El Mollete Literario #27

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El Mollete Literario www.noticiastransicion.mx

Director: Carlos Ramírez

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Noviembre 15, 2015, Número 27, Tercera Época

Las despedidas de Huberto Batis Por El bolillo escéptico pág.16


Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae. Bram Stoker

Editorial El inaceptable ataque a la libertad y la cultura

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os actos terroristas registrados el pasado viernes 13 en París fueron el detonante de la indignación mundial ante el fundamentalismo, sin embargo ¿qué tanto reproducimos las ideas de xenofobia y racismo? No sólo se atacó a un país, se golpeó a un indudable centro mundial de cultura, donde la tolerancia y las libertades son la clave. Se atentó al lugar donde desde el siglo XVIII, con la Revolución Francesa, se enarbolaron los principios de igualdad y fraternidad. El papel que han jugado las redes sociales al transmitir o reproducir mensajes que llevan como estandarte la indiferencia o sojuzgan aquellos que expresan congoja son contrarios a los tiempos que vivimos, tiempos que necesitan de más mentes claras que llenas de apatía ante la tragedia de los que solemos llamar “los otros”. Y no se trata de unirnos en una serie de actos para obtener la venganza, pero si esta es la premisa el futuro no se presenta prometedor sino cada vez más insano. No lo olvidemos, el patriotismo y la religión, cuando se convierte en fanatismo, se con vierte en una intolerancia radical, que desencadena en violencia ciega, como este aberrante golpe a una e las capitales de la cultura mundial. Reflexionemos.

Texto Por Luy

Índice 3

We were the children Por Ene Riaño

4

Letras Torcidas Por César Cañedo

5

Cuento Por Marco Villavicencio, Samuel Enciso y P.I.G.

10

Lápida redonda Por Luis Flores Romero

11

La inevitable costumbre de morirse, cuatro cuentos para seguir volando Por Paul Martínez

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Experimentos ilusorios para reconvertir las librerías Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

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Las despedidas de Huberto Batis Por El bolillo escéptico

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La mujer perfecta me ama Por René Avilés Fabila

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Comparsa de catrinas Por Canuto Roldán

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Priapismo Por Luis Villalón

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El Tlatoani del barrio se llamaba Mister Cat Por Ximena Cobos

El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición aca.moonchis@gmail.com Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.


We were the children Por Ene Riaño

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os nacidos después de lo Chernobyl confiamos menos en la energía nuclear, pese a ignorar qué es temer con repulsión auténtica el latente estallido de una bomba de tal calaña. Aún así, hemos sido educados por una amarillezca familia nuclear no hecha en China que, en gran medida, ha forjado nuestra educación sentimental plagada de pop. El gran terremoto es para nosotros, cual Big Bang, inmemorial. Tres décadas, la eternidad entera no vivida. Y la Guerra Fría, un hito que al venir al mundo, cual Tyrannosaurus Rex post meteorito, se creía extinto o en vías de... Mas resulta que el dinosaurio sigue allí y, aunque los polos se derriten, cala gélido aire por aquellas llanuras circundantes al Bering. Alaska es el olvido, una cincuentona que pudo habernos parido, y que ahora ha perdido el fulgor de la rebosante juventud, aquella que declinará pronto también en nosotros, quienes, pese a vernos de lejos como niños, ya de cerca se adivina no somos ni seremos Dorian Gray. Quién diría que listos-fuera dimos nuestras primeras ensusmarcas al caer el Muro, si después gustosos, con gran esmero, pa´no extrañarlo, habríamos de edificar el propio. Muro expuesto y repleto, que sin ser agua al verlo de fijo se nos figura reflejo nuestro. Nacimos con plomo en la sangre, camada epígono del caduco siglo, ¿qué podría sorprendernos? Poco, y todavía menos si, libre de alucinaciones, nuestra vista supo a temprana edad que es posible que un hombre cambie el color de su piel, así nada más, como ningún otro antes y tal vez como ningún otro jamás. Hijos de la época multisatelital. Sí, aunque tantas lunas como Neptuno no Autor: María Bazana Técnica Mixta

posemos en principio, ha un rato que con naturalidad son tomadas esas muchas que han sido construidas para errar hasta impactarse. Artificios no creíbles ni aún en los días de Baudelaire quien, por muy visionario que fue, no alcanzaba a imaginar más que falsos paraísos. La profecía de el del Nopal, ese que llegó para legarse, estallaba y, por ende, imágenes proyectadas por alguna pantalla omnipresente ensombrecen desde entonces a las niñas de los ojos. En vivo desde Medio Oriente, alternadas entre la barra de caricaturas, contemplábamos en lugar de parvadas migratorias, tormentas bélicas que, desprovistas de lente infrarrojo, dejaban tanto a la imaginación. Cotidianidades on mute, fuegos artificiales sin eco en la nada. También en directo, poco después, además de eclipses, impávidos vimos, al otro lado del mundo, en la oscuridad del cono Sur, centenares de coetáneos, con vientres a reventar entre asediantes mosqueríos igual de moribundos que ellos. ¡Hambruna!, ojos cadavéricos avivados por sepa cuál instinto de vital permanencia en el globo, al cual un lustro

atrás habíamos venido todos nosotros para estar de sobra. Y mientras jugábamos con imitaciones de brutos celulares de erecta antena, aquel camaleónico sujeto, también ocupado en la emancipación de venturosas orcas, seguía cantando con sus amigos al unísono por los desnutridos que necesitaban algo más que kilos de ayuda imposibles de tragar lanzados en paracaídas desde lo alto por cascos azules, indivisibles desde el rigor de la sabana. Que alguien pensando en los niños les hubiera hecho un hit mundial no fue nunca tan necesario y obsoleto. Ahí estaban mediatizados, todos ellos, los de dentro de la pantalla, parados de cuello, años después de haber levantado la voz por primera vez, conscientes de que su himno inocuo relanzado no era más que parafernalia destinada a ser un oldie, pero recargados con nuevos bríos, en compañía de un mandatario fotogénico que, además, tocaba el saxofón. Así, con dedos chasqueantes, moviéndonos de un lado a otro, al ritmo de aquel gospel encubierto, entre imágenes del monumento a Lincoln y Etiopía, playback hicimos de ese coro del cual por momentos sentíamos no ser parte, porque nosotros no comíamos nuestra materia fecal, como contaba la leyenda negra esos hambreados lo hacían. Mayor valía que una andrógina estrella del pop, desertora de su raza, hubiese tenido un tirano-autoritario y sinvergüenza que hubiera, como vicario de Sileno o Herodes moderno, implantado campañas de esterilización forzosa y no inmunodeficiencias matasanos. Pero ¿qué quedaba en tales lejanos albores sino la Industria? Fuimos los niños de ese mundo que ya se sabía irreparable.

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L et ra s To r c id a s Por César Cañedo @chocorrols chocorrol_x@hotmail.com

Poesía

Hombre

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Para Álex Trejo

Te quiero porque eres hombre y tienes vulva y un olor aceituna de jardines, pelos de más, caricias rubicundas, un misterio en el sexo y en el nombre, y en la calle, coda a coda, digno volvemos lo trans. Te quiero porque quererte es romper con esa inercia que define niño con pene y nena con vagina que acompasan el pensar regular de tantas masas. Te quiero porque haces pesas, porque sabes, que jugar al varón es sólo un truco y si bailas me agarras la cintura y me quiebras y machas la figura, y en la calle, coda a coda, digno volvemos lo trans. Te quiero porque tu voz parece de adolescente esconde de los gallos femeninos ese grito viril que ruge y quema cuando con fuerza dice: “¡soy un vato y quiero fornicar con otro vato!” Y así asentado, por lo legal y lo feliz pactado hombre serás le pese a quien le pese, tierno viril decides por amante quererte así para salir avante y reclamar la “o” nominativa, y en la calle, coda a coda, transonriente varón inacabado reta al mundo feliz desde su estado.

“Las Tres Gracias, Jasper, Suzie yGill”, Del LaGrace Volcano. Londres.

Endecasílabo Dicen que fácil hablo en once sílabas que cuento sin contar mi palabrero que soy versado en el bufar certero y metro a metro encanto a puras rímadas. Nada más por costumbre no me exhibo en la posuda pasarela pöética porque desciendo de flojiza épica que banaliza todo lo que escribo. Torticuleado el verso inventadísimo otra estrofa preparo con retardo para hechizar de amor el pie de un bardo que el ojo ya me tiene apretadísimo (del culo) que se aclara con la clara presencia transversal homorrimada blanquisca estela baba que no para después de ser perfecta mi mamada.


Siempre nos jode lo mismo Por Marco Villavicencio @marx_ferdinand

Siempre nos jode lo mismo, Se acaba el agua en la ducha, Se apaga el ordenador antes de salvar el archivo O nos quedamos sin cena

Nunca desayuno, Nunca tiendo la cama, Trabajo todo el día frente a una máquina, Como otra máquina. Como lo que puedo Y ahora hasta cuento las calorías O los gramos de azúcar O el sodio o el benzoato de potasio O las horas que faltan, Presiono dos minutos al microondas Vivo en un país grande y jodido Lleno de gente grande y jodida y algunos enanos y magnates canallas, asesinos, agachados, lameculos, acomplejados inmundos, que se organizan y trabajan sin descanso para jodernos más siempre. Hoy no estoy contento. Mi patria merece una mejor patria, mi mundo merece un mejor mundo, yo merezco ser un mejor yo mismo Y cada día, lo que fui ayer me alcanza y me repite y roe mis nubes arreboladas, se acaba mi cereal para la cena, se baña con el agua que me tocaba, jode cuanto puede , sin descanso Insomne, carnívoro sin hambre, como sombra, como siempre, diario o cada jueves, no importa, siempre nos jode lo mismo.

