Moderadora rihano
Staff de traducción ~NightW~
carmen170796
Samylinda
daianandrea
LizC
littlegirl Vannia
flochi
Emii_Gregori
KaThErIn
Mery St. Clair Insomnia kuami Niii
AMIT2
Staff de corrección
Angeles Rangel Masi
Marina012
Nanis Niii
Kuami
Recopilación y revisión Angeles Rangel
Diseño luchita_c
Traducido, corregido y diseñado en
Purple Rose
Raziel
The Fallen
Kristina Douglas
Indice Indice Sinopsis Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12
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4 5 6 9 15 21 26 29 34 43 53 65 69 81 91
Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Segundo libro Sobre la Autora
TRADUCIDO EN PURPLE ROSE
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Raziel
The Fallen
Kristina Douglas
Sinopsis
N
o era más que una simple mortal… “Estás muerta”, eso no es lo que Allison Watson quiere oír.
Desafortunadamente, explica muchas cosas. Al igual que el angelicalmente guapo hombre moreno que la transportó a esta tierra extraña, escondida. Lo último que ella recuerda es bajar de una acera enfrente de un autobús de ruta. Ahora está rodeada de magníficos ángeles caídos con un inquietante gusto por la sangre, y que en realidad no la quieren cerca. No es exactamente cómo se imaginaba el cielo. …Hasta que la muerte la catapultó a un mundo seductor que nunca se imaginó. Raziel no está seguro de por qué rescató a Allie del fuego del infierno contra las órdenes de Uriel, pero ella despierta en él un anhelo que no ha sentido en siglos. Ahora los Caídos se preparan para la ira divina traída por su desobediencia, y culpan a Allie por los feroces Nefilims arañando las puertas ocultas del reino. Enfrentando situaciones imposibles en cada vuelta, los dos deben trabajar juntos para sobrevivir. Raziel hará cualquier cosa para defender a su fogosa amante contra las fuerzas de la oscuridad, porque Allie puede ser la única salvación de los Caídos. Su boca sobre la mía me hizo callar cuando él me tomó en sus brazos. Este no era ningún beso dulce de seducción, ningún beso casto, celestial. Era completo y con la boca abierta y carnal, me quedé paralizada en estado de shock cuando puso un brazo alrededor de la cintura, y tiró de mí contra su cuerpo firme, mientras que con el otro capturaba mi mentón, con sus largos dedos acunando mi cara. Me habían besado antes, por supuesto. Pero nunca como así, con un sentido casi cósmico de urgencia y deseo. Podía sentir mis pezones endureciéndose contra el encaje de mi sostén, el deseo presionando en mi vientre. ¿A quién diablos estaba tratando de engañar? Me excitada, cada vez que él estaba en la habitación. ―Deja de pensar ―dijo con voz sexy―. Te quiero. ¿De acuerdo? No quiero que… tengas más problemas. Ojalá pudiera alejarme de ti. Pero no puedo.
Primer libro de la saga The Fallen
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Prólogo Traducido por kuami Corregido por Angeles Rangel
n el Comienzo
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SOY RAZIEL, uno de los veinte ángeles caídos de los que habló Enoch en los libros antiguos. Vivo en el mundo oculto de Sheol, con otros Caídos, dónde nadie conoce nuestra existencia, y hemos vivido de esa manera desde la caída, hace milenios. Debí haber sabido que habría problemas en el horizonte. Podía sentirlo en mi sangre, y no hay nada más poderoso que la sangre. Me habían enseñado a ignorar los sentimientos, igual como me habían enseñado a ignorar a todos los que conspiraron para traicionarme. Si hubiera escuchado, las cosas podrían haber sido diferentes. Me levanté ese día, en el comienzo, extendiendo las alas en la débil luz de la mañana. Una tormenta se acercaba, la sentía palpitar en mis venas, en mis huesos. Por ahora la corriente marina estaba en calma, la marea subiendo, y la niebla era espesa y caliente, en un abrazo envolvente, pero la violencia de la naturaleza estaba suspendida pesadamente en el aire. ¿La naturaleza? ¿O Uriel? Me había quedado dormido fuera de nuevo. Me había quedado dormido en una de las sillas de madera, disfrutando de un Jack Daniel’s, uno de los muchos placeres de este último siglo… más o menos. Demasiados Jacks, a decir verdad. No habría querido que esta mañana llegara, pero desde luego, no era un fan del mañana. Sólo era un día más en el exilio, sin esperanza de… ¿qué? ¿Escapar? ¿Volver? Yo nunca podría volver. Había visto demasiado, hecho demasiado. Estaba ligado aquí, al igual que los demás. Desde hace años, tantos años que había dejado de existir, perdido en las brumas del tiempo, había vivido solo en esta tierra bajo una maldición que nunca se levantaría. La existencia fue más fácil cuando tenía una compañera. Pero había perdido a demasiadas en los últimos años, y el dolor, el amor, eran simplemente parte de nuestra maldición. Manteniéndome al margen, podía evitar un poco de tortura de parte de Uriel. El celibato era un precio pequeño a pagar. Había descubierto que cuánto más tiempo estaba sin sexo, más fácil era de soportar, y tenía suficiente con algunas uniones físicas ocasionales. Hasta hace unos días, cuando la 6
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necesidad de una mujer había surgido de repente, rugiendo de nuevo, por primera vez en mis sueños rebeldes, después en mis horas de vigilia. Nada de lo hacía podía disipar la sensación, una necesidad de calor, tan abrasadora que formaba ampollas que no se podían cubrir. Al menos las mujeres a mí alrededor estaban todas comprometidas. Mi hambre no era tan fuerte como para cruzar aquélla línea, podía mirar a las esposas, corrientes y guapas, y no sentir nada. Necesitaba a alguien que sólo existía en mis sueños. Con que ella se quedara allí, podría concentrarme en otras cosas. Recogí mis alas de nuevo a mí alrededor y alcancé mi camisa. Tenía un trabajo hoy, tanto como lo odiaba. Era mi turno, y era la única razón por la que la distensión existía. Si nosotros seguíamos las órdenes de Uriel, había una paz relativa. Los demás Caídos y yo, nos turnamos para transportar las almas a su destino. “Recaudadores de la muerte”, nos llamaba Uriel. Y eso es lo que éramos. Recaudadores de la muerte, devoradores de sangre, ángeles caídos condenados a la vida eterna. Me acerqué a la gran casa lentamente a medida que el sol se levantaba sobre las montañas. Puse la mano en el picaporte de hierro fundido, y me detuve, volviéndome a mirar hacia atrás al océano, el turbulento mar salado que me atraía tanto como la misteriosa mujer sirena que me perseguía en mis sueños. Ya era hora de que alguien muriese.
* * *
SOY URIEL EL ALTÍSIMO, el arcángel que nunca cayó, que nunca falló, que sirve al Señor en su terrible solemnidad, golpeando con violencia a los pecadores, convirtiendo las ciudades en escombros y a las mujeres curiosas en pilares de sal. Yo soy su siervo de más confianza, su emisario, su voz en el desierto, con la mano en la espada. Si es necesario, voy a consumir este mundo malvado y perverso con el fuego y empezará de nuevo. El fuego flagelará todo, y a continuación, seguirán las inundaciones y reabasteceremos la tierra. No soy Dios. Soy meramente el único designado, para asegurar que su juicio se lleve a cabo. Y estoy esperando. El más Alto es infalible, o yo juzgaría que los Caídos eran el error más grave y les golpearía con violencia por existir. Ellos han sido condenados al tormento eterno, y sin embargo, no sufren. Es la voluntad del Santísimo que vivan su existencia interminable, obligados a sobrevivir por medios despreciables, y aun así conocen la alegría. De alguna manera, a pesar de las negras maldiciones impuestas sobre ellos, conocen la alegría.
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Pero más tarde o más temprano, irán demasiado lejos. Se unirán al Primero, Portador de la Luz, el Rebelde, en las profundidades ilimitadas de la tierra, encerrados en el silencio y la soledad a lo largo del fin de los tiempos. Yo soy Uriel. Arrepiéntanse, y cuídense.
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Capítulo 1 Traducido por flochi Corregido por Angeles Rangel
E
staba llegando tarde, lo que no era una sorpresa. Siempre parecía estar apurada… tenía una reunión con mis editores a mitad de camino de Manhattan, tenía un depósito que hacer antes que finalizara el día laboral, los zapatos me estaban matando, y estaba tan hambrienta que podría haberme comido el vidrio y el metal del escritorio al que había estado asignada en mi trabajo temporal en la Fundación Pitt. Podía manejar la mayoría de esas cosas, era completamente adaptable. Las personas estaban acostumbradas a mi tendencia de aparecer tarde; la secretaria en Publicadores MacSimmons era lo bastante sabia para programar mis citas y después decirme que se habían adelantado media hora. Era un pequeño juego que ambas interpretábamos, desafortunadamente, ya que conocía las reglas, llegaría una hora tarde, arruinando sus cuidadosos planes. Qué mala suerte. Ellos podían trabajar alrededor mío, era confiable en todas las otras cuestiones. Nunca había llegado tarde con un manuscrito, y mi trabajo rara vez necesitaba más de una mínima revisión. Eran afortunados de tenerme, aún si los misterios de asesinatos bíblicos no eran grandes hacedores de dinero, particularmente cuando se escribe en un tono sabelotodo. Al Envenenador de Salomón le había ido mejor incluso que los libros previos. Por supuesto, tenías que ponerlo en perspectiva. Yo no era Agatha Christie. Pero si ellos no hicieran dinero no me comprarían, y yo no me iba a preocupar por ello. Tenía bastante tiempo para llegar al banco, e incluso poder desviarme un poco para agarrar un perro caliente de un vendedor ambulante, pero no había una maldita cosa que pudiera hacer con mis estúpidos zapatos. Vanidad, mi convencional madre habría dicho… no es que fuera a dejar los confines de su renacida fortaleza de Idaho para verme. Hidelgarde Watson no confiaba en nada y en nadie, se había retirado a un complejo habitacional lleno con otros locos fundamentalistas donde incluso su propia hija pecaminosa no era bien recibida. Gracias a Dios. No necesitaba que mi madre me dijera cuán vanidosa era yo. Lo aceptaba. Los tacones de diez centímetros hacían lucir fantásticas mis piernas, lo que consideraba digno de cualquier cantidad de dolor. Además de eso, me elevaban a una altura más imponente que mi miserable metro sesenta, una ventaja frente a los editores obstinados de mediana edad a los que les gustaba tratarme como una niña linda.
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Sin embargo, los malditos tacones de aguja dolían a lo loco, y no había sido lo bastante inteligente para dejar un par más cómodo en mi trabajo temporal. Había estado cojeando todo el día sin siquiera una bandita para proteger mis pobres pies heridos. Sentiría lástima por mí misma si no lo hubiera hecho a propósito. Había aprendido desde temprano que la mejor manera de lograr lo que fuera era apretar los dientes y hacer tu camino hacia ello luchando con la mejor gracia que uno puede reunir, y usar estos malditos zapatos, los que me habían costado casi ciento ochenta dólares, rebajados, era la única manera que había conseguido para sentirme cómoda en ellos. Además, era viernes, tenía toda la intención de pasar el fin de semana con los pies en alto, trabajando en mi nuevo libro, “La venganza de Ruth”. Para el lunes, las ampollas habrían sanado bastante, y si tan sólo pudiera aguantarlos por dos días más, me habría acostumbrado a ellos. La belleza valía la pena el dolor, sin importar lo que mi madre dijera. Tal vez en algún momento sería capaz de mantenerme con mi propia escritura y no tendría que lidiar con trabajos temporales. Las series de misterio mordaces desacreditando el Viejo Testamento Judío-Cristiano no estaban en lo más alto en el medidor de interés público. Por ahora, no tenía opción excepto que complementar mis escasos ingresos, haciendo incluso mis fines de semana valiosos. ―¿No te deberías estar yendo, Allie? ―Elena, mi supervisora de trabajo, me miró―. No tendrás tiempo para llegar al banco si no te marchas ahora mismo. Mierda. Dos meses y ya Elena me había fichado como alguien crónicamente tardía. ― No volveré ―dije mientras cojeaba hacia el ascensor. Saludé ausentemente a Elena, y momentos después estuve sola en el ascensor, iniciando el descenso del piso sesenta y tres. Podía arriesgarme a quitarme los zapatos, sólo por unos momentos de bendito alivio, pero con mi suerte alguien pronto se uniría y tendría que empujármelos de vuelta. Me incliné contra la pared, tratando de cambiar mi peso de un pie a otro. Piernas fantásticas, me recordé. Fuera de las ventanas del sexagésimo tercer piso, el sol había estado brillando intensamente. En el momento en pasé la puerta automática del lobby a la acera, escuché un fuerte estruendo de trueno, y alcé la vista para ver nubes oscuras arremolinándose en el cielo. La tormenta parecía venir de la nada. Era una tarde fría de octubre, con Halloween a tan sólo unos días. Las aceras estaban ocupadas como de costumbre, y el banco estaba cruzando la calle. Siempre podía caminar y comer un perro caliente al mismo tiempo, pensé, dirigiéndome al carrito de almuerzos. Lo había hecho a menudo. Con mi suerte tendría que hacer fila. Salté nerviosamente, cambiando mi peso, y el hombre enfrente de mí se dio la vuelta.
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Había vivido en Nueva York el tiempo suficiente para que se convirtiera en un hábito no mirar a las personas en la calle. Acá, en medio de la ciudad, la mayoría de las mujeres eran más altas, más delgadas, y mejor vestidas que yo, y no me gustaba sentirme inadecuada. Nunca había hecho contacto de ojos con nadie, ni siquiera con Harvey, el señor de los perros calientes, quien me había servido diariamente por los dos últimos meses. Entonces, ¿por qué estaba levantando la vista, hacia arriba, a un par de ojos que eran…? Dios, ¿de qué color eran? Una extraña tonalidad entre negro y gris, salteado con estrías de luz que parecían casi plateados. Probablemente me estaba comportando como una tonta, pero no pude evitarlo. Nunca en mi vida había visto ese color, aunque eso no debería sorprenderme ya que había evitado buscarlo en primer lugar. Pero aún más sorprendente, esos ojos estaban mirándome cuidadosamente. Ojos hermosos en un bello rostro, me di cuenta tardíamente. No me gustaban los hombres que eran muy atractivos, y ese término era ligero cuando se refería al hombre mirándome hacia abajo, a pesar de mis tacones de diez centímetros. Era casi angelicalmente guapo, con sus altos pómulos, su nariz aquilina, su cabello veteado de marrón y dorado. Precisamente, el tono leonado que había tratado que mi colorista duplicara, y siempre se había quedado lamentablemente corta. ―¿Quién te hace el pelo? ―solté, tratando de alejar el sobresalto de su abstracción. ―Soy tal como Dios me hizo ―dijo, y su voz era tan hermosa como su rostro. De tono bajo y musical, el tipo de voz para seducir a un santo―. Con unas cuantas modificaciones ―agregó, con un giro de humor oscuro que no pude entender. Su hermoso cabello demasiado largo ―odiaba el cabello largo en los hombres―. Sobre él parecía perfecto, al igual que la chaqueta de cuero oscuro, los jeans negros, la camisa oscura. No muy apropiado para usar en la ciudad, pensé, tratando de armarme de desaprobación y fallando porque él lucía tan malditamente bien. ―Ya que no parece que tenga mucha prisa como la tengo yo, ¿cree que podría dejarme adelantar? Hubo otro ruido de trueno, reverberando a través del cemento y los cañones de acero alrededor nuestro, me estremecí. Las tormentas en la ciudad me ponían nerviosa, parecían tan cercanas. Siempre parecía como si los rayos serpenteando entre los altos edificios me encontrarían como un blanco más fácil. El hombre ni siquiera parpadeó. Miró a través de la calle, como calculando algo. ―Son casi las tres ―dijo―. Si quieres que tu depósito entre hoy, tendrás que saltarte el perro caliente. Me congelé. ―¿Qué depósito? ―exigí, completamente paranoica. Dios, ¿qué estaba haciendo al mantener una conversación con un hombre extraño? Nunca debería haberle prestado atención. Pude haber vivido sin el perro caliente.
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―Estás sosteniendo una bolsa de depósito del banco ―dijo suavemente. Oh. Sí. Reí nerviosamente. Debería avergonzarme de mi paranoia, pero por alguna razón no había comenzado a disiparse. Me permití otra mirada furtiva al extraño. Al infierno con el perro caliente, mi mejor apuesta era de este extraño-demasiadoatractivo, entregar el depósito, y esperar que, por Dios pudiera encontrar un taxi para atravesar la ciudad para mi reunión. Ya estaba diez minutos tarde. Todavía estaba mirándome. ―Tienes razón ―dije. Otro ruido de trueno, y las nubes se abrieron. Yo llevaba un traje de seda rojo que en realidad no podía permitirme, incluso en la liquidación de Saks. Vanidad otra vez. Sin una mirada hacia atrás, salí a la calle, que momentáneamente estuvo libre de tráfico. Sucedió en cámara lenta, sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Uno de mis tacones altos se quebró, mi tobillo se torció, y la lluvia repentina estuvo convirtiendo la basura de la calle en un río de mugre. Me resbalé, cayendo sobre una rodilla, y pude sentir mis medias rasgarse, mi falda cortarse, mi cabello cuidadosamente arreglado luciendo mustio y mojado alrededor de mis orejas. Miré hacia arriba, y ahí estaba, un autobús urbano listo para golpearme. Otro ruido de trueno, el chisporroteo brillante blanco de un rayo, y todo se volvió tranquilo y calmo. Sólo por un momento. Y después hubo un borrón de ruido y acción. Pude escuchar a las personas gritando, y para mi asombro el dinero flotaba en el aire como hojas otoñales, arremolinándose bajo la pesada lluvia. El autobús se había detenido, inclinado en la calle, y las bocinas estaban sonando, las personas estaban maldiciendo, y en la distancia pude escuchar el grito de las sirenas. Una respuesta bastante malditamente rápida para lo que es Nueva York, pensé ausentemente. El hombre estaba parado junto a mí, aquel guapo del puesto de los perros calientes. Estaba terminando un perrito caliente, completamente a gusto, y recordé que estaba hambrienta. Si iba a ser detenida por un accidente de autobús, podría conseguir un perro caliente. Pero por alguna razón, no quise darme la vuelta. ―¿Qué pasó? ―le pregunté. Era lo bastante alto como para ver sobre la multitud de personas que se habían agrupado alrededor del frente del autobús―. ¿Alguien resultó herido? ―Si ―dijo en esa voz rica y seductora―. Alguien resultó asesinado. Empecé a ir hacia la multitud, curiosa, pero agarró mi brazo. ―No quieres ir ahí ―dijo―. No hay necesidad de que pases por eso.
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¿Pasar por eso? pensé, molesta, mirando a la multitud. Miré al extraño, y tuve la extraña sensación de que se había vuelto más alto. Súbitamente, me di cuenta que mis pies ya no dolían más y bajé la vista. Era una sensación rara y desorientadora. Estaba descalza, y si no supiera que era imposible, habría dicho que había grueso césped verde debajo de mis pies. Alcé nuevamente la vista a la escena empapada de lluvia delante de mí, y el tiempo pareció sufrí un cambio errático y extraño. La ambulancia había llegado, también la policía, y las personas estaban siendo echadas del medio. Pensé que alcancé a ver a la víctima, sólo un breve vistazo de mi pierna, usando mi zapato, el tacón roto. ―No ―dijo el hombre junto a mí, y puso una mano sobre mi brazo antes de que pudiera alejarme. La luz brillante me estaba cegando, deslumbrando, y estuve en un túnel, la luz pasándome rápidamente, el único sonido del zumbido del espacio al moverse a una velocidad vertiginosa. La Montaña del Espacio, pensé, pero esto no era un paseo de Disney. Se detuvo tan abruptamente como había empezado, y me sentí enferma. Estaba desorientada y falta de aliento; miré a mi alrededor, tratando de orientarme. El hombre todavía sostenía mi brazo sin apretar, y lo sacudí para liberarlo, tropezando lejos de él. Estábamos en el bosque, en alguna especie de claro en la base de un acantilado, y ya estaba oscureciendo. La sensación enfermiza de mi estómago empezó a extenderse al resto de mi cuerpo. Tomé una respiración profunda. Todo se sentía raro, como sí se tratara del decorado de una película. Las cosas parecían bien, pero todo parecía artificial, sin olores, sin sensación de tacto. Era una ilusión. Todo estaba mal. Contoneé mis pies, después me di cuenta que todavía estaban descalzos. Mi cabello colgaba pesado sobre mis hombros, lo que no tenía sentido ya que lo tenía corto. Levanté una hebra, y vi que en vez de su color cuidadosamente teñido con reflejos y estriado, era marrón nuevamente, el plano y ordinario marrón que había gastado una fortuna tratando de disimular, el mismo plano y ordinario marrón igual que mis ojos. Mis ropas eran diferentes también, y el cambio no fue para mejor. Holgadas, sin forma, incoloras, eran tan poco atractivas como un sudario. Luché a través de las brumas de confusión, mi mente se sentía como si estuviera llena con algodón de azúcar. Algo estaba mal. Algo estaba muy mal. ―No luches ―el hombre a mi lado dijo en una remota voz―. Sólo lo hace peor. Si has vivido una buena vida, no tienes nada que temer. Lo miré con horror. Un rayo dividió el cielo, seguido de un trueno que sacudió la tierra. La cara de roca sólida frente a nosotros empezó a gemir, un profundo, desgarrador sonido que reverberó en los cielos. Empezó a separarse, y recordé algo de la teología cristiana
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acerca de piedras moviéndose y Cristo levantándose de la muerte. El único problema era que soy judía, como mi fundamentalista madre cristiana lo había sido la mayor parte de su vida, y yo era no practicante en eso. No pensaba que el levantamiento de los muertos era lo que estaba pasando aquí. ―El autobús ―dije terminantemente―. Fui golpeada por el autobús. Estoy muerta, ¿no? ―Sí. Controlé mi instintivo estremecimiento. Claramente él no creía en amortiguar los golpes. ―¿Y qué tiene que ver contigo? ¿Sr. Jordan1? Pareció carente de expresión, y lo miré. ―Eres un ángel ―aclaré―. Uno que cometió un error. Sabes, ¿cómo en la película? No debería estar muerta. ―No hay ningún error ―dijo, y tomó mi brazo nuevamente. Segura como el infierno que no iba a seguirle tranquilamente. ―¿Eres un ángel? ―exigí. No se sentía como uno. Se sentía como un hombre, un hombre claramente real, y ¿por qué demonios estaba sintiéndome súbitamente alerta, viva, despierta, cuando él me aseguraba que estaba muerta? Sus ojos estaba sesgados, casi cerrados. ―Entre otras cosas. Patearlo en la espinilla y correr como el demonio parecía un excelente plan, pero estaba descalza y mi cuerpo no se sentía cooperativo. Tan hambrienta y desesperada como estaba yo, todavía parecía que quería tocarme, aun cuando sabía que él no tenía nada bueno en mente. Los ángeles no tenían sexo, ¿no? Ni siquiera tenían órganos sexuales, de acuerdo con la película Dogma. Me encontré mirando su entrepierna, después rápidamente aparté la vista. ¿Qué demonios estaba haciendo mirando el bulto de un ángel cuando yo estaba a punto de morir? Oh, sí, lo había olvidado ―ya estaba muerta―. Y toda mi voluntad pareció esfumarse. Me atrajo hacia la grieta del muro, y supe con súbita claridad que se cerraría detrás de mí como algo sacado de una cursi película, sin dejar rastro de que yo había existido. Una vez que lo atravesara, todo acabaría. ―Hasta aquí llego yo ―dijo, su rica, cálida voz como música. Y con un suave tirón de mi brazo, me impulsó hacia delante, empujándome en el interior del abismo.
1 Sr. Jordan: personaje de una película en el que el boxeador es, por error, llevado al Cielo antes de tiempo, por lo que consigue una segunda oportunidad en la Tierra. 14
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Capítulo 2 Traducción por ~NightW~ Corregido por Angeles Rangel
L
a mujer estaba luchando conmigo. Podía sentir su resistencia en mi brazo, algo que no puedo recordar haber sentido antes de cualquiera de las innumerables personas a las que he traído en este viaje. Era fuerte. Pero Uriel, el gobernante de los cielos, era infalible, o al menos se las había arreglado para convencer casi a todo el mundo, de manera que esto no podía ser un error, sin importar lo que se sentía. Ella era justo como muchos otros a los que había traído aquí. Las personas despojadas de su artificio, conmocionados y necesitados, mientras los agolpaba en su próxima vida como un pastor de la antigüedad, sin perder mucho durante el proceso. Estos humanos simplemente se movían a través de los escenarios de la existencia, y estaba en su naturaleza luchar. Pero esta mujer era diferente. Yo lo sabía, ya sea que quisiera admitirlo o no. Ella debería haber estado en el anonimato, como todos los otros. En lugar de eso miré hacia abajo, hacia ella, intentando ver lo que se me escapaba. No era nada especial. Con su rostro lavado libre de maquillaje, y el cabello suelto sobre los hombros, se parecía a las otras miles. La ropa holgada que ahora llevaba escondía su cuerpo, pero no importaba. No me importaban las mujeres, en particular las mujeres humanas. Había renunciado a ellas por la eternidad, o por el tiempo en el que Uriel me mantuviera vivo. Ésta debería ser tan interesante para mí como un pez de colores. En lugar de eso, reaccioné a ella como sí de alguna manera me importara. Quizás Azazel estaba en lo correcto, y tomar posesión de las mujeres y el sexo había sido una mala idea. Argumentaba que el celibato era un estado poco saludable para todas las criaturas, grandes y pequeñas. Era incluso peor para los Caídos. Nuestra especie necesitaba el sexo tanto como necesitábamos sangre, y yo tenía la intención de mantenerme alejado de ambos. Y en lugar de hacerme las cosas cada vez más fáciles, esta mujer se resistía. No le presté atención a mi hambre, no tenía nada que ver con ella, y yo podía ignorar lo que había estado ignorando durante tanto tiempo. Pero de alguna manera, ella era capaz de luchar cuando nadie más podía, y eso era algo que no podía ignorar. No había duda, se suponía que Allegra Watson estuviera aquí. Yo había estado de pie, esperando, mientas ella daba un paso frente al autobús en movimiento, hasta el momento de su muerte, ni un segundo antes.
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Nunca me quedé. No había necesidad de que sufriera, su destino había sido ordenado y no había suspensiones de última hora. Había visto el éxito del autobús sobre ella, esperando el tiempo suficiente para sentir su fuerza vital empezar a parpadear. Y luego se acabó. Algunos discutieron que lo hice de inmediato. En general, los abogados eran los principales dolores en el culo, al igual que los corredores de bolsa. Me maldijeron, pero ellos no se dirigían hacia donde Allie lo hacía. Los abogados y corredores de bolsa y los políticos de manera uniforme se iban al infierno, y nunca me importó escoltarlos. Los llevaba al lado oscuro, empujándolos hacia el precipicio sin detenerme a pensar tan siquiera un momento. Siempre les sorprendió, aquellos que fueron desterrados. En primer lugar no podían creer que realmente pudieran morir, y cuando el infierno se alzaba sobre ellos, se asombraban, indignados. ―No creo en el infierno ―habían dicho muchos de ellos, y siempre trataba de resistir el impulso de decirles que el infierno existía en ellos. A veces, incluso con éxito. ―Eres un ángel maldito ―dijo uno una vez, sin darse cuenta muy bien que tan cierto era lo que decía―. ¿Por qué me envías al infierno? Nunca me molesté en darles la respuesta directa. Qué era porque se lo merecían, que su vida había estado llena de cosas despreciables, imperdonables. No me importaba lo suficiente. Un ángel maldito, por cierto. ¿Qué otra cosa podría ser un ángel caído, un ser maldito por Dios y su administrador, el arcángel Uriel? A medida que el hombre se había desarrollado y el libre albedrio había entrado en escena, el Ser Supremo había desaparecido, abandonado a aquellos en el cielo y el infierno y en cualquier parte del intermedio, dejando a Uriel para llevar a cabo sus órdenes, e imponer su voluntad poderosa. Uriel, el último de los grandes arcángeles en resistir la tentación, el orgullo y la lujuria, el único que no paraba de dar vueltas en la tierra. La maldición de mi clase había sido clara: la vida eterna acompañada de la condenación eterna. “Y ustedes no tendrán paz ni perdón de los pecados: y a medida en que se recreen en sus niños, el asesinato de sus seres amados tendrán que soportar, y sobre la destrucción de sus niños se lamentará, suplicando hasta la eternidad, pero la piedad y la paz no la alcanzarán”. Éramos los marginados, los Comedores de sangre. Éramos los Caídos, viviendo nuestra eternidad bajo las reglas establecidas. Pero estaban los otros, los Comedores de carne, que habían llegado después de nosotros. Los soldados ángeles que fueron enviados a castigarnos en lugar de caer como nosotros lo hicimos. Eran incapaces de sentir y estaban enloquecidos por ello. Los Nefilims, aquellos que arrancaban la carne viva y la devoraban, eran un horror diferente frente a todo lo
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antes visto en la tierra, y el sonido de sus gritos en la oscuridad descargaba terror en aquellos que se quedaban, aquellos de nosotros que tenemos sólo media vida. Habíamos tomado la mitad de la maldición: vivir para siempre, mientras que veíamos morir a nuestras mujeres, y convertirse en Comedores de sangre. Mientras que los Nefilims conocían el hambre en su modo más oscuro, un hambre de carne que sólo podían ser alimentados con la muerte y el terror. Esta ha sido nuestra suerte. Dos de los más antiguos tabúes terrenales… alimentarse de carne humana y beber sangre humana. Ninguno podía sobrevivir sin eso, aunque nosotros los Caídos habíamos aprendido a regular nuestras feroces necesidades, tan bien como las otras necesidades nos manejaban, que nos habían expulsado de la gracia desde el comienzo, antes de que el tiempo pudiera siquiera ser contado. Al final los Caídos habían hecho las paces con Uriel. A cambio de la tarea de recoger las almas, se nos permitía por lo menos un grado de autonomía. Uriel había decidido limpiar a los Caídos de la faz de esta tierra, pero el Ser Supremo había, por una vez, intervenido, deteniendo nuestra ejecución. Y aunque no hubo reversión de las maldiciones ya existentes, no habría ninguna nueva contra nosotros. Lo cual nos trajo un poco de alegría. Mientras continuáramos con nuestro trabajo, se mantendría el status. Los Nefilims aún nos cazaban durante la noche, desgarrando, lagrimeando, devorando. Los Caídos vivirían el día a día, alimentándose del sexo y la sangre, con la necesidad de mantenerse bajo férreo control. Y Allie Watson era un alma más para ser entregada a Uriel antes que pudiera regresar a nuestro lugar oculto. Hacer el trabajo y volver antes que hubiera transcurrido mucho tiempo. Los deberes de un Ángel Caído nunca habían fallado. Nunca habían sido tentados. Pero hubo incluso un momento cuando me apresuré a volver a la mujer que amaba. Pero ha habido demasiadas mujeres. No habría más. Tenía una razón y sólo una razón por sí sola para no recaer. No podía soportar los seres humanos. Esta criatura en particular, no era diferente, aunque no podía entender tenía fortaleza para resistir mi decisión, incluso siendo una pequeña cantidad de resistencia que sentía bajo mis manos. Su piel era suave, lo cual era una distracción. No quería pensar en su piel, o el miedo inconfundible en sus ojos castaños ricos. Podría haberla tranquilizado, pero nunca antes había tenido la tentación de intervenir, y no estaba dispuesto a hacer una excepción por esta mujer. Pero quería, lo cual me molestaba. Quería hacer algo más que eso. Me temblaban las manos por la necesidad. Miré hacia abajo a su cara llena de pánico y quise confortarla, al mismo tiempo que quería alimentarme, y follarla. Mantenía todas las necesidades bajo llave. Ella no necesitaba nada de mí. Sí lo hacía, tendría que prescindir.
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Pero entre más fuerte era su pánico, más fuerte era mi hambre, y cedí ante el más seguro de mis impulsos. ―No tengas miedo―, dije, con la voz que me había sido dada para calmar el miedo de las criaturas―. Vas a estar bien. ―Y tiré de ella hacia adelante, girándola hacia la oscuridad, liberándola a medida que yo daba un paso atrás. Fue sólo en el último momento que pude ver las llamas. La oí gritar, y la agarré sin pensarlo, arrastrándola de vuelta. Sentí el fuego mortal dorar mi carne, y entonces supe lo que había estado esperando por mí, en la oscuridad. El fuego era la muerte de mi clase, y la llama había saltado a mi carne al igual que un Mante hambriento. Tiré de la mujer fuera de las fauces oscuras y hambrientas que deberían haber sido a lo que los humanos se referían como el cielo, sellando mi propio viaje a un infierno que no tendría fin. Caímos hacia atrás, contra el suelo con su cuerpo suave tendido sobre mí, y al instante me puse duro, mi carne rebelde ignorando todo lo que había estado tratando de decir durante décadas, opacando el dolor mientras un deseo puro e inefable flameaba a través de mí, sólo para ser expulsado un momento después. Un aullido inhumano de rabia hizo eco por encima de las llamas. Un momento después, las rocas se cerraron con un ruido espantoso de molienda, y luego no hubo nada más que silencio. No podía moverme. La agonía en mi brazo era indescriptible, acabando con mi reacción momentánea del cuerpo blando de la mujer tendida sobre el mío, y por un momento casi pude ser feliz. Las llamas ya no estaban pero sabía lo que el fuego le podía hacer a mi especie. Una lenta y agonizante muerte. Era una de las pocas cosas que podían matarnos, eso y las formas tradicionales de eliminar a los Comedores de sangre. La decapitación podría matarnos tan cierto como que mataría a un ser humano. Así como la pequeña quemadura en el brazo. Sí tan sólo me hubiera detenido a pensar, la hubiera dejado ir. ¿Quién sabía lo que había pasado en su corta vida, los crímenes que había cometido, la miseria que había infligido en los otros? No estaba en mí juzgar, simplemente era el transporte. ¿Por qué no había recordado eso, para simplemente dejarla caer? Pero así como yo sentía el dolor alejando cualquier apariencia de sentido común, no pude dejar de recordar el número de almas inocentes a las cuales traje hasta aquí, al parecer gente buena, les aseguré que iban a un lugar en el cuál alcanzarían paz. En su lugar, había sido un infierno, el mismo infierno al que había llevado a los abogados y corredores de bolsa. No era un problema temporal. Conocía muy bien a Uriel. El infierno y su fuego eran sus construcciones, y yo sabía, por instinto, que se nos había ofrecido otra alternativa cuando nos entregó nuestros cargos. Sin saberlo, Yo había estado condenando a los inocentes a la condenación eterna. “El pecado de orgullo”, dijo Uriel plácidamente, con gran dolor. La hipocresía cósmica sacudiría su cabeza por encima de mí y mis muchos defectos. Para cuestionar la palabra 18
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del Ser Supremo y al emisario que había elegido para cumplir un acto de sacrilegio primordial. En otras palabras, “haz lo que te dicen y no hagas preguntas”. Nuestra incapacidad para hacerlo era en primer lugar la razón por la que habíamos caído. Y yo había hecho más que preguntar ―había contravenido su palabra―. Estaba hundido en la mierda hasta el cuello. La noche estaba cayendo a nuestro alrededor. La mujer se soltó de mi agarre, luchando lejos como si fuera el propio Uriel. Intenté encontrar mi voz, para decir algo que la tranquilizara, pero el dolor era demasiado fuerte. Lo mejor que podía hacer era apretar los dientes para no gritar por la agonía. Ella estaba a medio camino a través del claro, acurrucada en el suelo, mirándome con incredulidad y horror. Me di cuenta demasiado tarde que un grito silencioso estaba de vuelta en mis labios, y que ella podía ver mis colmillos alargados. ―¿Qué, en el nombre de Dios, eres? ―Su voz era un poco más que un grito ahogado de horror. Ignoré su pregunta, tenía cosas más importantes con las que lidiar. Tenía que juntar todo mi auto-control o estaría condenado. Si no lo hacía, no sería capaz de salvarme a mí mismo en este punto, y tampoco podría salvarla, no es como si particularmente me importara. En primer lugar, ella era la que me había metido en esto. Ella iba a tener que ayudarme a salir de esta, ya sea que quisiera o no. Me estremecí, forzando a la agonía a quedarse en mi garganta. En unos pocos minutos no sería capaz de hacer siquiera eso; unos cuantos minutos más y estaría inconsciente. Por la mañana, probablemente estaría muerto. ¿Acaso me importaba? No estaba seguro de si importaba de una manera u otra. Pero no quería dejarla atrás, donde los Nefilims podrían tomarla. Preferiría acabarla yo mismo antes de que ellos desgarren su cuerpo en pedazos, mientras ella grita pidiendo una ayuda que nunca llegaría. Aspiré aire profundamente. ―Necesito… hacer una… fogata. ―Me las arreglé para decir, sintiendo la oscuridad cerniéndose pulgada a pulgada, podía escuchar a los monstruos nocturnos del bosque, el gruñido bajo y gutural de los Nefilims. La rasgarían en pedazos frente a mí, y yo estaría paralizado, incapaz de hacer nada salvo escuchar sus gritos mientras se la comían viva. Las cosas estaban empezando a desvanecerse, y la nada me llamaba, una canción de sirena tan tentadora que quería dejarme ir, a la deriva de ese hermoso lugar, un lugar cálido, dulce, donde ya no habría dolor. Me las arreglé para mirarla; ella estaba enroscada en sí misma, sin moverse. Probablemente lloriqueando, pensé vertiginosamente. Humanos inútiles, quienes de todas formas, pertenecen al infierno. Y entonces levantó la cabeza, mirándome, y pude leer sus pensamientos fácilmente. Iba a correr, y no podía culparla. No duraría menos de cinco minutos allí afuera en la oscuridad,
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pero con suerte, yo estaría inconsciente para cuando ellos empezaran a despedazar su carne fresca hasta sus huesos. No quería escuchar los sonidos de sus gritos mientras moría. Un intento más, y entonces me dejaría ir. Intenté levantarme, sacando el último gramo de fuerza de mi cuerpo envenenado, tratando de advertirle. ―No lo hagas… ―dije―. Necesitas fuego… para asustarlos. Ella se levantó, primero sobre sus rodillas, luego sobre sus pies descalzos, y se movió. No había nada más que pudiera hacer. Estaba asustada, y huiría. ―¿Y cómo se supone que debo empezar el fuego? ―dijo, su voz caustica―. No tengo cerillas y no soy exactamente del tipo de acampar. Podría arreglármelas para tragarme las palabras. ―Hojas ―jadeé―. Las ramas. Ramas. Para mi sorpresa, empezó a reunir el combustible de los alrededores, y en pocos minutos hubo un montoncito ordenado, con ramas y troncos a los lados. Lo último de la penumbra se iba desvaneciendo, y yo podía oírlos más allá del claro, lo raro, arrastrando su sonido, el hedor terrible de la descomposición de carne y sangre vieja. Ella me miraba, expectante, impaciente. ―¿Fuego? ―dijo. ―Mi… brazo ―dije apenas ahogadamente. La última gota de energía se desvaneció y la bendita oscuridad me penetró. Y mi último pensamiento ahora dependía de ella. Había hecho todo lo que podía. Y la noche se cerró en torno a nosotros.
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Capítulo 3 Traducido por littlegirl Corregido por masi
É
l había perdido el conocimiento. Me le quedé mirando fijamente, desgarrada. Debería dejarle, pensé. No le debía nada, y si yo tuviera algo de sentido común me largaría rápidamente de allí y lo dejaría a su suerte.
Pero podía oír los ruidos en la oscuridad, y estos hacían que se me helara la sangre. Sonaban como una especie de animal salvaje, y la verdad es que nunca había sido una Chica de Campo. Mi idea de ir sin comodidades era ir sin maquillaje. Sí a esas criaturas de ahí fuera les gustaba comer carne, entonces ellas tenían la cena tendida en el suelo, esperándoles. Incluso olía como si estuviera ya ligeramente asado. Yo no le debía nada. ¿Y qué pasa si él me había alejado de las fauces del infierno… o lo que eso fuera? Fue el único que me empujó allí en primer lugar. Además, sólo había quedado un poco chamuscado, y actuaba como si tuviera quemaduras de tercer grado en la mayor parte del cuerpo. Era una reina del drama, y después de mi madre y mi último novio había tenido suficiente de aquello para que me durara toda la vida. Demonios, ¿quién era yo para bromear? Ya sea que lo mereciera o no, no iba a dejarlo como alimento para los lobos o lo que fueran. No podía hacerle eso a otro ser humano, si eso es lo que era. A pesar de que yo todavía no tenía ni idea de cómo iba a encender el maldito fuego. Me acerqué, mirándolo. Estaba inconsciente, y en la quietud, la belleza sobrenatural de su rostro era casi tan inquietante como la inequívoca evidencia de colmillos que su mueca de dolor había expuesto. ¿Era un Vampiro? ¿Un ángel? ¿Un demonio del infierno o una criatura de Dios? —Mierda —murmuré, arrodillándome junto a él para obtener una mejor vista de la quemadura de su brazo. La piel era suave, ligeramente brillante, pero no había ampollas, no había carne quemada. Él no era más que un bebé grande. Lo cogí para zarandearlo, y luego tiré de mi brazo hacia atrás con otro—: Mierda. —Mientras me daba cuenta de que, bajo la piel suave, el fuego quemaba. Eso era imposible. Parecía como si brasas estuvieran brillando intensamente debajo de la piel, y el misterioso resplandor estaba sacando una cantidad impresionante de calor. Hubo un sonido de arrastrado de pies entre la maleza, y me congelé. Mi comatoso secuestrador-salvador no era la más alta prioridad. El peligro en la oscuridad de más allá era peor. Lo que había allí era malo, antiguo, y sin alma, algo sucio e indescriptible. Podía
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sentirlo en la boca del estómago, un terror sin nombre que parecía sacado de una novela de Stephen King. Esto sólo estaba mal. Yo escribía misterios acogedores, no novelas de terror. ¿Qué hacía yo en el equivalente de una película de terror japonesa? No es que hubiera habido nada de sangre aún. Pero podía olerla en al aire nocturno, y eso me enfermaba. Miré la pequeña pila de ramas y pasto que había amontado. Las yemas de mis dedos estaban quemadas, y en un impulso recogí algunas hojas secas y las puse contra su brazo. Éstas estallaron en llamas, y las solté, sorprendida; cayeron sobre la improvisada hoguera, encendiéndola. El fuego era brillante, las llamas tiraban hacia arriba en el cielo. Pero la oscuridad se había cerrado en torno a nosotros, y los monstruos estaban esperando todavía. Puse más hojas en la parte superior del fuego, agregué ramitas y ramas, escuchando el crepitar tranquilizador a medida que caían. Fue sólo el sentido común, usar el fuego para ahuyentar a los depredadores carnívoros en la oscuridad. Incluso los hombres de las cavernas lo habían hecho. Por supuesto, los hombres de las cavernas no habían iniciado los fuegos con la piel quemada de una criatura con colmillos, pero yo estaba manejando las cosas lo mejor que podía. Infiernos, tal vez los dientes de sable también habían tenido fuego bajo la piel. Me levanté, volviéndome hacia mi propio y personal tigre dientes de sable. Estábamos demasiado cerca del fuego, tan cerca que mi compañero estallaría en llamas si se quedaba ahí. Si pudiera tirar de él hacia la pared de roca, podríamos estar seguros, y sería más fácil defender un solo lado del claro. Lo cogí por debajo de los hombros y tiré de él. —Vamos, Drácula —murmuré—. Eres demasiado grande para mí como para moverte por mi cuenta. Necesito un poco de ayuda aquí. No se movió. Bajé la vista hacia él, frustrada. No era enorme, más largo en las extremidades y elegante que abultado; y mientras no desperdiciaría mi tiempo y dinero limitados persiguiendo el cuerpo perfecto en uno de muchos clubes de fitness de Manhattan, yo era lo suficientemente fuerte. Debería haber sido capaz de arrastrarle a poca distancia del fuego. Nada tenía sentido, y todas las explicaciones posibles lo ponían de una manera bastante desagradable. Aún así, no podía dejarle morir. No pude conseguir un agarre lo suficientemente bueno sobre su cuerpo, así que lo cogí de la chaqueta y tiré. Era inesperadamente pesado, aunque no debería haberme sorprendido, el hombre era mucho más alto que mis escasos 160 centímetros, y había sentido la fuerza en su mano cuando me había impulsado hacia él… No podía recordar. Cinco minutos más tarde y yo no recordaba absolutamente nada. No sabía cómo se las había arreglado para quemarse, o lo que él estaba intentado hacer. Era
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un espacio en blanco. Todo estaba en blanco. Lo último que recordaba era estar bajando de la acera frente el edificio de oficinas, en mi camino para cumplir con mis editores. Iban a estar molestos como el infierno de que les diera plantón otra vez. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? ¿Días, semanas, meses? El atrevido pelo corto en el que me había gastado una fortuna era ahora una melena rebelde colgando en mis hombros, y pude ver que tenía su color ratoníl original, en lugar del moreno con mechas rubias que me había teñido. Lo que sin duda no podría haber ocurrido en cuestión de horas. ¿Cuánto tiempo me había ido? Su pesado cuerpo finalmente empezó a ceder, lo arrastré por el suelo cuanto pude hasta que dejó escapar un grito de dolor. Lo dejé estar, de cuclillas junto a él, mirando su carne quemada. Era de lo más extraño, parecía que había fuego debajo de su piel, como si sus huesos estuvieran ardiendo en ascuas. Todo su cuerpo irradiaba calor, pero solo su brazo era doloroso al tacto. La noche se había enfriado considerablemente, y la ropa sin forma que llevaba no estaba hecha para las noches de otoño. Mi paciente se estremeció cuando eché más leña al fuego. Gracias a Dios, había cogido una brazada de ramas. Los merodeadores nocturnos parecían haber desaparecido, pero no había garantías de que no fueran a volver si yo era tan tonta como para dejar que el fuego se apagara. Los lobos realmente no atacaban a la gente, ¿verdad? Pero, ¿quién dijo que eran lobos? Iba a ser una larga noche. Me senté de nuevo sobre los talones, estudiándole. ¿Quién era él y qué demonios había hecho por mí? Tenía que haber una explicación razonable de lo que parecían ser colmillos. Había locos por ahí que se hacían puntiagudos los dientes por lo que podían asemejarse a vampiros, yo había visto uno en televisión, en algún cadáver putrefacto en programas como CSI o Bones. No me resultaba difícil ver porque algunas personas quieren vestirse como vampiros. Después de todo, las sanguijuelas eran sexys y elegantes; ellos vestían bien y tenían claramente un montón de sexo, si creías toda la ficción. Ellos, además, no existían. Pero este hombre no tenía que disfrazarse o fingir ser lo que él no era. Estaba caliente, en todos los sentidos de la palabra. Me reí de la idea. No había nadie cerca para apreciar mi débil ingenio, pero yo siempre me las arreglaba para divertirme. —Entonces, ¿qué pasa contigo? —exigí a la figura inconsciente—. ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Me has secuestrado? —Por mi parte era optimista. Este era un hombre que claramente no necesitaba secuestrar a una mujer. Todo lo que tenía que hacer era chasquear los dedos y todas estarían haciendo cola alrededor de la manzana. No me hacía ilusiones con respecto a mi propio encanto. Yo no era un trol, y era muy aseada, pero junto a este hombre claramente era solo ordinaria. Todas los membresías
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en gimnasios del mundo no parecían poder deshacerse de los kilos no deseados que se abrazaban a mis caderas. Con la ropa, el pelo y el maquillaje adecuados, era alguien a tener en cuenta, pero aún así nunca estaría en la liga de este hombre. Ahora, vestida con un saco y cubierta de ceniza, probablemente parecía una mujer desamparada. No es que me importara. Mi única compañía estaba desmayado, presumiblemente para toda la noche. Me eché hacia atrás, estirando las piernas por delante de mí, luego me di cuenta de que estaba apoyada en la pared de piedra. Me lancé lejos de ella, presa de escalofríos. ¿No se iba a abrir, revelando una especie de horror…? No, eso era imposible. Y sin embargo, ¿de dónde venía el fuego? Me pareció que podía recordar las llamas, al igual que las llamas del infierno, antes de que él me sacara otra vez, no, la noche debía estar impulsando mi imaginación. El humo se elevaba hacia el cielo teñido de azul, y me estremecí de nuevo, envolví los brazos alrededor de mi cuerpo en un inútil intento de entrar en calor. Podía sentir la ropa fina, suelta bajo mis dedos, no era de extrañar que me estuviera congelando. Y había una deliciosa fuente de calor a mis pies. Él no era nada especial, aparte de su espectacular buen aspecto. Y yo vivía en la Villa, veía a numerosa cantidad de hombres hermosos a diario y nunca me habían hecho sentir que mis rodillas se debilitaban. Por supuesto, en la Villa, la mayoría de los hombres evidentemente no estaban disponibles, pero eso no significa que yo no pudiera apreciarlos. Codiciaba seriamente a Russell Crowe, y muy poco probable que él encontrara el camino hacia mi cama. Éste hombre no era mi tipo. A mí me gustaban los hombres robustos, un poco tirando a fornido, con hombros anchos y la altura promedio para que no me hicieran sentir pequeña e intrascendente. Odiaba que se cernieran sobre mí, y si yo pudiera haber encontrado un novio más bajo que mis 160 centímetros, me lo habría apropiado. Él tenía las pestañas dorado oscuro desplegadas en contra de sus fuertes pómulos. Incluso inconsciente, claramente aún sentía dolor. Si tan solo pudiera recordar cómo diablos había terminado yo aquí con él, podría encontrar una salida. Pero mi mente estaba en blanco, y todo lo que podía hacer era sentarme al lado del desconocido y preocuparme. Puse mi mano sobre su frente caliente, retirando un mechón de su cabello, y él murmuró algo bajito. —Silencio —murmuré—. Silencio, ahora. Encontraremos ayuda por la mañana si no estás mejor. —Yo podría caminar fuera de este sitio y encontrar a la policía, así como un hospital, y tal vez llegar a algunas respuestas sólidas. Pero mientras tanto me estaba congelando y él estaba cálido y yo no iba a ninguna parte. Y mientras yo no pudiera recordar cómo había sido herido más de lo que podía recordar 24
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cómo diablos había terminado yo aquí, tenía la convicción inequívoca de que había sido herido tratando de ayudarme. Así que se lo debía. Me acosté a su lado, el suelo estaba duro y frío debajo de mí a pesar de mi acolchado natural. Siempre me había preguntado por qué las sillas de metal me hacían daño en el trasero cuando claramente llevaba mi propio amortiguador, ya que tenía esos kilos de más, debería haber obtenido algunos beneficios. Me acerqué más al horno viviente que tenía a mi lado, apoyándome en la reconfortante sensación de su solidez. El peligroso calor se hundió en mis huesos, y dejé escapar un suspiro de felicidad. Él gimió, inquieto, y de repente se movió, rodando sobre su lado y poniendo su brazo bueno a mí alrededor. Estaba pegada a él, y él estaba caliente. Demasiado caliente. Ardiendo. Pero por alguna extraña razón, aun así él se sentía seguro. Se echó hacia atrás, aún sosteniéndome y me fui con él, dejando que apoyara mi cabeza contra su hombro. Por el momento no había nada que pudiera hacer para rescatarnos. Por el momento podía cerrar los ojos, escuchando a las criaturas salvajes que había en la oscuridad, y sabía que estaba a salvo. No podía recordar nada, todo estaba perdido y difuso. Yo era como el pez en Buscando a Nemo, dos segundos después y el pensamiento se había ido. Sólo sabía una cosa. Tumbada en los brazos de este hombre estaba bien, y no había otro lugar en el que quisiera estar. No de vuelta a mi apartamento en la Villa, no haciendo ninguna de las miles de cosas vanas que habían parecido casi importantes hace poco tiempo. Aquí era a dónde pertenecía. Más allá de la oscuridad, las criaturas hambrientas gritaron su rabia. Y yo cerré los ojos y me dormí.
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Capítulo 4 Traducido por AMIT2 Corregido por masi
A
zazel miró hacia el cielo desde su posición privilegiada en lo alto del acantilado. Su única compañía eran las ocasionales aves nocturnas, el resto de los Caídos sabían muy bien que lo debían dejar solo en momentos como estos. Podía ser muy peligroso cuando despertaba. Cerró los ojos, tratando de concentrarse en Raziel. Había salido a una rutinaria recolección, debería haber regresado hacía horas. Pero no había rastro de él. Había estado con Raziel desde el principio de los tiempos. Eran hermanos, aunque no nacieron del vientre de una mujer. Siempre había sabido cuándo Raziel estaba en algún tipo de problema, pero ahora la conexión estaba bloqueada. Podía haber numerosas razones. Raziel podía desactivar la conexión mental en cualquier momento que quisiera, y lo hacía a menudo. Durante su trabajo. Durante el acto sexual. A pesar de que Raziel había jurado que nunca se vincularía de nuevo, y sus breves encuentros sexuales eran raros. Él podría estar bajo tierra, o atrapado en una tormenta eléctrica. Extrañas condiciones atmosféricas a veces interferían con el fuerte vínculo que había entre ellos. O podría estar muerto. No, eso era impensable. Sabría si Raziel hubiera muerto… eran una parte muy grande el uno del otro, de vuelta en las brumas de la prehistoria. Cerró los ojos, respiró profundamente, en busca de su olor, el más mínimo rastro de él. Envió su mente inquisitiva en cada dirección, y, finalmente, lo sintió. La más mínima chispa de vida… apenas aguantando. No era lo suficientemente fuerte como para pedir ayuda, pero Azazel sintió que no estaba solo. Quien quiera que estuviera con él podía ser capaz de ayudar. Todo lo que él o ella tenían que hacer era preguntar. A menos que el compañero de Raziel fuera el que lo había dejado a punto de morir, en primer lugar. Los ojos de Azazel se abrieron de golpe. Había otras personas en su fortaleza oculta que tenían diferentes dones. Otra persona podría ser capaz de precisar dónde estaba Raziel. Y si había oportunidad de salvarlo, necesitaría ayuda.
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Miró hacia el tormentoso océano, la espesa neblina se movía en la luz del día, la neblina que los mantenía ocultos a todos. Su casa estaba escondida en la costa noroeste de América del Norte, entre Estados Unidos y Canadá, envuelta en las sombras y la niebla. Sheol era seguridad, secreto, literalmente “el lugar oculto”. Un lugar donde poder vivir en paz hasta que Uriel enviara a uno de ellos para recoger una de las almas poco frecuentes que realmente necesitaban orientación. Sheol había estado en su ubicación actual durante cientos de años. Un lugar físico que albergaba tanto a los Caídos como a sus esposas humanas, aún podría ser movido si Azazel lo consideraba necesario. Pero no había manera de protegerse de la mirada hostil de Uriel. Él los encontraría, como los Nefilims harían, y la incómoda desunión continuaría. No tenían otra opción. Los Caídos vivían precariamente, condenados a la vida eterna, para ver a sus compañeros envejecer y morir mientras ellos permanecían jóvenes. Condenados a convertirse en un monstruo temido y odiado. De día eran libres. Y habían aprendido a dominar su ardiente necesidad, a controlarla y usarla. Nadie fuera de la comunidad podía entenderlo, y no esperaba que lo hicieran. La ignorancia era más segura. Guardarían sus secretos, sea cual fuera el precio. Se levantó, con sus alas extendidas detrás de él, y se elevó hasta el afloramiento rocoso en frente de la gran casa. En el momento en que aterrizó, los otros ya se habían reunido, Raphael y Michael, Gabriel y Sammael. —¿Dónde está? —exigió saber Azazel, aproximándose—. No podemos perderle. —No podemos perder a ninguno de nosotros —dijo Gabriel con expresión sombría—. Ha sido traicionado. Michael gruñó, su peligrosa ira apenas estaba bajo control. —¿Quién carajo lo traicionó? ¿Por qué Uriel no lo ha buscado? Tamlel fue el último en unirse a ellos frente al mar cuando el amanecer llegó. Ellos eran los más antiguos de los Caídos que todavía quedaban en la tierra, los guardianes, los protectores. Sólo Sammael era más joven. —No sé dónde está —dijo, su lenta y profunda voz plomiza—. No sé si vamos a llegar a tiempo. Está muy débil. Si tan sólo pudiera conseguir una fijación en él... Azazel ocultó su reacción tras un exterior frío, sin emociones. Si Tam no lo podía encontrar, no había ninguna esperanza. Los dones de Tamlel eran específicos, pero fuertes. Si uno de los Caídos se perdía, lo podía encontrar, hasta que la última chispa de vida se extinguía. Si la energía era demasiado débil incluso para Tam, entonces, Raziel estaba condenado.
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A menos que alguien lo encontrara y pidiera ayuda, iba a morir, incontables milenios después de que él hubiera llegado a existir. A los Caídos no se les había dado siquiera el consuelo de la muerte, sino algo mucho más terrorífico. El caer los había hecho cercanos a humanos. Las maldiciones que acompañaban al caer de la gracia, podían haber finalmente alcanzado a Raziel. No había esperanza de redención, ni siquiera la dudosa bendición del infierno de Uriel. Sólo una eternidad de agonizante nada. Azazel cerró los ojos, el dolor lo atravesó. Había tenido tantas pérdidas, pérdidas sin fin, quedaban tan pocos de los originales. Esta podría ser una pérdida más. Y entonces levantó la cabeza, y pudo sentir la luz entrar en su cuerpo de nuevo. —Creo que lo escucho —dijo en voz baja.
