El Mollete Literario #30

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El Mollete Literario indicadorpolitico.mx

Director: Carlos Ramírez

molleteliterario@indicadorpolitico.mx

Febrero 15, 2016, Número 30, Tercera Época

El amor y sus azotes Por Luis Flores Romero pág.14


Quien teme sufrir, sufre ya de lo que teme. Montaigne

Editorial El amor está en El Mollete

2 El Mollete Literario Febrero 2016

En febrero se habla de amor, porque es el mes donde se presume dicho sentimiento que funciona de analgésico a la catástrofe diaria en todos lados del planeta Tierra. O eso podemos decir. No se puede hablar de amor si se piensa en dependencia, en llenar carencias. Tampoco es algo con lo se nazca; se convive con él y se desarrolla si se tiene a bien adoptarlo como una parte de nuestra esencia. El amor es misticismo y revelación cuando se le encuentra, pero… ¿Alguna vez intentaron describir al amor? El amor no debería tener rostros para mantenerse a flote. No se trata de una condena ni de una salvación. No es decadencia, en él no se debe arriesgar nada porque no se pide poner en juego una parte de nosotros. Es una amistad que no peca, que no juega, que no miente (aunque puede tener secretos), pero muchos dirán que es aburrido sin al menos uno de estos ingredientes. El amor es un mosquito que no hace daño cuando pica, es un zumbido que no corta el sueño, sino que mece; es una sacudida, una respiración agitada, es una mirada furtiva en un día de café. El amor es imperfecto, como nosotros. ¿Alguna vez han intentado describir al amor? En El Mollete Literario hay amor a la literatura, la poesía y la creación humana, por eso en estas páginas se refleja ese profundo sentimiento a las letras.

Índice 3

Letras Torcidas Por César Cañedo

4

PandroSysmic en casa de Dios Por Samuel Enciso

8

De esas historias que pasan pero nadie cree que son ciertas Por P.I.G.

10

Sentado en un sillón y La caja de metal Por Luz Elena Baz Cortés

11

Chomsky, Borges y el Senado de la República: ¿Quién tiene la culpa del calentamiento global? Por Paul Martínez

14

El amor y sus azotes Por Luis Flores Romero

17

Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal

18

REZAR, AMAR, COMER Por Luis Villalón

20

Sentí pasos Por Canuto Roldán

21

El Bolero desconocido Por Ximena Cobos

El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial joselrojasr@hotmail.com Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición aca.moonchis@gmail.com Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.


L et ra s To r c id a s Por César Cañedo

Chat activo

Precavido

¿Por qué este ser tan tímido en el ligue? Que no me deja hablar sencillamente con toda la simpleza de mis ganas y el frío, y escribirle al perfil activo en Grindr ven a dormir conmigo. Esta mañana tomé la escoba y suavicé mi cuarto, ordené con su par cada zapato, acomodé los libroscabecera (que resalte ese lomo de Quijote) y todo por si acaso. No lo tenía pensado, pero sabes, sería bonito dormitar de lado con tu cuerpo abrazando mis manos que por falta de su espacio gesticulan un rezo que agradece el milagro de amar que me acontece. No importa si no vuelves, si amanece y la urgencia por irte desvanece el breve polvo del dolor de un día. Yo de nuevo prepararé mis huevos para el desayuno, leeré por distraerme mientras como, intentaré que escribo y cuando un agudo escozor en mis recuerdos enfoque soledad como la luz más firme del estadio haré cambiar de tema a mi cerebro consultaré el horóscopo y abriré una vez más un par de aplicaciones para el ligue.

Tengo tantas precauciones para vivir la vida con reservas. Reviso siempre cada ticket antes de echarlo al cesto donde el papel de baño ha unificado las compras, turnos, comprobantes de pagos e inscripciones con mi mierda vital. Soy de los que se fijan en cuándo es que caducan los condones, en el canal del tiempo y en saber a cada rato si estás en línea o te has desconectado. Reviso la porción nutrimental de los empaques y saco cuentas siempre y multiplico, calculo que el cariño que mereces en justo pago sea el que prometes. Nada sobra ni falta, se ha medido con el ojo visor de anciano sastre cada palmo de vida. Debí de ser actuario, pero supe muy tarde lo que era la relación del riesgo con el tipo de cambio de la muerte. No me arriesgo y no gano, no apuesto ni a ganar, he perdido todo aquello que me quedé sin ganas de buscar. Tomo mis medicinas a la hora, cumplo con los deberes, pago impuestos y nunca me enamoro porque no hay previsión en esas cosas.

Poesía

@chocorrols chocorrol_x@hotmail.com

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Fotografía: María Raute


PandroSysmic en casa de Dios Por Samuel Enciso

Cuento

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A

ve María Purísima. — Sin pecado concebida, padre. O eso dicen, al menos... He matado a un hombre. — ¿Usted? — Sí. Yo, Padre. ¿Quién más? — ¡Ave María Purísima! —Repitió el padre, esta vez con desmayo— ¿Cómo ha sido eso posible? ¿Lo conocías? ¿Te ofendió? — No, padre. Y sí, padre. — ¿Cómo? ¿Sí o no? — Sí y no, padre. — Eso no puede ser. ¿Lo conocías o no lo conocías? — Sí, padre... Digo, no padre. — ¿Te ofendió? — Sí padre. — ¿Qué te hizo? — Era un ratero, padre. Un ratero que se merecía lo que le pasó al muy culero. — ¡Hijo de Satán! ¡Calla la boca! ¡Estás en la casa de Dios! — Perdón, padre. Pero es que no me arrepiento padre. — ¿Pero qué dices? ¡Este lugar es para el arrepentido, no para el orgulloso! ¿Estás de rodillas o no?

— Sí, padre. — Es que te humillas ante dios, ¿no, hijo mío? — ¿Pos no que soy hijo de Satán, padre? ¡Ah!, ¿usted es el chamuco? — ¡Silencio!, blasfemo. Ahora contéstame. ¿Hincas la rodilla ante el creador? — No, padre. Pero es que por la altura de su silla si no me hinco no me oye. El padre se levanta con la ira del mismismo Jehová tensando cada fibra de su hábito confeccionado desde los zapatos blancos italianos hasta el cuello negro de gargantilla blanca, para luego pintarle la cara de rojo hasta la coronilla que ya no tiene cabello porque de seguro ese no es su primer coraje en el día, mucho menos en toda una vida de confesos menos cínicos. — Nunca se vio en mi Iglesia tal descaro. ¡Salte de aquí ahoritita mismo, abominación! Dios, dame paciencia y tenle piedad. El confeso no retrocedió aunque el padre tenía la biblia levantada como Moisés las Tablas. — Pérese, padre. Si no, ¿con quién me confieso?


venta aquél día había terminado tarde, después del mediodía, lo que significaba que tenían que reabastecerse para el siguiente día, ya tarde también. No era algo fuera de lo común, pero quiso el destino del PandroSysmic que por aquel rumbo a aquella hora, una vez hechas las compras y ya cansados de una jornada laboral que empezaba a las 4 de la mañana para preparar todo y estar a las 6 en la esquina de siempre, ahí en San Juan de Letrán. Eran las 7, el sol se había ocultado ya, y los que abordaban el microbús con destino a Chalco se encontraban en un estado de sopor producto más bien de ver a los otros en el mismo estado que ellos. Cansados. Un tanto derrotados. Pero el PandroSysmic siempre alerta, pelando los ojos y dejándolos vagar, investigando ávidos cualquier sonido fuera de lugar, cualquier movimiento, inesperado o predecible. De todos modos se le escapa lo más obvio, pero no por despistado, sino por el perfecto camuflaje. Dos tipos que abordaron en medio de la nada. — Iban vestidos igual que yo, padre, no chingue. Ya sabe, con los lentes acá como yo — el PandroSysmic se señaló la nuca— porque el barrio respalda. Y es que cuando salgo con mi jefecita más vale que digan que sí tengo barrio, que si no... — ¿Te pueden asaltar? —dijo el padre, sarcástico. — No, padre, te dan plomo nomás por verlos feo. El padre levantó una ceja. — Como si yo le fuera a contar algo a usted, padre. Total que los dos últimos que se subieron ahí en la autopista pues no se veían más chakas que yo, ni parecía que fueran a quererse pasar de lanza, pero que se suben y se pasaron hasta atrás así como todos los demás. Tons que agarran y... “Señores pasajeros —dice uno de ellos, un hombre de treinta y tantos años con pinta de que acaba de salir del viaje en estopa de hace horas—, al chile acabamos de salir del reclu, gente, y no queremos hacerles pasar mal rato, pero la neta si no aflojan lo que traen se los va a cargar la chingada”.

