Página en Blanco Revista Literaria
Año 2, nº2
Página en Blanco Revista Literaria
Página en Blanco Año 2, nº 2
ÍNDICE
Presentación ................................................... 3 Blanca Fernández Sánchez ......................... 5 Conchi Castellano García …........................20 María del Mar Reyes Fuentes .................... 37 Pluma invitada: Antonio Franco …........... 42 Recomendaciones Literarias....................... 43
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Página en Blanco Año 2, nº 2
Ya estamos aquí con el segundo número de Página en Blanco. Blanca, Conchi y María del Mar volvemos a buscar la complicidad de todos aquellos que nos han seguido y nos esperan con cariño y, por qué no, la de aquellos que aún no nos conocen.
Página en Blanco, es una revista pequeña, humilde, hecha con todo el mimo del que somos capaces. Elaborada, poco a poco, sin prisas, como un lugar de encuentro con la belleza de las palabras. Un lugar abierto a todo aquel que quiera unirse a nuestras voces. Para ellos también habrá siempre una página en blanco. En esta ocasión nos acompaña Antonio Franco con un hermoso poema... Esperamos que todo aquel que se hunda en su interior encuentre algo que le agrade, que le saque una sonrisa o una lágrima, que le emocione. Con eso nos damos por satisfechas.
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Bla n ca Fernández Sánchez CON TIEMPO PARA VIVIR A Milagrosa
Hay júbilo en el día a día
y no siempre la noche resulta un largo y ventoso pasaje. La luz espléndida del alba nos entrega una jornada sin leyenda, esculpe la tibia levedad del aire. Cada despertar nos brinda una partida y la ocasión de mejorar la anterior si gestionamos bien nuestras cartas. Transita hermosa la mañana para el que huye del fastidio, dulce la tarde para el caminante. El azar a menudo discurre por calles conocidas donde las luces se abren sin sombras. No se trata de esperar lo inesperado, lo inolvidable, sino de vivir días al calor de una historia con la mirada del joyero ante una gema virgen, la emoción del niño que vuela su cometa en la playa. [5]
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DE LOS AFECTOS Me vigila. Me acecha.
Con instinto de alimaña y ojos insomnes desordena mi mundo, aprovecha cualquier lágrima y me sitúa al borde del acantilado. Se apropia de mi certeza, me margina de la vida, me arroja del paraíso. Siempre pierdo la partida al anochecer. Se confabula con las sombras para entregarme una noche cobarde, una luna atormentada. Pero la bestia que bebe mi sangre se desangra gota a gota cuando abro mi corazón a los afectos, cuando me aferro a la palabra. Mis sentimientos le cierran la puerta de salida. Mi voz cercena sus garras de animal inmisericorde.
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14 DE OCTUBRE Las noticias han teñido de rojo el papel.
De 315 muertos hablan, de pasada, los diarios y las imágenes se suceden ante nuestros ojos como en un tráiler, un corto de cine negro que olvidamos en cuanto se encienden las luces. Oscura sangre de rostros sin nombre que habitaban una tierra pobre y herida. Ni flores ni velas ni ositos de peluche sobre la fría fosa que será su tumba. La muerte se pasea por Somalia con delirio. Salen baratos los muertos: se extiende la cortina del olvido y desaparece el problema. A punto de retirarse, un exiguo cuarto de luna raja la noche y nos muestra un atroz escenario de hierros candentes, ceniza y devastación. El fanatismo ha roto la inocencia de los domingos.
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TARDES DE VIENTO No solo el semblante grotesco,
huidizo, del ambiente, sus árboles desgreñados convertidos en marionetas de medio pelo, no los sucios insectos de plástico o la hojarasca sin domesticar. No el murmullo inespecífico. Me atormentan las tardes de viento porque me miran con ojos turbios, —nunca llegan a ser mías, en realidad, soy de ellas— y sus manos de huracán esperpéntico remueven sin recato aquellos rincones con secretos y fantasmas que en su día no logré acallar. Con el ánimo más enredado que las alas de las sábanas en el cordel, recorro las horas de la mano de un reloj al que han robado las manecillas.
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LA EDAD DE HIERRO “Una dorada estirpe” anunciaron los dioses: edad de oro, edad de héroes. Ni guerras, ni vejez ni enfermedad. Tiempo de inocencia, de justicia, de abundancia. Pero la vida, con sus asuntos, sus descuidos, sus amores, impulsó la edad de hierro. Y el viento recorrió las calles con la violencia del trueno, la noche se perdió por las esquinas con ojos de borracho. Nos asustó la mirada púrpura del miedo. La muerte se pone un vestido limpio cada día.