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Capítulo 5 Traducido por LizC Corregido por Angeles Rangel
Y
a casi amanecía, y el hombre a mi lado se estaba muriendo. Su cuerpo se sentía como si estuviera en llamas, y las brasas se habían extendido por debajo de su piel, emanando un brillo sobrenatural de color rojo que iluminaba la oscuridad después de que el fuego había muerto finalmente. No había hecho un ruido en horas; incluso sus gemidos se habían silenciado. En algún momento de la noche soltó su agarre en mí, y el calor de su piel se había vuelto insoportable. Me preguntaba por qué su ropa no había estallado en llamas. Había hecho lo que podía para enfriarlo un poco; logré despojarlo de la chaqueta de cuero y la puse debajo de su cabeza como una almohada improvisada, y luego le desabroché la camisa de mezclilla y saqué sus pantalones vaqueros, abriéndolo al aire fresco de la noche, sintiéndome extrañamente culpable por ello. La piel en su pecho y estómago era lisa, con tan sólo un débil seguimiento de vello dorado. Humano, había pensado, y me reí de mí misma por pensar en otra cosa. Levanté una mano para tocarlo, estirada inconscientemente, y tiró de mi mano, quemando. Su boca era una línea sombría de dolor. Por lo menos me ahorré la visión inquietante de aquellos dientes perturbadores. Debo haber estado alucinando, y no es de extrañar. No sabía dónde estaba, cuándo estaba, o cómo incluso había llegado hasta aquí, y la noche había estado llena de los sonidos aterradores de los depredadores. No es de extrañar que me estuviera imaginando cosas. Incluso ahora, mi cerebro no funcionaba correctamente. Una cosa estaba clara, no podría haber venido aquí por mi propia cuenta. Así qué era lógico suponer que este hombre me había traído; y siendo una chica de ciudad, no habría venido por voluntad propia. Aunque me gusta una cara bonita tanto como la del hombre al lado, estaba inexplicablemente cautelosa. ¿Entonces por qué estaba tan decidida a proteger a este hombre? ¿Este hombre que no parecía ser muy humano, con dientes o no? El resplandor del fuego debajo de su piel estaba lejos de ser normal. Sin embargo, sabía qué tenía que mantenerlo con vida, tenía que quedarme con él. La primera luz del alba comenzaba a extenderse por los altos árboles que guardaban el claro. Cualquier asquerosa cosa que había estado acechando en los arbustos se había ido hacía rato, y no había nada que me mantuviera aquí. Podría salir de este bosque, no podía durar para siempre. El hombre se estaba muriendo; no había nada que pudiera hacer por
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él excepto ver si podía encontrar ayuda. Debería salvarme a mí misma, y si él sobrevive, está bien. No era asunto mío. Pero sí lo era. Me acerqué a él, lo más cerca que pude llegar al feroz calor que ardía en el interior de sus huesos. ―Te sirvió bien ―le susurré, deseando atreverme a poner mi mano sobre él, para empujar el cabello enredado fuera de su cara sin ser quemada. Excepto que había sido herido empujándome detrás de cualquier horror qué de alguna manera había imaginado detrás de lo que era sin duda una roca sólida. No podía recordar, pero eso era lo que sabía. Había estado tratando de salvarme, y por eso le debía algo. Me acerqué a él, y el calor me quemó. Sentí lágrimas formarse en mis ojos, y parpadeé para apartarlas con impaciencia. Llorar no serviría de nada. Sí me inclinaba y las dejaba caer sobre él, chisporrotearían y se evaporarían como agua en una sartén. ―Oh, demonios ―dije con disgusto, limpiándolas―. No deberías tener que morir, no importa lo que me hiciste. ―Me acerqué, y mi cara se sentía como quemada por el sol―. Qué Dios me ayude, maldición no te me mueras ―dije con desesperación. El repentino relámpago de luz fue cegador, un trueno sacudió el suelo, y fui arrojada contra la pared de piedra. El pánico se extendió por mí, ¿y sí se volvió abrir; y si esta vez él no podía salvarme? Trepé fuera de ella, y luego volví para mirar al hombre moribundo, y supe que estaba alucinando otra vez. Su cuerpo estaba rodeado por un círculo de figuras altas, envueltas en niebla, y había alas por todas partes. Tal vez él había muerto. Debían ser ángeles que habían venido para llevárselo a... ¿dónde? Uno de ellos lo levantó sin esfuerzo, insensible al calor de su carne. Estaba congelada, incapaz de moverme. Seguro, él estaba muerto y en camino al cielo, pero no tenía ganas de acompañarlo. Yo quería vivir. Pero podía sentir sus ojos en mí, y me pregunté sí podría huir de ello. Y me pregunté si realmente quería. ―Tráela. ―Las palabras no fueron dichas en voz alta; parecían vibrar dentro de mi cabeza. Estaba preparada para pelear, preparada para correr antes de dejar que ellos pusieran sus manos sobre mí, antes de dejar que sucediera de nuevo... pero no había nada más que una cegadora luz blanca, seguida de un silencio oscuro, como un negro profundo y oscuro cuando la muerte tirada sobre mí. ―Mierda ―dije débilmente. Y ya no estaba.
***
Tenía frío. Y estaba mojada. Podía oír un sonido extraño, un ruido corriendo casi como el océano, pero no había un océano en el bosque, ¿verdad? Realmente no quería moverme, a pesar de que estaba tendida en algún lugar duro y mojado, la humedad se filtraba a través de mi ropa y en mis huesos. En mi memoria como un queso suizo, se sentía como 30
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si cada vez que abría los ojos las cosas empeoraban. Esta vez iba a quedarme con los ojos fuertemente cerrados, era mucho más seguro de esa manera. Me humedecí los labios y probé la sal. Había voces en la distancia, un canto bajo, envuelto en una lengua más antigua que el tiempo. Mantén los ojos cerrados, maldita sea. Esta había sido una pesadilla infernal, y estaba claro que no era el momento de despertar. Una vez que sintiera mi cama cómoda y mis sábanas de algodón de quinientos hilos debajo de mí, entonces sería seguro despertar. En este momento la conciencia no era más que nuevos problemas, y ya había tenido suficiente. Pero toda mi auto-disciplina había sido reservada para mi forma de escribir, y cuando se trataba de otra cosa, como negar mi curiosidad, tenía la voluntad de un conejo. Decidí abrir los ojos sólo una rendija para comprobar que sí, realmente estaba tendida en la arena mojada en la orilla de una playa rocosa. Y fuera en las olas los hombres estaban hasta la cintura en el agua, sosteniendo el cuerpo de mí... ¿mi qué? ¿Mi secuestrador? ¿Mi salvador? No importaba qué demonios era él, él era mío. No estaba muerto. Lo supe mientras luchaba por ponerme de pie, mi cuerpo entero se sentía como si hubiera sido pateada por monos. No estaba muerto, sin embargo, estaban dejándolo hundirse bajo la superficie mientras cantaban una especie de absurdo incomprensible. Estaban dejando que se ahogara, enterrándolo en el mar, y yo no iba a permitir que eso sucediera, no después de haber trabajado tan duro para mantenerlo con vida ayer por la noche. No estoy segura si dije algo, grité ―¡No! ―mientras corría hacia ellos. Afuera en el agua helada, empujé más allá de ellos, mientras dejaban su cuerpo ir a la deriva, buceé por él antes de que pudiera hundirse bajo las aguas turbulentas. Fue sólo cuando mi mano lo tocó bajo el agua, sintiéndolo volver y su mano tomando la mía, cuando convenientemente recordé que nunca había aprendido a nadar. Las palabras salieron de la nada, bailando en mi cabeza: A cinco brazadas por debajo yace tu padre: Sus huesos son ahora de coral; Sus perlas por ojos no verán ningún mal. Nada de él se desvanecerá, Pero será transformado, En algo rico que prevalecerá.
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Las palabras eran borrosas, como un sueño, pero ahora yo era la que se hundía. Qué idiota había sido, buceando tras él. Iba a morir después de todo, y la culpa era de nadie más que mía. Debería haber sabido que iba a escuchar a Shakespeare cuando muriera. Había sufrido un cambio radical, estando entrelazada con el amante demonio debajo de la sal del mar frío, y dándome la bienvenida, aturdida, cuando su boca se cerró sobre la mía debajo de la superficie salada, su respiración fluyendo dentro de mí, mi cuerpo pegado al suyo cuando sentía que regresaba a la vida. Un momento después me encontré impulsada a la superficie, aún atrapada en los brazos del hombre muerto. El muerto que había retirado su boca, y que me miraba con esos extraños, y plateados oscuro ojos. Después estábamos de pie hasta la cintura en el océano, las olas rompiendo contra nosotros, y él se aferraba a mí mientras miraba a los hombres que le habían traído hasta aquí, con una expresión de aturdimiento, de cuestionamiento sobre su rostro. Qué era básicamente lo que estaba sintiendo. Una especie de QC2 empapado, y la única cosa familiar para sostenerme era este hombre que estaba a mi lado. ―Ella pidió ayuda ―dijo uno de los hombres desde la costa―. Nos dijiste que la trajéramos. El hombre echó atrás la cabeza y se rió, inesperado e incauto, y el alivio me atravesó. Sus dientes eran blancos y uniforme. Había estado imaginando los colmillos, por supuesto. Los vampiros no eran reales. No podía creer que incluso recordara esa alucinación en particular. Él me levantó en sus brazos, y yo apoyé mi cara contra su pecho mojado mientras me llevaba cargando fuera del oleaje, sin saber muy bien por qué. La base debe haber estado desigual, sin embargo, él me llevó sin dar un paso en falso, casi deslizándose sobre la arena áspera. Nunca había sido cargada en mi vida, a pesar de mi corta estatura fui construida sobre líneas generosas, y nadie había sido lo suficientemente romántico para levantarme y cargarme hasta la cama. Por supuesto, eso no era lo que este hombre estaba haciendo. Ahora que lo pienso, ¿qué demonios estaba haciendo él? Miré a un edificio de piedra enorme situado en la orilla del mar, y me retorcí, tratando de bajarme. Él no me hizo caso. Eso, al menos, se sentía familiar. Él no me dejó, y me pareció que lo conocía lo suficientemente bien como para no esperar que lo hiciera. Me dio un beso. Más o menos. Puso su boca fría y húmeda en la mía y suspiro vida dentro de mí, cuando él era el que había estado al borde de la muerte. ―¿Me quieres bajar? ―exigí en un tono razonable. No es qué yo esperaba que fuera razonable, pero valía la pena intentarlo. No dijo nada, así que luché, pero su agarre nunca fue apretado. No tenía por qué; estaba suelto pero irrompible―. ¿Quién demonios eres tú? ―Exigí irritablemente―. ¿Qué eres? 2 En ingles WTF, en español podría ser algo como, ¡Qué carajos! 32
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Él no respondió, por supuesto. Los otros hombres se acercaron a nosotros, y tuve la extraña sensación de que estaban rodeados por una especie de bruma o aura. Tenía que ser una reacción del agua con sal. No importa lo duro que traté de concentrarme, las cosas permanecieron nebulosas como mi memoria. ―Podemos deshacernos de ella ahora, Raziel, antes de que sea demasiado tarde ―dijo uno con una voz fría y profunda―. Ella ya no necesita nada más de ti, ni tú de ella. El lenguaje sonaba extrañamente pasado de moda, y traté de volver la cabeza para ver quién estaba hablando; pero Raziel, el hombre que me sujetaba, simplemente empujó mi cara contra su pecho. ―¿Qué pasa con la Gracia? Sin duda que eso funcionará. Hubo un momento de silencio, uno que no parecía un buen augurio para mi futuro. Con mi cerebro en niebla, él era lo único familiar, y me entró el pánico, llegando arriba y tirando de su camisa. ―No dejes que me lleven. ―Soné patética, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Había tragado un poco de agua salada antes que Raziel me agarrara, y mi voz estaba en carne viva. Bajó la mirada hacia mí, y conocía esa mirada. Era como si supiera todo sobre mí, hubiera leído mis diarios, se hubiera asomado a mis fantasías. Era desconcertante. Pero luego, él asintió. ―Voy a quedármela, Azazel ―dijo―. Al menos por ahora. Es mejor que nada, pensé, no precisamente halagada. Tuve la tentación de argumentar, por el simple hecho de ello y porque había sonado tan condenadamente avaro, pero no tenía ni idea de a dónde podría ir, y no confiaba en los hombres que habían tratado de ahogar a mi compañero. Al menos por el momento, mientras él me sostenía, nada podría hacerme daño. Podría tratar con el resto de ello cuando sucediera. Por el momento, estaba a salvo.
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Capítulo 6 Traducido por carmen170796 Corregido por Marina012
¿
Había perdido la cabeza? “Me quedaré con ella”. Ridículo. No tenía uso para un humano.
Había pasado la mayor parte del día en la alberca, dejando al agua de mar lavar mi cuerpo maltratado, aliviando el dolor que seguía clavando a través de mí. Azazel me estaba mirando. ―¿Qué vamos a hacer con la mujer? Ahora no es el momento de traer a alguien nuevo a Sheol, especialmente alguien sin fines fijos. Uriel se acerca, y los Nefilims están más cerca del umbral de nuestra puerta. No podemos perder el tiempo en cosas insignificantes. ―¿Dónde está? ―dije, tratando de ganar tiempo, mi voz calmada mientras me echaba en el sofá de cuero negro. La agonía abrasadora se había ido, pero mi cuerpo dolía como si hubiera corrido un maratón y luego haber sido pisoteado por un rebaño de cabras. ―Sarah está con ella. Ella y las otras mujeres la cuidarán, calmarán sus miedos. ―¿Le dirán la verdad? ―No estaba seguro que esa fuera una buena idea. La mujer era inteligente, valiente, y justo el tipo de mujer que lucha contra el estado de las cosas. La clase de mujer que me llevaría a la locura y más allá con su manera.
―Ella probablemente ya lo sabe. Al menos una parte. Lo que recuerde, es decir ―dijo Azazel con una voz helada que aterrorizaba a la mayoría de nuestros hermanos y que logró erizar mi espalda. Habíamos atravesado demasiadas cosas juntos como para que me intimidara. ―Nosotros siempre podemos hacerla olvidar ―dije―. Ha estado conmigo tanto tiempo en la Gracia que tendría que ser muy fuerte. Estará confundida por semanas. Pero funcionaría. Ya ha olvidado lo que pasó la primera vez que me la llevé. ―¿Pero adónde iría, viejo amigo? Ella murió ayer. Su cuerpo ya ha sido incinerado. ―Mierda ―dije, completamente molesto―. Pensé que era judía. ―Sabes que algunos no desean seguir las viejas tradiciones. Típico de la humanidad. Ellos eran siempre tan hipócritas cuando se trataba de su fe, escogiendo lo que les interesaba seguir, ignorando cualquier cosa que fuera un 34
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inconveniente. Era poco preguntarse si el Ser Supremo se había lavado las manos con ellos, dejando a un bastardo sin corazón como Uriel en su lugar. ―Sí ellos son lo suficientemente devotos como para enterrarla inmediatamente, deberían al menos mantener su cuerpo intacto ―dije, tratando de gruñir―. Podríamos haber trabajado con eso. ―¿A dónde va a ir? ―insistió Azazel―. No tienes uso para una hembra. ¿Al menos que hayas cambiado de opinión? Sabía que estaba a punto de ocurrir. ―No lo he hecho. No me uniré otra vez, y no tengo corrientes necesidades por sexo. Y si fuera lo suficientemente estúpido para cambiar de opinión, no sería con alguien como ella. ―¿Qué está mal con ella? Cerré los ojos por un momento. Pude verla, inteligente, inquisitiva, indudablemente deliciosa. ―Ella simplemente está mal ―dije tercamente. Azazel me estaba mirando de cerca, y yo cambié de posición así él no podía ver mi cara. ―¿Entonces por qué la salvaste? ―dijo en lo que para él era una voz razonable―. ¿Por qué nos dijiste que la trajéramos? ―¿Cómo voy a saberlo? Un momento de locura. No es como si recordara algo de lo que estaba pasando, estaba casi muerto. ¿Estás seguro que lo hice? Apenas podía hablar. ―Sí, te escuché. Diablos. Azazel nunca mentía. Aún cuando yo no pude decir las palabras en voz alta, Azazel me había escuchado y seguido mis deseos. Si le había dicho que la trajéramos debía haber tenido una razón, pero diablos si podía pensar en cuál era. ―Sólo una cosa más con la que lidiar, entonces. No tengo idea de qué demonios está pasando, sólo que Uriel nos ha estado mintiendo. ―¿Y eso te sorprende? Su poder es infinito. Tanto tiempo como el libre albedrío ha existido. Uriel ha estado a cargo, para sanar o herir a cualquiera como él lo considere adecuado. Sólo porque nos dijo que las buenas personas están avanzando no es garantía que nosotros no los estamos llevando directamente al infierno. Niños, bebes, jóvenes amantes, abuelas... fue estúpido de nuestra parte no darnos cuenta que él iba a hacer esto. Uriel es un cruel y poderoso juez. ―Uriel es una molestia en mi trasero.
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―Será mejor que tengas cuidado ―advirtió Azazel―. Nunca sabes cuándo podría estar escuchando. Me levanté, estirando mis tornasoladas alas azules contra el cielo crepuscular, brillando contra los matices púrpuras y rosados que saturan nuestro oscuro mundo. ―Eres una molestia en el trasero, Uriel ―dije de nuevo, alzando mi voz, de esa manera no podía haber confusión acerca de quién estaba lanzando los insultos―. Eres una rencorosa, vengativa y mentirosa molestia en el trasero, y si el Ser Superno supiera lo que estás haciendo, cómo estás interpretando las leyes, estarías en grandes problemas. Amaba maldecir. Esa era una cosa que realmente me gustaba de los humanos… su lenguaje. La rica expresividad de las palabras, sagradas y profanas, que todos afuera de Sheol parecían usar. La forma en que las palabras prohibidas bailaban en mi lengua. Sin mencionar la furia que sabía que le estaba causando a Uriel. Azazel estaba malhumorado. ―¿Por qué estás buscando problemas? Ya tenemos suficientes tal como está. ¿Qué vas a hacer con ella? Él estaba en lo correcto. Nuestras vidas eran lo suficientemente precarias, equilibrada entre el pujante odio de Uriel y el abominable peligro de los Nefilims, y ahora había acercado a nuestra familia entera a la destrucción a causa de un tonto, soñador gesto. Me dejé caer sobre el viejo sofá de cuero momentáneamente, distraído por la sensación de éste abajo de mí. Su frescura reconfortaba mi deteriorado cuerpo. ―Preguntándome una y otra vez no obtendrás una respuesta más pronto, simplemente me va a molestar ―mascullé―. Espero encontrar algún sitio donde enviarla. Algún lugar muy lejos, y Uriel tendrá razones más importantes para venir tras nosotros. ―¿Estás seguro que no tienes interés en emparejarte con ella? ―dijo Azazel cuidadosamente. ―Ni siquiera quiero cogérmela. ―Observé a Azazel respingar. No es que tuviera algún problema con la palabra, él simplemente sabía que yo estaba buscando problemas. Uriel odiaba las groserías tanto como odiaba tantas otras cosas del mundo humano, incluyendo el sexo y la sangre, y hacía mi mejor esfuerzo para molestarlo cada vez que podía. Después de todo, nuestra sentencia era eterna, y el único arcángel restante no podía matar. ―Tendrá que quedarse aquí por ahora ―dijo Azazel finalmente―. Sara sabrá qué hacer con ella. Ella es la más sabia de todos nosotros. ―Claro que lo es. Ella es la Fuente. ―No me molesté en excluir el sarcasmo de mi voz. Había momentos cuando Azazel nos trataba como idiotas. ―Te recordaré que yo soy tu jefe. Puedo quitarte todo, cada don, cada poder ―dijo Azazel, su voz como hielo. 36
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Ignoré su amenaza vacía. Nosotros habíamos sido criados juntos, habíamos vivido juntos, caído juntos, sido maldecidos juntos. No había manera que él me intimidara. ―Deja un puñado de soldados por si los Nefilims deciden atacar, o si Uriel hace bajar la Hostia sobre nosotros como él siempre nos amenaza. Pero siéntete libre de intentarlo. Tú puedes desterrarme también… Azazel hizo un ruido bastante parecido a un gruñido. ―Sabes que nunca haría eso. ―Estoy emocionado. ―Los Nefilims son demasiado peligrosos. Ellos nos superan en número, y están todos locos. Me reí. Nada de emoción para Azazel. Era sólo otro soldado. ―¿Por qué diablos ellos no pueden ser como los otros? Incapaces de dañarnos. Las fuerzas celestiales de Uriel no pueden atacarnos. Los Nefilims fueron alguna vez como ellos… ―Ellos estaban antes de caer ―me interrumpió Azazel―. ¿Cuándo aprenderás a parar de pelear contra las fuerzas que no pueden ser vencidas? Hay momentos cuanto tú eres tu propio peor enemigo. No tienes a nadie a quien culpar excepto a ti mismo por este desastre. Deshazte de la chica, y nos concentraremos en lo que importa. Me reí amargamente. ―Culpo a Uriel. Él me dejo creer que yo estaba llevándola al cielo. ¿A cuánta gente he arrojado a la boca del infierno por él, pensando que estaban retornando al paraíso? ¡Paraíso! ―Estaba lleno de asco, tanto por Uriel como por mi propia complicidad involuntaria. ―¿Así que esto es acerca de la mujer? ―dijo Azazel. No le hice caso a la ridícula idea. ―Claro que no. No me gusta ser manipulado. ―Entonces no pienses acerca de eso. No hay nada que podamos hacer excepto no dejarlo engañarnos de nuevo. Y tú sigues sin responder mi pregunta. ¿Qué vas a hacer con ella? No tenemos lugar para ponerla… Sheol no está hecho para visitas. ―Ella puede estar en mi cuarto hasta que decidamos. Duermo afuera la mitad del tiempo de todas formas. Azazel me miró por un largo momento. ―¿Estás seguro que no es tu Compañera?
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―¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No tomaré a una Compañera nunca más. ― Mantuve mi voz neutral, pero Azazel me conocía demasiado bien. ―Puedes parar tan pronto como yo lo crea. Mientras tanto, ¿cómo te estás sintiendo? Esa pregunta era demasiado estúpida como para responderla, así que sólo lo miré. ―Han pasado meses desde que te alimentaste ―continúo él―. Le diré a Sarah. Ésa era la última cosa que quería. ―¡No! No estoy de humor para todas estas cosas. No digas una palabra… ―No hace falta ―dijo Azazel―. Sabes que Sarah puede sentir tu necesidad aún antes que tú lo hagas. ―Él se acercó―. Estás débil y lo sabes. Serías inútil sí fuéramos atacados. Estoy dispuesto a respetar tus ridículos deseos siempre y cuando no hieran a la comunidad. Tenerte así de débil nos pone a todos en peligro. Sabía que no iba a ser capaz de hacerlo cambiar de opinión. Y él estaba en lo cierto… después de las últimas 24 horas, era apenas capaz de alzar mi cabeza, mucho menos volar. ―No una ceremonia completa ―mascullé. ―Le diré que la haga cortísima. Luego necesitas dormir. Aunque sí la mujer está en tu cuarto… ―Puedo encontrar un lugar ―dije bruscamente. Azazel me miró con los sabios ojos de un viejo amigo. ―¿Estás seguro que Uriel no estaba en lo correcto? ¿Qué sabes de ella y los crímenes que pudo haber cometido? Tal vez lo arriesgaste todo y la salvaste sin razón. Haría las cosas más simples si yo termino el trabajo que empezaste. ―¡Mantén tus manos alejadas de ella! ―dije, de repente furioso. Respiré hondo―. Ella me salvó. La mantendremos hasta que decidamos qué hacer con ella. Azazel se me quedó mirando por un largo y fastidioso momento, luego asintió. ―Como digas ―dijo él formalmente―. Ven conmigo adonde Sarah, antes que colapses. No quería moverme, más de lo que quería admitir que Azazel estaba en lo correcto. Quería cerrar mis ojos y desaparecer. Si tuviera energía, me hubiera levantado y volado lejos de todo. Pero en este mismísimo momento apenas podía lograr obtener la suficiente energía para hablar. Necesitaba alimentarme, y hasta que lo hiciera era inútil. Una vez alimentado y recuperado, sabría qué hacer con la indeseable mujer, encontraría un lugar dónde dejarla. Hasta entonces no tenía más opción que obedecer a Azazel, sin importar cuánto me irritara eso. 38
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*** Cuanto desperté el cuarto estaba oscuro, me quedé perfectamente quieta, aferrándome a la vana, eterna esperanza de que todo esto había sido una pesadilla. Ya sabía que tenía mala suerte, y abrí los ojos a regañadientes, sabiendo que este mundo bizarro iba a continuar. La mujer había sido muy amable. El hombre, Raziel, me había cargado dentro de esta casa enorme y vieja y luego bruscamente me dejó, desapareciendo antes que me diera cuenta de qué estaba pasando. Las mujeres se habían reunido alrededor de mí, haciendo esa clase de sonidos tranquilizadores que siempre me ponían nerviosa, desviando cualquiera de mis preguntas, todo bajo la capaz dirección de la mujer llamada Sarah. Y ella era una extraordinaria mujer. Más de un metro ochenta de alta, era una de esas mujeres sin edad que podrían estar entre los cuarenta y sesenta, con serena gracia y un delgado, ágil cuerpo que probablemente viniera de décadas de yoga. La clase de mujer que me hacía sentir inadecuada y cubierta de bultos. El practicar yoga siempre parecía sugerir una superioridad mental en vez de un acondicionamiento psicológico, y yo mentalmente me prometí a mí misma que sacaría los DVD de yoga que seguían estando empaquetados, puestos sobre mi estante de libros. No, no lo haría. No iría a casa. Esa era una cosa que sabía, en medio de todos los enormes huecos en mi memoria. No había regreso a mi confortable vida en la Villa. Igualmente… yo realmente no podía permitirme ese apartamento, pero había sido tan bellísimo que gustosamente me había empobrecido a mí misma por la oportunidad de vivir allí. Bueno, tal vez si me iba a quedar, tendría a Sara para enseñarme yoga. Si me hacía ver tan bien como a ella se veía a su edad, claramente valía el esfuerzo. Sarah tenía su cabello de plata en una larga, gruesa trenza, sabios ojos azules, y una rica, confortable voz, y cuando había eventualmente despachado a las otras mujeres, aproximadamente una media docena entre las edades de 20 y 40, se había sentado cerca de mi cama hasta que me dormí. Mis preguntas serían respondidas lo suficientemente pronto, había dicho Sarah. Por ahora debía descansar. Lo cual estaba muy contenta de hacer. La noche anterior había parecido nunca tener fin, yaciendo acurrucada junto al cuerpo flameante de Raziel, tratando de ponerme cómoda con palos, rocas y tierra dura hundiéndose en mi suave carne. Tal vez sí dormía lo suficiente, esta pesadilla terminaría. Ni mucho menos. Cuando me levanté estaba sola, y nuevamente hambrienta. Me senté, esperando que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Estaba usando ropas suaves, un holgado vestido blanco de cierto tipo, y recordé la bochornosa batalla que había tenido con las esposas sumisas cuando quisieron darme un baño. Una batalla que había perdido. Toqué mi cabello, encontrándolo frescamente lavado pero seguía desconcertantemente largo. No había usado mi cabello así de largo desde que había asistido a esa pésima
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secundaria afuera de Hartford después de que había sido expulsada de mí caro internado. No es que eso fuera mi culpa. Había sido el único internado fundamentalista cristiano en el enteramente liberal, anarquista, blasfemo estado de Connecticut. Claramente me iba a escapar tan pronto como pudiese. Siempre en problemas, mi mamá había dicho con asco, rezando por mí en voz alta. Siempre tuve la sensación que ella nunca oraba por mí en privado… que sus ruidosos ruegos eran por mi bien y sólo mío. Era una hija miserable, me dijo, siempre escupiendo en el rostro de la sociedad, siempre hablando demasiado y empujando contra el “status quo”. ¿Era eso lo que me había traído hasta aquí? ¿Y dónde diablos era “aquí”? Columpié mis piernas sobre el costado de la cama, sintiéndome mareada por un momento. Había zapatos en el piso, metí los pies en ellos, luego respingué, sacándomelos a patadas otra vez mientras frotaba mi talón. Tenía una ampolla allí, salí de esos zapatos miserables… Eso era excesivamente imposible. Una ampolla sanaba en unos pocos días, pero le tomó meses a mi pelo crecer así de largo. Meses que no podía recordar. Tal vez no había perdido enormes lapsos de tiempo después de todo. La idea era alentadora, pero tenía algo de escalofriante. Nada de esto estaba teniendo algún sentido, y lo necesitaba, muy desesperadamente. Sarah me diría la verdad si le preguntara. A diferencia del hombre, ella no haría caso omiso a mis preguntas, ni ignoraría mis dudas. La calidez y veracidad de Sarah era palpable, tranquilizadora. Necesitaba encontrarla. No me molesté en buscar una luz al lado de la gigante cama, no me molesté con los zapatos. La puerta estaba entreabierta, un pedacito de luz atrayéndome, e hice un intento de ir hacia eso, sintiéndome sólo levemente ansiosa. Había visto las películas, leído los libros. Diablos, escrito los libros, donde la estúpida heroína en su blanco virginal va deambulando por dónde no debe, y el maniático homicida aparece de la nada, con un cuchillo de carnicero o un hacha o un punzón. Temblé. La gente resultaba asesinada en sus camas, también. Quedarse no me iba a llevar a ningún lado. La otra habitación estaba vacía. Horas antes esto había estado lleno de mujeres. Ahora estaba abandonado, gracias a Dios, dejándome mi libre albedrío, para encontrar mis propias respuestas. Miré hacia abajo a mi fluyente vestido blanco. Sí, cosas de un sacrificio de virgen, está bien. Al menos estaba muy lejos de ser virgen… si ellos querían cortar mi corazón como un ofrecimiento a los dioses, los dioses iban a estar muy enojados. Aunque en verdad esa parte “era” virgen. Había tenido sexo, pero mi corazón nunca había sido tocado.
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Todas las mujeres estaban vestidas parecidas, alguna variante en el fluyente vestido blanco. Todas ellas tenían pelo largo, suelto y natural. Habían sido afectuosas y acogedoras. Perfectas esposas. ¿Había sido raptada dentro de una especie de culto? Lo siguiente que sabría era que estábamos cantando himnos y bebiendo Kool-Aid3. Temblé nuevamente. Las mujeres no se veían como idiotas con la mente succionada. Mi imaginación estaba escapándose conmigo, y no era extrañar. En alguna parte durante el camino había caído por el agujero del conejo4, y nada tenía sentido ya. El pasadizo estaba tan desierto como los cuartos, un arma de doble filo. Por un lado, no quería que me volvieran a encerrar en la habitación con un montón de habladurías. Por el otro, no sabía a dónde diablos estaba yendo, o ya sea que Freddy Krueger5 estaba a punto de aparecer. Miré a mí alrededor. El interior de la casa era interesante… lucía como una vieja posada de California de hace mucho tiempo, con candelabros de bronce en la pared que me hacían pensar en Hollywood de los años 1930. Había sillas de cuero rellenas y mesas con estilo de misión a varios intervalos a lo largo del pasillo, con un antiguo tapete pérsico en el centro del sumamente pulido piso, y una repentina horrenda sospecha vino hacia mí. Las cosas eran ya lo suficientemente bizarras… si yo de alguna manera hubiera logrado viajar a través del tiempo, 80 años atrás a principios del último siglo, sería sumamente molesto. Había un problema con viajar en el tiempo… nadie nunca pregunta sí estás interesado. Sólo un rayo de luz y te vas. Recordaba un rayo de luz en la calle de New York. La visión era veloz y fugaz, y luego estaba de vuelta en esta extraña y vieja casa, buscando asesinos en serie. No, viajar en el tiempo estaba descartado. Simplemente me rehusaba a considerar la posibilidad. Era tan absurdo como algunas de las fantasías a medio recordar que se reproducían en el fondo de mi mente. ¿Alas? ¿Un cuerpo en llamas debajo de la piel? ¿Un vampiro? Me percaté de un sonido, quieto, apagado, un suave canto distinto a las voces que había escuchado en la playa… el sonido que esos hombres habían hecho mientras habían tratado de ahogar a mi rescatador y yo había ido chapoteando dentro del oleaje como una idiota para rescatarlo. Escuché cuidadosamente, tratando de entender las palabras. Esto no tenía semejanza con algún idioma que alguna vez hubiese escuchado, sólo un extraño, casi melódico hilo de ruido. 3 Kool-Aid: marca de una mezcla en polvo saborizada para preparar bebidas. 4 Se refiere al agujero por donde cae Alicia en el País de la Maravillas. 5 Personaje principal de una saga de películas de terror, Freddy surge en las pesadillas de los niños y adolescentes para asesinarlos.
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Bien, si ellas se estuvieran preparando para un sacrificio virgen, al menos no estarían planeando trozarme y cortarme. Además había algo infinitamente tranquilizador acerca de las voces, algo que me atraía hacia ellas. Empecé a pasearme a lo largo del vestíbulo, silenciosa sobre mis pies desnudos, en cada coyuntura yo daba una vuelta infaliblemente. Yo, quien nunca podía encontrar mi camino a través de las casuales calles de la Villa sin importar cuánto tiempo había vivido allí. No me detuve a preguntármelo… sólo me mantuve andando. Tal vez me habían dado súper poderes, como un sentido de dirección decente. Cualquier cosa era posible. El sonido nunca se hizo más fuerte, nunca se suavizó. Podía oírlo dentro de mi cabeza, sentirlo bajo mi piel, y cuando finalmente paré afuera de un conjunto de puertas dobles talladas con delicada ornamentación, supe que había encontrado las respuestas. Me detuve. Algo me detuvo de ir más allá, sólo por un momento. Tan diferente de mí… yo era una mujer que siempre quería respuestas directas, sin importar cuán dolorosa fueran, y sabía que las respuestas yacían más allá de estas puertas pesadas, bajo la constante, casi musical charla que emanaba desde detrás de éstas. Nunca había vacilado de ese modo… ¿Qué demonios estaba mal conmigo? Abrí de un empujón las puertas y me paralicé. Se parecía a algún extraño tipo de templo, aunque obviamente no era de alguna religión con la que estuviera familiarizada. No había ninguna cruz, ninguna arca para sostener el Torá6. Sólo un grupo de personas en el centro del cavernoso cuarto alumbrado por un extraño, sobrenatural resplandor. Mis ojos se centraron en Sarah, sentada en una silla que daba la impresión de una cruz entre un trono y una silla Z-Boy. Los serenes ojos azules de Sarah habían estado cerrados en un gesto de meditación, pero se abrieron y dirigieron hacia mí. Casi como si hubiera escuchado mi torpe entrada por encima del suave canto. Sonrió gentilmente con esa serena, dulce, sonrisa que parecía otorgar una bendición a todo el mundo alrededor suyo, y los otros se debieron haber dado cuenta de que yo estaba ahí, porque el canto se detuvo abruptamente y un hombre retrocedió. Estaba de rodillas al lado de Sarah. Supe quién era él inmediatamente, aún con la luz de la vela. Conocía ese pelo con mechas doradas, el rudo atractivo. Su cabeza estaba inclinada sobre la muñeca extendida de Sarah, pero debí haber hecho algún tipo de ruido, y él levantó su cara para mirarme. Pude ver la sangre en su boca, los colmillos alargados, las venas latiendo en la delgada muñeca de Sarah, y sé que dejé salir el más aniñado grito de horror. Y luego corrí, cerrando de golpe las pesadas puertas detrás de mí. 6 Torá: cuerpo completo de los escritos sagrados del Judaísmo. 42
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Capítulo 7 Traducido por Mery St. Clair Corregido por masi
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o hice tan rápido que caí de bruces en la hierba enfrente de la casa. Golpeé la gruesa arena con mis rodillas y codos, resbalándome, y finalmente llegué hasta el borde del agua, sin respiración, los brazos sobre mi cabeza como si estuviera esquivando a un huracán. Era imposible. Demasiado imposible. Alguien debió de haberme drogado. Esa era la única explicación razonable para lo que creía que acababa de ver, para las locuras que relampagueaban como lagunas mentales en mi memoria. Pero si estaba aún drogada, ¿Quién y qué podría ser de confiar? Rodé sobre mi espalda, aun jadeando mientras levantaba la mirada hacia la casa. Parte de su estructura eran ángulos extraños, como un escritorio de oficina con los cajones tirados hacía afuera en diferentes grados. El sol estaba poniéndose detrás de mí, reflejándose en las ventanas, dejándolas doradas y opacas. Alguien desde dentro estaba mirándome. Si la casa existiera al menos, si el océano existiera, si yo existiera... Era una extraña sensación: No podía confiar en nada, mis ojos, mis oídos… ni siquiera que el rico olor salado del océano pudiera ser parte de esa extraña alucinación que había empezado Dios sabe cuándo. Levanté la mirada hacia el cielo oscuro, tratando de concentrarme en el par de cosas que recordaba. Podría sentir las manos del hombre sobre mí mientras trataba de lanzarme dentro de algún profundo agujero sin fondo. Así qué, un asesino en serie, ¿verdad? Pero él me trajo de regreso. ¿Un asesino en serie con conciencia? Pero quizás él no me trajo de regreso después de todo. Quizás esto era lo que la muerta sería, como ―una larga, extraña, tonta alucinación con vampiros y hombres con alas― ¿Hombres con alas? ¿De dónde había salido eso? Brevemente consideré el sentarme, luego decidí lo contrario. Estaba bien donde estaba. Tumbada sobre la roca frente a la playa, manteniendo un perfil bajo. Podría simplemente quedarme de esta manera, escuchando el suave silencio del océano, hasta que la droga desapareciera o me despertara o lo que fuera. O hasta descubrir que estaba en el infierno, o el cielo, o en algún lugar intermedio. Estar sentada quería decir que tenía que hacer algo, y justo en este momento no tenía energía. El sol situado sobre mí se ocultó durante un momento, y levanté la mirada para ver al hombre parado sobre mí. ¿Había dicho que se llamaba Raziel? Nombre extraño, sólo otra parte de la pesadilla que había comenzado con sus manos sobre mí.
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―¿Cuánto tiempo vas a estar tumbada aquí? ―Tenía una voz tan hermosa, del tipo que podría atraer a los ángeles hacia su muerte; sin embargo las palabras eran tranquilas y sin emociones―. Hace frío y la marea está subiendo, además de que las olas podrían tirar de ti hacia el mar antes de que alguien notara lo que está ocurriendo. También puedes levantarte… correr no va a cambiar las cosas. La puesta de sol resplandecía sobre él, un halo de color rodeaba su alto cuerpo. Me obligué a relajarme. No era un Vampiro, entonces. Conocía los indicios: Ellos no podían salir de día. No me di cuenta de que había dicho las palabras en voz alta. No hasta que él me respondió. ―Eres una experta en Vampiros ahora, ¿no? ―dijo. Consideré no correr, porque estar sentada frente a él definitivamente me ponía en desventaja, así que seguí sentada, ignorando el temblor de mis rígidos músculos. Lo fulminé con la mirada. ―No, no lo soy. No creo en ellos, y si tú y tus amigos están en ese tipo de culto, entonces déjenme afuera de ello. Quiero irme a casa. Él estaba mirándome con un interés distante. ―¿Tipo de culto? ―repitió. No había sangre en su boca ahora. Quizá lo había imaginado. Mi cerebro aún no parecía capaz de unir dos pensamientos juntos. ―No soy una completa idiota ―dije con voz gruñona―. Sé que hay una subcultura entera de personas quienes pretenden ser Vampiros. Ellos se ponen dientes afilados, salen a clubs Góticos, beben sangre, se visten con ropa de época… ―mi voz se desvaneció. Sus vaqueros negros y su camisa oscura no era lo que definiría como ropa de época, y ambos lo sabíamos, aunque estaba dispuesta a apostar que él se vería malditamente hermoso con una holgada camiseta blanca. Considerando que se veía bastante jodidamente hermoso ya. ―No veo ningún club Gótico cerca de aquí ―dijo él―. Nadie de por aquí pretende ser un vampiro. ―Así que, ¿qué fue eso con lo que me tropecé hace un par de minutos atrás? ―¿Allie? ―Sarah apareció por detrás de él antes de que pudiera responderme, casi tan alta, con otro de los hombres detrás de ella―. ¿Qué está mal? ―Tú sabes qué está mal ―dije, sintiéndome molesta a pesar del hecho de que me agradaba Sarah―. Lo vi a él. ―¿Le viste qué? 44
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Miré hacia sus delgadas muñecas: las venas azules, delicadas, y sin marcar. Impulsé mis rodillas hacía arriba, hacía mi cuerpo, abrazándolas. ―¿Quiénes son ustedes? ―exigí con un gemido frustrado. ―Regresa a la casa, Sarah ―dijo con paciencia el otro hombre―. Esto es problema de Raziel… depende de él solucionar esto. ―Había un tono extraño de posesividad en su voz. ―En un momento ―dijo Sarah, arrodillándose a mi lado y poniendo su mano en mi brazo―. No quiero que estés asustada, pequeña. Nadie va a lastimarte. No estaba segura de lo que ella era, tampoco Raziel ni el otro hombre. Él era tan alto como Raziel, con su negro cabello largo, sus fríos ojos azules, y la expresión sin piedad en su rostro. ―Quiero irme a casa ―dije otra vez, sintiéndome con un niño irritable y molesto. El otro hombre maldijo: ―Raziel, haz algo al respecto. Eso, o déjame limpiar el desastre que has hecho. ―Dale un minuto, Azazel ―dijo Sarah sobre su hombro―. Ella está en shock y asustada, y no es de extrañar, con ustedes dos a su lado siendo un misterio. Sí Raziel no va a darle algunas simples respuestas, entonces yo lo haré. ―Esposa ―dijo Azazel con una voz helada―. Te quiero arriba en la cama. ―Esposo ―replicó Sarah dulcemente―. Estaré allí cuando esté malditamente bien lista. Bueno, eso era definitivamente extraño. Azazel tenía que estar en sus tempranos años treinta; Sarah estaba en sus cincuenta y probablemente más vieja. Era difícilmente sorpresivo ―Sarah era una mujer hermosa― pero la mayoría de los hombre a los que yo conocía les gustaban las jovencitas. A la madura edad de los treinta, yo había sido descartada por alguien más joven y más dócil. ―Ella va a venir adentro ―dijo Raziel, dejando en claro que no había opciones. Eso es lo que él pensaba. Mis ojos se entrecerraron, mirando hacia él. ―¿Y a donde va a ir? ―exigió el otro hombre. ―Mis habitaciones ―dijo Raziel―. No veo que tengamos otra opción. ―Ella ciertamente no vendrá con nosotros ―espetó Azazel. Sarah se levantó, con un elegante y fluido movimiento que me hizo sentirme desesperadamente envidiosa. Si llegaba regresar a casa, definitivamente comenzaría a hacer yoga. “Cuando”, no sí. No estaba dándoles ninguna otra opción después de todo. Quería mi vida de regreso.
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―Ve con Raziel, pequeña ―dijo ella―. Él no te lastimará. De hecho, ha estado cuidando de ti. Cuando él no estaba moribundo por el envenenamiento del fuego ―agregó una mirada pícara hacia él―. Ve con él, y responderá cualquier pregunta que tengas. ―Al Diablo si lo haré ―dijo Raziel―. La llevaré a mis habitaciones y la dejaré allí hasta que imagine que… ―Harás lo que Sarah dijo ―dijo Azazel, su voz suave con una advertencia. Raziel le lanzó al otro hombre una mirada descontenta. Y luego cruzó la arena hacía mí, extendiendo su mano. La miré fijamente, sin moverme. Ahora no era el momento para notar que él tenía fuertes y hermosas manos. O que todo sobre él era hermoso, casi demasiado sobrenatural. No me gustaban los hombres así, maldita sea. Aunque Dios sabe que no estoy segura de sí alguna vez he visto a alguien tan hermoso como él. ―No me hagas cargarte ―dijo con un tono de advertencia. Azazel y Sarah estaban ya dirigiéndose al interior de la casa, el brazo de él alrededor de la cintura de ella. Por un momento consideré trepar para ponerme sobre mis pies y correr detrás de ellos; pero razonable o no, Azazel me aterrorizaba incluso más que este inexplicable hombre. Necesitaba levantarme, no quedarme allí lamentándome como una heroína Victoriana. El único problema era que sentía mis rodillas como espagueti. Soy tan dura como una mujer puede ser, quizás más, pero había pasado por un infierno de cosas en el pasado… o lo que fuera. Había un límite de cuánto podía manejar. Traté de levantarme, pero él terminó poniendo sus manos en mis brazos y tirándome hacia arriba para levantarme. Me soltó lo suficientemente rápido, y comenzó a regresar hacia la extraña casa, claramente esperando que lo siguiera como una obediente esposa del tercer mundo. Al diablo con esto. Miré a mi alrededor en busca de algún tipo de vía de escape y llevé mi mano a mi frente para observar, a menos que quisiera fingir ser Virginia Woolf y caminar hacia el mar. Allí no había lugar a donde ir. La marea subía, y más allá de la casa todo era nublosa oscuridad y bosque. Además, finalmente iba a obtener algunas respuestas para mis preguntas, ¿o no? Me las arreglé para alcanzarlo. Sus largas piernas se comían la distancia, pero después de un comienzo tambaleante, me las arreglé para trotar. ―No necesitas ser tan gruñón ―dije, tratando de no resoplar―. Es por tu culpa que estoy aquí. ―En caso de que no lo recuerdes, estaba inconsciente cuando ellos me trajeron de regreso. ―Esto depende de la interpretación ―dije―. No puedo discutir, ya que parece que tengo grandes lagunas en mi memoria. ¿Qué crees que ellos debieron haber hecho, entonces? 46
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¿Dejarme en el bosque? ¿Con esos animales salvajes allí afuera en la oscuridad? Él frunció el ceño. ¿Cómo puede un hombre tener un fruncido de ceño hermoso? ―No ―dijo―. Ellos no deberían haberte dejado. ―¿Y qué diablos estábamos haciendo allí, en primer lugar? En el nombre de Dios, ¿Qué me está pasando? ―Odiaba la desesperación en mi voz, pero honestamente no lo podía evitar. Yo podría ser una Fuerte Mujer Moderna la mayoría del tiempo, pero justo ahora estaba cansada, malhumorada, y totalmente derrotada. Él no respondió. No había esperado que lo hiciera. ―¿Tienes hambre? ―dijo en su lugar. Como una distracción, era una efectiva. Repentinamente recordé que estaba muerta de hambre. ―Sí. ¿Por qué no me llevas a un McDonald y hablamos allí? ―Imaginé que era poco probable, pero valía la pena intentarlo. ―No hay McDonald ―dijo―. No hay ningún restaurante en absoluto, pero tenemos personas que cocinan. Dime qué quieres y ellos nos lo traerán. ―¿Así, sin más? ―dije cáusticamente. No es que le creyera, pero si era verdad, esto podría ser muy parecido al paraíso. ―Así sin más. Decidí hacerme la difícil, simplemente porque podía. Además, mi necesitad de buena comida se había vuelto crítica. ―Bistec de carne, puré de patatas, salsa para carne, maíz, y un pastel de fresa para postre. Y una buena copa de vino Beringer. ―¿Quieres champagne con tus fresas? El vino tinto es un poco pesado para el postre. Él estaba siendo sarcástico, claro, pero yo simplemente asentí. ―Claro, Moet, creo. No necesito algo muy elegante como Dom Pérignon. No dijo nada, caminó hacia el interior de la casa. Eché una larga mirada hacia afuera. Ningún lugar a donde ir. Hasta que encontrara un jodido sitio al cual ir, estaba atrapada. Estaba en un lugar, supuestamente, sin límites y buena comida y un hermoso hombre el cual me había besado. Supongo que las cosas podrían ser peores. Tuve que correr para alcanzarlo. Él no hizo ningún esfuerzo para ajustar su paso al mío, y me mordí la lengua para no quejarme. Estaba tomando una eternidad llegar a sus
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habitaciones, fuimos a través de un laberinto de pasillos, y subimos muchas escaleras y ya estaba cansada de caminar por los pulidos pisos de madera, jadeando y abriendo y cerrando la boca como un pescado fuera del agua. ―¿Cuánto falta? ―jadeé, aferrándome a la gruesa barandilla tallada. Él me observó con sus ojos entrecerrados. ―Un piso más. Mis habitaciones están en la cima de la construcción. ―Imagino que sí ―dije con voz áspera―. ¿Y no creo que tú pienses en cosas como ascensores? ―No los necesitamos ―dijo. Ahora sé por qué Sarah estaba tan delgada y en tan buena forma a sus cincuenta y algo. Ella no necesita yoga, sólo necesita estas escaleras. ―Sarah no tiene cincuenta y algo ―dijo Raziel. Me congelé. ―No me di cuenta de haberlo dicho en voz alta. ―No, no lo hiciste. Eres muy fácil de leer. La mayoría de los humanos lo son. ¿La mayoría de los humanos? ¿Qué diablos significaba eso? ―Espera hasta que lleguemos a mis habitaciones. Yo no había dicho nada tampoco. Estaba seriamente asustada por esta situación. No importaba qué tipo de comida consiguiera o cómo de atractivo fuera, esto era un plan extraño. El beso había sido agradable, por lo que puedo recordar, pero no estaba segura de que los besos fueran suficientes para… ―No voy a besarte otra vez. No te besé en primer lugar… tú te estabas ahogando. Estaba dándote respiración de boca a boca. Eso era simplemente… malo. Claramente el silencio no era silencio para la criatura que estaba siguiendo, así que apresuradamente cambié de tema, tratando de no pensar en el frío sabor a sal de su boca sobre la mía. ―Entonces, ¿Qué edad tiene Sarah? Está casada con Aza… ¿Cuál era su nombre? ―Azazel ―dijo―. Sí, están casados; por lo menos, esa definición se acerca a lo que la mayoría de las personas podrían entender. Y no conozco la edad de Sarah, ni me interesa. Miré hacía él con asombro.
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―Ella tiene al menos veinte años más que él. Y él tiene, ¿Qué? ¿Treinta y cinco? Genial. ―Él es mayor que ella ―dijo con una voz seca―. Y deberías pensarlo dos veces antes de juzgar a alguien como Sarah. Si Azazel era más viejo que Sarah, entonces yo era la Virgen María. ―No estoy juzgando ―dije rápidamente, siguiéndolo por otro miserable pasillo, hasta otra jodida y puñetera escalera―. Quiero decir. Con demasiada frecuencia los hombres son quienes tienen a sus amantes más jóvenes. De corazón apruebo usar a los chicos objeto. ―¿Crees que Azazel es un chico objeto? Él estará entretenido con la idea. ―¡Cristo, no le digas que dije eso! Espero que en este momento su matrimonio sea más platónico que otra cosa. Él parecía divertido, lo cual me ponía más molesta. ―Creo que ellos tienen una vigorosa vida sexual, aunque puedo preguntárselo a Azazel si lo prefieres. ―No es necesario ―dije apresuradamente―. No es de mi incumbencia. ―No, no lo es ―lo dijo en esa extraña y media formal manera de hablar. Levanté la mirada hacia la escalera empinada. Era la última, dijo él. Por supuesto, tenía que ser la más intensa y la más larga. Tomé una respiración profunda, probándome a mí misma. Podía hacerlo. Si él no me mataba, esto podía hacerlo. ―¿Qué piensan sus hijos de su nuevo marido? ―Si me mantenía hablando, no notaría cuanto tiempo estaba tomándome subir las escaleras. ―Ella no tiene hijos, y Azazel no es su nuevo marido. Él es el único. Recordé la gentileza de Sarah, su tierna preocupación. ―Esto es una pena ―dije―. Hubiera sido una maravillosa madre. ―Sí. ―Esa fue una palabra, pero había mucho significado debajo de eso. Repentinamente, recordé la playa enfrente de la casa, la amplia extensión de patio. Sin juguetes, sin juegos para ensuciar la playa. Algo que se sentía fuera de lugar. ―¿Dónde viven los niños por aquí? ―pregunté, inquieta. ―¿Niños? ―Las mujeres que estaban con Sarah… Ella dijo que eran otras esposas. Algunas de ellas eran muy jóvenes; Ahí no estaban los niños.
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―Aquí no hay niños. ―¿Eso va en contra del loco culto que tienen aquí? ¿Envían a los niños lejos? ―Me estaba empezando a enfurecer, y eso me dio energía. Y el final de la escalera estaba a la vista, gracias a Dios. Estaba ya volando hacia la cima para lanzar un alarido de: “¡Tierra!” ―Las mujeres de aquí no tienen niños. ―¿Por qué no? ―Mierda, no era la cima de la escalera, sino otro lugar para doblar en otra dirección. Giré en la esquina, mirando a lo que simplemente tenía que ser el último piso. Quizás. Quería llorar, y yo nunca lloro. Antes de que notara lo que él iba a hacer, me tomó entre sus brazos y comenzó a subir la finalmente última escalera. Estaba demasiada sorprendida para pelear. Sus brazos eran como bandas de hierro, su cuerpo duro y frío e incómodo; pero un segundo consideré discutir, entonces lo pensé mejor. Cualquier cosa era mejor que caminar. ―Tú sabes, si no fuera por las escaleras, yo podría manejar esto sin problemas, ―dije, manteniéndome tan rígida como él. Él resopló, sin decir nada. Cuando llegó a la cima de la escalera, me dejó sobre mis pies, segundos antes de que pudiera exigirle que me bajara. Los pasillos eran más pequeños que los de abajo, con solo una puerta en el centro. Debo estar cerca de la cima de esta maldito rascacielos, pensé, recordando esos ángulos voladizos extendidos hacía el océano. Él me dejó otra vez en el suelo, empujando una puerta para abrirla, y una vez más lo seguí, resentida como el infierno hasta que entré en un apartamento con poca luz. La puerta se cerró detrás de mí automáticamente, y contuve la respiración asombrada. Era como estar en la proa de un barco. El frente de la habitación era un banco de ventanas con vistas hacia el oscuro mar como la noche. Varias de ellas estaban abiertas, y pude oler el rico aroma a sal, escuchar el sonido de las olas golpeando las rocas. Había gaviotas en la distancia, y dejé escapar un pequeño suspiro de alivio. Por lo menos algo en este loco lugar era normal. ―Siéntate ―dijo. Él estaba de pie en las sombras. Había dos sofás estilo misión en la habitación, tapizados de lino blanco, y una mesa pequeña entre ellos. Con una bandeja cubierta en la cima, un cubo de hielo con una botella de champán esperando, y una botella de vino tinto abierta a un lado. Miré fijamente la mesa con desconfianza. ―Mierda ―dije. Sabía sin preguntar que habría un bistec de carne y puré de patatas debajo de esa cubierta abovedada―. ¿Cómo lograste eso? 50
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―Siéntate y come ―dijo―. Estoy cansado y quiero irme a la cama. Me puse rígida. ―¿Y qué tiene que ver tu deseo de ir a la cama conmigo? Una boca tan bonita, una sonrisa tan amarga. ―Como no tengo la intención de estar cerca de ti cuando me vaya a la cama, no voy a estar ahí para responder tus incesantes preguntas. Así que si quieres respuestas, siéntate. ―Eres un imbécil ―tomé asiento y tiré de la tapa de la bandeja. El olor a carne fue suficiente para hacerme gemir de placer. Ignorándolo, comencé con ello, sólo levanté la mirada cuando noté que él me servía una copa de vino tinto y la empujaba hacía a mí. Buena manera para hacerme sentir una glotona maleducada, pensé tristemente. ―Educada ―dijo él. ―¿Qué? ―Glotona educada. No has babeado o dejado caer comida o… Dejé caer mi tenedor. ―¡Detén esto! ¡No sé cómo lo haces, pero detenlo! Él tomó un sorbo de su vaso de vino, apoyando la espalda contra los cojines del sofá, dejó escapar un suspiro de cansancio. ―Lo siento ―murmuró―. Es una mala costumbre mía. ―Puedes apostar tu trasero a que lo es ―espeté. De todos los ataques mentales del día, su invasión a mis pensamientos se sentía de alguna manera la peor cosa de todas. Tendría que ser capaz de manejar mis pensamientos errantes en privado. Particularmente cuando mirar a Raziel me hacía bastante inestable. Cuando él no estaba molestándome. Pero era mejor comportarme. ―Lo siento. Estoy siendo grosera también. ¿Quieres algo de esto? ―Señalé hacia el pedazo de carne diezmado. Negó con la cabeza. ―No como carne. Fue mi turno para inhalar. ―Sí, lo haces. Te comiste un perrito caliente… ―Hice una pausa―. ¿Cómo sé eso? ¿Estaba alrededor de ti cuando estabas comiendo el perrito?
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―No como carne cuando estoy en Sheol ―dijo. ―¿Es así como llamas a este lugar? ¿No es otra palabra para infierno? ―Significa: “El lugar oculto” ―dijo―. Y no estás en el infierno. Dejé de remover mi comida frente a mí el tiempo suficiente como para beber algo de vino, esperando que pudiera calmarme. Levanté la mirada notando que Raziel estaba observándome con sus extraños negros y plateados ojos, observándome demasiado cerca, y desafortunadamente no había una lujuria desenfrenada. ―Quiero irme a casa ―dije abruptamente, empujando la bandeja lejos. ―No has probado tu pastel de fresas aún ―dijo―. Voy a abrir el champán… ―No quiero nada de champán, quiero irme a casa. ―No puedes. Ya no tienes más una casa. ― ¿Por qué no? ¿Cuánto tiempo he estado fuera? Él volvió su atención hacia su copa de vino. ―¿De Nueva York? Un día y medio. Lo miré sin comprender. ―Eso es imposible. ¿Cómo puede mi cabello haber crecido esta longitud en un día y medio? ―Aún tienes ampollas en los pies por esos zapatos, ¿no? No necesitaba tocar mi talón para comprobarlo. Las ampollas estaban aún allí. ―Si sólo he estado fuera por un día, entonces mi apartamento aún debe estar allí. Quiero regresar. ―No puedes. ―¿Por qué no? ―Estás muerta. ―Mierda ―dije.
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Capítulo 8 Traducido por daianandrea Corregido por masi
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use el vaso de vino sobre la mesa con mucho cuidado, contenta de ver que mi mano no temblaba en absoluto. No era como si no lo hubiese sospechado, después de todo, no era tonta. Hombres con alas, fuegos del infierno, chupasangres. En un momento estaba en la ciudad de New York, pensando en mis cosas, comiéndome con los ojos a un hombre hermoso del puesto de perritos calientes, y al siguiente me había caído en el agujero del conejo. Esto no quería decir que me fuera a rendir sin luchar. ―¿Cómo es eso posible? ―Mi voz estaba ronca pero, aparte de eso, totalmente tranquila. Había aprendido a ocultar mis reacciones y emociones de mi madre, Santa Hildegarde. ―¿Crees que eres inmortal? ―dijo Raziel―. Todo el mundo muere más pronto o más tarde. En tu caso, se trató de una combinación de esos estúpidos zapatos tuyos y un autobús turístico. Bueno. Me senté de nuevo, sintiendo la masa de carne como un bulto en la boca del estómago, flotando en un charco de grasa de salsa. ―¿Qué estabas haciendo ahí? Estabas allí antes de cruzar la calle. Estabas delante de mí en el puesto de perritos calientes. Ahora lo recuerdo. ―Lo miré, totalmente inquieta―. Me acuerdo de todo ahora. ¿Por qué? ¿Por qué recuerdo ahora cuando antes no pude? ―Levanté lo que llamamos la Gracia. Es uno de los dones que tenemos, la capacidad de hacer que alguien se olvide de las cosas. Tú querías recordar, así que lo levanté. ―Deberías llamarlo por lo que es: mierda mental ―dije, sintiéndome definitivamente de mal humor―. ¿Qué estabas haciendo ahí? ¿Qué estoy haciendo aquí? ―Estaba allí para recogerte. Me dejé caer en el asiento hacia abajo sobre el suelo, necesitando algo sólido debajo mío. No iba a hiperventilar. No había tenido un ataque de pánico desde que era una adolescente, enfrentándome a los intentos de mi madre de salvarme del diablo. Supongo que mi madre falló, porque esto se parecía como si me hubiese ido hacia el diablo después de todo, si los colmillos de Raziel y la tendencia de chupar sangre eran algo a lo que tener en cuenta. Tranquila, me recordé. El sonido del mar me calmaba, si tan sólo pudiera concentrarme en él por un momento o dos. El peligro pasó, y me senté recta, recuperada.