Cuento

— ¡Con tu creador! — ¿Y apoco sí me va a hacer caso? — El señor escucha a todos los que acuden a él. — Le cae. ¿Pero no va a estar enojado? — No importa cuán pecador era tu ofensor, tú no eres quién para decidir quién vive o muere. Es uno de los estatutos. No matarás. — Pero es que él me iba a matar a mí. El padre se sentó haciendo aspavientos, con la mano sobándose el entrecejo. — A ver, pues, cuéntame. Señor, apiádate de tus hijos. El confeso miraba hacia arriba como esperando ver lo que el padre veía o fingía ver, sin lograrlo... El PandroSysmic llevaba su gorra de lado con viscera plana y ostentosa calcomanía dorada, tenis Jordan blancos, nada de calcetines, una bermuda de mezclilla y una playera polo de un verde indiscreto con el cuello y el borde de las mangas azul oscuro. Mira a todos lados porque sabe que el barrio es peligroso. No es que tema por la vida del costal de maíz molido que trae su madre a cuestas o que los kilos de hoja de maíz salgan aleteando de pronto de las bolsas que él carga, pero ha oído historias y sabe que hasta por dos varos te andan tasajeando. Así que no se esmera mucho en mantener la calma, en cambio va alerta. Su jefecita tiene ya 62 años. Canas hasta en las axilas y las arrugas ganadas de una mujer trabajadora. Va algo encorvada porque nunca se recuperó muy bien de dar a luz a siete hijos de los cuales PandroSysmic era el mediano. Es amable, de las que no avientan la chancla a menos que llegues borracho a casa o pierdas uno de tus colores Mapita. — Ella sí viene a la Iglesia, padre — le dijo el PandroSysmic a su escandalizado interlocutor—. Quesque dice que Diosito nos escucha y nos da todo lo que tenemos, padre. Yo siempre le digo que ha de haber pasado al último por nuestro barrio, padre, porque ya nos tocó repoquito. Tons ella me avienta la chancla, mi jefecita... Era el día previo a la Candelaria. La

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Cuento 6 El Mollete Literario Febrero 2016

El otro era un adolescente igual que el PandroSysmic, pero con la mirada desquiciada y violenta. “Ahí nomás van pasando sus celulares y su dinero, bandita, que no les tiemble la mano o van a ver que a nosotros no nos tiembla para meterles un plomo o picarlos. Y vean al suelo, si nos voltean a ver van a valer madre”. — ¿Y yo y mi jefecita qué aflojábamos, padre? Ni modo que el hambre que traíamos. O sea que si se me acercaban pues iba a valer madre, ¿no? Pero no fui el único que la iba a hacer de a pedo... Un joven fornido que huele a sudor y alcohol se levanta y trata de agarrar al de la navaja, pero éste lo hiere en el brazo y se hace hacia atrás. El de la pistola le va a decir algo al chofer y el camión gana velocidad. “No se me pongan nerviosos, raza —dice el de la pistola mientras se pasea por el angosto pasillo del microbús, acercándose al PandroSysmic y a su madre que ya le está encomendando el alma de todos a la morenita—, o vamos a tener que sacarles un sustito”. El de la navaja agarra a una chica de la edad del PandroSysmic por el cabello y le pone la navaja debajo del cuello. La chica grita, muerta de miedo, y el hermano que se quedó sentado y viendo hacia el suelo se quita el reloj, saca el celular de mil pesos y lo echa a la bolsa que le da el de la pistola. “Pásala” le dice, y el muchacho obedece, dócil. Entonces el de la navaja suelta a la chica. “Cámara, hijos de la verga, sigan viendo al suelo y sacando lo que tengan...”. Todos ven al suelo, todos van esculcando ya sus propias bolsas, menos el PandroSysmic que lo último que traía era para el pasaje y nada más. Lo que se vendió de los tamales lo trae su madre y por eso el muchacho sigue atento, aun cuando ve que el de la pistola camina hacia él. Lo agarra del cuello y lo tumba hacia el frente, haciéndolo caer de rodillas y obligándolo a poner la nariz en el suelo del microbús. “¡Muchos huevos, ¿no pendejo?!”, le grita el de la pistola, y le pone el arma en el cuello. El PandroSysmic se estremece

por lo frío del metal, pero se estremece más cuando oye la voz de su madre. “¡Ay, mijito! ¡Mijito! ¡Dejen a mi hijo!”. El de la pistola lo hunde en el suelo con la rodilla entre sus omoplatos. — “¡Cállese, jefa! —le dice el PandroSysmic sin aire, sabiendo que si su madre continúa gritando los va a poner más nerviosos—. Mejor dele lo de la mañana y ya no la haga de a tos”. El de la pistola afloja la presión de la espalda y le da con la culata al PandroSysmic en la cabeza. — “¡Eso, papá! Nomás necesitabas que te pusieran en tu lugar”. La señora se saca rápidamente el monedero que trae escondido en el pecho y se los da. El de la navaja le entrega al otro la bolsa negra con el dinero y los celulares. —“¡Cámara, chofer, párate!”. El chofer obedece, el PandroSysmic intenta levantar la cabeza, pero recibe otro golpe que le recuerda cómo llegó ahí en primer lugar y se queda quieto. Los pasajeros de adelante comienzan a armar barullo, al ver que los ladrones ya se bajan del vehículo. La puerta se abre, el PandroSysmic puede moverse al fin, se voltea y lo primero que ve es la cara llorosa de su madre. En ese momento decide que... — ...esos dos hijos de la chingada sí se pasaron de lanza, padre, no me va a decir que no. Que me levanto en chinga, y así sin pensarlo, que me agarro del tubo de la micro y que le acomodo un patín en la espalda al de atrás, que era el de la navaja... El hombre pierde el equilibrio y el aire al mismo tiempo y le hace perder el balance al segundo que va apenas un paso adelante. Ambos caen y al de adelante se le zafa la pistola y la bolsa con las pertenencias ajenas. Con la adrenalina a tope, el PandroSysmic se lanza tras los caídos y se apoya en el primero, pisándolo de lleno en la espalda y la cabeza, dejándolo atontado. El tipo fornido con olor a sudor y alcohol no pierde tiempo y se baja del microbús. Los pasajeros gritan y se abalanzan de inmediato contra el atontado, llenándolo de insultos y golpeándolo.


dios en cada fibra de su ser. Pero logró dominarse un poco y ya no se levantó con la Biblia por sobre su cabeza, aun así preguntó a gritos. — ¡¿Entonces por qué has acudido aquí al recinto sagrado a poner esta carga sobre el Sagrado Corazón... y el mío?! — Pues no estoy loco, padre. Y no soy un hijo de la chingada. Ni quiero ser un hijo de la chingada. Nomás que ellos sí eran. Y a nosotros nadie que nos ayuda. ¿Si me entiende? La chota es pura mamada y ya todos lo saben. Mejor que vayan teniendo miedito esos güeyes que uno, o las jefecitas de uno, ya sabe. Tenía que decírselo a alguien, padre y no soy rico como para ir con un loquero. Pero ya estoy más chido, padre. Gracias por escucharme. Ahí nomás no les diga que me vio... Ah, pero pues no puede, ¿verdad? El PandroSysmic ya estaba casi en la puerta de la Iglesia, habiendo dejado al desconcertado sacerdote como nunca antes nadie. — Ojalá que por escucharme no vaya a tener pesadillas —le dijo por último sin mirar atrás—. Dispense si lo molesté. Con el desatado remolino de una duda entre sus cejas, el padre atisbó una posibilidad abominable. Al ver partir al PandroSysmic, el padre lo maldijo y se maldijo a sí mismo por tan vil y mundana actitud. Pero no pudo evitarlo. Durante un terrible momento, el PandroSysmic logró que la fe del padre se tambaleara. Pero fue un momento nada más. Un mísero momento de incertidumbre. “Perdóname, Padre”, rezaba el sacerdote minutos después en el recinto vacío lleno de ecos, “he pecado...”.

