La historia demismimemorias vida
Isaac Higa Nakamura
© Isaac Higa Nakamura isaac_higa@hotmail.com Diseño y diagramación: Henry Quesnay Gomez henryquesnayg@gmail.com Autor/Editor: Isaac Higa Nakamura Av. Canadá 3536, San Luis 1ra Edición Diciembre 2018 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2018-15452. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del autor.
Este libro lo dedico a mi esposa AngĂŠlica, con quien he formado una familia con tres hijos y siete nietos y compartido muchos aĂąos de feliz vida matrimonial.
Desde el Árbol de Okinawa
Desde el árbol de Okinawa Llegaron mis ascendientes, Padres míos, pretendientes De un sentimiento que fragua. Siete hijos en la enagua Tuvo mi madre en sus bellos Brazos y uno en destellos Se hizo Abogado, Doctor; Quién? Este noble servidor Quien fuera el sexto de ellos. Tengo un cuarteto de hermanas Y una dupleta de hermanos, Súper recontra peruanos Llenos de sedas peruanas. Una esposa que mis canas Besa a diario en su ritual, De prefectura ancestral Pacífica como anti bélica; Es mi amada esposa Angélica Mi doctora angelical. La luna de miel en vela Mi amada Angélica Yara, Como destino depara A Mery, Koki y Gabriela. Siete nietos da la estela Familiar en dulce fe, Mery, tiene a Mariacé, Andrea y Dieguito Lú; Quien será para el Perú Goleador del hándbol
Koki tiene en dulce Luna Un Kokinawa de datos, Cuando en casa sin zapatos La engríe como a ninguna. En Zoe ve la fortuna De ser un padre en anhelos; Acariciando sus celos Con su amada Miyashiro; Siente el amor y el suspiro De sus padres… hoy abuelos. Gabriela tiene a Luciana Y Adriana Medina Higa, Isaac aumentó la liga De tu estirpe bella y sana. El diecinueve se engrana A otro gran comentario, Ya que será aniversario De otro título enorme; Respóndame si es: ¡¡ Conforme Sus veinte años de Notario ¡¡ La familia entera mueve Planes en el calendario, Serás ultra millonario De bodas el diecinueve. Cincuenta almanaques: breve Matrimonio que en decoro, Tiene el sagrado tesoro; De medio siglo en rebaños; Cumpliendo cincuenta años En nuestras Bodas de Oro. Estos versos son notorias Páginas de tu leyenda, Donde leemos la senda De tus criollas historias. En bordones de memorias La guitarra preferida, Te toca un valse enseguida Con el cantor más preclaro; Recordando a Cavagnaro En “La historia de tu vida”.
David Alarco Hinostroza Lima – Perú Viernes 10 Noviembre 2018.
Introducción
Para mí ha sido una experiencia inolvidable introducirme en este proyecto porque nunca pensé escribir mis memorias y ahora me doy cuenta que es como mi fotografía en un momento dado. Una fotografía a la fecha en que el proyecto del libro fue entregado a la imprenta y ya no se podía hacer ningún tipo de agregado o corrección; ya no cabía retroceder en el tiempo. Otra apreciación es que con la edición y presentación del libro ya estaré hablando de mi vida pasada porque, en los días posteriores a su “primera vez en sociedad”, y después de haber pensado que el libro ya estaba terminado, he tenido nuevas experiencias. Me han sucedido una serie de acontecimientos que muy bien pudieran ser parte de uno de los capítulos; además como se decía antes, muchos detalles han quedado “en el tintero”. Creo, sin embargo, que no debo ser demasiado estricto conmigo mismo y tengo que sentirme satisfecho de haber podido escribirlo y descubrirme ante ustedes, amables lectores, tal como soy en las diversas facetas que tiene todo ser humano. Es decir, en el aspecto familiar como hijo, esposo, padre, abuelo, hermano, amigo; en el área laboral, como notario, con los colegas; socialmente como integrante de la sociedad peruana y de la comunidad peruano-japonesa, como aficionado al fútbol. Es decir, mi persona en su integridad. Me he acercado de alguna manera a los primeros años de la llegada de mis padres desde su lejana Okinawa, y con esa vivencia familiar identificar lo que fue la inmigración japonesa en general y la de Okinawa en particular. Mi homenaje a los valientes y, a la vez, sacrificados inmigrantes que decidieron cruzar el mar y llegar a un país totalmente desconocido en cuanto a idioma, costumbres, creencias religiosas, sistema de vida, inclusive por la forma de vestirse, etc. Agradecerles por todo el esfuerzo y sacrificio que tuvieron que realizar cuando tomaron la decisión de venir y no retornar a Japón. Además de integrarse en la
sociedad peruana donde han sido un ejemplo y logrado que la comunidad peruano-japonesa sea reconocida por su contribución al progreso de nuestra patria. Ratifico mi orgullo de haber nacido en el Perú, de sentirme identificado con mi nacionalidad. Sentirme más peruano (no obstante “los ojos rasgados”) cuando escucho la música criolla, cuando con Angélica concurrimos a la mayoría de los eventos de presentación de la música y el folclore peruano en el Gran Teatro Nacional, el Teatro Municipal de Lima, el antiguo Teatro Segura, inclusive en el local del Centro Cultural Peruano Japonés. Al escribir estas memorias deseo también que me permitan presentarme ante todos ustedes: Soy Isaac Higa Nakamura, hijo de Hiromasa Higa y Yasu Nakmaura, japoneses descendientes de la Prefectura de Okinawa, que llegaron al Perú en octubre de 1926 y diciembre de 1933, respectivamente. Ellos se instalaron en el distrito de Miraflores, trabajando en una bodega; primero en la segunda cuadra de la calle Colón N° 215, y después en la calle San Martín N° 845. En este último lugar viví desde 1943 hasta 1969. Somos siete hermanos Mery, Rosa (Masako), Dina (Kuni), Constanza (Michan), Felipe, Isaac y Fernando (Nobu). Estoy casado con María Angélica Yara Nishijira, desde 1969 y tenemos tres hijos: Mery, Isaac (Koki), Gabriela (Masami); y siete nietos: María Cecilia, Andrea Lucía y Diego Estuardo Lu Higa; Luna y Zoe Higa Miyashiro; y Luciana y Andriana Medina Higa. A mi edad y al tomar la decisión de escribir mis memorias, decidí ser lo más sincero conmigo mismo y con los demás. Escribir sobre mis temores, dudas, complejos, fracasos, alegrías, éxitos, tristezas, etc. Descubrirme en aspectos de mi vida que socialmente uno oculta porque tiene que guardar las reglas a las que uno mismo se somete. Valorar la ayuda de mi familia a lo largo de mi vida, sobre todo cuando me detectaron cáncer al estómago. Angélica y mis hijos tuvieron la tarea de evaluar los resultados de los exámenes médicos y, cuando el diagnóstico fue confirmado, se preocuparon en averiguar y escoger el médico especialista con mejores referencias, recomendaciones y con el que se tuviera más empatía. Gestionaron y coordinaron en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas la disponibilidad de un cuarto para el internamiento y la operación, programaron con el médico las fechas probables de la cirugía, las visitas diarias durante mi permanencia, etc.
Relatar las anécdotas, que me atrevo a describir como “criolladas”, aplicadas en diversas etapas de mi vida, ratifican una de las características de los peruanos: ser “vivo” y “tener calle”. Sacar alguna ventaja sin ninguna mala intención. He querido relatar el texto intercalando diversos pasajes de mi vida, incluyendo las vivencias, los sentimientos, los detalles que forman parte de un ser humano. El título del libro, La historia de mi vida, mis memorias, es un vals criollo cuyo autor es Mario Cavagnaro Llerena, gran compositor, cuyas canciones en “replana” popularizaron Los Troveros Criollos y que al escucharlas hicieron que la música criolla, conjuntamente con el fútbol y mi oficio de maestro de ceremonias, sean las tres pasiones de mi vida. Me permito expresar mi agradecimiento a Angel Cedano Sato (Kenji), destacado periodista quien con su paciencia me acompañó permanentemente en la edición del texto; a la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico con la que me siento plenamente identificado desde antes de sus inicios y de su fundación, por el generoso auspicio en este proyecto personal; a la imprenta Gráfica Biblos por su dedicación y profesionalismo; a Suzie Sato Uesu, reconocida periodista y narradora de noticias en distintos medios de comunicación en las décadas de los 80 y 90 por su amable prólogo; y a cada una de las personas que hicieron que este proyecto sea una realidad. Por último un reconocimiento y agradecimiento a mi hijo Koki porque en algún momento del año 2017 me preguntó: “¿por qué no escribes tus memorias?” “Sería interesante que la escribas teniendo en cuenta todo tu recorrido, con las experiencias y vivencias en las que has sido protagonista”. Agradeciendo por haberme permitido ingresar a sus vidas y ahora a sus bibliotecas mediante este libro que significa tanto para mí, y esperando su comprensión por el contenido y que de corazón lo disfruten. Presento a todos mis amigos “La historia de mi vida”.
Índice
Prólogo
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Educación Primaria
17
Educación Secundaria
27
La tienda de la calle San Martín en Miraflores
37
Educación Universitaria
45
El fútbol en mi vida
57
Criollo de corazón
71
Maestro de ceremonias
85
Mi gratitud a las instituciones / Asociación Estadio la Unión (AELU)
97
Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacifico
109
Cooperativa Aelucoop
113
Hombre de confianza
115
Central de Cooperativas de Ahorro y Crédito Kyodai
117
Oportunidad desperdiciada de aprender el idioma Japonés
123
Experiencia Política
127
Experiencia Laboral
131
Mi aspiración de ser Notario
137
Notaria Isaac Higa Nakamura
143
Conociendo la historia de mis Padres
155
Mis hermanos Felipe y Fernando
177
Tanamoshi - Pandero
185
El sobre
189
La familia de Angélica
191
Angélica y yo, 50 años de la mano
197
Nuestra vida espiritual
205
Venciendo la enfermedad
209
Recorriendo el Perú y el Mundo
215
¨Criolladas¨ en los viajes
229
Mis tres orgullos
233
Mis siete maravillas del mundo
243
Epílogo
253
Isaac Higa Nakamura
Prólogo
Mis primeras palabras son para agradecer a Isaac Higa, en nombre de mi generación, el haber puesto en tinta indeleble aquello que tanto nos cuesta a los nikkei, expresar a nombre a propio. Nuestra colectividad tiene ilustres poetas, escritores e investigadores que de una manera u otra nos cuentan del rico legado de nuestros antepasados, pero Isaac abre su mente y su corazón, y nos cuenta las cosas tal como fueron, las vio y experimentó. Es la historia de un ciudadano sencillo que se despoja de su título de notario y nos deja ver a esa generación peruana que vivió la continuación de la historia de japoneses que llegaron al Perú con un solo objetivo, ser mejores personas y forjar mejores familias, con una gran pasado a cuestas. Particularmente, estoy conmovida por conocer algunos detalles sobre la vida de los inmigrantes japoneses, que mis padres, tíos y sobre todo mi querido abuelo Anju Uesu no lograron transmitirme. Ver la vida a través de los ojos ciegos de mi abuelo me hizo crecer con alta autoestima y un inmenso amor al Perú. Pero a la vez que apreciaba lo bueno de vivir en este país, desconocía algunas partes no muy agradables de la historia que, al igual que los padres de Isaac, también la vivieron mis queridos abuelos. Conocer a Isaac fue como abrir una caja de sorpresas. De apariencia tan sobria, casi un auténtico japonés de fachada, es en realidad un patriota, más criollo que la colección de oro que atesora la letra y música de nuestros autores y cantantes. No solo es un amante de la música criolla, sino también ha sido un experimentado bailarín del rico folklore peruano, en su época fue un gran futbolista y hasta ahora un talentoso maestro de ceremonias. Él simboliza la verdadera mixtura del ser un nikkei en el Perú.