Poesía

Siempre nos jode lo mismo Pero a veces nos joden también cosas nuevas El universo no repara en crear nuevos átomos que viajan millones de kilómetros para venir a jodernos los jueves o los martes

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Darcy Por Samuel Enciso

Cuento

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a del nombre extraño. Darcy. Jonathan la llamaba Darza, a veces simplemente Dar. Darlina, en lugar de Merlina, porque para él, ella siempre había sido Merlina Adams. La de personalidad extraña. Le parece recordar la primera vez que la vio, a ella, a su Daria personal, con sus lentes enormes y su cabello perfecto y su boca grande y sus labios deliciosos. Ojos cafés del tamaño de su puño. Su pantalón negro que marcaba su figura de chica de 16 años que por aquél entonces le parecía gloriosa. Y le parece que algo negro también en la parte superior, adornada con aretes brillantes a juego con su sencillo collar. Todo aquello envuelto en una actitud de no saber que era bella. La verdad es que le encantaba. ¿Por qué la dejó ir, entonces? Una niña llamada Darcy que tenía 13 y parecía de 16. Pero él, que por entonces tenía 17, supuso que ya que eran menores los dos, en realidad no tenía importancia. La verdad es que él siempre había sido un tonto. Pero la ingenuidad era el aroma del mundo y la vida era bella. Recuerda que fue después de regalarle un disco de AFI el día de su cumpleaños que ella al fin le dijo que sí quería ser su novia. Lo que no recuerda es a dónde iban. Recuerda un viaje en el metro, con muchos besos de por medio. También una tarde floja en la escuela, mirando el atardecer, tomados de la mano. Ella dijo algo que a él no le gustó y él “la calló con un beso”, como había visto que hacían en la televisión. Simplemente porque había visto que lo hacían. Pero a ella pareció gustarle. Y él se sentía medio ridículo, medio tonto por no saber que decir. También recordaba su mano sudorosa. ¿Estaba igual la de ella? Recuerda una vez en el billar. Pero de ese día recuerda más su partida y que la dejó ir sola. Y que su amigo Martín le dijo que no estaba bien que bebiera cerveza, estando ella ahí. Él ni se lo había planteado. Pero a ella no pareció importarle. ¡A ella le gustaba el rock! ¡Lo que es más, el rock clásico! ¡El de los 70’s y 60’s! Con su buena dosis de música adolescentil para cortarse las venas. Lacrimosa and such. Jonathan disfrutaba por aquellos tiempos de Guns N’ Roses, Nirvana y Metallica. Así que estaba encantado con ella. Recuerda que su profesor de química, Hugo Arredondo Fregoso, una especie de hippie sabihondo, le hacía burla porque la había oído decir un montón de obscenidades en una sola frase. Pero a él no le importó. De hecho se prendió más de ella. Recuerda la vez que su padre fue por ella a la escuela. Él no quiso dar la cara, el muy cobarde.

Las largas charlas sobre aquel programa adolescente de los noventas, Dawson’s Creek. Y las largas charlas sobre música y Lacrimosa. Y la vez que él y un amigo, Ernesto, la sacaron de su salón con un mensaje que Ernesto se encargó de llevarle, en medio de una clase, a través de una ventana, con todo su salón observándolos. Recuerda cómo la miraba cada vez que podía. Cada vez más enamorado. Recuerda la carta que ella le dio después que él se “le declaró”. Después del disco de AFI. Cuando ella al fin pensó que era cierto que él la quería. Desgraciadamente la ha perdido. Y la vez que él le pidió su teléfono. Eran sus primeros encuentros. La alcanzó, pues ella se dirigía a su salón. Quién sabe qué cosas le dijo, alguna trivialidad seguramente, o alguna broma tonta, y al final le pidió su número. Entonces se dio cuenta que no traía nada en qué anotar, o con qué, y ella tuvo que sacar una pluma, y él la tomó, temblando, y como apresurado, para ocultar el miedo, empezó a anotarlo, sacudiéndose cada vez más fuerte, rogando que ella no se diera cuenta. Pero a ella no pareció importarle. O la vez que festejó como poseído él sólo, en medio de la sala de su casa, poniendo música a todo volumen. Y es que la había besado después de tanto tiempo de haber terminado su relación. Estuvieron charlando durante un rato sobre regresar o no. Ella se negaba rotundamente, al final se despidieron y ella se dio la media vuelta, pero él en lugar de soltarla la apretó y la atrajo hacia sí. Igual que en las películas. Porque lo había visto en las películas. Pero no por ello con menos intención u honestidad. Y la besó. Se separaron como asustados, no dijeron más y cada quién partió por su lado. Él sonreía como idiota. Nunca supo qué había pensado ella. Pero aquella vez era un ganador. El más grande de todos. Llegó a su casa. No había nadie. ¡Perfecto! Encendió el radio, puso uno de sus discos de rock en formato MP3, de los que vendían en el metro, tan nuevos entonces. Saltó y gritó y cantó de alegría. —Es embarazoso — ­ me dijo Jonathan—, pero la única canción que recuerdo es I was made for loving you de KISS ¿Y luego qué? En términos técnicos: no hubo seguimiento. Ella no dijo nada después, él no dijo nada tampoco. No sabía qué decir. El triunfo quedó reducido a triunfo vacío. Y el momento se perdió y se disipó en la distancia. Otro punto para la idiotez. Jonathan tenía la aprobación de la madre de Darcy. Una vez, después de que terminaran, estando en un elevador, ¿o eran unas escaleras?, le parece a Jonathan que es un día de inscripción a las clases de inglés de Darcy y él la acompañó... Bueno, estaban en el elevador y de pronto su madre, así de la nada, le dijo: “¡Ay Darcy!, ¿lo cambiaste a él por el ‘Salsas’?”. Ja, ja, ja. “Señora, podría besarla”, pensó Jonathan. A Darcy no le pareció nada gracioso. El “Salsas”. El apodo se lo había dado el viejo maestro de química, el mismo que se burlaba de Jonathan por su novia grosera.


más lleno de inseguridad que de grasa corporal y no lo sabía. No sabía tampoco cuánto lo quería Darcy. No sabía que iba a romperle su corazón de 14 años. Tiempo después se enteró por un amigo que ella le había llorado. Y por otro amigo se enteró que ella lo quería lo suficiente como para que fuera el primero. Ella hubiera sido su primera también. —¿Alguna vez has pensado qué momento cambiarías de toda tu vida si tuvieras la oportunidad? —me pregunta Jonathan. —Claro que sí. Todos lo hemos pensado —le respondo. —El mío es ese momento —me dice muy seguro—. Ningún otro. Y todos aquellos intentos de Jonathan por recuperarla. Y toda la tristeza y toda la pena que fueron reales, pero tan patéticas y que encima le duraron años. Me pregunto si ya se lo habrá perdonado él mismo. Recuerda haberle prometido que el regalo del disco iba a ser la última vez que la molestara. El último de sus intentos, pero sabía que siempre habitaría su memoria y su corazón. La perdió. Dice que hablan muy seguido, pero que nunca la ve. Dice que ella parece ser feliz con su novio. Jonathan no ha encontrado a nadie. Quizás como castigo supremo. —Una vez —dice Jonathan— toqué con mi banda y la invité, Darcy y su amiga parecieron disfrutarlo mucho, no así su novio. Los amigos de Jonathan le dijeron que Darcy no lo dejaba mirar con algo más que admiración. Pero él no lo creyó. O más bien no quiso hacer nada al respecto. Hacía tantos años de todo. Era terreno peligroso para él y si ella estaba bien, qué mejor. Tiempo después la vio, fueron por una cerveza y él se dio cuenta con asombro y ternura que ella conservaba cierta ingenuidad de su adolescencia. Quizá fuera el eco del recuerdo, pero era verdad. Y esa manera de hablar, su voz tersa y su manera de pronunciar la “s”. Como sea, Jonathan dice que ya ha aceptado su destino funesto. Y que ahora sólo le quedan ganas de joderse a la vida tanto como ella se lo ha jodido a él por ser un idiota. “Bien merecido, me lo tengo”, dice y le da el último trago a su cerveza en medio del ruido del Rock Center, el lugar donde lo encontré. “Durante mucho tiempo todos mis amigos me dijeron que había sido un idiota por dejarla ir, pero que te lo digan no hace mella. Saberse un idiota es lo que hace mella. Saberse un idiota y no saber qué hacer para dejar de serlo”. —“Todo es parte del cambio. No se puede ser un idiota por siempre, ¿o sí?” Y yo que soy un cínico, enciendo un cigarro sin responder, pero mi sonrisa no se le escapa.

Cuento

Rememora y no cree que se haya aguantado la risa. Pero a Darcy no le pareció tan gracioso. Se apenó tanto que Jonathan dejó de reír. Recuerda el regalo que le hizo días después de su cumpleaños, que coincidió con el estreno de Across the Universe. Pretendía ser un disco con todo y su booklet, diseñado por él mismo. Un montón de canciones cursis e implorantes que incluían Sweet Child O’ Mine y I’m Still loving you de los Scorpions. A Message de Coldplay, favorita de Jonathan, y por alguna extraña razón, Smile de Pearl Jam y Letter to Hermione de David Bowie. Pero no tuvo tiempo de terminarlo y le entregó muy burdamente el disco en un estuche de esos en los que venían las películas pirata junto con el booklet impreso, cada página del mismo con el diseño temático de la canción. Recuerda que ella le dijo que estaba muy padre. Pero sólo porque él le preguntó. Claro que para entonces ella ya estaba un tanto harta de él. De tanta insistencia. Ese mismo día, luego de dejarla lo más cerca de su casa que se atrevió, Jonathan le quiso decir que la amaba. Ella lo sabía. Él se dio cuenta, lo pudo ver en su reacción, entonces decidió no poner ese peso en ella y terminó diciendo: —Quiero que estés en mi vida. ¬¬ ¡No Mames! “#mejornipinchesnazco”, dirían ahora. ¿O sea qué pedo? Ella le dijo que ahí estaría. Y ha cumplido —dice Jonathan sonriendo—. Y se lo agradezco. El mundo sería más oscuro sin ella. Recuerda entonces la vez que pensó que era un gordo que tal vez no se la merecía. Caminaban hacia la salida de la escuela, ellos dos y detrás un grupo de amigos del salón de ella. De pronto ellos los llamaron y Jonathan no quería ir. Uno de ellos gritó: “¡Dile a tu galán que venga!”. Jonathan lo interpretó como una burla. Y se negó a ir con más vehemencia. Ni siquiera recuerda porqué querían que fueran con ellos. Pero se sabía gordo y nada galán. Es increíble y estúpido que recuerde eso, pero lo recuerda. Se sintió vejado, aunque no lo supo precisamente en ese momento. Sólo sabía que estaba muerto de pena. ¿Ella era la culpable de que lo hubieran llamado así? Al contármelo, Jonathan tiene una mirada agria. “Estaban celosos”, me dice. “Ella era en verdad muy linda. Y yo lo interpreté de la manera más pendeja”. Y recuerda la vez que la terminó. Porque sí. Porque creía que casi no hablaban, porque creía que ella se aburriría pronto de él. Porque él no sabía qué hacer. Era un idiota nuevo en ese tipo de cuestiones. Simplemente no sabía qué hacer. A sus amigos les decía tonterías como: “siento que ella está muy chavita, yo quiero que me enseñen”. Sí. Era de ese tamaño su estupidez. Pero estaba

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Pan de muerto Por P.I.G.

