblan ahora el paso. Ene Riaño (Nallely Pérez Vargas), estudiosa del Decadentismo Americano y aspirante a cronista, en la actualidad canaliza su histeria por medio de la corrupción de “estilo”, y gasta sus días en el redactodomismo.
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Poesía
Letras Torcidas César Cañedo @chocorrols chocorrol_x@hotmail.com
J cartagemida Amurallado falo y ciudadoso de lúbrico mulato relamido mansito en short debajo del vaquero para abultar defensa gol de James el héroe nacional imbervergado. Deleital jugosístico de lulo la carne urgente con el mar de fondo me entrego arrecho al colombiar columpio preservatal me pides como paga, “soñamos gaycolombos con de pronto casar con joven de tu patria tele y no hay futuro si jotear atreves ni ser feliz sin que Jesús bendito” y yo me quedo con el gusto en cuatro ano nadado de gemir historia colonizaje inverso fluvialoso shakirosiento capital privado del Magdalena y su muralla corte siguiente toma llueve y duele beber labiocruzado tu aguardiente rasgar un a distancia hastaluegado plañir atlántico y volver azteca.
César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988), poeta, atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde estudió su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escri-
Agua de té Más traslúcida que esta tarde que vaticina un fuimos. Más profunda que la púbica herida que atestigua el hervor. Agua de té para tener certeza de escanciar un final en cuerpos nuevos. Sórbela, vaporízala, inhala sus silencios. Los secretos del mar que no revela. La caricia ligera en entregarse cuando tu piel derrama su distancia. No llegará a tu tez la calma infusionada con que intento colmarte y me desangro. Haz la lectura en sus ondas de nuestra cruel cuita enamorada, presagia ese negror futuro pájaro que urracanta un final asepulcrado. Revuelve el sinsabor, toma tibia estulticia tu partida y hazme saber, a esta hora, a la misma hora, que no volverás nunca, Nevermore.
Autor: Maria Bazana
tores marginales mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo. Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM y ha sido publicado en Círculo de poesía.
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Cuento
El sonido de un dragón Por Marco Villavicencio
Antes hubo aquí dragones, o eso se dice. Eso asegura todo el pueblo cuando habla con algún forastero, dicen que eran marrones y de unos tres metros, que por supuesto no sacaban fuego y su vuelo no era tan ágil como uno pensaría. El escudo del pueblo es un gran dragón combatiendo y aunque pareciera un escudo de un pueblo aguerrido, este no tiene siquiera un ejército, ni guardias, ni autoridad alguna, es un pueblo muy pobre, donde los maleantes se hospedan, nacen, se entrenan, para después irse a incorporar a pueblos o reinos donde realmente puedan robar algo de valor, o estafar a alguien que tenga riquezas de verdad. Este pueblo esta lleno de viejos de color marrón mendigando, sentados afuera de sus pequeñas y resquebrajadas casas, entonando una cantaleta lastimera entre dientes y extendiendo la mano a todo aquel que camina por esas calles. La piel de estos ancianos se mimetiza con la tierra seca en la que están la mayor parte del tiempo. Marco Villavicencio. “A veces escribo poemas o minificciones, a veces las dos y a veces ninguna. No acabé Letras porque no pude acabar de leer La Araucana y estudié diseño integral”. Villavicencio obtuvo tercer lugar de poesía en el con-
Ya no hay dragones y tal vez nunca los hubo, tampoco hay ganado; sólo hay animales carroñeros, roedores, moscas. Cuando alguien muere lo arrastran hasta el zócalo y esperan a que las aves bajen y comiencen a picotear el cuerpo caliente y fétido, entonces los ancianos arrojan piedras para matarlas y así poder comer algo. Hace mucho que este pueblo no escucha la risa de algún niño, el ladrido de un perro, el sonido de una carreta, el canto de un enamorado. Hace mucho que la gente comenzó a irse, no sólo los ladrones y los dragones, sino todo aquel que en un momento construyó algo de este pueblo. A veces, los cantos míseros de los ancianos se suman y se suman los llantos de aquel que regresa y encuentra su antiguo hogar hecho moronas y se suma el quejido de algún enfermo y es entonces que para aquel que pasa cerca del pueblo jurará haber escuchado el sonido de un dragón. Ludwig curso Décima Muerte de la UNAM y sus cuentos han sido publicados en las revistas El puro cuento y Migala, además de que ha realizado comics. Actualmente participa en un medio independiente que se llama El pequeño gran.
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JAMUNDI Por Samuel Enciso Ruffus Tramorian sufrió un fugaz déjà vu cuando decidió matarse un día después del despegue de la Jamundi, nave que los llevaría al Nuevo Mundo, el recién descubierto planeta que podría ser la salvación de la raza. “Lo arruinaremos también”, pensó. Entonces activó el interruptor que abría la puerta. Ruffus no experimentó ninguna de esas cosas que dicen los que han tenido una “experiencia cercana a la muerte” experimentan. No vio esas luces al final del túnel, ni vio su vida desplegarse frente a sus ojos como una película, no sintió paz, sino una urgencia avasalladora, que es más o menos lo mismo que usted o yo sentiríamos si nos privaran súbitamente del oxígeno y el calor que damos por sentado, mucho más aún si estamos seguros de que moriremos, como bien lo sabía Ruffus Tramorian. Tampoco sufrió demasiado. Incluso sintió un poco de alivio mientras se congelaba y sus pulmones implotaban. Ya no le importó. Entre todo me atrevo a asegurar que Ruffus murió un tanto tranquilo, si bien un poco asustado. Para su infortunio, reencarnó inmediatamente.
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Fotografía: Monserrat Méndez Pérez
Horas antes, Ruffus Tramorian observaba a través de la escotilla y por última vez, el mundo del que había salido con rumbo a otro. Las implicaciones filosóficas y existencialistas de aquello lo rebasaban. Llevaba días sin decirle una palabra a nadie, y entonces todos le hablaban a él, confesándole sus pecados y alabando sus aciertos, borrachos, intoxicados hasta el hartazgo, drogados hasta el nirvana o el abismo, que es más o menos lo mismo. Un hombre cayó cerca de Ruffus y ahí se quedó, primero haciendo muecas de dolor, luego se quedó contemplando el piso. “Todos pagando cantidades de dinero absurdas por un lugar para asegurar su sobreviviencia”, pensó Ruffus mientras el hombre vomitaba en su zapato, “pero no es como que les interese mucho vivir”. Era Jarvis Ammont, el más prodigioso de los atletas de su tiempo, en su estado actual algo más deplorable que un vago. Ruffus lo levantó para llevarlo a la sala común, creyó que el deportista no lo iba a reconocer, pues su fama era mucha, pero en grupos selectos. “Cuando uno se encuentra por encima de las nubes, señor Tramorian, la mente vuela y deja el cuerpo atrás”, le dijo Jarvis, dejándolo un poco perplejo. La Jamundi dio un respingo.