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―Y exactamente que estabas… ―Cállate y te diré lo que necesitas saber ―dijo irritado―. Tu tiempo se acabó. Mi trabajo consiste en recoger personas y transportarlas al siguiente… plano de existencia. No se suponía que pelearas conmigo. Nadie lo hace. Me estaba congelando, sentía más frío que cuando había estado tendida en la arena mojada. ―Qué puedo decir, peleo con todos ―dije con tristeza. ―Lo creo. Tan molesta como eres, todavía estaba bastante seguro de que eras un inocente, y yo… ―Depende de cómo definas “inocente”. Me miró, y me calmé. ―Supuse que te estaba llevando a… lo que llamarías Cielo. Desafortunadamente, estaba equivocado, y en el último momento me volví estúpidamente sentimental y te saqué de vuelta. ―Desde las fauces del infierno ―dije―. Mi santa madre estaría muy contenta. Él no reaccionó a eso. Probablemente sabía todo sobre mi loca y maldita madre. Probablemente era el mejor amigo de ella, siendo un ángel. No, él era un chupasangre como… bueno ella no toleraría eso. ―En una palabra, sí ―dijo. ―Entonces, tal vez no debería estar tan molesta contigo. ―Hice un esfuerzo por ser justa. Si él me hubiera salvado de la condenación eterna, entonces supuse que se merecía el alabar sus acciones―. Entonces ¿qué pasó? ¿Te enfermaste? Pareció disgustado ante la idea. ―No podemos tolerar el fuego. En particular el fuego del infierno, pero no nos gusta ningún tipo de llama. Las mujeres aquí tienen que atender las velas y los fuegos cuando los necesitamos. Me quemé tirándote hacia atrás, y eso envenenó mi sangre. Me habría matado si no hubieses pedido ayuda. Eso era nuevo para mí. ―¿En serio? ¿A quién pude pedir ayuda? ―No sé… estaba inconsciente en ese momento. Me imagino que se lo pediste a Dios. Teniendo en cuenta que siempre tuve una mezcla de sentimientos acerca de la existencia de Dios, como que dudaba de eso. Si Dios había creado y renacido a mi madre de nuevo, tenía un sentido del humor muy desagradable. 54
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―¿Y Dios los ha enviado? ¿Los hombres que te trajeron… nos trajeron hasta aquí? ―Dios no se involucra en el negocio de la vida del día a día. No desde que se inventó el libre albedrío. Pero si le pediste a Dios ayuda, Azazel te habría oído, y él es el que vino por nosotros. ―¿Azazel, el esposo de Sarah? Lo dudo. Él me odia. ―Azazel no odia a nadie. Aunque si se entera de que eres grosera sobre Sarah… ―No fui grosera, tenía envidia ―dije―. Entonces ellos vinieron y nos encontraron y nos trajeron aquí. ¿Cómo? Tomó un sorbo de vino, siendo evasivo. ―¿Cómo? ―Sabes, esto va a tomar una eternidad si no te las arreglas para deducir nada por tu cuenta ―dijo. ―Está bien, deduciré que eres el engreído y tú me puedes decir si estoy en lo cierto o no. Estoy entendiendo que eres… Dios, una especie de ángel. Si tu trabajo es recoger a las personas y transportarlas a la siguiente existencia, entonces eso es usualmente el trabajo de los ángeles, ¿no? Al menos según la mitología Judeo-Cristiana. ―La mitología Judeo-Cristiana suele ser bastante exacta. Ángeles custodios de las almas de los muertos en el Islam y la región Vikinga también. ―Así que ¿qué eres? ¿Un ángel de mierda? ¿Eso es lo que son todos ustedes? ―Sí. De alguna manera estaba esperando una explicación mayor. ―No te creo ―le dije rotundamente. Dejó escapar un suspiro de exasperación. ―Tú eres la única que se ha enfrentado con ello. El problema era que le creía. Todo tenía sentido, de una manera loca como el culo. Lo cual significaba que todas mis suposiciones ateas eran ahora arrojadas por la ventana, y mi madre tenía razón. Eso era aún más deprimente que estar muerto. ―¿Y cómo nos trajeron aquí desde los bosques? Volaron, ¿no? ―Te lo dije, estuve inconsciente todo el tiempo. Pero sí, me imagino que volaron. ―Tienen alas.
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―Sí. ―Tienes alas. ―Sí. Eso fue demasiado. ―Yo no las veo. ―Tendrás que tener fe ―refunfuñó―. No voy a hacerte, en este momento, una demostración. ―Entonces… ―Simplemente quédate en silencio durante unos minutos, ¿quieres? ―replicó. ―No eres muy agradable para ser ángel ―murmuré. ―¿Quién dijo que ser ángel es ser lindo? Mira, es simple. Moriste en un accidente de autobús. Se suponía que te llevaría al cielo. Por alguna razón estabas yendo al infierno, experimenté un momento de locura y te saqué, y ahora estás atrapada. No puedes volver atrás. Estás muerta, y tu cuerpo ya ha sido incinerado, por lo que no puedes volver aunque pensé que podría ser posible. En este momento estás aquí en el Sheol7 con una familia de ángeles y sus esposas, y te vas a tener que aguantar hasta que averigüe lo que puedo hacer contigo. ―Esto no tiene sentido. Si estoy muerta y cremada, ¿por qué estoy aquí? ―Bajé la mirada hacia mi cuerpo… demasiado corporal―. Soy real, mi cuerpo es real. ―Me levanté y me abracé a mi misma, y sus ojos fueron hacia mis pechos. Pechos verdaderos que respondieron a su mirada, querían su tacto. Me estaba volviendo loca. En primer lugar, no quería que me tocara. En segundo lugar, la última vez que comprobé, mis pechos eran incapaces de pensar. Yo era la que quería que me tocara. Estaba loca. ―En este plano existes y tu cuerpo es real. No en el plano mortal. ―Retiró su mirada de mi cuerpo, un alivio. ―Así que me tengo que quedar aquí con un grupo de perfectas esposas. ¿No hay chicas ángeles? ―No. ―Bueno, ¡a la mierda eso! ¿Dios no ha oído hablar de la liberación de la mujer? 7 Sheol: En hebreo significa el pozo grave o fosa común de la humanidad. Sólo no es un lugar, es un período de tiempo mientras que las personas que han muerto esperan a ser resucitadas. 56
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―Dios no ha oído hablar de cualquier cosa en la que él no esté involucrado. Libre albedrío, ¿recuerdas? ―Machista idiota. ―Dios no es hombre. ―Bueno, seguro que no es mujer ―expliqué. No es que hubiera perdido la energía. ¿La teología Judeo-Cristiana era patriarcal y céntrica-masculina? Sorpresa, sorpresa. ―Eso es verdad. ―Así que vives aquí en esta pequeña feliz comuna y transportas a la gente al cielo y al infierno. ¿No es una tarea demasiado grande para su grupo? ¿Cuántas personas mueren al minuto cada día? ―Uno punto setenta y ocho por segundo, ciento siete por minuto, seis mil cuatrocientos ocho por hora, cerca de ciento cincuenta y cuatro mil por día, de cincuenta y seis… Oh, Dios. Tuve que ser rescatada por un pedante. ―No hay necesidad de ser literal… me hago una idea. ¿No estás un poco sobrecargado de trabajo? ―La mayoría de las personas no necesitan escolta. ―Se sirvió otro vaso de vino, luego hizo un gesto con la botella hacia mí. Negué con la cabeza. Ya estaba demasiado agitada, no necesitaba del alcohol para empeorar las cosas. ―¿Por qué yo necesité uno? No soy importante, ningún genial villano intelectual. No me digas que es por mi madre. Pareció contrariado por un momento; luego la comprensión llegó. Por supuesto que sabía de mi madre. ―Tu madre no tiene nada que ver con eso. Espero que alguien la escolte al infierno tarde o temprano. Me temo que era una mala hija por reírme con la idea. Tal vez por eso había sido enviada al infierno. ―No sé por qué fui enviado a recogerte más de lo que tú sabes ―continuó en su manera ligeramente formal―. ¿Por qué Uriel decidió que fueras al infierno en vez del cielo? ―¿Uriel? Es uno de los cuatro arcángeles, ¿no? ¿Qué tiene que decir al respecto? Me las arreglé para darle una sorpresa. ―¿Cómo sabes sobre los cuatro arcángeles? La mayoría de las personas no están familiarizadas con la historia bíblica.
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―Sé más de lo que crees ―dije―. Es parte de mi trabajo. ―¿Cuál es tu trabajo? ―pareció estar en blanco―. He olvidado… ―Soy una escritora. Una novelista. ―Tal vez eso explica por qué estabas yendo al infierno ―dijo Raziel con tono irónico. ―Cállate ―dije cordialmente―. ¿Qué tiene que ver Uriel con que necesite un escolta o no? No recuerdo mucho de algo específico acerca de él, ¿no era un arcángel de la redención? Él estaba mirándome, olvidando momentáneamente que lo molestaba. ―Entre otras cosas. ¿Cómo sabes estas cosas? ―Te lo dije. ―Recuérdame, ¿qué escribes? No me molesté en ocultar mi irritación. Él recordaba a mi madre chiflada, pero el trabajo de mi vida quedaba fácilmente en el olvido. ―Los misterios del Antiguo Testamento ―dije en un tono malhumorado―. Son irónicos, por supuesto, y un poco sarcásticos, pero… ―Ahí tienes tu respuesta. Uriel es tan implacable como un demonio, y no tiene sentido del humor. ―¿Fui condenada al infierno por escribir novelas policíacas? ―pregunté, indignada. ―Probablemente. A menos que tengas otros oscuros secretos. ¿Has matado a alguien? ¿Construido falsos ídolos? ¿Cometiste adulterio? ¿Te asociaste con demonios? ―No hasta hoy ―murmuré. ―No soy un demonio. ―Lo suficiente cerca. Sé lo que vi abajo. Puedes ser un ángel, pero eres un vampiro también. ―Mi cabeza estaba a punto de explotar. ―No somos vampiros. Los vampiros no existen. Nosotros comemos sangre. Me temo que puse los ojos en blanco a semejante crítica. ―Lo que sea. No estoy diciendo que te crea. Estoy tratando de mantener una mente abierta al respecto. ―Cuánta mente abierta tienes ―dijo, con voz ácida. ―Además, no eres muy agradable para ser un ángel ―comenté―. Pensé que se supone que los ángeles son dulces y, eh… angelicales. 58
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―Estás pensando en términos modernos. Un ángel es sólo como probablemente ser el instrumento de la divina justicia con una espada de fuego para golpear a los indignos. ―¿Y precisamente, qué tipo de ángel eres? ―Caído. Debería haber superado, a esta altura, lo de estar sorprendida. ―¿Caído? ―repetí, sin duda sonando un poco lenta de entendimiento. ―Creo que ya has escuchado suficiente por ahora ―dijo―. Los humanos tienen una capacidad limitada para absorber este tipo de cosas. ―¿Quién demonios eres para decirme lo que puedo o no puedo absorber? Ni siquiera has empezado a explicar la sangre y Sarah y… Sacudió una hermosa y elegante mano. Era una mano fuerte, que me sorprendió. Los ángeles no hacían ningún trabajo manual, ¿no? Así que transportaban gente al cielo y al infierno… lo que no requería ninguna fuerza en particular. Y que… Era como si alguien hubiera apagado las luces. De pronto me estaba yendo a la deriva, sin luz, sin sonido, sin bordes afilados o superficies irregulares. Luché por un momento, porque se sentía como la muerte, y no quería encontrarme a mí misma en problemas aún peores, y luego oí la sonora y excelente voz de Raziel en mi cabeza. ―Vamos, Allie. Déjate ir. Así lo hice.
***
La miré, sin moverme. No la quiero aquí, no la quería en ningún lugar que me rodeara. Ella se deslizó más abajo en el suelo, la cabeza apoyada en el almohadón del asiento del sillón, y parecía… deliciosa. Es decir, si yo fuera otra persona. No era lo que necesitaba. Me serví otro vaso de vino y me eché hacia atrás, levantándola tan desapasionadamente como pude. Lo cual era más fácil decirlo que hacerlo. A pesar de toda la distancia que estaba poniendo entre nosotros, no podía ignorar el hecho de que había salvado mi vida, tan cierto como que la había salvado del pozo del infierno de Uriel, y la triste verdad era que estábamos unidos, lo quisiera o no. Definitivamente no lo quería, y el momento no podría hacer sido peor. Estaba pensando demasiado, olvidando la regla de la obediencia ciega, la regla que Uriel trató de hacernos tragar por nuestras gargantas, por lo general con poco éxito. Si tan sólo la hubiera arrojado y me hubiera ido, mi vida sería mucho más simple, y los Caídos no se estarían preparando para la retribución angelical en la cima de todo lo demás.
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Estaba bien que ella no supiera mucho acerca de Uriel. No había duda de que era un espantoso hijo de puta, y ella tenía probablemente suficiente miedo como estaba. A pesar de que no había parecido asustada. Ella simplemente había tomado la información que le había dado, sin drama, sin histeria. Yo estaba acostumbrado a un poco más de tempestad e ímpetu cuando le decía a la gente que estaba muerta. Ella simplemente parpadeó sus cálidos ojos marrones y dijo: ―Mierda. Me tumbé en el otro sillón, mirándola. Me sentía mejor de lo que me había sentido en meses. Azazel estaba en lo cierto, maldita sea. Había necesitado la Fuente, sangre rica que llenara todos los lugares vacíos dentro de mi cuerpo, reparando las partes rotas, devolviéndome a la vida. Un poco demasiado a la vida, de hecho. Porque quería follar a Allie Watson. ¿Escuchaste eso, Uriel? Envié el pensamiento hacia fuera de mi cabeza. Joder y follar. Trata con eso. Ella se movió, como si pudiera leer mi mente. Imposible… la Gracia era dada sólo a un compañero en condiciones de servidumbre. Yo podía leerla en cualquier momento que quisiera, pero no había manera de que ella pudiera saber lo que estaba pensando. No me molesté tratando de sentir sus pensamientos. Ya estaba muy apegado a ella, me gustara o no. Una cosa era segura: no iba a tener relaciones sexuales con ella, incluso si lo quisiera. Manos fuera a partir de ahora, al menos mientras estaba despierta. Los misterios del Antiguo Testamento. Bufé. No me extrañaba que Uriel la hubiera juzgado. Ella sólo tuvo suerte de que hubiera sido mi turno. No habría tenido oportunidad con Azazel o cualquiera de los otros… la habrían arrojado sin un segundo vistazo. Lo cual habría sido una lástima, pensé perezosamente, viendo la subida y bajada de sus pechos por debajo de la ropa holgada blanca que Sarah le había proporcionado. Ella me salvó la noche pasada en el bosque. Si no hubiera escuchado, si hubiera salido corriendo, los Nefilims8 la habrían destrozado y luego devorado mi paralizado cuerpo. Pero ella se había quedado. Y entonces, cuando ella pensaba que el Caído estaba ahogándome, corrió hacia el agua para tratar de salvarme. Todavía no podía entender por qué. Se habría ahogado si no hubiera soplado en ella, llenándola con… ese conocimiento era lo que me estaba inquietando, infeliz. Excitado de que ella contuviera mi aliento en su cuerpo. La sensación era erótica, explícita y potente. Sostuvo mi aliento, mi esencia, como un vínculo intenso como si mantuviera mi semen, mi sangre. Yo estaba dentro de ella, y en cambio una parte de ella me reclamaba, perteneciéndome. Estaba atado irrevocablemente a ella, y lo odiaba. Me era difícil pensar en eso, obsesionado por eso, y tenía que romper el vínculo. 8 Nefilims: Derribadores. Según la Biblia, son gigantes nacidos entre un ángel caído y mujeres humanas. 60
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Debería haber insistido en la espera de la ceremonia de renovación hasta después de que ella hubiera sido tratada. En mi estado de agotamiento, habría sido inmune a la seducción de una mujer humana. No cualquier mujer humana. Incluso en mis momento más vulnerables, había sido capaz de resistir a las más bellas, las mujeres sexis a las que había sido elegido para escoltar. Por desgracia, no me sentía en absoluto resistente al actual albatros9 alrededor de mi cuello. Me estaba sintiendo… lujurioso. Esto no era normal. ¿Por qué ella, por qué ahora? Las cosas ya eran un lío, y había jurado no arriesgarme a unirme a una mujer de nuevo. Lo que significaba que el sexo era sólo conmigo mismo, una rápida liberación sin alma que me impedía explotar de rabia y frustración. O con algunas humanas anónimas en busca de una noche de placer. Una noche que me aseguré de que ellas nunca recordaran. Yo tampoco. Todas las mujeres de nuestro reino escondido se apareaban, unidas a uno de nosotros. No había hijos para crecer y continuar con la tradición. La única manera de que una mujer entrara a Sheol era como una Compañera de Unión, por lo que era una mierda de suerte si quería a alguien nuevo, lo cual debo agradecer a Uriel. Cualquier cosa que causaba dolor y molestias a los Caídos provocaba a Uriel… satisfacción. Estaba bastante seguro de que él era incapaz de sentir alegría. Pero en este momento estaba demasiado cansado, demasiado nervioso, para llegar a una posible solución al problema de Allie Watson. Ni siquiera podía dejarla por la noche. Al ponerla a dormir, firmé una cierta responsabilidad por ella, al menos hasta que despertara, de seis a veinticuatro horas a partir de ahora. Incluso si su sueño hubiera sido normal, no podía dejarla sola aquí, no hasta que arrancara una promesa de buena conducta por parte de ella. No podía correr el riesgo de que huyera de nuevo… el mar podría atraparla, o si se las arreglara para encontrar las fronteras de nuestro reino, los Nefilims podrían estar esperando. Sólo había una cama, y que me aspen si iba a cedérsela. Probablemente ella dormiría al menos ocho horas. Se había deslizado más lejos, de modo que estaba en el medio del suelo debajo de la mesa de café, con la cabeza en la alfombra blanca y espesa. Estaría muy bien dónde estaba. Apuré mi copa de vino y me dirigí hacia el dormitorio. Abrí la hilera de ventanas que daban al mar y tomé una respiración profunda, respirando el aire renovador. Incluso en pleno invierno, con remolinos de nieve hacia abajo, mantenía las ventanas abiertas. Éramos impermeables al frío… el calor de nuestros cuerpos se ajustaba automáticamente. 9 Albatros alrededor de mi cuello. Se dice cuando alguien tiene una pesada carga o problema.
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El sonido de las olas del mar era suave, y el aire fresco de la noche me recordó que estaba vivo. Necesitaba ese recordatorio de las cosas simples que componen mi vida. Me quité la ropa y me deslicé por debajo de las sábanas de seda fría. Mi brazo aún latía donde el veneno había entrado, pero el resto de mi cuerpo había sanado completamente, gracias al agua salada y a la sangre de Sarah. Mi brazo y mi verga palpitaban… y ambos por culpa de Allie Watson. Cerré los ojos, decidido a quedarme dormido. No podía. Seguía imaginándola en el suelo, muerta para el mundo. Había tenido un par de días duros también. Sabía que ella se había acurrucado a mi lado en el suelo duro la noche anterior, fui vagamente consciente a través de la bruma del dolor, y fui consolado. En el último momento hice una pausa y me puse un par de jeans. La desnudez no era algo que significara mucho en Sheol, y no me preocupaba el preservar su modestia. Era mi propia tentación lo que estaba tratando de evitar. Incluso los boxers de seda o los pantalones de pijama eran demasiado delgados, demasiado fáciles de deslizarse fuera. Estos pantalones tenían botones, no un cierre, y se necesitaría un gran esfuerzo para quitarlos. Dándome tiempo para pensarlo dos veces antes de hacer un movimiento tonto. Abrí la puerta y entré en la sala de estar. La cual estaba iluminada sólo por la luz de la luna irregular reflejada en el mar, y ella sólo era una forma acurrucada en las sombras. Me acerqué y la recogí en mis brazos. Era más pesada que algunos, aunque no lo suficiente para darse cuenta, su peso no era un problema más que el cargar una barra de pan lo sería para un ser humano. La llevé a la habitación y la puse cuidadosamente en la cama. Ella necesitaba mejorar su resistencia… no había sido capaz de correr muy lejos, y había estado sin aliento después de sólo tres tramos de escaleras. Era una niña mimada de la ciudad, no estaba acostumbrada a moverse realmente. Tenía un cuerpo hermoso. Sus pechos eran llenos, atractivos, y sus caderas ensanchadas por una cintura bien definida. En base a las normas vigentes, sería considerada tal vez con 5 o 7 kilos de sobrepeso. Por el gusto del Renacimiento, sería considerado escuálida. El Renacimiento había sido uno de mis períodos favoritos. Disfruté enormemente… el arte, la música, la creatividad que parecía bañar a todo el mundo. Y las mujeres. Plenas, exuberantes y hermosas. Había probado un gran número de ellas antes de que cometiera el error de enamorarme de una, sólo para perderla. No habría tenido más remedio que ver a mi antigua amada Rafaela, en aquel entonces, tontamente, habría recibido con satisfacción la oportunidad. Pero ella había huido de mí, segura de que no la habría querido cuando pareciera décadas mayor que yo. Murió antes de que la encontrara de nuevo. Demasiadas mujeres, demasiadas pérdidas, cada mínimo dolor una gran ayuda para mi enemigo, Uriel. No pasaría por eso otra vez. 62
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Si Allie Watson se iba a quedar ―y ahora no podía pensar en ninguna otra opción― entonces tendría que aprender a manejar todas esas escaleras. Sheol no fue creado para invitados, y por ahora ella era mi responsabilidad. No podía permitirme el lujo de consentirla. La brisa salada del mar amargo revolvió mi pelo, y me acordé de que los seres humanos son más susceptibles al frío. Tiré la sábana por encima de ella, probablemente una buena idea. Y luego me acosté a su lado. Era una cama grande, y ella no iba a moverse en su sueño, situándose a mi lado. Tendría que permanecer inmóvil hasta que esa particular Gracia desapareciera. Tanto como mis sueños no me dirigieran hacia ella, estaría a salvo. Y aunque si así fuera, me despertaría mucho antes de que pudiera hacer nada al respecto. Tenía la esperanza de que la Gracia durara el total de veinticuatro horas… necesitaba tanto tiempo como fuera posible para hacer frente a la situación. No es que ella volvería a considerar este estado de coma en particular el sueño de una Gracia, sino que era el término que abarcaba a todas las cosas extraordinarias que éramos capaces de hacer. La Gracia de sueño profundo era uno de los menos dañinos. La Gracia de nublar las mentes de los humanos podría tener consecuencias mucho más duraderas. Me estiré, cerrando los ojos. Ella debería oler al jabón de las flores de las mujeres de aquí, que estaba en los baños. Debería oler como todas las otras mujeres, pero no lo hacía. Tenía su propio aroma dulce y erótico, subyacente de las flores, algo que la hacía sutilmente diferente, algo que me mantuvo despierto mientras mi agotada mente evocaba todo tipo de posibilidades sexuales. Miré a su figura en estado de coma. Parecía más joven, más bonita, cuando estaba dormida. Dulce, cuando yo sabía que era todo lo contrario. Era una bomba de relojería, nada más que problemas, y sin embargo me había atado a ella. Me apoyé en un codo, mirándola. ¿Podría recuperar mi aliento de ella, aflojando el dominio que parecía tener sobre mí? Moví mi boca sobre la de ella, sin tocar lo suficiente, y aspiré su aliento suave en mis pulmones. Y entonces salvé la pequeña distancia y apoyé mi boca abierta contra sus labios, atrapado por la repentina urgencia de su gusto. Me hundí en la cama, maldiciendo mi propia estupidez. Me sentía dentro suyo, sentí mi aliento en su cuerpo, la conexión inevitable. Al tratar de tomarlo de nuevo de ella, simplemente había traído su cuerpo al mío, completando el círculo. Podía sentir su aliento dentro de mí ahora, arremolinándose en los pulmones, extendido en la sangre que corría por mí. Tiré un brazo sobre mis ojos. Uriel se reiría ahora. Como si las cosas no estuvieran lo suficientemente mal, sólo las hice cuantitativamente peor.
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No podía pensar con claridad en este momento. Mañana me gustaría hablar con algunos de los demás. No todo el mundo era tan frío y práctico como Azazel. Michael, Sammael, Tamlel, verían las cosas con mayor flexibilidad. Habría algún lugar para enviarla, donde estaría a salvo y no tendría que pensar en ella. Tarde o temprano el nuevo aliento de ella se reemplazaría en mi cuerpo, y la conexión se rompería. ¿No? Gemí, un sonido suave, aunque si hubiese gritado ella todavía estaría dormida. Iba a ser una larga noche de mierda.
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Capítulo 9 Traducido por Insomnia Corregido por Marina012
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zazel se sentó en el fantástico vestíbulo, solo en la oscuridad. Ninguno de los Caídos sabía la carga que llevaba. Él podía sentirlos a todos, sus necesidades, su dolor, sus dudas. Sus secretos.
Era mejor que no lo supieran. No lo llevaría más allá de algunos, Raziel en particular, averiguaría una forma de protección o de controlar sus pensamientos, y eso lo pondría a él en una desventaja que los Caídos no podían permitirse. Era simplemente algo que él tenía que soportar, un dolor físico que llevaba sin ninguna señal externa. Sólo Sarah lo sabía. Sara, la Fuente de su Alfa, la serena voz de la sabiduría, la única que él nunca podría simplemente dejar ir. La única. Los siglos, los milenos desde que habían caído, se habían desvanecido en las brumas del tiempo. El número de esposas que él tuvo, se desvanecieron también, pero recordaba cada rostro, cada nombre, no importaba el poco tiempo que habían pasado en su infinita vida. Estaba Xanthe, con sus ojos risueños y el cabello largo hasta los tobillos, quien murió a los cuarenta y tres. Arabella, que vivió hasta sus noventa y siete años. Rachel, que murió dos días después de que se unieran. Las había amado a todas, pero a ninguna tanto como a Sarah, su corazón, su amada. Ella esperó por él, tranquila e incondicionalmente, sabiendo lo que él necesitaba. Siempre lo hizo. Porque de todas las cosas que necesitaba, era a ella lo que él más necesitaba. Ella no le permitió deshacerse de la mujer de Raziel a pesar de que era lo más sabio. La chica quería irse y él debía ver que lo hiciera. Los Nefilims se desharían de ella si se iba más allá de las fronteras de Sheol. Al menos, él lo asumía. Ellos se aprovecharon de los Caídos y de sus esposas y ella no era ninguno de ellos. No confiaba en ella, no confiaba en su inesperada presencia en un lugar que no permitía extraños. Se reclinó en la silla adornada y tallada, intentando escuchar aquella voz lejana que venía tan pocas veces. La profunda voz atrapada en la Tierra, prisionera para la eternidad, o al menos así era la historia. Azazel escogió no creer en la historia, no cuando oyó la voz del primer Caído respondiendo sus preguntas más imposibles. Lucifer, el Portador de la Luz, el más querido de los ángeles estaba vivo, aún encarcelado. Él podía liderar las fuerzas del paraíso y del infierno, el único que tenía la oportunidad
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de vengarse en contra del todopoderoso Uriel y de las viciosas criaturas que le servían. Pero mientras la prisión de Lucifer siguiese escondida y cuidadosamente vigilada por los soldados de Uriel, no había ninguna posibilidad de rescatarlo. Y sin Lucifer dirigiéndoles, los Caídos estaban atrapados en un círculo infinito de dolor. Condenados a ver a sus amadas esposas envejecer y morir, a no conocer jamás la alegría de los niños, a vivir con las constantes amenazas de los Nefilims en las fronteras, dispuestos a invadir su pacífico recinto. Esperar, sabiendo que Uriel enviaría a sus plagas sobre ellos ante cualquier tipo de provocación. Azazel se apartó de los viejos pergaminos y manuscritos, exhausto. Había pistas ahí, quizás incluso respuestas, pero aún tenía que encontrarlas. Lo estudió hasta que su visión se volvió borrosa y al día siguiente, el penoso proceso comenzaría de nuevo. No habría respuestas esta noche. Se levantó, señalizando a las luces para permanecer bajas, y se dirigió hacia la extensa expansión de habitaciones que siempre habían sido suyas. Sarah estaba sentada en la cama, leyendo. Su cabello plateado estaba recogido en una gruesa trenza por encima de su hombro, un par de gafas se alzaban sobre su nariz perfecta. Su piel cremosa era suave y delicada, él se detuvo y la miró, lleno con el mismo amor y el deseo que siempre había sentido. Uriel nunca había sido tan tentado como los otros lo habían sido, uno detrás de otro, cayendo en la desgracia. Uriel no había amado a nadie sólo a su Dios, a quien le consideraba infalible excepto por el único estúpido error de crear a los humanos. Uriel despreciaba a las personas. Él no tuvo piedad por sus debilidades, no había amor por la música de sus vidas, la belleza de sus voces, la dulzura del amor que podían dar. Todo lo que él conocía de ellos era el odio y la desesperación, y los trataba en consecuencia a eso. Sarah le miró por encima de sus coloridas y brillantes gafas de lectura, bajando su libro. ―Pareces exhausto. ―Él empezó a quitarse la ropa. ―Lo estoy. El problema está viniendo y no sé qué hacer al respecto. No podemos luchar contra Uriel, no estamos preparados. ―No lo sabemos hasta que pase ―dijo ella con su voz suave―. Uriel ha estado buscando una excusa por siglos. Si la chica es el catalizador, entonces que así sea. Azazel sacudió sus hombros, aflojando la tensión acumulada ahí. ―Raziel no la quiere y ella no pertenece aquí. Yo podría deshacerme de ella cuando Uriel no estuviese mirando, llevarla adonde Uriel determinó que debería ir. El problema estaría solucionado y nosotros podríamos esperar hasta estar mejor preparados… ―Sarah se quitó las gafas y las dejó al lado de la cama. ―Estás equivocado, amor. 66
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―Me lo dices a menudo. ¿Crees que no debería deshacerme de ella? Tengo el derecho de enviarla de vuelta. ―Por supuesto que lo tienes. Tienes una gran cantidad de fantásticos derechos que no debes ejercer. Raziel se está mintiendo a sí mismo. Él la quiere. Eso es lo que le asusta. ―¿Crees que Raziel está asustado? Te desafío a que se lo digas a él. ―Por supuesto que se lo diré, y lo sabes. No se enfadará conmigo como lo haría contigo. El Alpha puede ser retado. La Fuente es sólo eso, la fuente de la sabiduría, conocimiento y sustento. Sí le digo que la quiere, lo creerá. Pero creo que es mejor que lo descubra por sí mismo. ―Él no quiere volver a emparejarse ―argumentó Azazel―. Perder a Rafaela fue muy duro para él. Uno pierde demasiado. ―Perderme a mí sería duro para ti, amor, pero te unirías de nuevo, y pronto. ―No lo haría. No podía soportar la idea de que en algún momento, Sarah no estuviese allí. Sarah, con sus ricos y exquisitos labios, con su maravilloso y flexible cuerpo, su piel cremosa. Las mujeres en Sheol vivían largas vidas, pero eran un abrir y cerrar de ojos comparadas con las de los Caídos. Él la iba a perder y era una idea insoportable. Ella le dio una sonrisa plena y dulce. ―Ven a la cama, amor. No necesitamos pensar en ello durante un largo tiempo. Se deslizó a su lado, poniéndola junto a él, posando su pierna en medio de las suyas, sus largos dedos acariciando el lado de su cara, su cuello, su elegante clavícula. ―¿Qué llevas puesto? ―susurró él contra su piel. Ella se rió, un sonido bajito y sexy. ―Un camisón, por supuesto. ―Quítatelo. ―Él estaba desnudo… y la quería a ella también desnuda. Ella se sentó sacándolo por encima de su cabeza, y tirándolo al suelo. Lo recogería por la mañana, antes de que la limpieza entrase. No le gustaba que nadie lo hiciese por ella, pero en ese asunto, él la anulaba. Tenía demasiadas demandas sobre ella, proporcionando la fuerte y sustanciosa sangre a los que no tenían unión. Se estiró de nuevo, una sonrisa en sus ojos, y deslizó sus brazos alrededor de él. Enterró su rostro en su hombro y él pudo sentir sus dientes mordiendo suavemente su piel. La besó, fuertemente y de forma profunda, ella tiró de él, sus manos estaban quietas. ―Date prisa ―susurró ella. ―¿Sin juegos previos? ―bromeó él.
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―He estado pensando en ti las últimas dos horas. Es suficiente juego previo. Él se echó a reír, poniéndola bajo de él, entrando dentro de ella. Su espalda se arqueó y él pudo sentir el primer temblor de su orgasmo apretando a su alrededor. Ella sabía cómo dar marcha atrás, contenerse para no hacerle perder el control. Sus ritmos estaban perfectamente coordinados, un baile elegante, que culminó en una descarga de placer. Eso fue ligeramente diferente. Él sintió que a ella le urgía, cuando por lo general se tomaban todo el tiempo que querían. ―¿Por qué tanta prisa, amor? ―susurró él. Ella no contestó por un momento y él pudo ver la sombra de un antiguo dolor en sus preciosos ojos. ―Estoy asustada por si nos quedamos sin tiempo ―dijo finalmente, su voz sonaba tan bajo que apenas pudo oírla. ―Nunca ―dijo él―. Pára de pensarlo. ―Su sonrisa era débil, hermosa, una de las cosas más eróticas sobre ella. ―Ahora ―susurró ella. Él no dudó. Sus colmillos se deslizaron y se hundieron en su cuello, encontrando ese punto dulce que él conocía tan bien. La sangre era espesa, rica en su boca y sintió espasmos que empezaban a apoderarse, sintió su indefensa respuesta mientras sus alas eran desplegadas. Se dio la vuelta sobre su costado, llevándosela con él, sus dientes sin dejar nunca la vena suavemente punzante, su pene dentro de ella cuando sus alas se sujetaban alrededor de los dos, encerrándolos juntos, dándole a él la única especie de muerte que conocía.
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Capítulo 10 Traducido por LizC Corregido por Marina012
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brí los ojos y gemí. Estaba acostada de medio lado en una cama grande, arrugada, todavía con la ropa puesta… y estaba sola.
Tenía la realmente molesta costumbre de despertarme al instante, con alegría, sin necesidad de café o de un profundo silencio para prepararme para el día. Fue pura suerte que hubiese sobrevivido a mis años de universidad… más de un compañero de cuarto había estado a punto de golpearme hasta la muerte por mi tendencia de charlar por la mañana. Hoy podría haber utilizado un poco de nebulosidad. En realidad había dormido en la cama de ese hombre, aunque no estaba muy segura de cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba era haberme quedado dormida en la sala de estar, y ahí estaba yo, tumbada en sus sabanas, sintiéndome físicamente cómoda y volviéndome loca mentalmente. No estaba acostumbrada a que los hombres me llevaran a la cama y luego no hicieran nada al respecto. En realidad, no estaba acostumbrada a que los hombres me llevaran a la cama en absoluto. Excepto que él no era un hombre, ¿verdad? Era una especie de monstruo, o animal mítico, o una bizarra mezcla de ambos, pero definitivamente no era humano. Y tenía la firme convicción que las citas entre especies nunca eran una buena idea. Revisé mi cuello, sólo para asegurarme, pero no había heridas punzantes misteriosas; y lejos de sentirme mareada por la pérdida de sangre, me sentía positivamente enérgica, más que mi vitalidad usual de la mañana. Lo impensable había ocurrido, la peor cosa imaginable. No había sido una pesadilla surrealista. Estaba muerta, y vivía con un grupo de vampiros que parecían haber surgido de los Libros Apócrifos del Antiguo Testamento. Era un poco extraño que me sintiera desorientada. Lo que no podía entender era por qué estaba animada. La única cosa buena del total desastre… era que por lo menos no había adónde ir sino hacia arriba. Tal vez era así de simple. O tal vez, sólo tal vez, tenía algo que ver con el hombre ―maldita sea, no podía dejar de pensar en él de esa manera― que me trajo aquí. No es que estuviera muy encantado de
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tener que cargar con mi no deseada presencia. A la mierda… era su culpa que terminara en este cruce entre el Valhalla10 y el territorio de Anne Rice. Lo bueno era que Raziel parecía no tener ningún interés en mis muy-lejos-de-serirresistibles encantos, sexuales, sociales, o cualquier otro. Por lo que sabía, la gente de Raziel era impotente. Después de todo, nadie parecía ser capaz de procrear. Eso parecía poco probable. La pasión entre Azazel y su esposa había sido palpable, a pesar de la disparidad de sus edades. Tal vez Raziel simplemente no estaba interesado en las mujeres. O, más probablemente, no estaba interesado en mí… él no sería el primero que había fallado en apreciar mi particular estigma de carisma. Me había quedado dormida en el piso de la sala y él debió haber tenido la amabilidad de llevarme a la cama, a pesar de que la bondad hasta ahora no había sido una parte importante de su personalidad. Me había dejado sexual y hematológicamente intacta, gracias a Dios. ¿Qué más pruebas necesito de su falta de interés? Tenía cosas más importantes que considerar. Necesitaba un baño; necesitaba una ducha. Anoche no me había detenido a pensar que los muertos o no muertos tenían verdaderas funciones corporales. Todo lo que sabía era que yo las tenía. Salí de la enorme cama, aterrizando descalza sobre el suelo de mármol frío. La habitación estaba en penumbra, las sombras tiraban contra la luz brillante del sol. Había una puerta a un lado, y me dirigí a ella. ¡Eureka! Un cuarto de baño con una enorme bañera, una ducha hecha para gigantes, toallas gruesas y hasta un inodoro. Si el más allá contenía un cuarto de baño como ese, no podía ser tan horrible. Seguí el aroma del café hasta una pequeña cocina, preparándome a mí misma para hacerle frente a Raziel, pero el lugar estaba desierto. Había café en una jarra blanca, y llené una de las tazas, mirando a mí alrededor con reciente curiosidad. Las cosas no parecían tan bizarras como lo habían hecho ayer… increíble lo que una noche de sueño reparador podría hacer por ti. Fui hasta la fila de ventanas en la sala de estar, con vista al mar. Estaba brumoso, frío, con el olor a sal muy espeso y rico en el aire. ¿Adónde había ido Raziel? ¿Y realmente esperaba que me quedara aquí como una buena chica, esperando el regreso de mi señor? Lotería. Encontré unos zapatos blancos que parecían algo así como un par de Crocs delicados, me los puse, y luego me dirigí hacia la puerta. Me detuve, mirando los tramos sin fin de escaleras, y dejé escapar un gemido descorazonado. 10 Valhala: en la mitología nórdica, Valhalla es la fortaleza a la cual los guerreros van al morir en combate. Se sitúa en el palacio de Odín en Asgard, donde los guerreros fallecidos son bienvenidos por Bragi y conducidos por las valquirias. 70
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Bajar sería más fácil que subir, pero si descendía esos cuarenta millones tramos de escaleras peligrosas, tarde o temprano tendría que volver a subir. ¿Por qué no disponen de ascensor en el más allá? Tal vez la mayoría de la gente simplemente volaba. No, sólo los hombres podían. ―Cabrones sexistas ―dije con desdén. Tal vez podría engancharme a uno de lo más amigables. Las escaleras eran interminables, y estaban desiertas mientras descendía. No fue hasta que llegué a la tercera planta, que comencé a correr en pos de... lo que sea que fuesen. Ángeles Caídos, Vampiros, Devoradores de sangre, transportistas del infierno. Villanos de cómics. Ninguno de ellos parecía particularmente feliz de verme. Por lo tanto, no era sólo Raziel quien resentía mi presencia. Le di a cada uno de ellos mi más alegre sonrisa y un saludo amistoso, y en su mayor parte me encontré con una fría indiferencia. Genial. Ningún vagón de bienvenida aquí. Ningún vistazo de las esposas perfectas, tampoco, quienes para ahora se veían malditamente bastante normales y amistosas. ¿Estaban atrapadas en una especie de harén mientras los hombres se ocupaban de sus tan importantes asuntos? ¿Acabaría ahí? Por supuesto que no. El harén era para las esposas y concubinas, no para mujeres inconvenientes que nadie quería. Finalmente llegué a la parte inferior de esas escaleras sin fin, para terminar en un pasillo enorme. Estaba abierto hasta el final, conduciendo al mar agitado, él que me llamó y me dirigí hacia él, algo parecido a la alegría se elevaba en mi corazón, cuando me detuve en seco por la última persona que quería ver. No Raziel, quien tenía su propio dudoso encanto. Sino Azazel el Gruñón, el líder de esta banda feliz. Y me miraba como si llevara las diez plagas de Egipto. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―exigió. ―Buscando a Raziel ―dije, una completa mentira. No quería verlo más de lo que él quería acercarse a mí, pero no podía pensar en otra excusa. El mar me estaba llamando, así que traté de pasar furtivamente junto a él―. Creo que podría estar por el agua… Él me bloqueó. ―No lo está. Vuelve a tus habitaciones y espéralo. No me gustaba Azazel. ―No soy una de las esposas obedientes, y ciertamente no voy a esconderme como cualquier otro en un harén. Voy a salir al agua, y te sugiero que no intentes detenerme.
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Para el momento en que el desafío salió de mi boca, me arrepentí. Me había olvidado que no eran Metrosexuales de Nueva York con los que estaba tratando. Azazel se congeló, y me pregunté ociosamente si estos ángeles caídos eran capaces de golpear a una perra. Si era así, estaba con la mierda hasta el cuello. ―¡Allie! ―Sarah de repente se acercó por detrás de mí, metiendo su brazo entre el mío―. Así que me alegro de verte esta mañana. ¿No estás feliz de ver a Allie, mi amor? Azazel me fulminó con la mirada. ―No. ―No le prestes atención, querida ―dijo Sarah con suavidad, llevándome lejos de él―. Tiene muchas cosas en su mente, y tiende a estar de mal humor por la mañana. Por la tarde, también ―añadió con tristeza. ―¿Hay algún momento en el que no está de mal humor? ―pregunté con mi habitual falta de tacto. ―No muy a menudo ―dijo Sarah―. Él tiene demasiadas responsabilidades. Ahora, déjame encontrar a alguien que sepa a dónde se ha ido Raziel. Es probable que esté en las cuevas… pasa la mayor parte de su tiempo allí. ―Admito que tiene tendencias de murciélago. La ropa de color negro. ―Las alas ―agregó Sarah alegremente, y luego vio mi expresión―. Oh, ¿no has visto sus alas todavía? Son bastante... sorprendentes. De un azul intenso, iridiscente. Te encantarán. ―Lo dudo. Sarah sonrió. ―Vamos a encontrar un poco de ayuda. No me dejan subir allí o te llevaría. Además, conmigo tendrías que caminar y eso tomaría días. Ven conmigo. ―Ella me llevó, afortunadamente, hacia la puerta abierta y el mar. Me detuve un momento, cegada por la luz del sol, y dejé que la brisa fresca y salada rodara sobre mí como una bendición… como caricia de un amante. Abrí los ojos para ver a Sarah mirándome con una leve sonrisa. ―Encajas bien aquí ―dijo. ―No me había dado cuenta lo mucho que me encanta el mar. ―No es sólo eso. ―Pero antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, ella comenzó a caminar hacia dos hombres que estaban de pie en la luz brillante del sol, viendo nuestra aproximación.
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―Todavía no puedo entender cómo es que no se convierten en montañas de cenizas ― murmuré―. Pensé que los vampiros no podrían soportar el sol. Sarah se rió. ―Los vampiros son un mito. ―¿Y los ángeles caídos que beben sangre son parte de un reality show? ―La televisión real es un mito también, por lo que he escuchado. Te sugeriría que reserves tu opinión. Tamlel, Sammael ―les saludo, y ambos hicieron una reverencia. Raziel era tan ridículamente hermoso que me ponía las rodillas débiles, y la belleza severa de Azazel era impresionante. Estos dos eran condenadamente hermosos también, y por un momento me pregunté si podrías ser gay en el más allá. Uno de ellos era mayor, con cabello castaño oscuro recogido hacia atrás, con calidez en sus ojos. El más joven era rubio y angelical, y probablemente era mi imaginación pero se veía un poco triste. Saludaron a Sarah con calidez, pero estaba claro que no estaban seguros acerca de mí. ―Ésta es Allegra ―dijo Sarah―. Pero ya lo saben. Allie, éste es Tamlel, generalmente considerado a cargo de los escribas. Y el más joven es Sammael. Él me miraba con una expresión malhumorada, y yo siempre había tenido muy poca paciencia con los adolescentes hosco. A pesar de que este adolescente en particular tenía probablemente miles de años. ―¿Y de qué estás a cargo? Hubo un momento de silencio, y luego habló Sarah. ―De hecho, es uno de los ángeles de la muerte. Pero desde que los Caídos tienen vida eterna, no ha tenido mucho que hacer desde que cayó. Nuestra única conexión con los seres humanos es llevarlos hasta su casa definitiva. ―¿Uno de los ángeles de la muerte? ―repetí―. ¿Cómo Raziel? ―Raziel no es un ángel de la muerte. ―Podrías haberme engañado ―me quejé, pensando en el autobús―. ¿Qué está haciendo ahora… matando a alguien nuevo? Tamlel parecía angustiado. ―Nosotros no matamos. Nos encargamos de transportar… ―No importa. ―Me compadecí de él.
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―Raziel es el ángel del conocimiento y misterios ―dijo Sarah con paciencia―. Él guarda los secretos de los siglos. ―Típicamente masculino ―murmuré. Sarah se rió, y hasta Tamlel ahogó una sonrisa. Sammael, sin embargo, mantuvo una expresión pétrea. ―¿Sería capaz uno de ustedes de llevar a Allie hasta Raziel? No debería haberla dejado sola en su primer día con nosotros. ―¿Cuánto tiempo se va a quedar? ―exigió Sammael en un tono justo al lado de la grosería. Supongo que si eres un ángel de la muerte, puedes salirte con la tuya. ―No sabemos todavía. Hay cosas más importantes de qué preocuparse en este momento. Su presencia entre nosotros será tratada cuando sea el momento adecuado. Eso no sonaba particularmente prometedor. No estaba de humor para “lidiar” con ello, y nadie aparte de Sarah parecía exactamente encantado de verme, aunque al menos Tamlel estaba tratando, bendito fuera. ―Me temo que le he prometido a Michael ayudar en la sala de armas ―dijo Tamlel―. Sin embargo, Sammael estará más que feliz de servir. ―Sammael no parecía feliz de hacer cualquier cosa, pero tal vez eso era porque se veía como un adolescente. Pero está claro que nadie le decía que no a Sarah. ―Gracias, Sammael. Voy a llevar a Allie al piso de arriba, necesita prendas calientes si va a ir a las cuevas, y quiero hablar con ella. Puedes reunirte con nosotras en una hora. Sammael se inclinó en señal de asentimiento, y emprendimos el regreso hacia la casa. ―Estoy preocupada por él ―dijo ella en voz baja. ―¿Raziel? ¿O Sammael? Ella se rió. ―Raziel. Sammael siempre ha sido así. Los Caídos son eternos… tienden a no cambiar. ―Genial ―dije. Raziel ayer por la noche me había tratado como un intruso indeseable, cuando apenas era mi culpa que estuviera aquí. No me apetecía pasar la eternidad sintiéndome fuera de lugar. Pero al parecer no era la mujer la que era eterna, sólo los condenados hombres. Eché un vistazo a Sarah mientras subíamos. Ella parecía humana, normal y agradable. No había ninguna marca en su muñeca, la muñeca que había estado goteando sangre en la boca de Raziel.
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Divertido. La cultura popular siempre parecía sugerir que los vampiros ―disculpen, Comedores de sangre― eran sexuales, que el beber sangre era un acto erótico. En retrospectiva, la escena de la noche anterior me había parecido más a un ave madre alimentando a su bebé. A pesar de que dudaba que a Raziel le gustara ser visto como una confusa cría. ―¿Estás segura de que ir hasta las cuevas es una buena idea? ―dije con inquietud―. No creo que Raziel esté particularmente feliz de verme. ―Raziel se sale demasiado con la suya la mayor parte del tiempo ―dijo ella con su voz tranquila―. Jarameel es generalmente el que tiene visiones, pero ha estado desaparecido durante mucho tiempo, y la mía está demasiado fangosa y poco clara. Pero sé que estás aquí por una razón, y que la razón tiene que ver con Raziel. No había mucho que pudiera decir en respuesta a eso. ―Está bien. ―Dejé que las palabras se asentaran por un momento―. Entonces, ¿qué está haciendo en las cuevas? ―Él está haciendo lo que todos están haciendo. Él está buscando al Primero ―dijo. ―Al Primero, ¿en qué? ―Al Primero de los Caídos. ―Rodeamos otro tramo, y me sorprendí al darme cuenta de que estábamos casi en la cima. Era mucho menos tortuoso con Sarah a mi lado. ―¿Están buscando a Lucifer? ¿Por qué? ¿Qué pasó con él? Ella se sobresaltó. ―Olvidé que eras una estudiosa de la Biblia. Muy bien, podría estar avergonzada. ―Difícilmente. Yo escribo… escribía misterios del Antiguo Testamento. Tengo una cierta cantidad de conocimientos básicos, pero para el resto Googleeo lo que necesitaba saber. ―¿Googleas? Me di cuenta con un repentino horror que no había visto ni una computadora en ninguna parte de este lugar. Tal vez éste era el infierno. ―Lo busqué ―le aclaré. ―Ah, no me extraña que Uriel te odiara ―dijo―. Él toma muy en serio la historia. Él se toma todo muy en serio. ―No entiendo acerca de Uriel. ¿Qué tiene que ver con todas las cosas?
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―Todo. Cuando Dios le dio a la humanidad el libre albedrío, dejó a Uriel a cargo. Y Uriel es... ―Por un momento las palabras no salieron, y la mirada de sus ojos era desoladora―, bastante implacable. Su respuesta ante todo incluso sin indicios del mal es destruirlo. Y ve el mal en todo. Nos habíamos detenido por el momento, y pensé en las consecuencias de tal actitud. ―Eso no suena demasiado bueno para el futuro de la humanidad. ―No es bueno para el futuro de la vida en todas sus formas. ―Ella empujó la puerta frente a nosotras―. Es por eso que buscamos a Lucifer. El crudo apartamento blanco estaba tan limpio y sin alma, como lo había estado cuando lo dejé. Me dejé caer en uno de los sofás de color blanco puro. ―Entonces, ¿Dónde está Lucifer? Ella suspiró. ―Está en una especie de éxtasis, y lo ha estado desde hace milenios, desde que Dios dictó sentencia contra él. Está consciente, despierto, pero nadie puede llegar a él. Sólo mi marido y Raziel han sido capaces de escucharlo, y las cuevas de las montañas son el único lugar lo suficientemente tranquilo como para que Raziel escuche. En cuanto a lo que queremos con él… los Caídos quieren que él los lidereé para derrocar a Uriel. Parpadeé. Sólo mi suerte… morí, y en vez de una vida pacífica en el más allá, me quedé atrapada en medio de un golpe de estado angelical. Puse mis piernas debajo de mí, abrazando mis rodillas, y alcanzado una mirada a un plato de panecillos de arándanos que estaba puesto en la mesa de café. Antes de que pudiera llegar a ellos, Sarah continuó. ―Pregúntale a Raziel al respecto. Probablemente pensará que ya te he dicho demasiado. Sabes cómo pueden ser los hombres. Estaba dispuesta a hacer un comentario sabelotodo ―hasta ahora Raziel había mostrado poca inclinación a decirme algo― pero me contuve. ―Dices que es un hombre. ¿Lo es? ―¿Un hombre? Oh, definitivamente. Cuando los ángeles caen, toman forma humana, junto con sus maldiciones. ―Los humanos no son inmortales. Los humanos no están malditos. No pueden volar y no... ―Vacilé. Una vez que lo dijera, sería demasiado real―. Ellos no beben sangre. La rápida risa de Sarah disminuyo la culpa de decirlo. ―No seas difícil. Llámalos como quieras… son muchas cosas, como ya sabes. ―Se trasladó hasta la ventana―. Están malditos, y la maldición se adentra. Sí entiendes eso, las cosas serán más fáciles para ti. 76
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Miré con nostalgia a los panecillos de arándanos. Si tuviera uno, sería muy difícil que no comiera tres, y eso consumiría la mitad de mi número de calorías para el día. ―¿Por qué no tomas un panecillo? ―preguntó, desconcertada―. Has estado mirándolos desde que llegamos. ―No me atrevo. La comida es condenadamente buena aquí… terminaré pareciéndome a un dirigible. Sarah se rió. ―Esa es una de las ventajas de vivir aquí. No tienes que preocuparte acerca de la dieta. La mujer puede que no sea inmortal, pero aun así no las arreglamos para vivir mucho más tiempo que la mayoría de los seres humanos. Es casi imposible matarnos. En poco tiempo tu nivel de colesterol, presión arterial, azúcar en la sangre, y todo lo demás será como un perfecto libro de texto. ―Excepto que no soy una mortal, he muerto. ¿No es así? La frente de Sarah se arrugó. ―No sé si alguien está muy seguro de lo que eres. Eres algo así como un original, y todavía tenemos que descubrir tu propósito. Aun así, creo que todos sufrimos un cambio radical cuando venimos aquí. Aquellas que vienen como esposas y Compañeros de Servidumbre se vuelven casi invulnerables. No creo que haya habido una gripe o un resfriado aquí en generaciones. Vivimos vidas muy largas… nací a principios del siglo pasado, tengo el cuerpo de una persona muy saludable de sesenta y tantos años, y espero vivir por lo menos otros cincuenta años. Es similar para el resto de nosotros. La buena noticia es que podemos dejar de usar lentes, lentes de contacto, medicamentos para las alergias y las dietas. ―¿Cómo es que sabes acerca de algunas cosas y no otras, como los lentes de contacto y de Ben & Jerry, pero no sabes lo que es Google? ―pregunté, confundida. ―Depende de lo que la nueva esposa trae a nosotros. No creo que Carrie haya mencionado Google, pero ella era muy aficionada a los helados. ―Yo también. ―Bueno, te alegrará saber que no tendrás que preocuparte por aumentar de peso. Permanecerás exactamente igual que ahora. ―¿Qué? ―Estaba horrorizada―. Todavía estoy a quince libras de sobrepeso. ¿Me estás diciendo que voy a estar así toda la eternidad? Sarah se rió y me palmeó la mano. ―No te preocupes… son unas sanas quince libras. Y a Raziel quizá le guste.
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La miré fijamente. ―¿Qué tiene eso que ver con todo? Ni siquiera permanece el tiempo suficiente para dar los buenos días. Además, no me gusta mucho tampoco. Sarah inclinó la cabeza, observándome con ojos que veían demasiado. O leían demasiado en una situación del todo inocente. ―¿Él no te dio los buenos días? ―repitió―. ¿Durmió contigo anoche? ―La idea parecía asombrarla, lo que no era especialmente halagador. ―¡Por supuesto que no! ―dije, tratando de sonar horrorizada más que... Dios, me sentía casi melancólica. ¿Qué había de malo en mí? ―¿Pero pasó la noche en el mismo apartamento? Dudé, pero luego decidí descargarme. Si alguien iba a ayudarme a resolver las cosas, sería Sarah. ―En la misma cama, creo. Pero no me tocó. Me quedé dormida aquí, desperté esta mañana en la cama, sola… ―Vi como su boca se abría para hacer una pregunta, y dije con firmeza―, y sin tocar. Parecía como si alguien hubiera dormido allí también, y él es la opción lógica ya que éstas son sus habitaciones, pero sí lo hizo, se mantuvo en su lado de la cama. Ni siquiera me mordió. Sarah parpadeó por un momento, luego se rió, con su voz ligera y curiosamente seductora. ―Él tiene que follarte antes de morderte, Allie. Esa es la forma más alta de intimidad que existe. Es la última cosa que querría contigo. Por supuesto que sí. Gracias a Dios, me dije virtuosamente. ―Estoy encantada de escucharlo. ¿Así que él sólo tiene intimidad contigo? Tuvo la menor huella de color en su piel cremosa. ―¿Quieres decir porque él tomó mi sangre? ¿Ustedes dos no han hablado en absoluto? No puedo creer que simplemente lo dejes cavilar por allí y no responder algunas preguntas. ―Hemos hablado. Simplemente no nos hemos adentrado a todo... lo de la sangre. ―Oh ―dijo Sarah después de un momento―. Bueno, supongo que no importa… es posible que no te afecte de una manera u otra. A menos que haga una gran diferencia para ti, no hay realmente ninguna razón para hablar de ello. Lo hacía. Todo lo relacionado con Raziel hacía una gran diferencia para mí, pero admitiendo eso sólo empeoraría las cosas. ―No hay razón en absoluto ―le dije alegremente. 78
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Miré por encima de ella hacia el banco de ventanas con vistas al brumoso Océano Pacífico. Al menos, asumí que era el Pacífico… por lo que sabía, podríamos estar en Marte. Las ventanas estaban abiertas, y una fuerte brisa agitó las blancas cortinas en el aire, enviando un pequeño escalofrío de alguna emoción sin nombre por mi espina dorsal. ―¿Todo es blanco en este lugar? ―exigí, sintiéndome de mal humor. Estar muerta podía hacerle eso a una chica. Por un momento me pareció ver algo más allá de las ventanas… el aliento resplandeciente de iridiscentes alas color azul, el sol brillante fuera de ellos. Estreché la mirada, pero no había nada ahí, sólo unas pocas gaviotas a lo lejos, girando y graznando. No hay gaviotas en Marte, pensé. Sarah miró a su alrededor como si lo notara por primera vez. ―Supongo que sí. Raziel tiende a ver las cosas como tonos negros o blancos… nunca tonos grises. Probablemente realmente odiaría si pintas algo. ―Ella sonrió, de repente viéndose traviesa―. Sólo avísame si necesitas algo de ayuda. La idea era irresistible, y me reí. ―¿Quieres hacer de su vida un infierno? ―No, querida. Ése va a ser tu trabajo. Otra extraña agitación. Me levanté y crucé la sala para mirar hacia el cielo brillante, a la niebla que rodaba sobre el océano. No había nada en el cielo, sino gaviotas… debía estar imaginando cosas. ¿O no? Estaba atrapada en el nido estéril de una criatura que podía volar… ¿por qué iba yo a suponer que esas misteriosas alas oscuras eran un producto de mi imaginación? Le di la espalda a las ventanas. Si Raziel estaba por ahí zumbando por el edificio en un intento de asustarme, no se lo iba a permitir. Aunque la visión de él en picada atentando contra el lugar habría sido condenadamente gracioso. ―En realidad, quería hablar contigo antes de que Sammael llegue aquí. Además de darte la bienvenida al Seol ―dijo Sarah―, quería advertirte sobre Raziel. Oh, genial. Como si las cosas no fueran lo suficientemente malas, ahora tenía que ser advertida sobre el único hombre que ligeramente, de alguna forma, mínimamente confiaba. ―¿Es él asesino del hacha? ―sugerí alegremente. La sonrisa en respuesta de Sarah era una señal.