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ANTE EL ESPEJO Mirarse en el espejo a determinada edad
es un acto heroico. No encuentras esa vivacidad íntima; en su lugar, una sonrisa congelada te reta. No reconoces el desdén que se pasea ufano por la comisura de la boca y una duda baila en el fondo de unos ojos que quizás sean los tuyos… no suena la misma canción en la mirada… Facciones con sombras, con exceso de detalles, un mapa de aristas desconocidas, cicatrices talladas a fuego y manchas de café. La primera impresión te traslada al futuro, —no identificas los rasgos, el tiempo debió fluir a un ritmo irreal— y no es fácil acostumbrarse a su dictamen. No es un espectáculo agradable sino un mal sueño: no hay rastro piedad en un espejo que devuelve la imagen de una anónima hermana mayor.
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OTRA VOZ
Pretendo alejar de mi boca las palabras que entregan su voz a tristezas indefinidas. Afean el aire como rosa marchita desluce el jardín. Huir del poema que adora al omnipresente dios del lamento, se inclina ante su altar mezquino. No quiero dar nombre a un llanto que fije en el ambiente una emoción vociferante, un espejismo aterido. Evitar que monstruos de faz siniestra recorran mis páginas con dedos de hielo y fijen en sus líneas una noche infinita. Palabras que limpien el aire. Quizás el corazón se conforme…
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FACTURAS
En un cajón cercano respiran,
seguras de sí, las facturas impagadas del pasado. Avanzan en las noches de nieve y las mañanas de luz ahogada —no sé si para pedir nuestra cabeza o nuestro corazón—. La fijeza de esa vigilia absurda conserva la calidad y nitidez de unos números insobornables que se suman a los del presente. El poder de esta suma precisa alcanza nuestra propia identidad, en caída libre sin remedio, y refuerza el miedo acumulado. Volvemos a ser lo que fuimos, regresamos a los días desatendidos e imperfectos. Y ahí siguen. Un borrón inalterable en nuestro expediente.
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UNA TARDE EN LA HAYA
La lluvia persiste. Callada, monótona,
alcanzando el suelo con templanza. Y Draco, tras los cristales, a mi lado, sigue con atención, y ojillos ambiciosos, el baile rebelde de las hojas de otoño. Al abrigo del viento, en este entorno confortable, cálido, la tarde nos observa con inocencia. Nos abraza un tiempo tranquilo, íntimo, como un verso de Ayala. La memoria, solo con equipaje de mano, se enrosca mimosa en el periódico sin otro deseo que disfrutar de la lectura. Desciende el ocaso sobre esta hermosa ciudad. Las luces de la calle alcanzan mi reino, decoran con atrevidas sombras chinescas las altas paredes del salón.
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NANA Me decías que una noche de luna llena
nunca es un buen presagio, que se escucha el aullido del lobo y sus horas están pobladas de espíritus, abiertas a la traición, al fuego fatuo. Duerme, hoy no has de preocuparte, nos mira un astro de mirada insignificante que apenas quebrará la sombra de la vigilia. Una luna de ojos cansados arropará tu sueño, alejará de tu cama el fantasma de la aprensión. La noche se levanta libre de sospecha, afable. Se han apagado las luces, los pájaros duermen, la hierba se cubre poco a poco de pálido rocío. Hasta las estrellas bostezan de aburrimiento.
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¡OH L’AMOUR! Del brazo de un padre con cara de circunstancia, al compás de la
marcha nupcial de Mendelssohn, acaba de hacer mi amiga Laura el paseo hacia el altar mayor de esta majestuosa catedral, donde espera un charlot con sonrisa de sapo. En el primer banco, al lado de Marita, estoy yo, su mejor amiga, a la espera de que se produzca un milagro, se dé la vuelta y se libre de la condena. No parece probable. Por si acaso, y sin ánimo de ofender, pues soy bastante descreída y no debo tener buena fama entre el santoral, pido a todos los santos que me ayuden e insisto en mi rogativa porque el milagro no es para mí sino para mi amiga. Ha llegado el momento: comienza la misa. Un sacerdote jovencísimo con cara de querubín en estado de gracia es el encargado de oficiarla. Mi estado de ánimo no es tan beatífico, más bien caído, pero, como no quiero apenar a mi amiga en día tan señalado, me he coronado con una pamela de un intenso rojo pasión con cuatro vistosas plumas que bien podrían haber pertenecido a algún intrépido mosquetero y parezco una invitada de primera. También he ensayado una sonrisa ante el espejo, para no desentonar con el ambiente; la natural no se decidía a salir, estrangulada en la garganta, se convertía en un rictus deforme al acercarse a los labios. Os pongo en antecedentes: esta historia comenzó hace unos dos años, cuando Laura, con cara de circunstancia, la misma que luce hoy su padre, me comentó que se había enamorado. A la lógica reacción de alegría siguió un hosco gesto de incredulidad cuando pronunció el nombre del afortunado. “Laura, exclamé con cara de asombro, ¿Me estás diciendo [15]