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Prólogo
Leer estas memorias ha llenado algunos vacíos de mis recuerdos y estoy segura que muchos lectores, con quienes compartimos la historia de una familia japonesa, tendrán los mismos sentimientos. Nuestros recuerdos fueron contados de a pocos o quizá, por conveniencia, para ocultar el dolor, la impotencia y el sufrimiento que de tiempos no tan lejanos, fueron olvidados. Sin embargo, en este relato Isaac comparte sus emociones y recuerdos y fluyen en estas líneas muchos de los valores que hemos recibido, tales como, el agradecimiento, la modestia, el trabajo perpetuo, la solidaridad y procurar la unión de la familia. Las nuevas generaciones ven mucho más que las de ayer y ya no callan. Ellos preguntan más y se cuestionan con más criterio y análisis. Isaac Higa nos cuenta las cosas claras, con la lucidez de su experiencia de vida para que no solo su familia y sus amigos lo disfruten sino para que los lectores se motiven y se animen a contar también sus propias memorias. Las historias de familia no se deben olvidar y menos dejarlas en el olvido, solo así nos entenderemos a nosotros mismos y haremos que cada generación sea mejor que la anterior. Aplaudo a Isaac, quien con su relato le da un sonido a esa historias, a veces silenciosas de nuestra colectividad y nos demuestra de esa manera su valor, sentido del humor y amor a esta patria, que es también su patria.
Suzie Sato Uesu Licenciada en Ciencias de la Comunicación
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Educación Primaria
Promoción Enrique Guzmán y Valle. Compañeros con los que estudié la primaria en el Instituto de Aplicación Experimental de Planes y Programas. “Colegio Bolívar”.
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Educación Primaria
La formación, estoy convencido, se inicia en casa, pero es en el colegio donde se refuerzan esas primeras enseñanzas. Tuve la suerte de vivir a pocos metros de la que fue la primera institución educativa en consolidar los valores que me inculcaron en el hogar: el Instituto de Aplicación Experimental de Planes y Programas, en Miraflores, también conocido popularmente como “Colegio Bolívar”, por su ubicación en dicha calle. Tenía seis años y recuerdo levantarme y alistarme por mí mismo para ir al colegio. Me ponía el uniforme marrón claro; el clásico “caqui”, además de una corbata azul que nos distinguía de los demás colegios, que usaban la corbata del mismo color del uniforme. Mi colegio no era una institución militar, pero en nuestro uniforme portábamos los tradicionales “galones”. Yo llevaba los azules que eran propios de los alumnos de primaria; los rojos estaban asignados a los de secundaria. Éramos nueve personas en mi casa: mis padres, mis seis hermanos y yo. Pero nunca me faltó una taza de té o de café (en aquel entonces no era extraño que a los niños se les diera café en el desayuno) y un pan con mantequilla, antes de salir al colegio. Ese era mi desayuno, el que era reforzado en el colegio cuando nos servían leche fresca que la asistenta social preparaba en enormes ollas. Y a cada uno de los alumnos nos daban una vitamina que era aceite de hígado de bacalao. Para tener derecho a ese alimento teníamos que llevar nuestras propias tazas que eran de metal, las mismas que colgábamos de la correa. A pesar de ser un niño pequeño, yo iba caminando solo al colegio; la poca distancia y peligros en ese entonces me lo permitieron. Las clases empezaban a las nueve de la mañana, pero yo siempre llegaba minutos antes del inicio de la sesión escolar. En el “instituto”, como también conocíamos al colegio, inicié mis estudios en Transición en el año 1950, y luego estuve desde el primer al quinto año de primaria (no existía el sexto año). Es muy poco lo que me acuerdo de aquella época. Mis recuerdos son, más que nada, rostros. Los rostros de mis compañeros de aula, algunos de ellos de ascendencia japonesa como yo (Manuel Arakawa, Luis Miyagui, Pedro Harada, Carlos Higa y Eduardo Ishii (+)), que en más de una oportunidad fuimos víctimas de burlas, únicamente por nuestros rasgos orientales (“chino jalado con pita”, nos decían). También recuerdo el rostro del profesor enseñándome varios cursos. Él era el profesor Cangahuala, gordito y de baja estatura. En ese tiempo se estilaba que
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un solo profesor enseñara casi todas las materias. Es recién en mi siguiente año escolar que las experiencias vividas se convertirían en recuerdos imborrables en mi mente y corazón. Era 1952 cuando me tocó hacer el segundo año de primaria. Ese año conocí a Jorge Ruiz Huidobro Solís, quien sería mi profesor, yo diría que mucho más que un profesor. Un muy buen maestro, quien con sus actividades curriculares y extra curriculares supo ganarse el respeto y el cariño de los niños que tuvo a su cargo. Hoy, ese profesor al que tanto admiré, puedo decir con alegría y orgullo, es mi amigo.
Semblanza de un educador Jorge Efraín Huidobro Solís nació el 15 de febrero de 1928. Hijo del poeta, escritor y periodista José Ruiz Huidobro Suero y doña Constanza Solís. Casado con la educadora colombiana Belisa Ramírez Berrío. Padre de tres hijos y abuelo de tres nietos. Se recibió de profesor en la Escuela Normal de Piura, en 1949. Se especializó en Supervisión Escolar, en Censos y Estadística; becado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación; siglas en inglés). Educador para América Latina, becado por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura; siglas en inglés) y la Universidad de Chile. Me acuerdo de él en el colegio, siempre elegante. El terno combinado: zapatos marrones, pantalones marrones, saco sport y corbata crema. Además se cubría con un mandil para proteger el terno del polvo excesivo que botaba la tiza para escribir en la pizarra, que primero era una madera de color negro clavada en la pared del salón de clases, y después de color verde que era parte de la pared del salón. La relación que tuvo con sus alumnos fue buena y cercana, pero siempre creí, silenciosamente, que conmigo tuvo un especial afecto. Digamos que era su engreído. No había toma de foto en la que el profesor no me solicitara a su lado y nunca estaban ausentes sus abrazos conmigo. Lejos de encontrar estos actos como incómodos, los tomaba como una suerte de afinidad paternal.
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Educación Primaria
Mi única incomodidad era que mis compañeros notasen la predilección del maestro, algo que no sucedió. Con el tiempo, supe que esas muestras de cariño eran consecuencia de una naciente admiración que el profesor sentía por mí. En una reciente entrevista al maestro Ruiz Huidobro, él comenta: “Desde temprana edad demostró (Isaac Higa) su capacidad, inteligencia, el buen sentido de la amistad y compañerismo con su espíritu ameno y burlón. Destacó por el orden, limpieza, puntualidad en la entrega de sus trabajos”. El profesor Ruiz Huidobro fue un revolucionario de la educación. No solo se regía a su programa curricular, también nos inculcó el cuidado de las plantas y del medio ambiente, haciéndonos cultivar y regar el jardín del colegio. Algo que también hacía el profesor era coordinar visitas a otros colegios para que podamos jugar fútbol o básquetbol contra otros alumnos, o simplemente conocer e interactuar con niños fuera de nuestra institución. También visitamos parques y avenidas, donde conocíamos las historias del lugar. Recuerdo también que, estando en el quinto año, nos recomendó abrir una libreta de ahorros y para ello nos pidió que solicitáramos en nuestra casa la suma de cincuenta soles de oro (cuyo cambio a la fecha me es imposible recordar), para inculcarnos el hábito del ahorro. En grupo de diez alumnos nos llevó al Banco Popular del Perú, cuya oficina estaba ubicada en ese entonces en la esquina de la avenida Larco y Cantuarias en Miraflores, frente al Parque Central y el local de dicha Municipalidad. En la ventanilla del banco nos entregaron a cada alumno las respectivas libretas con la anotación de nuestros nombres, domicilio y el registro del depósito por cincuenta soles de oro. Eran actividades que podían parecer simples, pero que a la larga enriquecen el conocimiento, la personalidad, un mejor desenvolvimiento y trato con las personas. En aquella época, lo normal era que el profesor acompañase a su grupo de alumnos durante toda la primaria. Pero la lógica se “rompió” y para el siguiente año tuve un nuevo profesor.
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Con mi querido profesor Jorge Ruiz Huidobro SolĂs en la actualidad.
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Educación Primaria
Tercer año de primaria sin el profesor Ruiz Huidobro El nombre de mi nuevo maestro y el de mis compañeros era Pablo Livia Sánchez. Fue muy diferente al profesor Ruiz Huidobro, pero también reconocimos en él a un muy buen maestro. De escritura particular, extremadamente serio, no realizaba las actividades extra curriculares de mi profesor anterior. Sin embargo, supo ganarse el respeto y aprecio de la promoción, al punto que yo, particularmente, no sentí el posible impacto desfavorable del cambio del buen y querido profesor de segundo año. El muy buen trabajo del profesor Jorge Ruiz Huidobro no había pasado desapercibido. El mismo director del instituto, el profesor César Bravo Ratto, le pidió que se haga cargo nuevamente del segundo año y no del tercero como debió haberle correspondido. Y es que el hijo del mandamás de la institución cursaría el segundo año y el llamado a dirigir su educación en ese año no podía ser de otro. Al profesor no le quedó otra que acatar el pedido del director; aunque en un acto de respetuosa rebelión, exigió la devolución de su grupo para el año siguiente. Felizmente, el director aceptó. En cuarto año tuve de vuelta al profesor de las actividades extra curriculares, a la autoridad cercana a sus alumnos, aunque también sabía de castigos físicos. Recuerden que estábamos en los 50 y existían ciertos métodos y licencias que hoy podrían ser motivos de cárcel, pero el profesor era tan noble que hasta sus castigos llevaban una carga de aprecio hacia nosotros. Acérrimo hincha del Club Universitario de Deportes, su fanatismo llegaba a tal punto que, cuando su querida “U” perdía un fin de semana, su habitual buen estado de ánimo era trastocado los lunes. Obviamente, nosotros éramos las víctimas del daño colateral, con jalada de las patillas y reglazos en el “poto”. Aun así, le debo mi hinchaje por “la crema”. A lo largo de mi paso por la primaria me llevé enseñanzas invaluables, consolidé amistades que sigo frecuentando hasta ahora, a pesar de los años transcurridos. Era un salón de clases con veinticinco alumnos. Me permito citar a algunos de mis compañeros, además de los “jalados” ya mencionados, estaban: Javier Barboza, Miguel Aranda, Víctor Carrasco, Juan Chávez, Manuel Ulloa, Raúl Estacio, Enrique Lescano (+), Antonio Granda, Hugo Zelaya, Sergio Huaringa, Lorenzo Nolly.