@Espermatozombie

Cuento

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n una alejada región del sur del continente, cerca del fin de nuestro mundo, se haya una pequeña comunidad, cuya principal particularidad, más allá de la complejidad de sus tierras y más aún de sus pobladores, se centra principalmente en una tradición milenaria: el pan de muerto, que es estrictamente pan hecho a base de carne humana de los no vivos. El procedimiento para cocinar este típico platillo ha sido el mismo desde un inicio: se acude a cualquiera de las fosas comunes que existen en el pueblo (que no son otra cosa que simples orificios en la tierra donde son abandonados los cuerpos ya sin vida de personas desconocidas), para hacerse de algunos cuerpos cuasi frescos, previa selección de entre las decenas que en el lugar suelen haber. La gente opta por hurtar los cuerpos durante la noche, ya que el robo en esta entidad es una acción muy criticada por la población, no así el uso de cuerpos para hacer alimentos, práctica que es muy habitual. En fin. Una vez seleccionados, los cuerpos más aptos son llevados de inmediato a casa donde ya los espera la madre de familia, impaciente en la cocina para poner manos a la obra. El cuerpo es despojado de sus ropajes (si es que alguno ha sido abandonado con vestimenta), posteriormente es roseado con aceite y quemado lentamente con un soplete por encima de la piel para deshacerse de los bellos y de esta forma también despegar la primera capa de carne. Posteriormente se procede a eliminar el exceso de piel quemada con un cuchillo delgado; el procedimiento es muy semejante a pelar zanahorias o papas, aunque mucho más delicado, ya que se debe estropear la menor cantidad de músculo posible si se quiere aprovechar lo más que se pueda la carne del cuerpo. Mientras se lleva a cabo tan sigilosa tarea, las mujeres entonan las canciones creadas exclusivamente para los muertos. Se cree que antiguamente los pobladores, al cocinar los cuerpos, les cantaban como muestra de gratitud por permitir formar parte de los alimentos de una familia entera, además de que tenían la creencia de que con el canto los músculos se destensaban y la carne se volvía más dócil y fácil de manipular. Hoy en día se puede ver a toda la familia cantando en torno a la mesa de donde escurren líquidos humanos, los cuales inmediatamente son removidos por los niños, que, en un intento por formar parte de la tradición, cantan y cuentan chistes a los oídos de los muertos para inmediatamente salir corriendo

con una sonrisa tímida dibujada en el rostro y retomar el juego en el patio de la casa. Mención aparte merece el ritual que envuelve el proceso de corte y selección de extremidades ya que, como es de esperarse, no todo el cuerpo sirve para ser cocinado dada la escases de carne en algunas zonas corpóreas, como las manos, los pies o la cabeza, razón por la cual son separados del resto del cuerpo y desechados sin el menor reparo. Una vez que han sido seleccionados los retazos que servirán como masa, se inicia el desprendimiento de la carne del hueso, procurando no mezclar la capa de grasa que los cubre con los músculos, pues tiende a amargar la carne, lo que convierte al pan en un alimento incomible. Si ello llegase a ocurrir, es necesario comenzar desde cero y seleccionar de nueva cuenta el cuerpo en fosas comunes, situación que se complica si se considera que en esta época del año los cuerpos muertos escasean. Antes esta situación era un poco distinta. Según las historias que se cuentan, el pan sólo podía cocinarse con la carne del familiar difunto, por ello era necesario esperar a que el padre o el abuelo fallecieran por estos días para poder disfrutar de su carne aún fresca. Si el familiar moría meses antes o meses después, la carne resultaba un desperdicio, ya que sólo y tan sólo en esta época del año era tradicional cocinar el pan. En esas circunstancias, la carne cumpliría el acelerado proceso de putrefacción, y nadie es tan mentalmente enfermo para comer carne humana… podrida. Por ese y otros motivos, la gente comenzó a abandonar la tradición y optó por cocinar ya no sólo el cuerpo del consanguíneo difunto, sino también el del extraño, el del muerto anónimo que tan frecuente es en este mundo. Algunos, incluso, se atrevieron a experimentar con carne animal siguiendo la misma receta, aunque no funcionó: el sabor no era el adecuado, la sangre coagulaba rápidamente y encima de todo tildaban de locos a aquellos que se atrevían a cantarle al buey o al caballo muerto, pues nadie en este mundo canta frente a un animal muerto. Retomando el punto central, ubicándonos justo en el momento del desmembramiento, de este largo proceso brotan infinidad de inmundicias del interior del cuerpo mutilado, lo mismo orina, saliva, grasa, en ocasiones heces fecales, líquidos que cubren las vísceras ahora inservibles, o hilos de sangre que parecen no tener fin. Esto último resulta un recurso muy bien aprovechado por las cocineras, que tratan de no desperdiciar ni una gota de hemoglobina, ya que es pre-


gente con el único propósito de tener materia prima justo en esta época del año, lo que desde luego no implica una batalla intestina por conseguir víctimas, aunque si así fuese no sería en nada criticable por los pobladores de la región. Según se cuenta, el pan de muerto es una delicia a la que todos tienen derecho alguna vez en su vida, pero a la que no todos acceden. Muchos la experimentan año con año, pero para ello es necesario procurarse un poco de vida a sabiendas de que posiblemente, en un momento determinado, se pasará a formar parte del alimento de una familia desconocida. ****** Nadie fuera de ese círculo sabe a ciencia cierta a qué sabe el pan de carne muerta. Muchos han intentado probarlo pero, como ya hemos mencionado anteriormente, son sólo los pobladores quienes tienen derecho a disfrutar de este manjar. Una ocasión, un grupo de turistas se aventuraron a averiguarlo y sólo uno de ellos pudo comer de él; quedó enmudecido de por vida al enterarse que aquel pan había sido cocinado con la carne de sus acompañantes. De esta manera se incluyó un nuevo elemento a la tradición que año con año se ha venido realizando en este pueblo: cocinar turistas, hecho que consideraron los pobladores como un regalo de sus ancestros muertos, a quienes, en señal de agradecimiento, se ofreció por vez primera una ofrenda con pedazos de este platillo, acompañados de agua, sal, bebidas embriagantes, algunas frutas exóticas y cráneos humanos como símbolo de inmortalidad, una bella tradición que se ha procurado vida a través del tiempo y vida después de la muerte.

Autor: Brenda Olvera

Cuento

cisamente la sangre la que servirá como principal ingrediente para el producto final, lo que permite que la carne no se endurezca tan rápido, además de que, dicen los pobladores, es el líquido purpura el que le da el sabor característico e inigualable al pan. Ya con muslos, torsos y brazos perfectamente despellejados, separados del hueso y delicadamente flagelados, la carne se deja reposar por espacio de una hora en agua con sal y especias silvestres, lo que dota de un sabor característico a la carne. Durante este tiempo, la familia entierra los restos del cuerpo que no fueron utilizados (vísceras, piel y extremidades), a menos que el hueso de una pierna pueda servir para detener la silla rota o como espada con la que los niños suelen jugar. La carne comienza a desprender un olor fétido, lo que indica que es momento de proseguir con la parte final de la receta. Se saca la carne del agua con sales, que para entonces se ha comprimido bastante (eso explica la extrema demanda de cuerpos muertos en el pueblo). Se seca con hojas silvestres y de inmediato comienza a amasarse, al tiempo que se le agrega la sangre a punto de coagulación y un poco de jugos gástricos. Las manos expertas de las mujeres serán el factor determinante para el resultado final de la tarea; esta parte del proceso definirá si el pan de muerto realmente sabe a carne humana o tendrá el mismo final que el resto de los desechos humanos: el detestable entierro. Se preparan los moldes, se encienden las hogueras donde se horneará y tomará consistencia el pan. Las manos se agitan y se mezclan con la carne delicadamente picada en trozos, de la que todavía destilan pequeños chorros de sangre. Por un momento se vuelve imposible diferenciar entre la carne viva y la muerta. A la masa uniforme se le agrega una cantidad casi insignificante de harina para no restarle sabor. De inmediato se vierte en recipientes y se entrega a las llamas que comprimen aún más la carne. El aroma se desprende de inmediato y contamina la estancia. En estos días es muy común percibir el característico olor de la carne quemada en el pueblo; la gente lo conoce, lo disfruta, sabe que alguien por ahí disfrutará del festín que ha deleitado paladares por tantos años. Ahora es momento de descansar un poco y esperar a que el fuego haga su parte. Minutos más tarde, el pan está listo, la labor de tantas horas se ve reflejado en un pequeño recipiente con un trozo considerable de pan, aunque apenas suficiente para una familia entera, pero ese es el objetivo: alimentar sólo a la familia que se ocupó de la realización del platillo, porque, según la tradición y la costumbre del pueblo, sólo las manos dedicadas al cultivo y proceso creativo del pan de muerto merecen comer de él. ¿Cultivo? En efecto, dada la carestía de cuerpos muertos muchos se han dado a la tarea de asesinar

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Lápida redonda Por Luis Flores Romero

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* Trasformación. Transformación y ceremonia. La vida torna angustia; la angustia, noticia; la noticia, ruido seco; la sequía, silencio; el silencio, muerte. Morir: dejar el mundo para que el mundo siga funcionando. Morir: razón de ser de los gusanos. Razón de ser: transmigraciones de todos cuantos llegan, llegaron, llegarán. Transformación: las puertas son bocas cerradas. Luego se abren: son manos. Entra el muerto: se cierran para siempre. Ceremonia: abrir puertas es morir: * ¿Abrir puertas? Y preguntas. Una pregunta abierta. Una historia con final abierto. No te encuentras, no estás. En ninguna dirección del viento, no. En los domicilios del agua, tampoco. En los restos de la desmemoria, nunca. Abrir puertas: no ver tu sombra. Abrir puertas: preguntar si alguien supo de tus últimas palabras. Descubrir que nadie nunca nada sabe. Estás detrás de la ninguna puerta, esperando, esperando en la antesala del olvido: * Olvido que tú única labor es olvidar. En la carne muerta mueren los recuerdos. Dejar inerte el cuerpo es darle paso al desagüe donde corren las memorias. Olvidar es asunto de los muertos. Olvidan ver. Olvidan regresar a casa. Olvidan el pan y tener hambre. Olvidan los zapatos, para qué sirven los zapatos, los pies y el camino. Olvidan sus tropiezos, dormir, despertar. Olvidan pertenecer, deshacerse de sus pertenencias, hacer un testamento, hacerse vivos, hacer: * Hacer la vida para hacer de cuenta que vivimos para hacer. Vivir para hacer la cama, la comida, la tarea, el ridículo, el amor, las paces, el intento, el trabajo, el tiempo. Vivir para concentrarnos en hacer. Nacer y desperdiciarnos en hacer. Nacer para pensar que todo está por hacer. Hacernos más oscuros hasta no encontrarnos, hasta dar la vida por hacer, hasta creernos que este mundo es un hacer continuo. Hacer hasta cansarnos y al fin cansados deshacernos del hacer y solamente ser: * Ser desde adentro. Cuando ya no hiciste nada, comenzaste a ser. Vibras con tu ser. No vienes ni regresas, no te distraes, no traes pendiente alguno. Tu muerte nos quitó la falsa idea de que fuiste cuanto hiciste. En realidad no fuiste, sino eres. Tu ser no tiene tiempo, está sin importar si haces o no haces. Tu ser no se lo come el tiempo. Perdimos tus quehaceres, tu ser no tiene pérdida. * ¿Pérdida? Extravío. Eres atemporal porque eres el extraviado. El extravío no pasa: está afuera del tiempo. Tu silencio: un