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que te has enamorado de Raúl, el petardo, el que conocimos en segundo de Bachillerato, el que repitió dos veces y debió esperar otro año más para presentarse a Selectividad porque llegó tarde al examen?” “Ha cambiado” se atrevió a decir con un hilillo de voz. “Es la mayor tontería que te he escuchado la vida”, exclamé con cara de disgusto. “No te conviene en absoluto. ¿No ves que es un niñato malcriado, un perfecto idiota? Lo único que tiene a su favor es que físicamente no está mal”. Le dolieron mis palabras. Me repitió que ahora estaba más centrado y que había empezado a trabajar en la agencia del padre. “Sí, para causarle más de un descalabro” farfullé de mal humor. “Qué injusta eres” exclamó dolida, casi desafiante. “Las personas evolucionan, maduran. El amor hace milagros”. “Qué ilusa eres. Eso ocurre solo en los cuentos de hadas. A tu edad ya deberías saberlo” fue mi airada y, quizás, cruel respuesta. Como no creía en esa relación y suponía que algún oscuro interés habría por parte del susodicho, le aconsejé que actuara con cautela. No quería que sufriera y traté por todos los medios de impedir su relación. Le hablé de sus diferencias, de lo mal que nos caía a ambas, de que, a pesar de tener solo 27 años, pareciera ya un viejo resabiado, pero por más razones que le di, no cedió un ápice y siguió adelante. En cuestiones de amores, y amoríos, el corazón no se deja aconsejar. “Tú siempre has sabido lo que quieres”, le repetía yo a menudo. “De las cinco amigas, eres la más asentada, la más juiciosa y Raúl, tal como se comporta ahora, es un completo
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desastre. No coincide en nada contigo y no puedes vivir de acuerdo a sus expectativas. No podrá hacerte feliz.” “Estoy enamorada y cambiará, lo está haciendo ya” era su invariable respuesta. “Ha empezado a trabajar con su padre, está aprendiendo”. Al final nuestra amistad se resintió y durante un cierto periodo de tiempo estuvimos distantes. Ella seguía en sus trece y yo no estaba dispuesta a soportar a semejante botarate. Menos, que una amiga tan querida cargara con ese fardo de por vida. Claudiqué. No me quedó más remedio si quise recuperarla. Aunque era menor el tiempo que pasábamos juntas, volvimos a ser más o menos las de antes. Compartí copas con ellos, con más pena que gloria, pues el rechazo entre él y yo es mutuo. Laura parece feliz, aunque no me extrañaría que me hubiera ocultado alguna que otra trastada del macarra al que se ha encadenado. Ya me he enterado dos o tres chanchullos, con varios afectados, que ha organizado en la agencia de seguros. Por lo visto su padre está hasta las narices de tener que ir arreglando sus tejemanejes. La misa continúa. En este momento el sacerdote les está dedicando un sermón enternecedor que hace llorar a parte de la concurrencia. Supongo que los llorosos serán los familiares de la novia, por lo que se les viene encima y los aliviados los del novio, por haber colocado a semejante tarambana con una persona de tanta valía. Sé positivamente que Raúl no puede ser por mucho tiempo la fuente de felicidad de mi amiga. Cuando ella deje de depender emocionalmente de él, espero que sea pronto, se dará cuenta de la clase de persona que es. Sigo a la espera del milagro, aunque el tiempo apremia.
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Cada vez está más cerca el momento de pronunciar el decisivo monosílabo, aunque me temo que este fabuloso entorno debe intimidar bastante y no habrá cambios de última hora. Por cierto, mi amiga se hubiera conformado con pasar por el Registro pero él quería el lote completo, toda la parafernalia. No creo que lo haga por convicción religiosa, no ha dado muestras de ello, sino para lucir a sus anchas, en lugar tan imponente, el pomposo disfraz que se ha colocado. Los santos no han atendido mi plegaria. Ya es efectiva la condena. El novio, con cara de reptil viejo y sonrisa de alcantarilla, acaba de poner a esa persona luminosa un candado en el dedo. El Benedicat Vobis de Händel, cantado por fervor por un coro magnífico, me ha arrancado unas lágrimas. Marita, la amiga sentada a mi lado, me mira con afecto. Supone una emoción falsa. Son lágrimas de impotencia. El sacerdote, al parecer recién salido del seminario, acaba de bendecir, con gran alegría, la unión, quizás sea una de sus primeras ceremonias. Mientras lo hacía yo he cruzado los dedos pidiendo que esta sentencia no sea a cadena perpetua porque sería una tragedia que mi amiga consumiera su vida con una persona de escaso corazón. Miro de reojo a su madre, sentada en el primer banco de la izquierda. También llora e intuyo que lo hace por la misma razón que yo. No sé a quién va dirigida su plegaria ni qué petición sale de su garganta pero no me extrañaría que fuera en la misma dirección que la mía. Sé que el yerno no es de su agrado. ¿Puede explicarme alguien esta incompresible relación? ¿Puede decirme qué lleva a una persona íntegra, positiva, a compartir voluntariamente su vida con una que carece de la mínima decencia? ¿El amor? Un día, que estaba yo especialmente rebotada pues me [18]
