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Óscar Colchado Lucio

Cholito y el Niño Manuelito. Navidad en los Andes

Se acerca la Navidad y en el pueblo todos se preparan para las celebraciones. Sin embargo, están ocurriendo algunos hechos extraños y Cholito tratará de averiguar cuál es la causa de estos acontecimientos. Acompaña a Cholito en esta nueva aventura.

Óscar Colchado Lucio

Cholito y el Ni o Manuelito Navidad en los Andes

Ilustraciones de

Roger Ycaza

ISBN: 978-612-4039-75-1

Av. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima 33, Perú. Teléfono (511) 313-4000 Fax (511) 313-4001 www.gruposantillana.com.pe

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Ă“scar Colchado Lucio

Cholito y el Ni o Manuelito Navidad en los Andes

Ilustraciones de

Roger Ycaza

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Por un camino de zorro, es decir, un sendero de nube, vi bajar cierto día a una señora alta, buenamoza, que llorosa se iba como buscando a alguien. Yo, que volvía arreando mis huachitos de los alrededores de la laguna de Wirí hacia el pueblo, me detuve y fui a su encuentro dejando que mis animalitos se fueran de su cuenta. —Mamita señora —le dije llegando a su lado—, ¿te sucede algo? ¿Puedo ayudarte? Se acercó a mi lado y revolviendo mis cabellos con cariño, me dijo: —Sí puedes, hijo. Busco a mi guagua que anda perdido. Estuvo conmigo en la casa, pero como se aburría, me pidió permiso para salir a jugar un ratito, y desde entonces no lo encuentro. ¿Me ayudarás a buscarlo? —Con mucho gusto, mamita —diciendo, ya no me preocupé de mis huachitos, pues ellos ya conocían la casa.

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La hermosa señora se encaminó por entre un bosquecito de puyós y hierbasantas y yo bajé por la quebrada reparando para todos lados. Era ya tardecita y taita Inti alumbraba con poca fuerza reflejándose en las lomadas. Mientras avanzaba me iba preguntando quién sería esa warmi, joven, blanca, de cara medio rosadita, que me parecía haberla visto en alguna parte. Será en sueños, me dije, porque mujeres de esa laya, donde la mayoría éramos medio quemaditos casi no había por acá. Así, piense y piense, yo reparaba para un lado y otro acercándome a la quebrada. Los loros haciendo bulla y las bandadas de palomas en silencio, cruzaban el cielo despejado hacia sus refugios entre las frondas y los árboles altos.

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Rumorosas bajaban las aguas por la quebrada. Yo, que andaba con una sed que me devoraba, tanto por el solazo del día como por la cancha que llevé como fiambre para la jornada de pastoreo, sacando mi sombrero corrí a beber esas aguas cristalinas que bajaban de la cordillera. Una vez que aplaqué la sed, agucé la mirada reparando por el cauce por si el niñacho se hallaba por ahí. Mi idea era que tal vez el pequeño, devorado por el calor del día, podría haber bajado a la quebrada en busca de agua. Después de caminar buen trecho de la quebrada hacia el río, vi a lo lejos que algo se movía en una playita. Parecía en verdad un niñacho. Apuradamente corrí por esa bajada medio tropezándome en las piedras.

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De veras no me había equivocado. Un niñito precioso, rubio, con su pelito como la candela, todavía estaba jugando en la orilla, donde había hecho algo así como un molinito de barro, al que el agua entraba girando, y eso era lo que lo divertía. Tenía su carita sucia de barro, pero estaba feliz. —Niñacho —le dije parándome a su lado—. Tu mamita te busca. ¡Ven conmigo! Apenas se volvió a verme embelesado en su juego. En realidad era todavía una guagua y acaso no sabría ni hablar.

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En vista de eso, quise alzarlo para llevarlo conmigo; pero, increíblemente, no pude. Parecía pesar como el mundo. ¿Qué?, dije entre mí, ¿tanto pesa esta guagüita? Quise volver a alzarlo de nuevo, pero cuando intenté abrazarlo, su cuerpecito se hizo como de aire y no se podía coger, mientras sonreía como haciéndome broma. Me entró miedo en esa parte solitaria. Duende será quizás diciendo, el ichic ollco que acá le decimos, me hizo retroceder ese pensamiento. Pero cosa curiosa, a este niñito tan dulce como un angelito, me parecía haberlo visto también, como a la señora, en alguna parte. No sabiendo qué pensar, decidí buscar a su madre y darle la buena nueva de que su niño se hallaba por este lado.

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Con esa idea, decidí subir por las laderas del cerro. Desde lo más alto llamaría a la señora. Demoré bastante en subir. Ya casi estaba oscureciendo. Entonces comencé a llamar: —¡Mamitaaa señoraaaa! ¡Su guagua está abajo en la quebrada! Ni bien acabé de decir eso, cuando descubrí a la señora, bien abajo, cerca ya por donde dejé a la guagua. Apuradamente bajé para indicarle el lugar exacto, pero cuando llegué por ahí donde la vi, ya no estaba. Otra carrera me di, hipando de fatiga, hacia el lugar donde quedó el niño. Pero a este tampoco lo encontré. Sin embargo no me cansaba de llamar a la señora por si apareciese. Y como la noche ya se posaba sobre los campos, desalentado me fui hacia el pueblo.

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Fue al día siguiente antes de irme a pastorear, al entrar a la tiendita de don Gella a comprar unos caramelitos, que encontré a un grupo de mujeres comentando asustadas que la Virgen María y el Niño Manuelito, que habían desaparecido el día anterior, hoy estaban de nuevo en el pesebre de la capilla, lleno de zarzamoras el vestido de la Virgen y el Niñito con la ropa y la cara llenas de barro. Al escuchar esa noticia, yo volé hacia la capilla del pueblo a ver si lo que decían las mujeres era cierto. Al llegar encontré allí también a otro grupo de curiosos alrededor del nacimiento, comentando lo mismo. La Virgen y el Niño han salido a pasear, decían. Ha ocurrido un milagro. Una señora, doña Llusha, ofreció confeccionar nuevas ropitas para ambos, ahora sobre todo que se acercaba la Navidad. Don Roque, que en varias navidades estuvo en Jimbe, la capital del distrito, dijo que también en Rayán, nuestro pueblo, haríamos representación de la Navidad, con la presencia del ángel, del diablo, de pastorcillos y negritos, tal como él había visto. Yo, sin contar nada de lo que me ocurrió en la quebrada con el Niño Manuelito y la Virgen —pues no me creerían—, me prometí a mí mismo formar parte del grupo de pastorcillos que organizaría don Roque.

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