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―No te dejes engañar por su amabilidad. Raziel se ha aislado de todo sentimiento humano, de preocuparse por alguien más que los Caídos y sus esposas. Voy a hablar por ti en la reunión de hoy, pero si estás confiando en Raziel para protegerte, estás perdiendo el tiempo. Todavía estaba tratando de relacionar el término “amable” con el mal humor con el que Raziel me había cargado. A pesar de que era más probable que Raziel consideraría que había tenido que “cargar” conmigo. ―Oh, ¿hay una reunión? ―dije, sintiéndome condenada―. Supongo que van a decidir si vivo o muero, y no voy a tener voz en el asunto. Por supuesto, ya estoy muerta, así que supongo que en realidad no importa. Simplemente no me siento como si estuviera muerta. Y yo realmente no quiero volver a ese lugar. ―Me estremecí. No me acordaba mucho, sólo el calor y el ruido y el dolor de miles de almas tratando de salir... ―Voy a hablar por ti. Voy a hacer todo lo posible para detenerlos. En este momento están más preocupados acerca de los Nefilims y sí Uriel utilizara tu presencia como una excusa para actuar contra nosotros. Simplemente no quiero que cuentes con Raziel. Él ha renunciado a preocuparse por cualquiera, y me temo que no va a hacer una excepción contigo. ―Ella inclinó la cabeza hacia un lado, evaluándome―. Por lo menos, no lo creo. Pero voy a luchar por ti. Y a veces ellos escuchan. Y si eso no sonaba como una garantía sólida como una roca, pensé que era lo mejor que podía esperar. Si iba a salir de este lío, tendría que averiguarlo por mi cuenta. Sammael apareció en la puerta justo cuando Sarah se iba, y él no se veía más feliz de verme de lo que se veía antes. ―¿Estás lista? ―preguntó amablemente. De repente me acordé de todos los tramos de escaleras, y gemí. Una vez al día es suficiente. ―¿Puedo suponer que tienen un ascensor oculto en algún lugar cerca de aquí? ―No. ―Sammael se movió más allá de mí para empujar hasta abrir una sección de ventanas que había asumido alegremente que era un sólido muro. El viento estaba elevándose, girando en el apartamento, pero en el ambiente estéril de Raziel no había nada suelto que pudiera salir volando―. Ven conmigo… tomaremos el atajo. Miré desde el tranquilo rostro de Sammael hasta el viento y el mar más allá de las puertas a ninguna parte. Él era un ángel, ¿no? Aunque Sarah había dicho que era uno de los ángeles de la muerte. No me iba a tirar por la ventana, ¿verdad? Sólo se puede morir una vez, pensé, sin saber si era cierto o no. Tomando la mano de Sammael, di un paso hacia la nada que era cegadoramente brillante.
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Capítulo 11 Traducido por KaThErIn Corregido por Angeles Rangel
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arecía como si hubiera pasado un instante, o una hora. Me encontré de pie en un acantilado, mucho más alto que la casa en la que había estado, y nunca estuve loca por las alturas. Podía ver sobre el vasto océano, y el sol empezando a hundirse más despacio en el horizonte. El océano Pacífico. La tierra estaba mojada bajo mis pies, y no había señal de mi mentor perdido. Eché un vistazo a Sammael. No podía recordar aferrándome a él, surcando los cielos brumosos. Pero claramente no había caminado. ―¿Dónde está él? ―pregunté ―En la cueva. Sólo ve directo y lo encontrarás. Llevábamos tres cuartos de camino arriba hacia la montaña y ni siquiera podía darme cuenta qué estaba cerca. Su parte superior estaba envuelta en niebla, como estaba la rocosa costa siguiente, y no podía ver la gran boca de la cueva abriéndose más cerca de lo que me hubiera gustado. Esperé el pánico familiar empezaba. ―Soy claustrofóbica cuando entro a las cuevas ―finalmente admití, mirando nerviosamente a la tosca entrada, desgastada por siglos de batientes vientos. De hecho, no me gustaban las alturas, lugares cerrados, lugares que eran demasiado abiertos me dan fobia y me abrazaba frenéticamente. ―Ya no más ―dijo Sammael con una voz descolorida―. Tú debes mirar lo que dices. Serás afortunada si el Consejo simplemente decide concederte la Gracia. ―¿La Gracia? ―Eso sonó casi agradable. ―Tu memoria será limpiada. Te lo prometo, no te dolerá, y serás perfectamente feliz. Serás capaz de hacer simples tareas, quizás incluso aprender a leer y escribir unas pocas simples palabras Lo miré con absoluto horror. ―No ―dije completamente. ―No será tu elección. ―Pareció inmóvil por mi reacción―. ¿No querías que te llevara a Raziel? ―Puedo manejarlo ―dije, sin estar segura de que podía, pero en realidad no quería escuchar nada más de las horribles posibilidades de Sammael. Los habitantes de Sheol parecían haber combinado sentimientos sobre mí.
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Azazel, Sammael, y Raziel claramente pensaban que no pertenecía, y yo estaba feliz de estar de acuerdo con ellos. Tamlel, Sarah, y las esposas Stepford fueron bienvenidas, pero eso probablemente significaría nada una vez ellos tuvieran su reunión en el Consejo. ―Pero te agradezco la oferta. Creo que necesito descifrar cómo obtener lo que necesito por mi cuenta, ¿no? Él apenas se dio cuenta de mi pregunta. ―Regresaré si hay un problema. ―¿Cómo lo sabrás? ―Pregunté con recelo. Raziel había sido capaz de leer mi mente… si resultaba que el lugar entero sabía lo que estaba pensando, entonces tal vez no me importaría recibir una lobotomía. ―Sarah lo sabrá. Sarah me lo dirá ―dijo él simplemente, como si esperara que yo supiera algo tan básico. Claramente Sarah era una fuerza con la que contar. Era una buena cosa que ella pareciera estar de mi lado. ―Estaré bien ―dije firmemente, y antes que pudiera añadirlo, Sammael había desaparecido en el viento. ―Bien, demonios ―dije en voz alta. Había estado deseando ver las alas. Si Sammael venía equipado con ellas, no hubiera tenido tiempo de observar. Lo cual hacía el viaje conveniente, pero todavía un poco desconcertante. Me di la vuelta para mirar la cueva, esperando que el miedo helado se levantara, pero no sentí nada más que un nerviosismo enteramente razonable ante la idea de Raziel desafiando en su guarida. Sammael había dicho la verdad. ―la claustrofobia había desaparecido. ¡Hurra! Pensé con una falta adecuada de entusiasmo, caminando hacia adelante. Todavía no estaba loca sobre los espacios cerrados. El ancho corredor en la montaña se veía como si hubiese sido una mina, como si ellos me hubieran estafado en la vida después de la muerte. Se reducía un poco demasiado rápido mientras hacia mi camino hacia abajo. Normalmente me habría acurrucado en el suelo, cubierta con un frío sudor. El hecho de que podía seguir moviéndome, más y más profundo en la montaña, era una prueba más de cómo eran las cosas de diferente. Una prueba que fácilmente podría haber hecho sin él. No estaba muy segura de lo que esperaba. El corredor tomó un par de curvas cerradas, impidiendo el paso a la luz del día en la entrada, pero me las arreglé para seguir adelante sin detenerme a hiperventilar. ¿Dónde demonios estaba Raziel? Tuve el miedo repentino de que Sammael me hubiera traído como a Hansel y Gretel, atrayéndome a esta montaña para abandonarme, deshaciéndose de ese modo de un problema confuso. Sarah no le permitiría salirse con la suya, ¿no? Casi había renunciado a tratar de buscarlo cuando me volví en la última esquina y lo vi sentado en una silla de madera en medio de la cueva de piedra enorme, sus ojos cerrados.
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Había planeado ser una sabelotodo y decir algo como “¡hey! criatura imaginaria, estoy aquí” pero lo pensé mejor. Él estaba sentado en el borde de un gran agujero abierto en el centro de la cueva, y se veía como si algo de las paredes hubiera colapsado dentro. Él estaba muy al borde, demasiado para su comodidad, y mientras lo vi parecía sacudirse hacia la abertura. Traté de sofocar mi grito instintivo, pero me escuchó de todos modos, sobrecogido. Cayó hacia atrás, lejos del pozo y la silla cayó dentro. Podía escucharla destrozarse contra las paredes de piedra mientras caía, y me estremecí. Se levantó, enfocándose en mí. Y probé una sonrisa alegre. Como lo esperaba, él no estaba ni en lo más mínimo contento de verme. ―¿Cómo entraste aquí? ―preguntó, sin acercarse. ―Sammael ―dije. Él gruñó. ―Estás usando mis ropas. ―Es mejor que todo eso blanco ―dije―. ¿Tenías miedo por algún albino cuando eras niño? ―Nunca fui niño. Otra de sus planas, incontrovertibles declaraciones. Por lo menos estaba hablándome. ―¿Quieres decir que naciste de esta manera? ―No nací. ―Él se quedó donde estaba, en el borde del pozo, y eso me puso nerviosa. A pesar de que supuse que sí el caía, probablemente podría salir volando de allí, ¿no? ―¿Por qué estás aquí? Le dije a Tam y Sammael que te mantuvieran ocupada. Este no es un lugar para ti. ―¿No pertenezco a esta húmeda y pequeña caverna? Puedo estar de acuerdo con eso ―dije―. No es que en realidad sea húmeda o pequeña, pero comprendes. ¿O no pertenezco a Seol en absoluto? Porque estoy queriendo estar de acuerdo contigo en esa parte también, pero aparentemente es tu culpa que yo esté aquí y no de vuelta en Nueva York esquivando buses, y en realidad no tengo ganas de tener un grupo de hombres reunidos y decidiendo qué es lo que va a pasarme, particularmente cuando una de las opciones incluye el equivalente a daño al cerebro. Y no me gusta el blanco. ―Él parpadeó al “no seguirme”. ―Duro ―dijo secamente. Se abrió paso ante mí, y lo miré, tratando de alejar todas las extrañas cosas disparatadas que sabía sobre él de una sola vez. ―¿Dónde están tus alas? ―pregunté. Si iba a estar atascada con ángeles, debería por lo menos llegar a ver algo de plumas. Él rodó sus ojos. ―¿Por qué siempre es esa la primera pregunta? No necesitas saberlo.
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―Si me voy a quedar aquí, ¿debería tenerlas? ―Tú no eres y nunca serás un ángel ―dijo él. Estaba deseando levantar una pelea. ―Oh, nunca se sabe. Quiero decir claramente he estado lejos de ser angelical hasta ahora, pero puedo siempre cambiar mis caminos y llegar a ser positivamente santa. ―Le di una amplia sonrisa optimista que lo dejó enteramente impasible. ―Las personas no pueden transformarse en ángeles ―dijo en un tono que decía, que cualquier tonto lo sabía. ―¿Qué te parece el cielo? ¿No obtienen alas las personas ahí? Desde que estoy muerta y todo eso, me parece como un buen lugar para empezar. Su risa no era halagadora. ―No creo que tú hayas alcanzado ese punto todavía. ―Entonces estás atascado conmigo. Acostúmbrate a eso. Él se detuvo directamente enfrente de mí. ―Por ahora ―dijo―. Y no contaría como una larga estancia. Pero durante el tiempo que tenga que ponerme en contacto contigo, puedes parar de robar mi ropa. Y puedes dejar de hablar, el sonido de tu voz es como las uñas en una pizarra. ―No seas ridículo ―dije, totalmente impasible―. Tengo una encantadoramente voz. Es baja y sexy, o eso es lo que la gente me ha dicho. Estas siendo duro. ―No me importa cuán gloriosa es tu voz, Apreciaría escucharla menos. Abrí la boca para protestar, entonces la cerré de nuevo. Si quería sobrevivir, lo necesitaba de mi lado, e iba a tener que comportarme, por lo menos un poco. Permanecí de pie todavía, sin decir nada, esperándolo. Él inclinó la cabeza, dejando que sus extraños ojos se deslizaran sobre mí, asediándome. Raro, pero se sentía tan palpable como un toque. ―Mi ropa es demasiado apretada para ti ―dijo amablemente. ―Tú eres un hombre, yo una mujer. Tengo caderas. ―Ya lo sé ―dijo él, y lo miré fijamente para ver si no era un insulto escondido detrás de su tono amable de voz. ―Pretendía tener la ropa adecuada para ti. ―Lo hiciste. Eran todas blancas, es una ausencia de color ―dije―. Puedo estar en el limbo, tener que vivir con su caridad, pero no voy a dejar que todo vaya de un aburrido beige. 84
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―Limbo es una construcción mítica ―dijo él―. Y blanco no es beige. ―Seol es una construcción mítica, y los ángeles son parte de los cuentos de hadas, y los vampiros son pesadillas, y tú no existes. ―Contesté bruscamente. Estaba un poco cansada con todo esto. ―¿Entonces dónde estás?―él no estaba esperando una respuesta―. ¿Qué te dijo Sammael? ―Sammael es un adolescente. Él apenas dijo dos palabras. Sarah era más comunicativa. Ella me dijo que no cuente contigo para nada. ―¿Lo hizo? ―Ella dijo que a pesar de tu bondad hacia mí ―y tengo que admitir que todavía tengo que ver cualquier evidencia de su parte― tú no hablarías por mí en la reunión y que dejarías que los otros hicieran lo que ellos quisieran conmigo, y yo quiero estar segura... ―¡Cállate! ―Fue hablado en voz baja, suave pero mortal, y me callé. Casi. ―¿Vas a dejarles fundir mi cerebro? Se veía confuso por un momento, antes de reanudar su familiar irritante expresión. ―Oh, la Gracia. No. ―Era una pequeña silaba, pero confiaba en él. ―En el futuro, no vas a subir aquí ―continuó él, su tono frío―. Y me aseguraré que Sarah sepa dónde se te permite ir y qué está fuera de los límites. Hay lugares peligrosos en Seol, incluyendo las puertas que nos rodean. Este lugar es casi tan peligroso… ―¿Has encontrado a Lucifer? ―él abrió la boca para reprenderme, y repliqué―. Han sido cuatro palabras, por amor de Dios. Trata con eso. Se veía molesto. ―Sarah ha estado hablando demasiado. ―Todo el mundo parece hablar demasiado para tu conveniencia. ¿O sólo las mujeres? ― Bastardo sexista, pensé con una peculiar falta de calor. ―No, no lo soy ―dijo. No ¿qué? pensé. ―Eres la única hembra aquí que parece ser incapaz de controlar su lengua. No necesitas los detalles de nuestra pelea con el arcángel. No es ninguno de tus... ―... negocios ―repliqué con él―. Y Sarah no me dijo demasiado. Además, podría señalar que Lucifer cayó porque se atrevió a hacer demasiadas preguntas. ―Le lancé una mirada irónica. ―Debes tener algo de simpatía por la curiosidad.
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―No te ilusiones de grandeza. Las preguntas de Lucifer eran más importantes que quejarse de por qué hay tantas escaleras. ―Y eso me recuerda que ―juzgando por el “atajo” de Sammael, yo no debía haber tenido que caminar. Tienes alas― podrías haber volado hasta allí al instante. ―Podría hacerlo ―estuvo de acuerdo―. Pero necesitas saber dónde estás, lo que se espera de ti. No siempre habrá alguien cerca para transportarte. Y no quiero transportarte si puedo evitarlo. ―¿Por qué no? ―Probablemente él no quería tocarme, pensé, malhumorada ante la idea. Estaba tratándome como si tuviera un avanzado caso de lepra, lo que era molesto y cada vez más ligeramente deprimente. No es que yo me sintiera atraída hacia él… él no era mi tipo. ―Tú sabes porque ―dijo al poco rato. ―¿Qué quieres decir? Sus ojos se encontraron con los míos, y tuve la extraña sensación de qué podía ver mis propios pensamientos en ellos. Lo que era realmente una horrible idea, porque yo había tenido algunos pensamientos que eran decididamente calientes, indecentes y vergonzosos. Esto era bastante difícil sin que él supiera que yo tenía sentimientos en los que estaba usando toda mi energía tratando de pelear contra ellos. Si él pudiera leer mi mente estaría jodida. ―No, no siempre puedo decir lo que estás pensando ―dijo en forma de respuesta, y mi corazón se hundió―. Algunas cosas son fáciles, otras cosas están bien protegidas dentro de ti. Toma mucho llegar a ellas, y desde luego no me voy a molestar. No estaba segura de si eso era tranquilizador o insultante. Por lo menos él no tenía idea de que tenía un escondido deseo de saltar a su... ―¡Detenlo! ―dijo el bruscamente. ¡Mierda! Bien, podría tratar de luchar de nuevo. Moví las pestañas, dándole mi más límpida, mirada inocente. ―¿Detener qué? Él cruzo la cueva tan rápido qué me pregunté si había usado magia, o como quiera que sus habilidades se llamaran. ―Eso no pasará, así que puedes parar de pensar en eso. Nunca voy a unirme a ti. ―¿Unirte a mí? ―repetí, muy divertida―. ¿Por qué no lo llamas simplemente por su nombre? Tú nunca vas a tener sexo conmigo. Lo que por cierto es afortunado, porque, 86
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¿qué te hace pensar que yo quiero tener sexo contigo? ―A nadie le gustaba el rechazo, incluso de alguien que se desprecia. ―Hay una diferencia. Unirse en un enlace de vida. Tu vida. El sexo es simplemente fornicación. ―Y tú no apruebas la fornicación. Él me miró entonces, una lenta, y abrasadora mirada. Quizás estaba equivocada en la parte del rechazo. Él se cernió sobre mí, peligrosamente cerca. ―Podría fácilmente tener sexo contigo ―dijo él a propósito, la palabra extraña en su débil voz formal―. Eres sin lugar a dudas deliciosa. Pero no lo voy a hacer. Y necesitas sacarlo de tu mente también. No son sólo las palabras las que me distraen. Son las imágenes. ¡Oh, mierda! ¿Podía mirar los visuales? ―¡No puedo evitarlo! Es como decirle a alguien que no se mueva. En cuanto alguien me dice que esté quieta, termino por moverme. De todas maneras, fuiste el que trajo a colación el tema en primer lugar. Él abrió la boca para argumentar, luego la cerró. ―Tengo cosas que hacer ―dijo finalmente―. No quiero transportarte. Miré alrededor de la sala cavernosa. ―Deberás hacerlo ―dije―. De otra manera no hay camino para bajar y estoy atascada aquí. ―Tú me tientas ―dijo, y su rígida, hermosa voz bailó bajando por mi columna vertebral. En realidad era demasiado susceptible a él―. Pero alguien vendría a encontrarte ―se movió pasándome, dirigiéndose hacia adelante del corredor que llevaba al mundo de afuera. Tan fuera como Seol podría estar. Se detuvo, volviendo la cabeza hacia mí―. ¿Vienes? Hubiera amado decirle que no, pero era un lugar frío, y no quería esperar allí sola hasta que alguien viniera a rescatarme. Estaba manejándolo muy muy bien, dada la situación, pero yo era su responsabilidad y no estaba cerca de dejarlo abandonarme. Corrí de prisa después de él, alcanzándolo mientras llegábamos a la boca de la cueva y la brumosa luz del día. ―¿Qué sigue? ―dije―. ¿Voy a subir a tu espalda, o me llevas en tus brazos, o...? ―Para de hablar ―dijo. Casi tropiezo con una alfombra blanca que cubría parte del blanco suelo de mármol. Estábamos de vuelta en su estéril apartamento, y él estaba en la cocina. Mis piernas se sentían un poco tambaleantes, me hundí en el sofá y puse la cabeza entre mis piernas para evitar perder el conocimiento. Entonces levanté la mirada. ―Podrías darme alguna advertencia la próxima vez ―dije irritada.
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―No habrá próxima vez sí puedo evitarlo. ―Se inclinó contra el mostrador, mirando un plato de donas que alguien había dejado. ―¿Te vas a comer estos? Supongo que Sarah te dijo que no puedes ganar peso. Me erizó ligeramente que él incluso mencionara mi peso de una manera tan improvisada, pero bueno, eso fue el permiso suficiente. Me puse de pie y me trasladé a la pequeña cocina. Y era pequeña. Demasiado pequeña para aguantarnos a los dos, en realidad, pero él no se estaba alejando y yo quería aquellas donas mágicas. Esta era una experiencia nueva, tener un hombre hermoso que me dice qué puedo comer alimentos que engordan, la materia de mis sueños. “No, querida, un poco menos de noventa kilos estás demasiado delgada. Necesitas poner algo de peso” Quédate tranquilo, corazón. ¡Oh! él no era el primer hermoso hombre que había tenido a mi alrededor. Yo era superficial de la manera que ―me gustaban los hombre que estaban lindos y sólo un poco estúpidos, y siempre los había preferido fornidos―. Tenía la infeliz sospecha de que Raziel era demasiado inteligente para la paz de mi mente. Pero yo estaba empezando a ver el atractivo de la delgada, poderosa elegancia. La mayoría de mis novios habían querido que siguiera una dieta, bajar a un tamaño de seis u ocho de la talla cómoda 12 que había usado desde el colegio. Saldríamos a cenar, yo ordenaría una parte de ensalada con un chorrito de jugo de limón o vinagre, y a continuación al momento en que estuviera en casa sola ojearía a través de Ben & Jerry. Un Súper Pedazo de dulce de leche y azúcar había marcado el fin de más de una cita aburrida. ―Así que yo todavía voy tener hambre y comer, ir al baño, dormir, bañarme, y nunca aumentar de peso. Suena delicioso. ¿Llegaré a tener sexo con alguien si tú no me quieres? Él me miró, momentáneamente estupefacto. ―No ―dijo finalmente―. Absolutamente no. Está prohibido. ―Pero tú dijiste que podría felizmente... ―Te dije que tú y yo no tendríamos sexo ―interrumpió él antes que pudiera caer la bomba incendiaria como lo había hecho. ―¿Por qué querrías hacerlo? ―dije, logrando sonar aburrida con la idea. ―No quiero hacerlo ―dijo bruscamente―. Tú me preguntaste si tendríamos sexo. ―Tú entendiste mal. Deliberadamente ―agregué, justo molestándolo. En este extraño, lugar de otro mundo, molestarlo era una de las únicas cosas que me hacían sentir con vida―. Realmente entiendo por qué tú quisieras hacerlo, pero no creo que sea una buena idea. Siendo mi mentor y todo. Esto estaba funcionando incluso mejor de lo que había esperado. Él estaba listo para explotar con frustración. No la buena clase de frustración, desafortunadamente. En 88
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realidad, era demasiado malo que yo estuviera burlándolo, pero no podía resistirlo. Él en realidad era increíblemente hermoso. Era probablemente imprudente… y lo necesitaba de mi lado. ―No ―dijo él represivamente. Me encogí de hombros, tomando otra dona. ―¿Nos enfermamos? ¿Voy a empezar sintiendo hinchazón si como un cuarto de dona? ―Si ―dijo él. Bajé la dona. ―Bien, por lo menos vas a sobrevivir a mí. Anímate. Puedes bailar en mi funeral. ―No sabré cuando tú mueras. Asumiendo que descubramos qué hacer contigo, probablemente no nos veremos de nuevo. Estas no eran noticias reconfortantes, pero no iba a abandonar la batalla. ―Una vez que ellos decidan, ¿cuánto tiempo les tomará deshacerse de mí? Él sólo me miró, su expresión diciendo que no podía ser muy pronto. Por extraño que pareciera, no estaba segura de querer irme, incluso si ellos pudieran devolverme a algo parecido a una vida normal con la agudeza mental, intacta. Sí, yo disfrutaba meterme con él, y el blanco tenía que irse. Pero a pesar de mis argumentos, yo... me gustaba aquí. Me gustaba el sonido del océano más allá de las ventanas abiertas, el sabor de la sal en mis labios. Siempre Había querido vivir por el mar. Estaba haciendo mi voluntad más temprano de lo que esperaba, y no estaba viviendo técnicamente, pero estaba lo bastante cerca. Me gustaba la cama en la que había dormido, me gustaba Sarah, y definitivamente me gustaba mucho más mirar a Raziel, incluso si estaba frustrándose molesto y todos los otros adjetivos negativos que pudiera pensar. Y si él pudiera leer mi mente, ¡vaya mierda! De hecho, estaba viviendo mi sueño. Había gastado la mayoría de mi vida adulta examinando cuidadosamente secretos de literatura y cristicismo de la Biblia para llegar a mis descabellados misterios, y eso estaba bien familiarizado con las totalmente bizarras fantasías de Enoc, con sus cuentos de los Nefilims y los Caídos. Excepto que resultaba que Enoc no era un monstruo ácido como siempre había pensado que era. Todo esto era real. La cocina era demasiado pequeña para los dos, pero para abandonarla él habría tenido que frotarse al pasarme, y yo sabía que él en realidad no quería tocarme. Era una maravilla que pensara que era inquebrantable el deseo de mantenerlo alejado, pero sabía que probablemente era más una molestia, había hecho mi mejor esfuerzo para hacer que él quisiera estrangularme. ―No ―dijo él―. No quiero estrangularte. Solo quiero que desaparezcas.
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Grrr. ―¿Cuánto tiempo vas a estar leyendo mi mente? ―exigí, bien molesta. ―Todo el tiempo que tenga que hacerlo. ―Bien, ese tiempo se ha terminado. Apaga el interruptor, o lo que sea que haces. Diablos quédate fuera de mi cerebro. No leas mi mente, no nubles mis pensamientos, no borres mi memoria. Mantén tu distancia. No me molesté tratando de guardar el gruñido de mi voz. Había tenido suficiente de esta mierda. Se veía peligrosamente cerca para ser divertido. Sus gloriosamente estrechos ojos centellearon por un momento, pero sinceramente dudé que Raziel poseyera incluso un pequeño rastro de humor en su frío, cuerpo inmóvil. Efectivamente, la expresión desapareció tan rápidamente que estuve segura que la había imaginado. ―¿O qué? ―dijo él. ¡Cabrón! Él sabía que yo no tenía mucho con lo que pelear. Poco hizo él para saber que había sido perversamente ingeniosa. Tal vez eso era por lo que había sido enviada al infierno. Manos deslizándose bajo mi cuerpo, hermosas manos, su boca siguiendo, sobre mi pecho, succionando... ―¡Detenlo! ―dijo con completo horror, apartándose de mí como sí quemara por la sofocante imagen en mi mente. Sonreí dulcemente. ―Tengo un infierno de imaginación, Raziel ―dije, llamándolo por su nombre por primera vez―. Aléjate de mi cabeza o prepárate para ser puesto en un aprieto. Tomando el plato de donas pasé de vuelta a la sala de estar.
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Capítulo 12 Traducción por ~NightW~ Corregido por Angeles Rangel
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lla era una bruja. Debería haber sido humilde y haberme tenido miedo. En lugar de ser así era completamente lo opuesto, y la rápida visión de su fantasía sexual estaba teniendo el efecto esperado en mi cuerpo. Azazel estaba en lo cierto… había estado en el celibato por demasiado tiempo. Me quedé en la cocina, sin moverme. Pensé que al menos tenía mi cuerpo bajo control. En verdad, no era de extrañar que estuviera duro, con esa breve fantasía que había proyectado. No tenía idea de si a ella realmente le resultaba atractivo o era sólo una parte del juego que estaba jugando. No, era real. Mientras había visto el pensamiento, pude sentir su propia reacción febril, tan intensa como la mía a pesar de la brevedad de la imagen. Sí eso hubiera sido simplemente un ejercicio intelectual, no hubiera sido tan… inquietante. Tenía que deshacerme de ella, y rápido. La necesitaba fuera de mi casa, fuera de mi mundo. De ninguna maldita manera iba a dejarlo invocar la Gracia de olvido, pero aparte de eso nada sería una mejora. Sarah siempre estaba buscando qué cuidar, Allie Watson era un claro ejemplo. Podía pasarla por alto, y entonces estaría por mi cuenta y no tendría que pensar en ella nunca más. Podía tomar un día o dos sacarla de mi sistema, pero podría hacerlo. Podría apagarme. Mientras ella no estuviera viviendo en mi apartamento y burlándose de mí. Yo estaba cada vez más cerca del cementerio de Lucifer. Podía sentarme y escuchar y oírlo en las profundidades de la tierra, sentir su llamado vibrante a través de mi cuerpo, y estaba cerca, tan cerca. No necesitaba distraerme por una mujer con una boca que no podía parar de moverse y las imágenes eróticas invadiendo mi mente. ¿Por qué diablos Sammael la había traído hasta la cueva en primer lugar? Él sabía mejor que nadie que el lugar debería estar fuera de los límites, particularmente para un intruso como Allie Watson. Era lo más cercano que estaríamos de Lucifer, la Luz, y tenerla como torpe por ahí con sus incesantes preguntas era cercano a una blasfemia. No es que creyera en blasfemias. Eso era parte del por qué estaba aquí, ¿o no? Porque yo, al igual que los demás, me negaba a seguir las reglas, para matar sin lugar a dudas, para acabar con las generaciones y el flagelo de la tierra. Yo había visto a una mujer humana y me había enamorado, y por eso fui maldecido por siempre.
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Seguro que había algo malo con un carácter distintivo que equiparó el amor con la muerte. Fue hace tanto tiempo que no estaba seguro de poder recordar lo que había estado pensando, apenas y podía recordarla. Pero no podía olvidar la emoción, la pasión que me había conducido, la certeza de que la elección de la vida, la elección de amor humano, era lo correcto. Había valido la pena, todo había valido la pena, y nunca lo había lamentado. Podía lamentar la vulnerabilidad, la necesidad que me había conducido a un acto tan desesperado, pero ya no importaba. Había hecho lo que había hecho, y no me gustaría cambiarlo. Pero no volvería a suceder. Uriel sabía cómo utilizar las vulnerabilidades. Sabía cómo torturar, incluso con las reglas que le impedían sacarnos. Yo no iba a dejar que las volviera a usar. Así que tal vez había veces en que deseaba poder sentir el amor inocente y poderoso. Cientos y cientos y cientos de años, milenios, acumulándose, y nunca he sido capaz de recuperar esa pasión dura y esencial que me hizo destruirlo todo. Pero aun así lo hubiera hecho. Escogí caer. Se nos enseñó que los humanos eran como ganado… los entrenabas, los destruías si desobedecían, nunca respondías sus preguntas, y, más que todo, nunca los mirabas con lujuria. Fuimos enviados a la tierra con nuestras tareas. Azazel fue enviado a enseñarle a la gente del metal; su trabajo había sido entrenar y pasar la magia. Los Primeros Veinte tenían su trabajo, y al principio lo hicimos lo suficientemente bien. Pero entre más permanecíamos en la tierra, más humanos nos volvíamos. El hambre empezó, hambre de comida, vida, y sexo. Y empezamos a pensar que podríamos hacer de este mundo ignorante un lugar mejor. Podríamos traer nuestra sabiduría y poder, podríamos experimentar amor y dedicación. Nos gustaría casarnos y nuestros niños crecerían fuertes y no habría más guerras y Dios sonreiría. Dios no sonrió. No hubo niños ―la maldición fue rápida y feroz―. Estábamos condenados por toda la eternidad. Por culpa del amor. No era de extrañar que la mujer vagando alrededor de mi habitación me molestara. No era solo su charla, ella tenía razón, era una voz agradable. Pero después de todos estos años, no tenía ningún uso para la raza humana, para las mujeres en particular. Y menos esta mujer, de todas las mujeres. Un momento de sentimentalismo inesperado, y yo había complicado mi existencia y la de los Caídos. Ninguna mujer valía la pena. Aun así, era mi elección, mi error, y mi única opción de arreglarlo, incluso si quería pasarlo por alto. Tenía que haber algún lugar al que pudiera enviarla donde ella no causaría problemas. Y entonces podría lidiar con la ira de Uriel. Yo era el guardián de los secretos, el señor de la magia. Dentro de mí residía toda la sabiduría de las edades, y había sido enviado a la tierra para darles ese conocimiento a sus habitantes desventurados. Entonces, ¿cómo pude ser tan estúpido? 92
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Miré hacia abajo, ajustándome a mí mismo, y la seguí hasta la sala de estar. Se tiró en un sofá, descalza. Mi ropa se ajusta a ella tan condenadamente bien, iba a tener que conseguir algo suelto que le cubriera las curvas pero que fuera lo suficientemente colorido para mantenerla feliz. Dios, ¿Por qué tenía que empezar a preocuparme por mantener feliz a una mujer? Especialmente a una mujer como Allie Watson. Su cabello castaño, largo y grueso estaba mucho mejor que el atajo que había tenido cuando la encontré. Su rostro era mucho más hermoso sin maquillaje. Ella cambio de posición, volviéndose para mirarme sin levantarse. Me acerqué a un extremo del sofá. ―¿Dónde quieres vivir? Había estado luciendo tanto abatida como un poco molesta, pero en ese momento se iluminó. ―¿Tengo una opción de a dónde puedo ir? No lo creía, pero estaba agarrando un clavo ardiendo. Lo único que sabía, es que no podía ser el infierno. No era nada personal. No había llegado tan lejos para que Uriel ganara. ―Tal vez ―le dije, lo cual no era exactamente una mentira―. Me imagino que depende de tus talentos, de dónde puedes hacer algo útil. ¿Qué puedes hacer? Ella pareció considerarlo por un momento. ―Puedo escribir. Mi estilo es un poco sarcástico, pero soy fuerte y literaria. ―No tenemos ningún uso para la escritura. ―Así que estoy en el infierno, después de todo ―dijo con tristeza―. ¿No hay libros? ―¿Qué leeríamos? Hemos vivido miles de años. ―¿Y sus esposas? ―No tengo esposa. ―No me refiero a ti específicamente, me refiero a todas las mujeres aquí. Sarah y los otros. ¿Es que no quieren leer? ¿O es que ustedes les dan una vida plena, atrapados aquí en la niebla, y de esa forma no es necesario ningún tipo de escape? ―Si quisieran escapar, no estarían aquí ―dije con la voz que utilizaba para cerrar discusiones. Debería haber sabido que no serviría de nada. Ella no parecía darse cuenta de lo que significaba mi voz. ―No estoy hablando de un escape físico ―argumentó―. Sólo aquellos tiempos cuando se quiere acurrucarse en la cama y leer acerca de locos que le quieren hacer creer cosas al mundo. Acerca de los piratas y los extranjeros y los vampiros... ―Su voz bajó ante mi mirada fija. ―¿Qué más puedes hacer?
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Ella suspiró. ―No mucho. Soy inútil en Excel. Escribo rápido, pero supongo que no tienen computadoras aquí. ―Por un momento lució horrorizada mientras entendía lo que significaba. ―Sin internet ―dijo ella con fatalidad―. ¿Cómo voy a vivir? ―No estás viva. ―Gracias por recordármelo ―dijo con gravedad―. Así que claramente no necesitas Excel. Veamos, soy un Demonio en preguntas y respuestas, particularmente cuando se trata de películas viejas. De hecho soy una maravilla en la cocina. Mato plantas, así que no soy buena en la jardinería. ¿Tal vez puedas encontrarme algo de ese tipo? Sin el Kool Aid. Me acordé de Jonestown demasiado bien. ―No es necesario el Kool-Aid, ya estás muerta ―le dije. ―Encantador ―dijo con sarcasmo―. Así que ¿me casaré? ¿Tendré niños? Por el amor de Dios, por lo menos ¿podré volver a tener relaciones sexuales? ―¿Volver a tener? ―Siempre se las arreglaba para sobresaltarme, la forma en que las mujeres de los tiempos actuales simplemente entregaban sus cuerpos cuándo y dónde lo desearan. Hace dos mil años hubieran sido apedreadas hasta la muerte. Hace cien años, hubieran sido marginadas. Las mujeres humanas que venían a Sheol habían sido iguales a través del tiempo. Nunca habían conocido a nadie salvo a sus compañeros de pacto. Azazel había visto a Sarah cuando ella era solo una niña y había sabido que iba a ser suya, y cuidaría de ella, la mantendría a salvo, hasta que fuera lo suficientemente grande como para ser su prometida. Lo mismo era cierto para los otros. Ella me estaba observando, claramente molesta. ―Sí, otra vez ―dijo―. Las mujeres tienen sexo, sabes. Encuentran un hombre, o una mujer si lo prefieren, y si son atractivos, y no hay razón para no hacerlo, tienen sexo. ¿Y estás totalmente desconectado con la realidad moderna? ―Sé que la gente tiene sexo indiscriminado ―dije con irritación, sintiéndome tonto. No me gustaba la idea de que ella estuviera con otro hombre. No se trataba de considerar el por qué; solo no me gustaba―. Y debería de haber sabido que eres una de ellas. ―Sí, soy la Puta de Babilonia. ―Ni siquiera cerca ―dije arrastrando las palabras. ―Oh, Jesús ―dijo ella―. ¿Siempre eres tan literal? ―¿Qué otra alternativa hay?
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Ella estaba furiosa. Eso era bueno, la estaba molestando tanto como ella me molestaba a mí. Podía seguir con esto por un tiempo sin ninguna dificultad. Las chispas saltaban de uno a otro. Decidí resumir las cosas. ―De acuerdo, hemos decidió que puedes cocinar, lo cual puede ser una habilidad valiosa en otros lugares. ¿Algo más? Me miró como si estuviera considerando algo, y yo no tenía intención de intentar adivinar lo que era. Ese breve vistazo de sus fantasías sexuales había sido suficientemente preocupante. Y entonces sonrió, una sonrisa lenta y malvada. ―No quieres saberlo ―dijo con un acento vago y totalmente sensual. Esto era una pérdida de tiempo. En rato más el Consejo se reuniría, y decidirían qué pasaría con ella. Yo podría decir, pero al final no había mucho que pudiera hacer para salvarla. Sabía cuál sería su decisión. No debería molestarme. Pero lo hacía. Y cuanto antes me alejara de ella, más fácil sería. ―Tienes razón. ―Dije. Y hui.
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Capítulo 13 Traducción SOS LizC, Mery St. Clair Corregido por Nanis
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olví a quedarme sola en el apartamento blanco brillante. El alivio mezclándose con la ansiedad… era más fácil estar sola. Sabía que básicamente lo había expulsado; todo lo que tenía que hacer era hablar de relaciones sexuales y corría como una virgen aterrorizada. Aunque sí alguien era virgen por aquí, era yo. No, no literalmente. Tenía un montón de amantes. Bueno, cuatro, pero en realidad no se podía contar a Charlie, había tenido problemas de rendimiento, y la aventura de una noche con el-como-se-llame era más el resultado de muchos cosmopolitas y un ataque de autocompasión. No había sido una bonita vista.
Sin embargo, dos relaciones relativamente decentes no me hacían una virgen. Pero en comparación con los miles de años de relaciones sexuales y matrimonios de Raziel, seguramente me quedaba corta. Entonces, ¿cómo se atrevía a tener esa actitud de “Haz tenido sexo”? Típico de este lugar patriarcal, pero no tenía ninguna intención de ponerme al día con ello. Por lo menos el sexo es un arma que puedo utilizar cuando me esté sintiendo demasiado indefensa. Podría deshacerme de Raziel simplemente con imaginar tener relaciones sexuales con él, y él no se quedaría para ver la verdad detrás de esa fantasía erótica, ver la patética amante que era realmente. No es que importara, estaba recibiendo la sensación de que terminaría teniendo una eternidad de celibato, justo como Raziel. Excepto que en mi caso, no sería por voluntad propia. ¿A quién me gustaría tener aquí si pudiera tener a alguien? Eso era una obviedad. Azazel era grosero, y yo había aprendido a evitar las relaciones auto-destructivas. Sammael era demasiado joven, incluso si era milenios más viejo que yo. Simplemente recibía una sensación equivocada de él. Estaba Tamlel, quien parecía muy dulce, pero no lo quería tampoco. Sí me veía obligada a tener relaciones sexuales con alguien a quien había conocido hasta ahora, me quedaría con Raziel. Me guste o no, me sentía unida a él, aunque sólo fuera por un lado. Era mi hombre, la única conexión con mi viejo mundo, y me estaba sosteniendo para salvar mi vida. Ese vínculo se iba a romper, por supuesto. Era temporal, sólo el tiempo suficiente para llegar hasta el otro lado. Hey, tal vez iba a llegar a ir al cielo después de todo, a pesar de
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lo que había dicho, un lugar soleado, feliz con ángeles realmente tocando arpas. Podría vivir entre las nubes, visitar a mis parientes muertos, y mirar hacia abajo a los pobres mortales tontos con compasión. A pesar que una eternidad de eso podría hacerme vieja bastante rápido. Esto no era un viaje a Hollywood, pero las alternativas no eran tan atractivas. Siempre y cuando pudiera mantener a Raziel fuera de mi cerebro, sería capaz de encontrar una manera de lidiar con todo esto. O una manera de salir de esto. Siempre había algún tipo de escapatoria. Estas cosas no estaban escritas en piedra. Bueno, ahora que pienso en ello, probablemente lo estaban, literalmente, en algún lugar. Y mis esfuerzos para mantener a Raziel fuera de mi cerebro sólo habían resultado en él abandonándome, lo que no era de gran ayuda. Probablemente lo iba a necesitar si quería salir de aquí, y volverlo loco puede que no sea la cosa más inteligente por hacer. Él podría conseguir estar enojado lo suficiente como para aceptar la Gracia, lo que era más como una maldición. Si estaba realmente motivado, podría ser capaz de devolverme al lugar donde dijo que no podía. A casa. Oh, yo no era exigente. No tenía por qué ser la misma vida, el mismo trabajo, la misma cara. Podría regresar como cualquiera. Sólo quería, necesitaba, volver. Por otra parte, mi única defensa era pensar en tener relaciones sexuales con Raziel, y lo había encontrado… distractor. Inquietante. Excitante. Bien, tenía que admitirlo. Me inspiraba algunos pensamientos lujuriosos malvados, estando cerca o no. Podía pasar una tarde perfectamente agradable sin hacer absolutamente nada más que caer en fantasías sexuales de mi secuestrador hermoso y enojado, y divertirme muchísimo. Por desgracia, eso podría dejarme demasiado vulnerable, y no podía permitir que él se diera cuenta. Si veía la debilidad, la explotaría sin dudarlo. Por lo menos estaba sola, sin que nadie me estuviera mirando. No tenía que buscar conversación, ser agradable, poner una cara alegre. Todo lo que tenía que hacer era tratar de darle sentido a lo que me estaba pasando. No tenía necesidad de estar distraída por un ángel que chupa-sangre con una cara de un… bueno, de un ángel y la personalidad de una víbora. A quien de alguna manera, inexplicablemente, anhelaba. Ahí está, lo admito. Los grupos de 12 pasos estaban en lo cierto ―admitirlo era la primera y más difícil parte de tener un problema―. Raziel era sin duda un problema, por lo que a mí respecta. Ni me gusta. No debería encontrar eso particularmente inquietante. Sí, yo contaba con él para que me proteja cuando mi caso sea llevado ante el tribunal o lo que diablos fuera, y él prometió que no permitirá que me den la Gracia. Sin embargo, había dejado claro que pensaba que las mujeres debían ser vistas pero no escuchadas. Qué lotería era eso. Nunca había sido del tipo silenciosa, dócil e incluso el temor a Dios, o a Uriel, no iba a conseguir que comenzara ahora.
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Si no fuera por Sarah, me sentiría completamente derrotada. Me agradaba, aunque su marido parecía aún un mayor idiota que Raziel. Azazel era alto, moreno, y de mal humor, su cuerpo irradiaba una especie sombría desaprobación que hacía que Raziel se viera cálido y confuso en comparación. Incluso Sammael no había sido un barril de risas. No sabía los nombres de los demás, excepto Tamlel, por supuesto, a pesar de que había visto a varios de ellos. Estaba por lo menos una docena de hombres en la habitación donde había visto a Raziel ante la muñeca de Sarah. ¿Serían Sarah y Raziel y tal vez Tamlel suficientes para influir en ellos? De repente podía ver toda esa extraña escena de nuevo, la luz extraña sobrenatural, el canto, el olor del incienso y algo más elemental: el olor cobrizo de la sangre. Me estremecí, sintiéndome caliente y un poco débil. Daría cualquier cosa por no haber caminado hacia ahí. Sabiendo acerca de eso habría sido bastante difícil; viéndolo me daba una sensación extraña, tensa. Como si hubiera visto a alguien teniendo relaciones sexuales, o siendo testigo por accidente de algo un poco perverso, pero... excitante. ¿Un poco perverso? Estaba bebiendo la sangre de la esposa de su amigo. No me extrañaba haberme quedado con un sentimiento de inquietud cada vez que pensaba en ello. Se sentía casi como si alguien me hubiera tocado. No cometería ese mismo error otra vez. Nada de abrir las puertas de golpe; llamaría primero y esperaría a que alguien las abriera. Lo que estas… estas personas hacían en la intimidad de su propia habitación estaba bien para mí. Sólo quería estar lo más lejos posible de aquí. Aunque no literalmente. Siendo razonable, una mujer del siglo XXI, nunca había creído en el infierno. Me parecía que había suficiente castigo horrible impuesto en la tierra para satisfacer al Dios más vengativo, y ¿por qué el universo duplicaría los esfuerzos? El infierno era la guerra, los niños que morían antes que sus padres, la drogadicción, la pobreza, la violencia. Siempre me pareció que si alguien metía la pata en grande, era más sencillo enviarlo simplemente de vuelta para otra ronda. Por otra parte, nunca había creído que las personas que sufrían lo habían traído sobre sí mismos, por lo que este tipo de disparo hacía un agujero en mi teoría cósmica de la justicia. Sin embargo, un hoyo de fuego con un diablo riendo agudamente sosteniendo un tridente se parecía más a una retorcida fantasía de Disney que otra cosa. Al parecer me equivocaba. Aunque nadie había dicho nada acerca de Satanás. Ahora que pienso en ello, parte de la propaganda bíblica postula que el primer ángel caído, Lucifer, era Satanás, Rey del infierno. Lo que en realidad no encaja con lo que estaba pasando aquí. Tenía curiosidad, a decir verdad, no era sólo curiosidad intelectual lo que me hizo decidir a quedarme aquí. Raziel tenía algo que ver con ello. 98
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Bien, él era demasiado hermoso, y los hombres hermosos me hacían sentir como un troll. Pero podría hacer una excepción. Sí me gustaba o no, me sentía atraída por él, atada a él, encendida por él; y mientras estaba poniendo una gran cantidad de energía luchando contra ello, estaba perdiendo la batalla. No importaba, él era más que capaz de resistírseme, y no iba a hacer el ridículo. No era la primera vez que sufría la angustia de la adolescencia de no ser correspondida, ehh… lujuria. El sol ya se estaba poniendo, hundiéndose en el océano de color verde oscuro, el color dorado rayando hacia mí con dedos ávidos. Miré hacia abajo, y pude ver a Raziel caminando en la playa, con Azazel, y algunos de los otros a su lado. Estaban enfrascados en una conversación, y desde una distancia tal que apenas podía ver sus expresiones, mucho menos escuchar lo que decían. Pero fuera lo que fuera, no era bueno. Por supuesto, no había mujeres caminando y hablando. Ningún ángel femenino. Eso realmente me molestaba, el control patriarcal se extendía por milenios, al parecer. Me di la vuelta. Parece qué, la única manera de hacer bebés ángeles caídos era tener ángeles femeninos en primer lugar, y alguien se había olvidado de crearlos. Me moría de hambre. ¿Cómo había conseguido traer esa comida aquí anoche? ¿Era este una especie de mundo de cuento de hadas, donde todo lo que tenía que hacer era desear que ocurriera? Cerré los ojos y traté de visualizar un cuarto de Ben & Jerry, y luego los volví a abrir. Nada sobre la mesa delante de mí, pero por un capricho salí del sofá y fui a la nevera, mirando en su interior para ver… absolutamente nada. Mierda. Tal vez necesitaba el toque mágico de Raziel. Empecé a moverme por todo el apartamento, inquieta, tratando de mantener mi mente fuera de mi estómago. Me dirigí a una habitación, la suya, con la cama de tamaño King en el centro de la misma. Al verla me hizo empezar a pensar acerca de los puntos al sur de mi estómago, y rápidamente elevé mi mente a los asuntos más puros. Alguien había hecho la cama, así que tal vez el lugar venía con un servicio de limpieza, lo que era una buena cosa. No estaba a punto de empezar a recoger después de él, aunque las posibilidades eran que él era más limpio que yo. La mayoría de la gente lo era. Un armario, y no mucho en cuanto a ropas. Yo ya había hurgado y tomado prestado las cosas que probablemente me quedaran bien. El resto sería increíblemente ajustado en mi muy lejos de ser juguetona figura, suponiendo que pudiera conseguir la ropa. Además, el negro era casi tan deprimente como el blanco. Supongo que tenía que renunciar a la idea de ser alguna vez ágil y esbelta. Iba a pasar la eternidad siendo sólo así de voluptuosa, y no me gustaba. Por otro lado, nunca iba a engordar, así que eso era algo. Entré en la cocina. El sol resplandecía ahora en rojo, reflejándose en las ventanas delante de mí, y sólo una pequeña porción quedaba por encima del horizonte. Una vez que cayera,
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todo iba a estar oscuro, así que me apoyé en el mostrador, mirando. Si el sol salía y se ponía aquí, sin duda este debía ser el mundo real, y tengo que estar viva. De lo contrario, no tenía sentido. ¿Por qué molestarse con toda la parafernalia de la vida normal cuando la realidad estaba tan lejos? El último destello rojo se sumergió bajo la superficie espumosa, y no me moví, casi en un estado meditativo mientras veía el agua salpicar y girar, el aire fresco y húmedo contra mi cara. Me humedecí los labios y pude saborear la sal, y me encontré a mí misma sonriendo. Mi madre me había dicho que lamiera mis labios cuando íbamos a la orilla del mar, era el alma de los bebés muertos dándome un beso de bienvenida, tratando de arrastrarme hacia abajo con ellos. Hidelgarde Watson nunca había sido un balde de risas. Por qué pensaría que los bebés muertos terminaban en el océano nunca había tenido sentido, pero nunca traté de razonar con mi madre. Siempre fue un caso perdido. Pero, maldita sea, la anciana estaría muerta de la risa al saber que su blasfemita hija estaba confraternizando con ángeles. Durmiendo con uno, de hecho, a pesar de que no era el tipo de “dormir con” que tendía a pensar. Y era más seguro no dejar que mi mente fuera en esa dirección, no cuando se trataba de Raziel. En realidad, era mucho más probable que fuera Neptuno o Poseidón quien estuviera por ahí besándome con los labios agrietados por la sal. Los dioses del Monte Olimpo siempre fueron mucho más entretenidos que el Dios judeo-cristiano, quien tendía a estar obsesionado con el castigo y el pecado. No es que Hildegarde creyera en ningún Dios pero sí en su propia ira, siendo moralista qué de alguna manera se había transformado en una suave amante de Jesús. Yo realmente debería haber cubierto mis apuestas, dado que era el dios sombrío de mi madre, quien había resultado ser el único con el poder. A pesar de que parecía que estaba incluso antes de lo judeo-cristiano. Me preguntaba qué pensaría Hildegarde de eso. Fliparía. Debería tratar duramente salir del jodido infierno de aquí, y probablemente podría si supiera a dónde ir. Estaba prestándole tiempo a Raziel; tarde o temprano él iba a escabullirse dentro de mi cerebro y vería los dolorosos sueños con los que trataba de luchar, vería los espontáneos, lujuriosos sentimientos que eran más fuertes que cualquier otra cosa que sentí en mi vida. Y eso podría ser humillante. Si no puedo controlar mi… mi enamoramiento, entonces necesitaré escapar. Sólo necesito saber a dónde. Estaba tan hambrienta que podría comerme su inmaculado sofá blanco. Alguien había limpiado mis platos de la noche anterior, así que no podía recoger las sobras. Las donas se habían ido, y moría de hambre. Me desplomé en el sofá, poniendo una mano sobre mis ojos mientras gemí lastimosamente. Helado Ben & Jerry, pensé con nostalgia. Sabor a chocolate o de fresa, para comenzar. Debí 100
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de haber escuchado el lema: “La vida es incierta, come el postre primero” en las últimas veinticuatro horas o debí de haber pensado en ello antes. Sin embargo, el refrigerador de Raziel estaba tan vacío y estéril como este departamento. No había algo de ayuda aquí. Después de eso, lasaña, espesa y pegajosa, con mucho pan de ajo y queso, acompañado de un buen vino. A este ritmo, me conformaría con una lata de Ensure. Gemí de nuevo, girando sobre mi estómago y escondiendo mi cabeza contra los cojines. Los pensamiento de comida me llenaban tanto de anhelo que casi pensé que podía olerlo. Lasaña, la cual asiduamente evite durante los años de mi dieta. En retrospectiva, parecía ser que toda mi vida adulta era una locura. ―Allie ―la suave voz de Sarah penetró en mi miseria. Me di la vuelta, desconcertada, para encontrarme con Sarah en la sala, al lado de una joven mujer que sostenía una bandeja. ―No te escuché entrar ―dije, sintiéndome avergonzada. Aparentemente, Sarah no tocaba puertas. La sonrisa de Sarah podría haber sido una disculpa o no. ―Esta es Carrie. Ella es la esposa de Sammael, y es una de nuestras nuevas residentes. Pensé que a ustedes dos les gustaría hablar. Miré a la nueva residente. Carrie era también alta, con un largo cabello rubio, una sonrisa dulce, y una sombra en sus perfectos ojos azules. Claramente los Caídos escogían guerreras del Amazonas para casarse, lo cual me dejaba a mí afuera. No es como si quisiera seguir aquí, de todas maneras, me recordé a mí misma. Ni siquiera le brindé una sonrisa de bienvenida. ―Eso es grandioso. Eso es la cena, ¿o no? ―miré señalando la bandeja, mi buen humor se levantaba. ―Espero que te guste la lasaña ―dijo Sarah alegremente―. Iré a poner el helado en el refrigerador. Reconocí el empaque del helado Ben & Jerry. ―¿Quién lo consiguió? ―y no me molesté en preguntar los sabores. Ya lo sabía. Carrie dejó la bandeja y se sentó frente a mí, levantando las cubiertas de las bandejas. ― No es pan de ajo ―dijo con una sonrisa―. Interfiere con el flujo de la sangre. Un escalofrío tenebroso bajó por mi espalda. Miré cuidadosamente hacia la joven mujer, probablemente cinco años más joven de lo que yo era, pero no había marcas en su cuello o muñecas. Por otra parte, no hubo marcas en la muñeca de Sarah sólo hasta después de que Raziel se alimentó de ella. Me retorcí, aún molesta por la idea. Aunque mucho más molesta con Raziel que con la delgada Sarah, las venas azules de su muñeca cuando cualquier persona se alimenta de ella. ―¿Qué sangre? ―pregunté, comenzando a comer la lasaña, demasiado hambrienta como para esperar. No quería saberlo realmente, pero estaba tratando de ser amable.
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―La sangre que le doy a Sammael ―dijo ella simplemente―. El ajo afecta el tiempo de coagulación. Eso sonó perfectamente razonable, si tú no consideras lo que ellos estarán haciendo con la sangre en primer lugar y la forma en que la estarán recibiendo. Forzadamente, saqué el pensamiento de mi mente. ―¿Quieres algo de esto? ―Hice un gesto hacia el plato sobrecargado. Parecía que me habían traído el doble de lo que yo quería. A este ritmo que iba, no podría terminármelo. ―Esperaré y comeré con Sammael. Lo prefiere así. Justo ahora él y los otros Caídos están revisando las defensas antes del encuentro, asegurándose de que no hay manera de que los Nefilims puedan atravesarlas. Ha habido rumores de que ellos van a intentarlo. ―Siempre hay rumores ―dijo Sarah suavemente, viniendo de la cocina―. Es mejor no ponerles atención. Los hombres pueden caminar alrededor y gruñir cosas entre diente y sentir que es importante, pero al final los Nefilims podrán entrar o no, y no creo que haya ninguna manera en que podemos influir en eso. ―¿Y los Nefilims son Comedores de carne? ―pregunté, repentinamente tomé una buena porción de mi brillante pasta roja. Bajé mi plato de regreso. Sarah asintió. ―No hay palabras para describirlos. Una pesadilla viviente. Ellos nunca han sido capaces de atravesar las paredes del Sheol, pero eso no es garantía de que no puedan hacerlo. ―Guardó silencio por un momento, como si estuviera buscando algo a la distancia, algo insoportable. Y luego se recuperó, serena como siempre―. Mientras tanto, lo único que podemos hacer es vivir nuestra vida. Han sido una amenaza desde el comienzo de los tiempos… preocuparnos no ayudará en nada. La lasaña no le sentó muy bien a mi estómago, pero sabía que el helado se haría cargo de mis náuseas. No había nada en este mundo, o en cualquier mundo en el que estuviera, que el helado no pudiera arreglar. Me dirigí hacia el refrigerador, deteniéndome para mirar afuera de la ventana hacia los hombres en la amplia extensión de playa. ―¿Cuándo son propensos a atacar? ―pregunté, mirándolos a ellos. A él. ―Después de oscurecer. Los Nefilims no pueden salir a la luz del día, su carne se quema. Duermen durante el día; entonces el hambre los despierta y van en busca de lo que puedan encontrar. Y, aparentemente, ellos encontraron Sheol. ―¿Lo encontraron? ―Sheol está custodiada por las nieblas. Ellos lo descubrieron cuando te trajeron dentro, y tenemos miedo de que eso sea suficiente para alertar a los monstruos. ―Tú quieres decir, ¿que soy la culpable de dejar entrar a esos locos? ―Me aparté de la playa.