En la sala común, Muller Kyon pasaba ese momento recostado allí en su silla playera, aunque la piscina de la Jamundi estaba tres pisos abajo, derramó un poco de la bebida que sostenía en la mano en el saco de Ruffus. “Al fin ha llegado ese bastardo”, gritó, más que habló Muller Kyon, como si la fiesta en su cabeza no le dejara oír ni su propia voz. “Sírvanle algo a mi cuenta”. Kyon, el genio que estableció la ruta al nuevo mundo agregó algo más, pero Ruffus no lo entendió. Sin embargo Jarvis respondió, en un estilo gradilocuente. —El reino de lo insulso ya ha muerto, Muller, ¿por qué sigues aquí? —¡Cállate, imbécil!, ¿no ves que te estoy insultando? Jarvis se levantó, apoyándose en Ruffus y caminó torpemente hacia Kyon quien no dejaba de verlo amenazadoramente. Pero luego los dos hombres estallaron en una carcajada de complicidad que dejó a Ruffus perplejo. Se marchó rumbo a su habitación. Su mente no alcanzaba a conectar la experiencia con la interpretación. Ruffus sabía dónde estaba y quién era, pero no concebía que esa fuera la realidad. Hacía apenas un día que la Jamundi había despegado para no
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volver. En medio de protestas. Millones de hombres, mujeres y niños que querían un espacio en la nave. Había letreros de toda clase. “MULLER ES UN CERDO” “MUERA EL PRESIDENTE HENRY PINESON” “SABOTEEN LA JAMUNDI” “GENOCIDAS” “QUE CAIGAN LOS CULPABLES DEL APOCALIPSIS” “LOS VEREMOS EN EL INFIERNO” “NO VERÁN LA LUZ LOS QUE HAN PROVOCADO LAS TINIEBLAS” Con esas y otras maldiciones partió la Jamundi, que, según recordaba Ruffus Tramorian, había sido anunciada como el Arca de la Salvación. La pieza perfecta de ingeniería que llevaría a los más capaces y los más indispensables, a los más inteligentes y diligentes, a los puros y los rectos, la élite de la civilización. Se hizo un sorteo para aquellos mortales que no eran tan afortunados como los adinerados o las celebridades. El sorteo era una farsa y la Jamundi se llenó de algunos cuantos dignos, y algunos otros cuya honestidad equiparaba su utilidad y aún su existencia. Ruffus caía en la desgracia de estar en medio de las dos categorías. Era un músico consumado. Pianista destacado, director de orquesta por añadidura, tenor por casualidad, hombre show por regalo divino. Ruffus Tramorian, que le había dado al mundo odas como Balada de los Soles, Ilumen por la noche, y su obra maestra, aquella por la que sería recordado en el Nuevo Mundo y quizás, si sobrevivía aquella travesía de planeta a planeta, por eternidades venideras, Plarino Mundere Acanio Ummandas, algo que se traduciría como La Loca Danza del Espíritu. Sin embargo, debido a que ya rondaba los 60 años no había sido considerado en primera instancia. Y de haber permanecido así su situación, Ruffus lo habría aceptado con honor, después de todo las protestas de los desgraciados eran causa perdida y la salvación del planeta una quimera. Más valía conseguirse un buen asiento para contemplar el fin del mundo y disfrutar del fin de la raza. No sin antes provocar un poco de caos por mera ociosidad. Subió a un foro la idea de asesinar magnates solitarios para que és-
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tos dejaran su fortuna en manos de todos y todos disfrutaran. Entonces recibió la llamada que lo cambiaba todo. Su interlocutor le explicó que uno de los pasajeros más renombrados, Linus Lindström había muerto misteriosamente y el lugar había quedado disponible para él. Aquello le supo a trampa y la culpa lo amedrentó hasta el punto de casi rechazar el regalo recién concedido. La Jamundi dio otro respingo. Ruffus azotó contra el suelo por el súbito cambio de dirección y hacia él rodó un florero muy cursi con la fotografía de la cena de gala, previa al despegue de la nave. Ahí estaban todos. Arcturus Blane, Helena Limander, Saul Boorinkal, Adam Penthausser, Rita Raundi, Boris Klaudmer. Todos invaluables miembros de la sociedad. Y bueno, coronando la fotografía estaba el presidente Henry Pineson, odiado en todo círculo, no sólo el del activismo. Ruffus arrojó el florero lejos de él, decidido ya, asqueado de sí mismo y de los otros. Principalmente de los otros. Se dijo que lo hacía más bien por eso, no quería compartir el mundo con ninguno de ellos, pero si ellos deseaban continuar con esa farsa pues adelante, la Jamundi no cambiaría el rumbo. Ojalá los encontrara una raza alienígena hostil y los destruyera a todos, así no llegarán a la “Tierra Prometida”. Todos culpables, todos merecedores de la ignominia más absoluta. La muerte. Ruffus Tramorian derramó una lágrima viendo cómo se alejaba la Jamundi del viejo planeta antes azul, ahora manchado de gris y de verde venenoso. En el último momento cambió de opinión. No había manera fácil de llevar a cabo el acto si estaba en su habitación. Se le ocurrió que una de las escotillas de emergencia haría mejor la labor. Se introdujo en el pasillo blanco, iluminado con luces activadas por un sensor de movimiento muy precisa, así que cuando salía del área de uno, se encendía el otro y el primero se apagaba. Las puertas lucían como habitaciones de un hospital malhadado. “Emergencia”, decían, así como un montón de instrucciones. Ruffus se metió a una de las escotillas y durante un minuto dudó. ¿Qué tal si esta vez lo hacemos mejor? Algo en su interior lo hizo reír en carcajadas histéricas.
“Cuando uno se encuentra por encima de las nubes, señor Tramorian, la mente vuela y deja el cuerpo atrás”. Seguro que estaba más allá de las nubes y dejaría su cuerpo atrás. Pero ¿iba a volar su mente? No fue el único valiente que acabó con su vida esa noche, pero sí el único en utilizar el método de los marineros que arrojan a sus muertos al mar, lanzándose al espacio. Era más o menos lo que se esperaba. Al llegar a la Tierra el Jamundi había perdido más de la mitad de su tripulación. La otra mitad invadió el Nuevo Mundo y luego subió los pies a las montañas, ensuciando su inmaculada existencia. Por su parte Ruffus viajó a través de la fibra de la realidad, compuesta por sustancia y consciencia fuera de nuestro entendimiento humano. Atravesó cinco universos distintos, cinco realidades alternas antes de encontrar la que fuera lo suficientemente fuerte para estabilizar el eco de su suicidio y permitirle entonces adentrarse en su siguiente forma, su siguiente cuerpo. La muerte, violenta o pacífica, resuena en las otras vidas. Y hemos dicho que para su infortunio, Ruffus renació en el cuerpo de un infante recién huérfano, su madre lo envolvía en brazos, protegiéndolo de un incendio rampante del que no pudo escapar. Al morir, Ruffus comprendió que la Loca Danza de su Espíritu es infinita y el Reino de lo Insulso se materializó de nuevo ante sus ojos. Al renacer, el niño emitió un grito que resonó en todo el edificio y le facilitó la labor a los bomberos que ya trabajaban para sofocar el incendio. Pero su llanto no se debía a su condición de recién nacido, sino más bien al saberse abandonado en un mundo hostil, hecho por y para maniáticos. Era el 23 de julio del año 2015, de acuerdo a los estándares terrestres, la NASA acababa de anunciar el hallazgo de Kepler-452b. Samuel Enciso (Estado de México). Estudió periodismo en la UNAM y ha colaborado en Cinemaspro, una página web dedicada al séptimo arte, y la página web de la revista Vértigo. Es amante del rock, la literatura y el cine de fantasía y ciencia ficción. En sus escritos hay algo de oscuro y algo de esperanzador, como la vida misma.
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Darém Por P.I.G.
@Espermatozombie
Darém fue invadida en 1618 y desde entonces no ha vuelto a ser la misma ciudad que se escondía tras la sombra de las montañas desérticas. Aunque aislada de otras ciudades, esta metrópoli había logrado mucho con poco: el abundante oro con el que contaban servía sólo para rendir ofrenda a sus ancestros, nunca como recurso de estabilidad económica. La guerra que le dio un nuevo gobierno y un nuevo aire a este emporio fue más que sanguinaria. El odio de los invasores no sólo acabó con la vida de hombres y mujeres de todas las edades, sino también con la de una población que siempre había mantenido una estrecha relación con la naturaleza. Muchas mujeres fueron violadas, los hombres fueron torturados despiadadamente, la ciudad se vio inmersa en una ola de fuego y destrucción que jamás había experimentado. Algunos ancianos fueron hallados en los templos donde habían permanecido escondidos durante semanas y, tras interminables torturas, fueron enterrados vivos en las enormes fosas que los enemigos crearon para deleitar su sed de brutalidad, aunque también para intimidar a los pobladores. La resistencia fue una broma que costó cientos de vidas. Unos cuantos valientes se armaron con utensilios y herramientas inapropiadas para una guerra y decidieron hacer frente a la irrupción de sus adversarios; no haberlo hecho hubiera evitado innumerables muertes.
*** Luego de una guerra brutal e inhumana, la ciudad de Darém sucumbió y aceptó obligadamente a sus nuevos gobernantes. La paz regresó de inmediato y velozmente la zona fue reconstruida. Las mezquitas corroídas fueron transformadas en enormes plazas públicas donde se podía comerciar. Se construyeron caminos, casas, edificaciones que daban un aspecto de modernidad. Comenzaron a explotarse los minerales de las montañas y la riqueza empezó a generalizarse en la metrópoli. Poco a poco los pobladores se aclimataron a esa nueva forma de vida que les daban sus nuevos amos; la guerra, el dolor y el sufrimiento habían quedado en el pasado. La gente se acostum-
bró a vivir con el enemigo, a dormir con él. Pan y circo para las masas… y oro para mantenerlos cautivos. El materialismo exacerbado desplazó de inmediato aquellas creencias y costumbres que durante generaciones se arraigaron en el espíritu colectivo de los habitantes de Darém. Ya no había virtud en el aire, ahora sólo lo que pudiera verse y tocarse tendría valor existencial. Los ancianos sobrevivientes recriminaron a los hombres y mujeres que habían cedido ante los deleites de una vida vanidosa y superficial el haber olvidado el pasado teñido de sangre y pesadumbre. Luego de volver la estabilidad a la ciudad, los enemigos exigieron un tributo a cambio de las comodidades que las onzas de plata brindaban a los residentes: los matrimonios entregarían sin objeción alguna a todos los hijos menores que tuvieran en casa: muchos niños fueron arrancados de los brazos de sus madres, muchos fueron tomados por sorpresa y obligados a aban-
donar sus hogares. Nadie entendía las razones del nuevo gobierno, aunque tampoco nadie se atrevía a violar las reglas. Los pequeños fueron llevados hasta donde los campos de cultivo, ahí se les desvistió y se les obligó a posar desnudos hasta que el sol se ocultara tras las montañas. Una vez que el cielo se había cubierto de oscuridad, los encargados comenzaron a dividirlos en pequeños grupos de acuerdo a su estatura y a su edad aproximada. En todo el proceso los centinelas no cruzaron palabra con los niños y niñas que lloraban sin cesar preguntando por cuál sería su destino. Una terrible masacre fue llevada acabo frente a la luz de la luna… A los menos se les cortó la lengua, se les extirparon los ojos para que no vieran y las orejas para que no escucharan y se les olvidó en el desierto frente a una muerte inminente. A la gran mayoría les fueron cercenados los brazos y se les enterró hasta el torso,
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Darém moría lentamente. Los adultos envejecían más rápido de lo normal y morían pronto, ya no hacían mucho por alargar sus días, estaban agotados. Luego de la ofrenda a sus amos, ya nadie quiso procrear, razón por la cual la ciudad carecía de juventud. con los pies apuntando hacia el cielo. Los campos estaban repletos de pequeños pares de piernas formadas a la perfección con un orden específico. La escena era aterradora. Con el tiempo las pequeñas piernas fueron descarnando hasta quedar solamente los huesos amarillentos de aquellos infantes inocentes. Por otro lado, las expediciones que pretendían hallar rocas finas en el desierto encontraron cadáveres de niños con los huesos de las manos desechos. Se pensaba que tal vez intentaron alimentarse con su propio cuerpo antes de morir bajo las ráfagas del sol. Pero en Darém nadie lloró por la perdida de sus hijos, todos prefirieron olvidar, no se volvió a hacer mención del asunto. El materialismo había desplazado también el recuerdo, el lazo familiar, el amor propio. La ciudad carecía de virtudes, de vitalidad, la sonrisa incondicional de los niños había mutado por una sonrisa de ambición y deseo de posesión. Ya no existía la alegría, mucho menos la inocencia. Lejos de aquel lugar donde la fraternidad era el eje central de toda actividad, Darém figuraba como una babilonia de ratas sin recuerdos ni memorias, sin futuro y con un presente carente de sentido. Pasó el tiempo y la prosperidad dejó de envolver a los habitantes. Los territorios explotables fueron saqueados hasta el límite, los terrenos fértiles dejaron de serlo, el agua se contaminó, los escasos árboles fueron derribados para proveer leña en épocas de frío. Aunado a ello ya nadie quería trabajar, se dejó pues de hacer lo que anteriormente se hacía: vivir. Los gobernantes, al no encontrar más terrenos de donde obtener fortuna, decidieron abandonar la ciudad y de un momento
a otro marcharon en busca de otro lugar donde pudieran instalar su reino. De inmediato, el pánico se apoderó de los habitantes que acostumbrados a un líder que les dictara qué hacer y cómo pensar, comenzaron a darse cuenta que la realidad en la que se encontraban era deplorable. Cuán alejados estaban de aquellos individuos que dieron vida a una de las ciudades más emblemáticas del viejo mundo.