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Anécdotas inolvidables Una anécdota -que me recuerda el profesor Jorge Ruiz Huidobro en uno de nuestros encuentros ya de viejos- es que en una de sus clases de religión, cuando contaba el pasaje referente a la huida de la familia de Jesús a Egipto por la persecución de Herodes, y narró que, por recomendación de los Tres Reyes Magos, José y la Virgen María con su pequeño hijo tomaron otro camino, yo levanté la mano y pregunté: “¿Señor, y el burro?, lo que provocó las carcajadas de todos en el aula. Lo que más me llama la atención es que el profesor, que este año (2018) cumplió 90 años, recuerda la anécdota como si hubiera sido ayer con una noble sonrisa. Pero, sin duda, la que más recuerdo fue cuando el profesor necesitó que un niño –que se apellidaba Bringas- estuviera bien uniformado, pues había asistido al colegio con un mameluco. Creo que el alumno tenía que hacer una presentación importante, así que mi querido profesor no tuvo mejor idea que pedirme que le prestara el uniforme a mi compañero y que él me diera su vestimenta. Me acuerdo de la vergüenza que sentí, tanto del momento de ir al baño para cambiarnos, como a la hora de volver al salón y sentir las miradas de extrañeza y de burlas de mis compañeros. En otra ocasión, cuando estábamos en el segundo año, ya nos había enseñado los nombres de todos los departamentos del Perú, divididos en Costa, Sierra y Selva. En una oportunidad, estando en el tercer año con el profesor Pablo Livia Sánchez, el profesor Ruiz Huidobro me mandó llamar para que me acercara a su salón de clases del segundo año y me pidió que les recitara de memoria a sus alumnos los nombres de todos los departamentos. Yo, con la seguridad que tenía de poder contestar la pregunta, comencé: “Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad, Ancash, Lima, Ica, Arequipa, Moquegua y Tacna”, y continué con los de la Sierra y la Selva. El profesor, delante de todo el salón de clases me felicitó y sentí que él estaba más que satisfecho por el “examen” rendido. Recuerdo también que, cuando estaba en mi último año de primaria, el maestro se nos acercó para darnos consejos de vida. Me acuerdo de uno en particular: nos reunía por grupos de cinco o seis alumnos, más o menos de la misma edad o de grado de madurez y nos aconsejaba que nunca fuéramos a las “casa de citas”. Se imaginarán que a mis doce años no sabía de lo que hablaba el profesor. Peor
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Educación Primaria
cuando con palabras suaves, para que pudiéramos entender en nuestra escasa madurez, se refería a “Huatica”, un jirón ubicado en ese entonces en pleno centro del distrito de La Victoria, muy cerca al monumento de Manco Cápac, como el lugar donde iban los hombres en busca de las “chicas alegres”. En nuestro colegio trabajaba una atenta señorita, su nombre era Beatriz Pacheco Arredondo. Era la asistenta social, siempre disponible para orientarnos en cualquier dificultad. La señorita Beatriz no solo era muy atenta para identificarse con todos los alumnos, sino que era muy simpática. De buena talla y figura, nosotros nos dimos cuenta que nuestro querido profesor le tenía mucha estima, diría que hasta se había enamorado de ella y los alumnos comentábamos, en voz baja, cómo buscaba cualquier pretexto para acercarse al salón donde ella laboraba para entablar una amena conversación. Esta fue mi maravillosa etapa de estudiante en la primaria. Creo que lo que diferenciaba la educación de antes con la de ahora era que primero estaba el alumno, su bienestar y asegurarse de que le vaya bien no solo dentro sino fuera del colegio.
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Con algunos de mis compaĂąeros de la primaria en el presente, junto al profesor Jorge Ruiz Huidobro y su esposa Belisa RamĂrez.
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Educación Secundaria
En 1955 terminé mi inolvidable permanencia en la primaria del Instituto de Aplicación Experimental de Planes y Programas de Miraflores. Para la siguiente etapa escolar había que elegir dónde estudiar la secundaria entre las grandes unidades escolares construidas durante el gobierno del general Manuel Odría. Para aquel entonces se tenía a la unidad escolar antes llamada Tomás Marsano, que luego cambiaría el nombre a Ricardo Palma, ubicada en la avenida Primavera, Surquillo. En el distrito de Lince se encontraba la unidad escolar Melitón Carvajal, mientras que en San Isidro se situaba el Alfonso Ugarte. Hubo otras grandes instituciones educativas emblemáticas también como el colegio nacional Nuestra Señora de Guadalupe, en la avenida Alfonso Ugarte, en el cercado de Lima; el colegio José María Eguren, en Barranco; y la unidad escolar Bartolomé Herrera, situada en Breña, entre otras. Finalmente, analizando la mejor ubicación del colegio y la manera más práctica de llegar al mismo, la Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte fue la elegida.
Camino al colegio…en tranvía El tranvía fue el medio de transporte público tradicional durante mi etapa de estudiante en la secundaria. Todos los días mis dos hermanos y yo tomábamos el tranvía con destino al colegio. El paradero de salida se encontraba a dos cuadras de nuestra casa, en la esquina de las avenidas Reducto y 28 de julio en Miraflores, y el de llegada nos dejaba prácticamente en la puerta del colegio, en el paradero del centro comercial Sears de aquel entonces.
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Mucha gente utilizaba el tranvía, por lo que los viajes no eran los más cómodos; sin embargo, el bajo costo del boleto y la rapidez del vehículo compensaban ese malestar. Llegábamos al colegio en veinte minutos pagando escasos veinticinco centavos de la época.
Colegio Alfonso Ugarte: descripciones generales La institución educativa emblemática Alfonso Ugarte fue fundada el 2 de junio de 1927. Desde 1952 se encuentra ubicada en la avenida Paseo de la República Nº 3530, en el distrito de San Isidro. Cuando estudié en el Alfonso Ugarte (1956-1960) existían tres tipos de educación secundaria: común, que era donde yo estaba; técnica, donde enseñaban talleres de mecánica, gasfitería, carpintería, entre otros. Y comercial, en la que se preparaban a los alumnos para desempeñar tareas de secretariado, mecanografía, redacción, archivo de documentos, etc. Cada año se dividía al alumnado hasta en cinco secciones (A, B, C, D, E); por tamaño y de menor a mayor estatura. Al ser uno de los más bajos, integraba siempre la sección “A”.
Primer año de secundaria y primera anécdota memorable Era mi primer año en el colegio Alfonso Ugarte y mi primera experiencia recibiendo lecciones de inglés, pues nunca las había recibido en la escuela primaria. Recuerdo que un día el profesor de inglés, apellidado Bautista, hizo que uno de los alumnos se acerque a la pizarra, tome la tiza y él le dice: “Escribe el número UNO en inglés”. Al rato nos dimos cuenta que nuestro compañero no sabía cómo escribirlo, así que empezamos a “soplarle” la respuesta. Lo que vino después fue realmente memorable. Al murmurarle la respuesta, nosotros le mencionamos la manera en que se pronuncia la palabra en inglés, no cómo se escribe. Por lo que nuestro compañero, inocentemente, atinó a escribir la palabra “guan”. Al ver lo que pasaba y escribía, quisimos evitarle aún más el ridículo. Lamentablemente no lo con-
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seguimos. Cuando nuestro confundido amigo terminó de escribir “guan”, nosotros le “soplamos” diciéndole discreta pero desesperadamente que así no se escribía, así que optó por cambiarla. Borró la letra “g” y la cambió por la “j”. Quedó “juan”. Se imaginarán lo que fue ese día. No pudimos más con las risas y carcajadas. Definitivamente, mi primera experiencia con el idioma inglés fue enriquecedora y, desde aquel día, un poco más divertida.
Del colegio a la tienda Mencionaba anteriormente que mis dos hermanos y yo íbamos al mismo colegio. Felipe era el mayor de los tres, yo el segundo, y el último Fernando. Pero el estudio no era nuestra única responsabilidad. A pesar de nuestra corta edad, mi hermano Fernando y yo teníamos el natural compromiso de apoyar en el negocio familiar. En la casa de Miraflores donde vivíamos de niños, teníamos una tienda de abarrotes, que a nivel popular se identificada como “el chino de la esquina” porque la mayoría de este tipo de negocios eran de propiedad de chinos o japoneses. Nuestra vivienda y el negocio formaban una sola unidad, en la que nosotros debíamos trabajar los sábados por algunas horas, en turnos divididos por el momento en que se servía el almuerzo. En aquella época se estudiaba los sábados hasta el mediodía. Esos días, al igual que los lunes, se hacía formación en el patio principal para cumplir con protocolos como el canto del himno nacional o del himno del colegio, los mensajes y recomendaciones de buen comportamiento y de estudio. A la salida de aquellos días debíamos “volar” directo a la tienda y poder trabajar el primer turno, que era más atractivo y beneficioso para el que llegaba primero al negocio familiar, sobre todo, porque era menor el tiempo de trabajo. La hora de salida de los sábados era ordenada y organizada; primero salían los de años superiores. Al ser un año mayor que mi hermano Fernando, tenía una pequeña ventaja para tomar el tranvía y llegar a casa antes que él, aunque a veces igual me ganaba. Nuestra tácita, porque nunca se habló al respecto, sana disputa se daba porque ambos queríamos llegar primero a nuestra casa-tienda.
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Cuando regresábamos del colegio empezaba el primer turno en la tienda, aproximadamente a las 12:30 del mediodía hasta la 1:30 o 2:00 de la tarde, hora en que almorzábamos. El segundo turno era de 3:00 de la tarde hasta las 6:00 pm., en el que mi padre despertaba de la siesta y relevaba al que terminaba con el segundo turno. El primer turno, aparte de ser más corto, nos permitía tener más tiempo de jugar fútbol por la tarde con los amigos del barrio. Mientras que el segundo turno era más largo, limitando el tiempo de patear el balón con los amigos. Eso era el porqué de nuestras carreras, donde un minuto marcaba sustancialmente la diferencia.
Educación y marcialidad Hablar de la educación que impartían las grandes unidades escolares era hablar de una educación de calidad, con valores como el amor a la patria. Todos los años en el mes de julio, conmemorando las fiestas patrias, mi colegio participaba del gran desfile escolar, donde participaban las grandes instituciones educativas emblemáticas. El desfile se realizaba en el Campo de Marte, en Jesús María, contando con la presencia de autoridades importantes, que a su vez hacían las veces de jurado. Y es que aparte de ser un megaevento en el que se rendía homenaje a nuestra patria, también era una competencia entre colegios, que tenía como premio no solo la entrega de un gallardete, que era una bandera en forma de triángulo, sino llenarte de un creciente orgullo que compensaba muchos días de ensayo y sacrificio. Para aquella importante celebración había que lucir una presentación impecable. El uniforme perfectamente planchado, zapatos cuidadosamente bien lustrados, entre otros aspectos. Los brigadieres de cada uno de los batallones del colegio usaban “escarpines”, que eran como unas botas de tela de color blanco que se colocaban en los tobillos como una forma de distinguirse del resto de los alumnos. Nos agrupaban en filas por orden decreciente de tamaño, medida que me colocaba en la última, pero eso lejos de amilanarme me hacía marchar con mayor
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intención, que sumado a las arengas que entre nosotros mismos nos dábamos, me motivaba muchísimo. Durante el desfile había que marchar con mucha marcialidad y fuerza, sobre todo cuando nos íbamos aproximando a la tribuna oficial donde se encontraban las autoridades y jurado. Faltando alrededor de treinta metros para marchar por delante de la tribuna, la orden del brigadier era hacer sentir nuestra presencia a su máxima expresión porque era el momento de la rigurosa calificación. Ya veinte metros después podíamos relajarnos un poco, esperando el veredicto del jurado. Recuerdo que mi colegio tenía una marcada rivalidad con el colegio Guadalupe, por lo que ganarles siempre era una alegría especial.