Cuento

— Ya se andaba levantando el otro, padre, y se andaba estirando pa’alcanzar su plomo, pero no lo dejé. Que me echo a correr y lo patée en la cara porque ya ni pensaba. Pero lo he de haber pateado muy fuerte porque hasta oí cómo le tronó algo. Que me volteo y ya se había hecho el silencio. Tons que les pregunto así sin decirles nada. Me dijeron: “¡Pélate, wey. Córrele! ¡Este wey ya se murió!”. “¡Órale que ahí vienen los puercos!” — Y que veo la cara de mi jefecita, que me vio como si ya estuviera yo, no sé, en un lugar donde ella no podía ir. Con la lagrimita ya saliéndosele de los ojos. Pero dándome la bendición, ya sabe. Yo creo que nomás quería que no me cacharan. Que me echo a correr como si fuera yo el ratero. ¡Me le escapé a la chota, padre! Yo que no creía que era eso posible porque mi tío, el Genaro, a ese sí lo tumbaron y lo entambaron y de vez en cuando lo visitamos, pero como es bien maldoso hasta en la cárcel pues dicen que ahí se va a quedar toda su vida. Tons a mí me daba un chingo de miedo la tira de todas maneras, aunque yo no había hecho nada nunca... Y pues ya, corriendo llegué hasta acá. — ¿A esta iglesia? — Sí, padre. — Ay, hijo... Ni los padres nuestros ni las Ave Marías te pueden absolver. Vas a tener que comulgar con Dios viviendo aquí y sirviéndole durante algún tiempo y todos los días te vas a confesar aquí conmigo para que puedas obtener el perdón. El PandroSysmic chasqueó los labios. — Pues si yo ni en Dios creo, padre. El padre sintió de nuevo la ira de su

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De esas historias que pasan pero nadie cree que son ciertas Por P.I.G.

Cuento

@Espermatozombie

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D

on Isaías era uno de esos maricas que todo mundo veneraba, por cretino, por engreído, por usurpador de nombres, porque cuando se le daba la gana regalaba dinero, comida, alcohol, joyas y sonrisas a la gente de su pueblo. Un tipo así es fácilmente odiable, pero no para su enorme familia conformada por quienes aceptaban, con entusiasmo, los kilos de huevo y arroz que regalaba a cambio de reverencias. A mí me repugnaba su presencia y me revolvía el estómago tanta hipocresía. A donde sea que se parase, siempre había atenciones para aquel viejo de mirada morbosa y perversa, excéntrico como sólo él. Un día escupió frente a mí y me pidió que limpiara con mi zapato aquel escupitajo para que pudiera caminar sin ensuciarse. No sólo no limpié su maldita saliva embarrada en el asfalto, sino que escupí encima de ella. Y a partir de ese momento me gané su odio. Así de hijo de puta era, él, no yo. Durante uno de sus viajes a lugares desconocidos en busca de negras vírgenes, y tras intentos fallidos de matarle por parte de quienes, como yo, estaban hartos de su falsa amistad, el viejo Isaías murió de causas desconocidas. ¡Puta! Malas noticias: la fiesta había llegado a su fin. ¿Autopsia? Jamás, no cuando el cuerpo de ese hombre —decían sus

familiares y amigos— representaba la máxima manifestación de pureza y caridad que el mundo haya podido conocer. Imposible permitir que la ciencia hiciera de las suyas con la piel y carne de “el gran Isaías”. Muerte natural y a la mierda con las investigaciones forenses. En fin, el problema no era tanto su muerte, sino cómo carajos regresar el cuerpo a sus tierras si nadie había sido nombrado heredero oficial de sus riquezas y ningún lumpen del pueblo estaba dispuesto a regalar una moneda para la misión; nadie iba a regresarles la inversión, así que qué ganancia iban a obtener a cambio. El único que se empecinó en traer al buen Isaías de vuelta al pueblo, aunque pudriéndose pero sin recibir una sola herida de bisturí, era el señor Carmelo, su enemigo de toda la vida, el segundo en la lista de los más ricos (e hijoputas) del pueblo. A diferencia del viejo excéntrico, Carmelo odiaba a todos, pero odiaba aún más a Isaías porque sabía que no era más que un fantoche que prostituía sentimientos y metía la mano debajo de la falda de las buenas costumbres a cambio de dinero y regalos. “Era un puto —decía don Carmelo—, pero ahora es mi puto, muerto y todo, y lo quiero de vuelta”. Tan jodida decisión sorprendió al pueblo, no por el hecho de traer de


su dispendio descabellado de riquezas y que sería Carmelo quien le ayudaría a seguir con tan bella tradición. Pasadas las semanas y luego de la resaca generalizada, en el diario local circuló la noticia de que encontraron a Carmelo encima del tieso de Isaías (tieso el cuerpo). Le había desnudado casi por completo y estaba a punto de realizarle una incisión en el vientre. Nuestra teoría necrosexual comenzaba a tomar vuelo. Pero no pasó de ahí. Llevaron al manicomio al viejo sádico y cremaron el cadáver hasta que no quedó ni un hueso entero. La historia la supimos mucho tiempo después: Carmelo apostó y perdió una fuerte cantidad de joyas preciosas, muy valiosas y diminutas ellas, ante el buen Isaías; éste, temeroso de ser despojado de la riqueza, tragó todas y cada una de las piedritas y se largó de viaje en busca de negras vírgenes. Antes de siquiera poder lograr una mediana erección, sufrió una congestión y murió. Las joyas, al igual que el cuerpo del hijoputanúmerouno, fueron consumidas por las llamas y las cenizas arrojadas a un cesto de basura cuyo destino nadie conoce. Un día intentamos ser los hijoputasnúmerotres en busca de esas cenizas, pero ya desistimos de nuestra labor.

Cuento

vuelta al viejo consentido para dedicarle una mención en la misa del domingo y darle cristina sepultura, no, sino por el hecho de que su acérrimo enemigo decidiese pagar una fortuna para tal fin. Pues bien, el hijoputanúmerodos hizo circo, maroma y teatro para traer al hijoputanúmerouno. El recibimiento fue menos que solemne: algunos aplaudieron y gritaron un par de hurras, pero al sentir las miradas lacerantes de los demás callaron y continuaron su camino; otros empezaron a formular hipótesis sobre el viaje de vuelta y muerte de Isaías. Los más racionales, como yo, creíamos que tanto era el odio de Carmelo por el viejo excéntrico, que seguramente sería un triunfo para aquél montarse en el cadáver, sacar su pinga arrugada y clavársela en todos los orificios posibles. Desde luego nuestra teoría no prosperó y nos limitamos a esperar a que el tiempo diera una explicación realmente sana. Una vez llegado el cuerpo al hospital de la zona y una vez nombrado Carmelo como responsable de todo lo referente al cuerpo, se organizó un carnaval como nunca antes, con comida, alcohol, música, juegos mecánicos, bailarinas exóticas, de todo para decirle al pueblo que Isaías, incluso muerto, podía seguir con

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Sentado en un sillón Por Luz Elena Baz Cortés

Cuento

luz.baz.cortes@gmail.com

Se anunciaba por todos los espectaculares la nueva aplicación que la gente había esperado. Nadie iba a escatimar en gastos, aunque la deuda se extendiera durante años y los intereses superaran el precio real, la gente tenía que tenerlo. “El darle sentido a la vida no tiene precio”, decían algunos. “Al fin podremos vivir en mundos que antes parecían inalcanzables, convertirnos en héroes sin ningún esfuerzo, sólo hay que leer bien el instructivo, pulsar los botones adecuados”. Esos eran los temas que se escuchaban meses antes de que el producto saliera al mercado. Los servidores tenían la capacidad suficiente para no saturarse, darles servicio a todos. El programa tenía una sola función: leer en los ojos del usuario sus deseos, algunos que ni el mismo conocía. Las más hermosas y terribles fantasías, recrearlo todo en un sueño infinito. Ser el héroe, el villano, el sabio.... todo estaba ya resuelto Sentado en un sillón no tendría que preocuparse por nada.