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acababa de enterar de que él había protagonizado en pleno centro de la ciudad una vergonzosa trifulca, agrediendo a un conductor por un problemilla de tráfico, busqué la definición de amor. En el diccionario de la RAE hay más de una acepción. Elegí la que parecía más completa: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra, da energía para, comunicarnos, convivir y crear.” No está mal, pero no me sirve para Laura. Su ya marido jamás podrá completar, alegrar o dar energía a mi amiga. Con el Agnus Dei de Bruckner en el aire nos damos la paz. Laura se ha vuelto y nos ha sonreído. Vuelvo en mí para devolverle una sonrisa. Por un momento había viajado unos cuatro o cinco años atrás, cuando, ilusionadas, hacíamos cábalas sobre nuestro futuro y buscábamos la felicidad sin urgencia, convencidas como estábamos que la vida tendría un plan especial para nosotras. La misa ha terminado. De fondo, el aleluya de Cohen. Los recién casados se han dado la vuelta. Se acercan a felicitarles. Risas, besos, abrazos. Me trago mis lágrimas. Debo firmar como testigo. Mi amiga quiere que esté a su lado en ese emotivo instante, así es que me preparo para pintar en mi cara una sonrisa. Allá voy con mi patética mueca forzada y las cuatro enhiestas plumas de esta pretenciosa pamela a rubricar la sentencia. Salimos…El órgano impregna de emoción este día festivo: Canticorum jubilo de Händel.
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Conchi Castella n o García LA TELEVISIÓN En su único ojo se exhiben
—sin ningún pudor— todas las variantes de lo verdadero en sus diferentes grados de realidad. Verdades fingidas y artificiosas, cantos de sirenas que arrastran al espectador candoroso dentro de un cobijo quimérico con más sombras que luces. Nunca fue solo entretenimiento. Nunca fue para decir verdades sino para libar los sesos de los crédulos de fe casi mística, incautos de pocas luces hipnotizados por vulgares y decadentes personajes que disfrazan bajo kilos de maquillaje su aspecto de hienas. No sé si hay esperanza. El mundo fuera de ella solo es la verdad hostil que nadie quiere.
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NO SOY DE MUCHO HABLAR No soy de hablar mucho.
Prefiero ausentarme de alborotos y tumultos. Escapar al silencio para trastear en los montones que forman los pellizcos de mi memoria. No tengo más necesidad que la de sus ojos para que me acompañen a través de la niebla, para que arropen los miedos que cada noche se ovillan en mi almohada. No quiero el brillo de las estrellas ni ese futuro escrito en la palma de la mano como salvavidas ante el fin del mundo. Prefiero desafiar al destino.
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[LA REALIDAD ES...]
La realidad es un mundo confuso, un instante, el último momento de todo. Olvido, renuncias, decepciones. Apuestas al número perdedor, un teatro con luces de candilejas. Los días dormidos en los celajes de muchas tardes cualquieras.
ORDEN Y DESORDEN A lo lejos ronronea el mar
lento y tranquilo. Me afano en ordenar los rincones vestida con el traje de la urgencia, disfrazando de significado unos días que se me antojan repetidos, esperando una lluvia improbable. Y temo que el agua que anhelo es aquella que no pueda beber.
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LAS COSAS QUE NO FUERON Las cosas que no fueron nos miran
con ojos de murciélago, presas en una aparente noche de calles cambiantes. Siempre encaramadas a la espalda, enraizadas en la duda de su existencia. En algún momento han de confluir con las cosas que son bajo la ictérica luz de alguna farola, descubiertas ya de su invisible manto, desdibujadas por un tiempo conformista. Quizás el encuentro se retrasase, pero hace mucho que su sombra cubre los días.
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[NOS OBSESIONAMOS...] Nos obsesionamos con la idea
de ser felices como si viviéramos en una permanente postal navideña. Lo cierto es que llevamos una sonrisa postiza la mayor parte del tiempo para ocultar debilidades, frustraciones y tristezas. Nos empeñamos en mostrar a todos lo afortunado que somos y en silencio nos tragamos las lágrimas y en la noche nos quitamos el disfraz de la felicidad lo lavamos, lo planchamos y volvemos a repintar la sonrisa en la máscara. Todo dispuesto para sobrevivir otro día más en el paraíso.