viaje más allá de todos los vivientes y murientes. No te perdimos nunca: existes más allá de tu retrato, en la tensión de algún instante. Tu muerte no es la sucesión de eventos sino la elasticidad de uno solo. Aumentas con tu muerte. Fincado estás como una deuda: * ¿Deuda? Deuda congelada. Todos tienen algo que deberte. Deben recordar lo mucho que te deben. ¿Cómo convertir la deuda a términos terrenos cuando ya te cimentaste en un lugar que está afuera del reloj? Eres la otredad, el salto, el abandono de ti mismo. Tú sólo quedaste en deuda contigo. Te quedaste a deber mucha vida. Encima de tu muerte sucede la transmigración de sensaciones, entornos, entidades. Abajo: sólo estás como el sustrato anecdótico: prolongación de nuestros insomnios: * ¿Insomnios? Pesadillas insidiosas en la duermevela. Vigilias y bostezos que hablan en la lengua de tu distancia. Las historias que nos inventamos son el dato fuerte de ignorar qué fue de ti. La ausencia tuya se infla en cada respiración. El único dato cierto: te localizas en nuestra incertidumbre. Tendido en tu abandono. Entendido en lo difuso. Desentendido del tiempo. No por ello dejas de ser lenguaje y el lenguaje es tiempo. Subyacerás en cualquier discurso, mientras tengamos habla: * ¿Habla? ¿Alguien sabe si aún habla? ¿No? ¿Nunca? ¿Ni una señal? ¿Se ha ido? ¿Irremediablemente? ¿A dónde? ¿Saltó? ¿Hacia qué parte? ¿De la música del cuerpo a la música de las estrellas? ¿Es por eso que dicen que somos apenas una nota de la sinfonía cósmica? ¿Estamos aquí para saltar a las estrellas?: * ¿Las estrellas saben dónde estás? Saltar del individuo a la Unidad es todo cuanto hacemos. Sólo somos para el salto. No sabemos ser sin salirnos de nosotros. Salirse: insertarse en la polifonía de los astros. La existencia: caminar para el gran salto, para el canto con el Uno. El Uno canta con las muertes sucesivas. El Uno vibra por nosotros. Es un encantamiento lo que nos lleva a querer escaparnos hacia el Uno. El miedo a la muerte es el vértigo de ser uno con el Uno: * ¿Uno? ¿Por qué canta uno? ¿A quién le canta uno? ¿Qué hace uno en medio de tanto nomeacuerdo? En los movimientos de la tierra hay alguno que me nombra. Está dictado mi último lugar en una de estas ocultaciones. Uno sigue con la confusión de sus pasos. Uno está en veremos. Uno está cantando su solo de tierra. Sólo la tierra al final sabe qué fue lo que cantamos: * ¿Cantamos? El canto de los vivos es un diverso grado de fascinación. Su grado de absurdez idéntico a su fascinación. No hay fijeza que pruebe el infinito. Sólo hay accidentes preguntados. La vida: interrogación cambiante. La vida: todo aquello que no ha sido. La muerte: todo. El juego de cada vivo es auténtico, pero todos se igualan por vivir en la geografía de lo indefinido. Los razonamientos son menos eficientes que las piedras de una tumba. Piedras: nuestras reflexiones. Reflexiones: el reflejo de nuestra involuntaria carrera de ser polvo. Piedras: estado anterior del polvo. La vida: un caerse y transformarse sin saber cómo dónde cuándo. Después de todo: esto. Ya no habrá transformación.


La inevitable costumbre de morirse, cuatro cuentos para seguir volando Por Paul Martínez @sparringloto sparring_loto@hotmail.com

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a muerte como fenómeno natural puede ser sencilla de descifrar; a grandes rasgos significa el fin absoluto de un orden físico. La estructura que permite la vida deja de ser funcional y lo que era un ser vivo pierde la constitución mínima para sostener el nombre. Todo lo que alguna vez vive confluye en este destino. Sin embargo, aunque resulta un elemento común para todos los seres vivos, no resulta tan sencillo delimitarla cuando comenzamos a situarnos dentro del plano cultural. Resultaría cuando menos ocioso hablar aquí de la importancia que se le otorga a la muerte como elemento constitutivo de la cultura. En el mismo sentido, la literatura se ha servido de la muerte como tema en multitud de ocasiones, no en vano Rulfo llegó a afirmar que, junto con el viaje y el amor, la muerte conforma la tríada de grandes temas sobre los que se construye toda literatura. De la vasta tradición cuentística sobre la muerte, me permitiré extraer cuatro ejemplos que han llamado particularmente mi atención, en principio porque me han causado una especial fascinación al encontrarlos y además porque en ellos he encontrado puntos de inflexión que permiten acercarnos a ella de una manera no tan trágica y a veces incluso cómica.

A cada cual su hora, a cada cual su momento, a cada cual su lugar. El primer texto es una adaptación de García Márquez que aparece originalmente dentro de la tradición oral de Medio Oriente, La muerte en Samarra. En este pequeño relato García Márquez nos cuenta cómo uno de los criados del Sultán acude a él con una expresión de terror en su rostro, —He visto a la muerte amenazarme en el mercado, cuenta el criado al Sultán. El

Sultán, piadoso, otorga un caballo y dinero a su criado, y lo envía a Samarra, un lugar lejano, donde la muerte no lo alcanzará. Más tarde ese mismo día, el Sultán se encuentra con la muerte, a la cual reclama el gesto que ha tenido con su criado. Sorprendida, la muerte responde al reclamo objetando que de ninguna manera había amenazado al criado sino que por el contrario se había mostrado sorprendida por verlo

ahí, pues había de recogerlo, para esa misma noche, en Samarra. La idea de lo inevitable de la muerte aparece en este relato suavizada por la ironía. Todos tendremos una hora para morir, sin embargo no hay nada que temer sino hasta que esa hora llegue. Pensar en la muerte como un destino final debería otorgarnos la facilidad de vivir mientras ese destino llega. Dos gestos aquí nos dan la clave, en principio,

Autor: María Bazana Técnica mixta.

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sólo aquel que sabe que su muerte está cerca, teme por su vida. El criado al ver la muerte huye aterrorizado, sin saberlo, hacia ella. El Sultán, sabedor de que su hora todavía no llega, al encontrarla no duda en acercarse a ella, e incluso llega a increparla por molestar sus intereses, en este caso, por asustar a su criado. La ignorancia del momento exacto en que llegará la muerte parece ser la clave para una vida sin sobresaltos, en cierto modo, la incertidumbre en que nos mantiene es también un oportuno pasamano.

Nada se acaba hasta que se acaba

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El siguiente texto lo encontré por primera vez en un libro de texto cuando cursaba la primaria, probablemente mi primer acercamiento literario a la muerte. El cuento se llama Francisca y la muerte, y ahora que vuelvo a él, encuentro algunas referencias que lo sitúan dentro de la tradición oral del pueblo cubano. Aunque el relato es corto, trataré aquí de ofrecer una versión todavía más resumida. La muerte llega al pueblo a buscar a Francisca, a quien le ha llegado la hora, es de mañana y sólo ha venido por ella. Al llegar a casa de Francisca la enteran de que ha salido a la faena, la muerte pregunta a dónde podrá encontrarla y se lo indican, lleva sus huesos a donde las señas le han dicho, pero al llegar sólo encuentra el trabajo de Francisca pero no a Francisca, esta escena se repite a lo largo de la jornada pues Francisca no se detiene y va de una tarea a otra, dejando sólo la huella de su trabajo. Al final del día, la muerte cansada de ir tras Francisca maldice su suerte y regresa sin haber cumplido su tarea. Francisca afirma al final del cuento, que no es posible morirse porque siempre hay cosas por hacer. La idea de la muerte como algo inevitable se pone aquí por primera vez en duda, ¿cómo hemos de morirnos si todavía no terminamos los quehaceres de la vida? Vivir entonces se vuelve una obligación, la tarea de vivir como algo que no podemos postergar y que incluso es, en importancia, superior a la muerte, que en este caso, no es otra cosa sino la última tarea a realizar. Aunque segura-

mente no pensaba en eso en mi primer encuentro con este cuento, recuerdo sin embargo el agradable sabor de saber que es posible engañar a la muerte a través de la vida. Nuevamente aparece el gesto de la ignorancia, disfrazado aquí de indiferencia. Francisca no muere, sencillamente porque ignora que la muerte existe, es indiferente a ella pues de alguna manera conoce su único deber, vivir. ¿Qué es la muerte? La muerte es la última tarea de vivir.

La eternidad y el instante El siguiente texto resulta ligeramente perturbador, a recomendación de alguna amiga leí a Cortázar, Una flor amarilla, era el nombre del cuento. Cuando lo encontré, yo aún desconocía el mito del eterno retorno y la existencia de Nietzsche, así que la lectura de este texto me sumió en reflexiones, hasta ese momento poco sospechadas, sobre las posibilidades de la muerte y en mayor medida sobre las posibilidades de la vida. Parece broma, pero todos somos inmortales, así comienza el relato de Cortázar, luego nos cuenta cómo le ha sido revelada tal verdad. La triste historia de un hombre que se ha encontrado con su avatar y le ha visto morir. Este incidente, producto, según nos deja saber, de un error en el mecanismo que rige el universo, y que consiste en la aparición de un avatar simultáneo en lugar de uno consecutivo, pone en tensión la propia definición de la vida y la muerte. Cortázar seguro conocía el mito del eterno retorno de Nietzsche y ofrece entonces una variación consecuente a su literatura de excepciones, imagina la posibilidad del intersticio. Si en Nietzsche la idea de la muerte aparece por negación, es decir, por el hastío o la repetición, Cortázar ajusta el mito a la excepción y entonces la muerte aparece como el único acto original. Este juego perturbador pone en entredicho la idea de la muerte como un elemento universal y parece decirnos que la vida en realidad es la muerte, y que la muerte resulta ser lo único dado a vivir. El título del cuento nos da una pista del sentido del cuento, que más adelante se revelará con claridad, el

personaje al darse cuenta de su mortalidad, mira con atención hacia una flor amarilla, comprendiendo que esa mirada es un acto excepcional, pues no será repetido por algún sucesivo avatar. La vida entonces es una lenta agonía, y cada segundo, cada acción, no es más que una pequeña muerte que se acumulará hasta completar la definitiva. Sin saberlo, en Cortázar leía por esos días, como a través de un puente, dos de las más representativas ideas sobre la muerte, de Nietzsche a Heidegger, del hastío de lo eterno a la angustia de lo efímero.

El último en salir ya no tiene salida El último de los cuentos que ahora presentó, juega nuevamente con la posibilidad de la inmortalidad. Aprovechando la brevedad del texto, me permito reproducirlo completo. Después de la guerra El último ser humano vivo lanzó la última paletada de tierra sobre el último muerto. En ese instante mismo supo que era inmortal, porque la muerte sólo existe en la mirada del otro. Jodorowski, a su modo, nos da también la inmortalidad. En un sentido estricto, la muerte es algo ajeno a los muertos. Niega en absoluto la posibilidad de morir sin la existencia de la cultura, es decir, sin la existencia de los otros que puedan vivir nuestra muerte. Transformando así a la muerte en un aspecto enteramente cultural, la muerte física, nos dice Jodowoski, no existe. Todo sencillamente se transforma, la materia muta. La muerte resulta ser una costumbre que sólo tenemos los humanos.

Nadie sale vivo de aquí La concepción de la muerte varía de cultura a cultura y a menudo incluso de un individuo a otro, cómo la experimentamos y de qué manera nos relacionamos con ella a lo largo de nuestra vida resulta, sin embargo, determinante en nuestras conductas cotidianas. Sea que la aceptemos como un fin definitivo e individual o como un elemento transitorio y cultural, la muerte siempre está presente en nuestras vidas.