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La caja de metal

Ilustración: Rodrigo Rico Técnica: Mixta

En el cuarto se escuchaban las manecillas. El peso del tiempo se acumulaba en las frágiles agujas de metal. El tiempo, prisionero de una máquina, deseaba salir de su cárcel y volverse ligero. Desvanecerse, perderse en el espacio. Su huida dejaría sin nombre a las noches y los días. Todo se convertiría en una pausa. Las caras dejarían de convertirse en arrugas y otras en polvo. Con su fuga liberaría al mundo de la carrera contra su paso. La mortalidad pasaría a ser historia. Todo quedaría estático, como monumentos eternos sin marcas. Difícil es aceptar la mortalidad que el tiempo nos recuerda. Cambiar la carrera por un paseo de la mano y aceptar las huellas. Aliarse con la sabiduría oculta en su misterio. El tiempo quedó atrapado en el reloj. En su caja de metal.


Chomsky, Borges y el Senado de la República: ¿Quién tiene la culpa del calentamiento global? Por Paul Martínez @sparringloto sparring_loto@hotmail.com

E

n principio toda palabra es un intento por comunicar una realidad. De tal modo que toda palabra encierra una verdad, una referencia con lo real que demuestra, sin embargo, al ser articulada en un discurso tiende a disolver su sentido en busca de una referencia de mayor amplitud. Así, aunque en la palabra se encierra una verdad, el discurso hace que ésta se torne compleja, que adquiera múltiples significaciones, que en ocasiones abonan a una mejor compresión de lo real, pero que también puede ser utilizada para ocultar la referencia a la cual evoca. El poeta, en su intento por develar la verdad de las palabras busca de manera efectiva comunicar las minucias de lo real, pone en tensión las convenciones y por medio del lenguaje crea un puente con la profundidad de los hechos. Sin embargo como hablantes no sólo encontramos un lenguaje poético, sino,

y en la mayoría de los casos, nos topamos con un lenguaje que tiende a la superficialidad. Baste con recordar que cuando alguien nos saluda de manera casual y pregunta por nuestro estado actual, generalmente respondemos con un simple bien, aunque probablemente no lo estemos del todo, y en realidad lo que significa esa respuesta puede ser algo más o menos como un no creo que te importe mi estado actual o no me resulta relevante detallarte las minucias de mi vida. Harold Pinter, en alguna de sus entrevistas, afirma que no existe un lenguaje superficial y que cuando el hablante expresa un lenguaje de aparente insignificancia, lo que en realidad busca es ocultar el verdadero sentido que existe detrás de lo enunciado. Toca al analista del discurso abrir las entrañas del lenguaje para develar lo que se oculta o lo que se muestra, o incluso, lo que se muestra para ocultarse. Esta perspectiva del lenguaje nos sitúa en una constante sospecha, pues

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pareciera que continuamente estamos intentando evadir los detalles y preferimos quedarnos en la mera cortesíacortante. Este hecho de aparente insignificancia puede sin embargo elevarse a dimensiones conspiracionistas si pensamos que eventualmente existe una manera política de utilizar este mecanismo. Para muestra, un botón. Recientemente el Senado de la República ha lanzado una campaña que lleva como eslogan el siguiente enunciado Si todos cambiamos, México cambia. La campaña aborda dos de los temas que actualmente se han colocado en el centro de las discusiones públicas: el cuidado del ecosistema y la erradicación de la corrupción en la vida pública del país. La afirmación de Harold Pinter, acerca del lenguaje de apariencia superficial y su siempre profunda significación, se sostiene en la dicotomía que se da entre significado y significante. Donde el significante son los signos que se utilizan para enunciar una realidad y el significante es la referencia real de aquello que se nombra. Aunque esta dualidad no El mensaje del Senado se da de manera explícita en la es claro, nadie está realidad, podemos insertar el haciendo bien las bisturí del análisis para aborcosas, todos deberíamos dar ambos lados del mecanismo. cambiar para que la ¿Qué expresa el eslogan Si situación pueda ser todos cambiamos, México camrevertida. bia? En un sentido lingüístico la frase denota una verdad comprobable, todo sistema donde la totalidad de sus componentes cambien experimentará un cambio en su condición, la oración sería más o menos el equivalente a decir que “si mañana no sale el sol, será un día oscuro”. Así pues, estamos frente a un enunciado verdadero. Sin embargo, como ya se mencionó, el lenguaje contiene dos partes, el significante, es decir el enunciado, y su significado, la referencia en que se sostiene dentro de lo real. La campaña del Senado para concientizar al país sobre la relevancia del calentamiento global continúa con una serie de acciones que “todos” debemos

hacer. Cuidar el agua, la flora, la fauna y evitar la contaminación en general. No puedo afirmar que la totalidad de los mexicanos incumplan, al igual que yo, con estas acciones básicas, la culpa me viene y debo confesar que a veces tiro el agua, que no siempre cuido de los animales, que cuando niño jugaba a destrozar plantas con un palo que simbolizaba mi espada y que de cuando en cuando dejo la basura en un sitio poco adecuado para su re- Noam Chomsky, el filósofo lingüista, afirma colección. Hasta este punto lo que la que en este sentido, el campaña Si todos cambiamos… sistema político en que comunica, es un mensaje tan evidente que llega a lo obvio: vivimos inmersos tiende a siempre beneficiar a Algo se está haciendo mal. Pero ¿acaso es todo lo que lo privado por sobre lo pretende comunicar? ¿Es lícito público. sospechar de un mensaje tan obvio? ¿Qué se puede esconder detrás de una verdad? El mensaje que emite el Senado aparece como una denuncia, provoca un sentimiento de culpa y diluye responsabilidades. Es pues, un ejemplo de discurso que intenta diluir significados. La evidencia de que algo se está haciendo mal resulta en este sentido un mero artilugio para evadir otra pregunta. ¿Qué es lo que se está haciendo mal y dónde? Si seguimos el mensaje resulta obvia la respuesta a la primera parte de nuestra pregunta. En México no se está cuidando el medio ambiente, sin embargo, es la segunda parte la que levanta la sospecha, dónde o quién no lo está haciendo. El mensaje del Senado es claro, nadie está haciendo bien las cosas, todos deberíamos cambiar para que la situación pueda ser revertida. En un sentido lingüístico, el eslogan Si todos cambiamos… nos iguala en responsabilidad y en posibilidades, al modo de Borges cuando afirma que un hombre es todos los hombres, y que no es casual que la humanidad se condene por la travesura de un niño en el jardín, ni que se salve con el sacrificio de uno solo de ellos en la cruz. Dos hipérboles que más o menos contienen el mismo sentido, en ambos casos todos podríamos ser el niño


que condena o el sacrificado que salva, el que con su cambio completa la transición hacia lo bueno o el que con su displicencia nos condena a todos a seguir la tendencia hacia el declive. Cuando no existe el individuo, todo se convierte en público. Lo público es de todos y por ende de ninguno. Noam Chomsky, el filósofo lingüista, afirma que en este sentido, el sistema político en que vivimos inmersos tiende a siempre beneficiar a lo privado por sobre lo público. Condición que ofrece obvias ventajas para quien se encuentra en el sitio adecuado. Sin embargo, cuando se trata de pagar las responsabilidades, el sistema tiende a disolver los costos en lo público, así, más o menos lo que Chomsky afirma es que el sistema provee las condiciones para que la iniciativa privada disfrute del usufructo de los recursos, disolviendo luego los costos sociales, ambientales, etcétera, en lo público. Si salimos un poco del discurso y entramos en la referencia que tenemos en lo real, la afirmación de Chomsky cobra la solidez del ejemplo. Hace no