Uriel Arteaga Apolinar, autodenominado “P.I.G.” (en abierta referencia al personaje de Xavier Velasco), o en su modo más laxo “El Doctor Pluma” (referencia al Doctor Alquitrán de Poe), fue colaborador de principio a fin de los extintos fanzines universitarios Almohadón de Plumas y Noúmeno. Colaborador permanente del blog literario Regiones Inferiores, tuvo oportunidad de publicar una crónica para el
periódico 24 Horas, en 2012. Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, con especialidad en prensa escrita, durante los últimos años se ha desempeñado como analista de información y corrector de estilo. Recientemente labora como asistente editorial en la Coordinación de Publicaciones Académicas de la Universidad Anáhuac.
*** Las noches que precedieron a la retirada de los invasores, algunos habitantes aseguraron haber escuchados risas y murmullos muy cerca del río, al extremo de la urbe. Otros en cambio, se habían encontrado con huellas de pies y manos que parecían ser de un niño. Noche tras noche los casos se repetían por todos lados. El tema causó conmoción entre la gente. Un dejo de tristeza se asomó en el rostro de aquellos que placidamente entregaron a sus hijos a las garras de sus antiguos enemigos. Algunos intentaron dar vida a nuevos individuos, pero habían olvidado cómo hacerlo. Darém moría lentamente. Los adultos envejecían más rápido de lo normal y morían pronto, ya no hacían mucho por alargar sus días, estaban agotados. Luego de la ofrenda a sus amos, ya nadie quiso procrear, razón por la cual la ciudad carecía de juventud. Muy pronto el fin había llegado para esta metrópoli que se escondía detrás de las montañas desérticas. Darém no sería recordada hasta el día en que los cultivos de los campos fueran cosechados y de ellos brotaran niños con los pies calcinados por el sol, listos para construir una vez más los cimientos de aquella grandiosa ciudad que era Darém, antes de 1618.
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15.08.2015 Fotografía: Ryan McGuire
Aterrizajes Por Paul Martínez @sparringloto sparring_loto@hotmail.com
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l siguiente texto responde en principio a una necesidad personal, al deseo de apartarse de la velocidad con que nos sucede la vida, es la consecuencia de un movimiento lateral con respecto a la rutina del hacer y sienta sus bases en una observación pasiva. Es en ese sentido, un texto que se ha conformado a partir de recortes venidos a la memoria al momento de realizar la observación del objeto, no hay detrás un trabajo sistemático, ni una exploración exhaustiva sobre el tema, ya que en principio no aspiro a construir o colaborar en la construcción de una teoría sobre el mismo, sino a recuperar en algo la habilidad de ver, intentando responder a las preguntas ¿qué es lo que veo cuando veo un objeto?, ¿qué tipo de imágenes despierto al contemplar un objeto determinado? En este caso me he centrado en la Montaña, que más que un objeto es un lugar y que bajo ciertas miradas puede incluso mostrarse como un ser.
A primera vista Cualquier objeto puede en determinado momento disparar la imaginación de quien lo observa. Sin embargo algunos elementos germinan en sí los vientos que impulsan la imaginación en determinadas direcciones. Ya hemos hablado de la Ventana como uno de ellos, continúo ahora con la Montaña, elemento que se mantiene dentro de la categoría de aquellos primordialmente visibles. Tanto la Ventana como la Montaña privilegian la percepción a través de la vista.
En general nuestros sentidos (tacto, vista, olfato, gusto y oído) ofrecen un específico alcance, pareciera que están destinados a un uso basado en las distancias a las que nos situamos con respecto de aquello que deseamos percibir. En esta lógica tan simple, el tacto, el gusto y el olfato serían mucho más útiles en distancias cortas, así como el oído y la vista lo harían para las distancias largas. Sutilezas más delicadas se pueden encontrar entre uno y otro, ante un escenario plano, la vista nos puede dar mejores servicios que el oído, etcétera. Me detengo ligeramente en este punto únicamente con el fin de hacer visible la diferencia entre el uso práctico que podemos dar a los sentidos, y uno que tendrá un carácter decididamente estético, es decir, uno que nos da servicio en una vida exterior y otro que alimenta una vida interior, una vida necesariamente imaginaria. Los sentidos tienen en principio un carácter instantáneo, basta con gustar un mal sabor para decidir no tragar determinado alimento, ver un obstáculo apenas de refilón nos es suficiente para evadirlo. Es en estos casos donde podríamos hablar de un uso práctico de los sentidos, sin embargo, es a tal grado común que resulta una obviedad mencionarlo, no sólo gustamos, vemos, olemos, tocamos u oímos para conocer el mundo de los objetos que nos rodean, sino y quizás en igual medida, para penetrar en ese mundo y para interiorizarlo.
En el caso de la vista podríamos hablar de una superación de este primer uso práctico a través de la focalización y el sostenimiento de una perspectiva. Para percibir un objeto nos basta con mirarlo una vez, para interiorizarlo y penetrar en él, nos es necesario dedicarle más de un instante, más de una mirada. Una observación, e incluso, una contemplación.
La Montaña contemplada Algunos elementos son especialmente proclives a despertar la contemplación. De entre ellos me detengo ahora en la Montaña; acumulación de tierra, elevación subrepticia, imponente obstáculo, revés del abismo, refugio, cima y seno. La Montaña aparece, su dimensión de gigante la mantiene oculta la mayor parte del tiempo, sólo nos es dado verla una vez que estamos fuera de ella, y aún mejor, a la distancia. La Montaña aparece en los horizontes porque ella misma es horizonte, siempre un punto franqueable, una aduana necesaria e inevitable. Obstáculo inamovible se recuesta como una tarea siempre pendiente. Resulta imposible imaginar el otro lado de la Montaña sin tener que imaginar la escalada, pero ¿por qué escalamos la Montaña?, ¿qué secreto abismo nos llama desde su cima? La voz de la Montaña es una orden a la superación, a saltar sobre nosotros mismos para contemplar desde una altura a la que pertenecemos. Su elevación es un constan-
12 El Mollete Literario te llamado, la tentación de volar sin la necesidad de lo leve, entrar en contacto con las nubes gaseosas desde una postura sólida, desde lo concreto de la tierra. En ella existe la terrible tentación de lo objetivo, justo en su cima se encuentran en amable convivencia lo gaseoso y lo sólido, la altura del cielo y lo terrestre del suelo. Estar en su cima es un vuelo pedestre. Al igual que el Abismo la Montaña atrae las miradas, su capacidad de ocultar, de mantenerse siempre infranqueable a la vista, hace que de inmediato acudan las imágenes de movimiento, de construcción, de exploración y tránsito. Su enorme inmovilidad obliga a dinamizar las imágenes, no se abre a las imágenes pasivas, exige siempre una inclinación al movimiento, a la faena, a la tarea. Sólo al final, una vez imaginado el ascenso, nos ofrecerá el reposo. El reposo, cuando se piensa en la Montaña, sólo viene luego de una ardua jornada, imaginamos al montañés en su momento de descanso, es decir, sentado alrededor del fuego, luego de la febril actividad del día, la transformación del árbol en madera, la construcción del hogar. El alpinista descansa al final de una etapa de
15.08.2015 su escalada, una vez armado el campamento y sólo después de haber completado una etapa de su ascenso. Imágenes de un cansancio salubre, un cansancio pleno, físico en todo su esplendor, y es que no puede ser de otro modo, la Montaña es tierra en el centro de su constitución, concreta y mundana. Contemplarla nos hace imaginarnos terrestres, nos da consistencia, materia. Insisto, las imágenes que nos habitan al contemplarla, no son sin duda esas imágenes cambiantes que se despiertan al mirar a través de una ventana, por el contrario, lo que nace de la contemplación de la Montaña son imágenes concretas, tareas más que proyecciones. En su engañosa inmovilidad la Montaña nos revela el secreto, su movimiento nos parece imperceptible porque siempre está en movimiento. Los imaginarios de la Montaña no están llenos de seres estáticos, no, en ella todo está en constante movimiento, ante la pendiente alguien sube y otro puede bajar, pero sólo por mero accidente, se estará alguno durante mucho tiempo en un punto fijo. Nada se detiene, incluso el árbol caído, el animal muerto, el fruto o la semilla, las hojas que caen al piso, todo
se inscribe en la categoría de las tareas, lo muerto trabaja en generar la nueva vida. La Montaña es un hogar, un seno, se entra en ella desde el primer paso. Ser abierto y en constante conformación, nos recibe y asimila. No se trepa a la Montaña se entra en ella. La imaginación no escapa a este poder de absorción, una absorción que llena, da peso, aterriza. Toda imagen que sobrevuela la Montaña tarde o temprano se verá obligada, como el ave, al aterrizaje, al regreso al origen y a la conexión con lo terrestre.