Mi “casi” pelea Estaba en cuarto año de secundaria cuando experimenté lo más cercano a intercambiar golpes con otro muchacho del colegio. Por supuesto que en el interior del colegio no estaba permitido pelearse, eso todos lo teníamos muy claro, pero había códigos traducidos en frases que comprometían a los dos implicados a hacer un pacto de caballeros para resolver sus diferencias a la hora de salida y fuera de la institución. Las frases más conocidas que sentenciaban el nada amistoso encuentro eran: “chócala para la salida” y “quién pisa primero la babita”. Con estas frases estaba todo listo para que se dé la pelea. La primera frase era un acuerdo verbal entre los dos en conflicto. La segunda frase ya era algo más elaborado: el grupo testigo de la disputa escupe al suelo y menciona dicha frase, momento en el que ambos peleadores deben pisar el nada agradable esputo. Ese acto, supongo, era el sello de conformidad de ambas partes. En una oportunidad, en medio de chistes y bromas, un compañero no tomó bien un comentario mío -comentario que ni recuerdo-, pero aquel fue suficiente para que mi compañero me comprometa a pelearme con él. A pesar de tener espíritu pacifista y de no gustarme la violencia no me quedó de otra que aceptar el desafío. Todo el tiempo previo me repetía: “¿Por qué acepté? ¿Y ahora qué hago?” No solo no me gustaba pelear sino que mi compañero era mucho más grande que yo, así que mis opciones de terminar de pie eran prácticamente nulas.
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Era la hora de la salida, la hora de la verdad. Ya no se podía hacer nada más que resignarse. Pero mis angustias interiores deben haber sido escuchadas por alguna fuerza suprema o divina porque no vi algún alboroto o algo que me indicara que la pelea estaba próxima a iniciar. Al parecer mi compañero consideró que el problema no debió ir a mayores, y así fue. Ese día pude regresar a mi casa sin golpes que padecer.
Añoranzas del tranvía A pesar de que el costo para viajar en el tranvía era ínfimo, como todo chiquillo travieso y con algo de picardía, me las ingeniaba para no pagar el pasaje. Para lograrlo había lugares estratégicos donde uno pasaba desapercibido; por ejemplo, en las agarraderas de las entradas o en los “troles”, que eran las uniones entre un tranvía y otro, a los que se llamaba “acoplado”. Para poder tener las manos libres (en esa época no se usaba mochila) guardaba mis cuadernos en el pecho, dentro de la camisa, sujetándolos con la correa del pantalón. Además planificaba y ejecutaba escapes maestros. Cuando veía que los cobradores del vehículo se iban acercando a mí para cobrar el monto del boleto, emprendía la fuga pero por los exteriores del tranvía. Fueron “palomilladas” de la edad que recuerdo con cariño. En la actualidad y con la evolución de la tecnología sería prácticamente imposible repetir lo que hice. Igualmente no recomiendo imitarme en ese sentido. El tranvía fue un medio de transporte muy bueno para la época, inclusive muchos piden el regreso de ese servicio. Aun cuando mucha gente lo utilizaba, hasta el punto de atiborrarlo, era un medio organizado. Eso debido en gran parte al respeto y educación que demostraba el común de las personas al interior del tranvía. Había asientos de a dos y difícilmente se veía a una persona mayor, discapacitada, con paquetes, embarazada o con hijos pequeños sin estar sentada. Los asientos eran verdaderamente reservados para ellos, muy distinto a lo que se observa ahora. Lo digo porque es habitual ver cómo muchachos se hacen los dormidos cuando saben que deben ceder su asiento.
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Una anécdota sobre mi “dilema mental” Una vez iba sentado en el tranvía camino al Cercado de Lima cuando me percaté de la presencia de uno de los auxiliares del colegio. En el colegio Alfonso Ugarte tenía profesores y auxiliares; estos últimos con funciones, entre otras, como la de cerciorarse que todo esté limpio, pasar lista, disponer que los alumnos limpien la pizarra, mantener la disciplina del salón de clases, etc. Mi educación y el hecho de tener presente que el auxiliar era una autoridad del colegio me decían que debía ponerme de pie y cederle el asiento a aquel auxiliar de apellido García, a quien llamábamos “carajito”, apodo que por respeto jamás se lo decíamos de frente. Al instante me ocurrió algo a lo que llamé “dilema mental”, es que sabía que debía cederle el asiento, pero en mi etapa de adolescente me daba cierta vergüenza dejarle el asiento “caliente” a alguien, así que decidí no levantarme. Al poco tiempo, la señora que estaba sentada a mi lado se levantó para bajarse del tranvía. Lo lógico era que me pasara a su asiento, que era el que estaba pegado a la ventana porque yo me encontraba en el asiento más próximo al pasillo; de tal manera que el auxiliar pudiera sentarse en el que ocupaba. Sin embargo, siempre preso de mi particular vergüenza, opté por permanecer en mi asiento y decidí cederle el paso al auxiliar al lugar que ocupaba la señora. Al final creo que salvé la situación. Fue una manía que pudo costarme una imagen de mal educado que, gracias al cercano paradero de bajada de la señora que me acompañó en el tranvía, no fue así.
Terminando la secundaria (el viaje de promoción) Era mi último año de secundaria y el último en el colegio Alfonso Ugarte. Más o menos veinte alumnos recaudamos fondos e hicimos nuestro viaje de promoción, acompañados del profesor Cisneros. Los destinos elegidos fueron Arequipa y Cusco, vía terrestre; es decir, en bus. Luego de muchas horas de viaje, pero con muchos ánimos llegamos a Arequipa. Allí permanecimos durante una semana. Al llegar nos hospedamos en el colegio militar Francisco Bolognesi, en la zona llamada Selva Alegre. El colegio estaba equipado con los tradicionales ca-
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marotes propios de los militares; yo era de los que reclamaba dormir en la cama de abajo, por obvias razones de talla. Todos los días hicimos turismo visitando los lugares más emblemáticos y tradicionales de la “Ciudad Blanca”. Recorrimos la plaza de Armas, la Municipalidad, la Catedral, puentes como el Grau y el Bolognesi, el Mirador de Yanahuara y demás zonas turísticas. Luego partimos al Cusco. Ya en el Cusco nos hospedamos en una modesta pensión, en la que estuvimos durante una semana más. Al igual que en Arequipa, visitamos los lugares más atractivos de la ciudad: la plaza de Armas, la Catedral, las ruinas de Sacsayhuamán, Machu Picchu. En esa época no era tan complicado visitar esas atracciones que ahora están llenas de gente, sin contar los elevados costos e infaltables trámites administrativos. Estando en Cusco, un compañero nos invitó a una reunión social de un familiar suyo que vivía allá. Yo imaginé que se trataría de una reunión en la que se departiría comiendo algo, así que acepté la invitación junto con aproximadamente seis o siete alumnos de la promoción. La reunión empezó como la había imaginado. De pronto pusieron música, arrimaron la mesa y demás muebles, y llegó la hora del baile. Yo todavía no había aprendido a bailar, razón por la cual me movía de un lado para el otro como si tuviera algo que hacer, mientras anunciaba a mis amigos que ya debíamos regresar a nuestro alojamiento. Tiempo después aprendí a bailar, pero en ese momento mi desconocimiento me llenó de inseguridad. Terminados los siete días en Cusco volvimos a Lima renovados y llenos de alegría para cumplir con los últimos días de mi etapa como estudiante de secundaria de la Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte.
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Debe decir: Jugando por el equipo de fĂştbol de la Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte, donde estudiĂŠ la secundaria (1960).
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Vista panorámica de la casa-tienda de la calle San Martín 845 Miraflores, donde viví mi niñez y parte de mi juventud.
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Los inicios La inmigración de japoneses al Perú se dio principalmente con el objetivo de trabajar y regresar al Japón con el dinero obtenido de las arduas jornadas de trabajo. Unos llegaron a trabajar de agricultores, otros de obreros, pero algunos prefirieron –o no tuvieron otra opción- instaurar un negocio propio. Inicialmente mis padres llegaron a la casa de mi tío Seiei Higa, hermano mayor de mi padre, quien trabajaba en una tienda, en la cuadra dos de la calle Colón, distrito de Miraflores. Allí mis padres apoyaron en todo lo que pudieron y aprendieron acerca del negocio de manejar una tienda. Tiempo después y tras la Segunda Guerra Mundial que, entre tantos horrores, hizo nacer el odio entre chinos y japoneses, nos vimos obligados a dejar el negocio de la calle Colón. El dueño de la casa-tienda, apellidado Chang, de nacionalidad china, le exigió a mis padres un excesivo aumento en el alquiler del establecimiento, con una cifra imposible de pagar, que solo era un pretexto para no botarnos de frente. Afortunadamente, un amigo de mi padre de apellido Nakamoto, quien no tuvo más remedio que migrar a Estados Unidos producto de persecuciones y represalias contra él, le traspasó su propiedad ubicada en la calle San Martín 845, esquina con el pasaje Sucre, también en Miraflores. Aquella fue mi hogar durante mi niñez, adolescencia y gran parte de mi juventud. En esta, mi nueva casa, mis padres aplicaron todo lo aprendido anteriormente con mi tío y abrieron su propia tienda. En aquella época no se estilaba colocar un letrero con el nombre de la tienda, sino que se llamaba a los establecimientos por el apellido de la familia dueña del negocio o por la calle en donde se encontraba ubicado. Al haber más de una familia de apellido Higa en la zona de Miraflores, la gente optó por llamar a nuestro negocio familiar: “la tienda de Higa de San Martín”. En igual forma se identificó a otras familias: recuerdo, entre otros, a Higa de Esperanza, Higa de la avenida Grau, Kuniyoshi de La Paz, Kishimoto de Comuco, etc.
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La tienda abre sus puertas Se abría todos los días a las siete de la mañana y se cerraba a las diez de la noche, menos los domingos que se atendía hasta las nueve de la noche. Todos ayudábamos: mis padres, mis hermanas, mi hermano menor y yo. Al único que nunca vi trabajar fue a mi hermano mayor Felipe. Hasta ahora no sé por qué. Vendíamos diferentes productos como los que se pueden ver hoy en una tienda de abarrotes convencional, pero también teníamos a la venta productos a granel como frejol, arroz, azúcar, fideos, avena, sal, etc. Incluso vendíamos kerosene, líquido derivado de la destilación del petróleo, que antes se utilizaba con frecuencia en lámparas, estufas y cocinas. Vendíamos también “ron” que era un líquido como el alcohol y se utilizaba para prender el “primus” que servía para calentar la comida. Se vendían pañales para los bebés, los que antes estaban hechos de tela gruesa, además de poner a la venta los costalillos también de tela que en sus inicios traían la harina. Pero creo que lo que realmente diferenciaba nuestra tienda de las demás era la pulpería que funcionaba allí, nombre con el que antes se conocía a los bares o cantinas de hoy en día. La tienda estaba en una esquina y nos conocían también como “el chino de la esquina”. A pesar que éramos descendientes japoneses, no nos distinguían de los ciudadanos chinos para referirse popularmente de las tiendas.