mucho se viralizó el caso de la destrucción de un manglar en la ciudad de Cancún para poder construir un complejo turístico. Menos visible pero en la misma línea, actualmente se construye una presa en la comunidad del Zapotillo, en el estado de Jalisco, para llevar agua a la siempre creciente industria, con la consecuencia de desaparecer un par de comunidades y desestabilizar un ya de por sí debilitado ecosistema. Ambos casos ponen en evidencia que cuando se trata de permitir la explotación de los recursos se privilegia al capital privado, mientras que por otro lado, cuando se habla de responsabilidades se arguye el Si todos cambiamos…. Entonces ¿Qué comunica el eslogan Si todos cambiamos, México cambia? El discurso que apela a lo obvio intenta esconder lo evidente, al modo de Poe y su carta robada, el discurso del Senado y en general del Estado mexicano, pretende negar una realidad a través de lo obvio, reafirmar el mecanismo tanto como sea posible hasta que su propia marca nos sea natural.

El discurso que apela a lo obvio intenta esconder lo evidente, al modo de Poe y su carta robada, el discurso del Senado y en general del Estado mexicano, pretende negar una realidad a través de lo obvio, reafirmar el mecanismo tanto como sea posible hasta que su propia marca nos sea natural.

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El amor y sus azotes Por Luis Flores Romero

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E

l psicólogo me dijo que esto no era amor sino codependencia emocional. El amor, me dijo, no es temer la lejanía de la amada, no es cubrir todas mis carencias con una persona, no es sentirme salvado gracias a la llegada de alguien. En internet encontré varios artículos al respecto, la idea era la misma: el amor que tiene una cara amable y otra de tortura no es amor real sino una expresión de los temores que cargamos. En pocas palabras, se dice que tenemos un concepto erróneo del amor. Muchos afirman que esta noción errónea nació en el Romanticismo. Octavio Paz, en La llama doble, la sitúa algunos siglos más atrás, con el amor cortés. Sin embargo, en la poesía clásica ya existe un amor que redime y condena. Es un amor que nos da de latigazos y luego nos toca como si fuera una pomada. Es un amor del que incluso ya sabemos cuál es la cantidad de espinas que nos costará un momento de estar felices. Mirar a una persona y desear su compañía puede ser la prueba de que nos sentimos incompletos. Nos dirán entonces que para amar sin dependencia es necesaria la plenitud en nosotros mismos. De modo que si buscamos amar a alguien como un medio para ser felices, es porque nos pensamos truncos, lo cual trae

como consecuencia un amor condicionado: “si tú estás conmigo, yo soy feliz; si te vas, me causarás mucho sufrimiento”. Todos hemos pasado por ese juego, o vivimos en él. Todos hemos pensado como Alberto Caeiro: “Si yo me casara con la hija de mi lavandera / tal vez sería feliz”. Alguien nos gusta y deseamos que esté con nosotros para así olvidar todo aquello que nos disgusta. Safo, quien vivió hace más de 2 mil 500 años, también lo experimentó: Igual parece a los eternos Dioses quien logra verse frente a ti sentada. ¡Feliz si goza tu palabra suave, suave tu risa! A mí en el pecho el corazón se oprime sólo en mirarte; ni la voz acierta de mi garganta a prorrumpir, y rota calla la lengua. Este poema, como lo conocemos en nuestros días, se compone por cuatro estrofas (cito las dos primeras, la traducción es de Marcelino Menéndez Pelayo). En los primeros cuatro versos se encuentra la idea de la salvación: la persona amada tiene el poder de deificar y hacer feliz a quien esté con ella. En los siguientes cuatro versos está la condena, el dolor que provoca el deseo. ¿No será que el amor


La poesía y el amor eran las dos páginas de una sola hoja. Amaba con los mismos errores que todos tenemos, pero amaba más allá y más al interior. Ese concepto erróneo lo trasladaba a todo lo que percibía; amaba cada cosa de este mundo, aun cuando su amor estuviera construido desde las carencias y los miedos.

como gozo y sufrimiento es un síntoma natural de nuestra imperfección? Si toda vida humana es un cuaderno donde registramos tropiezos y satisfacciones, el amor lo entendemos de esa misma forma. Desde los primeros poemas hasta los actuales, así se ha presentado. Eso que llamamos amor es un camino que nos trata con besos y con golpes, “Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado”, dijo Francisco de Quevedo y Los Askis, cuatro siglos después, apoyan al poeta: “Es dulce como miel, / amargo como hiel, / tan bello como el sol, / triste como un adiós”. Sufrimos el amor porque la película que nuestra mente nos plantea es distinta a la que vivimos en la realidad. Nuestra mente nos dice que tal persona es la salvación y la solución a nuestros problemas; si algún día ella se marcha, entonces será la culpable de nuestro dolor. Así lo creemos y así creamos nuestros vínculos. Más allá de estar bien o estar mal, es una característica de los seres humanos. Nos podrán juzgar como posesivos porque queremos la cercanía de la persona amada, dirán que estamos equivocados y que el mismo Pablo Neruda también se equivocó: No estés lejos de mí un solo día, porque cómo, porque, no sé decirlo, es largo el día, y te estaré esperando como en las estaciones cuando en alguna parte se durmieron los trenes. No te vayas por una hora porque entonces en esa hora se juntan las gotas del desvelo y tal vez todo el humo que anda buscando casa venga a matar aún mi corazón perdido.

Muchos habrán de identificarse con estos versos de Neruda. Es un amor expresado por medio de la dependencia y los temores. Es un amor erróneo, dirá mi psicólogo. Neruda vivía entero en cada acto, hacía de cada acto una entrega. La poesía y el amor eran las dos páginas de una sola hoja. Amaba con los mismos errores que todos tenemos, pero amaba más allá y más al interior. Ese concepto erróneo lo trasladaba a todo lo que percibía; amaba cada cosa de este mundo, aun cuando su amor estuviera construido desde las carencias y los miedos. A la turquesa le escribió: “te amo como si fueras mi novia, / como si fueras mía…”, dirán que eso es posesión; quizás lo sea, pero antes que posesión es poesía. Así fuimos educados y los diversos registros de poesía amorosa lo comprueban una y otra vez. Desde la noche de los tiempos miramos el amor como una dolencia y una delicia. Escuchamos al poeta latino Catulo decir: “Odio y amo. Por qué lo hago, acaso preguntas. / No lo sé, pero siento que lo hago y me atormento”. Son tormentos que se repiten y quizás apenas estemos descubriendo que el amor puede ser otra cosa. Mientras el amor tenga su arista de tormento, los poetas así lo testificarán. La pena amorosa de Catulo es la de nosotros, es también la de Rubén Bonifaz Nuño, quien lo tradujo al español. Por las traducciones de Bonifaz muchos hemos concluido que el mal de amores es el más antiguo de los males. Con ello comprobamos, por ejemplo, que nuestro dolor causado por cierto desdén es el mismo que sintió otro poeta latino, Horacio. Él escribió cuánto era deseada una mujer llamada Lidia, y supo que ese deseo habría de disminuir conforme ella envejeciera: “Oyes ya menos y menos / “¿Mientras yo muero tuyo, luengas noches, / oh Lidia, duermes?”. Se trata de un padecimiento que aún existe. Rubén Bonifaz Nuño,

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El psicólogo me dijo que eso no es amor. Me dijo que para amar a otro hay que amarse primero a uno mismo etcétera. El amor no es sufrimiento, dijo. Volteo entonces a ver a Safo, Quevedo, Pessoa, Las Askis, Neruda, Catulo, Horacio y Bonifaz; todos nos miramos con extrañeza.

quien también tradujo estos versos, escribió otros donde los parafrasea: Y te andarás paseando mientras me pudro; mientras me engusano —tuyo— dormirás tus largas noches. Pero escucharás menos y menos que te echen en cara que las duermas.