Alpinistas De entre todas las tareas que se asumen con la Montaña, la de escalarla parece ser la menos útil, y es justo detenernos a explorar un poco a esos seres que ascienden por el mero placer del ascenso. El alpinista acomete su ascenso con la furia deportiva del que se ha impuesto la tarea sin otro fin que el de verla terminada. Es el deseo de sentirse en plenitud física lo que motiva la escalada, la Montaña es tierra y nos vuelve terrestres, físicos en plenitud. El Alpinista escala desde el primer hasta el último paso, cada paso dado es un paso restado a la tarea. Sin embargo, ya se dijo con anterioridad, la Montaña no es un ser cerrado, no está conformada sino en constante formación, todo lo que accede a ella se vuelve parte de ella. De este modo, el alpinista no escala la Montaña, se escala a sí mismo, se supera tantas veces en altura como la Montaña se lo permite. Eleva sobre sí el reino de lo sólido, se asegura de llevar su corporeidad a la más alta de sus definiciones, nunca es tan corporal el cuerpo del escalador como cuando se entrega a la escalada de la Montaña. El alpinismo imaginario está constituido de imágenes físicas, llenas de corporeidad, son imaginaciones representables, poseen la cualidad del sueño y al mismo tiempo están hechas del peso de la tierra, son sueños terrestres los que despierta la Montaña en quien la observa. El alpinista imaginario que ha comenzado a escalar, no le es dado la posibilidad de imágenes volátiles. El ave se cruza de inmediato con el nido, incluso el vuelo está ligado a tierra por fuerza de la Montaña. El vuelo sobre la Montaña no es una actividad recreativa, no hay nada de ocio en los giros del ave, su levedad es un acecho en el medio de su cacería. Paúl Martínez Facio (Lagos de Moreno Jalisco. 1982). Egresado de la Lic. en Humanidades de la Universidad de Guadalajara CULagos.
Fotografía: Monserrat Méndez Pérez
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Poética del Twitter Por Luis Flores Romero
Zigzagueo ¿Qué tienen en común un prototipo, la diabetes, la bacinica, el rostro, el sermón, las patatas, el oro y la nieve? Todos, por ahora, son conceptos unidos en estas líneas. Eslabones dispersos que de algún modo guardan una extraña relación: enumeración caótica. Todo en este mundo se relaciona, aun cuando no sea evidente la línea que une un punto del otro. Es posible que alguien lea de corrido ocho tuits (léase: “tweets” en caso de rechazar esta españolización) y en cada uno figuren dichos conceptos: @medicinalternativa: “combate la diabetes con las propiedades del nopal”, @ lucilasoto “sigo pensando que mi sombrero parecía una bacinica”, @JacinTor “el rostro que miro en el espejo se burla de mí”, etc. También es posible la existencia de un poema donde figuren todas las palabras de la enumeración anterior: ¿Es para terminar, mañana, en prototipo de alarde fálico, en diabetes y en blanca bacinica, en rostro geométrico, en difunto, que se hacen menester sermón y almendras, que sobran literalmente patatas y este espectro fluvial en que arde el oro y en que se quema el precio de la nieve? ¿Es para eso, que morimos tanto? En realidad, no existe el sinsentido, sólo operaciones que no sabemos distinguir claramente. Los versos anteriores son de César Vallejo. Antes de la escritura de este poema, las palabras que lo entretejen existían pero sin tocarse, todas contenían una fuerza de atracción que fue descubierta por el escritor peruano. El poema habla de la muerte, en esta estrofa se distingue la fragilidad humana: diabetes, bacinica, difunto. Es así como se configura una lógica que sólo se vislumbra en la realidad de este poema; afuera de él,
dichos vocablos no se eslabonan de este modo. La lógica poética es diferente a la lógica real. No hay absurdos en poesía, sino funciones que no alcanzamos a comprender. La lógica real nos dice que un venado murió, luego una parte de él fue cocinada y nosotros comemos un guisado con un pedazo de su carne. Cada momento es consecuencia del anterior; el siguiente no existe sin el previo. Por el contrario, la lógica poética nos dice: Tengo en el plato, ya partido, un pedazo de carne de venado que corre por detrás de las dunas mientras yo lo mastico y lo digiero tan despacio que acaso él también se haya parado en cualquier tronco absorto del camino. El desdoblamiento del mamífero es completamente aceptable en la lógica del poema. Estos versos del poeta español Francisco José Cruz (1962) corroboran una esencia de la poesía: el lenguaje recrea una realidad; el lenguaje poético potencia dicha recreación hasta convertirla en una creación independiente. Un venado existe en espacios paralelos sin que se contradiga, tal como los desiguales significados que utilizó Vallejo existen sucesivamente en un mismo poema. Algo semejante ocurre en Twitter. Conceptos que contrastan se dan cita en un mismo soporte virtual. Ese listado de frases breves son una enumeración caótica, un vaivén de significados. Razones muy complejas permiten que la sucesión de tuits siga un extraño orden: leemos un encabezado de noticia, después una cita literaria, luego una frase quejumbrosa, seguida de un extracto de canción. Esa cadena de conceptos disímiles parece hermanarse con el principio zigzagueante de la lógica poética. No es que Twitter esté regido por los mecanismos de la poesía, sino que comparten un mismo rasgo en su procedimiento creativo: la disparidad de entidades que se enlazan.
Campo de juego “Los verdaderos poetas son de repente”, escribió Gonzalo Rojas. El poeta verdadero es de repente porque va de un lugar a otro, sorprende, da un giro inesperado, acostumbra para después desacostumbrar, destensa para volver a tensar, sabe leer una insólita armonía dentro del caos. De ahí que los vocablos más distantes lo atraigan; él siente deseo de encontrar cómo embonan piezas tan alejadas entre sí. Mucha gente observa las manchas de la pared y, poco a poco, va encontrando un sentido, esas manchas se vuelven dibujos; así el poeta puede encontrar alguna simiente de su próximo escrito en una enumeración de Twitter: de esa parvada de frases azarosas quizás escape un sonido que abandone la red social para entrar a un poema. La escritura poética es un sistema de regularidades y variaciones en todos los niveles de la lengua. El poema insiste y cambia. Insiste, por ejemplo, en el ritmo y cambia en la temática; insiste en un tema y cambia en su abordaje. Las tradiciones literarias también reproducen dicho sistema: un gran escritor no copia cabalmente a los grandes escritores de su pasado, sino que se inserta en ese río de palabras con su propia visión (la cual se ha construido gracias a sus antecesores) para enriquecer la literatura. Un buen ejemplo de regularidad rítmica y variación temática sería La cueca larga del antipoeta Nicanor Parra. Aquí un fragmento:
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hic tescita tiorisi am, cusae. Uci conempor sequaesti vit es quia veniatus, conetus, mmodiaspis alit, nis sequatem dolut hit doluptium et quis dis eum quam, eaqui demolumetus autendae pe t et dolume adisciet facepro viducil et omnim qui blab ipic torrum, exceperum liquisquas culparu ptatem ea uam, quibus magnim is autas quis apiendandit exerspere nobis este estotat Buche con buche, sí abrazo y beso dos esqueletos daban hueso con hueso. Hueso con hueso, ya pus Pancho Francisco no te estís figurando que soy del fisco. Que soy del fisco, sí los ruiseñores no se cansarán nunca de chupar flores. Estornudo no es risa risa no es llanto el perejil es bueno pero no tanto. Regularidad: el poema combina versos de cinco y siete sílabas, cada estrofa tiene cuatro versos, los versos nones son de siete sílabas y los pares de cinco, los versos pares riman entre sí, los versos
15.08.2015 nones no riman. Variación: el poema apunta a todas direcciones; es una enumeración caótica donde hay abrazos, huesos, el fisco, los ruiseñores, el perejil… Esta dispersión de contenidos tiene una lógica poética, la cual es determinada por la regularidad métrica. La combinación de versos de cinco y siete sílabas es una seguidilla, una forma poética de gran tradición y cultivada tanto en poetas canónicos como en la lírica popular (la canción de La bamba y el Cielito lindo son seguidillas). Dicha estructura sirve como un gran pegamento para colocar temas de diversa índole. Otros poemas no tendrán regularidad métrica (verso libre), pero buscarán la unidad en el contenido; incluso, la unidad a veces salta a los demás poemas, dando como resultado un libro de poesía unitaria. El estilo de un autor se reconoce al observar sus reiteraciones y la manera en que varía y nos sorprende. Es decir, las combinaciones son infinitas en un terreno delimitado. A partir de distintas reglas, el poeta puede crear sus variaciones. El juego casi infinito de variantes no existiría sin un determinado campo. Las medidas son necesarias para crear lo inabarcable: con pocas letras del abecedario se crea infinidad de textos; con una forma métrica que consiste en catorce versos endecasílabos (y demás reglas) se ha escrito miles de sonetos. Un sistema de regularidades y variaciones también se observa en Twitter; ahí hay una regla: escribir no más que 140 caracteres por cada tuit. Esta regularidad hace posible la mescolanza. Una vez que se ha fijado la regla, el usuario debe poner a prueba su ingenio para expresarse de forma breve. El tuit pasará a ser un pequeño punto de una gran línea de frases; aquí es donde interviene una segunda fuerza: la variación. Las frases varían, el listado de tuits nunca es el mismo. Hay poemas que nos desorbitan; conforme leemos cada línea no podemos predecir qué verso es el siguiente; así sucede también en Twitter: es impredecible qué tuit vendrá después.