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―Por supuesto que no ―dijo Sarah con su suave voz―. Ellos no están dentro, y no van a entrar. Pueden derribar las puertas y amenazar, pero no pueden venir a menos que alguien los invite. Y nadie invita a su propia muerte. De repente, el aire se sentía frío, casi helado y húmedo, y había una sensación de premonición que no podía quitarme. Era demasiado para una vida alegre. ―¿Qué hay sobre los Caídos? Ellos pueden salir en la luz del sol. ¿No tienen que ser invitados a un lugar antes de que puedan entrar? Ella negó con su cabeza. ―Eso es sólo para los impuros. ―¿Y los vampiros no son impuros? ―Nosotros no usamos ese término ―habló Carrie―. Ellos son Comedores de sangre. ―Eso tiene demasiada connotación negativa ―explicó Sarah―. Los papeles de los Caídos y los Nefilims se han mezclado a lo largo de los años, y la gente ha hecho de ellos un buen material para las pesadillas. Únicamente los Nefilims son los monstruos. ―¿Quién los creó? ¿Su justo y amoroso Dios? Sarah ignoró mi sarcasmo. ―Dios envió nuevos ángeles después de los Caídos, para destruirlos. Para asegurarse de que ellos no se vieran tentados, él hizo lo imposible por ellos. Cayeron de todos modos, y los llevó a la locura, y los maldijo, haciéndolos comedores de carne y abominaciones. Después de eso, dejó de intentarlo. ―Pero ellos no pueden entrar, ¿verdad? Los Nefilims, quiero decir. E incluso si lo hicieran, probablemente tendrían dificultades para llegar a la cima de este lugar, ¿no? ―No era por lo general una cobarde, pero le tenía horror al canibalismo. Jeffrey Dahmer me hizo mal físicamente. Siempre pensé que él fue un caníbal en su vida anterior, aunque como van las cosas, quizás eso era parte de mi futuro y no de mi pasado. ―Si consiguen entrar, todo el mundo morirá ―dijo Sarah―. No habrá lugar dónde esconderse, ni siquiera aquí. ―Ella debió de haber visto mi expresión, porque rápidamente se acercó con ligera y despectiva risa que era casi creíble… Casi―. Pero tienes razón, ellos no podrán entrar. Los Caídos están preocupados porque han llegado a nuestras fronteras, cuando nunca lo habían hecho antes. Aún no son capaces de atravesar la barrera final. Ella sonó muy segura. Y no le creí ni por un minuto. Necesitaba el helado. Comer helado de fresa y chocolate me animó, al menos parcialmente. Agarré un recipiente y una cuchara y fui a sentarme con las piernas cruzadas en el sofá junto a la silenciosa figura de Carrie. Estaba medio tentada a derramar un poco, sólo para añadir algo de color al lugar. Hice un gesto hacía el helado. ―¿Tampoco quieres algo? Hay más cucharas. Compartir Ben & Jerry es una experiencia que nos unirá. Sarah se rió. ―Nosotras ya estamos unidas, Allie. El helado es innecesario. Disfrútalo. ― Ella tomó asiento frente a mí―. ¿Cómo se están llevando tú y Raziel?
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―Él me odia ―dije alegremente. Si yo no puedo tenerlo, al menos puedo disfrutar molestándolo. ―¡Oh, no! ―dijo Sarah―. Raziel no odia a nadie. Al menos… ―Créeme, me odia. No estoy demasiada encariñada con él tampoco. ―No era exactamente una mentira―. Él cree que soy un dolor en el trasero. ―Por supuesto que no ―dijo Sarah. ―Por supuesto que sí. Y explícame lo que tiene en la mente. ―¿Qué? ―¿Cómo hace Raziel para saber lo que pienso cuando estoy con él? ¿Cómo supiste que quería lasaña y helado? ¿Nadie tiene algún secreto, algo de privacidad, en este lugar? ― sabía que sonaba muy quejumbrosa, pero no podía detenerme. ―Los secretos usualmente causan problemas ―murmuró Sarah―. Pero hay privacidad. Mientras la mayoría de nosotros puede discernir lo que piensan los demás si escuchamos cuidadosamente, es más cortés no hacerlo. Podemos entender tus necesidades básicas, si quieres comida, o si te gustaría ir a caminar, o querer compañía. Las cosas más importantes únicamente son accesibles para Raziel. Y me asusta que él no quiera hacerte compañía. Conoce lo que hay en tu mente incluso cuando está en otra parte. ―Grandioso ―dije―. No es de extrañar que no le agrade. Mis pensamientos deben ser muy poco dulces. Al menos son sinceros. Así que él sabe absolutamente cada cosa. Si quería. También era capaz de apagar la radio. Me permití a mí misma recordar brevemente cómo me miraría con la ropa interior que Jason había comprado para mí con la esperanza de reavivar nuestra pasión. Realmente parecía deliciosa, pero había sido demasiado poco, demasiado tarde. Por lo menos eso podría ayudar a mantener a Raziel fuera de mi mente. Carrie repentinamente se puso rígida. ―Necesitamos irnos ―dijo, levantándose con un movimiento fluido, más elegante de lo que yo podría serlo. Sarah asintió, su serena expresión fue reemplazada con un ceño preocupado, y la sensación del frío y la humedad, se deslizó tan ansiosamente en mi interior que me golpeó con toda su fuerza. Me puse de pie antes de darme cuenta. ―¿Están listos para el encuentro? Sarah asintió. ―Quédate aquí. Sí hay un problema, Raziel vendrá por ti. ―Dudo que venga… ―comencé a decir, pero ellas ya se habían ido, abandonándome en el apartamento estéril mientras la oscuridad se cerraba alrededor de mí. 104
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Capítulo 14 Traducido por daianandrea Corregido por Nanis
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e las arreglé para quedarme por aproximadamente quince minutos. La paciencia nunca fue una de mis virtudes. Teniendo en cuenta que pasé el tiempo yendo y viniendo desde la ventana en la cocina hacia el living y de vuelta, sentándome y saltando de vuelta, lo habría considerado cinco minutos para ser muy notable. Quince era un récord mundial, por lo que a mí respecta. Pero si los Nefilims estaban llegando, estaba condenada si iba a permanecer en estas salas como un pato sentado, esperando a ser el postre de alguien, me dirigí a la puerta, preparándome para los vuelos interminables de las escaleras. Por lo menos era hacia abajo, y si no terminaba como carne estofada, Raziel me haría volar de vuelta. El pensamiento envió pequeños pinchazos en mi espalda. La puerta estaba cerrada. La perilla girada; no era una simple cuestión de forzar una cerradura. No es que nunca hubiera abierto un candado, pero había visto suficientes películas de líos qué pensé que probablemente podría manejarlo si tuviera una horquilla. ¿Aún hacían pinzas para el pelo? Probablemente no en Sheol. No, la puerta estaba cerrada, como si no hubiera separación entre los gruesos muros y la puerta del todo. Perdí demasiado tiempo golpeándola, golpeándola con el pie, maldiciendo a Raziel, ya que sabía que él, no Sarah, era el culpable de esta atrocidad en particular. No perdí el tiempo pidiendo ayuda, nadie prestaría atención, incluso si me oyeran. Por un momento muy breve consideré sentarme de vuelta en el sofá y llegar con la más abrasadoramente tórrida fantasía sexual que mi imaginación podía crear, y tenía un infierno de imaginación, especialmente con Raziel como inspiración. Pero eso era un arma de doble filo. Cuanto más fantaseaba, más vulnerable me sentía. Más tiempo estaba a su alrededor, más me sentía atraída hacia él. Y eso era demasiado peligroso. Tal vez todavía estaban discutiendo sobre qué hacer conmigo. Tal vez si los Nefilims violaban las murallas, mi futuro sería discutible. No estaba dispuesta a rendirme sin luchar. Miré por la ventana. Sammael había explicado una sección cuando me había llevado a la montaña ―¿seguramente debería haber algún
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tipo de salida de emergencia de la planta superior en este lugar?― No estaba segura de lo vulnerables que eran los Caídos, pero sus esposas eran ciertamente mortales. Me moví por la orilla de vidrio, presionando suavemente, pero nada parecía cambiar. Me asomé por una ventana, mirando hacia la noche oscura, y me estremecí, aunque la noche era cálida. En la distancia pensé que podía escuchar los sonidos apagados de los animales, extraños gruñidos y gritos estrangulados. Los Nefilims, estaban todavía afuera de las puertas de Sheol. Pero ¿por cuánto tiempo? Había un balcón estrecho directamente debajo de las ventanas, no más de un metro de profundidad, con una pared baja más allá de ella, la única barrera entre la casa y una caída libre al suelo. Los pisos inferiores del edificio sobresalían, seguramente habría una manera de bajar si me andaba con cuidado. Siempre había sido relativamente de pie firme, al menos antes de haber recibido un golpe de cabeza delante de un transporte urbano. Empujé la ventana abierta, pasé una pierna por el alféizar, y salí al aire de la noche. Los sonidos en la oscuridad eran más fuertes, los aullidos de los animales y los gritos de las almas perdidas llenando la noche, y casi cambié de opinión. Pero la brisa del mar llegó a través, calmando mis nervios, y me concentré en eso, tratando de apagar los otros ruidos de mi mente. Me moví a un extremo del estrecho balcón, mirando por encima del borde. No parecía prometedor. Podría tratar de deslizarme por la suave extensión de lo que podría ser cemento y esperaba aterrizar de un vuelo en el balcón de abajo, pero bajaría un solo piso, y de ahí había varios vuelos hacia abajo. Me pareció el lugar perfecto y subí a lo alto de la cornisa del muro de contención, luego me senté, mirando hacia el cielo impenetrable, viendo como salían las estrellas, respirando el aire de la noche y el sabor del océano lentamente, mientras una decisiva calma comenzó a llenarme. Nada podría llegar hasta mí. Ninguna criatura me iba a rasgar en pedazos. Al menos, no ahora. Estaba a salvo aquí. No tenía la menor idea de cómo lo sabía, pero lo hacía. Aquí afuera donde pertenecía. Raziel vería por eso. Por lo menos, podía confiar en él. Nada me pasaría. Él estaba discutiendo mi caso, y él tenía a Sarah como reserva. Sabía que iba a mantenerme a salvo. Me eché hacia atrás, acostándome en la cornisa para mirar el cielo sobre mi cabeza. No estaba acostumbrada a contar con que alguien me cuidara, apreciaba ser autosuficiente, no necesitaba nada ni a nadie. Mi madre loca como el culo me había educado prácticamente aislada de un entorno normal, inundada de su religión extremista que era una combinación de Cristianismo fundamentalista y supervivencia, sazonada con un toque raro de antisemita. Extraño, porque mi madre había nacido en Hidelgarde Steinberg, de padres Judíos devotos Ortodoxos. Nunca supe quién era mi padre, aunque ella había insistido en que habían estado casados. Siempre pensé que ella había mordido su cabeza después del apareamiento.
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Era de extrañar que siempre me haya considerado una atea. Tuve firmemente consignados Dioses, Ángeles, y Demonios en la fila de mitología. Mal. Me imaginaba quién estaba teniendo la última risa ahora. Confíen en mí por haber encontrado una vida futura gobernada por los Vampiros en vez de bebés angelicales con nalgas desnudas y arpas pequeñas. Supongo que es mejor que ninguna otra vida en absoluto, pero los Campos Elíseos11 hubieran sido preferibles. Los aullidos de los animales se estaban desvaneciendo; las paredes de Sheol debían de haberlos mantenido fuera, al menos por ahora. Raziel estaba en su camino de regreso, me pareció que lo sabía tan bien. ¿Era su maldita y molesta mente una calle de doble sentido? ¿O era algún tipo de GPS cósmico? Él estaba volviendo hacia mí, y sentí el calor de mi piel bajo la ropa. Su ropa. Debería sacarla. No hice nada, sentada allí en el borde. Me quité un zapato suelto, dejándolo caer en el balcón, luego el otro. Se resbaló y cayó por el borde, y pude oírlo, rebotando, golpeando contra cosas mientras caía, caía… Automáticamente me senté, tratando de alcanzarlo, aunque ya era demasiado tarde, y en el último minuto me senté de vuelta antes de irme también. Me tendí en la cornisa, temblando un poco. Cerré los ojos, concentrándome en el sonido de las olas. Por un momento pude sentir sus manos sobre mí, sobre mi pecho, y mi cuerpo se levantó instintivamente, luego se dejó caer, borrando la imagen de mi mente. ¿De dónde había venido eso? Espada de dos filos, me recordé. ¿Era posible que hubiera venido de él? No, no podía ser. Y yo estaba mucho mejor pensando sobre un Súper Pedazo de Mierda. ¿No había una canción sobre que el amor es mejor que el helado, mejor que el chocolate? ¿Eso va también para el sexo? Y, maldita sea, ¿por qué de repente me afectaba con la mente de una sola vía de una adolescente caliente? Por lo tanto, no iba a pensar en los helados. Y definitivamente no pensaría sobre sexo. A pesar de que casi podía sentir sus manos sobre mí, sentir mis pezones endurecerse en el aire cálido de la noche, sentirlo a él… Mierda, pensé, sacudiéndome en protesta. E inmediatamente caí sobre el borde.
* * *
Sabía al momento en que entré en la sala del consejo que las cosas iban a dar un giro muy feo. Azazel estaba a la cabeza de la mesa, con una expresión que decía que no había negociación, y los otros, la mayoría de ellos, parecían igualmente sombríos. 11 Campos Elíseos: es una parte de los Infiernos según la mitología griega.
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Sólo Sarah y Tamlel parecían preocupados, y eso no era suficiente para mantener al resto a favor de la desafortunada mujer en la forma más lógica. No quería llamarla por su nombre. Por alguna razón, si la llamaba por su nombre haría el maldito vínculo endeble entre nosotros aún más fuerte. Allegra. Allie. Una espina en mi costado, un dolor en el culo. Pero no los iba a dejar llegar hasta ella. ―Vamos a discutir las cosas en orden de importancia ―dijo Azazel―. Empezando con los Nefilims. Ellos están en nuestra puerta. Durante miles de años hemos mantenido Sheol escondido de ellos, y de repente nos han encontrado. Están reuniéndose allí; no sé su número, pero todo lo que tendría que haber es un momento de descuido, un resbalón, y ellos nos sobrepasarían. ―Podemos pelear ―dijo Michael―. No sé por qué supones que tendrían el sartén por el mango. Digo que los dejemos, y nos deshacemos de ellos de una vez por todas. ―Asumiendo que podamos triunfar. ―La voz de Azazel era severa―. Y suponiendo que nuestras cifras no disminuyeron en gran medida, todavía tenemos el problema de los otros Nefilims. Ellos vagan por todo el mundo en busca de los Caídos, y si estos saben de nosotros, entonces los demás seguirán. Será una batalla tras otra, muerte y carnicería. ―¿Y? ―dijo Michael. ―No todos somos guerreros, Michael. ―Necesitamos serlo. Estamos en guerra, con Uriel y su legión, con los Nefilims que deambulan y devoran a petición de éste. Esto no terminará hasta que los Nefilims sean borrados de la faz de la tierra. ―Y entonces ¿qué hacemos? Uriel enviará a otra persona, tarde o temprano, y tengo la sensación de que podría ser antes. ―Volvió su fría mirada en mí―. ¿Qué sabes de la chica? Me tensé. ―Fui enviado para llevarla. Estaba a punto de pasarla a la próxima vida cuando vi las llamas y la tiré de vuelta. No sé por qué… instinto. Ella no había hecho nada para merecer la condenación eterna. ―¿Y ese es tu lugar, juzgar? ―dijo Azazel. Había conocido por demasiado tiempo a Azazel para resistir. ―No. Pero no debemos seguir ciegamente cuando nuestro instinto nos dice que está mal. Es por eso que nos caímos en primer lugar… porque nos cuestionamos. Fallamos para seguir órdenes, pero en su lugar, seguimos a nuestros corazones. Ya es bastante malo cuando tenemos que enfrentar la ira implacable de Uriel. Si juzgamos a los demás, entonces estamos condenados. Ella no merecía la condenación eterna. No había hecho nada. ―Ella fornicó fuera del matrimonio. Se burló de los pactos. Con eso tendría suficiente Uriel para condenarla. 108
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―Pero no lo suficiente para nosotros. ―La voz de Sarah se abrió paso, tranquila y segura. Como la fuente que tenía una voz en el Consejo, una que rara vez utilizaba. Esta noche era diferente―. ¿Aspiramos al nivel de perfección de Uriel? ¿Hemos pensado alguna vez en el castigo sin sentido a una respuesta justificada? La mirada de Azazel se suavizó por un momento, pero no dijo nada. ―No hay otra posibilidad que necesitemos discutir. ―Este fue Sammael, usualmente silencioso durante estas reuniones, y lo miré con sorpresa. Yo siempre había sido uno de los mejores amigos de Sammael, un mentor de todo tipo. Él no había estado entre los primeros de los Caídos, a pesar del folclore, pero siguió poco después, y su ajuste había sido más difícil. La condenación eterna nunca fue fácil, pero Sammael había sido una vez un idealista. Hasta que Uriel se había hecho con él. ―¿Sí? ―Azazel entrecerró los ojos. ―Su presencia aquí no puede ser accidental. Por un momento me quedé sin palabras. ―Crees que traicioné a los Caídos… ―No, mi hermano ―dijo―. Creo que Uriel te podría haber engañado. ¿Quién dijo que ella no es un Demonio, enviado a nuestro medio para revelarnos a los Nefilims y a Uriel? ¿Cómo de repente los Nefilims llegan a nuestras puertas, cuando hemos permanecido ocultos durante miles y miles de años? Nunca hemos tenido un extraño entre nosotros. Tú, Raziel, nunca antes te paraste para considerar quién es un viajero o a dónde él o ella se estaban dirigiendo. Nunca creíste que era tu asunto, y el resto de nosotros hemos sentido lo mismo. Hay demasiado para ofrecer… no podemos parar para pasar nuestro propio juicio. Pero algo te hizo detenerte. ―Él me miró, sus ojos marrones serios y preocupados―. Creo que ella tal vez hizo un hechizo en ti. Me eché a reír. ―Ahora ¿Estás diciendo que ella es una bruja? Creo que dejamos todo eso hace muchos cientos de años atrás. ―Estoy diciendo que es un Demonio. Enviado por Uriel para infiltrarse y destruirnos. No puedes negar que él tiene Demonios a sus órdenes. ―No ―dije lentamente. Uriel gobernó sobre los Ángeles y los Demonios, usándolos para cualquier tarea que considerara necesaria. Una vez hace mucho tiempo, en un momento de debilidad, se había explicado: que era mucho mejor para él gobernar a los Demonios y los Espíritus de las Tinieblas del mundo que dejarlos caer en las manos del Malvado. El Malvado que él creía era Lucifer. Sabíamos que no había una fuente del mal. No Satan, no Iblis, no Príncipe de las Tinieblas. El mal venía de adentro, así como el amor y la belleza. El mal era el precio que los humanos pagaban por estar vivos.
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Era un precio que nunca había entrado en los límites sagrados de Sheol. A menos Sammael tenía razón, y Allie Watson era una de los sirvientes de Uriel. Eso explicaría muchas cosas. La atracción que sentía hacia ella era irracional, cuando me había jurado no aparearme con ningún humano. Me gustaban suaves, dulces mujeres, no las que respondían y cuestionaban mis decisiones y se atrevían a entrar en mi conciencia, ya que sólo una Pareja en condiciones de Servidumbre debería hacerlo. Si ella hubiera sido enviada por Uriel, entonces sólo teníamos una opción. Azazel se volvió hacia mí. ―¿Esto parece más probable? Tú sabes más de ella. ¿Ha sido enviada para abrir las puertas de Sheol y llevarnos a todos a la ruina? ―No ―dijo Sarah antes de que pudiera hablar―. Por supuesto que no. Ella tiene una razón para estar aquí, una que todavía no entiendo, pero no hay mal… ―Estaba hablando con Raziel ―dijo Azazel con voz fría, y la boca de Sarah se cerró de golpe. Casi podría ser divertido ―él estaría en problemas esta noche― pero yo no estaba de humor para reír. ―Es posible ―dije de mala gana―. Eso explicaría una serie de anomalías. ―Creo que no tenemos otra opción, entonces ―dijo Azazel―. O ella fue juzgada y condenada correctamente al infierno, o está aquí para destruirnos. Tiene que ser devuelta a los fuegos eternos. Tenía razón. Para que ella haya sido enviada allí en primer lugar, tenía que haber una razón, incluso si no fuera capaz de descubrirlo. Y si era una traidora, un Demonio entre nosotros, entonces el infierno era donde debería estar. ―No tienes que ser la persona que la lleve ―agregó Azazel con un poco de compasión―. Uno de los otros puede ir. No dije nada, negándome a aceptar su decisión. No podría hacer eso. No lo permitiría. ―Son unos idiotas, todos ustedes ―espetó Sarah, finalmente teniendo suficiente―. ¿Ya no confías en tus Orígenes? ¿Crees que no tengo conocimiento de lo que es correcto? Ninguno de ustedes cuenta con la adivinación entre uno de sus dones, pero he visto cosas. ―¿Qué? ―dijo Azazel bruscamente. Pero Sarah negó con la cabeza. ―Eso no es para que lo sepas. No todavía. Puedes ignorar mi consejo y destruir a una mujer porque piensas que podría ser una bruja, al igual que los malvados de la antigüedad. O puedes darle tiempo. Dale a Raziel tiempo para descubrir por qué ella está aquí. ―Ella se volvió para mirarme―. ¿Estás seguro de que ella no es tu pareja? Eso lo explicaría todo.
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Lo haría. También sería una mentira. Había amado a las mujeres desde la primera vez que las vi. Había un reconocimiento, un conocimiento, una paz que estaba muy lejos de la ira que sentía alrededor de Allegra. Allie. Pero no la iba a condenar a muerte, no sin tener la certeza. Así que mentí. ―Hay un fuerte vínculo entre nosotros ―dije, con al menos un poco de verdad―. Y una atracción. ―Entonces ve con ella, Raziel ―dijo Sarah―. Mira en sus ojos. Deberías conocer un Demonio si miras lo suficientemente profundo. Tócala. Un Demonio no puede hacer el amor; ellos sólo pueden robar tu esencia. Es una prueba sencilla. Una simple prueba. Poner mis manos sobre Allie Watson y ver si se convierte en un monstruo. La mataría entonces, sí lo hacía. Los Demonios eran bastante fáciles de matar, siempre y cuando los reconociera. Sus gargantas eran delicadas, fácil de ser aplastadas. Todo lo que tenía que hacer era saborearla… No haría eso. Estaba dispuesto a demostrar que ella no era un Demonio, pero yo estaba lo bastante lejos de estar dispuesto a realizar el acto que nos uniría irrevocablemente. ―Te daré esta noche. Raziel ―dijo Azazel―. Pero no puede moverse en torno al recinto sin un guardia. No podemos darnos el lujo de correr riesgos. Sí es humana, tenemos que descubrir si fue enviada por Uriel. Sí es un Demonio… mátala. ¿Entiendes? ―Creo que nunca fui particularmente lento ―dije, conteniendo mi ira―. Sí piensas que tendría alguna duda sobre la destrucción de un Demonio, entonces no me conoces muy bien. ―Mientras tanto, nadie deberá molestarlos, a menos que Raziel pida ayuda ―Azazel advirtió a los demás. ―¿Y qué si ella es simplemente una mujer humana común y corriente, injustamente juzgada por Uriel, quien fue lanzada a nuestra misericordia? ― demandó Sarah. ―No podemos darnos el lujo de tener misericordia cuando Uriel no muestra alguna. Si está detrás de la presencia de esta mujer aquí o no, no podemos bajar la guardia. Miré a la cara de piedra de Azazel. Tenía razón, por supuesto. Lo sabía, Sarah lo sabía. Me aparté de la mesa, dejando sin expresión mi cara. ―Sabes, los dejaré ―dije, y salí la habitación. Paré en los cuatro vuelos, finalmente solo en la escalera poco iluminada. Me recosté contra la pared, cerrando los ojos. No quería tocarla. Ella era todo lo que quería mantener lejos; no quería su boca o su cuerpo, no quería su alma o su corazón. Hubiera sido tan
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fácil deshacerse de ella. Por no decir nada. Incluso Sarah había sido incapaz de detener el severo juicio. Podía verla, prácticamente sentirla bajo mis manos, sus pechos, el dulce sabor de su piel. Me quemaba. Por lo menos mis propios pensamientos y fantasías estaban protegidos de su mente inquisitiva. Era lo único que hacía al hambre soportable. Me aparté de la pared, furioso conmigo mismo. ¿Quién demonios creía que era? Nunca antes había evitado una tarea, y esto era bastante simple. Tocarla, mirarla a los ojos, y lo sabría. Si la respuesta era la equivocada, aspiraría fuera a su existencia ya dudosa. Puse mi mano en la barandilla y cerré los ojos, escuchándola. Y entonces volé.
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Y
o iba a caer, lo sabía. Mis manos estaban entumecidas y resbaladizas por el sudor, y aunque me las arreglé para conseguir un poco de agarre con mi pie desnudo, no era suficiente para sostenerme. Era un largo trecho hacia abajo. ¿Cuántas veces puede una mujer morir?, pensé salvajemente. Esta vez no habría ninguna oportunidad de regresar, si morías en el cielo, o lo que diablos fuera este sitio, entonces debías estar muerto de verdad. Tal vez Raziel podía salir del apuro recogiendo mi cadáver y dejándolo caer en ese agujero en el medio de la nada. ¿Me levantaría hacia arriba dónde de una vez me asaría en el infierno, o iba a tener la suerte de caer en un no-lugar grande y gordo? No quería morir. No otra vez. No quería una noche interminable, el silencio, la nada. Quería todo lo que pudiera coger, comida, sexo, música, risas. Sin embargo, mis dedos se deslizaban, mi pie perdiendo su pequeño agarre, y sentí que me soltaba, cayendo hacia atrás en la oscuridad, el brillo de las estrellas en lo alto lo último que iba a ver. Y entonces algo se movió delante de ellos, el azul oscuro iridiscente de la muerte, pensé en sueños, cuando la muerte debería haber sido negra, y sonreí. No era dolor después de todo, se sentía como si estuviera en los brazos de alguien. Si esto era la muerte, entonces no debería haber tenido miedo de ella. Se sentía seguro, cálido, como si fuera exactamente dónde yo pertenecía y… Una luz brillante se estrelló contra mis ojos, y solté un grito cuando puse mi brazo para cubrirlos mientras alguien me dejaba sobre mi espalda. Tal vez yo iba a terminar en el infierno después de todo, pensé de mal humor, negándome a mover mi brazo. Si no lo veía, tal vez todo desaparecería. Pero la curiosidad siempre había sido un defecto de mi carácter, y el sonido de sus pasos fue suficiente para hacerme mover el brazo y mirar. Estaba de vuelta en el apartamento, en uno de los prístinos sofás, y Raziel estaba simplemente cerrando la ventana antes de volverse a mirarme, furioso. Como de costumbre. ―¿Qué tan gran idiota eres? No le hice caso, sentándome y mirando a mí alrededor con una sonrisa resplandeciente. ―No estoy muerta ―anuncié.
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―Eso depende de tu definición ―dijo, dirigiéndose a la puerta. Así que él me iba a abandonar tan pronto como me había salvado. No podía quejarme, era mejor que romperme en pedazos en la terraza de abajo. Pero él no iba a ninguna parte. Simplemente cerró la puerta. Yo iba a señalar que ya estaba herméticamente cerrada, pero pensé que él sabía lo que estaba haciendo. Hizo un gesto con la mano y apagó las luces, y me pregunté si era el poder cósmico o algún tipo de sensor de movimiento. Una Palmada Celestial. Bueno, al menos me estaba hablando. ―Yo sólo quería un poco de aire fresco ―dije esperanzada―. Alguien me encerró, y no me gusta estar encerrada. Soy claustrofóbica. ―No, no lo eres. Ya no más. Estabas buscando una manera de llegar a la planta baja, ¿no es así? Así podías ver lo que estaba pasando. ―Ah, él me conocía demasiado bien. Ya―. La curiosidad no es un rasgo que valoremos en Seol. Tienes suerte de que llegué a tiempo. ―Sí, ¿qué hay con eso? ―dije con voz calmada―. Pensaba que sabías lo que yo estaba pensando. Te envié cada señal de socorro que se me ocurrió. ¿Por qué no viniste? ―Si tuviera que pasar todo mi tiempo en tu enrevesada mente, me auto-inmolaría ― dijo―. Preferiría mantenerte lejos, pero iba a venir aquí de todos modos y pensé en averiguar si estabas dormida o no. ―Casi dormida. No he cenado aún. Estaba demasiado oscuro para ver si él rodó sus ojos, pero tuve la clara impresión de que había hecho el equivalente angelical del mismo. ―No tienes que comer tantas veces aquí. ―No es una cuestión de necesidad, es una cuestión de querer. Como por la misma razón que leo. No es para el alimento, pero sí para el placer sensual ―le dije alegremente. Y luego me arrepentí. Mencionar el placer sensual abrió un tema que era demasiado sensible, por lo que a mí respecta. No lo quería dando vueltas dentro de mi mente, leyendo mis malos e irracionales deseos. Estaba muy quieto, mirándome, y luego había algo en el aire, una tensión que se deslizaba por debajo de mi piel. Podía sentir los latidos de mi corazón, no el aleteo de terror de unos minutos antes, cuando me enfrentaba a la muerte, pero era un ruido sordo, lento, implacable, que parecía casi audible. Carajo, pensé. Hizo un gesto, y apagó las luces de la cocina. La habitación se llenó de sombras, por lo que me puse más nerviosa. ―Ya sabes, una chimenea de gas estaría bien aquí ―le dije, en tono de conversación, tratando de disminuir la tensión que se ondulaba bajo la superficie―. Sería más cómodo. Casi esperaba que él alzara su brazo y una chimenea mágica apareciera, y entonces me sacudí a mí misma. Él no era un genio, concediéndome tres deseos. Aunque no estaba exactamente segura de lo que era, al menos en lo que a mí respectaba. 114
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―Ya que una vez pudo haberme destruido, no encuentro acogedoras las chimeneas en absoluto. Vas a tener que prescindir de una. Me había olvidado. ―Buen punto ―dije alegremente, tratando de no mirarlo. Yo siempre había tenido un sano interés en el sexo, en los hombres, pero sobre todo cuando no encontraba mejores cosas que hacer. Tuve mis mejores orgasmos por mi cuenta, algo que sin duda iba a sorprender a Raziel que era un poco mojigato, y muchas veces me había encontrado con novios que no valían la pena. Entonces, ¿por qué de repente tenía que obsesionarme con alguien? ―Yo no soy mojigato. ―¡Mierda! ―grité como si él me hubiera pinchado. Podía sentir el color inundando mi cara. ¿Cómo podría haberlo olvidado? Su capacidad de escuchar mis pensamientos era casi lo peor de toda esta experiencia. ―¿Peor que morir? ―¡Basta! ―le espeté, completamente aturdida. ―¿Cómo están tus manos? ¿Estás herida? Bajé la vista hacia ellas. Mis dedos estaban rojos, los apreté y me empujé fuera del sofá. ―Bien ―dije―. Voy a ponerles un poco de agua. ―Quería alejarme de sus “demasiado” observadores ojos. ―No es necesario. Estaba de pie entre la cocina y yo, bloqueando el camino. ―Creo que es mi decisión ―le dije, tratando de eludirle. Era demasiado grande para rodearle. Antes de que pudiera adivinar sus intenciones había tomado mis manos entre las suyas, su toque zumbaba a través de mis brazos como una descarga eléctrica. Salté hacia atrás, tropezando con los pies descalzos en mi esfuerzo por alejarme de él. Me tomó del codo, enderezándome, luego me soltó inmediatamente. ―Eres muy torpe, ¿no? ―observó. No servía de nada contener la lengua… ya que él sabía lo que estaba pensando. ―Me pones nerviosa. ―¿Por qué? ―Déjame contar ―dije―. Eres un Ángel de la guarda que trató de echarme a las llamas del infierno, tú eres un Vampiro, piensas que soy un dolor en el culo, y, si no fuera por ti, estaría viva y viviendo en la ciudad de Nueva York, pensando en mis cosas.
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Por un momento no dijo nada. Luego habló. ―En primer lugar, no soy un Ángel de la guarda, ni tuyo ni de nadie. Los Ángeles de la guarda no existen, son solo folclore. ―Claro que lo son. Al igual que los Vampiros. Hizo caso omiso de eso. ―En segundo lugar, eres definitivamente un dolor en el trasero. Has alterado mi vida tanto como yo la tuya… ―Lo dudo ―interrumpí, secamente. ―Déjame terminar. Si no fuera por mí, estarías en el infierno ahora mismo. Estabas programada para morir, y nada puede contravenir eso. Normalmente, tendrías que haber terminado simplemente en el lugar oscuro. La mayoría de las personas no tienen escolta, sólo las que Uriel considere necesarias. No tengo idea de por qué pensaba que eras tan importante, a primera vista, tú pareces bastante normal. ―Muchas gracias ―le dije. ―Pero él tenía algo en mente. Tú debes haberle ofendido con tus libros. Uriel se ofende con facilidad. ―Soy inocente ―protesté, creyéndolo totalmente. ―Lo dudo. En cuanto a ser un Devorador de sangre, que no es asunto tuyo. No tiene nada que ver con lo que hay entre nosotros. Sus palabras me dieron una sacudida incómoda. ―¿Lo que hay entre nosotros? No hay nada entre nosotros. ―Por supuesto que lo hay. ―Él se movió lejos de mí entonces, y me di cuenta de que podía respirar con normalidad. O por lo menos con más normalidad. Al parecer, había estado conteniendo la respiración, aunque no estaba muy segura de por qué. Podía verle muy bien a través de las espesas sombras. La luz del dormitorio se combinaba con la de la habitación contigua, y pude ver el brillo de sus ojos extraños, la expresión de cansancio en las elegantes líneas de su rostro. Se apartó el pelo de la cara, como si empujara algo inaceptable lejos de él. Y entonces levantó cabeza para mirarme. Y sabía lo que estaba por venir, tan claramente como si lo hubiera pensado yo misma. ―No ―dije rotundamente. Una débil sonrisa curvó su boca. ―¿No qué? No te he preguntado nada. ―Así no ―dije yo, negándome a mostrar lo nerviosa que me puso. Me moví, de repente ocupada―. ¿Tienes más mantas, tal vez una almohada? Puedo hacerme una cama para la noche hasta encontrar otro lugar para dormir. Desde luego, no quiero decir que te echo de tu habitación, a pesar de que fuiste muy amable me llevarme ahí la última noche. Por 116
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lo menos, supongo que eras tú… quizá Sarah fue la responsable, va mucho con ella. Ella es muy amable, y yo siento haber sugerido que ella era… ―Cállate, Allie ―dijo. Era la primera vez que usaba mi nombre. No era mi nombre completo, pero era el apodo más conocido. Me quedé helada, mis palabras huyeron, como si las hubiera cortado con un gesto de su mano, como con las luces. Se acercó a mí lentamente, y una parte de mía quiso salir corriendo. No es que hubiera algún lugar al que ir, excepto hacia el balcón. Había cerrado la puerta principal. ¿Por qué? Se detuvo justo delante de mí, demasiado cerca como para escapar, presionándome y sin embargo, sin tocarme. ―Mírame ―dijo, en voz baja y tranquilizadora. ―Lo estoy haciendo. Sacudió la cabeza e hizo un gesto, y las luces del techo que no sabía que existían se encendieron. Deberían haberme cegado, pero yo ya estaba en una especie de aturdimiento. ―Abre los ojos y mírame ―dijo otra vez, y su voz suave contenía acero bajo ella. Así lo hice. Miré a los ojos gloriosamente estriados, casi como los de un gato. Miré hacia arriba y sentí que me invadía, tan cierto como si estuviera debajo de él, piel contra piel. Él estaba dentro de mí, un acto de posesión completa, y yo traté de decir algo, de protestar, pero todo lo que salió fue una defensa blanda, gimiendo de dolor. Él no se retiró, y me sentí como en una estaca, como una mariposa con un alfiler gigante a través de mi corazón. Podía sentir mi cuerpo ascender, subir ligeramente, y sabía que ya no estaba tocando el suelo. Traté de empujarlo, pero era demasiado fuerte para luchar contra él. Todo lo que podía hacer era permanecer allí, suspendida, él recorrió mi cuerpo, y sentí un grito dentro de mi pecho, mi corazón, desesperado por escapar. Y luego, tan rápido como había sucedido, todo había terminado, y me soltó. Las luces brillantes se desvanecieron, mis pies tocaban el suelo, y me dejé caer, sin nervios. Me cogió al caer, y yo quería gritarle, pegarle, pero no podía reunir la energía. Él me dejó en el sofá con inesperada suavidad. ―Acuéstate ―murmuró―. Va a pasar en un momento. No tenía otra opción. Me eché, tratando de recobrar el aliento, tratando de luchar contra el dolor agudo entre mi pecho, como si hubiera cogido mi corazón en la mano y hubiera apretado. Cerré los ojos, y sentí que todo comenzaba a desvanecerse. Tuve el tiempo suficiente para preguntarme sí me estaba muriendo de nuevo, sí Raziel había hecho algo para acabar conmigo. Y entonces la oscuridad cayó.
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Capítulo 16 Traducido por Niii Corregido por Nanis
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e senté otra vez en el sofá frente a ella, observándola. Incluso en la penumbra ella era color contra el suave blanco, la riqueza de su espesa cabellera marrón, los cálidos tonos de su piel, la seda negra de mis ropas que había tomado. Ella era calor, era fuego, letal para mí, y aun así, de algún modo irresistible. Ella no era ningún Demonio. Estaba seguro de eso tanto como era posible, sin haber bebido su sangre. Era humana, y vulnerable a pesar de sus intentos de sacudirme. Era vulnerable, y lo mejor que podría hacer era dejarla sola. No podía. No después de la Gracia de Saber. Mirar tan profundo en su interior había sido un acto de intimidad del que no había vuelta atrás. Había un vínculo entre nosotros que yo no quería, pero existía de todas formas, y era puramente sexual. Una necesidad animal contra la que no iba a seguir luchando. Iba a follarla. Podía imaginar a Uriel aullando, y pensé en la palabra otra vez. Follar. Iba a llevarla a la cama y me desgastaría a mí mismo con ella, y cuando estuviera alcanzando su clímax, la miraría a los ojos y conocería hasta el último pedazo de ella, el lugar donde incluso un Demonio no podía esconderse. La follaría y la haría correrse, y la conocería. Y si era un Demonio, la mataría. Ella se movió. Iba a estar furiosa conmigo por lo que le había hecho, y no la culpaba. Era una invasión, una que ella había aceptado. Una de las muchas que había aceptado. Podría tomarla y cargarla hasta el dormitorio, sacarle sus ropas antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Simplificaría las cosas. Pero de la misma forma que me había permitido mirar en su interior, tendría que permitirme estar en su interior. Y si aún tenía algunas defensas restantes, cederían al igual que ella. Se movió, luego se quedó inmóvil. ―Tú, hijo de perra ―dijo en voz baja. ―No soy el hijo de nadie. ¿Cómo te sientes? ―Como si hubiera sido violada. ―Eso se acerca a la verdad.
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Se sentó de golpe y me miró, lista para la batalla. ―Y supongo que no tienes ningún remordimiento. ―¿Por qué debería? Necesitaba saber si eras un Demonio. Ella me miró fijamente por un momento. ―¿Un Demonio? ¿Es que siquiera existen? Infiernos, por supuesto que sí. Ángeles y Demonios, Vampiros y Caníbales. ¿Qué otras delicias tienes en la tienda? ¿Cambia Formas? ¿Hombres Lobo? No me moví. Estaba duro, y lo había estado desde que había entrado en ella, mi cuerpo desesperado por continuar. Y supe, incluso mientras me alejaba, que había dejado lo suficiente de eso detrás como para que sus defensas cayeran. Las necesitaba lejos. Más que cualquier cosa en esta tierra o la siguiente, quería ser capaz de alejarme de ella. De dejar mis habitaciones, reportarle a Azazel que era inocente, y dejarla a disposición de ellos. Pero me temía que “disposición” sería la palabra clave. E incluso en un tiempo tan corto, habíamos llegado demasiado lejos como para que les permitiera tomarla. Demasiado lejos como para que le diera la espalda. Si Uriel la hubiera enviado para infiltrarse, entonces la hubiera enviado bien armada. La Gracia de Saber era poderosa, pero subestimar a Uriel siempre era un error. Estaba seguro que ella era inocente, atrapada en una serie de coincidencias. Pero no podía permitirme el estar equivocado. Ella aún estaba mirándome, con sus ojos casi cerrados. Había visto todo lo que me había dejado ver. Sí quería estar seguro, para proteger Sheol como necesitaba ser protegido, entonces no tenía más opción. Estaba preparado para la resistencia. Me había mantenido fuera de su cabeza tanto como pude, pero no había duda que ella sentía el mismo vínculo que yo. La misma intensa necesidad sexual, que yo era un experto en negar, qué había estado negando desde el momento en que había entrado en mi mundo, gracias a esos terribles zapatos que habían causado su muerte. Había estado contando con esa resistencia, junto con la mía propia, pero eso ya no servía. La Gracia de Saber no era suficiente. Me levanté, y extendí mi mano hacia ella. ―No ―dijo. Esperé. Podría hacer lo que quisiera con ella. Podría forzarla, luego arrancar el recuerdo de su cerebro. Podría simplemente beber su sangre, sólo lo suficiente para leerla y no hacerme enfermar. La sangre de cualquiera distinto a la Fuente o mi Compañera vinculada era peligrosa, incluso en pequeñas cantidades, pero era un riesgo que tenía que tomar.
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―Ven conmigo, Allie ―dije. Y la hice moverse, porque podía―. Ven. Y ella se levantó.
***
No quería moverme. No importaba. Me tiró hacia arriba y se puso de pie sobre mí. Odiaba a los hombres altos… me hacían sentir débil e inconsecuente. Todavía estaba usando sus ropas, su chaqueta negra, su camiseta negra, su pantalón de seda negro. Tomó la chaqueta de las solapas y la empujó fuera de mis hombros, deslizándola por mis brazos. Me quedé quieta, sabiendo que debía pelear, protestar, cualquier cosa excepto quedarme ahí y dejarle deslizar la chaqueta fuera y lanzarla al sofá a sus espaldas. Alargó la mano hacia el borde de mi camiseta, y quise retroceder, pero mis pies estaban clavados en el suelo. Intenté contener el pánico. Éste era el cumplimiento de una fantasía que obsesionaba a la mitad de las adolescentes en el mundo. No importaba. Tener relaciones sexuales con un Ángel-Caído-Vampiro era una muy mala idea. ―Por favor no ―dije, intentando sonar tranquila y segura de mí misma. Sí él hacía esto, no tendría nada con lo que pelear. Sí él hacía esto, importaría demasiado, y no sería capaz de alejarme. Sí él hacía esto, rompería mi corazón. Tiró mi camiseta hacia arriba, y sin quererlo levanté los brazos para permitirle sacarla, por lo que quedé de pie ahí, en nada más que sus pantalones sueltos bajos en mis caderas. Me sentí visible y vulnerable, y tomó de todo mi autocontrol sólo quedarme de pie allí y mirarlo. ―Debo señalar ―dijo con una suavidad sorprendente―, que mi período favorito de todos los tiempos fue el Renacimiento. Con todas esas bellezas voluptuosas. Probablemente estaba mintiendo, pero le di puntos por intentarlo. Aun así no me moví. ―No voy a hacerte daño ―dijo. Se estaba inclinando, su boca tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en mi rostro―. No haría esto si no fuera necesario. Había estado lista para su beso, pero ante esto mis ojos se abrieron de golpe. ―¿A qué te refieres con “necesario”? Fui silenciada, no por uno de sus gestos sutiles, sino por su boca sobre la mía mientras me tomaba en sus brazos. No fue un dulce beso de seducción, o un casto, beso celestial. Fue completo, con la boca abierta y carnal, y me quedé congelada por la sorpresa cuando puso un brazo alrededor de mi cintura, empujándome contra su cuerpo duro, y su otra mano capturó mi barbilla, sus largos dedos acunando mi cara.
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Había sido besada antes, por supuesto. Pero nunca de esta forma, con un sentido casi cósmico de urgencia y deseo. Podía sentir mis pezones duros contra el sólido calor de su pecho, y podía sentir el calor entre mis piernas, la sensación de necesidad en mi vientre. ¿A quién demonios estaba intentando engañar? Me excitaba cada vez que él estaba en la habitación. Arrastró su boca lejos. ―Deja de pensar ―dijo casi sin aliento, y si fuera cualquier otro, en cualquier otra circunstancia, hubiera pensado que estaba excitado. De hecho, podía sentir su pene contra mi vientre, un duro borde de carne. Debe ser algún truco angelical, pensé vertiginosamente, ser capaz de llevar a cabo esa orden, a pesar de estar haciéndolo por oscuras razones que no tienen nada que ver con el deseo… ―Deja de pensar ―dijo otra vez, su voz caliente―. Te deseo. ¿Está bien? No quiero hacerlo… no eres nada más que problemas. Desearía poder alejarme de ti. Pero no puedo. ―No voy a meterme a esa cama contigo ―dije, un último intento por preservar mi autocontrol. ―Si tú lo dices. No había escapatoria. Sobre todo porque no quería escapar. Le di la espalda, pero simplemente me atrajo hacia él, su brazo alrededor de mi cintura, y me cargó hacia el dormitorio. Después de la penumbra de la sala las luces de aquí eran cegadoramente brillantes, y cerré los ojos. Me presionó contra él, su fuerza y calor esparciéndose a través de mí, y quise hundirme en él en respuesta, dejando que mi cuerpo fluyera en el suyo, y supe que ya se habían acabado las protestas. ¿A quién estaba engañando? Quería esto tanto que mi corazón latía con fuerza, mis manos temblaban, y sabía que estaba mojada. Lista para él. Él debe haberlo sentido. ―Sí ―dijo, en un bajo murmullo de aprobación mientras me ponía sobre mis pies, aún de espalda a él. Sus manos estaban en mí, empujando hacia abajo los pantalones de seda y mi ropa interior con un solo movimiento, para que cayeran alrededor de mis tobillos. Me levantó, haciéndome salir de ellos y me giró para que me enfrentara a él, desnuda, totalmente vulnerable. Me miró, y el calor en sus extraños ojos fue palpable, quemando las últimas de mis dudas. Y las últimas suyas. Pude sentir su reserva derretirse en el calor entre nosotros, y su aliento comenzó a salir más fuerte y rápido. ―¿Fuiste enviada para atormentarme? ―susurró, deslizando su brazo alrededor de mi cintura, tirando de mí contra él―. ¿Sabía él exactamente lo que necesitaba, lo que no podría resistir?
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¿Él? ¿Quién? Pero antes que pudiera hacer la pregunta, me besó otra vez, y estuve perdida, necesitando estar más cerca de él, necesitando sentir su piel bajo mis dedos. Su lengua estaba en mi boca, y le di la bienvenida, colocando mi mano entre nosotros y tirando de su camiseta para poder tocar su piel, su caliente, suave piel. Su corazón estaba corriendo rápido, y quise poner mi boca contra él, sentir el sabor de sus pezones, quería mi boca sobre todo él. Antes de que me diera cuenta de lo que iba a hacer deslizó su brazo debajo de mí y me levantó. Enredé mis dedos a través de su grueso cabello, besándolo de regreso, usando mi lengua, escuchando mi propio gemido bajo tanto de rendición como de seguridad cuando desabrochó sus vaqueros. Y entonces pude sentirlo contra mi sexo, duro y pesado, y supe que iba a doler. Él era demasiado grande, y ni siquiera me había tocado ahí aún, yo era el tipo de mujer que necesitaba una gran cantidad de juegos previos, y si él iba a intentar esto iba a tener problemas e iba a… Se deslizó en mi interior, suavemente, sin barreras, sin resistencia, y la reacción vibró a través de mi cuerpo. Estaba resbaladiza, húmeda y acogedora, y me estremecí con una alegría primitiva. Cuanto más tenía de él, más necesitaba, y el calor de su piel contra mis pechos era increíblemente insoportable. Estaba ardiendo de necesidad, temblando con ella. Comenzó a salirse, y me aferré a él, repentinamente aterrorizada de que fuera a dejarme. Pero él ya estaba empujándose otra vez en mi interior, más profundo que en la primera embestida, liso y seguro, más profundo, más grueso, más duro, y cuando retrocedió, dejé salir un grito, desesperado. Esta vez se enfundó en mí completamente, empujándome fuerte contra la pared, y mi cuerpo se destrozó repentinamente. Dejé escapar un grito ahogado, enterrándolo contra su hombro, contra el olor de algodón limpio y piel caliente, y otra ola me golpeó, y luego otra, hasta que no estuve segura de sí podría soportar más. Más que cualquier otra cosa él parecía hacerse más y más grande en mi interior, se alejó de la pared, apoyándome en sus brazos, y era tan fuerte que parecía no costarle ningún esfuerzo. Se estaba moviendo más rápido ahora, llenándome tan profundamente que pensé que podía saborearlo, y convulsioné en un placer indefenso ante el pensamiento. Él se rindió, empujándose profundo en mi interior, y sentí las calientes pulsaciones cuando alcanzó su clímax, mi cuerpo ordeñándolo con contracciones en respuesta, y cuando la última ola se apoderó de mí, me perdí, mientras todo a nuestro alrededor se disolvía. Era una oscuridad brillante, una oscuridad sorprendente, un azul iridiscente plegado a nuestro alrededor, firmemente, tan suave como unas plumas envolviéndose alrededor de mi espalda, sellándome en un capullo de placer tan infinito que sentí un clímax rezagado deslizarse sobre mí antes de que todo se desvaneciera y no hubiera nada más que un puro, calor sanador.
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No tengo idea de cuándo tiempo duró esa bendita oscuridad de terciopelo. Debí haberme quedado dormida, porque abrí los ojos para descubrir que yacía en la mitad de su cama, desnuda, con una sábana envuelta a mí alrededor, y Raziel no se encontraba en ningún lado. Por supuesto. ¿Qué hombre se quedaba alrededor mucho tiempo después del acto? Intenté darme la vuelta, entonces me quejé por un repentino malestar. Definitivamente había sido demasiado tiempo desde que había tenido relaciones sexuales, pensé vagamente. Debía ser la mitad de la noche. Logré sentarme, haciendo una pequeña mueca de dolor ante la incomodidad entre mis piernas. Todavía sentía la débil y persistente felicidad post-coital, ese celestial sentimiento cálido que se deslizaba sobre mí, cuando sabía que no debería estar tan feliz. Algo estaba mal, algo estaba fuera de lugar, pero no podía recordar el qué. Todavía me sentía como si estuviera flotando, tan complacida que probablemente podría haber alcanzado el clímax otra vez de sólo pensar en ello. Le había dicho que no en la cama, y él me había tomado la palabra. Contra la pared. Nunca había hecho eso antes… mis amantes previos no eran lo que llamarías aventureros. Eso también estaba bien… la parte contra la pared. Todo estaba bien, excepto esa persistente preocupación. Necesitaba ponerlo en perspectiva. Era sexo, por el amor de Dios, no algo por lo qué gritar tanto. Aunque en realidad había sido algo por lo qué gritar. Esto distaba mucho de los agradables y pequeños estremecimientos que Jason había sido capaz de provocar en mí en sus momentos más creativos. Muy lejos de los rápidos, eficientes orgasmos que había logrado conseguir por mi propia cuenta. Esto no se parecía a nada que hubiera experimentado antes. Estaba mojada, goteando entre mis piernas, y me di cuenta con sorpresa que él no había usado un condón. Bueno, ¿por qué debería? No había embarazos en Sheol, y probablemente ninguna enfermedad de transmisión sexual. Dios, esta era la primera vez que había tenido relaciones sexuales sin condón. Eso era. Eso explicaba toda la cosa de los orgasmos múltiples y las reacciones de “el mejor que jamás haya tenido” y “Oh mi Dios voy a morir”. El sexo debía ser impresionantemente mejor sin un condón. Fue la falta de la funda de goma metiéndose en medio. No tuvo nada que ver con Raziel, gracias a Dios. Escuché la ducha detenerse, y por un momento entré en pánico, buscando un lugar para escapar a mí alrededor. Ni siquiera me había dado cuenta que el agua estaba corriendo… de otra forma ya hubiera estado de pie y fuera de allí. Era demasiado tarde, y en realidad, no había ningún lugar al que pudiera ir. Sí fuera una buena heroína victoriana virginal, me deslizaría entre las paredes, aunque tendría que hacerlo completamente desnuda, algo que arruinaría el efecto.
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Pero no era ni virginal ni una heroína. Había sido rápido, erótico e inexplicablemente maravilloso. Y por alguna razón esperaba que fuera algo que él no fuera a repetir. Caminó fuera del baño, y estaba desnudo. Total y cómodamente desnudo. Tenía algo en su mano ―no es que estuviera mirando su mano― y me lo lanzó. Extendí la mano y lo agarré automáticamente. Era una toalla, húmeda y caliente, presumiblemente para que me limpiara. No me moví, sujetándola en mi mano, ligeramente aturdida. Él era exquisitamente hermoso, más aún sin ropa. Siempre había encontrado a los hombres desnudos algo tontos, con sus partes colgantes rebotando mientras caminaban. Raziel no era tonto. Era magnífico, con una piel blanca-dorada extendida sobre un marco ágil y fuerte, y su sexo no rebotaba. Aparté mi rostro, negándome a pensar en ello. Sentí la cama hundirse bajo su peso, y me giré para observarlo, sorprendida. Me estaba mirando con una expresión abatida, una que no pude leer. Tomó la toalla de mi mano y me presionó otra vez contra la cama, con mano suave. Agarré la sábana que me cubría, pero él la apartó sin esfuerzo, y lo dejé pasar en lugar de indignarme y comenzar una guerra que sabía, estaba destinada a perder. ―Abre tus piernas ―dijo, colocando una mano sobre mi muslo. Consideré ignorarlo. No quería enfrentarlo, no quería hablar con él luego de ese caliente, urgente acoplamiento nuestro que indudablemente significaba más para mí que para él. Cerré los ojos, permitiéndole separar mis piernas, y el calor húmedo de la toalla me hizo estremecer en una inesperada reacción. Esas eran sus manos, lavándome con una improbable ternura, y por alguna razón quise llorar. Me quedé ahí perfectamente quieta mientras él se hacía cargo de mí, mis ojos cerrados, sólo deseando que se fuera y me dejara. Iba a hacerlo, tarde o temprano, y bien podría acabarlo de una vez. ―No voy a irme ―dijo. ―¡Deja de leer mi mente! ―grité, mi voz atorándose en un sollozo. No tendía a volverme emocional después del sexo, pero esta era una anomalía en todo sentido. Él maldijo por lo bajo. Y luego simplemente se movió sobre mí, entre mis piernas, y antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo se empujó en mi interior otra vez, completamente duro, y dejé salir un pequeño grito de sorpresa mientras cambiaba de posición para acomodarlo. Se quedó muy quieto, y abrí los ojos para mirarlo, para ver la expresión sobre su rostro. Me estaba mirando, sus largos dedos acunando mi rostro, su mirada intensa. ―No te muevas ―susurró. Hizo un pequeño gesto, y las luces se atenuaron, cubriéndonos 124
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con sombras. Su cabeza cayó, su boca contra mi cuello, su respiración sobre mi piel―. ¿Te estoy lastimando? Intenté encontrar mi voz. Se sentía como si estuviera hundiéndome en un lugar oscuro de placer y olvido. La sensación de él sobre mí era como nada que hubiera conocido antes, y ahora que la primera oleada febril había finalizado, podía dejar que mi cuerpo lo experimentara en su totalidad. Se sentía como un regalo, una bendición, un poderoso acto de afirmación que de algún modo aún me eludía. Sacudí mi cabeza, incapaz de hablar, y supe que él sonreía contra mi piel. ―Bien ―dijo en voz baja. Besó mi hombro, y pude sentir su lengua, sus dientes, rozando ligeramente la base de mi cuello, y repentinamente me puse a toda marcha. Mi cuerpo reaccionó instintivamente, tensándose a su alrededor, y pude sentir su sonrisa otra vez―. No ―susurró―. No quieres eso. Quería decirle que sí, que absolutamente quería eso, pero mi voz había desaparecido. Si no hubiera sido así… probablemente le hubiera rogado. ―No tienes que rogar ―dijo―. Sólo quédate quieta y déjame hacer esto. ―Deslizó sus manos bajo mi trasero, acercándome más a él, y envolví mis piernas a su alrededor. El leve dolor desapareció en un segundo, casi antes de que lo sintiera, el cambio de posición lo trajo aún más profundo en mi interior, y una vez más reaccioné tensándome instintivamente. Levantó la cabeza para observarme, y lo miré a sus extraños ojos, hipnotizada. Ya no quería esconderme, desviar la mirada. Él estaba invadiendo mi alma otra vez, de la misma forma en que había hecho más temprano, sólo que esta vez estaba invadiendo mi cuerpo al mismo tiempo, y yo quería más. ―Hay un límite de lo que puedes tomar, Allie ―susurró en mi oído, leyéndome otra vez―. No quiero lastimarte. ―Y comenzó a moverse, un lento, dulce deslizamiento, y descubrí que sí podía hacer un ruido después de todo, un profundo, gemido de anhelo, mientras deslizaba mis brazos alrededor de su espalda y lo mantenía cerca, sintiendo sus músculos tensarse y soltarse contra mis manos, queriendo la sensación de él, su sabor, todo a mi alrededor. El ritmo lento y constante era demoledor. Todo lo que tenía que hacer era aferrarme a él mientras se movía, y cada vez que él me llenaba sentía un brillo de alegría que bailaba y se deslizaba sobre mi cuerpo. Había algo devastador sobre él conteniéndose, alivio constante en ello, sin prisas por terminar, sin reglas, sin juicios, sólo el grueso deslizamiento de él en mí interior, tocando lugares que no había sabido que existieran, comenzando a construir un clímax tan poderoso que no estaba segura de poder sobrevivir. Sería una buena muerte. Me atrajo más cerca de él, hundiéndose más profundo, y grité cuando el primer clímax me golpeó.
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Los dos estábamos cubiertos de sudor, deslizándonos uno contra el otro, y mordí su hombro, saboreándolo, saboreando la sal y el sudor en él, y lo quise más rápido, más duro, pero él no quiso precipitarse, enfundándose en mí a una velocidad constante que iba a hacerme gritar, lo sabía, él necesitaba detenerse, no podía soportar más, necesitaba que fuera más rápido, más duro, necesitaba más, y arañé su espalda en desesperación, buscando alcanzar una culminación como nunca antes había conocido. Alargó su mano hacia su espalda y tomó mis brazos, los bajó de golpe contra el colchón mientras él se levantaba sobre mí, bombeando en mi interior. El segundo clímax me golpeó, y luego no pude parar. No necesitaba nada más que el constante movimiento de él en mi interior para llevarme a un lugar del que no conocía su existencia, y me lancé hacia las estrellas mientras sus manos presionaban hacia abajo las mías y la oscuridad iridiscente se cerraba a nuestro alrededor una vez más. Podía sentirlo dentro de mí, corriéndose, y arqueé mi espalda, queriendo su boca sobre mí, queriendo sus dientes en mí. Por favor, pensé, y sentí su boca contra mi cuello y el primer mordisco de sus dientes afilados. Y estuve completa.
