La indignación del esclavo Me indigna tener que irme, alejarme de ti. Quisiera poder estar en tu presencia a cada instante, olvidarme del mundo, dejar atrás la luz de los mortales, envolverme en tu luz, aunque sea solo para observar tu belleza. La vida me golpea a cada instante, cuando no te veo, cuando siento mis sentimientos, cuando mi alma despierta a la oscuridad de la luz del mundo. Las cadenas de los pensamientos que acobardados esgrimen razonamientos queriendo buscar luz en la vanidad, en las sombras de la ciencia, pesan a mi mirada que golpea el suelo, llorando la condición de esclavo. Solo tu Salvación llega hasta mí como guerrero valiente, y me levanta de mis pequeñeces, alzando mi mirada, mirando al cielo. Que diferencia, que cambio de perspectiva. Espera… espéralo anhelante, que no te ha dejado solo. Como escondido, invisible, invitado insignificante pero de gran estima, esta dentro, solo espera el momento. Camina junto a ti, respira tu aire, llora tus lágrimas, alegra tu risa, se esconde adentro, más adentro, debajo de la piel, donde el corazón no llega con su sangre. Pero no vive por ti… si tu no lo dejas, no te dice que hacer si tu no le preguntas, aparta su vista cuando te acercas al pecado, llora en silencio cuando tú fe falta. Tiene el destino del universo en su mano, pero respeta tus decisiones. Ha creado el tiempo y sus días no tienen número, pero ha entregado tus días en tu mano, para que lo ames y lo conozcas, si así quisieras, solo tú decides sobre tu tiempo. Cuando de rodillas lloro ante su presencia e imploro su consejo, me quedo quieto, esperando… esperando su susurro, su toque en mi corazón, su palabra en la Biblia. Mi Rey me habla cuando él quiere, cuando lo considera bueno, me
deja oír su dulce voz, me lleva a sitios inexplorados, por amor a él, por la cruz que me limpio, por Cristo. Entonces quisiera seguir allí. No por lo que he visto u oído, sino por que allí estoy junto a él, mi Señor, mi Dios Santo. Este es el fin de todo discurso: Ama a Dios, ámalo con todo tu corazón. Ama a Cristo, y vive una vida llena de amor y verdad que le agrade a él. Mis ojos ya no miran el polvo, él ha levantado mi vista.
Henry Padilla Londoño