Ejercicios Primer ejercicio. Entrar a Twitter, seguir cuentas diversas (periodísticas, personales, comerciales, reflexivas), leer una serie de tuits, tomar palabras o frases al azar para reacomodarlas: La música invisible es una película silente. Mujeres son acusadas de dormir sin internet. Cualquier insulto exterior continúa en un maldito cuerpo tonto. Compositor que trabaja para tapete es la heroína de muchas historias. Diez y diez es veinte fórmulas lácteas. La obesidad en México: nuestro compromiso con la calidad. (1) Segundo ejercicio. Tomar algunos fragmentos de distintos poemas (yo usaré los versos que antes he citados), seleccionar algunas frases y unirlas: ¿Es para terminar, en el plato, ya partido, en prototipo de abrazo y beso, en rostro de venado que corre geométrico por detrás de las dunas, que se hacen menester hueso con hueso. que acaso él también se haya parado, que sobran literalmente ruiseñores en cualquier tronco absorto del camino? (2) Tercer ejercicio. Crear un párrafo con tuits que guarden alguna relación:
15.08.2015 La ventaja de Twitter es que todo lo que te ocurre y piensas de ti mismo lo puedes cambiar a tercera persona: eres un ardido. Eres más ridículo que el calzón de un superhéroe. Tienes tantos bichos en la panza que tu sistema digestivo ahora es un ecosistema digestivo. Nunca tendrás el peso soñado porque tienes el sueño pesado. No te deseo nada malo, pero ojalá nadie te ayude a subir el refrigerador a tu nuevo departamento. No te deseo nada malo pero ojalá siempre se te atoren los huesitos de guayaba entre las muelas. No te deseo nada malo, pero ojalá siempre seas la cuarta persona en los estrechos asientos de la combi. Si te quieres poner de veras triste basta con ver la fecha de caducidad de mis condones. Te quieres hacer el muy intelectual citando a Walter Benajmin pero sin querer dices Walter Mercado. No por mucho poetizar se te quita lo prosaico. Tienes tanta sequedad que ni un sueño húmedo es posible. Más sabe el Diablo por Twitter que por Diablo. (3)
El Mollete Literario 15 Cuarto ejercicio. Tuitear varios versos mencionando a sus respectivos autores. Transcribir después sólo los versos hasta crear un texto diferente: Cuando el amor como una inmensa ola nos estrelló contra la piedra dura, nos amasó con una sola harina. Un amor como abrir los ojos. Y quizá también como cerrarlos. Esto es Amor: volar hacia el cielo, rasgar, a cada instante, un centenar de velos. Mi amor es un puñado de gaviotas. Decir amor es recordar tu nombre, tu olor de tigra con copia para mi camisa. Nacer es el apetito que das. Junto a ti he sido quien debiera haber sido. Pongo mi mano en la hermosura de tu preñez, y toco claramente el origen. Quisiera haber nacido de tu vientre, haber vivido alguna vez dentro de ti, desde que te conozco soy más huérfano. Creyente sólo en lo que toco, yo te toco: piel de mujer te has puesto, suavidad de mujer y húmedos órganos en que penetro dulcemente, estatua derretida. Al irte dejas una estrella en tu sitio. (4)
Referencias 1. El párrafo del primer ejercicio fue extraído de diferentes cuentas. A continuación, aparecen los tuits tal como fueron escritos por sus diversos usuarios: • La música invisible y todas las formas fugaces para dormir. • Mi cansancio es una película silente. • Mujeres son acusadas de brujería. • Ya tengo que dormir y no puedo y tú no estás aquí. • Les comunico que Tim está de vacaciones sin internet; cualquier insulto que quieran dirigirle, se lo haré llegar. • El comercio exterior chino continúa en desaceleración con una caída del 7.3% • No puedo dormir, cuerpo me duele, es un maldito cuerpo tonto. • Compositor que trabaja para Hollywood busca internacionalizar la música del Tíbet. • La llave abajo del tapete es la heroína de muchas historias. • Ando cien por ciento cierto como diez y diez es veinte. • Fórmulas lácteas fomentan la obesidad en México desde bebés: ONG. • Nuestro compromiso con la calidad se mantiene inquebrantable. 2. Además de La cueca larga de Nicanor Parra, aparecen dos fragmentos de otros dos poemas: el de Francisco José Cruz se titula Maneras de comer; el de César Vallejo, Sermón sobre la muerte. 3. Los tuits del párrafo del tercer ejercicio fueron extraídos de mi propia cuenta de Twitter: @lufloro. 4. El párrafo del cuarto ejercicio fue extraído de algunos tuits de la cuenta @Muchos_versos. A continuación, aparece el nombre de cada poeta:
• Nacer es el apetito que das: Juan Gelman. • Decir amor es recordar tu nombre: Alí Chumacero. • Al irte dejas una estrella en tu sitio: Vicente Huidobro. • Piel de mujer te has puesto, / suavidad de mujer y húmedos órganos / en que penetro dulcemente, estatua derretida: Jaime Sabines. • Pongo mi mano en la hermosura / de tu preñez, y toco claramente el origen: Gonzalo Rojas. • Quisiera haber nacido de tu vientre, / haber vivido alguna vez dentro de ti, / desde que te conozco soy más huérfano: Tomás Segovia. • Tu olor de tigra con copia para mi camisa: Jorge Enrique Adoum. • Creyente sólo en lo que toco, yo te toco: Jaime Labastida. • Cuando el amor como una inmensa ola / nos estrelló contra la piedra dura, / nos amasó con una sola harina: Pablo Neruda. • Caerse juntos es caerse sin caerse: Antonio Deltoro. • Un amor como abrir los ojos. / Y quizá también como cerrarlos: Roberto Juarroz. • Mi amor es un puñado de gaviotas: Manuel Ponce. • Junto a ti he sido quien debiera haber sido: Jorge Teillier. • Esto es Amor: volar hacia el cielo, rasgar, a cada instante, un centenar de velos: Yalal al-Din Rumi. Luis Flores Romero (Ciudad de México, 1987), Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado en algunas revistas impresas y electrónicas como La palabra y el hombre, Casa del tiempo y Punto de partida. Es autor del poemario Gris urbano, publicado en 2013 por la UACM. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los períodos 2010–2011 y 2011–2012. Actualmente es locutor radiofónico y comparte poesía satírica y burlesca en la Fan page Lufloro Panadero
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Mayra Por Luis Villalón Fotografía: Ryan McGuire
N
unca he amado a nadie tanto como amo a Mayra. ¿Mayra? No puedo decir con certeza si ese es su verdadero nombre; pero creo que no haría gran diferencia si fuese ese o Sarah, o Zaira. Ni siquiera puedo recordar las circunstancias de nuestro primer encuentro, eso sí, puedo jugar a inventármelas, contándome todas esas historias de novela marica, ositos de felpa, coñac y sutilezas En fin, me considero un hombre moldeado en desesperanzas, una carcasa de soledad y órganos citoplasmáticos. Bueno, esa era mi opinión hasta que llegó Mayra. Mayra es, Mayra es ¿Cómo describirla usando palabras? Me haría falta un alto rango académico. Escupir cursilerías como una ballesta y el acero atravesando la garganta del poeta en una orgía de términos rebuscados. ¡Oh, mujer!, quiero amarte toda la noche, hasta la bancarrota, empeñar mi hígado a un alcohólico nariz-rosada y follarte hasta compartir los procesos hepáticos más románticos. Como todas esas noches en las que me rescatas, mi amor. Con tus ojos entrecerrados y ropa ceñida, escultura renacentista y la mañana siguiente cuando venero tu mancha de sangre en la sábana formando el rostro de Cristo, o quizá sólo sus pecados más sádicos. Me escabullo de mí en ti. Me arropo en tu danza líquida, escucho cada anécdota tuya, una escala musical que me vuelve un yonqui zarrapastroso, tomo notas sinestésicas y me ahogo en la placidez de unos pulmones repletos de existencia. Bultos pesados. ¡Amor! ¡Pasión! En esta noche cada estrella es lujuriosa. Los perros fieros violadores. Mira al espejo gemir en silencio. ¡Cógeme, mi cielo! Te vomito por la nariz y me libero de ti. Me siento espeso y cursi como placenta. Necesito una pizca más de tu cariño redentor Pero no puedo costearlo. Me transmuto al cuerpo de tus clientes, Mayra ¿Zaira? Estoy impreso en cada uno de tus orgasmos, soy
tu muy personal enfermedad de transmisión sexual, un cáncer piadoso, una bocanada de amanecer en clímax. Eres lo único que he tenido. Ya no puedo recordar si yo soy un pensamiento tuyo o tú uno mío, ya ni siquiera me importa de qué lado venga la supuesta subordinación. Te amo tal y como somos, mi niña hermosa. Me he esforzado hasta la fatiga por recordar qué soy sin ti; pero no tengo nada de información, no tengo un nombre ni un número al cual telefonear —salvo el tuyo, por supuesto— No tengo un pasado, no sé de dónde provienen mis vagos conocimientos. Para serte totalmente franco, no me desvivo cuestionando mi procedencia, sólo paso unos cuantos minutos tratando de descifrar el puzzle de mi ser hasta que caigo en cuenta de que estoy desperdiciando tiempo que bien podría estar pensándote, preciosa. No conozco suficiente de ti como me gustaría, pero te respeto. De antemano estoy enterado de los inconvenientes y discreción necesaria en tu oficio carnoso, bello ángel. Al igual que conmigo mismo, me es imposible concebirte en una existencia mundana. Es harto ridículo imaginarte empujando un carrito de supermercado, ora alimentando a una mascota, ora viendo una película en tele abierta, ora tiñéndote el cabello a lo punk en tu adolescencia. Tú eres el instante en el que nos diluimos entre sábanas y colchas, lápiz labial de cereza, lencería de catálogo, baja autoestima y la pecaminosa urgencia de corroborar nuestra palpabilidad. Eres todo el pasado que necesito, todo el futuro, una línea temporal Mayra. Me cuesta aceptar que me crearas partiendo de un capricho, conozco esas historias de amigos imaginarios en la infancia, incluso esos personajes recurrentes en la masturbación, pero me es difícil entenderlo proviniendo de ti. Ya de por sí es pretencioso esperar que una mujer tan exacta como tú, mi amor, se creara este ideal tan pobre como yo, en ese innecesario intento de recalcar todo ese frenético mar de encantadoras cualidades que se vuelven obvias al primer contacto contigo. Lo que tengo que aceptar, me parece formidable, es tu capacidad para dar a luz a esta idea, tu humilde servidor, sin prever que a su vez yo me dibujaría en la mente y me crearía a mi mujer perfecta, Mayra: Tú. Luis Villalón, México, D.F. 1987. Egresado de la carrera de periodismo en la FES Acatlán. Escritor a tientas. Co-creador y colaborador frecuente en el blog de literatura de-tetas.blogspot.mx Bajista de la banda de Hard Rock: Xkeban. Comediante.