La pulpería: mulas y lisuras La pulpería fue por demás austera, tanto así que no tuvo ni sillas, pero nunca faltaron los fieles clientes en busca de pisco y cervezas desde tempranas horas del día. Se nos hizo común ver a los fanáticos del alcohol desde las nueve de la mañana. Por supuesto que este fue un ambiente que nunca me agradó. Cuando las horas iban pasando, los vasos de cervezas desfilando y las “mulas” recorriendo el local (se le llamaba mula a una botella pequeña que contenía pisco que los borrachitos servían en una pequeña copa que se pasaba de mano en
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mano), las conversaciones pasaban a convertirse en acaloradas discusiones que no estaban exentas de gritos, lisuras y demás groserías. Lo más frustrante fue no poder o no tener la autorización de pedir que bajaran el volumen de voz y dejaran de gritar su vocabulario soez, seguramente por el temor de incomodar a los clientes, aun cuando se encontraban en completo estado etílico. Esto me obligaba a atender a los clientes de la tienda lo más pronto posible para que no fueran testigos de las groserías que se escuchaba en la cantina. Por si fuera poco, estos mismos borrachitos, en su mayoría, se iban sin pagar la cuenta y los que pedían fiado jamás la pagaban. Recuerdo que aproximadamente en 1965 hubo elecciones generales en el país para renovar a las autoridades y las disposiciones vigentes en esa época aplicaban la llamada “ley seca”. Como las elecciones se desarrollaban el día domingo, desde el viernes anterior y hasta el lunes estaba prohibida la venta de licores, de tal manera que la cantina dejó de atender por esos días y en adelante; es decir, no se abrió más.
Buenos vecinos, buenos clientes Afortunadamente, no todos pedían fiado y nunca pagaban su deuda. También tuvimos en el barrio muy buenos vecinos, de reconocidas familias de ayer y de hoy como los Berckemeyer, Dreyfus, Forsyth, Lavalle, Prado, Salazar, Ferruzo, Fox, Urteaga, Dulanto, Del Solar, Zapata; que sí gozaban de nuestro absoluto respeto y confianza. Fue con alguno de ellos que creamos un sistema de crédito, que consistía en apuntar los montos a pagar de cada familia en papeles y esos papeles los colocábamos en ganchos dentro de la tienda. Ellos gozaron de plazos de pagos de entre siete a diez días, los que nunca dejaron pasar sin haber cancelado su deuda. También implementamos un servicio de “delivery” y mi hermano Fernando y yo éramos los encargados de llevar la mercadería a domicilio en bicicleta. Recuerdo que la familia Lavalle era la que más optaba por nuestro servicio y yo les entregaba el pedido sin cobrar en ese momento, en señal de absoluta confianza.
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La tienda y mis complejos Confieso que la tienda no era motivo de orgullo para mí, más aun cuando de adolescente los complejos habitaban con frecuencia en mi cabeza. Era motivo de complejo para mí, el hecho de que los papás de mis compañeros del barrio trabajaran con terno y corbata (a pesar de ocupar cargos públicos) en alguna oficina y los míos no. Era tal mi vergüenza de trabajar en la tienda, que cuando veía por una ventana que algún profesor conocido, algún amigo o compañero de la universidad que no sabía que trabajaba en la tienda y que iban a entrar al negocio, me inventaba cualquier excusa para que alguien, ya sea uno de mis hermanos o uno de mis padres, me reemplazara momentáneamente y pudiera desaparecer de la escena. En general, no quería que nadie entre ni a la tienda ni a mi casa. Me avergonzaba el ridículo mandil, que por disposición de la Municipalidad de Miraflores se debía usar. Me acomplejaba también que las otras dos tiendas de la zona, cuyos dueños eran de nacionalidad china, fuesen más surtidas y modernas, y la nuestra austera y anticuada. Mi casa tenía un solo ambiente. No tenía sala y comedor como las de mis amigos, con las justas teníamos un mueble antiguo y un solo baño. Aún no me explico cómo pudimos usar un solo baño siendo nosotros nueve personas. La cuestión era que el ver a mis amigos con tantas comodidades no ayudó a mi frágil personalidad de aún adolescente lleno de complejos.
Policía de Investigaciones: licencia para cobrar En aquella época, la Policía Nacional del Perú estaba dividida en tres unidades: Guardia Civil, Guardia Republicana y Policía de Investigaciones. Fue precisamente los miembros de esta última la que nos hizo asiduas “visitas” a la tienda. Los integrantes de dicha unidad iban de civiles (sin uniforme) y entre los miembros de la colonia se les identificaba con la palabra japonesa “tantei”. No usaban uniforme pero se les podía identificar por la llamativa placa que portaban a la altura del cinturón del pantalón y que la mostraban como una forma
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de ejercer su “autoridad”. Aunque recuerdo que muchas veces uno los podía identificar por la forma de caminar, la ropa que usaban (generalmente se ponían casaca de cuero) y la forma de hablar no directa sino “dando vueltas”. Dichos policías iban seguido a la tienda, con el pretexto de inspeccionar las instalaciones de nuestro negocio para verificar que no haya nada fuera de la ley. Lo curioso es que siempre se encontraba algo que no estaba correcto, entonces antes de sancionarnos con una multa, en un acto de “desprendida solidaridad”, nos solicitaban un pequeño pago a cambio de no cancelar uno grande, que significaba pagar la multa. Con el pasar del tiempo, ya no se daban el trabajo de entrar a la tienda a inspeccionar, sino que simplemente solicitaban la generosa colaboración del encargado del local. Ese proceder de dicha autoridad siempre me pareció injusto y abusivo; quitarnos, aunque fuese poco, parte de nuestras ganancias, fruto de nuestro trabajo. Y por si fuera poco, en aquella época existía la costumbre que los días miércoles personas indigentes se acercaran a la tienda a pedir una “propinita”, que por caridad no pudimos negar, pero la verdad era que nosotros tampoco éramos millonarios. Fueron esas “contribuciones” una de las cosas que más me desagradó estando en la tienda.
Mis padres en la tienda Recuerdo que mi padre, a pesar de conocer y hablar el idioma, aunque con dificultad, tenía un trato frío y descortés con los clientes y eso enfurecía mucho a mi madre. Eran comunes respuestas simples y cortantes como, ante la falta de un producto: “no hay”. Pero peor me parecía cuando le compraban algo, por más simple que fuera, y él decía: “¿Solo eso va a llevar?”. Digamos que el servicio al cliente no fue su principal virtud. Pero de ese trato poco cortés y de la escasez de algunos productos en la tienda fue que aprendí ciertas mañas para la venta, no perder la amabilidad y sobre todo no incomodar al cliente. Por ejemplo: cuando un cliente preguntaba por una cerveza Pilsen y no había, me decía “¿y tiene cerveza Cristal?”. Yo respondía, sabiendo que tampoco teníamos la cerveza de esa marca: “tenemos la Trujillana”. De esta forma evitaba
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tener que decir, por segunda vez, que no había ninguna de las dos marcas de cerveza. Así, con este juego de palabras, podía mantener la amabilidad, evitando la incomodidad del cliente y de paso salvando nuestra falta de mercadería. Sin embargo, algunas veces no me salvaba de las críticas de los clientes que ante mi respuesta decían inmediatamente “ustedes nunca tienen las cosas para vender, no son como las otras tiendas”. En esos momentos, solamente tenía que quedarme callado y rogar para que no siguiera pidiendo otras mercaderías y tener que pasar por la vergüenza de dar las mismas respuestas si por mala suerte no teníamos lo que me estaban solicitando. Mi padre tenía la casi sagrada costumbre de tomar una siesta por las tardes para recuperar fuerzas y seguir trabajando. En ese momento, era reemplazado por cualquiera de mis hermanos o hermanas. Otra costumbre que tenía y recuerdo muy bien era que todos los domingos iba al Mercado Central para abastecerse de mercadería, aunque creo que lo que traía era para la casa y no para la tienda. Siempre llevaba un costalillo de tela en donde iba poniendo la mercadería a medida que iba comprando. Cuando me llevaba y para no perderme, yo me agarraba de una de las puntas del costalillo, donde generalmente había un limón que se acomodaba de las demás cosas que había comprado. En cuanto a las habilidades de mis padres diría que ambos fueron especialistas en el arte de crear bolsas de papel para vender las mercaderías que se despachaban a granel. Diseñaban las bolsas de papel de distintos tamaños; para medio, uno o dos kilos, dependiendo de la cantidad que solicitaba el cliente, ya sea para llevar harina, azúcar, arroz y otros productos. Estas bolsas las “fabricaban” utilizando los papeles en las que venía el azúcar de cincuenta kilos, y que por el peso y la forma como se transportaba en camiones, cada bolsa de azúcar venía hecha con seis o siete papeles que doblados formaban un bolsa grande, que eran amarrados por ambos lados con pita. Algo que compartí con él fue la pasión por el fútbol, pero también compartimos algo de la tienda. A veces íbamos al estadio y cuando regresábamos cogíamos de la tienda las conservas de carne ahumada y galletas para aplacar el hambre. Por otra parte, uno de los episodios que más recuerdo de mi madre fue la fortaleza física que tenía para caminar. Muy temprano y antes que abriera la tienda, desde Miraflores hasta un lugar conocido como Comuco en Barranco donde compraba huevos en la granja de los Kishimoto. Tenía que caminar porque en esos tiempos no había un medio de transporte que hiciera esa ruta.
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Además cargaba dos canastas, pero canastas grandes de paja en las que traía huevos tanto blancos como pardos o rosados. Confieso que hasta ahora, aparte del color, no sé en qué se diferencian. Mi madre sabía que yo fumaba en esa época, pero era algo que no lo hacía delante ni de ella ni de mi padre. Cuando ya de casado dejé la casa-tienda y regresaba solo de visita, mi madre me decía con instinto protector: “No fuma”. Pero con cierta picardía se las ingeniaba para colocar una cajetilla de cigarros de la tienda en algún bolsillo de mi ropa.
La tienda cierra sus puertas Así como relaté episodios malos, feos y vergonzosos sobre mi paso por la tienda, también experimenté buenos y divertidos como los recién narrados con mis padres. La mayor parte viví lleno de absurdos complejos, pero que poco a poco fui superando y fui madurando. A pesar de que ha pasado mucho tiempo, todavía tengo algunas interrogantes sobre la tienda: ¿Realmente alcanzaba lo que se ganaba allí para mantener a nueve personas? ¿Cuánto más era lo que se podía aumentar el precio a los productos? ¿Cómo mantuvimos el negocio durante aproximadamente veinticinco o más años, hasta la época en que contraje matrimonio? ¿Mis padres hacían los cálculos para incrementar un porcentaje entre el precio de compra y el precio que se vendía a los clientes? Algunas de estas interrogantes han sido aclaradas, otras solamente a medias. Fueron esos años en que funcionó el negocio familiar y tras el fallecimiento de mis padres fue mi hermano menor Fernando quien se quedó a cargo de la tienda, de la que me llevo enseñanzas de vida. Aprendí a ser responsable desde chico, a darle un valor muy grande al respeto a mi familia, al trabajo, al negocio, a los clientes y a mí mismo.
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Llegó a su fin mis días en el Alfonso Ugarte, y había que pensar en el futuro profesional. Yo crecí viendo a mis hermanas mayores pasar de la secundaria a la universidad, así que para mí no había demasiada opción: mi formación continuaría en la universidad, aunque confieso que no sabía qué ni dónde estudiar digamos por convicción.