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Capítulo 17 Traducido por Emii_Gregori Corregido por Niii
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odía saborear su sangre en mi lengua. Toqué mi boca, alejé mis dedos, y vi la sangre en ellos. Traje mi mano de regreso y la lamí, la riqueza de su sangre pulsando a través de mí. No había sido nada. La perforación había sido leve. Sin venas, sin la arteria latiendo en la base de su cuello que sólo estaba permitida para Compañeros Vinculados. Esto fue a penas más que un roce de mis dientes contra su piel suave. Y fue embriagador. La había dejado dormida en medio de la gran cama, una pequeña figura envuelta en una manta mullida. Se veía agotada, tal y como debería estarlo. Había hecho todo lo posible para desgastarla, y dormiría durante mucho tiempo. Podía ver la marca en su cuello, el lugar donde la había mordido. Al menos una pequeña parte de cordura había permanecido y me las había arreglado para retirarme. Había una marca de amor donde la había chupado, y las marcas de los dientes ya se desvanecían. Sin embargo, había estado peligrosamente cerca. Ya estábamos muy atados el uno al otro, con alientos y ahora con semen. Sí tomaba más de su sangre, no habría ninguna salida. Había sido suficiente para darme las respuestas que necesitaba. Uriel podría nublar muchas cosas. Él tenía rigurosos poderes de un Ser Supremo, sin la misericordia, compasión o cualquier interés en ellos. Pero ni siquiera Uriel podía mantener un velo cuando ella alcanzaba su culminación y permanecía arropada en mis alas. Y no había forma que su sangre fuera tan pura, tan rica, tan nutritiva, si Uriel la hubiera tocado. Habría sido tan amarga como ácida. Debería haberme detenido en un momento dado. Nadie en Sheol podía negarle su derecho a estar aquí a partir de este punto. La había reclamado, la había probado. Nadie más podía tocarla ahora. Era mi responsabilidad, nada más, me recordé. No es de extrañar que me hubiera perdido en la dulce bienvenida de su cuerpo. Había mantenido mi celibato por mucho tiempo. Pero con mi boca en su cuello, rompiendo la barrera frágil de su carne, casi había cometido un error irrevocable. Al menos me las había arreglado para alejarme antes de que me hubiera envenenado. Ella había estado alcanzándolo, sin saber lo que buscaba. Arqueando su cuello contra mi boca, ofreciéndose ella misma, pero era mi culpa, mi responsabilidad. Y después de aquel leve primer gusto, fui consumido por la necesidad.
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Era una necesidad que podía controlar. Me bañé y me vestí, luego me dirigí hacia el estrecho balcón. Podía sentir dónde había estado sentada, y me sacudió. Era una larga terraza, ella podría haber elegido cualquier número de lugares. ¿Por qué se había sentado en el mismo lugar donde por lo general me quedaba, mirando hacia el océano, con mis alas desplegadas al aire de la noche? No creo que haya notado mis alas envueltas a su alrededor. Había estado demasiado atrapada en su clímax para notar cuando mis alas se desplegaron y nos rodearon con fuerza, como una capa de protección. No siempre sucede. No había sucedido con ninguna de las mujeres que había utilizado durante la última década o algo así para aliviar mis necesidades. Debería haberme sorprendido que hubiera sucedido esta vez, pero no lo hizo. No había nada más sobre Allie Watson que me sorprendiera ahora. Mi cuerpo todavía estaba tarareando con satisfacción y deseo que se reavivaba. Podría haberme quedado en la cama, pero mientras más cerca estuviera de ella, mayor era mi hambre. Sería mucho más fácil si pudiera enviarla a otro lugar para dormir, pero eso causaría mucho chisme. Con suerte sería capaz de convencer al Consejo que ella no era ninguna amenaza, y podría mantener mi distancia, evitando que los lazos entre nosotros se hicieran cada vez más fuertes. Había sido muy cuidadoso de no tocarla más de lo estrictamente necesario en un vano intento por mantener el acto impersonal. Sí tan sólo pudiera apagar esta repentina necesidad enfurecida por ella, estaría bien. Su mente durmiente estaba en blanco para mí, y su mente despierta estaba desvaneciéndose con cada acto sexual. Sí ella hubiera sabido eso, probablemente se me hubiera lanzado antes. Entre Compañeros Vinculados, el vínculo mental disminuía y se nivelaba en ambos. Era bastante fácil leer compañeros humanos sexuales, pero después de múltiples acoplamientos esa capacidad disminuía, probablemente por la falta de uso. Las mujeres con las que había dormido eran francas y simples de leer, como había sido Allie al principio. Sabía perfectamente que me quería, o al menos pensé que lo hacía. Pero también sabía que ella estaba algo incierta por algo tan simple y lógico como el sexo, a pesar de su experiencia. Y que no le gustaba su cuerpo, lo cual me sorprendía, ya que yo pensaba que estaba cerca de la perfección. Su cuerpo me había distraído desde el principio, la exuberancia misma de sus curvas, la suavidad deliciosa de sus muslos, el encumbrado y redondo trasero. Había hecho muy bien en no pensar en ello, deslizándome fuera de su mente cada vez que ella se permitía fantasear. Había estado demasiado atrapado en mis propias reacciones durante el sexo para ver las suyas, más allá de su placer ciego. Para mí, el sexo había sido desastroso… mucho peor de lo que esperaba, porque había sido sacudido por ello, tan abrumado por el poder que había tenido que repetirlo inmediatamente. Lo más sensato habría sido alejarme de ella. En cambio pensé en servirle, ser amable y distante, y dentro de en unos momentos estuve en su interior de nuevo, perdido en ella. 128
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Con suerte, ella estaría decepcionada. Había oído y visto sus fantasías… nadie podría darse la gran vida con eso. Con suerte, mi capacidad de leerla se habría desvanecido lo suficiente para no poder ver nada que pudiera… precipitar algo. Tocarla otra vez sería muy imprudente. Ahora, sí sólo mi maldito cuerpo lo entendiera.
*** Eran las primeras horas de la tarde cuando finalmente desperté, sola. Sabía que él no estaba en el apartamento, aunque no estaba segura de cómo. Pude arrastrarme de la cama y dentro de la ducha sin tropezar con él. Era una pequeña bendición, pero la tomaría. No estaba segura de qué le diría. Cómo reaccionar. Sabía instintivamente que este no era el comienzo de una historia de amor. Sí me acercaba, tocándolo como un amante, podría imaginar su reacción, y me estremecí. Tendría que hacer mi mejor esfuerzo para leerlo. Si estaba repentinamente afectuoso… la idea era seductora de una manera mucho más peligrosa que el simple sexo. No es que el sexo fuera simple, en particular sexo con Raziel. Sexo con un ángel. Sexo con un vampiro. El mejor sexo de mi vida, incluyendo mi vida después de la muerte. Pero esa no era la forma en que esto iba a suceder. Tan segura como que sabía que él se había ido, sabía que iba a actuar como si la noche anterior nunca hubiera ocurrido. Y posiblemente, yo podría hacer lo mismo. Sin embargo, iba a tener que ser cuidadosa. Él podía leer mis pensamientos, ver mis fantasías, y nunca creería en mis mentiras. Realmente, eso estaba más cerca de una definición del infierno que cualquier otra. Un lugar donde no podías engañar a tu amante. Tu amante. Él no era mi amante. Era el hombre que me había llevado a la cama la noche anterior por razones que no había entendido muy bien. Había sido necesario, había dicho. Por un acto de deber más que deseo, lo había manejado condenadamente bien, pensé, dejando que el peso de la ducha bajara por mi cuerpo. ¿Pero por qué lo había hecho por segunda vez? Me envolví en una de las grandes toallas de baño, de algodón blanco, por supuesto, y me dirigí al armario, resignándome a la alta costura blanca de culto. En cambio mis ojos se encontraron con una explosión de colores; rosa, verde, aguamarina y amarillo pálido. Por primera vez, mi corazón se iluminó. Sarah había llegado. Y ya que Raziel lo odiaría, fue suficiente para animarme. Saqué un vestido voraginoso con los colores del arco iris. El escote era demasiado bajo, exponiendo mis encantos abundantes, y casi me acobardó. Pero lo saqué de todos modos, volviendo al baño para probármelo.
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Encajaba perfectamente. Me quedé mirando mi rostro en el espejo, sorprendida. Se parecía a mí, y sin embargo todavía lucía como una extraña. Mi grueso y rizado cabello castaño estaba alrededor de mi cara, con mis enormes ojos, mis labios… tenía que admitirlo, estaban hinchados por su boca. Pero ese no era el único lugar donde su boca había estado. Vi la marca a un lado de mi cuello. No era muy distinto a la marca de pinchazos de las películas de vampiros, pero era un raspón, hecho por algo afilado. ¿Sus dientes? Él me había probado, noté, pero no se había alimentado. Había tenido sexo conmigo, pero no habíamos hecho el amor. Y de repente estuve deprimida. Hasta donde había podido notar no había relojes en el Sheol, pero supuse que era algún momento alrededor del mediodía, tanto por el nivel del sol en el cielo brumoso como por los gruñidos de mi estómago, que eran impresionantes. Salí de allí por una de las ventanas y me dirigí a la baranda. El húmedo aire del océano atrapó mi cabello y lo sacudió hacia atrás, y suspiré profundamente. De repente mirar al océano no era suficiente… necesitaba estar allí, caminar descalza por la hierba, vadeando en el suave oleaje. Estaba cansada de ser una marginada. La puerta delantera del apartamento se abrió con facilidad, para mi alivio. Me crucé con personas en las escaleras esta vez, pero la hostilidad que sentí en ellos parecía haber desaparecido. Nadie me miró ―incluso lograron una sonrisa amistosa aquí y allá― pero estaba claro que yo era la menor de sus preocupaciones. Algo estaba sucediendo, y mi desanimado egocentrismo desapareció mientras una verdadera sensación de ansiedad empezaba a introducirse. Caminé a zancadas hasta el final de las escaleras, aunque sabía que era la parte fácil. Casi esperé a que uno de los porteros angelicales me detuviera mientras salía por la puerta, pero nadie parecía tener tiempo para mí, una bendición absoluta. Salí a la espesa hierba verde y rápidamente me saqué a patadas las sandalias que había encontrado. El viento soplaba desde el océano, y dejé que barriera el aire húmedo por encima de mí, cerrando los ojos con placer. Mi piel sabía a sal, pensé. Su piel sabía a sal. Y ese calor familiar/desconocido subió entre mis piernas. Donde él había estado. Caminé sobre la hierba, luego sobre la capa de pequeñas piedras, y finalmente en la arena, dejando huellas mojadas mientras me movía hacia las olas aisladas. Era extraño que nunca hubiera aprendido a nadar, cuando amaba tanto el agua. Creo que siempre le había tenido un poco de miedo, seguro que me había ahogado una vez en una vida pasada. Cuán extraño era pensar que en verdad había estado en una vida después de la muerte, tratando de salvar a un ángel caído. Miré a mí alrededor. Hacia el terreno que se esparcía por la derecha, y por un momento me quedé perpleja. Casi parecía como si hubiera un brillo en un borde distante, como 130
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un espejismo de calor, pero el clima estaba templado y no había sol. Comencé a andar hacia él, caminando en la arena, casi esperando que se moviera. ¿Sería capaz de tocarlo? ¿De pasar mi mano a través de él? ¿Podría caminar a través de él, al otro lado y hacia el mundo real que Raziel insistía que ya no existía para mí? Sería una tonta por no intentarlo. Pensé que podría fundirse mientras me acercaba, pero no lo hizo. Estaba lo suficientemente cerca como para sentirlo, y me detuve en seco, mirándolo fijamente. Era una especie de campo de energía de “Estrella Trefe-ian”. Latía, casi como si estuviera viva, y extendí la mano para tocarlo… ―Aléjate de la pared, Allie ―dijo Sarah, con un tono de voz agudo, y di un salto atrás, asustada. ―¿Es eso lo que creo que es? ―dije falsamente. ¿Qué otra cosa podría ser? Pero por alguna razón no quería que Sarah supiera que estaba pensando en escaparme. ―Eso es lo que es ―dijo, con sus usualmente cálidos ojos azules―. ¿Qué estabas haciendo? Me encogí de hombros. ―Tenía curiosidad. Ella me examinó durante un momento largo. ―Estás mintiendo ―dijo eventualmente―. Y no sé por qué. Raziel nos dijo que se acostó contigo, que usó la Gracia del Saber e incluso probó tu sangre, y que no había oscuridad en tu interior, entonces debe ser verdad. ―¿Te lo dijo? ―dije con voz ahogada―. ¿A todos ustedes? ―A todos nosotros. De otra manera estarías de regreso a donde él estaba pidiendo dejarte. La mayoría del Consejo quería que te fueras de todos modos… sólo Raziel y yo luchamos por ti. ―¿Raziel luchó por mí? ¿Por qué? Una pequeña sonrisa se curvó en la boca de Sara. ―Tendrás que preguntarle a él. Sé que tienes una razón para estar aquí en Sheol, pero veo cosas que otros no. Tal vez Raziel simplemente está siendo testarudo. Tal vez sea algo más. Pero tú tienes que separarte de la pared. Los otros no serán de mente tan abierta. Ellos todavía piensan Raziel puede estar cegado por… ―Dejó que las palabras se apagaran lentamente, y su sonrisa se amplió. ―¿Por qué? Ella enroscó su brazo con el mío.
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―No importa. Salgamos de aquí. Oscurecerá pronto, y los Nefilims están cerca. Me estremecí, de repente con frío, recordando aquellos gritos durante la noche cuando había visto el cuerpo de Raziel. El tiempo parecía suspendido, moviéndose de manera extraña. Parecía que había pasado mucho tiempo desde que me había acurrucado junto a él, y sólo eran tres días. Ayer por la noche, había oído aquellos gritos sobrenaturales también. Antes de que Raziel me diera algo en qué pensar. En el momento en que alcanzamos la hierba, casi había logrado librarme de mis sentimientos de temor. Hasta que miré a los ojos de Sara. ―¿Qué pasa? ¿Dónde están todos? Ella me miró durante un momento largo, considerando. ―Ellos comenzarán a aparecer. Todos lo saben, sólo que no sabemos cuándo. Alguien los ha conducido a la puerta, y alguien los dejará entrar. ―¡Yo no! ―dije con horror. ―No, tú no. Aunque los otros sospechen de ti. Y lo seguirán haciendo, si te ven rezagarte allí. Pero alguien en el interior “abrirá” las puertas, y los Nefilims nos invadirán. ―¿Por qué? ¿Por qué ahora? Ella se encogió. ―¿Quién sabe cómo funciona la mente de Uriel? Él ha querido destruirnos desde hace milenios, y es muy paciente. Creemos que finalmente ha encontrado una manera de entrar. ―¿A través de los Nefilims? ―Y el traidor. Miré hacia el agitado océano, respirando el fresco rocío salino. ―Entonces todos vamos a morir ―dije, con una voz plana. ―No todos nosotros. Tienes algo… ―Raziel me está buscando ―interrumpí, asustada. Ella miró alrededor, igual de sorprendida. ―¿Dónde?
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Miré a mí alrededor. No había nadie a la vista. El césped y la playa frente de la casa estaban desiertos a la luz menguante. ―Lo siento. Debo haberlo imaginado. ¿Qué estabas diciendo? Sarah sacudió su cabeza. ―No importa. Te darás cuenta muy pronto. ―No hagas eso… ¡moriré de curiosidad! ―protesté. Y entonces lo oí. Su voz, llamándome―. Suena realmente molesto ―dije con pesar―. Será mejor que vaya con él. ―¿Cómo sabes eso? Ni siquiera lo había considerado. Me encogí de hombros. ―No tengo idea. Sólo lo sé. Una sonrisa lenta curvó la boca de Sara. ―Qué encantador ―dijo en voz baja―. Entonces es mejor que vuelvas. Ambos tienen mucho de qué hablar. ―Lo dudo. No creo que él vaya a querer hablar conmigo en absoluto. ¿No podrías acompañarme? Sarah negó con la cabeza. ―Hablaremos más tarde. Sólo no dejes que te intimide. Raziel puede ser muy resuelto. ―Realmente no quiero estar a solas con él ―dije, desesperada. ―¿Por qué? ―Él tampoco querrá hablar de ello, será insoportablemente incómodo, o pretenderá que nunca pasó, lo que será aún peor. Sí estás conmigo, entonces será un punto discutible. ―Sheol no es muy diferente del mundo ―dijo Sarah―. Los hombres nunca quieren hablar de las cosas. ―Eso es lo que me imaginé. Pero aun así… ―Estarás perfectamente segura ignorando toda la situación hasta que decidas no ignorarla por más tiempo ―dijo Sarah con suavidad―. Ve ahora. Había comenzado a subir la pendiente cuando su voz se arrastró después de mí: ―Por cierto, ese vestido se ve muy lindo en ti. Me giré, mortificada.
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―¡Y nunca dije gracias! Es una preciosidad, y también lo son todos los demás que encontré en el armario. ¡Muchas gracias, Sarah! Sus ojos brillaron. ―No he tenido tiempo de conseguirte ropa nueva, Allie. Raziel debe haberla puesto. Miré abajo hacia mi vestido. ―Imposible ―dije rotundamente. ―Sí tú lo dices. Será mejor que te apures. Probablemente no quieras hacerlo esperar. Me importaba una mierda si él estaba esperando, me dije a mí misma mientras subía rápidamente por las escaleras. No tenía idea de qué camino estaba tomando, sólo que él estaba cerca, y corrí hacia el apartamento. No me molesté en preguntarme cómo lo sabía. Probablemente sólo era parte de la magia negra de este lugar. Llegué al apartamento antes que él, respirando con dificultad mientras cerraba la puerta detrás de mí. Agarré un suéter sin atar y lo tiré en la parte superior menos que generosa. ¿Por qué los vestidos en el Sheol tenían escote? me pregunté. ¿No sería más apropiado un hábito de monja? Aparentemente no. Este lugar, a diferencia de la soltera y puritana vida después de la muerte que siempre me había imaginado, prácticamente bullía con sexo. Corrí al cuarto de baño, empujé agitadamente mis dedos por mi cabello, y me dirigí a la sala, dando un salto y aterrizando en sofá segundos antes de que la puerta principal se abriera. ―¿Dónde estabas? ―exigió. ―Fui a dar un paseo. Con Sarah ―añadí―. No me di cuenta que tenía que ser una prisionera aquí. ―No lo eres. Ya no más. Pero todavía sería mejor si salieras con alguien más. Alguien me dijo que estabas en las puertas, sola. ¿Por qué? No vi ninguna razón en mentir, particularmente desde que era capaz de leer mis pensamientos siempre que quisiera. ―Estaba pensando en irme. ―Eso habría sido un grave error. Los Nefilims están allí fuera. No habrías sobrevivido ni cinco segundos una vez que se fuera el sol. ―Tal vez podría haber pasado delante de ellos… ―¿No te das cuenta de que no hay vuelta atrás? ―exigió―. Esa vida se ha terminado. Se ha ido.
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Me llené de frustración. ―¿Y qué hago para reemplazarla? ―Si Uriel consigue lo que quiere, absolutamente nada. ―¿Crees que los Nefilims vengan también? ―Me estremecí, tirando del suéter más de cerca a mí alrededor. ―Sarah te dijo eso, ¿verdad? Todos lo sabemos. Simplemente no sabemos cuándo. Pero parece que tu llegada era una especie de señal. Una última pieza de desobediencia por parte de los Caídos. ―¿Quieres decir que es “mi” culpa? ―dije, horrorizada―. ¿Soy la razón por la que todos van a morir? ―Si de alguien es la culpa, es mía, por hacerte retroceder. Pero la verdad es de poca importancia. Uriel encontrará una manera tarde o temprano, y la presencia de los Nefilims en nuestras puertas significa que será muy pronto. Digerí eso. Había muerto una vez en los últimos tres días. Si eso ocurría de nuevo, al menos tendría algo de experiencia. Lo observé mientras se sentaba en el sofá frente a mí, cauteloso. ―¿Responderías una pregunta? ―Depende de la pregunta. ―¿Por qué tuvimos sexo la noche anterior? Dijiste que era necesario. Sarah dijo que tenía algo que ver con averiguar si yo era mala o no. Por qué no me dices la verdad. ―Sarah tiene razón ―dijo―. Pero no tienes que preocuparte. Eso no… ―Volverá a ocurrir ―dije de repente―. No tienes que molestarte en explicar... ya sabía lo que ibas a decir. Parecía preocupado por la idea. ―¿En serio? ―¿No es obvio? Necesitabas averiguar si yo era mala, y por alguna razón el tener sexo conmigo era la única manera de hacerlo. Eso parece poco probable, lo aceptaré. Pero lo hicimos, se acabó, pasé la inspección, así que no hay necesidad de repetirlo, ¿verdad? ―Correcto. ―¿Entonces por qué lo hicimos dos veces? ―dije para hacerle sentir incómodo, no porque esperara una respuesta real.
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No parecía nada incómodo. Se recostó en el sofá, mirándome, con sus párpados caídos perezosamente como si no estuviera prestando mucha atención. Pero lo estaba, lo sabía por instinto. Estaba empezando a entender muchas cosas de él en un nivel puramente instintivo. ―Sólo para disipar cualquier duda ―dijo deliberadamente―. Una follada rápida contra una pared no me habría dado suficiente información. Por lo que tuve que... probarte. La sangre nunca miente. La gente lo hace. Los cuerpos lo hacen. La sangre, nunca. Me retorcí. ―¿Qué clase de ángel usa palabras como “follada rápida”? Él arqueó una ceja. ―Los Caídos. ―Inclinó la cabeza, observándome como si fuera un espécimen científico en el cual estaba a punto de clavar alfileres, y me acordé de esa sensación de la noche anterior mientras buscaba dentro de mí―. En verdad, tal vez sería mejor si todos piensan que estamos en medio de una relación sexual tórrida. A los Caídos no nos gustan las anomalías, y si puedes actuar como si tu único interés es estar en la cama conmigo, los pondrías a todos menos nerviosos. No una sería muy difícil, pensé, luego traté de derrumbar con estrépito el pensamiento. Demasiado tarde. ―Eso es bueno ―dijo arrastrado las palabras―. Es lo que todos esperan… cualquier otra cosa sería una señal de alerta. ―¿Se supone que eres tan bueno? ―me burlé, tratando de distanciarme. ―Es la naturaleza de la bestia ―respondió―. Las uniones nunca son ocasionales. Intensas, absorbentes, de vez en cuando peligrosas, pero nunca ocasionales. Puedes pasar la mayor parte de tu tiempo aquí, si prefieres no tenerme tocándote. Probablemente sería más seguro. Él estaba esperando a que eligiera esa opción… no hacía falta ser un psíquico o alguien con súper-poderes angelicales para darse cuenta de eso. Quería “necesitaba” distanciarse de mí más de lo que había hecho antes. Sólo no podía entender por qué. ―No hay necesidad de pensar demasiado las cosas, Allie ―dijo―. Simplemente tenemos que mantener las cosas tranquilas hasta que Uriel se olvide de ti. ―¿El arcángel Uriel es descuidado? ―dije dudosamente. ―No. Pero podemos esperarlo. ―Y si no lo olvida, me llevaré a Allie lejos de este lugar, en algún lugar donde Uriel no pueda llegar a ella sin necesidad de enviar a sus ángeles vengadores,
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y una pequeña humana hembra no valdrá el esfuerzo. Él no lo olvidará, pero habrá otras cosas que exigirán su atención… como castigarme por desobediencia. Lo miré fijamente. ―No. ―¿No qué? ―dijo, levantándose y dirigiéndose a la cocina, seguro en la creencia que la conversación había terminado. ―No vas a sacrificarte por mí, no vas a esconderme donde Uriel no pueda encontrarme, y esta conversación no ha terminado. ―Y con una mezcla de horror naciente y deleite, supe que había leído su mente.
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Capítulo 18 Traducido por kuami Corregido por Niii
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l primer piso quedó abandonado cuando Sarah se dirigió a las cocinas. Todo el mundo estaba demasiado tenso para comer, el personal de la cocina estaba desorganizado, y dependía de ella mantener las cosas en funcionamiento sin problemas. La larga caminata le hizo perder un poco el aliento, y esperó un momento para recobrar la compostura. Si Azazel se diera cuenta que estaba teniendo problema para respirar, iba a reaccionar de forma exagerada, y los Caídos no podían permitirse el lujo de que eso sucediera en este momento. Con todo lo demás era tranquilo, comedido, impasible, capaz de tomar las decisiones difíciles sin pestañear. Habría condenado a Allie al infierno de Uriel, y él mismo le hubiera llevado, si hubiera sido necesario. No lo habría pensado dos veces. Pero si supiera que Sarah estaba cada vez más débil, le distraería, y ahora mismo, Sheol necesitaba su atención. Había Nefilims en sus puertas. Podía oír sus gritos y gemidos por la noche, sonidos horribles y escalofriantes, cuando atacaban la puerta infranqueable. Impenetrable, por ahora, pero tarde o temprano tendrían que pasar. Alguien era un traidor, mostraría a la horda de Nefilims alguna manera de romper las barreras, y habría un baño de sangre. Ella lo sabía. Azazel lo sabía. Se preguntaba cuántos de los Caídos eran conscientes de lo que les esperaba. Posiblemente la mayoría de ellos. Su respiración se había estabilizado ahora. Comprobó su pulso, era lento y uniforme. Las personas vivían más tiempo y, más saludables en Sheol. Pero no podían vivir para siempre, y su vida estaba llegando a su fin. Antes de lo que pensaba debería estar en ese lugar sagrado, pero lo aceptaba. Azazel, sin embargo, no lo haría. Se apartó del aparador en el vestíbulo y fue hacia su marido. Él fue abajo por agua, su conocimiento era instintivo y seguro. Lo conocía tan bien, sabía cómo iba a luchar para quedarse con ella. Pero al final no habría nada que pudiera hacer. Tendría que irse, y él seguiría adelante. No se volvió cuando ella se unió a él en la playa iluminada por la luna. Estaba sentado en la hierba, y se sentó, apoyándose en él, mientras le pasaba un brazo alrededor de su cintura. Ella apretó la cara contra su hombro, respirando el olor familiar de él. Su sangre le mantenía vivo, su unión era completa, así que raramente necesitaban palabras. 138
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Pero esta noche ella tenía ganas de hablar. ―He estado hablando con Allie. La acercó más cómodamente contra él. ―Realmente se acostó con ella, ¿no? ―Casi completamente. Aunque sólo había un ligero arañazo en su cuello, y no ha sanado. Sin embargo, él debería haber tomado lo suficiente como para tener la certeza de que… Allie no es el traidor. ―Lo sé ―dijo, no parecía contento sobre eso―. ¿Y cómo está ella? ―Esa pobre criatura ―dijo Sarah con una sonrisa. ―Ella lo manejará ―dijo Azazel con su habitual falta de sentimiento. ―Estoy hablando sobre Raziel. No se da cuenta dónde se ha metido. Ella sabía dónde estaba él. Eso fue suficiente para hacer a Azazel sentarse con la espalda recta y mirar hacia ella. ―¿Estás segura? Tal vez sólo se lo imaginó. Sarah negó con la cabeza. ―Lo sabía. No pasará mucho tiempo antes de que pueda leer sus pensamientos tal como él lee los suyos. Y no le va a gustar. Azazel dejó escapar una risa lacónica. ―Lo odiará. ¿Así que me estás diciendo que esta mujer es en realidad su Compañera Vinculada? ¿Y ya puede oírle? Eso es extraordinario. ―Eso es lo que parece. No es de extrañar que él la arrastrara de regreso de la fosa a la que Uriel la había consignado. Está claro que no fue un accidente. Lo que me molesta es la razón por la que Uriel lo preparó. No puede haber sido una coincidencia que Raziel debiera deshacerse de su Compañera Vinculada. ―¿Por qué te sorprendes? Si Uriel puede privarnos de nuestras almas gemelas, nos debilita. No puede matarnos, no puede enviar su legión de soldados contra nosotros sin una razón suficiente. Todo lo que puede hacer es torturarnos. Mientras que Raziel no tenga ninguna Compañera, permanecerá con menos fuerza. Esa es la manera en que Uriel nos quiere, si no puede tenernos muertos. Lo que es malo para él, resulta contraproducente. Sarah sonrió. ―Raziel sigue luchando contra ello.
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―Ese es su problema, no el nuestro. Él necesita reclamarla y alimentarse, pero es un bastardo testarudo. Va a tener que resolver esto por su cuenta. Sólo espero que no le lleve demasiado tiempo. Le necesitamos con toda su fuerza, cuanto antes mejor. ―Miró hacia el océano, con sus ojos azul claro―. ¿Y qué con la mujer? ―Oh, creo que ella lo sabe, en lo más profundo. Puede que siempre lo haya sabido. Ella, probablemente, va a luchar también. Azazel suspiró. ―Justo lo que necesitamos. Un culebrón, en Sheol. Un grito bestial rasgó el aire nocturno, y Sarah se estremeció. ―Los Nefilims están cada vez más cerca ―dijo en voz baja. ―Sí. ―Ellos van entrar, tarde o temprano. ―Probable más temprano ―dijo con su voz pragmática. Ella logró dar una risa insegura. ―¿No podrías por lo menos mentirme, y decir que todo va a estar bien? Él miró hacia a ella, mientras cepillaba su pelo plateado por la luz de la luna, retirándolo de su cara con una mano tierna. ―Ahora, ¿de qué serviría que lo hiciera? No escudo mis pensamientos. A diferencia de ti ―agregó. ―Realmente no quieres saber algunas de las cosas que suceden en mi mente torturada ―dijo con voz ligera. Si supiera lo que iba a pasar, trataría de hacer algo para detenerlo, y había cosas que no se podían cambiar. Su muerte era una de esas cosas, tanto si le gustaba como si no. Él se levantó, tirando de ella a sus brazos, contra su cuerpo duro, fuerte. Una vez su cuerpo fue casi igual que el suyo, elástico, joven y hermoso. Ahora ella era vieja, y él todavía la miraba, la tocaba, como si tuviera veinte años. ―Vamos a nadar ―dijo en el momento en que otro aullido se hizo eco a lo lejos. Él extendió la mano para empujar y sacar la túnica de su cuerpo. Ella lo dejó, y un momento después él estaba desnudo también, y se encontraron con las olas, de la mano, buceando bajo la fría agua salada mientras la luna brillaba baja. Ella nadó hacia fuera, con la certeza de que él podía llegar a ella en cualquier momento, y una vez pasada la ola se dio la vuelta para flotar sobre su espalda, dejando que su cabello flotara a su alrededor a la deriva. Ophelia, pensó ella. Él tenía que ser capaz para dejarla ir. 140
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Se acercó y ella lo besó en la boca, frío, mojado y salado, y envolvió su cuerpo alrededor suyo, flotando, tranquilo. No había muchos momentos que les quedaran como éste, y ella era codiciosa, quería todo lo que pudiera conseguir. Él sonrió contra su boca. ―¿Regresamos a nuestras habitaciones? ¿O el culebrón de Raziel va exigir de tus servicios de nuevo esta noche? ―Tú eres el único que vas a conseguir mis servicios esta noche ―murmuró ella, dejando que él la tirara hacia la distante orilla. Estaban de vuelta en su habitación, con las puertas abiertas al aire la noche, cuando oyó los gritos de los Nefilims, una vez más. ―Cierra las ventanas, amor ―dijo suavemente, deslizándose entre las sábanas frescas. Él hizo lo que le pidió, sin cuestionar, y luego fue hacia la cama.
***
―¿Qué dijiste? ―Miré a la mujer con horror. Había estado teniendo dificultades para no pensar en llevarla a la cama, pero su alegre comentario había impulsado eso directamente fuera de mi mente. ―Sabía lo que estabas pensando ―dijo con aire de suficiencia―. ¿Es porque hemos tenido relaciones sexuales? Anteriormente sabía que ibas a venir aquí mucho antes de que te presentaras. Me di cuenta que era extraño debido a la reacción de Sarah, y ahora puedo de alguna manera recoger tus pensamientos. ―¿Puedes realmente? ―dije con calma, preguntándome si podía agarrarla, tirarla por el balcón y decirles a todos que se había resbalado. No, no podía, pero era un pensamiento agradable. Uno que ella no leyó, afortunadamente. Así que su habilidad para leerme no estaba bien desarrollada. Todavía. Mierda. En circunstancias normales, sólo había una razón para que una mujer pudiera leerme… que fuera mi Compañera Vinculada. Pero para mí jamás volvería a haber un alma gemela. Esto era simplemente una anomalía. ―No ahora, claro ―dijo ella, frunciendo el entrecejo―. Sólo el tipo de pensamiento ocasional que flota a través de mi cerebro. ¿Estás haciendo tú eso? ―¿Permitirte leer mis pensamientos? No ―le dije, mientras controlaba mi estremecimiento instintivo. No podía hacerle saber cómo me había afectado―. Esto es una casualidad, para mañana, ya se habrá pasado. No te preocupes por eso. ―No estoy angustiada por eso. Me gusta. Me da algo con lo qué defenderme ―dijo ella. Interesante.
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―¿Por qué necesitas luchar contra mí? ―le pregunté. Eso la desconcertó durante un momento, y yo intenté tocar a su mente. Un error. Ella me quería, podía sentirlo muy claramente. Era casi un toque físico, aunque estaba intentando suprimirlo con dificultad. Era eso con lo que necesitaba luchar. ―Me siento impotente aquí ―dijo finalmente. ―Eres impotente aquí. ―Me acerqué a la orilla de las ventanas que daban al mar. Estaban abiertas, las cortinas blancas se agitaban en el interior con el fuerte viento. Podía escuchar el relajante sonido del mar, que azotaba contra la arena de la costa. Casi… casi… ahogando los gritos el resto del mundo. Miré a la mujer sentada acurrucada, una mancha de color contra el blanco inmaculado del sofá. Se me hacía más fácil resistirme a ella cuando estaba vestida de blanco. ¿Por qué había ordenado esa ropa para ella? Los colores asaltaban mis ojos, asaltaban mis sentidos. Me atraía―. ¿Qué más quería Sarah? ―Darme la bienvenida en el redil de esclavas sexuales de Sheol. Estaba intentando incomodarme, como de costumbre, y teniendo éxito, como de costumbre. ―Nadie es un esclavo sexual por aquí. ―Las mujeres no parecen tener mucho más que hacer. Follar y permitir que beban su sangre. Estoy asumiendo que sólo funciona en un sentido. Intenté mantener mi expresión en blanco. ―Claro. ―Entonces, ¿por qué tú no tomas mi sangre? Me aparté de ella. Tendría más dificultad para leerme esta vez si no podía ver mi cara. ―Tomé lo suficiente como para asegurarme que eras inocente. Eso era todo lo que necesitaba o quería. Los Caídos sólo se pueden alimentar de un Compañero Vinculado o de la Fuente, y tú no eres es ninguno de ellos. ―¿Entonces qué soy? Además de una molestia ―agregó mientras leía inmediatamente mi mente. Me enervó, pero estaba determinado no mostrar ninguna reacción. ―No lo sé. Se levantó, sin decir nada, y el vestido se arremolinó alrededor de sus tobillos desnudos mientras se movía delante de mí hacia la cocina. Su falda rozó mis piernas como la caricia de una brisa tibia, y sin pensar traté de alcanzarla.
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Pero ya había pasado de largo, y ni siquiera lo notó, gracias a Dios. Se volvió, como si fuera consciente de que se había perdido algo, pero para entonces yo estaba apoyándome desgarbadamente contra el mostrador, concentrándome en el modelo casi imperceptible del mármol blanco de Carrara. Ella había sacado una botella de leche de cristal cuando un fuerte grito rasgó la noche, y la dejó caer. Si no hubiera estado tan en sintonía con ella, no habría sido capaz atraparla a tiempo y ponerla sobre el mostrador. ―¿Qué demonios fue eso? ―preguntó con voz áspera. ―Los Nefilims. Están cada vez más cerca. Se puso pálida. ―Ellos no pueden entrar, ¿o pueden? ―Probablemente no. Hay todo tipo de protecciones y guardas colocadas en las fronteras. La única manera de que ellos entren es que puedan conseguir que alguien los dejara entrar, y quienquiera que haga eso también moriría. ―¿Y si alguien prefiere morir antes que pasar la eternidad atrapado aquí? ―exigió, desconcertada. ―No estarás aquí una eternidad. Encontraré alguna manera de sacarte. ―Dios, espero que sí. No quiero vivir hasta los ciento veinte, sin enamorarme ―dijo ella, y di un respingo―. Pero no estaba hablando sobre mí. ¿Qué pasa si alguien más tiene deseos de morir? ―Se estremeció, y quise calentarla, calmarla. Y me quedé allí dónde estaba. ―No hay nadie más. Los Caídos escogieron esta vida. Sus Compañeras han escogido a los Caídos. Nadie va salir a hurtadillas fuera de los muros y dejar entrar a los monstruos. ― Podía mentir sobre mi reacción ante ella. Mentir sobre el peligro en el que estábamos me era imposible―. La verdad es que no sé ―le dije―. Están golpeando contra las paredes, frustrados porque no pueden forzar la entrada. No hay manera de que puedan romper las paredes que custodian este lugar, no hay manera de que cualquiera pueda hacerlo. Es inviolable. No me creyó. No necesitaba recoger las palabras en si para saber que estaba llena de desconfianza. Sí supiera cómo tranquilizarla, lo haría. Ni siquiera sabía cómo tranquilizarme a mí mismo. ―No creo que la leche vaya a lograrlo ―dijo. ―¿Cómo dices?
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―Creí que un poco de leche tibia me iba a calmar los nervios, pero no creo que funcione mientras los aullidos estén sonando. ¿No creo que este lugar esté provisto con whisky? No, lo olvidé… el whisky no es blanco. ―Hay vodka ―dije. ―Por supuesto que hay. ―Abrió el refrigerador para volver a poner la leche, luego sacó una botella fría de Stoli―. Realmente necesitas permitir un poco de color en tu vida, Raziel. La miré con el vestido de colores brillantes que le había regalado. Todo en ella era vibrante, colorido, lo que alteraba el vacío tranquilo de mi mundo. Ella sirvió dos vasos, hábilmente, y empujó uno hacia mí a través del mostrador de mármol. No era una buena idea. Mantener las manos alejadas de ella estaba requiriendo cada onza que tenía de concentración. Incluso media onza de alcohol podría ser suficiente para debilitar mi resolución. Por otra parte, emborracharla sería una excelente idea. Encontraba a las mujeres borrachas completamente desagradables. Y si ella se desmayara, no me vería tentado a poner las manos a ambos lados de la cabeza y acariciar su rostro con el mío, besarla… Ella ya había recogido su copa y la vació, dando un pequeño estremecimiento. ―No me gusta mucho el vodka ―dijo en voz baja. Miró fijamente a mi vaso intacto―. Está claro que a ti tampoco. No le dije nada. Ella quería que pusiera mis brazos a su alrededor. Lo sabía, y ojalá que no lo supiera. El ruido de los Nefilims era cada vez más fuerte, los alaridos, los gritos, los rugidos y gruñidos muy preocupantes. Sabía el horror que había debajo de ese sonido. Pensé que podía oler en el aire de la noche, el hedor de la sangre vieja y la carne podrida, pero que tenía que ser mi imaginación. Traté de concentrarme en ellos, pero sus pensamientos no me lo permitieron. Ella quería que pusiera mis brazos a su alrededor, quería presionar su cabeza contra mi pecho. Quería mi boca, quería mi cuerpo, y no me iba a decir nada. No necesitaba decírmelo. Se produjo un choque en el exterior, seguido de un rugido más fuerte, y saltó nerviosamente. ―Si no te gusta el vodka, ¿por qué lo tienes? ―dijo, claramente tratando de distraerse. ―Me gusta el vodka. Creo que sería mejor que no deje que el alcohol perjudique mi juicio, en caso de que algo pasara. En seguida su cara se puso blanca. ―¿Crees que ellos van a entrar?
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Tuve que reírme. ―No. Peor que eso. ―¿Qué hay peor que los caníbales devoradores de carne? ―Hay otros tipos de caníbales ―señalé. ―¿Que hay peor que los Nefilims? ―dijo, irritada, con algo de su pánico desvaneciéndose. ―Dormir contigo. Mierda. Y ni siquiera había querido mencionarlo. Me miró fijamente durante un largo rato, y luego trató de empujar pasando más allá de mí. ―Ya es suficiente ―chasqueó―. Si prefieres a los Nefilims que a mí, maldita sea puedes saltar por encima de la valla y que te jodan ellos. La atrapé, por supuesto. Mi brazo se deslizó alrededor de su cintura y le di la vuelta, empujándola contra la pared, atrapándola con mi cuerpo presionado contra el suyo. ―Yo no he dicho que los prefiera ―le susurré al oído, cerrando los ojos para inhalar su aroma adictivo―. En lo que a mí respecta, sin embargo, tú eres mi peor problema. ―Besé el lateral de su cuello, saboreando su piel, respirando el olor de la sangre, que corría por sus venas. Sería tan fácil simplemente hacer unos agujeros pequeños, sólo para tomar una muestra. Moví la boca detrás de su oreja, luchando contra ello. Se mantuvo muy quieta. ―P-p… ¿por qué? ―balbuceó. ―Puedo matar a los Nefilims ―le susurré―. Puedo luchar contra ellos. Pero se me hace demasiado difícil luchar contra ti. Ella volvió su la cara hacia la mía, y estiró sus manos hasta tocarme. ―Entonces, no pelees ―dijo en un tono tan práctico que me entraron ganas de reír―. Al menos yo no voy a arrancar tu corazón. ―Yo no estaría tan seguro ―dije. Y como un necio, la besé.
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Capítulo 19 Traducido por KaThErIn Corregido por kuami
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abía perfectamente que era una idiota por hacer esto, pero en ese momento nada podría detenerme. Su cuerpo se presionó fuertemente contra mí, y el calor y la fuerza de esto calmaron mi pánico, pero hizo estallar una nueva ráfaga de miedo. Su boca era caliente, húmeda, carnal, mientras él me besaba, su lentitud deliberada contradecía la fiebre enloquecida de lujuria que nos había abrumado la noche anterior. Inclinó su boca a través de la mía, saboreando, mordiendo, dándome la oportunidad para besarlo de nuevo, su lengua era como un intruso impactante que de algún modo se sentía bien. Con mi experiencia algo limitada, a los hombres en realidad no les gustaba besar; simplemente lo hacían para llegar a la parte que les gustaba. Raziel claramente disfrutaba besándome, era demasiado bueno para no disfrutar de ello. Él no tenía ninguna prisa para empujarme a la cama, no tenía prisa para nada más que besarme. Levantó su cabeza, y sus exóticos, hermosos ojos con sus iris estriados me miraron durante un largo rato, sin aliento. ―¿Qué estás haciendo? ―susurré. ―Besándote. Si no te has dado cuenta todavía, no debo estar haciendo muy buen trabajo con eso. Debo necesitar práctica. ―Y me besó de nuevo, un beso profundo, hambriento que me robó el aliento y me robó el corazón. ―Quiero decir, ¿por qué estas besándome? ―dije cuando trasladó su boca a lo largo de la línea de mi mandíbula y sentí un hormigueo todo el camino hasta... no estaba segura dónde―. Acabas de decir qué prefieres afrontar a los Nefilims… ―Cállate, Allie ―dijo amablemente―, estoy tratando de distraernos. ―Deslizó las tiras de mi vestido bajo mis hombros, bajo mis brazos, exponiendo mis pechos al frio aire de la noche, y escuché su murmullo de aprobación―. Sin sostén ―dijo él―. Tal vez me va a gustar tu nueva ropa. Movió su boca a un lado de mi cuello, deteniéndose por un momento en la base de la garganta, al lugar donde había dejado su marca, y reflexivamente me levanté hacia él, deseando su boca allí, queriendo... Pero el siguió adelante, y sofoqué una exclamación de desesperación. Y luego olvidé todo eso mientras él se inclinaba y ponía sus labios sobre mi pecho desnudo, succionando el pezón con su boca. Atrapé sus hombros, clavando mis dedos en ellos mientras me arqueaba, ofreciéndome a él. Podía sentir el filo de sus dientes contra mí, y reconocí el 146
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miedo de un momento en que el extraería sangre de mi pecho, pero su mano cubrió mi otro pecho, calmándolo, estimulándolo, entonces mi pezón se volvió un botón endurecido para emparejar al que estaba en su boca, y supe que él no me lastimaría, no ahí, ni en ninguna parte, y sentí que su conciencia entraba en mi mente, una invasión deliberada tan íntima y excitante como su lengua y su polla. Sus ojos estaban negros de deseo ahora, y él hizo caer el tejido del vestido hacia mis caderas, desnudando mi torso, acariciando con la nariz el abultamiento de mi pecho; y entonces sus manos fueron a mis muslos, sacando el vestido lentamente hacia arriba, y yo estaba tensa, tensa, codiciosa, desesperada por él, queriéndole dentro de mí, ahora, y levanté mis caderas, sin pensar le busqué. Él quiere esto, pensé aturdida, deleitándome con la certeza de su necesidad. Él me quería. No quería nada más que encerrarse en mi cuerpo, para sumergirse en el olvido de la lujuria y el deseo y culminación, perderse a sí mismo, y llevarme con él en un viaje que trascendía más allá del deseo físico, la sola idea me asustaba y traté de apartarla. No había tenido tiempo para pensar en nuestros frenéticos acoplamientos. Ahora podía estar tranquila, indiferente, despectiva, como tenía que ser, salvo que yo le necesitaba más de lo que necesitaba tranquilizarme, y sus manos ahora estaban recorriendo hacia arriba mis piernas desnudas, sus dedos dentro del borde de encaje de mis bragas, tocándome, y solté un grito ahogado de reacción, seguido por un gemido de puro placer cuando él comenzó tirando hacia abajo la ropa interior de mis piernas. Y entonces se alejó, tan rápidamente que casi caigo. La oscuridad se había desaparecido de sus ojos y en ese momento eran como granito, y me pregunté qué demonios había pasado. Y luego escuché los gritos. A diferencia de los alaridos y los gritos lejanos de los Nefilims, con seguridad más allá de las fronteras del Sheol. Estos estaban más cerca, los aullidos guturales hacían eco a través de los cinco pisos del edificio. Éstos estaban aquí. ―Quédate aquí ―me ordenó el secamente―. Busca algún lugar para esconderte. En el peor de los casos sal al balcón, debes estar preparada para saltar. Miré con asombro al ángel que había acabado de decirme que cometiera suicidio ―¿Qué...? ―Ellos están aquí. ―Su voz era plana, sombrío―. Los muros han caído. Me quedé inmóvil, insensible al horror, sintiendo el horror inundándome. ―¿Los Nefilims? Él casi estaba en la puerta, pero se detuvo, dio media vuelta y volvió hacia mí, tomando mis brazos en un agarre doloroso. ―No puedes permitirles acercarse a ti, Allie. No importa qué. Ocúltate si crees que tienes la oportunidad. Este es un largo camino para subir, y su sed de sangre les enviará detrás del
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próximo objetivo. Pero si ellos alcanzan este piso... ―Tomó una profunda respiración―. Salta. No quieres ver o escuchar de qué son capaces, no debes arriesgarte a ser atrapada por ellos. Prométemelo, Allie. ―Sus dedos apretaban―. Prométeme que saltarás. Nunca me había retirado de un desafío, ni tomado el camino más fácil en toda mi vida demasiado corta. Levanté la vista al rostro de Raziel y pude sentir el horror que él estaba viendo, el horror en el que me estaba dejando atrapada en un solo vistazo. Un vistazo fue suficiente. Asentí con la cabeza. ―Sí tengo que hacerlo ―le dije. Para mi asombro, me besó de nuevo, un breve y rápido beso, casi un beso de despedida. Y se fue. No había lugar para esconderse. La cama era demasiado baja en el suelo, y cuando me escondí en el armario, los gritos desde abajo todavía hacían eco, incluso cuando cubrí mi cabeza con mis brazos y traté de ahogarlos. Luché de nuevo en la habitación. No sabía si los gritos se estaban volviendo más altos o los Nefilims estaban más cerca. Se lo había prometido, y podría tener mil y un defectos personales, pero nunca rompía una promesa. Abrí la ventana y se subí al balcón. Y luego me paralicé. La arena era negra con la luz de la luna, y me tomó un momento darme cuenta que era sangre. Había cuerpos por todas partes, o lo que quedaba de ellos. Torsos sin cabeza, brazos y piernas libres que habían sido arrancadas, roídos, y luego descartados. Y el hedor que era llevado hacia arriba con la briza de la noche nauseabundo. Sangre, vieja sangre, y la carne en descomposición. El hedor de los monstruos que se arrastraban por debajo, en busca de carne fresca. Subí a la cornisa, mirando por encima, y tuve mi primera visión sombría de uno de ellos. Era anormalmente alto, cubierto con alguna clase de enmarañada suciedad, aunque si se trataba de pelo o ropas o de algún tipo piel no podía estar segura. Su boca estaba abierta con un rugido, y pensé que podía ver dos juegos de dientes, rotos y sangrientos. Tenía alguien en sus manos, una mujer de cabello largo, rubio y ropa negra con rayas. Todavía estaba viva. La criatura estaba desgarrándola, rasgándola hasta que sus entrañas se derramaron sobre la arena, pero sus brazos todavía se estaban moviendo, sus pies estaban retorciéndose, y le grité a eso para que se detuviera, pero mi voz fue arrebatada por el choque de las olas, perdiéndose en medio de los gritos y aullidos. Por un momento me quede paralizada. La mujer finalmente estaba muerta, aún con los ojos abiertos, y la criatura se dio la vuelta, moviéndose con un extraño y desarticulado andar arrastrando los pies, dirigiéndose adentro. Ni siquiera podía contar el número de cuerpos en la playa, estaban arrancados en demasiadas piezas. Y entonces supe que no podía unirme a ellos en la playa, haciendo un elegante salto del ángel hacia mi muerte ¿Y si no moría de inmediato? ¿Y si estaba tendida ahí mientras los Nefilims me encontraban, desgarrándome mientras aún vivía?
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¿Y cómo podía ocultarme en la habitación cuando podía hacer algo? Esa pobre mujer ahí abajo, si alguien hubiera sido capaz de distraer a la criatura, ella podría haber sido capaz de arrastrarse a un sitio seguro. Pero no había nadie con vida en la playa. No dudé, no me permití a mí misma tener miedo. En el momento que alcancé el rellano del tercer piso había decidido que era una locura, pero no permití que eso me retrasara. Suerte era una palabra estúpida, una palabra para heroínas, y yo no era una heroína. Todo lo que sabía era que podía hacer algo para ayudar, y tenía que intentarlo. Los cuerpos empezaban en el segundo piso, las mujeres de los Caídos que habían tratado de escapar, pero fueron arrastradas y cortadas y roídas por los monstruos que de alguna manera habían invadido el Valle de Sheol. El hedor era insoportable. Volviendo al pasado cuando había empezado a escribir, había acabado investigando sobre escenas de crimen, había escuchado sobre el olor de los cuerpos de una semana que se aferraban a la piel y al cabello de la policía y nunca podía erradicarlo de sus ropas. Era una clase de olor que se cernía sobre mí ahora, uno de carne podrida y gusanos y huesos podridos. De carne vieja y sangre antigua y mierda y muerte. El primer piso era un campo de batalla. Pude ver cinco de los Nefilims, altos y desgarbados, fácilmente reconocibles. Abarqué la escena rápidamente: Azazel estaba peleando ferozmente, la sangre derramándose de una herida de su cabeza y mezclándose con su largo cabello negro. Tamlel estaba boca abajo, probablemente muerto, como estaba Sammael, y me di cuenta con horror tardío que había sido Carrie la que estaba fuera en la arena, peleando hasta el fin con el monstruo que estaba devorándola. El ruido, el humo, la sangre, eran demasiado. No podía ver a las otras mujeres, no podía encontrar a Raziel en el cuerpo a cuerpo. El Nefilim con el que peleaba Azazel cayó, y un instante después su cabeza salió volando, el resto se derrumbó como un saco de hueso cuando Azazel se dio la vuelta para encarar al próximo agresor. Y entonces vi a Sarah detrás de él. Sostenía una espada en su mano, y su rostro estaba en calma, endurecido, mientras Azazel la defendía. Había otros protegiéndola también, Caídos cuyos nombres no conocía. Vi a Raziel por la puerta, reduciendo la horda mientras la avalancha de ellos entraba en el edificio, blandiendo una espada de proporciones bíblicas. El ruido era ensordecedor: los gritos de los moribundos, el choque del metal, los aullidos sobrenaturales de los Nefilims mientras atacaban a sus presas. Una cuchilla atacó, y sentí la sangre y bilis rociándome, caliente y oliendo a muerte. Los Nefilims estaban en todas partes, y vi con horror mientras la locura me rodeaba. Algo agarró mi tobillo y grité, bajando la mirada para ver una de las mujeres tumbadas en la escalera, agarrándome en busca de ayuda. ¡Pobrecita! Ya no podía recibir más ayuda de cualquier tipo, pero me dejé caer, tirando de su cuerpo destrozado en mis brazos, tratando de contener el flujo interminable de sangre. ―Estarás bien ―murmuré, meciéndola, tratando de mantener su cuerpo roto junto. Ella iba a morir, pero por lo menos podía confortarla.
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―Ellos van a detenerlos. Sólo aguanta. Para mi asombro, la mujer se acercó y me tocó la cara con una mano ensangrentada, y me sonrió, reflejando la paz en sus desvanecidos ojos. Un momento después, ella estaba muerta. ¡Gracias a Dios! Teniendo en cuenta el horror de sus heridas. Dejé ir a la mujer, dejándola suavemente sobre las escaleras, y levanté la vista. Podía tratar de correr. Regresar arriba, hasta el final de los tramos de escaleras, empapados de sangre, a través de los pedazos de lo que había sido una vez carne viva. O podía encarar a los bastardos. Uno de los Caídos estaba en la parte inferior de las escaleras, con el torso rasgado casi a la mitad. Un brazo había desaparecido, pero el otro todavía mantenía una espada, peleando hasta el fin. Bajé y tomé la espada en mi temblorosa mano, entonces giré para buscar a Raziel. Uno de los Nefilims me había espiado en las escaleras. Se apartó de los hombres defendiendo a Sarah, avanzando hacia mí con su horrible desarticulado arrastrar de pies. Era muy tarde para correr, incluso si quisiera hacerlo. La cosa me había visto, atrapando mi olor; y cuando uno de los Caídos lo atacó, la criatura simplemente lo tiró, y el cuerpo voló a través de la habitación, aterrizando sobre una mesa que se derrumbó por debajo de él. Quise gritar por Raziel, pero mantuve mi boca cerrada, agarrando con fuerza la espada en mi mano. Sí iba a morir, entonces iba a morir peleando, y no distraería a Raziel de su defensa del portal. Tal vez la muerte no dolería, pensé, todavía, respaldándome, los gritos de los moribundos desmintiendo mi inútil esperanza. No había hecho daño en la primera vez. No importaba. Se suponía que debía estar aquí, había sido arrastrada aquí abajo, y si iba a ser destrozada, pues que así fuera. El Nefilim se levantó sobre mí, tan cerca que pude ver los gusanos incrustados en su piel, y el olor de sangre y muerte era suficiente para hacerme vomitar. Si era afortunada, me arrancaría la cabeza de un tirón, que sería rápido, en lugar de tener el estómago y los intestinos rasgados hacia afuera y me pregunté si podía alejarme, correr lo suficiente por las escaleras para saltar, como le había prometido a Raziel. Tal vez eso era lo que se suponía que tenía que hacer, aterrizar sobre un Nefilim o dos y aplastarlos. La criatura tenía un repulsivo agujero abierto en la boca, y un juego de dobles dientes irregulares, como los tiburones, hecho para desgarrar la carne, y yo no iba a gritar, no lo hice, incluso cuando me alcanzó. Sus manos eran deformes, más como pinzas, rasuradas y sangrientas, y la acuchillé, a ciegas, gravemente a una de ellas. No reaccionó, acercándose más, el resto hizo el sonido de chasquido horrible. Agarré la espada, preparada para pelear hasta la muerte.
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Y entonces la repulsiva cabeza desapareció, simplemente se desvaneció, y me quedé en estado de shock. El monstruo se derrumbó como un saco de huesos frente a mí, y Raziel estaba detrás de él, con una espada ensangrentada en su mano, la espada que había usado para decapitar a la criatura. Casi no le reconocí. Estaba cubierto con sangre, sus ojos oscuros y vidriosos, casi esperaba que me gritara. Pero él simplemente se dio la vuelta, manteniendo su puesto al pie de las escaleras, protegiéndome como Azazel protegía a Sarah. Algunos de los Nefilims llevaban espadas, cuchillos, lanzas primitivas como armas. Otros simplemente confiaban en sus garras y dientes y la fuerza sobrehumana. Cayeron bajo el feroz ataque de los Caídos, sin hacer ningún sonido mientras se iban. Sus aullidos habían sido gritos de hambre, y había sido saciada por los cuerpos destrozados que cubrían el pasillo. Murieron en silencio. Nosotros íbamos a sobrevivir, me di cuenta con repentino sobresalto. Había venido abajo preparada para morir, segura de que iba a hacerlo, y ahora todo había cambiado. Solo un Nefilim quedaba de pie, con un grueso palo entre sus garras, fuera del alcance de la espada llameante de Azazel, y sentí la fuerza de atracción de la mirada de Sarah desde el otro lado de la carnicería. Me di la vuelta para mirar, y Sarah me dio una dulce, una cariñosa sonrisa, casi una bendición, un segundo antes que el pesado palo penetrara en su pecho, golpeándola contra la puerta de madera detrás de ella y empalándola allí. Escuché el grito de Azazel a lo lejos. Trepé pasando a Raziel como si él no existiera, pasando por encima de los cadáveres y víctimas retorciéndose, empujando al mismo Azazel al pasar para llegar el lado de Sarah. Alguien había arrancado el palo liberándola, y Sarah se deslizó hacia el suelo, con los ojos vidriosos mientras la recogía, bajándola cuidadosamente. Su dulce sonrisa todavía se aferraba a su boca, a pesar de que sus ojos azules estaban llenos de lágrimas. ―Estoy... tan feliz... de que estés aquí ―se las arregló para jadear―. Ayuda a... Raziel. No había nada alrededor para usarlo como vendaje, así que simplemente mezclé junto a una brazada de mis faldas y lo mantuve contra el pecho destrozado de Sarah. ―Todo va a estar bien ―dije con desesperación, negándome a admitir que no lo era―. Aguanta. Le había dicho la misma cosa a la chica de las escaleras, la chica que había muerto en mis brazos. Exactamente como Sarah iba a hacerlo. ―Trata de ayudar a Azazel ―susurró Sarah, tratando de reunir su menguante fuerza―. Él va a estar en problemas. Raziel puede ayudarle. Tú puedes ayudar a Raziel. Promételo
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―Lo haré ―dije sin poder hacer nada―. Pero no vas a morir. ―Sí, lo haré ―susurró ella―. Lo sé desde hace tiempo. Debes... detener al que nos traicionó. Debes... ―Su voz se apagó, pero agudizado los ojos, entró en calor con amor. Alguien me recogió y por la fuerza me arrastró lejos de Sarah, Azazel, que me entregó a Raziel y se sentó junto a su esposa. Cuando me resistí, sólo durante un momento, Raziel simplemente usó la fuerza, poniendo un brazo alrededor de mi cintura y llevándome fuera del edificio, el cual estaba hasta las rodillas con cuerpos y sangre. Me dejó en la playa, sin siquiera molestarse en decirme que me quedara. ―Voy a sellar el muro ―dijo―. Azazel y Sarah necesitan estar solos para despedirse. Me senté en la hierba justo por encima de la arena y puse mi rostro entre mis brazos. Las figuras, extrañamente altas de los cuerpos de los Nefilims ensuciaban la playa, y el olor en el aire de la noche era espeso y venenoso. Traté de ahogar el hedor, pero todo lo que podía oler era la sangre de Sarah que me había empapado el vestido. Su sangre de vida, drenándose. Mi propia sangre también. Ni siquiera me había dado cuenta de que había sido herida. Había una rasgadura bajo mi brazo, un corte poco profundo desde mi hombro hacia mi muñeca, hecho por una garra de esa criatura espantosa. Había empezado a palpitar, y debía encontrar algo para contener el flujo. Podía usar mi falda, ya empapada de la sangre de Sarah, pero no la toqué. Había demasiada sangre por todas partes. Miré a mi alrededor, aturdida, cuando vi a Tamlel yacer en el borde del agua. Él debía haber ido tambaleando hacia allí abajo y después derrumbarse. Me las ingenié para ponerme en pies, y abrirme paso cuidadosamente a través de la matanza hacia él. Estaba tendido cara abajo en el oleaje, y su cuerpo había sido marcado por las garras de los Nefilims. Recordé como ellos habían tomado a Raziel en el océano para sanarlo. Quizás Tamlel había buscado el mismo poder curativo. ―Ayuda... me ―jadeó él. Me arrodillé junto a él. ―¿Necesitas entrar al agua? ―Él ya estaba empapado, y aun así se estaba muriendo. Se las arregló para mover su cabeza. ―Necesito... mi esposa está muerta. Era una naciente. Necesito a Sarah. Me congelé. ―Déjame conseguir algunos vendajes. ¿Hay un doctor aquí? Tus heridas sanaran. Él movió otra vez su cabeza.