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Transitio Por Canuto Roldán
poetwithoutlanguage@gmail.com
Me di cuenta de mi máscara salvaje Una vez que me la arrancaron a la fuerza Y me expusieron desnuda ante el pedestal Construido con las mismas piedras Que me arrojaron a la cara Sentí entre sus manos mi segunda piel arrebatada Como un reptil secreto de escamas ancestrales Una lengua ambigua de placer Delirante en la contorsión sobre su propio cuerpo Ofrecí el fruto de un saber y un sabor confuso Al padre que exigió Nombrar los animales de mi voz Bajo sus propios términos Pero animales eran aún Y fueron más bien gruñidos cacareos aullares Los que descubrí entre la máscara y mi rostro Entre la calle y el hogar A oscuras y en silencio A tientas entre el grito A plena luz en el transporte público Con miedo y placer entre las sábanas Luego de encarar mi nombre de machito Fui el reptil sodomita El perro lambiscón La mariposa muerta Que iba a engendrar capullo y endurecer coraza A provocar jauría y arrabal en la familia A redoblar gemido en donde el silencio no alcanzaba Me di cuenta de mi carne indómita Lamí cada poro como el perro feliz que era Luego de oliscar el rabo De otras bestias fugitivas callejeras Despuecito de correr tras de una bandada de pequeños Y molestos niños que apedreaban mi pulguiento cuerpo Encontré el deseo como un manjar tirado a la basura Como las sobras que cualquiera otro había pagado caro Para saciar sus ansias momentáneas Para ostentar su poder y sus dineros Y comprobar lo fácil que le habían concedido el placer Porque si no era lo deseable Al menos era socialmente aceptado Con todo y las sustancias alterantes Con todo y las palabras aguerridas Con todo y los golpes y llantos provocados
Descubrí mi condición de ave enmudecida Una que vez que migré primaveral hacia mis huesos Y el plumaje cambiaba de color conforme el sol me acariciaba Mis alas aprendieron del dolor de la mudanza Del movimiento cansado y requerido Para hallarse por fin Agitándose en la danza ritual del paraíso ardiente De un cielo fogoso Reflejado en el crepúsculo El orgasmo en las pupilas De un desconocido Cara a cara Entre el graznar de otras aves de corral Transportadas en el metro Entre la multitud Sentí en mi voz el oleaje profundo Amenazador hasta para mí mismo De todas esas hambrientas manos De todos esos ojos centelleantes en el camino Ahí me descubrí paciente fuerte y vieja Como la soledad de la tortuga Luego de ofrecerme De ofrendarme De volverme alimento y sacrificio Para mí y para otros Para que el sol volviera a nacer De entre las llamas negras de los cuerpos Agazapados y furtivos en las esquinas Vi mis horas pasar con las distancias Pesar con los amigos que no volví a ver Pero que un día me mantuvieron firme Con los alumnos que un día descubrí dolidos como yo Por que sus padres sus primos sus tíos También tuvieron hambre y soledad Y ahí los encontraron disponibles e indefensos Para penetrarlos con su lengua tremenda y temerosa Me volví el ritmo del humo entre mis labios Su humo orgásmico en mis pechos Su humo ritual y expansivo Su humo vibrante y psicótico Su humo verdad como ceniza Descubrí la máscara de Edwing Envuelta en piel de perro Escamas de reptil Fotografía: Monserrat Méndez Pérez
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15.08.2015 Fotografía: Monserrat Méndez Pérez
Cuerpo animal Espacio hoyado Tiempo sin memoria Placer que no cabía en lo dual Dolor que se volvía un maestro necio Ofrecí las aberturas de mi cuerpo A cada extraño que quisiera volverse Familiar de mis escombros Raíz de mis ruinas Recuerdo entre mis viajes Ofrecí cada agujero Antes de propiciarme otros por donde dar a luz El fuego voraz en que te ahogabas tú Quien no quería escuchar palabra sino quejumbre Me vi todo viento y toda lluvia Al diluir mi sexo entre tus dedos Como un torrente demencial sin voz y sin mirada Entre vocales ásperas Al entonar mi voz como un gruñido Como un idioma otro Ni primigenio ni final sino presente Transitorio y continuo Un rezo gutural para iniciar el paso La danza El ritmo de los disolutos las dispersas los divergentes Las ofrecidas las animal de noche Las del corazón oscuro y la mirada fuerte Los de voz amanerada y delicado andar Los de pensamiento fúlgido y carne triste Las de grito sórdido y carcajada fúnebre Las de acento mestizo y guapachoso Los de sueldo al día y cruda dominical Las de corazón partido y el culo roto Las de arrabal pop y coreografía vaquera Los de cuerpo ambiguo Sin interés de ser un animal de doble cara Ni un cuerpo a tres tiempos destruido Ayer hoy y mañana Siempre oculto
Canuto Roldán, pasante de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM. Ha participado en diferentes encuentros de investigación en torno a la retórica y el discurso como vías del desarrollo del pensamiento en la cultura mexicana del siglo XX y en la cultura italiana del Renacimiento. Durante la elaboración de su tesis, Figuras retóricas como procesos fictivos en Altazor de Vicente Huidobro, se ha percatado de la importancia de la oralización de la poesía para la conformación de grupos sociales. Por este motivo participa en Colectiva Poéticas, donde desarrolla e imparte talleres de lectura creativa y sentido de pertenencia. De 2011-2013 colaboró en la organización
No Sino puritita memoria resurrecta ambigua Mutante cada vez que se le enuncia Cada vez que se le evoca Diabólicamente plural Atentado contra un historia única y fundacional Exclusiva y excluyente Dictadora y ortodoxa Entonces ni voz ni ritmo ni silencio No hubo respuestas Sólo preguntas No hubo sentencias Sólo una cuestión constante Entre la voz y el silencio Mi boca sólo estaba llena de líquida y ancha verdad Únicamente después de haber sido llenada Con otra viva carne Que me daba puro gemir Puro dolor Puro placer Puro gemir Puro dolor Puro placer De la casa a la calle De la calle al hogar De boca en boca Y de mano en mano Como una lucha secreta Sin principio ni fin Un territorio ambiguo De múltiples afectos Palabras ideas entrepiernas Sin mapa nombre único ni territorio Un borde de filo y hendidura sin terminar La voz voz La voz monstruosa y bendita de los cuerpos La voz de los gemidos los llantos y el silencio Lengua sin pausa lengua vibrante lengua del ave Que no supo nombrar Adán
del Slam Nacional de la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (REDNELL) en diferentes emisiones y sedes: D.F., Mérida, Tijuana y Aguascalientes. Actualmente es asesor de inglés de la ONG Enseña por México, desempeñando su labor como becario en la Biblioteca Digital, donde además de enseñar inglés y lectura, apoya en la gestión de proyectos comunitarios estudiantiles. Una de las razones que lo motiva a continuar con la creación, difusión e investigación en torno a la oralidad es su curiosidad por entender las particularidades comunicativas de la cultura mexicana a partir de la elaboración y difusión de sus discursos.
