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Edad Media

Roddick Guedez


El Cristianismo A mediados del siglo IV el poderoso Imperio Romano empieza a mostrar grandes

signos de decadencia. Habían grandes impuestos sobre todos los ciudadanos, las provincias debían mantener al Imperio y las grandes masas en Roma no querían trabajar. Ante los problemas, algunos ciudadanos se volvieron a los antiguos Dioses, debido a que existía un enorme vacío espiritual, esto es la semilla que da inicio al nacimiento del Cristianismo. El nacimiento de una nueva fe, fundada en Palestina, llamada Cristianismo y que sus orígenes fueron como una secta judía que se basaba en las enseñanzas de Jesús, según los cuatro evangelistas. Se construye y estructura una nueva idea de Dios, pues el Dios de los judíos se caracterizaba por ser temible y castigar como medida ejemplarizante, mientras que el Dios de Jesús era un Dios bondadoso y de perdón hacia los pecadores. La gran difusión del Cristianismo en el Imperio Romano se da por medio de San Pablo o Pablo de Tarso. Basado en la resurrección de Cristo las enseñanzas de San Pablo se presentan como una nueva fe. La base del Cristianismo son religiones del libro(nuevo testamento). En el nuevo testamento además de la gran importancia que tienen los evangelios, se encuentran las cartas de San Pablo a los Romanos aquí es donde se estructura el cristianismo. San Pablo viaja por todo el Mediterráneo en la expansión inicial del cristianismo, es muy pacífico de palabra pues era misionero. El nuevo testamento se fusiona con el antiguo testamento y eso constituye La Biblia, uno de los grandes éxitos de La Biblia, es que estaba escrita en latín, lengua materna de los romanos. En el principio, el cristianismo tenía pocos seguidores, pero la idea de la resurrección atrajo mucho más seguidores. San Pablo defendía la idea que el cristianismo aceptaba a cualquier persona, no sólo a los judíos. En Roma los oficiales del imperio eran muy tolerantes con las diversas religiones, mientras aceptaran la autoridad de Roma. Los cristianos se negaron a obedecer ciertas leyes, entre ellas la adoración del emperador. Es ahí donde empieza la persecución a los cristianos.


En los años 249-303 fue de las épocas más fuertes de persecución, pero ésto permitió que se unieran más miembros. Las persecuciones terminaron en el año 311, cuando la religión cristiana se legalizó en el imperio romano. En el 313 Constantino legalizó oficialmente la religión cristiana mediante el Edicto de Milán. En el 325 Constantino llama al Concilio de Nicea para que los cristianos se pusieran de acuerdo sobre los principios básicos de su religión. Se llega a un acuerdo de que Dios y Cristo eran la misma persona. De aquí surge una diferencia por medio de un padre llamado Arrio que decía que Dios y Jesús eran distintas sustancias y con ésto funda las bases del arrianismo. Los bárbaros se hacen seguidores de esta creencia. En el año 395 el emperador Teodosio convierte la religión del cristianismo en la oficial del Imperio Romano. El Papa Fabián estructura por primera vez el cristianismo en la Iglesia, le da un marco a las comunidades que eran las precursoras, basado en el sistema administrativo romano. La estructuración que se dio permitió que la Iglesia se viera como una sola unidad. El hombre de la Edad Media se ve a sí mismo como cristiano antes que otra cosa.

Estructura de la Iglesia Presbíteros: consagrados por la Iglesia, tenían a su cargo las villas. Obispo: tenía a su cargo las diócesis (grupo de villas),gozaba de mucha autoridad. Arzobispo: tenía a cargo las provincias. Patriarca: estaba a cargo de los patriarcados. Sólo existían en las grandes ciudades, por ejemplo Roma, Antioquía,Constantinopla y Alejandría. El Patriarca de Roma cada vez fue tomando más autoridad, hasta que se autodenominó Papa. El Papa toma decisiones importantes y políticas porque la debilidad del Imperio era mucha. Los Papas basaban su poderío en la teoría petrina, que sostenía que la Iglesia Romana había sido fundada por Pedro y que Pedro había sido designado por el propio Jesús, con lo cual era la Iglesia de Roma la más importante de todas. Por tanto el Papa era la autoridad suprema, aunque los otros patriarcas no querían someterse.