El uniforme no fue suficiente Una de mis cuatro hermanas mayores (Mery) estudiaba en la Universidad Mayor de San Marcos y por ese entonces, más o menos en los años 1959 - 1960, se desarrollaban los juegos deportivos universitarios, que eran una especie de olimpiadas entre universidades. Recuerdo que mi hermana me prestó un polo de su universidad para que pudiese ingresar al Estadio Nacional. Ya dentro pude ver al equipo de fútbol de la Universidad Agraria que jugaba contra otro equipo, el que no logro recordar, pero eso fue lo de menos. Lo importante –en ese instante- fue que ya sabía dónde estudiar. Ver a ese equipo, pero sobre todo su uniforme (polo color verde con bordes amarillos en el cuello y en las mangas) me pareció espectacular, al punto de querer estudiar allí, ¿se imaginan? Pero ¿quién no se ha dejado llevar por los instintos y emociones alguna vez? Mi destino era la Universidad Nacional Agraria La Molina. Sabía que tenía que prepararme para el examen de admisión, razón por la que me inscribí en una academia preuniversitaria, que se encontraba ubicada en el jirón Chota, transversal con Paseo Colón, Cercado de Lima. Recuerdo que uno de los promotores de la academia era el ingeniero Julio Kuroiwa, reconocido sis-
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mólogo a nivel mundial, con una noble vocación de maestro durante casi sesenta años. Todos los días tomaba el tranvía hacia mi centro de preparación. Lo triste fue que solo duré un mes allí. Ya en la academia comprendí que mi gusto por el uniforme molinero del equipo de fútbol no era suficiente, o por lo menos no compensaba mi disgusto y poco entendimiento por la química, física y matemática. Sabía que esos cursos eran de vital importancia para poder ingresar. Lo tenía claro: la Universidad Nacional Agraria La Molina no era para mí. Tenía que pensar y buscar otra opción. Ya no podía tomar esa decisión tan importante pensando solo en lo atractivo que me resultara el uniforme deportivo de mi futura universidad. Todavía no sabía qué carrera estudiar, pero sí analicé cuáles eran los cursos que más me gustaban: Lenguaje e Historia encabezaban mi lista.
Letras en mi vida Mi elección tenía que llevarme a algo que tenga relación con esos cursos, de tal manera que la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú era lo más coherente a mis gustos. Mis hermanas habían estudiado en el Colegio Juana Alarco de Dammert de Miraflores. Mi hermana Mery había sido alumna de una profesora del colegio, la señorita Augusta Pimentel Carty, quien tenía una academia particular de preparación para el ingreso a la universidad, acondicionada en su misma casa, lugar donde continué mis estudios. Estaba ubicada en la calle Mariano Odicio en la Urbanización San Antonio, a unas quince cuadras de mi casa. Iba por las noches, dos o tres horas diarias. Éramos aproximadamente quince alumnos que veníamos de distintos colegios: Juana Alarco, Alfonso Ugarte, Melitón Carbajal, entre otros. Recuerdo que en la academia nos preparábamos para el examen de admisión estudiando de los distintos balotarios que había por cursos, pero se me viene a la mente, con mayor cuota de nostalgia y cariño, mi grupo de cuatro o cinco amigos con los que iba a repasar lo aprendido en la academia al Parque Reducto, que quedaba en San Antonio, frente a la Parroquia de la Virgen del Carmen Los Carmelitas y que,
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por coincidencia, fue la primera iglesia a la que concurría dominicalmente desde pequeño, incluida mi asistencia al catecismo los días sábados en la tarde. Allí, en aquel parque miraflorino, cada uno había elegido un camino entre las varias filas de árboles y continuaba estudiando y disfrutando de la naturaleza, aunque creo que si la naturaleza pudiera hablar no diría lo mismo, y es que eran tan constantes nuestras visitas a este parque que terminamos dañando, involuntariamente por supuesto, el césped que adornaba el recinto. Mi preparación fue constante. Fueron seis meses en los que realmente estudié a conciencia y, modestia aparte, me veía como nuevo “cachimbo” de la Universidad Católica. Pero antes hubo un acontecimiento digno de narrar y que traigo a mi presente con mucha alegría, pero también con eterno agradecimiento. Se acercaba el seis de diciembre, fecha imborrable para mí: el onomástico de mi profesora de turno, la señorita Augusta Pimentel. Hasta allí no se avizoraba problema alguno, el problema apareció cuando supe que, por costumbre y tradición, aquel próximo cumpleaños se celebraría y festejaría con baile incluido. ¿Cuál era la real preocupación? Desconocía de los más elementales pasos en una pista de baile; en buen cristiano, nunca había bailado antes. Era un compromiso al que no podía ausentarme de ninguna manera. La profesora sentía por mí un especial afecto, el que reflejaba al llamarme cariñosamente: “Higuita”, que entendía era una forma de mencionar mi apellido con aprecio. De allí mi afición por el portero colombiano de décadas posteriores, René Higuita, que no solo tapaba espectacularmente sino que también sabía jugar con la pelota en los pies, es decir, además de arquero era un defensa más de su equipo. Así que semanas previas a la fiesta tuve que recurrir, con carácter de urgencia, a mis hermanas mayores para pedirles que se convirtieran temporalmente en mis maestras de baile. El pedido de auxilio, felizmente, fue aceptado por mis hermanas Rosa y Constanza, quienes me enseñaron todos los ritmos que se tocaban en el momento: vals, bolero, paso doble, merengue, guaracha, etc. El día del gran acontecimiento comprobé que las lecciones habían sido fructíferas y, lejos del ridículo de no poder bailar o fracasar en el intento, pude coordinar más de un movimiento y acompañar a mis compañeras en la pista de baile, que era la pequeña sala de la casa/academia de mi profesora. El poco espacio ayudó a disimular, por la imposibilidad de moverme demasiado, mis aun carentes gracias artísticas. Finalmente creo que superé la prueba. La celebración fue un éxito; las risas parecían eternas, como los agradecimientos que tuve y sigo
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teniendo hacia mis hermanas.
Con mis compañeros de la academia de preparación para la universidad, dirigida por la señorita Augusta Pimentel Carty.
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Universidad Católica: mi casa de estudios Estuve en la academia de la profesora Augusta Pimentel hasta marzo del año 1961, pocos días antes del examen de admisión. La preparación fue exitosa y el ingreso a la Pontificia Universidad Católica del Perú fue el resultado de todos esos meses de mucho esfuerzo y dedicación. Era un orgulloso ingresante a la Facultad de Letras de la PUCP. En aquella época no existían los celulares, el internet, ni el correo electrónico. Los resultados se publicaban físicamente en vitrinas en el patio de la Facultad de Letras. El hecho de encontrar mi nombre como ingresante solo confirmó la humilde seguridad que tenía por obtener un resultado satisfactorio. Pero también confirmó el tradicional método que tenían los alumnos de años superiores para recibir a sus nuevos compañeros: el nada cuidadoso corte de cabello. Recuerdo que el alumno que me “agarró” y cortó el pelo fue Luís Antúnez, que en los años posteriores fue un excelente abogado que me ofreció su amistad. Dicho atentado a mi cabellera solo tuvo como destino la visita a la peluquería y verme en la obligación de cortarla al ras. Lo bueno es que también significó que era oficialmente un nuevo estudiante universitario. Estaba contento, sí, pero también experimenté un sentimiento de desconcierto. Los ingresantes a la Facultad de Letras, que por ese entonces se ubicaba al costado de la Iglesia de La Recoleta en la Plaza Francia, en el Cercado de Lima, se dividían en dos secciones (A y B), en cada una había cien alumnos aproximadamente. Estamos hablando de doscientos estudiantes. Lo desconcertante para mí fue ver cómo todos se agrupaban entre ellos, ya sea porque eran vecinos, porque se conocían de antes o por su condición social. Yo no conocía a nadie y no vi otro descendiente japonés con quien hubiera podido intercambiar palabras acerca de nuestros orígenes y tradiciones. Afortunadamente, ese desconcierto fue quedando atrás. Con el tiempo fui haciendo nuevos y buenos amigos. Consolidamos un bonito grupo de cinco integrantes con los que estudié y me divertí mucho. Las risas cómplices no se dejaron de oír en el cafetín durante los dos años de estudios generales en la Facultad de Letras. Recuerdo a mis amigos y ahora colegas Jesús Galleres, Luis Hernández, Julio Galindo, Ricardo Lora, con los cuales seguimos frecuentándonos.
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La primera etapa de dos años en la PUCP había culminado. Siempre manteniendo en la memoria a grandes maestros como José Antonio del Busto, historiador encargado de dictar el curso de Pre-Seminario, el que consistía en proporcionarnos nociones de investigación utilizando las fichas en las que resumíamos los libros de investigación de acuerdo con el tema propuesto; Luis Jaime Cisneros, filólogo, brillante profesor del curso de Lengua y Estilo; Onorio Ferrero, profesor de nacionalidad italiana que nos enseñaba historia universal, arte, conocimiento de las civilizaciones antigua; César Pacheco Vélez, historiador, entre otros. La Facultad de Derecho era mi siguiente gran peldaño.
Derecho hacia el éxito La Facultad de Derecho se ubicaba en el local del Instituto Riva-Agüero, en la cuadra 4 del jirón Camaná, Cercado de Lima. Para ir allá inicialmente tomaba el tranvía, pero este dejó de funcionar aproximadamente en el año 1965, lo que me hizo empezar a utilizar el servicio de colectivos que hasta ahora podemos ver circular. En estos largos autos, en los que podían ir hasta dos personas adelante sin contar al chofer y tres atrás, me acercaba a la Facultad, tomando como ruta inicial Paseo de la República- San Antonio, cuando aún no existía la Vía Expresa. También utilizaba el servicio de los colectivos en la ruta de la avenida Larco y la avenida Arequipa en Miraflores. Todos estos viajes diarios los hacía elegantemente vestido y es que para ingresar a las clases en la Facultad, uno debía registrar su puntual asistencia e ir en terno y con corbata. A pesar de no ser obligatorio su uso, la gran mayoría de alumnos vestíamos así y las alumnas con falda y saco, pues en esa época las damas aún no acostumbraban a usar pantalones. Las clases comenzaban a las ocho de la mañana y una característica muy particular en la facultad era que cada profesor en cada curso pasaba lista de asistencia y los alumnos debíamos tener un record de asistencia para tener derecho a dar los exámenes parciales. Tuve el orgullo de compartir clases con célebres personalidades como: Carlos Torres y Torres Lara, político; Domingo García Belaúnde, profesor de Derecho Constitucional; Luis Hernández Berenguel, brillante especialista en Derecho
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Tributario; Gino Pinasco, que en algún momento fue el presidente del club Universitario de Deportes, etc.
Con mis compañeros de promoción de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (2006).
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San Marcos en mi vida Al finalizar el tercer año de carrera, en 1965, tomé la decisión de trasladarme a la Universidad Mayor de San Marcos para culminar mi carrera en esa casa de estudios. Cuando me preguntan cuál fue la razón, yo respondo las que creo fueron las dos razones: la primera, que en la Católica me parecía difícil todo el procedimiento para dar el examen de grado y recibirme de abogado. Y la segunda, que el amor me llamaba desde San Marcos: mi hoy esposa Angélica estudiaba la misma carrera en el Parque Universitario. Podrán imaginar que a veces y, de acuerdo a la persona y situación en la que me encontraba, optaba por una sola de las dos respuestas. Debo confesar que en aquella época de estudiante, con veintidós años de edad, aún sentía cierto temor por ser descendiente de raza oriental y yo mismo sentía que, por este hecho, podría ser discriminado en el proceso de graduación en la Universidad Católica. Que las autoridades pudieran dar preferencia a los alumnos que eran hijos de abogados con estudios jurídicos ya establecidos y que – producto de mi imaginación- ellos podrían, más fácilmente, pedir fecha para el examen de graduación, considerando que dichos exámenes se fijaban solamente los días sábados (no todas las semanas) y con solo tres o cuatro alumnos por fecha. Recuerdo que otro hecho que me hizo tomar la decisión de trasladarme fue que algunos compañeros míos tomaron la misma decisión (aunque no por las mismas razones) y se trasladaron a la misma Universidad de San Marcos, al San Luis Gonzaga de Ica o a la Universidad Nacional de Trujillo. Por cierto, he de confesar que otra razón “de peso” fue estar cerca de Angélica; tener la oportunidad de verla con más frecuencia, conversar sobre nosotros, conocernos más (que hasta hoy día no terminamos), nuestras inquietudes, el futuro, el matrimonio, los hobbies, los temas o hechos relacionados con la Asociación Universitaria Nisei del Perú (AUNP) y, de paso, de los cursos y los temas que estábamos estudiando. Me trasladé a San Marcos para hacer mis dos últimos años de carrera. Confieso que en esta, mi última etapa, solo me dediqué a estudiar; es decir, mi vida social fue mínima. Me fue muy difícil consolidar fuertes lazos de amistad cuando mis horarios eran tan dispersos: un día llevaba un curso por la mañana, otros por la tarde o en la noche.
