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La locura como privilegio masculino
Ilustración: GAB, 29 años, San Luis Potosí, México. “Sweetie, Jane Campion” @pechebleu
Rakel Hoyos Guzmán rakel.hoyos rakel.hoyos @Rakel_Ginebra
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La locura ha sido un gran tema para la literatura, el cine y para el arte en general. Es común que se exalte la mística del genio creador incomprendido. Sin embargo, esa misma locura puede tener dos dimensiones opuestas, tan opuestas como los estereotipos de géneros: roza-azul, fuerte-débil, racional-sensible. Los hombres calificados como “locos” tienen el privilegio de la admiración y el reconocimiento hacia su singular creatividad. No así para las mujeres. La misma palabra, usada para nosotras, conlleva un significado peyorativo, relacionado con trastornos mentales y con nuestra “fragilidad femenina”. Una mujer loca está condenada a la tragedia, en la literatura, en el cine y en la cotidianidad. Quizá es por eso que Kay, protagonista de la película “Sweetie”, de Jane Campion, se aferra a mantenerse en los límites, en no dejarse llevar por la pasión, en exigir que su hermana sea “normal”. Su hermana Sweetie es todo lo opuesto, lo incómodo. Y precisamente, si pudiera elegir una palabra para referirme a esta película, sería “incómoda”. Con esta cinta, Jane Campion te obliga a salir de tu zona de confort para exponer el caos de las emociones humanas. Para empezar, la hermana “incómoda” está representada, tanto física como psicológicamente, con características que nos han enseñado a rechazar como mujeres: sobrepeso, ropa ajustada, maquillaje sobrecargado; es desinhibida, sensual, disfruta de su sexualidad. Se trata de un personaje complejo, con desequilibrios mentales; aunque, si analizamos a fondo la vida de su familia, ha sido la única que se ha atrevido a ser libre. Ellos se dicen afectados por las acciones de Sweetie, pero no resuelven sus propios desequilibrios. Kay le confía su vida amorosa a la superstición; encuentra una pareja, pero cuando las cosas ya no funcionan, prefiere
seguir viviendo con él como si fueran hermanos a quedarse sola. Los padres son otro caso, un matrimonio clásico tan desgastado que la esposa abandona a su marido, no sin antes dejarle platillos preparados para varias semanas. Eso nos hace pensar en el grado de inutilidad de ese hombre que a lo largo del filme es la fiel representación de las actitudes egoístas masculinas. A esto me refiero cuando digo que la película es incómoda, porque nos lleva a cuestionar nuestra propia inestabilidad. Sin embargo, este cuestionamiento, tanto personal como social, es y ha sido más severo para las mujeres. Así lo retrata Jane Campion a través de sus personajes femeninos: una escritora mal diagnosticada con esquizofrenia y recluida en un manicomio (Un ángel en mi mesa), una pianista a la que despojan de su instrumento y es castigada por adultera (El piano). Y, en el caso de Sweetie, una joven con inquietudes artísticas, incomprendida por su familia y que su locura la lleva a la tragedia. El cine de Jane Campion posee la garantía de que vamos a encontrar personajes femeninos con las que podemos identificarnos, mínimo sentir empatía o hasta darnos cuenta de que lo que se nos ha vendido como “normalidad” son falsas sentencias que solo buscan limitarnos.