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EN LA SOLEDAD DEL JARDÍN
El fragor del invierno aún no se había llevado todo el verdor del
jardín y era hermoso contemplar la forma en que la luz de la tarde incidía en cada rincón. Las rosas se encendían con los últimos rayos y las sombras jugaban con los ángulos de la fuente mientras los pájaros, despreocupados y juguetones, se resistían a abandonar aquel oasis improvisado. Y era, precisamente, en aquel minúsculo jardín donde cultivaba y mimaba la flor más preciada, su soledad. Vivía sola con ella desde el día que puso fin a ese “amor” que la estaba convirtiendo en raíz y atando, de por vida, a un lugar en el que nunca deseó estar; con unas manos que solo le regalaron dolor y el peso de una negra rutina desbordando sus tardes. Siempre había creído que el amor no había de ser un yugo, pero el suyo fue uno titánico que, disfrazado de necesidad, la estaba borrando en cada suspiro y del que aún le queda un regusto agrio en los labios. No fue fácil cerrarle la puerta. A él y al miedo de todas aquellas noches oscuras. Porque dudó, temió, se recriminó, se culpó, incluso se convenció de que, a su manera, él la quería. Y eso que le enseñó bien pronto que sus besos y caricias tenían un precio. Aquello también fue soledad, pero de otra clase. La de ahora, la de su jardín, es un tesoro porque no es impuesta ni es tristeza ni desesperación; porque la disfruta como un estado de mejora y crecimiento del alma. Y ha sido esta soledad la que le ha enseñado que otros no pueden vivir por ella, que no necesita a nadie para ser alguien, que también tiene derecho a saborear la vida en toda su grandeza y viajar por sus caminos cambiando [25]
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el rumbo cuando quiera. Aunque nunca se sabe, hoy tiene claro que su corazón ya no exigirá más que estos ratos perdidos a solas en el jardín y que tampoco exigirá menos. La noche terminó de llegar y, extrañamente, el jardín seguía envuelto en una luz dorada que parecía eterna y un silencio que no era tal, sino el eco viejo y sabio de todas sus soledades.
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EL SINSENTIDO DE LA VIDA Un día las arrugas
aparecen bajo los ojos y, en las manos, empiezan a anidar los días tristes y vulnerables de lluvia. En el aire que rodea nuestro espacio se suspenden el miedo y la rabia por sabernos entregados cruelmente a la voracidad de las alimañas, desde el preciso instante en que todo comienza. Se declara, entonces, una guerra ―perdida de antemano― contra la transparencia caduca, contra unas habitaciones tan solitarias como una pluma sin ave. La realidad se vuelve entonces grisácea. Suena a abandono, a desesperación y pesimismo. A vacío.
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SOBRE EL MAR Sobre el mar uno siente
sobre sí el sosiego de sus aguas como si hechizara cada poro, cada minúscula molécula de su ser y lo hiciera creerse barco a la deriva. Nos embarca en su mundo de quietud irreal y empuja, por un momento, las penurias a su abismo. Durante ese instante casi impalpable, el miedo, que siempre acecha como rata ávida de escombros, se mece a nuestro lado, a la espera. Sabe que el hombre es de esa clase de ser sobre el que puede crecer sin encontrar resistencia. Pero el mar nos azuza con su vaivén a deshacernos de él, a hundirlo sin recato, ahora que lo tiene preso en sus aguas.
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ELLA SIEMPRE LLEGA A TIEMPO Hay días
en que la tristeza lo llena todo y toca con sus helados dedos el perfil de una mejilla. Se viste con su túnica invisible y se adueña de las calles, de la rutina, de aquel ángulo del salón desde donde se contempla su amargo rostro. Siempre llega a tiempo o, quizás, habría que decir a destiempo, caminando en formación de hormigas hacia dentro, como una sombra que acompaña a la risa atenta al momento propicio. Hay días que no se la ve llegar, engañosa y astuta como un suicida. Son esos días los que más cuesta.
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VOY CONTANDO OLAS Voy contando olas
sobre un mar tan desnudo como un adiós. Su danza eterna me trae un instante, una imagen, una mañana de moscas pegajosas que buscan a la desesperada un lugar cálido donde posar sus manos. No quiero que la vida me cubra con su piel acartonada y me convierta en nadie, que llene de olvido mis ojos, que me olvide de contar las olas.
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AQUELLA INTIMIDAD Quiero la eterna juventud del ayer,
la de las risas bajo la sombra de un árbol gigante. Quiero aquellos días en los que el sol más brillaba, los que rendían cuentas a las nubes en un horizonte tan lejano como la noche. Días esperanzados e impacientes llenos de sueños en horas no dormidas. Porque hoy el mundo se ha hecho viejo y extraño, con una soledad que late detrás de cada calle hasta que borra su nombre. Todos se han vuelto locos y parece que nada exista demasiado tiempo. Las palabras. La lluvia. Las lágrimas. Nada.
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LOS OJOS EN EL ESPEJO Conocía su mirada,
su luz melancólica, la penumbra de su iris, la tormenta que los desarmaba, la sombra que los envolvía. Dicen que solo es una etapa, que el calor de los días les devolvería su candor y la luz de la luna la magia. Que el levante les traería alborozo, que la vida retornaría a ellos abriéndolos de par en par, que en sus pupilas se amoldarían la huella de otras pupilas. Y, en silencio, sus ojos se clavaron extrañados en los míos a través del espejo. Esa mirada, ya no la conozco.