Experimentos ilusorios para reconvertir las librerías Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

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uántos y cuántos espacios que guardan, protegen y muestran libros permanecen en nuestra retina como lugares únicos, envolventes. Y es que quizá sea esta la razón por la que se han llenado tantas y tantas páginas en torno a este mismo tema. Por eso, un dato que ha sido noticia en la prensa especializada merece una pequeña reflexión: el último año cerraron 912 librerías en España frente a las 226 que se abrieron. Es muy difícil determinar el éxito o el fracaso. Se mantienen, se reabren, se reinventan, se cierran…. En ocasiones, como ocurre en el caso que vamos a mencionar, el problema del cierre no viene por la renta que deben pagar ni porque la librería no esté especializada —que lo está y además en un género que continúa en boga— ni porque no tenga visitas. Tras 13 fructuosos años, a primeros de octubre desapareció la librería Negra y Criminal, de Barcelona. Paco Camarasa y Montse Clavé anunciaron el cierre un mes antes mediante un sentido artículo en su blog, bajo el título “Gana el mercado, pierden los lectores”. No cabe duda de que han cumplido con todos los requisitos, pero… las ventas se las llevan otros. Es posible que, en este caso, la ubicación de la librería haya tenido alguna influencia. El barrio portuario de La Barceloneta no es quizá el lugar más adecuado para una librería especializada, ahora que hay que competir con los libros digitales y las tiendas online. Así lo entendió Miguel Ángel Díaz que, sabiendo lo que atrae, se atrevió a crear hace dos años Somnegra, una librería online para vender exclusivamente novela negra… y parece que le no le va mal. Y el rótulo, ¿es importante para tener éxito? Parece que sí, aunque detrás tiene que haber algo más. Bajo el sugerente nombre de “El Asilo del Libro” se esconde en Valencia una tienda que te adentra en el mundo fascinante del libro antiguo y usa-

do, muy del gusto de los coleccionistas. Su pariente cercano es otra librería de lance con una inolvidable y poética denominación de “La Guarida de las Maravillas”, en la que atiende la enorme sapiencia de su propietario, Julián Lorenzo Pérez. Qué inmenso placer entrar en un lugar así y sentirse rodeado de lo más encomiable que el hombre ha producido. A veces resulta algo inaudito y afortunadamente surgen más refugios para esas maravillas que son los libros. En Palma de Mallorca, por ejemplo, la librera del Savoy ha querido acoger a todos los que deseen husmear, pulular, curiosear e indagar en ese pozo literario, regentado por una mujer, María Riutort, que abrió su propio establecimiento en el local donde antes estuvo la inolvidable librería Bonaire. Pero el mérito por antonomasia a la perseverancia —pues han tenido que sobrevivir, desde 1968, a todo tipo de avatares— se lo llevan María Teresa Castells e Ignacio Latierro de la librería Lagun, en Donostia- Tras 165 años, todavía San Sebastián. Su antiguo está muy viva en Burgos local, situado en la Parte Vieja, fue objeto de innu- la librería “Hijos de merables ataques y tuvo Santiago Rodríguez”, que cerrar tras el atentado fundada en 1850 por un que sufrió el marido de una joven de 20 años llamado de sus dueñas, José Ramón Recalde (Donostia, 1930) Santiago Rodríguez Alonso, —luchador antifranquista considerada como la más en su juventud y consejero antigua de España. socialista del Gobierno Vasco desde 1988 a 1995—, para trasladarse a un zona más tranquila, donde actualmente sobrevive, no sin alguna dificultad. Y hablando de permanencia, es toda una satisfacción comentar que, tras 165 años, todavía está muy viva en Burgos la librería “Hijos de Santiago Rodríguez”, fundada en 1850 por un joven de 20 años llamado Santiago Rodríguez Alonso, considerada como la más antigua de España. En su

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Son varias las causas que explican el declive de la lectura en España. Una de ellas es el cambio de hábitos del público hacia otras formas de entretenimiento; otras son la competencia de las tiendas online, el libro digital, la crisis económica y… el precio.

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inicio fue además editorial gracias a una máquina impresora que compró, la más moderna del momento. Y es que las cifras cantan. Según el informe “Observatorio de la librería en España”, publicado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal), en 2014 existían 3 mil 650 librerías independientes, frente a las 5 mil 887 que había en 2012, y 7 mil 074 en 2008. Aun así, España ocupa el primer lugar en Europa por número de librerías (muy por delante de países como Alemania, Italia y Francia) y el segundo por número de librerías por habitante, detrás de Chipre, lo que confirma la escasa dimensión que afecta a la industria española. Las 3 mil 650 librerías identificadas están situadas en 807 municipios con una población de 35 millones de habitantes. De lo que se desprende que la inmensa mayoría de municipios (7 mil 310), en la que viven casi doce millones de personas, no tiene ninguna. Para intentar dar la vuelta a la situación y a la vez mejorar y fortalecer la situación de las pequeñas librerías existentes, el Ministerio de Educación y la Asociación de Cámaras del Libro han puesto en marcha el Plan Integral del Fomento del Libro y la Lectura, cuya primera medida ha sido crear el Sello de Calidad de las librerías, con el fin de proteger uno de los sectores más frágiles del sector, que se podrá obtener a partir del mes de diciembre. Los requisitos para conseguir este sello tienen

Librería Tuuu

como mínimo las siguientes condiciones: el 60% de los ingresos económicos de dicho espacio debe provenir de la venta de libros, debe estar abierto 10 meses al año, por lo menos, tener unas existencias mínimas de 6 mil referencias distintas en el caso de librerías generalistas y 2 mil 500 en las especializadas. Pero no está claro que esta iniciativa, por sí sola, vaya a solucionar el problema. Son varias las causas que explican el declive de la lectura en España. Una de ellas es el cambio de hábitos del público hacia otras formas de entretenimiento; otras son la competencia de las tiendas online, el libro digital, la crisis económica y… el precio. Sí, posiblemente, el precio del libro es uno de los motivos más poderosos… un precio demasiado alto. Y eso, poco a poco, a lo largo de los últimos años, ha inducido la indolencia del ciudadano y provocado la caída de las ventas. Cuando un libro está ilustrado o se ve que su edición ha sido muy cuidada, se aprecia su valor y no se rebate el precio. Pero la mayoría de los libros que salen al mercado no posee esas propiedades y sí un coste elevadísimo. Una experiencia que promete es la que practica desde hace dos años la librería Tuuu en Madrid con los libros de segunda mano: el precio deja de ser un obstáculo, ya que lo pone el propio comprador. Habrá que esperar para ver el resultado. Pero no todo son desventuras. Existe una librería cuyo éxito es incuestionable. Su puerta tiene todos los días unas colas interminables. Los que esperan llegan in-


Proyecto Bubisher

cluso a pagar tres euros por entrar en ella y hacerse una foto en su célebre escalera, en la que se dice que se inspiró J. K. Rowling para escribir Harry Potter. Se trata de la histórica librería Lello e Irmao, situada en el centro histórico de la ciudad de Oporto. Por su valor histórico y artístico, Enrique Vila-Matas la describió como “la librería más bonita del mundo”. Aun así, el futuro es incierto y no es imposible que un día lleguemos a vivir en ciudades sin librerías. Ante esa amenaza hay quien apunta hacia soluciones volantes como albergar las librerías en construcciones ligeras, cercanas y transportables, a modo de bibliotecas ambulantes, como son los puestos del Rastro madrileño o del Mercat de Sant Antoni. Es lo que hace Martín Murillo, de 42 años, con su Carreta Literaria, la única carreta de Colombia que transporta libros. No los vende, los presta. Este nuevo Quijote, sensible y soñador, estaciona su carreta en el Parque Bolívar de Cartagena de Indias y cumple su misión de divulgar la cultura durante 10 horas al día, los 7 días de la semana, y los 365 días del año. En la misma Colombia, el maestro Luis Soriano lleva casi 10 años acercando la cultura a lugares apartados del departamento de Magdalena, a los que no llega ningún vehículo y sus habitantes no tienen forma de acudir a las poblaciones que tienen bibliotecas. El domingo carga de libros las alforjas de sus biblioburros,

Alfa y Beto, y sale al en- El Sahara, el proyecto cuentro de los niños que Bubisher (...) empezó a viven en las montañas con la pretensión de despertar funcionar en 2009 con su imaginación y poner un un bibliobús cargado de poco de color en sus vidas libros que recorría los grises. Dice que esos niños campamentos de refugiados “atravesados por la violencia”, necesitan asomarse a saharauis para que los niños, las maravillas que encie- los jóvenes y los adultos rran los libros. tuvieran acceso a ellos. Y en el Sahara, el proyecto Bubisher (en el desierto, el “bubisher” es el pájaro que trae la buena suerte) empezó a funcionar en 2009 con un bibliobús cargado de libros que recorría los campamentos de refugiados saharauis para que los niños, los jóvenes y los adultos tuvieran acceso a ellos. Hoy ya son tres los bibliobuses rodantes y dos las bibliotecas fijas, con el propósito de extenderse a todos los campamentos para difundir la cultura y, al mismo tiempo, crear puestos de trabajo como bibliotecarios, animadores a la lectura y maestros. ¿Es lícito cuestionar el modelo actual de negocio de una librería? ¿Y si en vez de ser infinitas y monumentales, fueran livianas y portátiles? Si la novela no es más que una etapa en la historia de la narración, ¿no son las librerías sedentarias una anomalía moderna?, Librerías nómadas, bibliotecas ambulantes, ¿por qué no? La reconversión siempre será mejor que la extinción. Al final, ¿no estamos hablando de libros?