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Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal @UlisesCasal ulises.castaneda.alvarez@gmail.com
La cura “Mis manos dicen sí... mis manos dicen no... sí sí sí no no no y este cuento se acabó”. Y un alarido estremecía la tarde como un relámpago... los genes de un fantasma cayeron como canicas sobre un rosario... La niña cantaba, sin saber que mordía. Se levantaron un par de soles sobre sus pupilas y la tragaron como un dragón que come paja. ... la condena de la risa, es que termina...
Avanti Que sea el desierto la consciencia que aguarde mi oración, mi fe no se acaba con llanto, la lengua tiene alas, a lo lejos corre la maldad como una cebra correteada por un hambriento tigre. No desesperes mundo, el horizonte está más cerca que el corazón de los seres. Hay esquinas en las que se prostituye el diablo, y la niña de los ojos miel se la pasa llorando, tristemente llorando el suicidio de su dios. Mi cama es una isla donde se anidan los sueños.
Fotografía: Ryan McGuire
Corazón En la boca me cabe su corazón, el corazón es un grito, un cometa de sangre, el corazón es un enigma y se pinta en la pared para hablar de los recuerdos como una sobredosis de placer... En el pecho no cabe la boca porque tiene sangre de otro corazón.
Ulises Casal (Estado de México, 1988), estudió periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Profesional en el periódico La Crónica de Hoy como coeditor y reportero de espectáculos con especialidad en cine y música, crítico de
cine en su sección de opinión La pluma y la lente en el mismo diario, cronista en la revista radiofónica Crónicas de Asfalto y apasionado y adicto de la poesía, el séptimo arte, los viajes, la noche, el amor, la comida y la cerveza, siempre inspiradora.
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Reseña
La canción de la bolsa para el mareo
Instrucciones para no volverse loco siendo Nick Cave Por P.I.G. @Espermatozombie
H
ay un niño varado en medio de las vías del tren; sabe que la máquina se acerca porque el acero tiembla y tiembla, también su cuerpo. Sabe que llegará la hora en la que tendrá que decidir si saltar o cerrar los ojos. Por el contrario, abre su mente y aleja el pensamiento de aquel inexorable desenlace. Ese niño es Nick Cave, el cantante, el actor, el humano, quien se desnuda ante los lectores y expone sin pudor sus temores en la obra, autobiográfica si se quiere, La canción de la bolsa para el mareo. Durante su pasada gira por tierras norteamericanas, el australiano se dedicó a plasmar de forma visceral los pensamientos que cruzan por la mente de un ser tan común, todo ello en las bolsas para el mareo de los aviones en los que viajó. Podemos no echar un vistazo en aquel espejo o mirar a distancia la eyaculación de la fuente, pero siempre algo habrá que nos salpique y nos obligará a voltear. La bolsa para el mareo es el único recipiente donde esta mala semilla puede vomitar sus fobias y sus filias, es el costal en el que decide colocar el tormento que le representa estar lejos de casa, el vacío que le causa estar rodeado de gente y no encontrar
eco a su voz, más que aquel que retumba en las paredes de la habitación de su hotel en medio de la opacidad. Poesía y prosa bizarra, palpitante; recuerdos, memorias, palabras que quieren abarcar todo lo que ve, aun sabiendo que la tarea es imposible. “Quererlo todo es lo que te acaba desgarrando”. Sus letras son su única válvula de escape, su acto desesperado por expulsar a los demonios para que no sigan taladrando hasta el hartazgo en su mente implacable. Tanta es la necesidad que recurre a estas bolsas de mareo y sincroniza la perfecta analogía entre este recurso de emergencia y la necesidad de hallar los oídos que se atrevan a escuchar. ¡Por favor, no se olviden de mí! Soy humano, también me masturbo en el baño de un hotel y de igual forma quiero que esta vez nadie guste de mis canciones, porque estoy cansado de que me oigan sin escucharme. En este libro vemos a un Nick Cave abrumado, plagado de resquemores, pero que también sabe reír con sinceridad. Hay oscuridad pero también existe un dejo de esperanza. Al final, el día se convierte en noche y siempre hay un momento para descansar.
A pesar de su tono lóbrego, la obra demuestra el talento con el que cuenta Nick para escribir ideas concretas, sin que éstas cuenten con una lógica lineal. Ese es quizá su secreto para componer canciones sinceras, reflexiones de vida y muerte, citas filosóficas con humor sardónico, condenas literarias por un amor imposible. “Que el mundo sepa que he muerto de amor”. Y una vez llena, colmada de vómito (llame a la azafata para que se lleve la bolsa), ésta requiere ser vaciada en algún lugar escondido, al que nunca se vuelva, del que nunca se sepa jamás. Pero hay que hacerlo, llenarla hasta el fastidio, pues para eso fueron hechas. Al final, hay una meta que se busca y se logra, y no pasa nada, pues la nada existe desde siempre y existirá aunque el niño permanezca posando el oído en el camino o la mujer negra con falda de barras y estrellas decida volar y dejarle trabajar sin compañía. “El niño piensa en volver corriendo por las vías. El niño piensa en saltar al río. El niño se da cuenta que no puede hacer ninguna de las dos cosas y se queda paralizado en la vía”. Por ello el autor nos aconseja volver a casa y tomar de la mano a nuestros niños, aunque ya sean adultos.
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La familia Suárez lamenta el fallecimiento de la señora
Lucía Infante Por Ximena Cobos
M
argarita Suárez, Helena García y Lucía Infante eran tres amigas de 79, 72 y 77 años respectivamente. La mayor de ellas, Margarita, vivía con su hijo, su nuera y dos nietos; aunque jamás la hicieron sentir incómoda o como un estorbo, no le gustaba pasar mucho tiempo en casa, no fueran a cambiar de opinión. Solía salir a las tres de la tarde, luego de la comida con sus nietos, rumbo a la casa que compartían, tres calles adelante, Helena y Lucía. Ésta última nunca se casó, jamás habló con ellas de algún amor fallido o contó una historia que tuviera que ver con el tema. Por el contrario, Hela, como le decía Lucía, solía platicar, muertas de risa ella y Margarita, sobre los distintos amoríos que tuvo desde la adolescencia. Que si se salió de una casa por la ventana antes de que entrara la madre del muchacho y se quedó colgando de la falda en la rama del árbol del vecino; que si permaneció encerrada en el cuarto de hotel de uno de sus amantes todo un día bebiendo sólo leche de soya y hurgando en todos los rincones de la habitación, o la que más le gustaba: aquella noche entre las calles oscuras de Coyoacán en que había hecho el amor apresuradamente sobre una motocicleta, gracias a que traía vestido, con un chico a quien conoció horas antes en un café. No era que Lucía fuera malhumorada, amargada o seria, por el contrario, contaba chistes que recordaba de vez en cuando, tomaba un mezcalito
Fotografía: Maria Bazana
o tres por las tarde junto a sus amigas, fumaba flores y a veces las mezclaba con un poquito de marihuana que convidaba a las dos ancianas de mejillas sonrosadas y poco maquillaje con quienes platicaba cada tarde. Tenía una risa transparente y unos ojos que brillaban como su pelo, de un blanco total. Lo que sucedía era que quería mucho a Hela y no le gustaba escuchar aquellos cuentos en que ella no existía. Margarita nunca lo entendió y tampoco supo cómo sus dos amigas a quienes conocía desde hacía 20 años habían terminado viviendo juntas en una casa no tan grande y antipersonal. Además, jamás llegó a enterarse, porque nunca se atrevió a contarlo, que Hela había tenido una novia a los 19 años, una chica alta, de cabello largo hasta la cintura y rizado, delgada y de caderas exquisitas. Aún conserva, sin que nadie lo sepa, una fotografía en su cajita de chunches y recortes. Aquella joven, seis años mayor que Helena, la había dejado por una mujer de su misma edad aduciendo que no había espacio en su vida para una chica indecisa y pegada a las faldas de su madre. Hela lloró toda una noche. Margarita dejaba la casa de sus amigas entre las diez y las diez y media, porque tenía que llegar a tomar su pastilla para la presión y a saludar a su hijo que volvía a esas horas de su trabajo en una firma de abogados. El marido de Margarita había muerto cuatro años atrás, diabético y necio; acompañaba todas las tardes a su mujer hasta la puerta de la casa