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Digamos que mi paso por la decana de América pasó desapercibido, pero fue allí donde culminé mi carrera. La ceremonia que certificaba que había terminado satisfactoriamente la carrera de Derecho fue en el Salón de Grado; agasajados por autoridades de la casa de estudios. Era oficialmente egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Mi preocupación por recibirme de abogado En los inicios del año 1968 ya no era un alumno universitario, sino un egresado de la universidad y la siguiente preocupación sería prepararme para convertirme en bachiller de Derecho y luego recibirme de abogado, y así culminar mis estudios de siete años. El primer requisito consistía en sustentar dos expedientes judiciales, uno relacionado con un proceso civil y el otro sobre un proceso penal. Para el expediente civil tenía que recurrir a los escribanos amigos (llamados también secretarios de juzgado) para que me facilitaran un expediente ya concluido con sentencia en primera instancia, con una decisión en la Corte Superior, la cual resolvía el recurso de apelación y la sentencia final de la Corte Suprema de la República, en tercera instancia, con resolución definitiva. No podía ser cualquier caso, sino un proceso con cierta dificultad; con argumentos sólidos de ambas partes en litigio e inclusive con decisiones contradictorias en primera y segunda instancia. De igual forma, el expediente penal requería contener una denuncia por un delito cuya sentencia disponía el internamiento del sentenciado en el penal denominado “Panóptico”, que quedaba frente al Palacio de Justicia, donde actualmente se ubica el hotel Sheraton. Si para conseguir el expediente civil buscaba a los escribanos amigos, para el expediente penal recurría a una amistad muy especial. Angélica ya era mi novia y, aún sin recibirse de abogada, ya trabajaba en el Tribunal Correccional de la Corte Superior de Lima. Aquella era el área de los expedientes penales, donde se encontraban los encargados de redactar los proyectos de las diversas resoluciones que se expedían en cada proceso penal. Recuerdo que para solicitar en “préstamo” un expediente se necesitaba hacer un trámite previo, presentar la solicitud y esperar que la Corte lo aprobara. Como dije, yo
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tenía la “recomendación” de Angélica y así fue cómo me resultó mucho más fácil obtener este “material” para sustentarlo o poder obtener el título de bachiller. Cuando me asignaron la fecha para sustentar los dos expedientes, era requisito entregarlos a los tres miembros el jurado para que ellos pudieran estudiarlos y formular las preguntas después que uno había concluido con la sustentación. Yo me había preparado convenientemente, incluso había hecho un resumen de cada caso y anotado los puntos más delicados y sobre los cuales consideraba que el jurado me iba a preguntar. Pude sustentar adecuadamente los casos y así puede obtener mi título de bachiller, como un paso importante y obligatorio para graduarme de abogado. Me encontraba en el penúltimo paso de mi carrera de estudiante universitario y solamente me faltaba alcanzar el título de abogado, para lo cual se necesitaba presentar una tesis, que era un trabajo de investigación sobre un determinado tema del derecho o el análisis de algún caso o norma legal vigente. En esas fechas se había aprobado un dispositivo que se denominó “Ley de Títulos Valores” y decidí hacer un análisis detallado sobre esa nueva norma legal, logrando, después de la sustentación, el ansiado título profesional.
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Sustentando mi tesis para graduarme de abogado (1968).
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Educación Universitaria
Ceremonia de incorporación al Colegio de Abogados de Lima Así concluyó mi etapa universitaria, la que me permitió convertirme en profesional, elevar mi autoestima, andar más seguro por la vida, sin complejos. Reafirmo las excelentes amistades que cultivé y agradezco a cada uno de los profesores por las lecciones brindadas que, por más pequeñas que hayan podido ser, han sido determinantes en mi formación como persona y abogado. Posteriormente, participé en la ceremonia en la que se confirmó que ya era abogado a nombre de la Nación, acreditando mi inscripción en el Colegio de Abogados de Lima. Para aquel feliz e importante acontecimiento de mi vida estuvo presente mi familia y mi gran orientador de estudios y de vida, mi querido profesor de primaria Jorge Ruiz Huidobro Solís y su esposa Beliza, quienes muy amablemente nos acompañaron a una cena en un restaurante miraflorino.
En la ceremonia de incorporación al Colegio de Abogados de Lima (1968).
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El fútbol en mi vida
Enrique Omar Sívori, mi ídolo en el fútbol.
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El fútbol en mi vida
Desde muy niño me gustó el fútbol. Mi afición por este maravilloso deporte la divido en dos partes: Mi afición por ver el fútbol y mi afición por practicarlo. En este capítulo de mi vida narraré mi relación con el deporte rey dentro y fuera de la cancha, en los campos de fútbol y en los de fulbito, cómo lo disfrutaba en el estadio y por televisión, mis equipos favoritos, mis ídolos y mi sueño de alguna vez ser futbolista profesional.
Mi primera experiencia (no tan buena) como futbolista Siendo un estudiante de primaria en el Instituto de Aplicación Experimental de Planes y Programas de Miraflores, más conocido como Colegio Bolívar, gracias a las gestiones de mi querido profesor Jorge Ruiz Huidobro de visitar otros colegios, pude practicar el fútbol desde pequeño compitiendo con los equipos de las distintas instituciones que visitábamos. Incluso llegué a jugar un campeonato relámpago en la Gran Unidad Escolar Tomás Marsano, que luego cambió el nombre a Ricardo Palma En el campeonato relámpago de aquel entonces jugaban varios equipos y se enfrentaban, no en dos tiempos de cuarenta y cinco minutos, sino de quince o veinte. Ganaba el equipo que más goles hacía; pero si ambos equipos empataban en cantidad de goles, el ganador era quien tenía más tiros de esquina a favor. En un partido contra el Tomás Marsano estábamos empatados en goles y tiros de esquina. Yo jugaba de defensa y la pelota estaba a punto de salir del campo, lo que significaría un nuevo tiro de esquina a favor y victoria del rival, así que hice todo lo posible por evitar el corner e intenté sacar la pelota al lateral. Lamentablemente, mi intento no llevó la suficiente fuerza, por lo que un jugador del equipo contrario, Elías Facusse -quien años más tarde jugaría en la profesional por el club Ciclista Lima- evitó que la pelota saliera enviando un centro que acabaría en gol para el Tomás Marsano. Al final lo que quise hacer para salvar a mi equipo tuvo un triste desenlace, ocasionando la ira de mi profesor.
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Primer gran recuerdo como espectador de fútbol Era el año 1953 y yo tenía diez años de edad, cuando mi padre me llevó al Estadio Nacional. Ese año el Perú organizó el Campeonato Sudamericano y mi padre no quería dejar pasar la oportunidad de que lo acompañe. Ambos tomamos el tranvía y nos dirigimos al estadio. Ya estando en la puerta, el encargado de revisar los boletos -al percatarse que mi padre solo llevaba un boleto consigo, seguramente suponiendo que por mi corta edad y baja estatura no me exigirían uno o porque simplemente no tenía dinero para otro- le informó a mi padre que yo no podía ingresar. Él, angustiado y utilizando su deficiente castellano, intentó explicarle al encargado de que ya estábamos allí y que yo era muy pequeño para regresarme solo a casa. Finalmente, el señor se compadeció de nosotros permitiéndonos el ingreso, no sin antes manifestar que sería la última vez que tendría esa consideración. Ya dentro del estadio buscamos nuestra ubicación en la tribuna de Oriente. Los asientos eran numerados, pero solo teníamos uno para los dos, así que no tuve más opción que ver el partido sentado en las piernas de mi padre. A decir verdad, la incomodidad fue en lo que menos pensé en ese momento, estaba frente al espectáculo más impresionante que haya visto jamás. El estadio lleno de espectadores, la luz artificial que por primera vez pude observar, el campo de juego de impecable presentación, poder ver a los jugadores tan cerca, etc. Una experiencia inolvidable. Aquel día jugaba nuestra selección contra la de Bolivia. El partido transcurrió normalmente y faltando cinco minutos el marcador estaba cero a cero. Desde aquel día en adelante, cada vez que íbamos al estadio, pensando en no toparnos con la gran cantidad de gente finalizado el encuentro, mi padre y yo nos retirábamos del recinto deportivo cinco o diez minutos antes de que termine el partido. Cuando llegamos a casa, fue grande nuestra sorpresa cuando escuchamos por la radio que el partido había terminado uno a cero, pero a favor de Bolivia. A pesar de que nuestra selección era bastante superior a la rival, de contar con estrellas de la talla del gran Alberto “Toto” Terry, Tito Drago, Vides Mosquera y de los compadres Guillermo Barbadillo y Valeriano López, habíamos perdido por autogol del defensor Joe Calderón.
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Fue el partido inaugural de ese campeonato y perdimos jugando en casa siendo los favoritos. Son los fenómenos del fútbol que hacen de este deporte tan hermoso y pasional. A partir de ese encuentro entendí que los partidos no se pueden dar por ganados antes de jugarlos y que no finalizan hasta que el árbitro dé el silbatazo final.