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[HA APRENDIDO A NO LLORAR...] Ha aprendido a no llorar.
No será lo mismo sin lágrimas. Se pregunta si ahora, así, todo está bien. Aunque intuye la respuesta. Está atada a él, a su ausencia. El otoño es más frío sin su risa, también sus miedos tienen más sombras sin ella. Ha de andar como el tiempo, sin que nadie note su presencia. Pero todo acaba cuando acaba.
DESAHUCIADOS No fueron todo lo fuertes
que debieran haber sido. Gritaron. Les gritaron. Y no debieron hacerlo. Ahora ya saben cual es su debilidad. Solo tienen que ignorarlos como la vida los ignora a ellos.
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OTRA NAVIDAD Otra Navidad
y el árbol ya está puesto. Sus luces, las frágiles bolas doradas y rojas. En la cabeza martillea un villancico. Hubiera querido otra vida. Había esperado otra cosa, otras miradas, otras sonrisas, que una música distinta hubiera acompañado sus horas, que otro olor hubiera perfumado las noches. Ahora ya ha recorrido mucho camino. Sin construir grandes cosas, olvidando muchas otras. Quizás hubiera sido lo mismo, pero eso nunca se sabe.
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LA VIDA ES COMPLICADA ¡Estoy harta! Por un lado, mi novio se acuesta con una rubia despampanante toda ella de plástico. Porque todo eso que ella enseña, no puede ser natural. Por otro, a mi madre le ha dado por buscar novio en Internet, incluso me ha llamado a las tantas para decirme que va a ir al programa del Juan y medio, a ver si encuentra a su tercer gran amor (según ella no hay dos sin tres). Y, para remate, mi amiga Lucía camina por la calle con su mano levantada para que todos vean el gran pedrusco que lleva en su dedo. Parece que estoy condenada al fracaso mientras los demás me refriegan sus éxitos amorosos por los morros. Con lo difícil que es empezar de nuevo y encontrar un novio en condiciones, que todos están ya muy resabidos. Lucía me ha llamado hace un rato, quería que me fuera con ella a ver 50 sombras... Ella es así, disfruta hurgando en la herida. Por supuesto que no he ido, en casos de bajón suelo recurrir a la tarrina de helado o a las patatas fritas, o —si estoy muy mal, muy mal como ahora—, a las dos cosas juntas. ¡No me puede pasar esto otra vez! ¡Qué siempre engordo cuando me dejan! Debe ser que mi cuerpo transforma las penas en calorías a causa del sufrimiento. El muy cara me dijo que tenía la vasonoséqué por los suelos y yo, la oxitonosécuánto por las nubes y que no es culpa suya, sino mía porque lo agobio con lo del compromiso. Él siempre ha sabido más que yo por eso habla así de bien y yo no puedo insultarlo hasta que no busco en san Google el significado de las palabritas que me dice, y resulta que la vasopresina es la hormona de la monogamia y la oxitocina, la del abrazo. Al muy capullo, le peté el wasap de iconitos con forma de caca. [35]
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En fin, quizás lo que deba hacer es cambiar esta cara enrabietada por los kilos y por el vacío que siento en el estómago, y alegrarme de estar soltera. Pasar de novios una temporada. Mimarme más a mí misma porque nunca se sabe qué va a pasar en la vida. El problema es que yo no sé estar sola, por eso todos parecen ser el hombre de mi vida; y todos, aunque solo sea al principio, me parecen maravillosos. Qué le voy a hacer, sé que la vida con ellos es muy complicada, pero sin ellos... tremendamente aburrida.
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Ma ría del Ma r Reyes Fue ntes AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN FAMILIA PARANORMAL. CAPÍTULO III. LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE SIRVE FRÍO... Como lo prometido es deuda, una vez más, voy a contaros otro
maravilloso viaje, claro ejemplo de cómo la venganza es un plato que se sirve frío... Hace ya algunos años fuimos a Alicante, quedándonos unos días en un apartamento dentro de una urbanización que contaba con todo lujo de comodidades como piscina o pista de tenis. Y aunque, a veces, comíamos en algún restaurante o bar, en la mayoría de las ocasiones cocinaba mi hermana en el mismo apartamento. Así que, poco a poco, todo un mueble se fue llenando de los condimentos y las especias más extrañas y, por otro, necesarias para cocinar los diferentes platos que se elaboraron en nuestra estancia. He de decir que fueron unos días estupendos, pero como todo tiene un final, llegó la hora de volver a hacer las maletas y recoger todas las especias que mi hermana acumuló en pocos días. Como no quería deshacerse de ninguna (pues aquí son difíciles de encontrar) me convenció de que Arguiñano, en su lugar, tampoco las abandonaría y que lo más práctico era guardarlas en una bolsa de plástico. Y con ella en la mano, como si fuera un pequeño tesoro, me tocó recorrer todo el trayecto hasta la estación de autobuses. ¡Ummm, rico, rico y con fundamento!, me repetían.