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de sus amigas, al despedirse guiñaba el ojo a Lucía, quien lo había descubierto una tarde que dejó, muy a disgusto, solas en casa a Helena y Margarita, comprando una nieve de limón y con una bolsita de bombones de chocolate en la mano. Martín, como no le gustaba que lo llamaran, pidió a la amiga de su esposa que guardara el secreto, odiaba la medicina y no podía vivir sin sus bombones diarios, total, su hijo ya estaba casado, tenía sus propias ocupaciones y preocupaciones que atender y, decía, darse ese gustito aunque lo haría morir más rápido lo hacía feliz. Además, le dijo, había amado lo suficiente a su esposa y la había procurado cada día y cada noche así en la cama como en la mesa. Lucía aceptó guardar el secreto sin saber por qué; cuatro meses después, cuando Martín murió, no pudo más que besar en la mejilla a su amiga y tomarla de la mano mientras lanzaba un puño de tierra a la tumba de su marido, que no había querido cremar afirmando que saldría caramelo. Lucía supo entonces que nunca hubo secreto que guardar, pero no se sintió como una tonta, sino que admiró más el amor de aquella pareja que siempre había creído ajenos uno del otro. Todas las noches, al quedarse solas, Lucía acarreaba a Helena al baño para que se lavara los dientes, cosa que ésta a veces olvidaba por flojera o por el mezcal, bebida que nunca le sentó tan bien. Después la conducía a la habitación que ambas compartían, la sentaba en la cama y, entre sonrisas de ambas, la iba desnudando, soltando a veces un beso por su cuello no tan arrugado como el de ella. Adoraba que Helena usara vestidos, pues al desabotonarlos podía rosar sus pechos que en su tiempo fueron de un tamaño delirante para su complexión siempre delgada. La recostaba sobre la cama perfumada, se quitaba la ropa y le abría las piernas. Helena a veces llegaba hasta el orgasmo, cuando aquello ocurría, Lucía volvía hasta sus pechos y lamía sus pezones encendidos, hasta que Helena la atraía hasta sus labios y la besaba buscando al tacto la humedad de su vagina. Las dos ancianas vivían en una casa con dos habitaciones; pese a que dormían la mayor parte de las veces en la misma cama, Helena a veces abandonaba la recamara cuando Lucía dormía profundamente. En un cajón de la cómoda izquierda de ese cuarto que casi no ocupaban salvo cuando Helena se enfadaba, o fingía que se enfadaba, bajo llave estaba un objeto que había escondido de Lucía, pues ésta se enojó profundamente cuando lo descubrió bajo la almohada de su amiga una tarde al llegar del mercado. Hela confesó a Lucía que extrañaba ser penetrada, hacía 25 años que esto no sucedía y, aunque durante ese tiempo fue envejeciendo, Helena suponía que entre los 47 y los 72 años las
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mujeres aún mantenían relaciones sexuales con los hombres, como ellas casi cada noche. La rabieta de Lucía llevó a ambas a permanecer enojadas y sin hablarse por toda una semana, durante la cual Margarita trató de reconciliarlas sin obtener una respuesta positiva, pues ninguna de las dos quiso contar el motivo de su pelea. La noche en que se reconciliaron, Margarita, incitada por Helena, les contó cómo conoció a su marido y los primeros días de su noviazgo, hasta llegar a la tarde en que Martín había tenido el tino de poner su mano sobre sus pantalones, a lo que ella respondió bajando la bragueta y sacando el pene que, tras acariciarlo, se llevó a la boca como mero instinto, pues virgen e inexperta jamás había hecho esto en su vida. La sonrisa en la cara de Helena mientras su amiga contaba esto le hizo sentir una punzada en el estómago a Lucía, disimuladamente interrumpió la historia llamando al gato para darle de comer. Al acompañar a Margarita a la puerta, Lucía le preguntó si a sus 79 años extrañaba que su marido la penetrara, Margarita contestó asegurando que aún recordaba el último día en que se había acostado con Martín, cuando su nuera salió al pan y faltaba una hora para que sus nietos llegaran de la escuela. Luego de permanecer pensativa por unos minutos en la cocina, mientras preparaba un café, Lucía pidió disculpas a Hela por el desplante de unos días atrás y le regaló un camisón nuevo, mismo que había mantenido bajo la almohada en que Helena no se había acostado desde la pelea. No supo cómo explicar que no entendía lo que Hela sentía como la ausencia de algo dentro en el momento del orgasmo. Pese a esto, aún se acostaron en cuartos separados, pero a las tres de la mañana, Helena se levantó de la cama y se desnudó, con pasos lentos de unas piernas ahora cansadas por los años, entró al cuarto de Lucía y esta vez fue ella quien buscó los senos en la oscuridad. Durante el aquel orgasmo Lucía volvió a sentir esa extraña punzada en el estómago. Dos semanas después Lucía vomitaría sangres por primera vez, detalle que ocultó a Helena pues seguramente para no lastimarla o incomodarla no querría dormir más a su lado. Acudió al médico a la mañana siguiente, poniendo de pretexto que llevaría a Margarita a comprar café al Centro, pues sabía que Helena odiaba el aroma de tanto café de diferentes edades junto. El médico ordenó estudios que no pudo ocultar más a Helena, y luego de contar lo que sucedía a Margarita aquel mismo día que quedó marcado en sus memorias como el mismo en que Lucía rechazó un mezcal por primera vez, las tres amigas acudieron al hospital para que Lucía se realizara los análisis.
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Durante las dos semanas siguientes Margarita se notaba preocupada y nerviosa, había olvidado sus lentes en el baño y acusado a sus nietos de esconderlos, además, su nuera halló su monedero en el refrigerador junto a una bolsa de pan. Pablo, su hijo, quiso saber si algo grave le ocurría a su madre y ella no supo como explicar que tenía la misma sensación que cuando su padre se encontraba internado en ese hospital, que ella siempre encontró tan frío, dos días antes de que muriera; por ello Margarita permaneció callada un largo rato frente a su hijo, que cansado por el trabajo optó por ir a dormir, pues al otro día debía levantarse más temprano. La mañana en que entregaron los resultados a su amiga Margarita arribó a la casa muchas horas antes de lo acostumbrado, llegó guiada por el instinto de amor y supervivencia, pues una vez más había perdido los lentes sin los cuales no distinguía ni las banquetas. «Cáncer de estómago» le dijo Lucía cuando abrió la puerta. Ambas se abrazaron y entraron a la casa donde Hela parecía despreocupada. Los últimos tres meses de tratamientos, vómitos, mareos, dolor y lágrimas, las tres ancianas durmieron en la misma casa, pues a veces Helena no podía con todo el trabajo que le resultaba cuidar a Lucía sola y aunque pareciera que una vieja entrando a los ochenta años era más objeto de cuidado que de ayuda, las tres señoras pudieron sobrellevar sin mayores esfuerzos o accidente alguno la enfermedad que acabaría con Lucía. Algunas tardes Margarita iba a casa de su hijo, pues su familia, aunque entendía la necedad de ayudar a sus amigas, parecía algo molesta y preocupada por la salud de aquella mujer serena que sin más se había tornado atolondrada, temían que no resistiera una pérdida más a esas alturas de su vida. En aquellos momentos de soledad aparente en que Lucía dormía y Margarita se ausentaba, algunas veces Hela entraría al cuarto de baño con aquella cosa que siempre permaneció bajo llave en la cómoda izquierda del cuarto que ahora servía de habitación temporal a Margarita, por temor a algún disgusto nuevo de Lucía. Además, pese a las lágrimas de la enferma, que solía llorar en silencio, permaneció siempre durmiendo en el sofá del cuarto que compartían, argumentando que Margarita podría llegar a pensar mal de ellas si notaba que compartían la cama. Además, como tratando de convencerla y de parar el llanto, que a esas alturas Lucía pensaba
“Ximena Cobos CRUZ (para no olvidar el puerto que le puso a mi sangre la necedad de buscar calor a toda costa), es una mujer que a sus 26 años busca titularse de la carrera de Letras Hispánicas, pero que, ya que la única montaña rusa a la que me he subido es a la de las emociones, escribo en todas las hojas que me encuentro textos muchas veces ininteligibles. Por ello, me declaro una de las categorías faltantes en el Manifiesto Infrarrea-
que no le conmovía en nada, pero que ya le era imposible controlar, cada noche, Hela le repitió, acariciando su cabeza, que todo era por su bien, que estaría más cómoda durmiendo sola y que si algo necesitaba ella permanecía siempre alerta. Lucía jamás pareció convencerse de las palabras de una Helena ahora ajena a sus emociones, frialdad que Margarita siempre interpretó como fortaleza ficticia de aquella anciana, que aunque más joven, guardaba cierta debilidad que se reflejaba en sus ojos y en ese ligero temblor de manos que, el día del entierro de Lucía, la llevaría a soltarse de un barandal en las escalinatas de la casa, provocando una caída que evitó que ésta asistiera hasta el panteón, resultando con un esguince de tercer grado en el pie izquierdo. Lesión que la llevó a reencontrarse con una soledad de huesos rotos, aunque no en apariencia, a la salida del hospital, donde nadie la esperaba. Sin embargo, Margarita era fiel, una mujer siempre preocupada por los otros, así que contra toda insistencia de su hijo, esperó a Helena en la casa cerca de una hora tras llamar al hospital y confirmar que ya había sido dada de alta. Antes de salir alarmada porque ésta no terminaba por llegar, Helena abrió la puerta y entró con dificultad, cuando descubrió a Margarita en la sala no pudo contener el llanto. Su amiga creyó que ahí había terminado la fortaleza de aquella anciana. Le preparó un té y le pidió que hablaran. Aunque en su interior creyó que eran cosas de la edad y que Helena tenía miedo ante la primera muerte de alguien cercano en su vida, se topó de frente con una historia que jamás pudo llegar a creer. Por lo demás, Helena se ahorró detalles y Margarita no quiso hacer preguntas de cómo se conocieron, cuánto tiempo llevaban juntas, ni cómo llegaron a esa colonia donde ella había permanecido toda su vida, donde conoció a Martín, donde entró en labor de parto frente a la panadería y tuvo que ser llevada de emergencia al mismo hospital donde su marido moriría; esa colonia donde su hijo conoció a Gloria y tuvo a sus nietos que eran bastante traviesos y que a veces la exasperaban, pero a quienes jamás les hizo mala cara. Aquella colonia donde ahora estaba conociendo una historia que había pasado frente a sus narices por tanto tiempo que la hacía sentir ofendida. No obstante, siguió visitando aquella casa, no con tanta frecuencia como cuando eran tres.
lista de Mario Santiago Papasquiaro: El Caos Total. He publicado en dos ocasiones en la revista Letras de Reserva, pero manejo un blog junto a un amigo en el que, creyente fervorosa de que un escritor, antes de ser leído, necesita generar un público, busco acercar a cualquiera que se deje con mis textos a los autores que me han construido”, así se autodefine nuestra colaboradora.