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Monchu Calvo. Les Yanes
Monchu Calvo
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Les Yanes, Caso
Casa Leandrín
Hay lugares que van indefectiblemente unidos a la persona que los habitó, que por alguna circunstancia no se entenderían uno sin el otro, y en este caso el relato, tiene mucho que ver con Les Yanes, pero por tanto o mas conocido, con Leandrín, y mientras vivió, con su mujer Palmira.
Este rincón del concejo casín, está cerca de la capital, El Campo.
Cruce de caminos, ejerció de venta para arrieros y caminantes, que allí buscaban descanso para sus cuerpos y sus bestias.
Las amplias cuadras con buenos pesebres dan buena fe de ello. Los hombres se alojaban cerca, generalmente en las tenadas o huecos superiores de las cuadras.
Con ser esta actividad importante, Les Yanes destacaron por su ambiente festivo y sus lugares, donde hombres y mujeres dejaban pasar el tiempo a la sombra de algún árbol, o echando una disputada partida de bolos.
Palmira, delante de los fogones, igual hacia una tortilla, que vigilaba la parrilla, atenta al buen punto de la carne. Las mesas corridas tenían todas comensales, y ya había gente a horas tempranas para coger sitio.
Aquellos lugares que llenaron nuestros años mozos de baños, en las frías aguas del Nalón, cerca de la cueva Deboyu. O las truchas, que los que eran mas hábiles desalojaban clandestinamente de debajo de las piedras, y sin hacer mucha ostentación llevaban para que Palmira, en aquella vieja sartén de hierro las friera con unas tiras de tocino entrevenado, y las convirtiera en un manjar insuperable.
Hay recuerdos indelebles en la memoria, y los de muchos de nosotros van unidos a la magia de aquel lugar que las peñas parecen querer engullirlo, y que un viejo y olvidado camino serpentea por aquellos despeñaderos, donde todavía se nos muestran las desgastadas piedras pisadas por miles de pies, cuando aquel inverosímil paso salvaba la gran hendidura por donde el Nalón penetraba en la enorme boca de la cueva Deboyu.
Landrín nos sirvió de guía en nuestro recorrido por Les Yanes
Luego en la carretera estaba el bar propiamente dicho, con aquella repisa redonda en el mas puro díseño art decó. Las mesas donde los jugadores enfrentaban sus barajas en interminables partidas de brisca, mientras las copas de orujo y sol y sombra, temblaban al dar un puñetazo cuando cantaban un triunfo. Marta Sanchez, en sus mejores años era mudo testigo de lo que allí acontecía, mientras la mortecina luz de las bombillas iluminaban a duras penas aquella estancia.
Afuera era otro ambiente. Quizás el espectacular paisaje ofrecía otro decorado, como si el de una obra teatral se tratara. La puesta en escena, unas mesas largas, junto a varios toneles de vino, ocupadas por hombres y mujeres en animadas conversaciones. A los niños se nos iban los ojos a unas marcas en los dinteles de las puertas, que nos decían que eran de disparos de cuando la guerra, y bien podía ser cierto, pues allí al ser un paso estratégico se libraron algunos combates.
Hoy Les Yanes languidecen en una muerte dulce, apenas habitadas en una de sus casas, y el bar parrilla que atravesó mejores momentos conserva intacta su belleza, pero ya sin merendero ni bolera. Todo lo que allí había fue cambiado por la soledad y el abandono, propiciado por una nueva carretera que profana la sagrada peña con un moderno túnel, y en el que nos comenta Leandro, que en la boca que mira al Campo, bajo el asfalto, todavía deben conservarse los restos del viejo molino de Mangarrota. Como una alegoría de una época donde se valoraba mas la nobleza de una pareja de bueyes, o un buen molino, que la rapidez de un coche o el buen firme de una carretera.