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Cogimos un autobús que salía para Alicante con la intención de comer en la ciudad y, desde allí, subir al tren de vuelta a casa. No habían pasado ni diez minutos desde que subimos cuando noté que sobre mi vestido caía algo parecido a un polvillo que, por su escaso espesor, deduje que no se trataba precisamente de polvos mágicos. Sacudí la bolsa que llevaba en la mano y minúsculas partículas se expandieron por el aire para caer luego sobre mi precioso vestido rosa pastel. Llevaba un rato haciendo aspavientos y dando manotazos a la ropa cuando mi hermana y mi marido se percataron de que algo me ocurría. ¡Uy, uy, madre mía! —dijo mi hermana—. ¿Qué está pasando? —grité yo—, ¿se ha abierto algún frasco de los que llevas? interrogué mientras palpaba detenidamente aquellos misteriosos frasquitos. Fue entonces cuando noté que uno de ellos iba abierto. Lo cogí y se lo enseñé a mi hermana. A su grito de horror siguieron las risas de mi marido y mi cuñado, pues aquel polvillo era simplemente azafrán. Simplemente... Ya os podéis imaginar cómo estaba el vestido rosa pastel. Parecía un lienzo abstracto impregnado de sinuosas manchas amarillas que habrían hecho las delicias del mejor pincel. Pero la risa a carcajadas de mi cuñado me hizo comprender la situación y sentí cómo un pellizco sellaba mi estómago y la rabia me inundaba... Al llegar a Alicante buscamos desesperados una droguería para comprar algún quitamanchas. Pero el líquido solo empeoró la cosa, pues mi vestido, en un abrir y cerrar de ojos, pasó de ser un cuadro abstracto a uno del más puro estilo impresionista, y las risas de mis familiares, mal disimuladas, sonaban detrás de mí aumentando mi rabia por momentos. Intenté disimular y hacer que nada había ocurrido, pues no quedaba otra que echarle cara para moverme por la ciudad sin [38]
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sentir vergüenza de mi apariencia. Y tras pasear por sus principales calles y zamparnos un copioso almuerzo, decidieron que ya era buen momento de poner rumbo a la estación y finalizar nuestro viaje. Habíamos dejado el equipaje en una consigna para movernos con más libertad así que nos dirigimos primero allí a intentar recogerlo y... digo intentar, porque mi cuñado, una vez abierto el armario, tiraba del macuto como el burro que tira de la noria, porque este se resistía a salir. Para colmo, con tanto esfuerzo, el estómago de mi cuñado, lleno de arroz a banda, se retorcía peligrosamente. Pero cuanto más se resistía la maleta en salir, más nervioso se ponía él y tiraba del obcecado macuto con más brutalidad que maña. Al final el macuto... no salió, pero la consigna se descolgó de la pared y vino a caer sobre él. Ahora las carcajadas que sonaban eran las mías mientras que en mi mente asomaba el dicho aquel de que “la venganza es un plato que se sirve frío...”
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EL COSTURERO Llevaba un largo rato descolgando ropa de mi armario y nada
me parecía apropiado para aquella cena tan especial. La cama aparecía adornada con un sin fin de colores debido a los pantalones y camisas que descansaban plácidamente sobre ella. En uno de los extremos de la barra apareció un vestido que, a decir verdad, ni me acordaba de que existiera. Era precioso, negro con encajes y botones tallados, pero uno de esos botones colgaba de un solo hilo y parecía burlarse de mí. Tenía mucha prisa y esto me obligaba a sentarme y perder tiempo en coser aquel botón. Menos mal, que no tardaría mucho. Lo había hecho cientos de veces, pues mi madre se había encargado, desde mi más tierna infancia, de que aprendiera a coser, zurcir y realizar dobladillos correctamente. Me dirigí entonces hasta su costurero y, aunque era un poco viejo, para mí suponía toda una reliquia. Significaba tanto en mi vida que agradecí tenerlo en mi poder como la mejor de las herencias. Lo abrí y ante mí aparecieron botones de todos los colores y formas inimaginables, alfileres en su acerico, agujas y dedales que descansaban en el fondo esperando a que alguien los tomase para crear, de nuevo, un bonito traje. Me invadió entonces la nostalgia. Vi a mi madre sentada frente a la ventana, como cada tarde, aprovechando la luz diurna. Sus dedos garfeados por el trabajo de años, las telas en sus manos cobrando vida, transformándose en bellos vestidos, blusas y pantalones que cambiaba por un salario pobremente pagado. Recuerdo mi primer vestido de flamenca, mi primer disfraz…Recuerdo que me sentaba junto a ella, que me pasaba retales que yo torpemente cosía con grandes puntadas para poder vestir a mis muñecas. Muchas veces la veía cabecear [40]
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bajo la tenue luz de una lamparilla, terminando algún vestido que tenía que entregar, sin falta, al día siguiente. Recuerdo sentarme en el suelo, quedarme extasiada mirando como giraba infatigable la rueda de la máquina, escuchando el hilo al pasar sobre el engranaje. Yo soy la pequeña de tres hermanos. Mi padre se marchó poco después de yo nacer. No tengo ningún recuerdo de él, ni maldita la falta que me hace. Mi madre se entregó de lleno en su trabajo para darnos un futuro. En ello dejó su espalda y sus manos, pero no le importó, de hecho, se sentía orgullosa de ello. Mi infancia fue feliz. Me acostumbré a vivir sin grandes lujos y aprendí a apreciar las pequeñas cosas, a saborear cada momento y a querer a mi madre y a su oficio, costurera de profesión. Se me hace tarde y yo, contemplando la aguja y el dedal sin coser el botón. Pero valió la pena bucear en él porque se me para el tiempo cuando lo abro porque me permite zambullirme en mi historia. Porque me recuerda a quien me debo y quién soy.