La Iglesia tiene una estructura desde muy temprano y se vuelve una estructura política muy importante. No hay descentralización del poder ni democracia. Con la aceptación oficial del cristianismo, se creó toda una nueva imaginería cristiana. Esta imaginería entra en contradicción con la existente anteriormente, por ello las otras imaginerías quedan descalificadas. El arte del mundo medieval fue dedicado a lo religioso. Conforme la Iglesia se fue desarrollando, se fue creando imaginería que ensalzaba al Papa como figura de autoridad. El cielo fue imaginado como un mundo feudal, había ejércitos y una línea de autoridad.


Simbologia E

l espíritu moderno está tan lejos de los modos de pensamiento que hallaron expresión en el arte medieval como de los expresados en el arte oriental. Consideramos estas artes desde dos puntos de vista, ninguno de los cuales es válido: por un lado tenemos la opinión popular que cree en un «progreso» o «evolución» del arte y que sólo puede decir de un «primitivo» que «esto era antes de que supieran nada de anatomía», o del arte «salvaje», que no es «fiel a la naturaleza»; y por el otro tenemos el punto de vista refinado que ve todo el significado y el propósito de la obra en las superficies estéticas y en las relaciones entre las partes, y que sólo se interesa por nuestras reacciones emocionales ante esas superficies. En cuanto al primero, sólo hay que decir que el realismo del arte renacentista y académico es exactamente aquello en que pensaba el filósofo medieval cuando hablaba de los que «no pueden concebir nada más noble que los cuerpos», esto es, que no saben otra cosa que anatomía. En cuanto al punto de vista refinado, que con razón rechaza el criterio de la semejanza y estima en mucho a los «primitivos», olvidamos que también acepta la concepción del «arte» como expresión de la emoción, y el término «estética» (literalmente, «teoría de la percepción sensorial y de las reacciones emocionales»), concepción y término que sólo han empezado a tener vigencia en los dos últimos siglos de humanismo. No nos damos cuenta de que al considerar el arte medieval (o antiguo, u oriental) desde estos ángulos, atribuimos nuestros propios sentimientos a unos hombres cuya idea del arte era completamente distinta de la nuestra, unos hombres que sostenían que «el arte tiene que ver con la cognición» y que separado del conocimiento no es nada; unos hombres que podían decir que «los cultos comprenden la razón fundamental del arte, mientras que lo incultos sólo conocen lo que les gusta», unos hombres para quienes el arte no era un fin, sino un medio para fines presentes de uso y goce y para el fin último de beatitud, identificado con la visión de Dios, cuya esencia es la causa de la belleza de todas las cosas. Esto no debe interpretarse erróneamente entendiendo que el arte medieval no era «sentido» o que no debía evocar una emoción, especialmente del tipo que llamamos admiración o maravilla. Por el contrario, la tarea de este arte no era sólo «enseñar», sino también «conmover para convencer»: y ninguna elocuencia puede conmover si el propio orador no se ha conmovido antes. Pero, mientras nosotros hacemos de una emoción estética el primero y último fin del arte, el hombre medieval se conmovía

mucho más por el significado que iluminaba las formas que por las formas en sí: tal como el matemático que se entusiasma ante una fórmula elegante, no se entusiasma por su apariencia, sino por su economía. Según el punto de vista medieval, no se podía comprender nada que no se hubiera experimentado, o amado: un punto de vista muy alejado de nuestra supuestamente objetiva ciencia del arte y de la mera información sobre éste que se imparte habitualmente al estudiante. El arte, desde el punto de vista medieval, era un tipo de conocimiento de acuerdo con el cual el artista imaginaba la forma o diseño de la obra que había que hacer, y mediante el cual reproducía esta forma en el material adecuado o disponible. El producto no era llamado «arte», sino «artefacto», una cosa «hecha con arte»; el arte permanece en el artista. Tampoco se hacía ninguna distinción entre «bellas» artes y artes «aplicadas», o entre arte «puro» y arte «decorativo». El arte estaba destinado a un «buen uso» y se «adaptaba a la circunstancia». El arte podía aplicarse a usos noble o comunes, era no era más o menos arte en un caso que en el otro. Nuestro empleo de la palabra «decorativo» habría parecido abusivo, como si hablásemos de simple sombrerería de señoras o de tapicería, pues todas las palabras que significan decoración en muchas lenguas, latín medieval incluido, se referían originariamente no a algo que podía añadirse a un producto y a terminado y eficaz simplemente para complacer al ojo o al oído, sino a la terminación de algo con lo que podía ser necesario para su funcionamiento, ya sea con respecto al espíritu o al cuerpo: una espada, por ejemplo, «adornaría» a un caballero, como la virtud «adorna» al alma o el conocimiento al espíritu. Más que la belleza, el fin que se perseguía era la perfección. No había ninguna «estética», ninguna «psicología» del arte, sino sólo una retórica, o teoría de la belleza. Esta belleza era considerada como el poder de atracción de la perfección y se hacía consistir en la corrección, el orden o la armonía entre las partes (algunos dirán que esto significaba: en ciertas relaciones matemáticas ideales entre las partes) y en la claridad o iluminación, la huella de lo que San Buenaventura denomina «la luz de un arte mecánico». Nada que fuera inteligible podía haberse considerado bello. La fealdad era la falta de atractivo de lo informe y lo desordenado. El artista no era una clase especial de hombre, sino que cada hombre era una clase especial de artista. No le correspondía saber cómo hacer. El artista no consideraba su arte como una «auto-expresión», ni tampoco al patrón le interesaba su personalidad o su biografía. El artista era por regla general, y a menos que lo dejara de ser accidentalmente, anónimo; sólo firmaba su obra, si lo hacía, a modo de garantía: lo que importaba no era quién, sino qué se decía. No hubiera sido posible concebir unos derechos de autor en un medio donde todo el mundo daba por sentado que no puede haber propiedad en el terreno de las ideas, que son de quien las adopta: quienquiera que, de este modo, haga suya una idea, trabaja