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Es como tener dos valiosas traducciones del mismo poema, y en ambas encontrar el desdén amoroso. La primera traducción nos acerca fielmente a la desventura del poeta latino; la segunda, más transcreación que traducción, dibuja con mucho ingenio y picardía la pena del amor. La misma idea del amor opera en ambos poemas y en muchos de nosotros que nos identificamos con ellos. Sí, esa definición de amor tierno y tirano es errónea o por lo menos es la aceptación de crear sufrimiento y gozo cuando amamos. El psicólogo me dijo que eso no es amor. Me dijo que para amar a otro hay que amarse primero a uno mismo etcétera. El amor no es sufrimiento, dijo. Volteo entonces a ver a Safo, Quevedo, Pessoa, Las Askis, Neruda, Catulo, Horacio y Bonifaz; todos nos miramos con extrañeza.

Después de pensarlo unos días, concluyo que nadie, en su sano juicio, elegirá sufrir, sentirse mal, tener una pena amorosa. Le doy la razón al psicólogo. Está bien, señor psicólogo, intentaré ser más consciente de mí mismo, integraré todas mis experiencias negativas, nunca le diré a nadie: “no puedo vivir sin ti”, “no te vayas de mi vida”, o lo que sea. Aunque todavía dudo si sea posible dejar de repetir aquella lira de San juan de la Cruz: Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura. Podré repetir estos versos y muchos otros más; pero está bien, señor psicólogo, no voy a contradecir lo que usted me ha dicho, no lo haré. No quiero ser un herido de amor, un mordido de amor, un muerto de amor. Tales experiencias son parte de la vida, pero ya no está en mis planes volver a ser un mordido, herido de amor. Después de todo, las heridas y mordeduras pasadas son un aprendizaje para no morir de amor.


Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal @UlisesCasal ulises.castaneda.alvarez@gmail.com

En la oscuridad

En mi corazón camina un alquimista, un voceador de ilusiones, la lágrima aferrada al orgullo y la memoria de la piel (sangre cristalina de las caricias). La luna dejó asomar su iris en julio, el mes del consuelo, en el que se desvanece del cielo el color que hace brillar a las luciérnagas. En la otra ciudad no hacía frío, hacía una tempestad emocional; las noches eran crisis de silencio, nos bebimos las estrellas de la noche nos acomodamos el cabello con los ojos, entre palabras, con el aliento desvelado, se habló del bien y el mal, esos estúpidos fantasmas que nos pisan los pies, y luego la tierra se llenó de ansias, de confusión en los labios perfectamente delineados en el rostro, y sus ojos volvieron a cantar un estribillo, sonrieron como sólo saben sonreír los girasoles, y se volvieron penetrantes, como una estaca en el alma. Los ojos no engañan, he sido una pérdida de tiempo, el paso cansado, soy la soledad condenada a contemplar con agrado los versos de la mirada; a veces me niego a aceptarlo pero luego abro los ojos y descubro la oscuridad de mi cuarto.

Inventario de un borracho Estoy borracho, me bebí todo el alcohol que pude, me consagré con licor y estoy tranquilo. Estoy borracho y escribo, porque me gusta pensar que soy parte de mi historia y la puedo contar de esta manera, así por partes, por versos, por utopías. Estoy borracho a propósito de ser feliz, de saber que a veces soy un hombre más allá de un número. De escribir mi vida con mis actos y darme cuenta que me gusta releer lo que ya he escrito. Estoy borracho y no me importa, soy ingenuo y pecador y a veces me burlo de la puta madre de algún imbécil, en mi demencial imaginación, y a veces, cuando no tengo un buen trago

me imagino uno y trato de embriagarme cuando menos un poquito. ¡Que no me muera nunca! Me amo a mi manera, amo la vida y el dolor y las caricias, lo palpable y esperanzador, amo sentir en toda la extensión de la palabra. Me amo cuando lloro por nada o por todo o por cualquier cosa y amo llorar como un niño. Me amo ebrio, me amo encabronado, me amo cuando estoy solo me amo cuando amo Soy un borracho feliz, que vino al mundo a salvar una vida, no sé cuál pero lo haré.

Poesía

He pasado las horas mirando la oscuridad de mi habitación, haciendo la cursilería de cerrar los ojos para mirar mejor: Para ver desfilar los poemas escritos en los ojos, capullos estelares que florecen en luminosas explosiones.

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REZAR, AMAR, COMER 18 El Mollete Literario Febrero 2016

Por Luis Villalón

N

unca creí que llegaría el momento en que la religión fuera la única solución. Quizá no una solución, pero por lo menos una pregunta, la única restante. ¿Por qué? ¿Qué es este juego enfermo en el que nos vemos inmiscuidos? ¿Por qué dejaste que esto sucediera, Dios? ¿Puedes escuchar mis plegarias? Soy yo, tu hija, Teresa. Hemos sido aislados, sin ninguna explicación, muy lejos de casa, un nuevo mundo frío y estático, nuestro paraíso se ha esfumado fortuitamente, tal vez un castigo un tanto exagerado, perdón por cuestionar. Yo nunca he mentido, sólo he matado cuando ha sido necesario, siguiendo el plan de Dios, obedeciendo a los instintos que él adjuntó a mi alma. Nunca he blasfemado. Mi esposo y yo, separados de todo lo que hemos conocido, quizá sea una prueba de fe, no me gusta juzgar tu plan divino, pero por qué este cambio tan drástico de paradigmas. Es impensable tragar esta soledad apocalíptica. Qué tipo de mente enferma se deleitaría con este espectáculo sádico, este estar solos y sin embargo llenos de paranoia, alguien observando desde cada

oscuro rincón, un onanista secreto vestido en sangre. Me cuesta mucho adaptarme, borrón y cuenta nueva, todo mi conocimiento previo se desvanece, no sé siquiera si yo sigo funcionando igual. Dios, eres lo único que tengo, ese horizonte abstracto llamado fe se convirtió en el único punto de apoyo, lo único que es estable y más vale que me convenza de su integridad si no quiero caer en el abismo de conceptos desplomados y mente frágil, empezar en la nada ¡Por favor, escucha estas plegarias! ¡Dame fortaleza, señor, soy tu hija! A Usamico parece no afectarle en lo más mínimo todo este cambio radical, siempre ha sido un indiferente total, creí que se hacía el fuerte, que ocultaba sus sentimientos dentro de una coraza. ¡Quién iba a pensar que incluso en el fin del mundo se mostraría desinteresado! Es como si se dejara llevar por la marea de la vida sin preocupaciones, aceptando su destino sin cuestionar, sin que su comportamiento se vea afectado en lo más mínimo. No lo entiendo, ¿Es un estúpido, un suicida, un conformista? Continúa como si el mundo no se derrumbara, como si este ambiente artificial y patético fuera todo lo que ha