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PLUMA INVITADA
ANTONIO F R ANCO ¡QUÉ TRISTES ESTÁN LAS AGUAS DE MI BAHÍA! ¡Qué tristes están las aguas de mi bahía! Se han vestido de otoño. Su color no es ya ni azul ni verde. Le ha puesto ropaje gris el cielo plomo de noviembre. Azota el litoral el viento sureño. Mece a los barcos. Profundo sueño. Somnolencia marinera, puerto sereno. Dueñas del mar, del puerto, de barquichuelas, las gaviotas interrumpen el vuelo. Descansen¿dónde? de sus planeos. Mirada perdida, extraviada en el horizonte, lejos. Medita¿qué? el marinero.
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Recomen da cione s Literarias EL VIENTO COMENZÓ A MECER LA HIERBA
Antología poética de la poetisa estadounidense Emily Dickinson
(1830–1886). Emily era hija de un hombre culto y austero que le proporcionó una completa, pero rígida educación calvinista que dejó huella en su personalidad. Era una mujer liberal y tímida; prisionera voluntaria en su casa, entregada a la poesía como norma de vida. En su poesía pesan la extrañeza y la oscuridad como cualidades esenciales, y la sutilidad dialéctica entre las imágenes, las sensaciones y los conceptos. Pero se nota que su escritura es el producto de la soledad, de ese retiro de todo tipo de vida social, incluida la no publicación de sus poemas. Sus primeros poemas fueron convencionales, pero ya a comienzos de 1860 escribió versos más experimentales, sobre todo en lo que respecta al lenguaje. Su escritura se volvió entonces melódica y, a la vez, precisa; despojada de palabras superfluas y exploradora de nuevos ritmos, unas veces lentos y otras veloces, según el momento y la intención y no como un patrón rígido. Fue entonces cuando su poesía se hizo intelectual y meditativa, aunque sin que esto supusiera una merma de su sensibilidad. Son pequeñas historias que Emily Dickinson dejó grabadas en toda su perfección, con las letras exactas, ni una más ni una menos, para que nosotros gozáramos de la genialidad.
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PERSUASIÓN Publicada estamentalmente en 1818, presenta un cuadro de familia sumamente austeniano: un viudo pomposo que sólo lee el baronetario, una hija soltera llena de pretensiones, una hija casada hipocondríaca y caprichosa, una multitud ruidosa de parientes y vecinos que aparecen por todas partes... y, al fondo, en el último rincón, una heroína sensible, paciente y menospreciada. Es la última novela de Jane Austen y su heroína no es ya una muchacha en trance de aprendizaje sino una mujer en su madurez. A sus 27 años, Ana Elliot, aún soltera, ve cómo ha pasado la edad apropiada para casarse y su belleza. Durante su juventud, se enamoró perdidamente de un joven sin dinero ni posición social, motivo por el cual sus familiares consiguieron persuadirla para que lo rechazara. Ocho años más tarde se vuelven a encontrar y tendrán que enfrentarse el uno al otro: él rico y reconocido socialmente; ella, con la belleza marchita. La fuerza del libro radica en la fuerza de las descripciones físicas y psíquicas de sus personajes, sin que falten punzadas certeras de la profunda ironía de la escritora. Lo novedoso es su cambio de actitud: las descripciones de sentimientos son mucho más profundas. Habla de segundas oportunidades, de cómo un error de juventud puede cambiar la vida, pero también de la esperanza de volver a recuperar lo que una vez se amó, a pesar del orgullo, de la distancia y de sentimientos encontrados. Es un amor real, complicado, realista, lleno de celos, de persuasiones y resentimientos. [44]
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