con originalidad y produce a partir de una fuente inmediata que está en su interior, por muchas veces que la misma idea haya podido ser expresada por otros antes que él o a su alrededor. Tampoco era el patrón una clase especial de hombre, sino simplemente nuestro consumidor. Este patrón era el juez del arte: no un crítico o un connaisseur en nuestro sentido académico, sino un hombre que conocía sus necesidades -tal como un carpintero sabe qué herramientas debe hacerle el herrero- y que podía distinguir una labor adecuada de otra inadecuada, cosa que el consumidor moderno no puede hacer. Esperaba del artista un producto que funcionara, y no algún jeu d´esprit particulier. Nuestro entendidos, cuyo interés se dirige principalmente a la personalidad del artista tal como se expresa en el estilo -el accidente y no la esencia del arte- pretenden juzgar el arte medieval sin tener en cuenta sus razones, y no hacen caso de la iconografía en la que estas razones están claramente reflejadas. Pero, ¿quién puede juzgar si una cosa ha sido «bien» hecha o dicha, y así distinguir lo bueno de lo malo, tal como lo juzga el arte, si no sabe perfectamente qué se había que decir o hacer? El simbolismo cristiano, al que Emile Mâle calificó de «cálculo», no era el lenguaje particular de ningún individuo, siglo o nación, sino particularmente cristiano o europeo. Si del arte se ha dicho, con razón, que es un lenguaje universal, no es porque las facultades sensitivas de todos los hombres les permiten identificar lo que ven, de modo que pueden decir «esto representa un hombre» tanto si la obra la ha realizado un escocés como un chino, sino a causa de la universalidad del «simbolismo» adecuado con el cual sus significados se han expresado. Pero el que exista un lenguaje del arte universalmente inteligible no significa que todos podamos leerlo, así como el hecho de que en la Edad Media el latín se hablara en toda Europa no significa que los europeos puedan hablarlo hoy. El lenguaje del arte es un lenguaje que debemos volver a aprender si queremos entender el arte medieval y no simplemente registrar nuestras reacciones ante él. Y esta es nuestra última palabra: que comprender el arte medieval exige más que un moderno «curso de apreciación del arte»: exige una comprensión del espíritu de la Edad Media, el espíritu del cristianismo y, en último análisis, el espíritu de lo que, acertadamente, se ha denominado la Philosophia Perennis o «Tradición universal y unánime», de la que san Agustín habló como de «una sabiduría que no ha sido creada, sino que es ahora lo que siempre fue y siempre será»; una pizca de la cual abrirá las puertas hacia la comprensión y el goce de cualquier arte tradicional, ya sea el de la Edad Media, el de Oriente, o el «popular» de cualquier parte del mundo.


