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Bruja de las imágenes
Rakel Hoyos
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De pequeña soñaba con ser una bailarina, improvisaba un tutú con alguna tela de mi madre y, de forma torpe, imitaba los movimientos que veía en la televisión. Pero a las niñas gordas no las inscriben a clases de ballet. Mis padres creyeron que me evitarían la pena de enfrentarme a las burlas y al fracaso. También quería parecerme a mis Barbies, tenía muchas: rubias, delgadas, altas. Incluso, una Navidad recibí como regalo a la familia completa, incluido el perro. Tuve a la Barbie con vestido de novia, a la embarazada, a la estrella pop, a la salvavidas; todas muy “chic”, con ocupaciones que les permitieran seguir siendo hermosas y sonrientes. Ellas eran mis referentes idolatrados, y odiados al mismo tiempo, porque seguía siendo la niña gorda, sin piel de porcelana ni la gracia de una princesa. Y, por más que me esforzara, jamás me parecería a mis muñecas.
Me pregunto cómo hubiera sido mi vida, la de mis compañeras de la escuela, la de mis vecinas y la de muchas niñas de mi edad de haber tenido referentes distintos. Quiénes seríamos si desde pequeñas nos hubieran contado de mujeres que escriben, que filman películas, que pintan o hacen música. Cómo habría sido nuestro desarrollo emocional e intelectual de haber sabido que no sólo los varones podían jugar fútbol profesional, ser astronautas o científicos. Con el tiempo, algunas descubrimos una ventana a otro mundo –cuando tenemos el privilegio de hacerlo– a través de otras mujeres que nos han abierto el camino; encontramos ese maravilloso espacio que por fin nos hace sentir identificadas. Para mí, el cine es una de esas ventanas que me permite cruzar a otra realidad. Y ahí están, esperándonos esas creadoras y dadoras de una nueva vida. Bebemos de su cáliz de creatividad y nos iluminamos con su arte.
Agnès Varda entró a mi vida como una bruja que hace magia con las imágenes. Se convirtió en fuente de inspiración para quitarme las cadenas de los estereotipos y buscar, como ella, la entrega total y la pasión por crear; en mi caso, desde la escritura.
Amé de Agnès su calidez como persona y su genio como artista. Estaba más allá de la arrogancia o de querer demostrar algo. Supo mezclar distintos elementos en una película sin atarse a ninguna categoría. Jugó con la mística del tiempo. La veo como una diosa-chamana, no el sentido de perfecta e inalcanzable, sino en el de ese ser sensible que se planta por encima de lo superficial y tiene el poder de ver a través de la gente, de tocarnos y hacer que conectemos con nuestras propias emociones y con las de las demás.
Agnès es el tipo de referencia que me hubiera gustado tener de pequeña. Quisiera no haberme preocupado tanto tiempo por lo que piensan de mí, de mi cuerpo y de mi apariencia. Quisiera tener también esa seguridad en lo que hago y no necesitar la validación de los demás. Es un proceso que se trabaja a diario, intento seguir ese camino, en el que espero poder, algún día, ser un referente para niñas y jóvenes; que ellas desde mucho antes se den cuenta que pueden ser lo que quieran, liberarse de los estereotipos y explotar al máximo su potencial.