Obtenido de: http://serescritor.com/experimentos-ilusorios-para-reconvertir-las-librerias/?utm_ campaign=articulo-300&utm_medium=email&utm_source=acumbamail#sthash.puzRgNZe.dpuf Publicado con la autorización de los autores

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Las despedidas de

Huberto Batis Por El bolillo escéptico

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dice un dicho: “Mucho se despide el que no se quiere ir”, así podríamos considerar las despedidas en que ha estado involucrado el maestro Huberto Batis Martínez. La primera despedida fue el viernes 8 de mayo, fecha en la que maestro dio por terminadas sus clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), después de 57 años de docencia. Y para variar otra despedida el sábado 9 de mayo, en la que se le otorgó la medalla docente por sus 50 años como catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras. La tercera fue la del pasado martes 3 de noviembre en que se le rindió un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de las Bellas Artes, en la que participaron los escritores Mauricio Montiel Figueroa, Guillermo Fadanelli, Miguel Ángel Díaz, Julio Aguilar, Enrique Serna, Jorge Ayala Blanco, Evodio Escalante, Alberto Ruy Sánchez; también excompañeros del desaparecido UnomásUno como Christa Courie, Adriana Moncada, Federico Campbell, Humberto Río Navarrete, Salvador Torres y Raúl Urbina, entre otros, y colaboradores como Catalina Miranda, quien se ha encargado de imprimir toda la obras del maestro Batis. El viernes 8 de mayo fue la primera despedida, el maestro Huberto Batis, puntual como siempre, llegó a su Facul-

tad de Filosofía y Letras de la UNAM en la que durante 57 años fue catedrático. Leopoldo Lezama, amigo y exalumno de Batis, realizó una crónica en exclusiva en la página del Facebook, en la que relató minuto a minuto las dos últimas horas de clase del maestro Batis que inicia así:

8:30 am Es fin de semestre, los alumnos entran apresurados a la Facultad de Filosofía y Letras; muchos vienen a entregar trabajos finales, otros a presentar sus exámenes profesionales. El maestro Huberto Batis cruza el estacionamiento empujando su silla de ruedas. Aunque es temprano, el calor comienza a caer sobre la Universidad Nacional. Nadie ayuda al maestro quien

empuja con esfuerzo miguelangelezco. Me acerco y le digo: —Maestro, ¿cómo está empujando su propia silla de ruedas? —Pues me dijeron que llegarían temprano, pero ya ves, en esta facultad todo mundo es muy puntual. —Oiga, esto no puede ser, déjeme ayudarlo. —¿Me ayudas? —Claro maestro. Pues entonces yo lo llevaré. —Serás mi escudero en mi última aventura por la facultad. —Sí maestro, y es mucho mejor ser su escudero que de Don Quijote. A ese señor ni lo conocí. —Déjame me acomodo. Bájale las patas a esta madre, es un relajo, me siento como Robocop. —Súbase maestro. Ahora Huberto Batis Martínez tiene quien lo lleve a su aula y está muy contento. —Llévame a firmar. A estas alturas todavía tengo que firmar, ¿tú crees? —Vamos, maestro. —Méteme ahí, en el cuartito ese, pero nos vamos a saltar toda esa gente. Todavía me hacen firmar, pero ya no haré colas jamás.


Oye, tengo que firmar allá en el salón de maestros. Llévame. Una vez me iba a madrear ahí con Rubén Bonifaz. Al rato cuento eso. Mira, acá arriba estaba la cafetería hace como 50 años; había un piano. Al primero que conocí fue a Jorge Ibargüengoitia. Me dijo: “Mejor regrésate a Guadalajara, aquí no la vas a hacer. ¿Tú crees? El güey. Y mírame, aquí ando. A ver, pásame esa cosa.

8:45 am El flujo de estudiantes empieza a crecer; Batis voltea de un lado a otro, observa con mucho detenimiento. —Oye, llévame por un café. —Su último café maestro.... —Sí, el médico no me deja porque me dan vértigos. —Entonces... —Pues que sea un capuchino. Mira qué de la chingada dejaron el aeropuerto. Ahora es un mercado espantoso donde venden maíz y tortas de lechuga por diez pesos. Llega Patricia, su novia. Los muchachos del café hablan con él. ¿Por qué se va?, le preguntan. “Pues porque ya es hora”, contesta Batis. Los chicos del café toman una fotografía. Todos miran con curiosidad. No saben que se va un grande. —Oiga maestro, yo escribí de usted en la revista de la UAM. —Sí, pero René Avilés Fabila nunca me manda nada. ¿Fuiste a mi homenaje en la UAM? —Lo vi por internet, maestro. —Oye, ¿y no dije alguna barbaridad? —Sí maestro, muchas. A Cristina Pacheco le dijo que era una oportunista horrible en su programa del 11, y que a Miguel de la Madrid le decían Mickey Mouse. Que usted una vez se lo encontró en el banco y le dijo “Quiúbule Mickey Mouse”, y que él le contestó: “No me llamo Mickey Mouse y ahora soy Presidente de la República”. Y usted remató: “Pues para mí eres Mickey Mouse”.

9:00 am Salón 104. Aquí será el adiós. Batis lo mira con nostalgia. —Ya pasaron muchos años. Yo todavía me acuerdo que en esos tiempos los viejitos eran Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas. Y ahora soy yo.

9:01 am. En el salón sólo estamos Patricia, Batis y yo. El maestro se sentará por última vez a impartir cátedra. Algunos pasan y se asoman, no es su clase. Batis se levanta de su silla de ruedas Toma asiento. —Pues ora sí, vamos a esperar. Pero antes otro sorbo al capuchino.

9:10 am. —Oigan, como que ya se tardaron, ¿no? No va venir nadie. Siempre me ha aterrado su puntualidad. Ahora soy yo el que los tengo que esperar. Van llegando los alumnos, más exalumnos que los propios de la clase. Llega una bonita chica, una fan, lo saluda, lo besa.

—Lo vamos a extrañar, maestro. —Yo te voy a extrañar a ti. Llega Manuel Pérez, uno de sus adjuntos, con su hijo, que es ahijado de Batis. —Oye, dijiste que ibas a llegar temprano, mira nada más qué chingón está tu poder de convocatoria. —Perdón Huberto, había mucho tráfico. —Oye, qué gordo estás, yo te dejé más flaco. Antes pesabas 150 kilos, pero ahora pesas 200. A ver (me dice), sácame una foto con mi ahijado.

9:20 am. Llega otra fan. Se acerca, lo besa. —Lo quiero mucho maestro. —Yo también, pero, ¿qué te pasó en el pelo?

9:30 Siguen llegando. Batis considera que es hora de comenzar la última clase.

9:32 Comienza la última clase de Huberto Batis Martínez. —Bueno pues yo llevo 57 años dando clase en esta facultad, pero también trabajé siete años en la imprenta universitaria. Yo entré a trabajar ahí porque el director era un viejito que siempre me confundía. Me decía: “Oiga, venga para acá, no sea malo, por favor salúdeme a sus tías”. Pero yo no sabía cuáles tías, entonces le daba el avión y él me quería mucho. Era Francisco Monterde. Bátis saca un ejemplar del Excélsior, lo extiende, muestra que en una sola plana han publicado las fotografías de Octavio Paz y Porfirio Díaz. —Miren nada más qué cosa. Octavio Paz en grande y Porfirio Díaz en chiquito. Los dos fueron caciques, pero Don Porfirio fue un cacique más chingón. No hay derecho. Paz ni siquiera mató a nadie. Que yo sepa. Y miren, ¡Octavio Paz en grande y Don Porfirio en chiquito! ¡Ya no hay respeto! ¡Paz Total!, dice aquí. Y don Porfirio chiquito. ¡Qué poca madre! A mí ese cabrón de Paz me odiaba porque yo era muy amigo de Elena Garro, y Elena escribía cosas espantosas sobre Octavio y yo las publicaba todas. Miren, el Rector Narro me va a hacer un homenaje. Va a estar la filarmónica de la UNAM y van a poner a unos

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escuincles a cantarme. Luego hay una comida en un antro que está por allá por el CCH Sur donde van a dar tacos sudados y pulque. Es una maravilla lo que hace el Rector cuando cumples casi 60 años de dar clase. Es con invitación, así que si quieren tacos sudados tienen que ir a ver al Rector. Oigan, ya no puedo meter esta madre en su sobre. El Rector la envió embrujada. —Yo le ayudo profesor. —Gracias, tú eres mi musa… La tercera despedida se inició con una presentación de un video en el que el maestro Huberto Batis Martínez agradeció el homenaje que le rindieron el pasado martes 3 de noviembre, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Comentó parte de sus 45 años de su labor académica en la UNAM y su paso por los periódicos y suplementos culturales que fundó, así como los años de 1984 a 2000 en que dirigió el suplemento Sábado del periódico UnomásUno de Manuel Becerra Acosta y Luis Gutiérrez Rodríguez. En la mesa de comentarios estuvieron los escritores y periodistas: Mauricio Montiel ,Guillermo Fadanelli, Miguel Ángel Díaz y Julio Aguilar, quienes comentaron su paso por la redacción del Suplemento cultural Sábado, así como las anécdotas vividas con el maestro Batis Martínez, Su estudios con los jesuitas, resaltaron las facetas desconocidas

como boy scout y fotógrafo del maestro Batis, quien tiene un gran acervo fotográfico de personajes del mundo literario de México, y propusieron que la directora Catalina Miranda de Editorial Ariadna, que está publicando las obras literarias del maestro Batis, produzca un libro con este acervo fotográfico. Los escritores y periodistas dejaron en claro que al maestro Huberto Batis Martínez se le debe considerar un escritor oral, por su gran conversación, y que fue parte de la formación de algunos grandes escritores hoy en día en México. El maestro Batis Martínez no asistió a este homenaje por prescripción médica, sin embargo pese a que goza de buena salud y aún sigue trabajando en su casa con un taller literario con varias estudiantes —para variar damas—, en el video que se presentó en la Sala Manuel M. Ponce el maestro se despidió de quienes estaban en las sala entre los que se encontraban los escritores Enrique Serna y Alberto Ruiz Sánchez, entre otros; además de excompañeros del desaparecido periódico UnomásUno: Christa Cowrie, Salvador torres, Raúl Urbina, Federico Campbell y Adriana Moncada Ahí, entre el público, se encontraba el cronista Humberto Ríos Navarrete, que horas después subiría a su página de Facebook un extracto de su crónica en la que reseñó lo que cada uno de los que concurrimos logramos sentir en las palabras del maestro Batis a través del video:

“Ahí les encargo el mundo”, dijo, ya casi al final, entre risas y aplausos del auditorio, pero enseguida se hizo un silencio, pues empezó a sollozar y entonces desaparecía su imagen reflejada en pantalla gigante, en una sala Manuel M. Ponce oscura —con su figura iluminada—, de la que salían algunas de sus últimas palabras: “…el arte, la literatura y el amor”. “Con voz carrasposa y pausada, desde su casa, donde convalece de una neumonía, Huberto Batis (1934), siempre ingenioso y agudo, envió un mensaje a través de un video, pues sus médicos le prohibieron asistir al Palacio de Bellas Artes, al que ingresó por primera vez en su adolescencia y donde hoy, durante la tarde-noche, recibió un homenaje. A Octavio Paz lo llamó “nuestro padre, amigo, enemigo muchas veces…”. “Ahí les encargo el mundo”, dijo, ya casi al final, entre risas y aplausos del auditorio, pero enseguida se hizo un silencio, pues empezó a sollozar y entonces desaparecía su imagen reflejada en pantalla gigante, en una sala Manuel M. Ponce oscura —con su figura iluminada—, de la que salían algunas de sus últimas palabras: “…el arte, la literatura y el amor”.


La mujer perfecta me ama Por René Avilés Fabila www.reneavilesfabila.com.mx

L

a mujer de perfecta hermosura que ni el tiempo impiadoso ha podido matar o deteriorar, aunque lo ha intentado, me ama. Ha perdido los brazos, pero sigue viva, orgullosa, sabiéndose admirada por millones de personas en las magnas escalinatas de El Louvre. Conocí a la Venus de Milo en 1960, yo tenía menos de treinta años y ella poco más de tres milenios. Sin importarme la diferencia de edades, me enamoré perdidamente de esa mujer y en lo sucesivo una de mis ocupaciones más gozosas fue imaginarla sin túnica, me veía acariciando su bella cabeza y besándole los labios, los muslos y los senos mil veces para darles el calor que no tienen. Desde entonces, cada dos o tres años regreso a París y corro al museo a buscarla. A veces tengo celos: he podido observar entre la muchedumbre a tipos, igual que yo, apasionados por Venus, disfrutarla por horas y luego, lujuriosos, comprar tarjetas postales y réplicas suyas para ponerlas en la intimidad de sus alcobas. No me ha importado, porque estoy seguro de algo: ella es mía, me corresponde, cuando me acerco sus ojos pierden frialdad y se iluminan, como en los tiempos en que era una modelo y su creador, su primer amante, esculpía su cuerpo con delicados golpes de cincel en las maravillosas carnes de mármol.