Los Copistas Medievales L

a historia de los copistas comienza en Grecia y más tarde en Roma, donde el señor hacia copiar a sus esclavos cualquier libro destinado a su biblioteca particular. Pero en la Edad Media esta función pasa a manos de los centros monásticos, donde los monjes eran los encargados de reproducir los libros, copiándolos (por ello se les llamaba copistas). Las copias de los libros se realizaban en El scriptoriu, donde los libros eran copiados, decorados, encuadernados y conservados. Y las principales herramientas que utilizaba el copista eran: penna (pluma), rasorium (raspador), atramentum (tinta) y pigmenta (colores para iluminar). Para poder llegar a ser un copista, los monjes experimentados debían enseñarle desde muy pequeño. Sin embargo su labor era muy dura y muy repetitiva, pues un copista con gran experiencia era capaz de escribir entre dos y tres folios por día, y una obra completa era trabajo de varios meses, así­que podemos hacernos una idea del arduo trabajo que significaba copiar un ejemplar. De hecho un monje, trabajando solo, tardaría probablemente un año en copiar la Biblia. Completar un manuscrito era una tarea muy dura, pues los copistas tenían que escribir la semana entera durante todo el día por lo que tenían grandes molestias como: espalda vencida, músculos adoloridos, dedos entumecidos por el frío de invierno y estaban obligados a forzar la vista, debido a la luz pobre que en general penetraba en los monasterios medievales. “Tres dedos escriben... todo el cuerpo sufre” anotó un copista en un códice. Pero también tenía su parte positiva: gracias a su trabajo la humanidad dispone de verdaderas joyas que han perdurado y perdurarán a lo largo de los siglos. Por ello los fondos de una biblioteca monástica eran un preciado tesoro. En el final de un códice medieval hay una anotación que dice: “Si alguno se lleva este libro, que lo pague con la muerte, que se fría en una sartén, que lo ataquen la epilepsia y las fiebres; que lo descoyunten en la rueda y lo cuelguen”.

Libros en la Edad Media Hablar de la historia del libro es hablar implícitamente de la historia de la edu-

cación. Si bien éste no es el tema central de esta publicación, es necesario hacer una serie de puntualizaciones al respecto para poder comprender plenamente la función del libro en esta época y para poder reflexionar acerca de su función en la actualidad. Según señala Jacques Le Goff en su libro Los intelectuales en la Edad Media los primeros intelectuales surgen en el siglo XII en el contexto de la consolidación de las ciudades, movimiento que modifica las estructuras políticas y sociales. El intelectual aparece como un hombre cuyo oficio es escribir o enseñar. Para ello dispone de una serie de instrumentos: libros, pupitre, pluma, etc, que lo distinguen del clérigo de la Alta Edad Media, cuya enseñanza era eminentemente oral. Esto genera un gran contraste con una etapa anterior denominada Renacimiento Carolingio (en referencia a Carlomagno, siglo ix), durante el cual se afianzan los estudios del latín, se ponen por escrito los primeros cantos épicos y se da un mayor impulso a la corrección de libros. Estos libros no están hechos para ser leidos sino para ser atesorados por las iglesias: son, ante todo, un bien económico. En el siglo XII se produce un movimiento intelectual de suma importancia dado que comienzan a circular manuscritos que introducen la cultura greco-árabe en el occidente cristiano. A su vez, comienzan a constituirse importantes centros universitarios como Pars y Bologna. Sin embargo, el siglo XIII es el que marca un verdadero hito en la historia de la educación ya que las universidades se consolidan y logran su autonomia luchando tanto contra los poderes eclesiásticos como laicos. En este periodo se intensifica el uso del libro: es un producto industrial y un objeto comercial. En torno a las universidades se forma todo un pueblo de copistas.


Lindisfarne Book (antes de 698 D.C.) Este libro proviene del monasterio de Lindisfarne, una filial de uno de los sciptorium más famosos del norte de Inglaterra: la isla de Iona. El libro está escrito en latín y contiene los cuatro evangelios. El texto en latín está traducido al anglosajoó a través del sistema de glosas interlineales. Esta traducción es la versión inglesa más antigua que se conoce de los evangelios y fue intercalada con posterioridad. Para realizar este códice de 258 folios fue necesario un rebaño de 100 becerros para obtener el pergamino necesario.

Book of Kells (alrededor de 800 D.C.) Este libro pertenece al mismo scriptorium que el anterior y está escrito también en latín, los monjes lo trradujeron al irlandes en el siglo XII en las páginas que restaban en blanco. Contiene los cuatro evangelios. Consta de 678 folios y para su confección se necesitaron 150 becerros. Este libro fue robado de la iglesia de Kells y luego recuperado, ya sin su encuadernación. El color azul que observamos aquí supone un lujo especial ya está elaborado en base a lapislázuli que se hacía traer desde Afganistán por los mercaderes.

Book of Kells (alrededor de 800 DC) Letra capital.


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