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―Perdí demasiada sangre. Necesito a la Fuente. Encuentra... ―No podía decírselo. Debía haber alguna otra respuesta, alguna otra manera de ayudarle, pero él no estaba escuchando ―Iré a buscarla ―dije simplemente, levantándome. El agua no puede herir, y debía haber alguien atrás en el campo de batalla plagado que haya estado en el gran pasillo, alguien que pudiera ayudar. Para entonces los quejidos de los moribundos habían desaparecido en el ruido del fondo. Me moví como una autómata, pasaron las lágrimas, pasó el dolor, pasó el horror. Había llegado a la puerta cuando alguien me agarró la falda, tirando de mí, y bajé la mirada hacia otro de los Caídos, uno cuyo nombre ni siquiera conocía. ―Ayúdame ―dijo entrecortado. ―Trataré de encontrar a alguien ―dije con paciencia, mirando hacia Tamlel que yacía sobre el oleaje. ―No ―su apretón era fuerte en mi vestido―. Sálvame. Mi corazón se estaba rompiendo por él, por todos ellos. ―No hay nada que pueda hacer ―lloré―. No puedo ayudarte. Sin embargo, se aferraba a mí, sin pensarlo, caí de rodillas junto a él, sintiendo las lágrimas salir de mis ojos, y las eché a un lado furiosamente. Las lágrimas no ayudarían. Tamlel estaba tan cerca de la muerte que nada le ayudaría. Esto era tan malo, y todo lo que podía hacer era sostenerle, como había sujetado a la mujer en las escaleras, hasta que se había ido. Cerró sus ojos, todo el color palideciendo de sus rostro cuando empezó a temblar, cepillé su cabello lejos de su magullado, sangriento rostro. La sangre de mi brazo, mi propia sangre, manchó sus labios, y traté rápidamente de quitarla; sus ojos se abrieron, y de alguna manera se arregló para atrapar mi muñeca con una repentina, inesperada fuerza, girándola terriblemente mientras trataba de llevarla a su boca. ―No ayudará ―empecé a decir. Tenía que ser la sangre de su compañera enlazada o de la Fuente, y Sarah estaba muerta o muriendo. Y entonces dejé de pelear. Si él pensaba que eso ayudaría, si eso aliviaba su muerte, entonces no se lo negaría. Le permití llevar mí desgarrada carne a su boca, sentí su boca mientras él bebía de mí. Poco a poco el estremecimiento se detuvo y se quedó muy quieto. La succión fuerte en mi carne, se detuvo, soltando su presa, y mi brazo cayó, libre. Él estaba muerto, pensé, apartando el cabello de su rostro otra vez. Se veía tan joven, tan inocente, a pesar de que debía tener miles de años, y yo quería inclinarme y besar su frente como una última bendición.
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Demasiado para hacer contacto. Sus ojos se abrieron de golpe, y ya no estaban embotados y apáticos. Su respiración había llegado a ser regular, y su color había vuelto. Tanto si se suponía que funcionaba o no, mi sangre le había dado la fuerza suficiente para resistir. Lo deposité cuidadosamente sobre la hierba. ― Ya vuelvo. Tengo que ver a alguien. ― Tamlel ya no se movía. La marea estaba retrocediendo, dejándolo varado en la arena mojada, y me di cuenta ya era demasiado tarde. Y sabía que tenía que intentarlo. Volví corriendo a la orilla, tropezando con la carnicería, cayendo en la arena junto a él. Todavía respiraba, pero sus ojos estaban cerrados, y supe que estaba muy cerca de la muerte. Puse mi ensangrentado brazo contra sus labios, pero él no reaccionó, y maldije mi estupidez. Había sido un golpe de suerte, no había forma de que mi sangre pudiera salvar a nadie. Yo no pertenecía aquí, la pobre criatura en la entrada principal estaba simplemente en mejor forma de lo que yo había pensado, y mi débil, mala sangre había sido suficiente para estabilizarlo. La piel de Tamlel estaba fría como el hielo ahora mientras la muerte empezaba a moverse sobre él, y me arrodillé junto a él, sin esperanza, llorando, con la inútil sangre escurriéndose del brazo. Y entonces, en el último minuto, rogué para que su boca se abriera y sostuviera mi brazo sobre ella, dejando que la sangre cayera sobre su lengua, enroscándose en el corte para hacerlo sangrar más, ajena al dolor. Su boca se fijó en mi muñeca, y sentí la aguda herida de sus dientes sobre mi piel, abriendo mi vena para que sangrara más libremente. El otro hombre no me había mordido, pero Tamlel me sostenía, succionándome, sus manos agarraron mi brazo con tanta fuerza que estaba entumecido. Estaba cada vez más mareada, y me pregunté si era por la sangre perdida o por el horror de la noche. No importaba, el mareo era preferible a la realidad que me rodeaba, a la muerte y horror que se había vuelto un escape idílico en un osario. Cerré mis ojos, cada vez más débil, cuando escuché un rugido de una furia ciega que supe que no todos los Nefilims habían sido derrotados, que yo sería desgarrada miembro por miembro. Algo me agarró, tirando de mí lejos de Tamlel, y fui volando a través del aire de la noche, aterrizando sin aliento en la arena sangrienta, preparada para la muerte que había logrado evitar. Levanté la vista, esperando ver la enorme, abultada forma de un Nefilim. Pero no era la silueta de un monstruo recortada contra la luna. Su piel estaba cubierta de sangre, con el pelo enmarañado, pero yo sabía que esos ojos, eran los ojos de Raziel, ardiendo furioso cuando se volvió sobre Tamlel, con sus colmillos desnudos para atacar. ―¡No! ―grité, segura de que estaba a punto de arrancar a su amigo miembro por miembro. Un momento después, la rabia desaparecido de su cuerpo, y se volvió hacia mí, hundiéndose de rodillas a mi lado en la arena, tirando de mí en sus brazos. El olor de la muerte y el sudor y la sangre le cubrían, y me hundí contra él con un extenuado alivio. 154
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―Lo siento ―dijo con voz entrecortada―. No sé... ¿Te he hecho daño? No pude hablar. Sólo podía sacudir mi cabeza contra su pecho, tratando de acercarme más a él. Algo se dobló a mí alrededor, suave como plumas, oscuro como la noche mientras todo se volvía negro.
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Capítulo 20 Traducido por Emii_Gregori Corregido por kuami
S
i no hubiera sido por el fétido hedor, podría haber dormido para siempre. Era un día gris, de alguna manera diferente a la suave niebla que envolvía habitualmente Sheol. Yo estaba en la cama, inmóvil. La luz que entraba por las ventanas era turbia, filtrada, y la cama debajo de mi pobre, doliente y magullado cuerpo era demasiado cómoda para marcharse. Me di la vuelta a regañadientes. La última cosa que podía recordar, era haber estado volando por los aires, siendo arrastrada lejos de Tamlel por un monstruo furioso, y en ese breve destello me había convencido de que iba a morir. Hasta que alcé la vista y vi a Raziel. No podía recordar mucho más. Alguien había logrado arrastrar mi culo por las escaleras y me había aseado. No había dormido sola, de alguna manera sabía eso. Estaba desnuda, y la sangre y la suciedad habían sido lavadas de mi cuerpo por alguna criada fantasmal. Raziel me había cuidado, a pesar de sus propias heridas. Raziel me había llevado por las escaleras y se había hecho cargo de mí. ¿Había soñado todo eso? Miré hacia mi brazo, en busca de marcas de dientes. La herida todavía estaba allí, un largo arañazo desde mis bíceps hasta mi muñeca, pero ya había sido cerrada, curada, y no había señales de que los dos Caídos se hubieran alimentado en mí. Justo como la muñeca de Sarah se había curado al instante cuando había alimentado a Raziel. Pero no podía pensar en Sarah. Me empujé de vuelta en la cama. No tenía intención de que eso sucediera anoche y no podía creer que les hubiera servido de algo. Mi sangre no había sido nada más que un consuelo. Un pecho vacío para un infante hambriento, dando comodidad momentánea pero sin sustento. Pero al menos los había aliviado, por lo que me podría ahorrar unos litros de sangre. Hasta que Raziel había aparecido con un rugido de rabia, separándome de Tamlel, a punto de matar a su viejo amigo. ¿La batalla lo había despojado temporalmente de su cordura? ¿Por qué querría herir a Tamlel? Mi grito le había detenido. Además sus brazos alrededor de mí, su boca contra mi sien, había sido seguridad, protección, amor. No, eso no. Él no iba a amar a nadie nunca más.
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Aquel horrible hedor, mezclado con humo grasiento, era suficiente para hacerme vomitar. Salí de la cama lentamente, con mi cuerpo adolorido, y agarré el vestido que colgaba en la parte de atrás de la puerta del baño. Era un kimono antiguo, la gruesa seda era extrañamente tranquilizadora mientras cubría mi cuerpo desnudo, y caminé descalza a la sala de estar, medio asustada de encontrar a Raziel allí, medio asustada de que no estuviera. Él no estaba allí, el lugar estaba desierto. Me dirigí a las ventanas abiertas y miré hacia afuera, esperando de ver una figura alta y familiar en la playa. Los cuerpos habían desaparecido, pero la arena parecía negra con la sangre derramada. Pude ver humo hacia la derecha, y sin pensarlo subí a la terraza para tener una mejor vista, haciendo una mueca de dolor cuando tuve un calambre en mi rodilla. Había una gran hoguera, cuidada por tres mujeres. No podía reconocer a ninguna de ellas, parecían tan maltratadas como yo misma me sentía, pero mantenían una estrecha vigilancia sobre las llamas, y me llevó un momento darme cuenta que era lo que estaba causando el horroroso hedor. Era una pira funeraria de carne podrida. Estaban quemando los cuerpos de los Nefilims. Los Caídos no podían hacerlo. El fuego era veneno para ellos, una chispa descontrolada y podrían morir. Por eso era que los humanos tratamos con el fuego. Dependían de nosotros limpiar el caos. Pero Sarah se había ido. La playa manchada de sangre enfrente de la casa estaba desierta. La niebla era ligera, cubriendo todo como una bruma húmeda, pero no había señales de vida. ¿Quién había sobrevivido? ¿Qué iban a hacer ahora? Volví al interior y me dirigí al armario y luego me quedé inmóvil, mirando la ropa de vivos colores. El vestido que había usado ayer no estaba a la vista. El vestido que Raziel casi me había quitado, el vestido que había usado para tratar de contener la sangre de Sarah mientras brotaba de su cuerpo. Sarah estaba muerta. No había una tarjeta para salir libre de la cárcel, de ninguna manera Sarah se convertiría en inmortal como su marido. Si la hubiera, Azazel no estaría tan mal, y Raziel todavía estaría felizmente casado con la novia número cuarenta y siete o quien fuera. Además yo estaría asándome en el infierno. Hoy no era un día para los colores, era un día de luto. Consideré la ropa negra de Raziel, entonces escogí una falda holgada blanca y una túnica, pareciendo como un miembro de culto una vez más. Pasé un cepillo por mi pelo enredado y eché un último vistazo a mi reflejo en el espejo. Estaba pálida, como si hubiera perdido mucha sangre, y me pregunté hasta qué punto Tamlel había tomado de mí. ¿Habría incluso sobrevivido? No había nada que pudiera hacer al respecto sobre cómo me veía, estaba probablemente mucho más saludable que la mayoría de los otros supervivientes. Condenadamente mejor
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incluyendo a Raziel. No, ni siquiera iba a considerar cualquier alternativa. Cerré los ojos durante un momento, tratando de llegar a su mente. Me encontré con el equivalente mental de un portazo, y me reí con inmenso alivio, un alivio que no quería examinar muy de cerca. Estaba vivo, y todavía de mal humor. Había sangre en las escaleras. Alguien había hecho un esfuerzo para limpiarlo, pero las manchas todavía eran visibles, y me alegré de haberme decidido poner las sandalias blancas en lugar de andar descalza. La idea de caminar sobre sangre seca contenía un matiz de horror. Tan pronto como forcé mis pies en aquellos malditos tacones de aguja, que habían traído un rápido final a mi prometedora vida. No sabía si mi cansancio era físico o emocional. Tuve que detenerme en cada rellano para recobrar el aliento, y eso me dio mucho tiempo para observar las manchas de batalla que estropearon la mayor parte de las superficies. Sangre en las alfombras, agujeros en las paredes. El maldito vértigo permaneció mucho tiempo. ¿Haberle dado mi sangre a Tamlel y a los otros Caídos me había hecho esto? Raziel me había dicho que la sangre equivocada era peligrosa, el horror de anoche estaba haciendo que mi memoria se alejara de la caridad, pero Tamlel no podría haber bebido tanta sangre, ¿verdad? No había marcas en mi brazo aparte del gran rasguño, y no había alguna razón por la cual haberles dado mi sangre podría haberles ayudado o haberme herido. Al menos, no de acuerdo con Raziel. Pero me sentía como si acabara de donar sangre y olvidado tomar una galleta. ¿Ellos daban aquí transfusiones de sangre? Porque tenía la sospecha desagradable de qué podía necesitar una. El enorme pasillo de entrada parecía muy diferente en la penumbra del día. Los cuerpos habían desaparecido. Así que estaba la mayor parte de los muebles, que se habían roto durante la batalla. El olor a muerte se quedó, el desagradable hedor de los Nefilims, el olor de la descomposición. Me estremecí, mirando hacia la puerta abierta, pero la playa estaba desierta todavía. La sangre en la arena se había secado a una herrumbre oscura. Se necesitaría una fuerte lluvia para quitarlo. Miré hacia la pira funeraria. No tenía ganas de acercarme, el olor contra el viento ya era bastante malo. Miré más de cerca hacia el fuego, hacia las extremidades ardiendo y la quema de grasa asándose, y me estremecí, sintiendo náuseas débilmente. ¿Sería Sarah parte de esa montaña de fuego? ¿Los demás estaban allí? Por supuesto que no. Me di la vuelta y caminé de regreso a la casa. No había nadie en los espacios públicos, y de repente tuve una repentina sospecha, la inquietud de que los Caídos restantes se hubiesen marchado, abandonando este lugar y a las pocas mujeres que habían sobrevivido. Y luego pensé en la sala del Consejo, donde se juntaban los Caídos. Donde Raziel se había alimentado de la muñeca de Sarah, cambiando para siempre la forma en que veía las cosas. Ellos estaban allí, yo lo sabía. 158
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Las puertas a la gran sala de reuniones estaban cerradas. Había gubias en la gruesa madera, y un mango había sido destrozado. Había huido de aquí una vez en estado de shock y horror. Esta vez estaba aquí para quedarme. Abrí la puerta y entré, y una súbita oleada de emoción me golpeó. Yo no iba a gritar, me dije, cueste lo que cueste. Los hombres sentados en la mesa me miraron como si yo fuera una intrusa molesta, pero no tenía intención de ir a ninguna parte. Mantuve mi expresión serena y tranquila. Ayúdame, Sarah, dije en silencio. No dejes que esos matones me acobarden. Azazel estaba sentado a la cabecera de la mesa, su rostro estaba demacrado por el dolor y furia. Me miró con tanto odio que me sorprendió por un momento. Nunca le gusté, eso era obvio, pero ahora parecía como si quisiera matarme, y no podía entender por qué. Nunca le había hecho nada. ―Siéntate. Era la voz de Raziel, y el alivio que se apoderó de mí casi me mareó. Simplemente genial: caería a sus pies como una débil doncella. Estudiando mi expresión, me volví para mirarlo. Como todos los demás, se veía como el infierno, como si hubiera estado en una batalla que apenas había ganado. Pero estaba vivo y de una sola pieza, a pesar de que parecía casi tan enojado como Azazel. ¿Creían que había dejado yo entrar a los Nefilims? ¿Qué había hecho para que estuvieran tan enojados conmigo? Me gustara o no Raziel era mi mejor aliado. Me dirigí hacia él, pero él me detuvo con una palabra. ―No ―dijo―. Siéntate en el lateral. En el asiento de Sarah. Me congelé. ―No puedo. ―Sarah está muerta ―dijo Azazel con voz salvaje―. Haz lo que tu compañero te dice. ―Pero él no es… ―Siéntate. ―la voz de Raziel era baja y mortal. Fui y me senté. Ellos sólo eran un puñado. Sin embargo, Tamlel estaba sentado junto a Azazel tratando de parecer alentador, y el otro hombre, el primero al que le había dado mi sangre, estaba sentado cerca. Tan cerca de la muerte, y ellos de alguna manera habían logrado sobrevivir, lo cual era asombroso. No había otras mujeres en la habitación. Extrañaba la presencia reconfortante de Sarah, la extrañaba tanto que tenía ganas de llorar. Me senté y no dije nada. Azazel continuó como si mi llegada no significara nada, lo que supuse que era verdad. ―Alguien abrió la puerta ―dijo―. Todos lo sabemos. Y hasta que no averigüemos quién lo hizo y por qué, no estaremos a salvo. ―No fui yo ―dije rápidamente.
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Azazel me miró, y Raziel gruñó: ―Nadie piensa que lo hiciste. Quédate quieta por ahora. Tu turno llegará. Qué poco tranquilizador, pensé, recostándome en la dura silla que había sostenido a Sarah durante tantos años. Ambos, Raziel y Azazel, estaban furiosos conmigo, y era lógico que estuvieran molestos por la sangre. Tenía un centenar de excusas. Mi brazo había sido cortado por uno de los Nefilims, y los hombres habían caído, ¿Qué tenía de malo en tratar de ayudar? Y ciertamente esa no había sido mi idea en primer lugar. El herido se había echado sobre mi brazo sangriento como un gatito hambriento. Él había estado demasiado fuera de sí para darse cuenta de lo que estaba haciendo, no era culpa de nadie. El regreso de Tamlel había sido un asunto diferente, pero Tamlel se veía tan tranquilo que yo estaba segura que hablaría por mí. Después de todo, él era quien se había echado y utilizado sus dientes como una lamprea gigante. Él me debía un apoyo, teniendo en cuenta la forma en que Raziel me fruncía el ceño. ―¿Cómo crees que descubrirás quién los dejó entrar? ―dijo Sammael con una voz plana, y le miré. Pensé que era uno de los muertos, pero de alguna manera se las había arreglado para sobrevivir―. Es una pérdida de tiempo. Ellos probablemente se comieron a quienquiera que abrió, o bien él o ella murió en la batalla. No sé si alguna vez serás capaz de averiguar quién lo hizo. Deberíamos estar colocando nuestra energía en la reconstrucción, no en búsquedas inútiles de una verdad irrelevante. ―Sé que estás sufriendo por la pérdida de tu esposa, Sammael ―dijo Azazel en un tono frío―. Y el proceso de reconstrucción comenzará tan pronto como el barco esté terminado. Mientras tanto, la verdad nunca es irrelevante. Encontraremos al culpable. Quién fue el responsable de la muerte de siete de nuestros hermanos, y diecinueve de nuestras mujeres. Los Nefilims seguían muy bien las órdenes… sabían que destruir a nuestras mujeres nos destruiría. ―No estamos destruidos ―dijo Tamlel silenciosamente―. Estamos afligidos. Pero no destruidos. ―Quienquiera que les dejó entrar todavía está vivo ―dijo Azazel―. Lo sé en mi corazón. Encontraremos al traidor. ―¿Y luego qué? ―dijo Raziel, negándose a mirarme―. No importa lo mucho que quieras despedazarlo miembro a miembro, nosotros no matamos. No a los nuestros. Azazel apretó los dientes, sin negar la réplica de Raziel. ―Será desterrado. Obligado a vagar por la tierra. Alguien que ha cometido tal crimen nunca encontrará a una compañera estable, y no se le permitirá estar en ninguna parte cerca de la Fuente. Entonces tarde o temprano se debilitará y morirá. No habrá venganza, nada de alegría. Simplemente justicia.
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¿La Fuente? Sarah había muerto. Alguien tenía que haber sido reclutado para tomar su lugar, una especie de Fuente en espera. Esa mujer debió de haber seguido mis pasos la noche anterior, salvando a los hombres que traté de ayudar. Pero por mucho que me hubiera gustado creer esas tonterías de cuento de hadas, tenía la horrible sensación de que ese no era el caso en absoluto. Tenía realmente una terrible sospecha de lo que estaba por venir, y no quería oírla. Azazel giró su negra y furiosa mirada sobre mí, y tuve la clara impresión de que habría extendido sus manos grandes y fuertes hasta estrangularme ahí mismo si no tuviera una audiencia. No le había gustado, no desde el momento en que había llegado a este lugar, y aquella aversión había crecido hasta proporciones monumentales. ―¿Por qué trataste de alimentar a Tamlel? ―exigió―. Tienes poco conocimiento de nuestras costumbres, de las leyes que nos rigen. En tu torpe intento de ayudar, podrías haberle matado. ―Se ve muy bien para mí ―dije. No gracias a ti, probablemente quería decir. ―Responde mi pregunta. ―Su voz era fría. Miré hacia Raziel, pero no hubo ninguna ayuda de su parte. Parecía casi tan enojado como Azazel. ―Desde luego, no tenía intención de hacer nada ―dije en tono de disculpa―. Bajé a ver si podía ayudar… ―Incluso aunque se te ordenó permanecer en el lugar donde estabas. ―La voz de Raziel era baja y mortal. Maldita sea, ¿era algún tipo de delito desobedecer al supuesto amo y señor? Sí era así, estaba con la mierda hasta el cuello, y seguiré estándolo, siempre y cuando tuviera que aguantar las maneras prepotentes de Raziel. Si él podía ignorarme, entonces yo podría ignorarlo fácilmente. ―Bajé ―dije otra vez, con mi voz principalmente hacia Raziel―, para ver si había algo que pudiera hacer. Vi a Sarah… ―Mi voz se contrajo durante un momento, y deliberadamente mantuve mi mirada en Azazel―. Vi a Sarah herida, y Raziel me llevó afuera. Cuando fui a pedir ayuda porque vi a Tamlel yaciendo allí, uno de los heridos agarró mi falda, pidiéndome que le ayudara. No había nada que pudiera hacer, pero me arrodillé y lo sostuve, esperando consolarle hasta que llegara la ayuda médica o al menos estar allí con él cuando muriera. ―Miré hacia el joven, y él asintió. ―Ese era yo ―dijo―. Había estado tratando de llegar a Sarah cuando uno de los Nefilims vino detrás de mí. Me las arreglé para matarlo, pero él me acuchilló bastante mal, y no lo pude hacerlo. ―Gadrael ―lo reconoció Azazel ―. ¿Y tú estás bien?
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―Muy bien, mi señor. Azazel giró sus vacíos y fríos ojos azules de vuelta hacia mí. ―Continúa. ¿Tú estabas abrazando a Gadrael y de repente decidiste que tu sangre podría ayudar? ―No. Yo estaba tratando de consolarlo. Pero tenía un gran arañazo en mi brazo. Mientras lo sostenía, mi brazo rozó su boca y él instintivamente comenzó a chupar de él. Él apenas estaba consciente y no tenía idea de quién era yo… él sólo reconoció el olor de la sangre. ―Ya veo. Pero él no te perforó, sólo bebió de tu herida. ¿Qué pasó después? Esta era la parte más difícil. Yo había sido completamente inocente la primera vez. La segunda vez había sido pura arrogancia por mi parte, y no podía culparlos por estar molestos. ―Bueno, Gadrael se veía mejor. Y sabía que Tamlel se estaba muriendo, pensé que la ayuda no le llegaría a tiempo, y creí que a lo mejor ya que mi sangre equivocada parecía haberle ayudado a Gadrael, entonces tal vez le sería útil a Tamlel, por lo menos el tiempo suficiente hasta que la ayuda llegara. Así que fui hacia él y... le ofrecí mi brazo. ―¿Nunca se te ocurrió que tu sangre podría haber ayudado a Gadrael ya que podrías ser su Compañera Vinculada? ―dijo Azazel. El bajo gruñido fue sorprendente, y miré de nuevo sobre la mesa a Raziel. Él parecía ciertamente… salvaje. Yo le había oído gruñir antes. Anoche, justo antes de que me agarrara y me arrojara lejos de Tamlel. ―No ―dije, apartando la mirada. ―Con Tamlel ―continuó Azazel con su inquisición ―. ¿Acaso también lamió tu sangre, respondiendo a la oferta de sangre de tu herida? ―No. Estaba inconsciente. Mucho más cerca de la muerte que Gadrael. ―Otro gruñido de Raziel. ―Explícate. Mierda, pensé. Pero realmente, ¿qué había hecho que fuera tan terrible? Era una situación de crisis y yo había reaccionado instintivamente, y deberían emplear su tiempo tratando de descifrar quién dejó entrar a los Nefilims en lugar de acosarme. Suspiré, sabiendo que Azazel no se detendría hasta obtener sus respuestas. ―Cuando Tamlel no respondió a mi brazo presionado contra sus labios, yo… abrí su boca, luego apreté mi herida para que sangrara más libremente, de modo que las gotas de sangre cayeron en su boca. Fue suficiente para traerlo de vuelta, al menos parcialmente, y se aferró a mi brazo y, er… bebió. ―Hice lo posible para parecer ingenua, pero dudaba de Azazel se dejara engañar. Más de lo que lo hizo Raziel. ―Y él utilizó sus dientes, ¿no? ¿Atravesó tu vena? ―Sí. 162
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―¿Y le dejaste seguir, casi al borde de la muerte, antes de que Raziel te encontrara y lo detuviera? Eché un vistazo a Raziel. Nunca lo había visto tan enfadado. ―Supongo que sí ―dije de mala gana―. No pensaba con claridad. Nunca pensé que Tamlel realmente pudiera morderme… después de todo, Gadrael no lo hizo. Y entonces asumí que él se detendría cuando tuviera suficiente. ―Eché un vistazo a Tamlel, quien lucía estoico. ¿Estaba él en el mismo tipo de problema que yo? ―Así que tenemos dos posibilidades ―dijo Azazel con su voz fría e impasible después de un largo rato―. Lo más probable es que a Gadrael no le hayan herido tanto como pensabas. No interrumpas ―añadió al ver que comenzaba a protestar―. Con él, el sabor de la sangre, la sangre errónea, era suficiente para traerlo de vuelta. Tú estás aquí sólo como una compañera para Raziel, no tienes ninguna vinculación con él, y mientras es insólito, es muy probable que tú seas compañera de Tamlel y ninguno de los dos se diera cuenta. ―No ―dijo Raziel en una voz baja y salvaje. Ignorando a Raziel, miré hacia Tamlel. Parecía dulce y encantador, pero yo no quería ser su compañera. No quería besarlo, que se jodiera, la lucha con él… Volví a mirar a Raziel, quien parecía a punto de explotar. Raziel era un asunto diferente. No podía comenzar a saber lo que yo quería y necesitaba de él, no ahora, cuando estaba demasiado cansada para pensar con claridad. Sólo sabía que lo necesitaba. Maldita sea. Y probablemente había leído aquel pensamiento revelador, rompiendo las pocas defensas que me quedaban. ―Luego está la otra opción, que parece poco probable. El silencio en la habitación era tan espeso que era prácticamente asfixiaba, y Azazel no parecía de humor para más detalles. Estaba empezando a molestarse. Yo sabía lo que venía. ―¿Vas a continuar, o vamos a sentarnos aquí en un incómodo silencio? ―le espeté. ―Ya hemos hablado de la posibilidad ―dijo Azazel ominosamente―. Sólo estamos considerándola. ¿Por qué demonios se había casado la encantadora y dulce Sarah con un culo duro? Me incliné hacia delante. ―Pero olvidaste incluirme en esta discusión, que parece concernirme más. Sé que tu estilo patriarcal de mierda hace que olvides que las mujeres tienen cerebro y opiniones, pero ya que esto es sobre mí, entonces puedes sólo escupirlo. ―La única otra alternativa es que por alguna razón, por alguna broma cósmica o extraño giro del destino, eres la nueva Fuente. Lo cual no tiene sentido. La Fuente debe ser una Compañera del alma de uno de los Caídos, y tú no has tenido la ceremonia de vinculación.
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No pienses que me has engañado con tu farsa… sé perfectamente que todo era teatro. Además, siempre ha habido un largo período de luto antes de que una nueva Fuente se hiciera evidente. Por lo tanto es imposible que puedas ser la Fuente. ―Imposible ―estuve de acuerdo, con un nudo en mi estómago. Sabía que esto pasaría. Sólo esperaba haberme equivocado―. ¿Pero y si lo fuera? Eso no significa que tenga que ser tu compañera estable, ¿verdad? En todo caso, Azazel parecía más indignado por la idea de lo que yo estaba. ―No lo creo. La Fuente puede pertenecer a cualquiera. ―¿“Pertenecer”? ―Mi voz era peligrosa. Una vez más estaba comenzando a discutir como si fuera una mercancía, y yo estaba más allá del punto de ser la Niña Buena. ―Sí eres la Fuente, entonces es posible que tu conexión a Raziel sea más profunda de lo que piensas o creas. Todo el humor había desaparecido de la cara de Raziel. No era nada en comparación a cómo me sentía yo. Él podría ser el hombre más hermoso que alguna vez puso sus manos sobre mí, pero era arrogante, amenazador, manipulador y mentiroso, y lo peor de todo, mientras él podría haberme querido, ciertamente no me amaba. Y maldita sea, yo quería amor. El verdadero amor, efusivo, romántico, oh “querido” amor. Algo que Raziel nunca daría de nuevo, y ciertamente no a mí. La única defensa que tenía era apartarlo en primer lugar. ―Entonces, ¿cómo lo averiguamos? ―dije con una voz práctica. Ellos parecían sorprendidos. Evidentemente estaban tan atrapados en el horror ante la posibilidad de que yo pudiera tener un papel en su club para niños que ni siquiera habían pensado en eso ―. ¿Qué pasaría si alguien bebiera de mí y yo no fuera la Fuente? ¿Moriría? ―Posiblemente ―dijo Azazel lentamente―. Por lo menos se enfermaría, tendría fiebre, posiblemente vomitaría. No podemos comprobarlo con Tamlel o Gadrael porque sus cuerpos estaban comprometidos ya por las heridas que habían recibido. ―Entonces, necesitamos un voluntario ―dije alegremente―. Es la única manera en que podemos estar seguros. Raziel se levantó, empujando su silla hacia atrás, pero Azazel le clavó una mirada. ―Tú no puedes ser. Sí es tu compañera Vinculada, podrás beber de ella, y lo sabes. Supongo que no lo has hecho hasta ahora. ―No es asunto tuyo, maldita sea ―espetó Raziel. ―Es asunto de todos ―respondió el líder―. Sammael, puedes intentarlo. Sammael estaba sentado cerca de mí, y yo inmediatamente ofrecí mi brazo, más curiosa por la reacción de Raziel que cualquier otra cosa. Podía sentir la tensión y la rabia 164
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resbalando sobre él, una respuesta estúpida y animal. No se había vuelto a sentar, estaba allí de pie, vibrando con algo que yo no estaba segura de querer interpretar. Sammael no parecía muy contento con la idea, pero agarró mi brazo como si fuera una mazorca de maíz, y sus incisivos se alargaron. Observé con fascinación, preguntándome cómo se suponía que era esa reacción. ¿Era un flujo de sangre, como una erección? ¿Tenían los vampiros antiguos problemas despertándolo, o bajándolo, o lo que sea? Sammael puso su boca contra mi muñeca, y sentí dos pinchazos iguales, sólo un dolor rápido y agudo. Y luego nada en absoluto mientras se alimentaba en mi muñeca. ―¡Basta! ―Raziel se rompió, y Sammael sacó su boca rápidamente―. Ella ya ha perdido demasiada sangre con el descuido de Tamlel. Azazel se estaba centrando en Sammael. ―¿Y bien? ¿Te sientes mal? Poco a poco Sammael negó con la cabeza. ―Ella es la Fuente ―dijo en voz baja. ―Mierda ―Raziel murmuró el improperio espesando lo que todos pensaban, incluyéndome a mí. Un silencio sepulcral. Consideré lloriquear “pero no quiero ser la fuente”, luego pensé mejor en ello. Me mantuve en silencio, dejándome hundir. Después de un momento Azazel dijo en voz baja, enojada y derrotada: ―Muy bien. Como Devoradores de sangre sabemos que la sangre no miente. Tendrás que descubrir quién es tu compañero de verdad… ―Ella es mía ―dijo Raziel ferozmente, lanzándose de nuevo en su silla―. No hay nadie más. ―Bueno, les daremos tiempo para descubrir si efectivamente, es cierto. Mientras tanto, la mujer tendrá que ser instruida en los deberes de la Fuente, la dieta apropiada y el entrenamiento, y ella… ―Diablos, no ―dije. Ya había tenido suficiente de esta mierda patriarcal. Una vez más, el silencio era ensordecedor. ―¿Qué dijiste? ―exigió Azazel peligrosamente. ―Dije “Diablos, no”. Si crees que voy a ser una esclava sexual de Raziel, y tu banco de sangre del personal, si eso es lo que crees. Ese es tu problema… averígualo por ti mismo. Mi magnífica salida se arruinó un poco cuando la manga que fluía de mi túnica quedó atrapada en la manija de la puerta, pero le di un tirón para liberarla de forma tan dramática como pude y salí de la habitación. Una vez fuera de su vista, quería levantar el puño en señal de triunfo. Imbéciles, todos ellos. No estaba dispuesta a dejar que nadie me dijera qué tenía que hacer, ni siquiera Azazel
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ni Raziel. Podrían encontrar a alguien más que fuera su maldita Fuente, preferiblemente alguien más como Sarah, con su sonrisa serena y tranquila naturaleza. Al sólo pensamiento de ella, quise llorar, pero alejé las lágrimas. Necesitaba aire fresco y el olor del mar para limpiar mi cabeza de toda esa testosterona. Si alguno de ellos cometía el error de tratar de seguirme, simplemente me dirigiría al fuego y agarraría una rama ardiente o algo así. Incluso podría construir un anillo de fuego a mí alrededor si sentía la necesidad. Eso serviría directamente y probablemente les volvería locos con la frustración. Me pareció que podría manejar una sonrisa amarga. Mientras me movía hacia la luz del sol, sentí alguien detrás de mí, alguien alto, y yo sabía quién era. Me volví, dispuesta a arremeter contra él. Raziel parecía tan furioso como yo me sentía, lo cual sólo hizo que las cosas aumentaran. ―¿Cuál es su problema? ―exigí con vehemencia ―. No es como si estuvieran esperando que tú fueras una mezcla entre una puta y una unidad móvil de sangre. Si crees que voy a sentarme tranquilamente, mientras que otros hombres chupan a mi muñeca, estás completamente equivocado. Sí me permites la expresión. ―No creo eso. ―El tono suave de su voz fue una sorpresa. ―¿No lo haces? ―Nadie te tocará excepto yo ―dijo.
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Capítulo 21 Traducido por Samylinda Corregido por Niii
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lla parecía en estado de shock, y no podía culparla. Había sido testigo de una clase de carnicería inconcebible para alguien de su mundo, había visto morir a gente que le importaba, había perdido mucha sangre debido a la falta de cuidado de Tamlel, y para completar el desastre, el peor acontecimiento posible había ocurrido. No sólo estaba vinculada a mí, estaba vinculada a todos nosotros. No era como si no hubiera tenido un montón de advertencias. Simplemente me había negado a reconocerlo. Ella me estaba leyendo, cada vez más. Tenía una voluntad de hierro, sin embargo, no había sido capaz de mantenerme lejos. Lo había sabido, profundamente en mi corazón, y no podía negarlo por más tiempo. Ella era mi Compañera Vinculada. La vería envejecer y morir, y, sólo para forzar más el asunto, tendría que observar a los otros alimentarse de su muñeca delgada, y de venas azules, y no había nada que pudiera hacer al respecto, aun cuando mi sangre atávica rugió en respuesta. Y la había lastimado. Cuando había regresado de sellar la pared, la había encontrado en la orilla del agua, sentada sobre sus rodillas, con la cabeza de Tamlel en su regazo mientras bebía de ella. Estaba pálida y mareada por la pérdida de sangre, y la rabia se había precipitado sobre mí, una furia asesina que apenas había logrado contener. La había arrancado lejos de Tamlel, demasiado cegado por la furia celosa para darme cuenta de lo que estaba haciendo. No estoy seguro de lo que habría hecho con Tamlel si no hubiera oído su gemido silencioso. Me di la vuelta en la arena empapada de sangre, para verla tendida sobre una roca, la culpa y el pánico barrieron lejos la rabia. Los sanadores estaban demasiado ocupados con quienes estaban agonizando para ayudarla… todo lo que pude hacer fue llevarla de regreso a mi casa y cuidarla lo mejor que pude, lavándole la sangre y viseras, dejando que mis manos la curaran y aliviaran. Todos teníamos un poder curativo, algunos más que otros, y siempre era más fuerte con nuestras compañeras. Debí haber sabido, cuando sostuve sus manos y las curé, que ella era mía. Lo había sabido. Sólo me había negado a hacerle frente. Todavía no quería hacerlo. Uriel debía de haber sabido que era mi compañera. Sus pecados eran demasiado leves como para merecer un escolta o una sentencia a las llamas. Uriel había asumido que seguiría las órdenes y la lanzaría al precipicio, privando a los Caídos de su próxima Fuente. De modo que cuando su traidor dejara entrar a los Nefilims, no habría ninguna para los sobrevivientes.
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No sabía cuánto leía ella de mí. Éramos demasiado recientes, su sensación de mí sería más profunda, y los límites naturales se revelarían. Lo que sea que pudiera oír de mí, no le gustó. Retrocedió cuando traté de tocarla, sacudiendo la cabeza. ―Me odias ―dijo rotundamente. Controlé mi brote de irritación. Desde luego que ella pensaba eso… mi cólera era tan poderosa que hundiría cualquier otro sentimiento. ―No, no lo hago ―le dije, tratando de sonar razonable y calmado. ―No voy a hacer esto. ―Estaba a punto de quebrarse, lo que me sorprendió. A lo largo de los últimos días, sin importar a lo tuviera que hacer frente, nunca la había visto llorar, algo que agradecía profundamente. Odiaba cuando las mujeres lloraban. ―Sí ―dije―. Lo harás. ―Y antes de que pudiera evitarlo, la cogí en mis brazos por detrás y me elevé, deliberadamente manteniendo su mente abierta, no apagándola como había hecho la última vez que volé con ella. La oí jadear sobre el sonido del viento, mientras se precipitaba sobre nosotros. Crucé mis brazos sobre su pecho, sujetándola contra mí, y pude sentir su corazón acelerado. Ella estaba caliente contra mí, a pesar del aire fresco, y después de un momento, sentí su rigidez relajarse de modo que fluía sobre mí, dulcemente, como una caña en el agua, y sus faldas cubrían mis piernas a medida que subíamos más. Sólo había querido llevarla hasta nuestro apartamento en el piso superior, pero al momento en que sentí su alegría, había cambiado de opinión. Me elevé sobre la enorme casa vieja, girando a la derecha para evitar el humo grasiento de la pira funeraria, internándome más en los bosques vírgenes con sus árboles oscuros, pasando el agua centellante. Me elevé por encima de la niebla, donde el sol estaba brillante, calentándome, y le transmití el flujo caliente, enviando zarcillos de calor a través de ella antes de que pudiera sentir frío por el ambiente. Subimos, muy alto, sobre la cima de la montaña, y por instinto llamé débilmente a Lucifer. Los planes de Uriel habían sido bien trazados, la fiereza del ataque Nefilim nos había mantenido muy ocupados para buscar al único hombre que nos podía salvar. Llamé, pero no hubo ningún débil susurro. Por una vez todo lo que pude oír fue el deseo de Allie, cantando para mí, el baile de su cuerpo con el mío, incluso cuando su mente lo seguía combatiendo. Nos hicimos a un lado, pasando una bandada asustada de gansos de Canadá, y sentí su risa contra mí, sentí la alegría pura que la cubría, del mismo modo que me bañaba cuando volaba, y mis brazos se apretaron de manera imperceptible, sosteniéndola aún más cerca, queriendo absorberla de alguna manera en mis huesos. Mis alas se extendían a nuestro alrededor mientras nos dirigía de regreso hacia la casa. Allie ahora estaba relajada, cálida, suave y flexible contra mí, sabía que el vuelo inesperado 168
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había sido una idea acertada. No es que no estuviera dispuesta a pelear conmigo otra vez en el momento en que bajáramos. Pero al menos por ahora había aceptado mi fuerza, aceptado mi toque. Lo haría otra vez. Aterricé en la estrecha cornisa suavemente, planificando aferrarme a ella hasta que mis alas se hubieran replegado, pero estar quietos en la terraza se sentía demasiado bien, y en su lugar puse mi cara contra su cuello, aspirando su aroma dulce, hasta que ella entró en pánico y saltó lejos, volviéndose a mirarme con una expresión de shock. Lo que no era sorprendente. Mis alas son particularmente impresionantes: de un azul iridiscente veteado de negro cobalto, eran el emblema de una de las reglas principales de los Caídos. Cuanto más tiempo vivíamos, más ornamentadas eran nuestras alas. El recién Caído tenía un blanco puro en las alas. Lucifer, el primero, tenía las alas de un negro puro. Yo estaba en un punto intermedio. Les permití replegarse en su lugar, esperando que esto fuera suficiente para calmarla, pero ella todavía me miraba fijamente. Sus lágrimas se habían secado inesperadamente, gracias a Dios, y estaba lista para la batalla. Todavía podía sentir la huella persistente de su placer en nuestro vuelo, y ahogué una sonrisa. Nadie había disfrutado del vuelo en mis brazos antes, y era una experiencia casi igual de embriagadora para mí. ―Muy bien ―dijo―. ¿Qué vamos a hacer con todo este lío? ―Había decidido ser razonable. Podía sentirlo, sentirla luchando por su pragmatismo habitual. Ningún problema era tan grande como para que no pudiera ser resuelto, estaba pensando. Tenía que haber una forma de evitar esto. ―No la hay ―le dije―. Estamos hablando de fuerzas más allá de tu comprensión. Cosas con las que no se puede razonar. Ella no me reprendió por estarla leyendo. ―En otras palabras, estamos atrapados. ―Sí. ―¿Y no te gusta? Podía sentir la rabia demasiado familiar hervir dentro de mí. No había tenido que compartir a mi compañera, jamás, a lo largo de los años interminables de la eternidad. Sólo Azazel se había casado con la Fuente, y recordaba muy bien las dificultades durante el tiempo de transición. Las dificultades que había atribuido al dolor y los problemas habituales en una nueva relación. Ahora me lo cuestionaba. ―No tienes que responder ―dijo con tristeza―. Lo puedo sentir. ―Me estaba malinterpretando otra vez, confundiendo mi ira por compartirla en una rebelión contra ella como mi esposa. La miré, y emergió un vago recuerdo.
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―¿Dónde creciste? ―exigí, más interesado en las respuestas que en calmar su orgullo herido. Me haría cargo de eso eficazmente cuando la llevara a la cama. ―No iré a la cama contigo. Me reí, lo que la asustó. Ella esperaba que su capacidad de leerme me fuera molesta, pero por ahora era todo lo contrario. Era una prueba de que si me gustaba o no, ella era la mía, al igual que yo era suyo. ―Creciste en Rhode Island, ¿no? ―dije, haciendo caso omiso de su protesta. ―Ya sabes todo sobre mí, incluyendo el número de hombres con los que he dormido y si me gustó o no ―dijo con amargura. ―Nunca presté atención a tu infancia ―le dije. La recordé. Ella había tenido siete años de edad, sentada sola frente a una pequeña casa cerca de la Providencia. Su largo cabello castaño estaba trenzado, su boca estaba hecha una delgada línea, y pude ver las huellas de las lágrimas a medida que corrían por su cara sucia. Estaba usando un palo para cavar en la tierra, haciendo caso omiso de una voz enojada que venía de la casa. Me había detenido para mirarla, y ella me había visto, y por un momento sus ojos se habían abierto de asombro y su puchero desaparecido. Sabía por qué. Los niños nos veían de manera diferente. Sabían que no éramos ninguna amenaza para ellos, y parecía que sabían quiénes éramos, instintivamente. Allie Watson me miró y sonrió, su miseria desapareciendo momentáneamente. Debí haberlo sabido entonces. Volví a verla cuando tenía trece años, y era demasiado mayor para ver quién era yo realmente. No me esperaba verla, y cuando lo hice, me moví de nuevo hacia las sombras para que no se diera cuenta. Estaba enojada, rebelde, rabiando fuera de una tienda en frente de una mujer que estaba rezando en voz alta y pidiendo a Jesús que la librara de una hija tan desagradecida y que no valía la pena. Quise agarrar a la mujer, golpearla contra la pared, e informarle que era mucho más probable que Jesús librara a la hija, que a la bruja de su madre, pero no me moví, observé cómo se metían en un coche, la madre lanzándose en el tráfico, con su boca amargada todavía moviéndose mientras Allie miraba por la ventana, intentando silenciarla en su cabeza. Fue entonces cuando me vio otra vez. Incluso en las sombras, sus pequeños ojos me habían vislumbrado, y por un momento su rostro se suavizó como en reconocimiento, y levantó una mano. Y entonces el coche aceleró en una esquina, y ella se había ido.
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Debería haberlo sabido entonces. En su lugar, como un cobarde lo había borrado de mi mente. Se me había mostrado con anticipación de manera que pudiera buscarla, mantenerla a salvo, pero estaba demasiado decidido a no caer en esa trampa de nuevo, y le di la espalda. Debí haber venido por ella cuando estuvo lista. Mis instintos me lo hubieran dicho… podría haber sido cuando tenía dieciocho o quizás veinte años. En su lugar, había desperdiciado todos esos años, cuando pudo haber estado aquí, y segura. ―¿De qué demonios estás hablando? ―dijo―. O pensando… lo que sea. ¿Por qué iba yo a querer estar aquí? Quiero volver a mi antigua vida. Quiero escribir libros, y salir a comer, tener amantes, y llevar mi propia ropa. Yo. No. Quiero. Estar. Aquí ―enunció ella―. ¿Así está bastante claro para ti? Pasé junto a ella, subiendo de nuevo hacia el apartamento, sabiendo que me seguiría. No me molesté en comprobar si la puerta estaba cerrada, nadie, ni siquiera Azazel, subiría las escaleras y nos interrumpiría. Vino detrás de mí, por supuesto. Observó, en silencio, mientras encontraba una botella de vino y la abría, sirviéndonos a cada uno una copa. Le entregué una; ella la tomó, y por un momento me pregunté si me la iba a tirar a la cara en la clase de gesto dramático que le gustaba. ―No ―dijo ella, leyéndome, y fue a sentarse sobre uno de los sofás―. Pero no diré que no estoy tentada. Hacía tanto tiempo que alguien había sido capaz de leerme, que me iba a tomar algún tiempo el acostumbrarme. Ya era demasiado hábil en ello, considerando los pocos encuentros sexuales que habíamos logrado consumar. Y no me había alimentado de ella. No me alimentaría de ella. Una vez lo hiciera, no habría vuelta atrás, y quedaba al menos la suficiente resistencia dentro de mí para mantener esa esperanza. Al menos durante un poco más de tiempo. Además, ella todavía estaba débil debido a la torpeza de Tamlel, aunque podía sentir su fuerza regresando. Era una señal más de que era la fuente. Su capacidad de recuperarse de la pérdida de sangre. ―No puedes volver a tu antigua vida, Allie ―dije con cansancio―. ¿Cuántas veces tengo que explicártelo? Falleciste. Le pasa a la gente todo el tiempo. No conseguirás un “feliz para siempre” con un príncipe, cabalgando hacia la puesta del sol. No tendrás una casa con cerca blanca y dos o tres niños. No tendrás hijos, nunca. Moriste demasiado joven para todas esas cosas. Oí un pequeño suspiro, un sonido de dolor que trató de ocultarme. Había pensado que no le importaba lo de ser madre. Estaba equivocado. Acerca de esto, acerca de tantas cosas. ―¿Así que en lugar de eso consigo ser el menú principal de un grupo de vampiros? Yuuupi. ¿Recibo transfusiones semanales?
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Sentí un brote ya familiar de cólera ante la idea, pero lo oculté. ―No las necesitas. La fuente proporciona sangre para aquellos que no están Vinculados, pero la cantidad es mínima, la ocasión está rodeada por un ritual, y no serás llamada a servir más de una vez al mes. ―En el momento en que lo dije, supe que había sido una mala elección de palabras. ―¿Servir? ―dijo―. ¿Al igual que una camarera con una fuente de comida? Estaba haciendo su mejor intento por enfadarme, y estaba teniendo éxito. ―No. Como alguien con un propósito superior. ―¿Alimentar de sangre a los Vampiros es un propósito superior? ―Dar vida a los Caídos es un propósito superior. Y el término es Devoradores de sangre. ―No me importa cuál es el término, son Vampiros. Presioné los dientes. Realmente tenía una capacidad extraordinaria para meterse debajo de mi piel, cuando había logrado ser impermeable a todos y cada uno durante tanto tiempo. Ella me estaba trayendo de vuelta a la vida, y la reanimación de los muertos era siempre dolorosa. ―Bien ―dije―. Somos Vampiros. Supéralo. ―¿Qué hicieron en el pasado cuando la Fuente murió? ¿Alguno de ustedes tuvo que encontrar rápido un sacrificio voluntario? Debajo de su hostilidad pude sentir una preocupación real, y decidí responderle. ―Azazel ha sido el único que se ha casado con la Fuente. La Fuente nunca ha muerto repentinamente… siempre fue por causas naturales y hubo un montón de advertencias. Los sanadores... ―No estaba seguro de cómo iba a plantear esto, pero Allie hurtó la imagen de mi mente. ―Toman su sangre en intervalos regulares y la almacenan ―terminó ella―. ¡Qué encantador! ¿Así que cuánto tiempo la llorará Azazel? ¿Cuánto tiempo, antes de que Sarah sea sustituida por una joven llena de vitalidad? ―Él siempre ha tenido suficiente tiempo para el duelo. Con Sarah será un problema. No sé cuánto tiempo le tomará recuperarse de su pérdida. ―Ha tenido bastante práctica ―dijo ella con una voz brutal―. Entonces, ¿por qué yo? Y no me vengas con esa mierda de ser Compañeros Vinculados… tú y yo sabemos que eso es imposible. Ni siquiera nos llevamos bien. Resistí el impulso de sonreír. Ella se estaba esforzando tanto en mantenerme a distancia. No me quería en cualquier lugar cerca de ella. No quería que la empujara hacia abajo 172
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entre las sábanas de color blanco puro, descendiendo por su cuerpo dulce, maravilloso, saboreándola, mis manos en sus muslos, mi boca… ―¡No hagas eso! ―dijo, agitada. Estaba buscando alguna manera de detenerme, una especie de insulto―. Después de lo de hace dos noches atrás, pensé que no creías en los juegos previos. ―¿Fui demasiado rápido para ti? ―dije, imperturbable―. Me pareció que estabas justo allí junto a mí. ¿Estás diciéndome que no te gustó? ―¡Por supuesto que no! ―espetó ella―. Sólo estoy diciendo que a las mujeres les gusta ser cortejadas, lentamente y con respeto. Me eché a reír. ―¿Así que esos orgasmos fueron fingidos? ¿Eres capaz de controlar tu cuerpo tan bien? Debo admitir que estoy impresionado. Y está claro que mi información era incorrecta… decía que sólo habías alcanzado el clímax por ti misma. Lo que, por cierto, es considerado un pecado por parte de algunos estudiosos, pero que nosotros lo acogemos con entusiasmo. Se estaba sonrojando, y no podía resistirme a ella. ―Ven a la cama conmigo ―le dije, levantándome y tendiéndole la mano. Ella sólo me miró, resistiéndose. ―¿De forma que puedas alimentarte de mí muñeca? Bien puedes hacer eso aquí. ―No. ―Una vez más sentí un pequeño gruñido que parecía venir de la nada. El gruñido que supe había sentido, y que la asustó. Luché para controlarlo―. No voy a tomar tu sangre. Y si lo hiciera, sería de una arteria, no de una vena. ―Ew ―dijo, arrugando la nariz―. ¿Qué pasa si metes la pata en tus lecciones de anatomía? ―Puedo oír la diferencia ―le dije―. Pero no va a suceder. ―¿Por qué no tomarás mi sangre? Si soy tu supuesta Compañera, ¿qué te detiene? Todos los demás tendrán un poco de mí. ―No es una buena idea. Ella me miró, largo y duro, y las conclusiones a las que estaba saltando se confundían en su cerebro. ―Está bien ―dijo, levantándose―. Puedes dormir en el sofá. ―Y se dirigió al dormitorio.
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Capítulo 22 Traducido por Niii Corregido por Marina012
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o iba a cerrar la puerta de un golpe, iba a cerrarla silenciosamente y con fuerza, indicando un digno desagrado, pero él ya estaba ahí, abriéndola con su mano. ―No voy a dormir en el sofá.
―Muy bien ―dije―. Yo lo haré. ―Comencé a pasar junto a él, pero me agarró, girándome alrededor y jalándome en su contra, con sus fuertes brazos aprisionándome. No me gustaba ser controlada. Al menos, no realmente. Hubo un pequeño estremecimiento, una reacción erótica cuando mi cuerpo se apretó contra él, y por un breve momento acepté ese placer, incluso a pesar de saber que no debía. Lo miré, tan cerca, tan condenada, deliciosamente cerca. ―No vas a ningún lado ―dijo, y luego inclinó su cabeza y me besó. Así que, estaba bien, me gustaba besarlo. Sabía que debería haberme quedado quieta, y lo intenté, realmente lo hice. Pero él ahuecó mi mentón, sus largos dedos acariciando tiernamente mi rostro, y su boca era suave, húmeda, y en serio, ¿cómo podría resistirme? Porque la verdad brutal era, que sentía más por él que por cualquier otra persona en toda mi vida. Era mío, incluso aunque todavía tenía miedo de que quisiera zafarse de ello. Era mío. Me suavicé contra él, y soltó mis muñecas, sabiendo que no iba a golpearlo. Deslicé mis brazos alrededor de su cintura, acercándolo más, y me levanté en la punta de mis pies para poder alcanzarlo mejor, de forma que pudiera presionar mis senos contra su pecho duro, de forma que pudiera hundirme en su calor. Me levantó sin esfuerzo. Sí, sabía que era sobrenaturalmente fuerte, pero aun así me encantaba, me encantaba sentirme delicada y liviana cuando siempre me había sentido torpe. Él pensaba que era deliciosa. Sabía eso, aun cuando mis dudas intentaban desmentirlo. Pensaba que mi cuerpo suave y curvilíneo era irresistiblemente erótico. Y sentí mi sangre calentarse, fluir a través de mí como un río de placer; quería su toque, quería su boca sobre mí, lo quería todo. Me cargó hacia el dormitorio. La luz era difuminada a través de las orillas de las ventanas, y el horrible hedor se había ido. En su lugar, olía como a canela y especias, como a la piel caliente de Raziel y algo por debajo de ella, algo rico y caliente. Me dejó sobre la cama, y esta vez no intenté bajarme otra vez, no intenté pelear o discutir, con sus manos sobre 174
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mí, desabrochando la túnica blanca y sacándomela por la cabeza. Besó mi boca, besó el oleaje de mis pechos por encima del sujetador de encaje, hizo a su lengua danzar por encima de mis pezones cubiertos de encaje antes de dedicar su boca por completo a ello. Dejé escapar un silencioso gemido de placer. Nunca había sabido que mis pechos fueran tan sensitivos. Cuando los otros los habían tocado parecía simplemente parte del proceso, pero cuando Raziel ponía su boca sobre mí… Él levantó su cabeza, y sus ojos estaban oscuros y brillantes. ―Deja de pensar en otros hombres ―dijo, con su voz cercana a un gruñido. Me pregunté si se suponía que tuviera miedo de él. ―No ―dijo―. No te haré daño. Nunca te haría daño. Capté la tensión de la culpa y el arrepentimiento. Me había lanzado lejos de Tamlel, y había sido noqueada hasta la inconciencia. No dije nada. Su profundo pesar por lo que había sido un accidente era suficiente para asegurarme de que estaba segura. Sin importar la rabia que viviera en su interior, y podía sentirla ardiendo a fuego lento, nunca se volvería en mi contra. Me empujó otra vez contra la cama y lo permití, dejándome ir a la deriva con los ojos cerrados mientras él me sacaba los sueltos pantalones blancos. Sacó mi ropa interior también, un poco antes de lo que me era cómodo, y desabrochó mi sujetador con manos expertas. Bien, por supuesto que era un experto, había tenido miles de años… ―Sólo han tenido sujetadores durante los últimos cien años ―murmuró contra mi piel, y su voz estaba cargada de nostalgia. ―Deja de leer mi mente ―protesté, aunque mi voz lánguida estaba lejos de sonar dura. ―Es la mitad de la diversión ―dijo, y sentí su boca sobre mi estómago, moviéndose hacia abajo. Sabía hacia donde se dirigía, y sabía que no debería importarme. Él pensaba que estaría haciendo algo lindo por mí, cuando en realidad siempre había sido algo que no me conmovía. En cierto modo odiaba que él se tomara la molestia en hacer eso cuando no me gustaba en particular, pero no quería desanimarlo… ―Te gustará ―dijo, sus enormes manos en mis muslos, separándolos, y puso su boca sobre mí, su lengua, y mientras me decía a mí misma que le siguiera la corriente el primer escalofrío en respuesta me tomó por sorpresa. Chillé, y pude sentir su diversión, pero no detuvo lo que estaba haciendo, gracias a Dios, y estiré mi mano y enredé mis dedos a través de su cabello, acariciándolo mientras su lengua ondulaba alrededor de mi clítoris. Dejé escapar un bajo maullido, arqueando mis caderas, y sus manos estuvieron ahí también, largos dedos deslizándose en mi interior, un empuje suave, promesa de lo que vendría, luego su lengua hizo funcionar su magia malvada. Y luego usó sus dientes, suavemente, y exploté.