Regreso al hogar Apreciable lector, pongo dos opciones, seleccione por favor la de su agrado. 1: No tenía prisa por regresar a casa, me esperaban una esposa insufrible, dos hijos latosos y un perro que sólo al verme gruñía agresivo. Por ello decidí cederle el paso al impetuoso ferrocarril. Fue una

decisión afortunada, se trataba de un tren infinito y en consecuencia me quedé del otro lado de la ciudad para siempre. 2: Tenía prisa por regresar a casa, me esperaban una maravillosa esposa, dos hijos encantadores y un perro que me adoraba. A pesar de mis deseos, fui respetuoso con el ferrocarril y no traté, también por precaución, de adelantármele cediéndole el escandaloso paso. Fue una decisión desafortunada, se trataba de un tren infinito y en consecuencia me quedé del otro lado de la ciudad para siempre. Pero si usted ha quedado insatisfecho con ambas posibilidades, le brindamos una tercera: 3: No quería regresar, tanto su esposa, hijos, como el perro y la casa, le eran detestables, pero, hombre afecto a la legalidad y al orden, necesitaba recuperar sus documentos de identidad, credenciales, pasaporte, licencia para conducir, tarjetas de crédito y chequera, olvidados en el escritorio. Se propuso, entonces, pasar rápidamente y sin consideraciones o formalidades, recogerlos. El problema es que todos los días, cuando intentaba el retorno, un tren infinito le impedía el paso.

Mal negocio El acuerdo de venderle el alma al Diablo, no es más un buen negocio como antaño lo fue. Hoy resulta riesgoso: a cambio de riquezas o de la vida eterna que puede conceder el Demonio, entregas una basura y ello es inequitativo para el Mal que busca un mínimo de pureza. La masificación del pecado y su consecuente globalización han abaratado el espíritu, en nuestra época, es misérrimo. Cualquier día de estos veremos

al Señor del Mal o a cualquiera de sus representantes cambiando sin éxito almas nuevas por viejas, en las calles de las grandes y nuevas babeles, donde al revés de la original, todos hablan una lengua común y nadie se entiende.

¿Qué es un fantasma para un fantasma? ¿Qué significa un fantasma para un fantasma? Justo lo contrario que para nosotros. Para la figura etérea las personas de carne y hueso somos quienes le inspiramos terror. Tal es la explicación por la cual apenas unos cuantos humanos hemos podido contemplar un fantasma: se ocultan en escondrijos imposibles de hallar, huyen en cuanto sienten nuestra presencia: provocamos espanto en las almas en pena, en los espíritus errabundos, en esas sombras que cruzan las paredes sin necesidad de puertas y que sufren o buscan venganza por alguna razón enigmática para la mayoría. Los fantasmas suelen vivir en completa soledad, habitan en grandes y antiguas casonas o castillos medievales, góticos de preferencia: son sus lugares favoritos porque tienen muchas habitaciones e infinitos recovecos para ocultarse. Pero si uno se lo propone es posible encontrarlos y provocarles pánico. Muchos de ellos han muerto de espanto al toparse con un hombre. ¿Por qué?, podría preguntarse uno con dosis de ingenuidad. Porque somos terribles y monstruosos, destructivos y rencorosos. Pero ¿cómo es posible que un fantasma muera? Lo es, sólo que de manera distinta: ellos al fallecer de miedo, resucitan y quedan condenados a vivir eternamente. Éste es un castigo peor que simplemente morir.

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Comparsa de catrinas Por Canuto Roldán poetwithoutlanguage@gmail.com

POESIDA Estáis muertos. Pero ¿En verdad estáis muertos, promiscuos homosexuales? MUERTOS SIEMPRE EN VIDA: Dice Vallejo, EL CÉSAR. Abigael Bohórquez

1. Dieron las 5:30 am.

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Medio aturdido aun por diferentes sustancias subí al autobús. Este confundido relator, hermanas, se encuentra dando vueltas constantemente en el mismo círculo. Viciosa o no, la espiral logra atraer a otros, su gravedad nos hace subir y bajar, una y otra vez, en la misma estación del tren; incluso cuando se va en sentido contrario. Sábado y la gente se apretuja dentro del transporte. Un joven mucho más alto que yo, se coloca frente a mí y los cuerpos no evitan rozarse. Si me preguntaran, hermanas, cómo hacemos para darle tanto vuelo a la hilacha frente a tantísima gente, yo no sabría decir más que “Cuando una va al desierto, se vuelve desierto”. Somos el mismo tren, avanzando hacia la misma estación, repetidas e innumerables veces. Aun cuando en verdad se trate de diferentes estaciones, éstas no dejarán de ser lo que de por sí son: pausas, cambios, pedazos breves de muerte; pero a veces somos el tren, a veces la estación. Dieron las 5:30 am. Subí al autobús para buscar un lugar dónde calentarme. Más que el departamento de mi exnovio, el autobús me recibió con las manos abiertas, con los cierres abiertos. La boca cerrada, sin palabras, sólo caricias furtivas. “¿Estáis muertos…?”. Pensé. La respuesta la vi en los ojos de un Señor a mi costado.

2. Llegamos tarde. Habíamos tomado el mismo rumbo desde diferentes direcciones. Hice mal

el cálculo de horas que nos tomaría llegar al aquelarre. Dos taxis destrozados en la carretera, neblina, día de muertos, calaveras caminando por las calles, calaveras manejando, calaveras besándose sonrientes frente a la iglesia. Cuando se está muerto todos somos muertas, calaveras festivas, temerosas, recordadas un día por la multitud. Entre la multitud, todas somos las mismas, no importa el dulce nombre en nuestra frente. Periódicamente, fuimos bajando de los autobuses. Llegamos tarde a la comparsa pero todavía nos tomamos el tiempo suficiente para arreglarnos. Queríamos agradarle por entero a la muerte, al menos toda una noche para entretenerla. Nos travestimos como ella para divertirnos también, para burlarla y que pensara encontrarse frente a un millar de espejos. Luego, si la muerte nos encontraba y decidía darnos su eterna compañía, esa noche ella también tendría que fallecer. Así todos seríamos inmortales una sola vez, cantando, bailando, compartiendo los alimentos, hermanas, juntos. Solo una vez en la muerte se escucharía nuestra voz, listas al fin para callar por siempre.

3. Gritamos juntas en silencio. Coincidimos en un mismo lugar, hermanas, para preguntar al unísono ¿quiénes somos y adónde vamos? Nuestra sed de soluciones es nuestra única respuesta momentánea. Hermanas, las preguntas son diferentes pero siempre son preguntas. Buscamos en diferentes sitios para comprender qué carajos somos. ¿Quién nos dio este nombre “promiscuos homosexuales”, “jotos de arrabal”? Y ¿por qué si lo han hecho luego lo quieren arrumbar entre el silencio y permitirnos morir injustamente? Gritamos juntas en silencio cuando nos encontramos en el último vagón del metro y accedemos a compartir los cuerpos. Gritamos juntas en silencio cuando coreamos la canción machista que nos condena día tras día, noche tras noche.

Gritamos juntas en silencio cuando nos escondemos en casa para besarnos con algún familiar. Gritamos juntas en silencio cuando después de muertas les pedimos a los vivos unos segundos para recordarnos. Muertas estamos siempre en vida, cuando somos dos o tres o quince o más y empuñamos la voz amanerada para hacer de este silencio un grito más potente. Silencio. Silencio. Esta sitio hoy no es sólo más joto, esta sitio hoy no es sólo tolerante, esta sitio hoy es palabra en coro para luego de tener una mejor muerte, tener la vida que todos, hermanas, merecemos. Porque morimos para soñar toda la vida, que es poca, nada más.

4. Más que muerto, muerta. Hermanas, las preguntas son diferentes pero siempre son preguntas. Hermanas, la muerte es igual para todos. Hermanas, la muerte no tiene invitación. Hermanas, matamos para alimentarnos. Morimos para soñar toda la vida, que es poca nada más. Hermanas, todos somos calaveras. Hermanas, somos un canto inmortal. Hermanas, morimos porque nos incendiamos. Nos olvidaron porque fuimos un gran fuego. Pero somos, hermanas, una estrella que explotó y sigue iluminando aunque su cuerpo sea un día, y a partir de entonces para siempre, ceniza pero ceniza enamorada, promiscua, preguntona, bailarina. Pocos pusieron nuestra ofrenda. Pocos acompañó nuestra voz hecha de silencio con rezos. Nadie vino a decirnos te extraño, nadie. Por eso, como la muerte, a la que nadie invitó, llegamos a armar toda esta fiesta, toda esta ofrenda, este rezo por nosotras las pecadoras ahora y en la hora de trabajar, ahora y en la hora de dar clases, ahora y en la hora de abordar el camión por las calles de las calles, por las casas de las casas, por los siglos de los siglos. Esta invisible espiral hace que toda palabra en mi boca sepa a muerte. Hermanas, su humilde relator se encuentra dando vueltas constantemente en el mismo sitio; mareado, hermanas, pero agradecido.