tenido, atragantándose de esa comida insípida y aburrida que se nos entrega, con los cinco ojos divagando en la nada. No sé si debo admirarlo o apiadarme de él, creo que no lo he visto rezando en un buen tiempo. Llevo mucho sin comer bien, no me apetecen esas porciones frías y asquerosas, extraño la vida, esa vida a la que me acostumbré, ese sublime abanico de posibilidades casi infinito. Esta extensión de terreno limita bastante mis opciones, no puedo ser ¿Qué tan prudente es traer yo misma, me gustaba — descendencia a este nuevo pese a jamás aprovecharlo mundo? Tal vez el suicidio, al máximo— tener total por primera vez sea la disposición del medio, actuar con naturalidad. respuesta. Me siento asfixiada, este aire no es de la pureza de tu inmaculado paraíso, Señor, incluso esta tierra, bajo mis patas, se siente un tanto manipulada, ¿Uno de los caprichos de tu incuestionable voluntad? Aquí dentro no me siento con ganas de volar hacia ti, siento que mis alas fueron removidas, ¿Acaso no me consideras uno de tus ángeles, ¡Oh, Señor!? ¿Acaso Usamico, está en paz contigo, él habrá alcanzado la superioridad espiritual, está dispuesto a dejarse caer por completo en la fe, a disfrutar de cada prueba que le pongas sin levantar la voz? Debo admitir que siento algo de envidia por él. No me explico su serenidad, yo, que he rezado día y noche, me siento estafada, es tonto pero creo que me has dado la espalda, doblegado mi voluntad hasta conducirme a este trance de irrealidad sofocante. ¿No te equivocas, Señor?, ¿estás haciendo las cosas bien? Usamico sigue tan sereno, me desespera, ¿Cómo puede soportar esto?… Creo que, después de todo, no queda sólo una pregunta. El verano casi termina. ¿Qué tan prudente es traer descendencia a este nuevo mundo? Tal vez el suicidio, por primera vez sea la respuesta. Sé que es un pecado mortal , no quiero heredar mi propio sufrimiento. El exterminio de una raza está en mis manos. No hay posibilidades, estoy segura que he re-

corrido por completo todo este mundo… es desesperanza. Usamico y yo somos los únicos, incluso la comida es muerte, el horizonte es incierto, ¿fe?, no queda nada más. Puede ser que mi destino sea convertirme en esa mártir anónima , eliminando desde el mismo núcleo de las acciones que me convertirán en mártir cualquier posibilidad de monumentos erigiéndose en mi nombre. La salvadora, la culminación definitiva, la que frustró el maquiavélico plan de Dios de comenzar un nuevo edén en ¿fe?, no queda nada más. Puede ser que mi destino miniatura. El macho se abalan- sea convertirme en esa zó sobre la hembra sujemártir anónima tándola firmemente del abdomen con las patas delanteras, procurando no hacer uso de las espinas, acarició con sutileza su rostro mientras los genitales de ambos entraban en contacto. Depositó el espermatóforo con un movimiento delicado, paciente, casi poético. Intentó —en lo que cabe— no lastimar a su compañera, mientras las caricias en el rostro trataban de apaciguar la tierna violación. La hembra giró 180 grados la cabeza y procedió a mordisquear el ojo de su pareja hasta hacerlo puré y engullirlo, mientras éste se hundía en un desenfreno de placer, dolor y descendencia conseguida. La hembra no detuvo ahí su festín, devoró con rabia la cabeza entera de su compañero sexual abriéndose paso desde la cuenca del ojo perdido, la parte del sistema nervioso del macho encargada de la actividad sexual siguió estable, por lo que la reproducción no tuvo inconveniente en continuar unos minutos más pese a la acefalia. Teresa tomó el revólver del cajón, con el rostro empapado en lágrimas pegó el cañón del arma a su sien. Abandonar a Dios la complacía como a una colegiala pícara. Contempló el cuerpo verde de Usamico, delgado, estático, sintió que un breve escalofrío recorrió su torso cuando notó la cabeza ausente. Con el extremo afilado de su pata, pulsó el gatillo.

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Por Canuto Roldán poetwithoutlanguage@gmail.com

Sentí pasos

Sentí pasos. En realidad, vi sus sombras desdoblarse como un ritmo angustioso en la boca de mi estómago.

Poesía

Pensé en todos los hombres que pude abrazar entre lo oscuro, entre tinieblas de cielo contaminado y frío.

20 El Mollete Literario

Pensé en cada estudiante que había escuchado sin entender. Sentí los lentos y pesados pasos de la ingratitud hundiéndose en mis palabras, pisoteando mi garganta. Tuve esa fuerza desbordante entre mis labios, sacudiendo mis entrañas con su insistente tacto y supe entonces que no iba a durar, que debía pausar el sismo, que debía salir del mar en que me ahogaba y escoger entonces mirar el sol mientras mi cuerpo flotaba boca arriba; el mar sosteniendo mis espaldas. Sentí amanecer de mis entrañas la luz desierta de cada orgasmo que se había estremecido en mí. La sima seca de mis palabras, de mis sueños, de preguntas pronunciadas en esa aula casi llena, casi vacía de estudiantes... el eco de mi voz sudando como un agotado sol. Sentí la sombra avanzar punzantemente entre mis poros, Sentí las horas desdoblándose en mi lengua, cada frase iba inscribiéndose en mi piel.

Febrero 2016

Raíz frase raíz eran mis miembros, frase cada orificio, raíz cada cabello, orificio cada silencio, raíz cada palabra, orificio cada visión. Como un rayo de luz, una oración que de pronto cae fulminante como rayo y desata la tormenta de mis gritos, una explosión telúrica entre mis labios y mis pechos. Pensé entonces en qué hacer con cada una de mis ramas. Cada una de mis vértebras moviéndose en espiral, en contorsión fuera de su líquido origen. Sentí ganas de parpadear como una mosca que zumba trazando cuadros. Ganas de sacudirme leve y lánguidamente como una flama en la noche, como un enigma suspendido, grueso, denso, aniquilador y gozoso al preguntarse ¿Qué es este murmullo entre mis piernas sin palabras? ¿Qué es este baile de tus frases en mi oído orgiástico? ¿Qué es? Y ¿cómo se explica? Suspiro. Puro suspirar. Placer entre las frías palmas, entre mis gruesos muslos. La frase hace eco. La lengua escalda entre la piel sibilante hasta mudar de piel, hasta dejar de sentir los pasos... hasta dejar de sentir los pasos... y solo saber danzar.


El Bolero desconocido Por Ximena Cobos

Pero ya no te creo, ese mismo bolero lo escuche tantas veces, y cuando dije sí, después me arrepentí y lo pagué con creces. Toco madera, no vuelvo junto a ti por más que quiera, toco madera, no quiero tu cariño aunque me muera, y por mi parte me vale más perderte que encontrarte… Raphael

M

e enamoré de ese rincón de la ciudad por circunstancias de las que, seguro, él no quiere enterarse, aunque sé bien que se ha dado cuenta de las cosas que no le he dicho… Así que inicié viajes, búsqueda, recorridos en nuevas y conocidas calles, esperanzada en cambiar con esto el humor que traía desde que terminamos, generando nuevas soledades, resignificando el tiempo y las caminatas. Pero aquello sólo me trajo dudas viejas y obsesiones. Pensamientos que se desprendían como un tak tak tak. Hasta aquella tarde, en que, sentada en el metro medio vacío de camino al Centro, me asaltó una idea. Lo había escuchado no sé cuándo ni en dónde, ni siquiera estoy segura de que fue así, pero no puedo afirmar que lo haya leído… atravesando mi cerebro como un sonido sibilante se presentó una frase que decía algo como: la mayoría de los boleros ocurren en un café…

*** Peleamos tantas veces en él que las personas ya estaban acostumbradas a los momentos incómodos en la parte trasera del local y los clientes habituales pasaban al baño ignorando lo que ahí sucedía. Hasta que llegó ese crudo final

que dice Poliano, José Alfredo, y todos los boleros: inevitable, silencioso, lamentable, ATROZ; un dolor que crece y crece para un día hacerte explotar no el corazón, sino la rabia contenida. Sólo quedó la idea vaga de que pudo el amor ser distinto. Pudo-el-amor-ser-distinto, repito la canción bailando en mi cabeza uno… dos… tres… y una vuelta despacito; cada noche, mirando las luces de una ciudad que anduvimos de la mano, cuerpo a cuerpo, siguiendo un compás misterioso. Aquella frase rompe mi entendimiento y mis fonemas, escapándose hacia la calle por la salida de emergencia que es la misma que la entrada normal; de tanto no saber si creer en ella es matarse o asirse a una ilusión que pueda significar, también, un suicido poético. La canción sigue su curso retumbando en las tres paredes del café, deshaciendo las esperanzas de un destino contado tantas veces. Dejando sólo nubes de sal y de hastío, coros que me cubren con melancólico contrabajo al fondo, el sonido de los comensales y de tazas que van y vienen, muchas dudas y el dinero sobre la mesa después del parpadeante “pago por ver lo que he perdido”…