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Oh, él era un hombre muy malo. No me dejaría saborear la primera oleada del orgasmo; en su lugar tenía que interrumpirlo, seguir tocándome, lamiéndome, mordiéndome, para que ola tras ola se barrieran a través de mí y mi cuerpo se volviera rígido, cada terminación nerviosa deseando más, y creo que debo haber gritado, rogado que me dejara sola, rogado que nunca se detuviera, rogado que… Colapsé contra la cama, sin aliento, intentando controlar los sollozos que estaban en mi garganta. Se limpió la boca en la sábana y se trasladó a mi lado, todavía completamente vestido, y quise poner mis manos sobre él, lanzar la ropa lejos, pero por el momento no podía moverme. Él rió, un suave, atractivo sonido. ―Está bien. Sé desvestirme yo solo. ―Se quitó la camiseta negra, luego alcanzó sus vaqueros. Era tan jodidamente hermoso. Pero de cualquier forma, se suponía que los ángeles lo fueran, ¿no es verdad? Extremidades largas y gráciles, piel pálida y bella extendida sobre tensos músculos. Ya estaba erecto, y quería tocarlo, quería mi boca sobre él, donde nunca había puesto mi boca en nadie antes. Los últimos estremecimientos restantes estaban finalmente decayendo, pero aún me sentía débil, exhausta, extrañamente al borde de las lágrimas cuando nunca había llorado. ―Tómate tu tiempo ―dijo, estirándose a mi lado, dejando que su mano trazara la superficie de mis pechos―. No tenemos ninguna prisa. ―Puede que tú no ―logré murmurar―. Eres eterno. Yo no. No fue lo correcto de decir. La expresión juguetona de su rostro desapareció, y la oscuridad se cernió en su lugar. Comenzó a apartarse, pero sacudí lo último de mi malestar y agarré su brazo, arrastrándolo de regreso. ―Mira, sólo soy yo. No hay necesidad de que te pongas tan grave al respecto. No es como si fuera el gran amor de tu vida. Podía sentir su ira, pero esta vez no me asustó. Me agarró, haciéndome rodar para quedar debajo de él. ―Tú, idiota ―dijo―. ¿No entiendes nada sobre esto? ―¿Que vas de mujer en mujer cada siglo más o menos? Seguro, lo entiendo. Y dijiste que Azazel y Sarah eran una excepción, así que supongo que una vez que alcance mis cuarenta o cincuenta volverás tu atención en otra dirección, y… ―No sabes nada ―dijo brutalmente―. Estamos enlazados juntos, tú y yo. No es casual, no es hasta que envejezcas. No eres “sólo tú”. Eres tú. ¿Por qué crees que he peleado tanto
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contra ello? Desde ahora en adelante, tú eres la cosa más importante en mi vida, lo quiera así o no. Todavía sonaba como si no me quisiera realmente, como si algún payaso cósmico estuviera jugando con él, atándolo conmigo cuando preferiría que hubiera sido con alguien más. ―No ―dijo, leyéndome otra vez―. Te estás perdiendo el punto. No quería preocuparme por nadie más de esta manera, nunca más. La pérdida es demasiado dura. Si pienso en perderte, me vuelvo loco de pena y dolor. No puedo perderte. ―Sólo porque alguien pusiera un revés sobre ti… ―comencé, preparada para defender mi punto. ―Nadie puso un “revés” sobre mí, lo que sea que eso sea. Estábamos destinados, y fui un tonto en tratar de negarlo. Si no hubiera estado tan determinado en permanecer solo, nos hubiera ahorrado a los dos un montón de problemas. Mírame a los ojos, Allie. Mira profundamente. Me conoces. Me estaba poniendo nerviosa, y me deslicé lejos de los recuerdos que tenía miedo de enfrentar. ―Me conoces ―dijo otra vez, y miré la profundidad de sus ojos negros, estriados, y recordé. Sentada sola en el patio, escuchando a mi madre gritarme desde el salón, abrazándome a mí misma, y él estaba ahí, y no me sentía sola. Y más tarde, cuando mi madre me arrastraba lejos de la farmacia donde había estado mirando maquillaje, lo vi otra vez. Y lo recordaba, incluso cuando él no estaba ahí, y de algún modo lograba soportar la rabia y los regaños, sabiendo que él estaba ahí. Y mi garganta ardió. ―Debí haber ido por ti antes, Allie ―dijo suavemente―. Si no hubiera estado luchando tanto contra esto, hubiera estado ahí. Y cuando lo estuve, ni siquiera te reconocí. No iba a llorar. ―Pero todavía quieres escapar ―dije―. Todavía quieres romper esta… conexión. Él dudó, y esa duda fue suficiente para decirme que estaba en lo correcto. ―No es tan simple ―dijo finalmente―. Has pasado por muchas cosas. No creo que estés lista. ―No me digas para lo que estoy lista ―dije―. Sé lo que siento. Y todo lo que quiero sentir es a ti. ―Me moví hacia arriba y puse una mano sobre su pecho, empujándolo de regreso a la cama. Estaba cálido, casi caliente, y su piel era suave y tersa. Me incliné y lo besé, sólo un breve roce de mis labios contra su boca, y cuando él iba a profundizarlo, me alejé, dejando que
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mi boca hiciera su camino descendiendo por su cuello, besándolo donde él me había saboreado, donde me hubiera mordido si realmente me hubiera querido para siempre. Pero él no iba a sentir eso. Mantuve mi mente llena de imágenes suyas y mías, imágenes, palabras y todas las reacciones de los sentidos: gusto, tacto, olor, así como la vista y el sonido. Podía oír su corazón latiendo, la sangre fluyendo a través de su cuerpo, y había algo insoportablemente erótico al respecto. Moví mi boca hacia abajo, más abajo, sin estar segura de cómo proceder. Había visto porno ante la insistencia de Jason, así que conocía la mecánica, pero no quería seguir ese energético ejemplo. En su lugar quería explorarlo, cuidadosamente, usando mi lengua, trazado las venas azules, el peso duro y grueso de él, cerrando mi boca alrededor de la cabeza y succionando gentilmente, hasta que escuché sus gemidos de entrega ciega de tal forma que olas de placer sexual danzaron a través de mí, y quise más de él, quise tirarlo y chuparlo, lo quise completo en mi boca, y su gemido envió estremecimientos de placer a través de mí. Me apartó, sin aliento, moviéndome hacia arriba para mirarlo. ―No de esa forma ―dijo―. No ésta vez. ―Y me puso debajo de él, su boca cerrándose sobre la mía. Estaba temblando otra vez para el momento en que alejó su boca. ¿Podría correrme sólo por besarlo? ¿Podría correrme simplemente por poner mi boca sobre él? Los orgasmos estaban ahí, apenas fuera del alcance, casi listos, y mis manos estaban temblando. Era demasiado. El pánico se cernió repentinamente a mí alrededor, e intenté escabullirme lejos de él. ―No puedo ―dije con temor repentino―. Realmente no puedo. ―E intenté bajarme de la cama. Me agarró al borde, tirándome nuevamente debajo de él de forma que estuviera boca abajo sobre la cama, mi boca contra las sábanas de lino que olían a lavanda y especias y a algo aún más elemental. ―Sí, sí puedes ―dijo con una simple verdad, y deslizó sus brazos bajo mi estómago, colocándome sobre mis manos y rodillas. Sabía lo que iba a hacer, y estaba más allá del punto de tener expectativas. Quería lo que fuera que él quisiera, y si iba a tomarme de esta forma, me deleitaría en ella. Podía sentirlo contra mi sexo, caliente, sólido, y todavía mojado por mi boca, e incluso en ese ángulo se deslizó en mi interior sin problemas, llenándome, y solté un grito ahogado ante la gruesa invasión que se retorcía en mi corazón. El nuevo ángulo lo hacía sentir nuevo, extraño, increíblemente poderoso, y casi más de lo que podía soportar. Tomó una de mis manos y la tiró detrás de mí, posicionándola en su polla, y me di cuenta para mi sorpresa, que a pesar de que me sentía completamente llena, había una buena cantidad todavía esperando. Dejé que mis dedos se envolvieran a su alrededor, y quise más. Quería todo de ello. Todo de él. Todo. 178
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―Allie ―suspiró, un sonido de lamento y anhelo―. No creo que pueda detenerme si lo necesitas. ―No, necesito que lo hagas ―dije, intentando empujarme contra él, tratando de conseguir más de él―. No voy a romperme, sabes. Sólo te necesito a ti. Gimió, y se empujó en mi interior, más profundo, más duro, y se sentía enorme, casi más de lo que podía manejar. Casi. ―Más ―susurré, y él embistió. Dejé escapar un pequeño grito, una mezcla de dolor y sorpresa, mientras él lograba, de alguna manera, envainarse completamente en mi interior, y pude sentirlo contra mi vientre, y quise a su hijo ahí, lo quería tan desesperadamente. Pero nunca podría tenerlo. Ningún niño, ninguna familia, ninguna casa de campo con una cerca blanca. Pero lo tendría a él, completamente, y solté un suave gruñido de satisfacción mientras lo tomaba. Él era mío, me recordé. Incluso si estaba buscando una cláusula de escape, lo había tomado, completo, en mi interior. Él era mío. Embistió en mi interior, un ritmo oscuro y pesado que era como los tambores del corazón de África. Los tambores de los dioses. Y no pude detener los estremecimientos que se precipitaron a través de mí, mini-orgasmos que se estaban construyendo, sus manos hicieron su camino entre mis piernas, sus dedos tocándome, y grité, bajando mi cabeza, mi rostro entre las sábanas mientras me entregaba a la locura y el poder, la necesidad animal que se extendía sobre mí. Me entregué a él con completa confianza, sin pensar más, sin dudar más. Me mantendría segura, se detendría cuando yo tuviera más de lo que podía manejar, él lo sabría. Otra vez. Y otra vez. Y otra vez, se enfundó en mí, y cada duro empuje me hizo añicos, una y otra vez, hasta que no pude pensar, no pude oír, no pude ver, no era más que un hervidero de sensaciones. Él se retiró y levanté mi cabeza y lloriqueé por su pérdida, pero simplemente me dio la vuelta, empujándose de nuevo en mi interior, profundo, tan profundo. ―Quiero mirarte cuando me corra ―dijo, su voz un gruñido bajo, manteniéndose muy quieto en mi interior. Mi voz había desaparecido. No podía pensar, no podía dudar; todo lo que podía hacer era sentir. Era completamente suya, pero él se estaba conteniendo. ―Tómame ―susurré―. Tómame. ―Y alargando mis brazos, tomé su cabeza y la empujé hacia mi cuello, para que su boca estuviera allí, caliente y húmeda, y sentí el roce de sus dientes, y quise más―. Tómame ―susurré otra vez―. Tómalo todo.
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Se tensó, congelándose en mis brazos, y por un momento estuve aterrada de que se alejara de mí. Levantó su cabeza y me miró, y había tanta tristeza en sus ojos, una tristeza que no entendía. ―Allie ―dijo suavemente. Pero era inexorable. Mi cuerpo dolía con necesidad, una necesidad que ninguno de los dos reconocía o entendía; pero de algún modo sabía que tenía que tener su boca sobre mí, bebiendo de mí, para finalmente estar completa. ―Por favor ―le rogué, cuando había jurado que nunca rogaría―. Aliméntate. Besó mis labios, tan suavemente que quise llorar. Se inclinó y besó el lateral de mi cuello, con la misma dulzura desgarradora. Y luego sentí el afilado, dulce, dolor perforante cuando sus dientes se hundieron en mi piel, sentí el tiro de él succionando en mi cuello, bebiendo de mí, tomando la vida de mí, y sentí lágrimas correr por mi rostro, cuando finalmente estuve completa. Llenándolo como él me estaba llenando. Su polla en mi interior parecía aumentar de tamaño, y acuné su cabeza contra mí, corriendo mis dedos a través de su espeso, cabello rizado, susurrándole suaves palabras, palabras de amor. Y cuando se separó, levantándose, pude ver mi sangre en su boca, ver el brillo en sus ojos. Él me miró, sin moverse, y sentí su clímax muy profundo en mi interior, devolviéndome lo que había tomado de mí, y me uní a él, arrojándome a la oscuridad con sólo él para guiarme.
***
Pude haber dormido minutos, horas, días. No importaba. Estaba envuelta en los brazos de Raziel, y ninguno de nosotros se estaba moviendo. Sentí su mano cepillar mi mejilla, muy suavemente. ―Estás llorando ―susurró―. Te lastimé. Sabía que no debía hacerlo. ―No me lastimaste ―dije, frotando mi cara contra su mano como un gatito hambriento―. Estoy feliz. Se movió una fracción para poder mirarme, y su expresión era de desconcierto. ―¿Siempre lloras cuando estás feliz? ―No sé si alguna vez he sido feliz antes ―dije simplemente. Él estaba a punto de discutir, pero se detuvo mientas recordaba mi vida, la vida que conocía casi tan bien como yo. ―Tal vez no lo has sido ―dijo finalmente, y me besó. 180
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Me pregunté si su boca sabría a sangre, pero no lo hacía. Sólo sabía a Raziel, y le devolví el beso, luego lo dejé acurrucarme contra su cuerpo caliente y desnudo. Realmente no quería moverme. Moví mi mano a lo largo de su brazo, mis dedos deleitándose con la sensación de él. ―¿A qué sabe mi sangre? Su mano estaba en el dorso de mi cuello, sus largos dedos aligerando la tensión persistente allí, pero se detuvieron un momento ante mis palabras. ―¿Para mí? Como vino de miel, dulce, rica y embriagadora. Nada parecido a cómo sabría la sangre para ti. ―¿Entonces puedes morder a las personas y convertirlas en Vamp… Devoradores de sangre? ―pregunté. ―No. ¿Por qué querría? Es una maldición puesta sobre nosotros por desobedecer a Dios. ¿Por qué en el mundo querríamos esparcir esa maldición, incluso si pudiéramos? ―Porque daría vida eterna, ¿no es verdad? Él sabía a lo que iba, y suspiró, acercándome incluso más. ―No, Allie. No puede hacerse. Los humanos no están hechos para el sacramento, y la única vez que uno de los Caídos cayó en la tentación, su compañera murió. Está prohibido. ―Sólo tenía curiosidad ―dije. ―Por supuesto que la tenías. ―Su voz era irónica. ―¿Siempre vas a ser capaz de leer mis pensamientos? ―pregunté con un dejo de aspereza. ―Puedo intentar no hacerlo. Cuando estés sintiendo emociones fuertes, vendrán a mí, y funcionará en los dos sentidos. En la vida diaria, puedo bloquearte. ―¿Y en la cama? ¿Estoy asumiendo que vamos a hacer esto otra vez? ―Contuve mi respiración, esperando la respuesta. ¿Estaba él todavía luchando? ¿Debería estar yo todavía luchando? Fue un largo momento antes de que él hablara, uno eterno. ―Tan a menudo como sea posible ―dijo. Conocía sus pensamientos, sabía lo que él quería. Ahora. Otra vez. ―Sí ―dije―. Sí.
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Capítulo 23 Traducido por Vannia Corregido por Niii
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ebí haberme sentido culpable. Había tratado de resistir, pero al final simplemente había sido demasiado para mí. Me había alimentado de ella, bebido profundamente, y al hacerlo la até a mí para siempre.
Era algo que había jurado que nunca volvería a hacer. Tuve mi elección, hace milenios atrás, y pagué el precio. No había escapatoria para mí o los demás, pero para Allie era diferente. Mientras que me mantuviera alejado de su vena todavía había una posibilidad de que eventualmente pudiera irse. Ahora ya no. Y habiendo tomado su sangre, iba a encontrar su servicio como la Fuente aún más difícil. Peligroso. No para mí, sino para quien quiera que se atreviera acercarse a ella. Podrían tener que refrenarme durante el primer año más o menos, hasta que aprendiera a controlar mi posesiva furia. Debería haber sabido que no podría detenerme a mí mismo. No cuando ella estaba suplicando. Y debí haber sabido que ella imploraría. Una Compañera necesitaba esa última unión. Sin ello nunca se sentiría completa, y yo había aceptado que ella era, en efecto, mi mujer. Una vez que la hube llevado a la cama fue una conclusión inevitable, y era admirable que hubiera luchado contra ello por tanto tiempo. No solía ser tan cabeza dura. Le había mentido, protegiendo mi mente para que ella no lo supiera. Había habido raras ocasiones en que un Compañero se había alimentado de su pareja, pero era muy peligroso. Cuatro de cinco veces la mujer moriría. La quinta vez ella ganaría cien años de vida, siempre y cuando ella continuara alimentándose. Morgan finalmente había muerto cuando su compañero había caído a manos de los Nefilims; ella había tenido más de ochocientos años de edad. Sabía que Allie lo haría si escuchaba sobre ello, y no podía permitir que eso sucediera. No iba a preocuparme por eso ahora. Había hecho mi mejor esfuerzo para protegerla… tomando su sangre había hecho que su escape fuera imposible, y lamentaba eso. Pero no lamentaba nada más. La dejé durmiendo. Hubiera preferido quedarme con ella, pero tenía que encontrar a Azazel. Lo conocía lo suficientemente bien, podía sentir su energía, y sabía que las cosas estaban muy mal. Sarah había sido su alma. Él estaría vacío sin ella. 182
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Lo encontré posado en lo alto del alfeizar, viendo hacia abajo sobre el recinto y hacia el mar más allá de él. La fogata funeraria de los Nefilims se había consumido a unas pocas brasas, y me estremecí cuando lo vi. Nuestro miedo al fuego estaba tan profundamente arraigado que me obsesionaba. Como nosotros, los Nefilims se aterrorizaban de él, pero nosotros éramos demasiado vulnerables para usarlo como un arma. Plegué mis alas y me senté a lado de Azazel. Él tenía la vista fija en el barco que había sido construido apresuradamente, en el barco repleto con los cuerpos de nuestras mujeres y hermanos muertos. Sarah estaría sobre ese barco. Se incendiaba y luego se enviaba mar a dentro, una sepultura Vikinga para satisfacer a los valientes guerreros, hombres y mujeres por igual. Era nuestro ritual, uno que no podíamos evitar, la única vez que aceptábamos voluntariamente el fuego. ―Me iré ―dijo Azazel en voz baja. ―Lo sé. ―Habíamos estado juntos desde el inicio, desde antes de que cayéramos. Lo conocía tan bien como a mí mismo. Y por primera vez en milenios, él no iba a estar más allí. Se giró para mirarme, y apareció el fantasma de una sonrisa en sus oscuros ojos. ―¿Están llevándose bien tú y la mujer? ¿Sigues luchando contra tu destino? ―¿Mi destino? ¿Cuál es exactamente mi destino? ―Estas casado con la Fuente, o lo estarás. Tiene sentido que tú debas ser el Alfa también. ―No. Tú eres el Alfa. Siempre lo has sido. ―Siempre estuve casado con la Fuente, y sospecho que tú no estás dispuesto a entregarla. No dije nada. No había nada que pudiera decir. ―Además ―agregó él―, no voy a estar aquí. Sabía que no había forma de discutir sobre eso. ―Serviré en tu lugar mientras estés ausente ―dije―. Al momento en que regreses, tú lo harás. Él negó con la cabeza, con la mirada triste, viendo hacia un futuro vacío. ―No podría hacerlo de nuevo. Los Nefilims están fortaleciéndose, y no hay nada que le gustaría más a Uriel que derribarme. ―¿Entonces por qué irte?
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―Tengo qué. ―Volvió a mirar al barco―. No puedo estar aquí sin ella, no en este momento. Esto sanará, siempre lo hace, incluso si no lo quisiera. Pero ahora no puedo quedarme en nuestras habitaciones, sentarme en nuestra mesa, estar en nuestra casa sin ella. Asentí. La pérdida de una compañera era la cosa más devastadora que pudiera pasarnos, y la pasión de Azazel por Sarah había sido intensa y sólida. Únicamente esperaba que él sobreviviera afuera de nuestras murallas de seguridad. Murallas que ya no estaban a salvo. ―Entiendo ―dije. Me echó un vistazo. ―¿Serás capaz de observar cuando los otros tomen el Sacramento de sangre? ― preguntó―. Parecías estar teniendo dificultades para controlarte a ti mismo esta mañana. Podría ser mejor si esperaras hasta alimentarte de ella. Hasta que lo hagas, tu posesiva ira será difícil de controlar. ―Ya me alimenté de ella ―dije. Azazel me miró. ―¿Tan pronto? Me sorprendes. Pensé que la odiabas. Ciertamente luchaste bastante para deshacerte de ella. ―Ella es mía ―dije. Él asintió. ―Lo sospechaba. Pero debo advertirte. Aún cuando te alimentes de ella, las primeras dos o tres ocasiones cuando los demás tomen su sangre será difícil para ti. Poco a poco te acostumbrarás y verás la diferencia entre el sacramento y cuando tú te alimentas. Pero será difícil. No dejes que tus celos se salgan de control. La mujer está loca por ti. Incluso si fuera capaz de mirar a otros hombres, no lo haría… lo supe desde el principio. ―¿Sabías que ella sería la Fuente? La oscuridad se cernió sobre el rostro de Azazel. ―No ―dijo―. Sí lo hubiera sabido, la habría matado. ―Se levantó, y yo me levanté con él, observando mientras sus alas se extendían a su alrededor―. No he encontrado al traidor. Había planeado esperar hasta que descubriéramos quién dejó entrar a los Nefilims, pero no… no puedo. ―Miró hacia el barco funerario, y su rostro se ensombreció. ―¿No estarás aquí para la ceremonia? ―No. ―Fue una simple palabra que transmitió todo―. Adiós, mi hermano. Cuida de esa bruja que trajiste entre nosotros. ―Y luego se fue, ascendiendo en el cielo nocturno. 184
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Lo observé hasta que se perdió de vista, luego me senté otra vez, sin moverme. Este era el cambio que había sentido venir, el final que nos amenazaba a todos. Azazel nos había llevado desde el principio de los tiempos, nunca nos había dejado. No tenía el don del presagio… pero incluso yo había sabido que el fin de los tiempos estaba sobre nosotros. No era de extrañar que lo hubiera combatido. ¿Los Nefilims hubieran irrumpido si Allie no hubiera estado aquí? ¿Ese había sido parte del plan de Uriel? ¿Había sabido que yo dudaría, reconociéndola de nuestras anteriores reuniones? Cualquier cosa era posible. No había nada que él quisiera más que distraernos de nuestro objetivo principal, y lo había conseguido. Lucifer todavía estaba atrapado, más lejos que nunca, y seguiría así por un largo tiempo mientras nosotros estuviéramos ocupados lamentando a nuestros muertos y reconstruyendo nuestras defensas. Los monstruos hubieran entrado antes o después, ¿pero había sido la llegada de Allie, y el hecho de que era incuestionablemente mía, lo que de alguna forma empujó las cosas? Volví a pensar en la Fuente, en su amable sonrisa, su sabiduría. Allie estaba muy lejos de la serenidad de Sarah. Ni siquiera estaba seguro de sí ella estaba de acuerdo con el sacramento. Había insistido en que no iba a proveer sangre a los Caídos. Una vez que ellos comenzaran a debilitarse cambiaría de opinión, por supuesto. Allie no era la clase de mujer que se cruzaba de brazos y dejaba que alguien sufriera. Excepto, tal vez, yo, si la molestaba. Me gustaban las mujeres pacíficas. Amables, mujeres obedientes cuya única razón en la vida era amarme. Allie era muy del nuevo mundo. Ya había sido un dolor en el culo, y sabía que seguiría siéndolo. Tendría que acostúmbrame a eso. Debía volver, decirles a los Caídos que Azazel nos había dejado. Muchos de ellos ya lo sabían, el vínculo tácito era muy fuerte entre nosotros. Podría decirles, y luego dirigirme al piso de arriba y envolver mi cuerpo alrededor del de Allie y despertarla suavemente. Había tratado de ser cuidadoso, temiendo lastimarla. Era pequeña, deshabituada a mí, y la idea de causarle dolor era suficiente para frenar la apasionada marea de mi hambre por ella. Pero no había sido capaz de detenerme, más de lo que había sido capaz de evitar alimentarme de ella. Sin embargo, había sido capaz de tomar todo con tan sólo una ligera mueca de dolor. Más pruebas de que estaba hecha para mí, cuando yo me había rehusado a creerlo por mucho tiempo. Ninguna mujer ordinaria podría tomarme como ella lo había hecho, no sin dolor que impidiera el placer. Había sentido su agarre a mí alrededor en respuesta, la sentí dándome todo. Ella era mía, y yo de ella. Ya no estaba solo. Giré para ver a Sammael aterrizar a mi lado, ligero como siempre, sus alas con brillo marrón se plegaron a su alrededor. Su rostro estaba inmóvil, sin emociones,
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y lo saludé sin levantarme. También había perdido a su compañera. Su dolor debía ser realmente profundo. Tan profundo que no se permitía mostrarlo. ―¿Azazel se ha ido? ―dijo él. Había visto a Sammael después de que él cayera. Lo ayudé con las enormes adaptaciones, lo escuché, lo aconsejé cuando lo había pedido, permanecí con él cuando el terror lo golpeó. Sí Azazel era el hermano mayor, Sammael era el más joven. Alguien a quien protegí, y resguardé contra el mal. Miré a Sammael y vi el vacío en sus ojos. Y supe la verdad.
***
Estiré la mano buscando a Raziel, pero él se había ido. La cama ya estaba fría donde él había estado, aunque principalmente había estado encima, debajo, detrás y alrededor de mí. Debería haber dormido por días después de todas las cosas que habíamos estado haciendo. En cambio estaba despierta preguntándome a dónde estaba él. Y cuándo regresaría, a mí lado, dentro de mí, otra vez. No quería levantarme, el viento nocturno estaba frío y las sábanas estaban deliciosamente tibias. ¿No me había dicho alguien que no tendría que usar mucho el baño? Había mentido. Me levanté, notando con lujuriosa diversión que mis piernas temblaban. Me tambaleé hasta el baño, comprendiendo por primera vez el término de “orinar es un alivio”. Lavé mis manos, vi mi reflejo en el espejo y me eché a reír. Él había dejado su marca en mí. La marca de su mordida en mi cuello, dos marcas de perforaciones, parecía algo sacado de “Buffy la Cazavampiros”. Las quemaduras de su barbilla en mis pechos. Las pequeñas mordidas y arañazos, e incluso leves moretones sobre toda mi pálida piel. Tentativamente dejé que mis manos se deslizaran sobre mi cuerpo, acariciando todas aquellas marcas, y cerré los ojos, soltando un suave suspiro de placer. ―Más ―susurré. ¿Qué me había hecho el hombre… convertirme en una ninfómana? Había tenido más sexo en los últimos dos días que lo que había tenido en años. Me dirigí hacia la regadera, dando un paso bajo el chorro de agua que siempre estaba a la temperatura adecuada. Simplemente otra de las ventajas de la otra vida, pensé. Siempre había odiado el manipular las regaderas para asegurarme que la temperatura del agua era la adecuada, particularmente en un edificio de apartamentos construido antes de la guerra en la ciudad de Nueva York con tuberías viejas. La encantadora perfección de la regadera en la habitación de Raziel era verdaderamente placentera. Sin mencionar que había diecisiete diferentes tipos de sprays, yendo desde la tupida lluvia de bosque a los múltiples sprays de masaje procedentes de la tubería de plata, cada uno dirigido a una zona estratégica de mi cuerpo. Me estiré para alcanzar el jabón líquido 186
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y casi me desmayo. Tenía el mismo olor penetrante que se aferraba a la dorada piel de Raziel. Cerré los ojos y lo unté sobre mí, dejando la cortina de agua alejada de mí. El baño se estaba llenando de vapor, y me senté sobre el desnivel de madera de teca de la ducha para disfrutar, un momento más tarde escuche la puerta abrirse, y mi pulso dio un vuelco. Él estaba de regreso, antes de lo que esperaba. Nunca había compartido una ducha con un hombre. Compartir una con Raziel sería… delicioso. ―Estoy aquí dentro ―dije innecesariamente―. ¿Por qué no me acompañas? ―Era sorprendentemente atrevido para mí, aunque la timidez nunca había sido mi defecto particular, la libertad sexual era igualmente extraña. Pero había mirado en sus ojos y sabía lo mucho que él me quería, y ningún tonto temor se interpondría en mi camino. Él me quería, y por ahora podía dejarme a mí misma aceptarlo, deleitarme con ello. Él era mío. Podía ver su silueta a través de la densa neblina del baño, moviéndose hacia la puerta abierta de la regadera, y me levanté con un movimiento fluido, lista para meterme entre sus brazos, cuando algo me detuvo. Me congelé, inclinando mi cabeza para escucharlo, pero no hubo nada más que silencio del hombre que estaba de pie allí. No era Raziel. Este hombre más bajo, más ancho. Peligroso. Yo le había llamado, no había oportunidad de fingir que no estaba ahí. No tenía posibilidad de deslizarme fuera de la regadera y esconderme detrás de la puerta del baño. Estaba atrapada. Dejé la llave de la regadera abierta, con la remota posibilidad de que quién quiera que estuviera aquí tuviera una aversión por mojarse, incluso mientras me daba cuenta de lo tonto que era eso; no era la Malvada Bruja del Oeste12, quien estaba amenazándome. Él se acercó más, y el chorro cayó directamente sobres sus rizos rubios, sobres su moldeado rostro, y sentí el alivio recorriéndome. Era Sammael. Raziel debió haberle dicho que me llevara con él. Su expresión era extraña, casi vacía, se estiró y cerró la llave del agua. No prestó atención al hecho de que yo estaba desnuda, pero eso no me sorprendió. Yo no era del tipo que enciende pasiones en lo hombres, y Sammael acababa de perder a su esposa. Probablemente apenas era consciente de mí. Tomó mi brazo, no de forma muy cuidadosa, y me sacó de la regadera, lanzando una toalla sobre mí. ―Sécate ―ordenó con una voz inexpresiva. Algo estaba mal. Con Sammael, con la situación, y el miedo se deslizó a través de mí. ¿Raziel había sido herido? Me giré hacia él, apunto de exigir una explicación, cuando algo me detuvo. Él se quedó demasiado quieto, esperando, con su rostro en blanco, sus ojos apagados. Lamentando a su esposa, pensé. Pero aún no podía deshacerme de la idea de que algo estaba terriblemente mal. 12 Malvada Bruja del Oeste: Referencia al personaje del libro “El Mago de Oz”.
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No perdí el tiempo, aunque secarme y vestirme mientras Sammael observaba no era una de las cosas más cómodas que hubiera hecho. Me mantuve de espaldas a él, dándome la vuelta una vez que me puse la playera blanca y el pantalón holgado negro que una vez más robé a Raziel. Todavía no podía afrontar los colores brillantes, pero el blanco liso parecía demasiado lúgubre. ―¿Me llevarás con Raziel? ―pregunté. ―Por supuesto. ―Todavía estaba ese extraño aislamiento, como si él estuviera en estado de shock. ―Estoy contenta de que sobrevivieras, Sammael ―dije―. Sé que la pérdida de Carrie debe ser muy difícil para ti. Él ni siquiera parpadeó. ―Él está esperándote ―dijo. ¿Dónde? No lo dije en voz alta, aunque no estaba segura del por qué. Con un sentimiento de inquietud, dejé a mi mente divagar, delicadamente, buscando a Raziel. No hubo respuesta. Ni siquiera con la apagada consciencia había sido capaz de alcanzarlo cuando él deliberadamente se cerraba a mí. ¿Estaba dormido? ¿Había ido a algún lugar para descansar después de las enérgicas horas que habíamos pasado? Pero él no hubiera hecho eso. Cuando me quedé dormida la última vez, me había amoldado a sus brazos; en su saciedad él no había querido nada a cambio. Él no quiso nada más que dormir así, con su cuerpo entrelazado con el mío. Y ahora había desaparecido. Sacudí la cabeza alrededor para mirar fijamente a Sammael. ―¿Dónde está él? ―pregunté nuevamente―. ¿Por qué no está aquí? ―Quiere que te reúnas con él. Está en las cuevas. Una fría, enfermedad reptante llenó mi estómago. Él estaba mintiéndome. Raziel me dijo que nunca fuera a la montaña otra vez, y no había razón para que eso cambiara, incluso con nuestro reciente acercamiento. Comencé a retroceder lentamente. No tenía idea de si era posible que pudiera correr más rápido que uno de los Caídos, pero sin duda valía la pena intentarlo. ―Sólo déjame conseguir una taza de café ―dije alegremente, volviéndome hacia la cocina. ―No. Levanté una ceja, sintiéndome arrogante.
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―¿No? Si quiero una taza de café, conseguiré una ―espeté―. Y si lo que dijo Azazel es verdad y realmente soy la Fuente, vas a confiar en mí por la sangre de tu próxima pequeña mordida, durante el tiempo que te lleve encontrar otra compañera. Así que no me hagas enojar. ―No necesitaré tu sangre ―dijo él―. La maldición se levantará, y volveré a donde pertenezco. Oh, mierda. ―¿Solamente tú? ¿O todos ustedes? No necesité ver su expresión para verificar lo que ya sabía. ―Dejaste entrar a los Nefilims ―dije con voz enfermiza, recordando el sonido y el olor de ellos, el desagradable desgarre de sus cuerpos, los gritos de los heridos. Su propia esposa desgarrada y devorada. Quería vomitar. ―No hay nueva vida sin el final de una vieja. Los Caídos debieron ser borrados de la tierra hace milenios. Una vez que los Caídos hayan sido destruidos, la nueva orden puede llegar, y yo ascenderé a mi trono en el cielo. ―¿Ascenderás a tu trono? ¿Crees que tú eres Dios? ¿Jesús? Me dirigió una fulminante mirada desdeñosa. ―No sabes nada sobre esto. Me uniré a Uriel como el guardián del cielo y de la tierra, y la maldad será quemada. Los Caídos serán sepultados en el centro de la tierra como lo fue Lucifer, allí sufrirán un tormento eterno… ―Me lo imagino. ―Hubo un destello involuntario en su mirada, y yo había aprendido en las rodillas de mi madre que no había nada peor que un fanático―. ¿Y qué pasara conmigo? ―Tú eres la puta de un caído. No hay piedad ni perdón para ti. ―Tomó mi muñeca, su mano triturando mis huesos, pero mordí mi labio y no dije nada―. Él está esperándote. Me arrastró a la reducida terraza, renuncié a toda mi dignidad y grité por ayuda, preparada para luchar como el infierno antes de dejarle que me arrastrara más. En lugar de eso puso un fornido brazo alrededor de mi cintura y me levantó, hacia el cielo iluminado por la luz de la luna. Paré de luchar. Él podría dejarme caer fácilmente, y a mí nunca me habían gustado las alturas. Sí, sé que se suponía que estaba por encima de todas mis fobias, pero había muchas cosas que se suponían que era verdad que hasta ahora me habían fallado.
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Raziel
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No había estado asustada cuando volé con Raziel. Pero Raziel era mi Compañero, mi alma, mi todo. Dado que probablemente iba a morir, no había necesidad de tratar de hablar de ello. Era completamente normal para mí, pero estaba desesperadamente enamorada de mi hermoso ángel caído, y gracias a Dios iba a morir antes de que se lo dijera. Al menos me salvaría de esa vergüenza. Excepto que él lo sabía. Debió haberme escuchado, haberme conocido, durante aquellas interminables, horas de felicidad de dar y tomar. Él sabía que estaba enamorada de él, y lo había estado desde… ya no podía recordar cuando no lo amaba. Era una parte de mí que ni el tiempo ni el espacio podría separar. Lo amaba tanto que podría morir por él, saltar dentro del infierno por él. Lo que sea que tuviera que hacer. Lo había decidido. Sentí peligrosamente amontonarse las lágrimas, pero no iba a rendirme. Si iba a morir, iba a ser envuelta en llamas, y me llevaría conmigo a Sammael sí podía. Aterrizó bruscamente en un costado de la montaña, y me soltó como si tocarme fuera algo sucio. Caí sobre mi trasero, y mientras alzaba la vista hacia su cara conseguí reunir mi evidente desprecio. ―¿Entonces dónde está Raziel? ¿Ya lo mataste? ¿Y qué vas a hacer con los otros? ―No acababa hasta el final, y si podía conseguir que él hiciera la escenita del Lord Malvado de la Guerra de revelar sus malvados planes, quizá pudiera tener la oportunidad de detenerlo. Especialmente si él se convertía en una serpiente, lo cual, de acuerdo con el Numero 666 de las Reglas del supremo Lord Malvado, nunca ayudaba. ―Los otros no serán ningún problema. Sus mujeres están muertas o pronto lo estarán. Si no hay Fuente, se debilitarán y morirán. La próxima vez que deje a los Nefilims entrar, devorarán al resto, y yo ascenderé al cielo. ―A menos que ellos también te devoren ―apunté, intentando ser práctica―. Entonces voy a morir porque soy la Fuente. Qué suertuda. ¿Por qué matar a Raziel? ¿Por qué no dejar que se debilite y muera como los demás? ―Tomaría tanto tiempo como el infierno para que Raziel se debilitara lo suficiente que Sammael y el montón de Nefilims pudieran tomarlo, y antes de que eso sucediera él averiguaría quién era el traidor. Estaba absolutamente segura de eso. Yo estaría muerta, sin embargo. Y no quería morir. Quería pasar tanto tiempo con Raziel como pudiera, sin importar lo mandón que fuera. ―No puedo matarte sin matar a Raziel. Sí él pierde su compañera antes de eso, será muy peligroso. Sí, seguro. Por alguna razón no podía imaginarme perder a Raziel por encima de mi prematura muerte. Para él, yo era simplemente una cuestión del destino. No era como si realmente quisiera una compañera. Sí yo moría, él tendría un “pase para salir de la cárcel”. 190
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Raziel
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Me puse en pie lentamente, sintiéndome magullada y fría. Él me había llevado por lo alto, donde el viento era fino y helado, y todavía sentía escalofríos. ―Ya sabes ―dije con un tono de conversación―. No quiero morir. ¿No podemos acordar algo? ―Si Raziel no estaba muerto aún, todavía había esperanza. No podía creer que Raziel pudiera ser superado por una pequeña mierda como Sammael. ―Lo que tú quieras no significa nada para mí ―dijo él. Lo ignoré. ―Pasé la primera parte de mi vida con un chiflado religioso. Preferiría no ser asesinada por uno. Sammael permaneció inmóvil. ―Él te está esperando. Y yo tengo cosas que hacer. Comienza a caminar. Miré hacia las grandes fauces abiertas de la cueva, y un sudor frío me recorrió. ―¿Todavía está vivo? ―Porque si no lo estaba, acababa de decidir que moriría tan pronto como se pudiera, bajo el despejado cielo nocturno, como debajo de algún oscuro agujero. ―Él vive ―dijo Sammael a regañadientes―. Él espera. ―Yo voy ―dije, igualando su brusco lenguaje. Y me puse en marcha por el sendero.
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Raziel
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Capítulo 24 Traducido por Vannia Corregido por kuami
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staba tumbado sobre la espalda en un extremo de la enorme caverna de piedra, y durante un momento pensé que estaba muerto. El color de Raziel siempre había sido de un dorado pálido, pero en este momento, se veía pálido, y estaba completamente inmóvil. Se veía como había estado esa primera noche en el bosque cuando se estaba muriendo envenenado por la quemadura. ―¿Qué hiciste con él? ―le susurré al hombre cuya mano estaba sujetando mi brazo. Tiré de él, pero yo ya no estaba tratando de escapar. Estaba desesperada por llegar a Raziel. Él me soltó, y tropecé hacia adelante, casi cayendo de rodillas. Corrí a través del suelo de roca dura, haciendo caso omiso de todo con mi prisa por alcanzar a mi compañero. Me dejé caer sobre mis rodillas, lanzando mis brazos alrededor de él de una manera que nunca me habría atrevido si él hubiera estado consciente. Podía oír su corazón latiendo, más débil de lo habitual pero todavía constante, y su piel estaba fría. Quería esconder mi cara contra su pecho, pero no serviría de nada. Sammael no iba a cambiar de opinión, fácilmente. Dios me libre de los fanáticos. Me levanté, mirando hacia abajo todavía al rostro de Raziel. Su cabello rojizo había caído hacia atrás, y él se veía crudamente hermoso, con sus pómulos altos, sus rasgos marcados, su boca pálida que podía hacer cosas tan hermosas y malvadas. Cepillé con mi mano su cabello desde su frente, suavemente. ―¿Qué le hiciste? ―susurré, incapaz de retener la angustia en mi voz. ―Pensé que no te preocupabas por él ―dijo Sammael―. ¿Por qué lo lamentas? Dirigí mi vista hacia él. ―Sabes perfectamente por qué ―dije, la irritación rompiendo a través de mi desesperación―. Estoy enamorada de él. Soy su Compañera Vinculada, su alma, tanto si nos gusta o no. ―A ambos les gusta ―dijo Sammael con una desagradable inclinación de boca―. Sé de estas cosas. De su rutina como de animales. Tú eres la causa de que cayeran en primer lugar. ―Oye, yo ni siquiera estaba allí ―protesté, mirando a mi alrededor por cualquier clase de arma. ―¡Silencio! ―fulminó, como una especie de monarca de dibujos animados. 192
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Raziel se agitó a mi lado, sus brazos se contrajeron por un momento, y me pregunté sí él estaba despierto. Mientras estuviera inconsciente, había poco que yo pudiera hacer. La caverna estaba desprovista de armas. Le miré, y él abrió sus ojos, su visión era clara y nítida. Su mano agarró la mía, fuera de la vista de los enojados ojos de Sammael, y me apretó firmemente para tranquilizarme. No me tranquilicé. Él estaba acostado sobre un extraño tipo de tarima, con la base hecha de ramitas y hierbas, y ramas más grandes y bajé la vista hacia él con confusión al principio, después con creciente horror me di cuenta de lo que había planeado Sammael. Me di la vuelta, tratando de proteger a Raziel de su vista. ―¡No… no puedes! ¡No puedes estar planeando quemarlo! ―Él morirá por el fuego ―dijo Sammael plácidamente. Sentí a Raziel moverse detrás de mí, y traté de permanecer entre él y Sammael, intentando vanamente protegerle. ―Sobre mi cadáver. ―Sí, fue melodramático, pero estaba intentando ser fría. No quería dejarlo morir. Pero Raziel se puso en pie detrás de mí, y sentí sus manos rodear mis brazos. ―Mantente al margen de esto, esposa ―dijo él ásperamente, tratando de apartarme del camino. No me moví. Clavé mi talones lo mejor que pude, pero mi fuerza era lamentable a lado de la de Raziel, aún incluso después de que él hubiera recuperado la consciencia. Él me empujó, fuertemente, y caí estirada al suelo, quedándome sin aliento. Me quedé ahí durante un momento, lo suficientemente enojada para olvidar el peligro en el que estábamos. No se puede respirar cuando se está muerto, ¿no? ¿Esto iba a ser así? No quería morir. ―Déjala en paz ―la voz de Raziel casi sonó aburrida―. Ella no tiene nada que ver con esto, es entre tú y yo. ―No lo es ―dijo Sammael. Su cara se suavizo brevemente―. No quisiera que te lo tomes a mal, Raziel. Pero si voy a ser redimido, los Caídos deben ser vencidos. ―Ella no es uno de nosotros. La breve sonrisa de Sammael fue casi dolorosa. ―Ella es la Fuente. ―Si nos matas a todos, ella no será ninguna amenaza. ―Ella debe ser castigada. Todos los Caídos y sus rameras humanas deben morir.
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―Ella no es humana. Mi respiración regresó con un repentino silbido, tragando saliva. ―No ―conseguí sofocar―. Tú no quieres hacer esto. ―Estaba ignorando a Raziel en este punto, tal y como él me estaba ignorando a mí. Sin embargo, Sammael había sacado una enorme espada, un arma que parecía como si viniera de alguna pintura medieval de un ángel vengador. Había aparecido de la nada, como algún maldito sable de luz de Star Wars, y apreté los dientes. ¿Cómo podría pelear contra un ser sobrenatural, cuando las reglas no se aplicaban a ellos? ―Tienes que darle un arma a él, si van a pelear ―protesté, lentamente poniéndome en pie. Si sobrevivía a esto, pensé, sería maltratada y magullada. En este momento, sólo podía preguntarme por qué me estaba costando tanto erguirme a toda mi altura, bastante insignificante. ―Él no va a pelear conmigo ―dijo Raziel―. Solamente hay dos formas en las que puede matarme, puede quemarme, o cortar mi cabeza. Pero es demasiado cobarde para acercarse lo suficiente para atacar. Por lo tanto debe ser el fuego, y él tiene el arma adecuada. ―Pero cómo… ―exigí, luego vi a Sammael levantar la espada sobre su cabeza, como un ángel medieval vengador más que nunca, con un… Cristo, una espada flameante de la venganza. Las flamas estaban lamiendo a lo largo de la hoja, alejadas de Sammael por la amplia empuñadura y nada más. ―Tú sabes que todo aquél que esgrime la espada morirá por sus llamas también ―dijo Raziel, aparentemente indiferente ante su inminente fallecimiento. Sammael la negó con la cabeza lentamente. ―Uriel me ha otorgado la redención. Seguí sus órdenes, y ascenderé a los cielos una vez más, limpio de pecado y del hedor de los mortales. ―No seas tonto, Sammael. Estamos maldecidos por Dios. Ni siquiera Uriel puede cambiar eso. ―Tengo fe ―dijo Sammael simplemente, y lentamente bajó la espada, apuntando hacia Raziel y a la pira funeraria. Fue suficiente. Todo lo que sabía era que no podía dejar que pasara, no podía dejar que las fuerzas de la ignorancia ganaran, no está vez. ―¡No! ―grité, zambulléndome a través del suelo, arrojándome a Sammael para detenerlo. Con el sonido de mi voz él se giró automáticamente, y la espada flameante entre nosotros. La sentí cortar, y curiosamente, sin dolor, sólo el calor y la presión, mientras miraba el rostro asustado de Sammael. Las flamas estaban lamiendo hacia mí a lo largo del brillante metal de la espada que atravesó mi pecho, y alcé la mano, agarrando la cuchilla, y empujé el fuego hacia él. 194
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Podía sentir el calor, pero el fuego no me quemó las manos mientras se movía hacia más allá de la empuñadura de protección, hacía Sammael, sobre la tela áspera de su ropa, estallando en llamas. Él gritó, y me liberó de la espada. Me derrumbé como una marioneta cuyos hilos habían sido cortados. Estaba acostada sobre un río de sangre, y si hubiera sido capaz de hablar le habría dicho a Raziel que encontrara algo en la que embotellarla. Estaba muriéndome, y no habría nada para los Caídos que contaban con la Fuente de sustento. Pero no pude hablar. Estaba muy cansada. Parecía como si hubiera estado luchando desde siempre, y necesitaba descansar, pero había demasiada satisfacción en observar a Sammael destrozándose y luchando con el gran incendio. Él estaba muriendo con un dolor espantoso, y supuse que había suficiente del Viejo Testamento en mí después de todo lo que me deleitaba con ello. ―Allie. Querida ―era la voz de Raziel. Probablemente yo ya estaba muerta, no había manera de que él me llamara querida. Después de todo, había sido atravesada por una espada del tamaño de Excalibur, incluso si se hubiera escapado mi corazón, tuvo que haber hecho un daño irreparable. Sentí que él tiró de mí en sus brazos, y luché, invocando el pánico a morir. ―No ―dije―. Hay chispas… Él me ignoró, tirando de mí contra él, y puso su mano sobre la herida abierta de mi pecho. Vi la última chispa que quedaba saltar hacia él, y gemí con desesperación, incluso mientras la presión en mi pecho se hacía más fuerte, más intensa. ―Esto es ridículo ―dije débilmente―. Ahora ambos vamos a morir, y no nosotros no estamos hechos para Romeo y Julieta… ―No vamos a morir ―escuché el dolor en su voz, y quise gritarle. Apretó su mano contra mi pecho, y el súbito dolor era cegador, tan poderoso que mi cuerpo se arqueó, se sacudió, y luego se desplomó en sus brazos nuevamente. El sangrado se había detenido, y supe que él me había sanado, de alguna manera logró cerrar la herida, sellar el desgarro. Pero yo estaba muriendo. Él no podía detener eso. ―No ―dijo él―. No voy a perderte. No puedo. ―Tiró de mí hacia él, y su rostro era severo, frío, sombrío. Él estiró su mano y me acarició el rostro gentilmente, y sabía que estaba diciéndome adiós. Y luego se arrancó su propia camisa y rasgó su piel, rasgando a través de la carne para que la sangre brotara. Sabía lo que iba hacer un momento antes de que lo hiciera, y abrí mi boca para protestar. Abrí mi boca mientras él presionaba contra su herida, y la sangre corrió dentro de mi boca, caliente, rica, y mi cuerpo frío, el frío se volvió fuego mientras bebía de él, sorbos profundos del dulzor de la vida, su sangre de vida convirtiéndose en mía.
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Él estaba temblando, su brazo ardiendo debajo de mi cabeza. Me apartó, y pude sentir la humedad de su sangre en mi boca. Él se inclinó y me besó, de lleno, fuerte y profundamente, la sangre mezclándose entre nosotros, y la última barrera cayó. ―Te amo ―dijo, las palabras arrancándose de él. ―Lo sé. Luego se levantó, con un movimiento fluido, pero pude ver la debilidad en él. ―Si no lo logro ―dijo con un leve gruñido―, prométeme que vivirás. Los Caídos te necesitan, Eres la Fuente, incluso sin mí. ―No. Vive o yo no lo haré ―dije, tercamente y enojada. Él no discutió. Sus alas se extendieron, con un glorioso negro azulado iridiscente, y un momento después estábamos volando fuera de la cueva, subiendo y subiendo al cielo nocturno. Pude sentir la falta de su fuerza mientras me llevaba. El océano estaba por delante, él solo tenía que llegar hasta allá, pero el calor se estaba extendiendo, mucho más rápido de cómo había sido esa primera noche, y sabía que dándome su sangre se había acelerado la intoxicación, y quise golpearlo. Hice la única cosa que podía. ―No te atrevas a soltarme ―le advertí―. No atravesamos por todo esto para tenerme salpicando sobre los acantilados como una gaviota borracha. Él se rió. Fue únicamente solo un leve estremecimiento de sonido, pero fue suficiente. Él se impulsó, logrando subir más alto, y luego la última de sus fuerzas lo dejó, así como también la consciencia, y supe que estábamos demasiado lejos del océano, íbamos a estrellarnos como un Ícaro moderno. Quise morir besando su hermosa boca. Sus brazos se habían debilitado, y me aferré a él, volviendo mi boca hacia la suya, y al angular movimiento de su cuerpo alado en el viento. Una briza nos capturó, deslizándose por debajo de nosotros, y de repente planeábamos, moviéndonos cada vez más rápido en el viento, cruzando el cielo de la noche a una velocidad vertiginosa, y luego cayendo, cayendo, rotando, con mis brazos envueltos a su alrededor, mi boca sobre la suya, la sangre entre nosotros, mientras caíamos en picado… Dentro del mar. Nos zambullimos profundamente, el agua helada como una descarga, arrancándome lejos de él. Estaba tan oscuro, tan frío, y yo lo había perdido, deslizándome hacia abajo a través de las agitadas aguas. Tú sólo puedes engañar a la muerte algunas veces, pensé aturdida, y está vez cerré los ojos contra el picor del agua salada, dejando escapar mi aliento, sabiendo que no tenía nada con lo que luchar. Raziel sobreviviría; el agua del océano lo curaría, y él encontraría lo que necesitaba.
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A cinco brazas yace tu padre: De sus huesos se hizo el coral, Esas son las perlas que fueron sus ojos: ¿Acaso se desvanecen. Nada de él? Pero ¿ha sufrido en el mar un cambio radical? En algo rico y extraño.13 Está vez me ahogaría. Ya había sufrido un enorme cambio de tal magnitud que no quedaba nada, y mis huesos serían de coral, mis ojos de perlas. Shakespeare en mi oído. Alguien estaba allí, una mano rozó las mías mientras flotaba, y abrí los ojos para ver a Sarah, serena y hermosa, sonriéndome. Todo lo que necesitaba era una luz brillante, pensé, le devolví la sonrisa. No había nadie más que quisiera conocer al otro lado, y me acerqué a ella. Ella negó con la cabeza. Su boca no se movió, pero escuché sus palabras claramente. ― Todavía no ―dijo―. No por mucho tiempo. Sacudí la cabeza. Estaba demasiado cansada de luchar. ―Espéralo ―dijo―. Él es digno de esperar. Una mano firme agarró mi muñeca, tirando de mí hacia arriba, y fui, irrumpiendo en el frío viento interminable momentos más tarde, tosiendo y atragantándome en los brazos de Raziel mientras él emprendía el camino hacia la orilla. Nos derrumbamos en la playa, exhaustos, ambos jadeando sin aliento, Raziel rodó sobre su espalda, y pude ver la sangre en su ropa mojada. Mi sangre. Yo estaba boca abajo en la arena, y sabía que tenía que darme la vuelta, pero no tenía fuerza para hacer nada más que permanecer allí y luchar por respirar. Sus manos sobre mis hombros eran suaves mientras él me volvía para que lo mirara de frente. Sacudió la arena mojada de mi cara, de mi pelo y me miró con impaciencia, con fastidio. Con amor. ―La primera cosa que harás ―dijo con una voz ronca―, será aprender a nadar. Y me besó. 13 Aquí evoca una cita de Ariel en La Tempestad de Shakespeare, que significa la transformación del cuerpo del padre de Fernando, que fue hecha por el mar.
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Capítulo 25 Traducido por flochi Corregido por kuami
C
inco años después
Sarah mintió. Lo juro por Dios que de alguna manera hice lo imposible y conseguí ganar cinco kilos desde que estoy viviendo en Sheol, la mayoría en mi trasero. Afortunadamente, Raziel tenía debilidad por las mujeres del Renacimiento, y todavía encuentra mi cuerpo ligeramente maduro, irresistible. Los Nefilims se habían ido, derrotados, al menos de este continente. Unos cuantos se dispersaron por tierras remotas, pero dado que ellos sobrevivían de pequeños animales y la carne de los Caídos, con el tiempo morirían de hambre. Desafortunadamente, Raziel me dijo que podían vivir siglos sin alimentarse, por lo que eso llevaría un tiempo. Me negué a considerar la idea que explicaba su hambre nauseabunda y voraz. Pequeños grupos permanecerían en los otros continentes: un puñado en Asia, un grupo más grande en Australia, enviados allí por Uriel en busca de renegados Caídos y luego abandonándolos. Esa no era mi preocupación. No tenía intención de salir alguna vez Sheol de nuevo. Raziel me enseñó a nadar. Por supuesto, sin Sammael y con los Nefilims dispersos efectivamente, no había necesidad de que yo entrara en el océano congelado, pero Raziel tenía una veta mandona. No es que aguantara eso, pero sí podía ver el sentido común detrás de sus anuncios autocráticos, tendía a rendirme, después de tanta postergación como pude lograr, aún si era mi idea desde el principio hacerlo. Raziel lo hacía mejor cuando las personas no cedían ante él, y consideraba mi deber mantener el equilibrio. No le gustaba ser un Alfa. Y odiaba que yo fuera la Fuente, aunque después de los primeros intercambios de sangre logró mantener a raya sus celos. Tamlel y Gadrael se reunieron con él dos veces, sólo para asegurarse de que no le arrancara la cabeza a nadie. Yo podía leer sus pensamientos, y sabía que estuvo demasiado cerca. No tengo idea de si el hecho de que me encantara ser la Fuente hacía las cosas más fáciles o difíciles para él. Si yo no iba a tener hijos, al menos podía nutrir y alimentar a los Caídos, y acogería con beneplácito la oportunidad como una manera de aliviar algo de mi duelo. Nunca le hablé de mi anhelo por los niños a Raziel, y él nunca me habló de ello. Pero ambos conocíamos los pensamientos del otro, y compartíamos el dolor.
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Raziel
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No hubo ninguna palabra de Azazel. La mayoría pensaban que él estaba muerto, yo incluida, pero Raziel creía lo contrario. Él volvería, dijo Raziel, cuando fuera el momento indicado. Habría una señal, y él volvería. Podría ir ganando peso pero no estaba ganando más edad. Mi rostro se mantenía sin cambios: sin patas de gallo formándose en la esquina de mis ojos, sin líneas de expresión, aunque descubrí que podía reír mucho en las brumas ocultas de Sheol. Nunca me alimenté de Raziel de nuevo, a pesar de que él sabía que lo deseaba. En cambio le di mi cuerpo, mi sangre, y él me dio éxtasis, enojos, y un profundo amor duradero que no estoy segura de que existiese en la vida ordinaria. No tengo ni idea de cuánto tiempo voy a vivir, y no me iba a preocupar por eso. En el atemporal mundo de Sheol, no tenías más opción que vivir el momento; y si no podía estar a la altura del gentil ejemplo de Sarah, estaba bastante cerca. Hasta el día en que ella apareció: Lilith, la Esposa del Demonio. Y se desató el infierno.
Fin
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Raziel
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Segundo libro de la Saga The Fallen Una vez gobernante sin miedo de los Caídos, un afligido Azazel debe encontrar a la legendaria sirena con la intención de tomar el lugar de su amante perdida… y matarla. Él es un Demonio de ángel. Azazel debería haber extinguido a la mortal Lilith cuando tuvo la oportunidad. Ahora, frente a una profecía que le obligará a traicionar la memoria de su único y verdadero amor y casarse con la Reina Demonio, él no puede acabar con su vida hasta que lo lleve a Lucifer. Encontrar el Primero es la única esperanza de los caídos para proteger a la humanidad de la destrucción de Uriel, pero Azazel sabe qué hacer caso omiso de su deseo hirviendo a fuego lento por Lilith será casi imposible. Ella es un ángel de Demonio. Rachel Fitzpatrick se pregunta cómo Azazel podría confundirla con una seductora malvada. ¡Nunca siquiera se ha interesado en el sexo! Por lo menos no antes de poner los ojos en su impresionante captor. Y ahora ella no puede pensar en otra cosa, además de escapar. Ángeles y demonios no se mezclan. Rachel remueve una necesidad carnal en Azazel que nunca pensó que iba a sentir otra vez. Caer por un Demonio, incluso si ella no tiene idea de que es la Lilith, significa renunciar a su propia alma. Pero si la deja ir, corre el riesgo de abandonar su corazón, a su peligrosa amante, y posiblemente a toda la humanidad, a la ira mortal de Uriel.
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Raziel
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Kristina Douglas
Algo de la Autora Kristina Douglas es el seud贸nimo de una autora (Anne Stuart) de bestsellers del New York Times y USA Today, con m谩s de sesenta novelas publicadas. Ella vive con su esposo en los bosques oscuros del norte de Vermont.
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Traducido, corregido y dise単ado en
Purple Rose
Te Esperamos! http://www.purplerose.net/
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