Priapismo Por Luis Villalón

É

l no es una mala persona. Siempre se arrepiente de sus actos. Puedo comprenderlo, esos malditos ataques de ira lo conducen a esos episodios cargados de irracionalidad. Él nunca se propone hacerme sufrir, sólo es un daño colateral de toda su represión. Su vida no es para nada fácil y creo que yo la hago un poco más complicada. Quizá no me esfuerzo lo suficiente por ser la esposa que él merece, pero lo intento, lo intento con todo mi corazón, no es mi culpa ser tan torpe, ¡lo intento!, ¡lo intento! Siento un odio inmenso al verme fracasar en mis labores. ¿Cómo

es posible que no sea capaz de realizar las tareas más sencillas que él me pide? ¡Soy una torpe, una pendeja! Tal vez se excede un poco en la forma de responder ante mi incompetencia, pero en el fondo sé que lo tengo merecido. Él me necesita, necesita a esta mujer comprensiva, necesita un montón de ternura, es un hombre con mucho estrés, un gran trabajador y excelente proveedor. Necesita desahogarse de una u otra forma, me enorgullezco en poder ayudarlo a este propósito, es más, tácheseme de pretensiosa, pero en el fondo me siento una mártir. Sacrifico un poco mi insulsa

felicidad para despabilar la mente de ese hombre maravilloso. Él va a llegar lejos, sus metas y motivos puede que estén un poco fuera de mi entendimiento, pero lo dice con tanta confianza que es imposible no creerle. Esos ojos repletos de seguridad, sus ademanes exiliados de todo titubeo, su voz robusta , sólo triunfos le avecinan. Aún arrepentido conserva el mismo semblante, siempre me pide perdón después de herirme, por más enojado que siga no pierde oportunidad para ofrecerme una apología extraída desde el fondo de su corazón. Yo siempre lo perdono, lo comprendo, el estar casada con un hombre tan impulsivo tiene sus altas y bajas, después de todo es de ese carácter del que me enamoré y no lo cambiaría por nada, al fin y al cabo las heridas físicas tarde o temprano sanan, el perderlo devastaría a tal grado mi salud mental que el suicidio sería la única forma de acallar las lágrimas. En estos momentos me encuentro más preocupada que de costumbre, lo eché todo a perder, es lo peor que le he hecho, tendré que rogar eternamente su perdón, comprenderé si no lo merezco. Llevamos unas tres horas haciendo el amor, su erección potente se siente deliciosa dentro de mí, fría. Estoy exhausta pero el detenerme devendría en aceptar mi culpa y mi castigo. No es la condena lo que me preocupa, mi cuerpo ya lo ha escarmentado todo, es el irremediable adiós. Lo prolongo mientras recapitulo y busco las frases exactas para exponer mi última excusa. ¡Soy una torpe, una pendeja! Debe de entender que por una ocasión, por una puta ocasión me dejé llevar por mi instinto, por toda la furia que permanecía, y permanecerá desde este momento, arraigada en mi ser. Yo le he perdonado la violencia cientos de veces, sólo le pido una, una sola vez. Espero me entienda, necesito comprensión, yo no soy así. ¡Yo no soy así! Mi cabeza se perdió en lo irracional cuando eyaculó dentro de mí y yo todavía no alcanzaba el orgasmo, tomé el revólver que guarda bajo la almohada, disparé contra su hermoso rostro y seguimos haciendo el amor, como si fuera la primera vez, por siempre, su mente rociada en mi cuerpo desnudo, su erección se prolongó, fría. No me sabía una mujer multiorgásmica.

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El Tlatoani del barrio se llamaba Mister Cat Por Ximena Cobos

F 22 El Mollete Literario Noviembre 2015

ue una noche en que me lavaba los dientes y en la habitación contigua sonaba El tlatoani del barrio que recordé muchas cosas. Vino a mi la clara imagen de que bailaba chachachá, mambo y el nuevo ritmo del rock and roll y que mucho de mi gusto por el danzón nació de sus pocas clases cuando era niña. Había muerto hacía tanto tiempo que no recordaba la fecha exacta, pocas veces lo vi antes de que aquello pasara y jamás le di un nieto, si es que lo esperaba. Conocía tanto de boleros como él quiso enseñarme, aún conservo una gran colección de discos que no he terminado de escuchar, pero lo que más recuerdo ahora que me río son los pierrotasos y las hurracarranas. Cuando mis hermanos y yo éramos niños solíamos jugar a las luchas en la cama grande. Una vez, cuando ya no vivía con mi madre pero rentaba un cuarto cerca de la casa, en esas visitas obligadas de domingo que pronto dejé de lado, estando un poco borracho, nos contó cómo, después de pasar un examen de llaveo contra llaveo, debutó contra Lizmark. Dio detalles de los vuelos desde la tercera cuerda y de cómo terminó por ser derrotado. Su siguiente lucha dijo que la ganó, pero con tristeza en los ojos narró que de haberle ganado a Lizmark se habría ido de gira y luchado en la AAA y quizá hasta llegado a ser famoso. Pero lo que le quedó de aquellos días en que ni siquiera había conocido a mi madre fue el gusto por las máscaras, sin embargo, jamás vi una de Míster Cat. Por la casa andaban las de Octagón y Mascara Sagrada, una de El Santo y nuestras capas que dejábamos cuando había que contar 1… 2… 3... fueraaaa!! Pero no imaginaba cómo sería la que usara el hombre que fue mi padre.

Aquella noche me acosté a dormir con una sonrisa y al día siguiente saqué un viejo disco de Gardel y lo puse a rodar en mi tornamesa, también había escuchado la voz de ese tanguero por primera vez cuando era niña. En las mañanas de navidad, cuando ya casi estaba cayéndose de borracho, solía ponerlo en su tocadiscos viejo y algo destartalado. Mientras se escurría la voz de Gardel pensé que allá, en esos tiempos en que él fue joven, cuando la lucha libre aún era de barrio y nada tenía que ver la WWE, el mundo en las calles de México era más pequeño. Tuve más ganas que nunca de tener algo tangible de la juventud de un hombre que para mí siempre tuvo alma de viejo. Ese luchador y futbolista que sale en las fotos con sus lentes grandes como los que llevo ahora, a modo de un absurdo homenaje a un hombre que, a veces creo, jamás conocí. Ese que siempre fue el alma de la fiesta y que para mí sólo era el martirio de tener un padre borracho. Quise mirar algo entre mis manos de las hazañas que siempre contaba, de esos días en que trabajaba en la carnicería con su tío y comía hígado de res empanizado. Estaba dispuesta a desentrañar el misterio que había sido mi padre porque yo fui mujer. Mientras me tomaba un café decidí lo mejor que pude y salí a la calle, iría a la Arena México, al Consejo Mundial o algo así, a dónde fuera pero andaría por fin entre rines y cuerdas esperando que algún viejo conociera a mi padre, que tan si quiera lo hubiera visto luchar una vez y me contara cómo era en el ring, quizá hasta podría mirar su máscara y desentrañar el enigma de por qué se llamaba Míster Cat, el de los ojos verdes y algo corpulento que para mí terminó viéndose chiquito, cuando en mis años

más tiernitos de camino a la escuela, si lo miraba de soslayo, me parecía el hombre más alto. Aquella primera tarde de esos días en que decidí buscarlo, llegué a un gimnasio de una colonia populachera guiada por la intuición del barrio que traía en mi corazón, mi padre y mi madre habían vivido en una colonia de cuyas calles sólo recuerdo la voz de mamá diciendo sur 105, y por ahí anduve caminando tratando de reconocer la casa del tío de mi padre, que tenía una carpintería y hablaba con un ligero acento español. Recorrí esos jardines en los camellones que caminamos mi mamá y yo de camino a la casa de mi tía. Llegué a la iglesia donde se casó otra de sus hermanas y pasé enfrente de la casa donde


vivió su primer amor. Bajo jacarandas que tapizaban las calles encontré un sitio y me metí. Al atravesar esa puerta fue como si me transportara directo a un pasado que no fue en mi tiempo y quise que por lo menos, una vez en su vida, yo hubiera sido conducida al interior de esa fachada de foto de los 70’s de la mano de mi padre. Después de un rato de mirarlos ahí azotarse repetidas veces contra la lona, subirse a las cuerdas y volar, hacer llaves que conocía y no recordaba su nombre, alguien se me acercó por la espalda y me abordó. Era una chica no más vieja que yo pero que aparentaba muchos años, tenía un cuerpo delgado pero macizo, aunque nunca he sabido bien cómo usar esta palabra. Se llamaba Lady Relámpago y no usaba máscara porque decía que no la dejaba respirar, llevaba unas mayas negras con parches en las rodillas y un cabello chino a la Rigo Tovar. Al final del día hablábamos con mucha familiaridad, pero no me atreví a decirle que andaba buscando a mi padre, porque eso era en realidad lo que estaba haciendo. Anduve por ahí muchos días, Lady Relámpago me invitó a otro gimnasio y terminé subiéndome a una lona. Flaca, chaparrita, con una vista casi igual a la de un topo, sentí que podía volar cuando me cargaron y me dieron vueltas

en el aire; en nada me igualaba a las luchadoras de mi edad, tenía fuerza, flaca pero corrioza me decían. Sin embargo, no había técnica ni años de entrenamiento, pura y simple afición. En realidad mi intensión nunca fue luchar, me dediqué mejor a mirarlas durante horas. Había pocas chicas, algunas a veces me saludaban y poco a poco fueron volviéndose más mis conocidas. Una que otra tarde las acompañé a una lonchería, no solían comer así y yo tampoco, pero creo que a todas nos daba gusto ir a aquel lugar. Por dentro yo disfrutaba más bien viendo la decoración, el barrio, los viejitos con playeras de cuello sport en estampados de cuadros cafés que ya no encuentras; todo lo que me intrigaba y me hacía imaginar que fue joven junto con mi padre, justo cuando se decía Juan Camanei. De poco en poco supe lo que era una toma de réferi en una lucha de los martes en la Arena México. Conocía a Lady Apache, recordé a El Tirantes y me subía a una tercera cuerda, no puede saltar pero al menos volvía a reírme y eso lo notaba hasta Lady Relámpago. Supe con gusto que muchos todavía recordaban al viejito de la campana que se sentaba siempre en primera fila y que yo solía ver por televisión los domingos cuando mi papá llegaba del partido.

Pero aún no me atrevía a contarle nada a mi nueva acompañante. Me explicó paso por paso llaves como la de a caballo, esa que pasó a la inmortalidad gracias a El Santo; la casita, consistente en realizar una enredadera y mezclarla con el toque de espaldas, envolviendo al rival, dejándolo con los omóplatos sobre la lona; la que más me emocionó fue el tirabuzón, la recordaba de nombre, pero no sabía que era una torsión que provoca dolor en todo el cuerpo; la tapatía, el cangrejo la cavernaria, entre otras más. Supe que la tijera y la plancha son un tipo de lances. No obstante, aunque me emocionaban bien entendía que no podría aplicarlas nunca, falta de destreza o valor, tal vez. Entre tanto, la historia de mi padre pasó eventualmente, comprendí que no lograría averiguar nada si sólo me dedicaba a jugar sobre el ring, pero conocí a don Víctor Martínez, fabricante de máscaras. Astuto, de tantos años de ver desfilar luchadoras jóvenes me interrogó lanzando como premisa que no tenía manos ni piernas para luchar, mucho menos la mirada, que debió notarlo por mis gruesos cristales. Antes de que pensara algo extraño le conté poco a poquito que mi padre se llamaba Mister Cat, que había muerto hacía unos años, que casi no viví con él y que pocos recuerdos sostenía en mi cabeza como su historia de que era luchador, terminando por confesar que buscaba una foto o algo que me dijera cómo fue su máscara, que describiera así su personalidad. Martínez por supuesto no lo recordaba, quizá su padre lo hubiera conocido, me dijo, pero a cambio me regaló historias como la primera vez que hizo una máscara, me contó que de aquellas que luego se rompían durante la lucha algunos se las regresaban, con respeto por ser prendas únicas. Me platicó la historia de su negocio y me regaló una máscara viejita de El Hijo del Solitario, en prenda, dijo, por no poder darme señales de mi padre. De vez en cuando voy los viernes a la Arena México, a veces acudo al gimnasio y platico con Lady Relámpago, nos hemos prometido que estaré en su lucha debut. Me ha pedido que le cuente la historia de Mister Cat, pues parece que tampoco ella tuvo lo que podría llamarse un padre. Si es que yo de verdad puedo decir que no lo tuve.

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