*** Ni siquiera sé por qué las canciones significan tanto, pero con él me construyeron, anidaron en mi memoria como fotografías de todo un tiempo, imposibles de borrar. Aún lo recuerdo… como loco tratando de averiguar el nombre de aquella que cantaba sobre un amor perjudicial que ni el tiempo logra sofocar, sólo lo hace más atroz, más innoble. A veces me preguntaba mucho sobre el danzón y los boleros, le gus-

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Todo ese tiempo que estuvimos ahí, en aquel café de luces demasiado fuertes y comensales bien vestidos, no es que pensara en él —eso lo hago ahora— más bien pensaba en La última taza de café…

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taba cuando le hablaba del Compay y del Son Montuno; me miraba con una tenue sonrisa, que jamás adiviné lo que significaba, cuando contaba mis ganas de ir a Cuba a bailar un Guaguancó desaforado. Era la misma feliz y curiosa sonrisa de aquella foto de su infancia, que me regaló en un cumpleaños, dentro del sobre donde venía un disco que grabó sólo para mí y que no he querido volver a escuchar desde hace años; la misma risita que se asomaba cuando alguna nota de tiempos lejanos sonaba en las calles y no podía contenerme de cantar. Intenté enseñarle algunos pasos en la sala de la casa… Yo quería ir a los salones y ver bailar a los viejitos con tanta precisión y elegancia, vivir la vida nocturna de aquellos lugares de antaño, escenarios del cine mexicano; a mi modo, pero a su lado…

*** Me mudé al Centro cinco días después de aquel recuerdo. Busqué empleo en una escuela secundaria cerca de la calle R… Me dieron a los alumnos de 3° C. Comencé hablándoles de José Agustín para ver si se emocionaban, luego iría para atrás o para adelante con su literatura como mi punto guía a través del camino de los programas ya trazados. Sin embargo, semanas más tarde, mi plan fallaba, era un fracaso como maestra, era un fracaso como persona, había sido un fracaso como su novia y el mundo me obligaba a ceñirme a “los planes ya trazados”. Pasaban los días, construía mi nueva rutina, acomodaba, de poquito en poquito, algunas cosas que iba sacando por error o necesidad del montón de cajas que había dejado se volviera mi departamento… intentaba salvar el año en la secundaria como una maestra normal, un tanto para no atormentarme. Y, sin más, sucedió que el profesor de matemáticas me invitó un café en

el J… y accedí. Sabía que tenía libros pendientes, historias flotando y muchas calles por explorar ahora que el Centro era mi sitio, o al menos lo intentaba, pero acepté —ya me conoces—. Quizá las calles podrían esperar hasta que un día cruzar por ellas ya no me supieran más a él. Escogí el área de fumadores, saqué mis Delicados y pedí un cenicero. Era una provocación. El profesor me ofreció fuego —sabes lo mucho que odio que me enciendan los cigarrillos—, me acerqué a su reluciente encendedor plateado, con un gesto delicado y firme. Sonreí tenuemente. El sujeto (o el objeto en que lo convertí en ese momento) tenía un aire de viejo intelectual, usaba sacos con parches en los codos que me hacían pensar en aquel suéter azul que odiaba; casi me doblaba la edad y no lo aparentaba, sin embargo, algo en mi jamás anduvo bien. La charla no fue la mejor de mi vida, veía irse tazas y personas como si las horas estuvieran detenidas sólo en nuestra mesa. El amable sujeto intentó decirme cómo lidiar con los alumnos, terminó hablando de Borges, nada extraordinario. Él le habría dicho pendejo desde los primeros diez minutos iniciada la conversación, yo llevaba dos americanos, como doce cigarrillos y un gesto de calma que trataba de mantener estoicamente, mientras iba esbozando la meta final de mi día: asistir a una farmacia por omeprazol, para luego tirarme en cama. Apagué el último cigarro que había prendido y le asesté una sonrisa que lo dejó perplejo, idiota quizá ya estaba. En menos de un segundo había pedido la cuenta. —Nos vemos mañana en la escuela— pagué. —Ahora tengo muchos pendientes y debo terminar un artículo sobre la ekfrasis en el Gotan Project y la importancia del Martin Fiero en el siglo XXI.


¿fue la imagen de esa pareja de ancianos que bebían el último acorde en una taza de café, tomados de la mano, mirándose fijamente, balanceándose suave, directo a trascender? ¿No era el último café la marca de un final inesperado y escisor de individuos hasta lo más profundo de su voz, sino la providencia? Por supuesto no entendió ni madres, tan sólo dijo que sonaba MUYINTERANSE, mientras se levantaba de la silla, estupefacto porque yo puse el dinero sobre la mesa (una vez más) y se despedía torpemente, intentando que lo dejara acompañarme a casa. Qué grosera me debí de haber visto hablando de ese modo tan falsamente intelectual, aires que no me quedaban, palabras que a nadie importan y no trascienden. Pero ni modo, lo hecho, hecho estaba. Seguro yo tampoco entendería nada de cosas matemáticas, estaría abrumada ante temas de física cuántica y gatos encerrados en cajas donde están, pero no están y son, pero no son y viven pero, están muertos. Lo cierto es que todo ese tiempo que estuvimos ahí, en aquel café de luces demasiado fuertes y comensales bien vestidos, no es que pensara en él —eso lo hago ahora— más bien pensaba en La última taza de café…

*** Comencé, entonces, a buscar sin saber que se convertiría en una obsesión insana. Todo desde aquel otro recuerdo. Al llegar a casa rendida, con mi úlcera palpitando, no pude más que echarme en la cama y pensar: Una tarde me leyó esa parte de Los detectives salvajes que hablaba de un bolero bastante parecido al de La Barranca, estaba seguro que se trataba del mismo, que esa canción debía existir por algún lado, que sonaba en algún rincón del mundo. No obstante, era fácil reconocer como las mimas muchas palabras que marcaban un destino en ambos textos, más fácil fue dejar Sabor a mí después de cada noche juntos, susurrar en su oído cosas que al final resultaron mentira, pues no sé qué barrera más grande pude encontrar en el mundo que mi miedo, aquella que mi amor no rompió por él. Sin embargo, este amor atroz e innoble de aquellos

fragmentos de obras nos costó, sin saber que buscarlo era perjudicarnos a cada paso de un danzón que no supimos bailar desde el inicio, cada uno por su lado tratando de averiguar cuál era aquella canción que sonara para ambos sujetos que tanto nos significaban.

*** Por su parte, el viejo recuerdo en el J. se remontaba a mi adolescencia, pasiva y poco audaz. Cuando iba en la preparatoria en un evento del Coro en el auditorio principal, una pareja de ancianos bailó un bolero que cantó el profesor al piano, se llamaba, al menos creo que lo recuerdo muy bien, La última taza de café. Vagamente me dice mi cabeza que hablaba de una pareja que se despedía tomando juntos una definitiva taza de café, se despedía de un amor que no pudo ser en acciones. Por meses, quizá sólo semanas, lo busqué sin lograr nada, pregunté a mi padre y no pudo responder. Luego, con el tiempo, comencé a olvidarlo y ya nada supe o intenté saber. Por aquellos días en que recuerdo tras recuerdo me asaltaba, me cuestioné por qué no había logrado encontrar ninguna de esas dos canciones; por qué el destino era haber escuchado La última taza de café solamente una vez y nada más; por qué me había marcado con fuerza aquel título; ¿fue la imagen de esa pareja de ancianos que bebían el último acorde en una taza de café, tomados de la mano, mirándose fijamente, balanceándose suave, directo a trascender? ¿No era el último café la marca de un final inesperado y escisor de individuos hasta lo más profundo de su voz, sino la providencia? O quizá simplemente quería ocuparme en algo, un último trabajo arduo para explicar cada acto de una pieza que siempre creí inacabada, porque en mi memoria el destino era diferente…

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