Paso celeste Ya estaba en la secundaria, en la Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte y seguía jugando al fútbol, incluso llegué a integrar la selección de fútbol del colegio. Mi deseo por jugar al fútbol incrementaba con el tiempo, llegando al punto de querer llegar a ser futbolista profesional. Además de jugar con mis compañeros de colegio también lo hacía con los amigos del barrio. Con ellos jugaba en la parroquia del colegio Carmelitas en San Antonio y fueron precisamente estos últimos los que me animaron a inscribirme en el Sporting Cristal porque sus papás tenían conexiones con el equipo. Sporting Cristal fue fundado el año 1956 tras comprar al equipo Sporting Tabaco, que era como antes se llamaba al equipo de aquella empresa de cigarrillos. Lo que diferenciaba abismalmente al equipo del Rímac de los demás equipos profesionales era su fuerte poder económico al estar patrocinado por la cervecería Backus, mientras que los demás equipos dependían, en su mayoría, de los aportes de los socios o donaciones de mecenas identificados con el club. Fue de esa manera como el equipo celeste pudo hacerse de los servicios de los mejores jugadores de la época, entre los que destacó Alberto “Toto” Terry, ídolo de Universitario de Deportes, por el que se pagó la irresistible cifra de cien mil soles de aquel entonces; sin duda una oferta difícil de rechazar. Empecé, junto a mi hermano Fernando, mi experiencia futbolística en la categoría Infantiles del Sporting Cristal. Recuerdo que íbamos a entrenar a la cancha de fulbito del estanco del tabaco, cruzando el puente, en el distrito del Rímac. Entrenábamos tres veces por semana de siete a nueve de la noche. Ya en la categoría juveniles tuve el privilegio de poder compartir sesiones de entrenamiento con el primer equipo, dirigido en aquel entonces por el entrena-
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dor chileno Lucho Tirado, una o dos veces por semana, en la cancha de fútbol de la Guardia Republicana, que quedaba en el distrito del Rímac. De esa promoción surgieron grandes jugadores que llegaron a jugar en la primera división y en la selección peruana como Nicolás “Tres Pulmones” Nieri, Eloy “El Doctor” Campos y el arquero Rubén Correa. Estando en el club tuve la oportunidad de participar en torneos internos. Jugamos en la cancha del Larco Herrera, en la avenida del Ejército, en el club Revolver en el Rímac, en la plaza de armas de Chosica, en una cancha que ya no existe; llegamos hasta el estadio Picasso Peralta, en el departamento de Ica. Mi paso por Sporting Cristal duró aproximadamente dos años, allí aprendí mucho como futbolista, gané mucha experiencia e hice buenos amigos. Mi gran afición por el fútbol me motivó ir a entrenar sin falta durante ese tiempo, incluso me escapaba del colegio Alfonso Ugarte al mediodía y tomaba el tranvía para llegar a la hora de los entrenamientos. Aunque tengo que confesar que me fui dando cuenta que la ilusión se fue diluyendo en el camino. Ser futbolista profesional no era sencillo y yo no reunía las condiciones, sobre todo físicas, para llegar a serlo. No tenía fortaleza en las piernas para patear muy fuerte la pelota.
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El fĂştbol en mi vida
Diploma de reconocimiento de parte del club Sporting Cristal.
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Jugando en el Estadio Nacional Terminado mi paso por el club Sporting Cristal me invitaron a jugar en el club San Antonio, sin imaginarme que tendría la oportunidad de jugar en el mismo Estadio Nacional, pero mayor fue mi sorpresa cuando me enteré que el partido sería contra el Sporting Cristal; es decir, mi ex equipo. Fue muy emocionante reencontrarme con los amigos que había dejado tiempo atrás en dicho club. Jugamos de “preliminar”, antes del partido de fondo entre equipos profesionales. La experiencia fue por demás memorable; jugar donde vi a mis ídolos conducir con destreza la pelota o anotar goles de gran factura fue algo indescriptible. Increíblemente no recuerdo el marcador final, eso fue lo de menos. Lo imborrable para mí fue el hecho de pisar por primera y única vez nuestro estadio más representativo, reencontrarme con las viejas amistades, pero sobre todo sentirme siempre, provisto de mis chimpunes “Olímpicos”, la estrella del fútbol que desde chico soñé.
Fútbol por TV Me acuerdo que la primera vez que pude ver fútbol por televisión fue en el año 1959, tenía dieciséis años y la televisión era la gran novedad del momento. La imagen era en blanco y negro, pero se pudo empezar a disfrutar de los partidos desde la comodidad del hogar sin tener la necesidad de ir al estadio, para los que no gustaban o se les complicaba hacerlo. Mi primer recuerdo televisado fue el partido entre Perú y Brasil por el Campeonato Sudamericano, realizado en Buenos Aires - Argentina. El marcador fue de dos por bando, con goles peruanos de Juan Seminario. Está de más decir que el equipo peruano del 59 era muy bueno y derrotó a Uruguay por el mismo campeonato. El problema era que en mi casa aún no teníamos un aparato de televisión, por eso con un grupo de amigos del barrio nos fuimos a una heladería que se llamaba Niza, que quedaba en la avenida Benavides frente al Parque Reducto en San Antonio, la cual tenía instalado el televisor, pudiendo ver el partido desde
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la ventana de ese negocio. Hoy por hoy la televisión se ha convertido en uno de los artefactos más modernos y sofisticados del mundo, con imágenes de alta definición y sonido propio de las mejores salas de cine. Ver fútbol por televisión en la actualidad es una experiencia espectacular; sin embargo, el pequeño televisor del 59, que ahora es solo un objeto en desuso, en su momento fue un motivo para programar con mis amigos ir a la heladería y “gorrear” la pantalla.
Del fútbol al fulbito Jugué fútbol en el colegio, en la universidad, en el Sporting Cristal, en la AELU, entre otros, pero ya me había dado cuenta de que el fútbol no era para mí, por lo menos profesionalmente hablando. Sentía que no tenía la fuerza suficiente que se requiere para practicar este deporte a ese nivel. Felizmente no tuve que abandonar por completo la pasión de pegarle a la pelotita. Encontré en el fulbito el lugar adecuado para mí, un lugar donde la falta de fuerza podía ser largamente compensada con habilidad y picardía, cualidades que siempre me acompañaron. Tuve la oportunidad de poder jugar desde que era estudiante en las facultades de letras y derecho de la universidad Católica y también en los equipos de fulbito de todos los centros de labores a los que pertenecí; como por ejemplo, en el Ministerio de Vivienda, Entur Perú, Ministerio de Pesquería, Empresa Minera Tintaya, etc., distintos lugares de trabajo a los que llegué por las amistades que hice destacando en el fulbito. En mis inicios como jugador de fulbito jugaba de delantero, luego pasé de mediocampista y tiempo después pasé a la defensa. A pesar de ser derecho siempre me gustaba jugar por la izquierda por mi estilo de juego. Era muy técnico para jugar, parecido a los “cara sucia”, como se les conocía a los jugadores del club Defensor Lima, que eran pequeños y buenos manejando la pelota. Por ejemplo, cuando jugaba fulbito en el Estadio La Unión hice más de una “huacha” , lo que hacía que me ganara el aplauso de mis compañeros o del público simpatizante de mi equipo, pero para el jugador al que se la hacía era una manifestación de burla o humillación. Razón por la cual el rival ya me iba a marcar con una dosis extra de malicia y sed de venganza, lo que me obligaba a 1
1 Término popular que se usa cuando la pelota pasa entre las piernas.
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deshacerme de la pelota más rápidamente antes de recibir la caricia del jugador humillado. Cuando estuve trabajando en la empresa minera Tintaya formé parte del equipo de fulbito de la alta dirección de la empresa y en una ocasión nos enfrentamos al equipo de administración, que incluía algunos obreros y era mejor equipo que el nuestro. El partido se jugó en la cancha de fulbito del parque Mariscal Castilla en Lince. 2
Yo jugaba de defensa por izquierda y me “cabreé” hasta dos jugadores del otro equipo. La jugada hacía pensar que seguiría con la pelota, me cabrearía a algún jugador más y patearía al arco rival, pero –ante el desconcierto de los jugadores contrarios- decidí pasarle el balón en diagonal a un compañero que solo tuvo que empujarlo para anotar el único gol del partido, con el que le ganamos a aquel equipo superior teóricamente, pero ya ven que en el fútbol y en el fulbito no está nada dicho. También supe de criolladas en el fulbito. Una vez, jugando en la cancha de Correos, en Breña, el equipo rival debía cobrar un tiro libre por una falta que habíamos cometido. La pelota la tenía un jugador contrario, pero metros más atrás del lugar donde se había cometido la falta; por lo que pateó el balón hacia adelante para que un compañero cobrase la falta en el lugar que correspondía. Yo sabía la real intención del jugador, pero también pensé en escasos segundos que era la oportunidad perfecta para robar el balón, argumentando, si era necesario, de que para mí ya se estaba cobrando el tiro libre. No solo conseguí robar la pelota sino que también me cabreé a un defensa y metí gol, causando la natural molestia del equipo rival. Luego solo atiné a decir “inocentemente” que creí que ya estaban jugando. Yo lo tomé como una simple picardía, pero el equipo rival me recordó uno que otro familiar que no tenía la culpa de nada. Recuerdo que, más por una cuestión de diversión y de “meter vicio”, pasé a jugar de arquero. Si bien no tenía la talla o la agilidad propia de un arquero a la hora de lanzarse por el balón, sí tenía buena ubicación cuando el equipo contrario realizaba los remates al arco, además tenía el atrevimiento de salir jugando con la pelota en los pies hasta el arco rival, incluso marcando muchos goles.
2 Término popular que se usaba cuando uno sorteaba o esquivaba a jugadores del equipo contrario.
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Jugué de arquero los domingos en el club El Bosque de Chosica y en el club Terrazas de Miraflores, y los sábados en las empresas eléctricas con grupo de abogados. Incluso en una oportunidad viajamos a la ciudad de Huaylas en el
departamento de Ancash jugando un partido que ganamos gracias a un gol que hice saliendo desde mi área hasta llegar al arco contrario. Hasta hoy en día cuando me cruzo por la calle con algún integrante de estos equipos, aun cuando no recuerdo los nombres de varios de ellos, me saludan muy afectuosamente, haciéndome recordar con algún comentario cariñoso y de reconocimiento, mi paso defendiendo el arco de aquellos equipos.
Jugando de arquero para el equipo de los “masters” del club El Bosque en Chosica.
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Enrique Omar Sívori, mi ídolo En 1957, se llevó a cabo en Lima el Campeonato Sudamericano de Fútbol. Por supuesto que mi presencia en el Estadio Nacional no se hizo esperar, pero aparte de ir a alentar a mi selección quedé muy impresionado con la forma de jugar de un futbolista argentino. Era un gran delantero que usaba la 10 en la espalda y jugaba con las medias caídas y el polo fuera del short. Su nombre era Enrique Omar Sívori, “El Cabezón”. En aquel campeonato, Argentina salió campeón con Sívori en la delantera. Realmente fue un equipazo que ganó todos sus partidos a las selecciones de Colombia, Ecuador, Chile, Uruguay y al mismo Brasil, que sería el siguiente campeón del mundo en 1958. Solo un equipo pudo derrotar a la máquina albiceleste: el Perú por 2 a 1. El Cabezón anotó tres goles en ese campeonato. Enrique Omar Sívori representaba el fútbol criollo, de potrero argentino, por lo que era un jugador gambeteador, pícaro, pero también muy temperamental y, a pesar de su baja estatura, poco o nada le interesó para ponerse de igual a igual para responder alguna afrenta rival. Sin embargo, ese temperamento también fue el causante de continuos enfrentamientos con sus entrenadores de turno, lo que significó, en muchos casos, su salida de esos equipos. “Yo quiero un equipo con diez desconocidos. Les aseguro que no necesito más. Después lo pongo a Sívori y estamos listos para salir campeones”, fueron las palabras de Renato Cesarini, hombre que descubrió a Enrique Omar Sívori en un potrero de San Nicolás, en Buenos Aires. Desde ya, Cesarini había descifrado que estaba ante una mina de oro. Enrique Omar Sívori fue ídolo por donde jugó: River Plate, Juventus y Nápoli, veinte años antes de la llegada de Diego Maradona. Jugó el Mundial de Chile 1962 con la selección italiana (adquirió la nacionalidad italiana) y llegó a ser Balón de Oro en 1961. Tuve, sin duda, la suerte de poder verlo exhibir su buen juego, tanto con su selección como con el River Plate. En esa época se acostumbraba que clubes de otros países como Argentina, Colombia, Brasil, entre otros, vengan con sus equipos para jugar partidos de pre temporada durante el verano. Fue en esas ocasiones que pude disfrutar del juego y goles de quien se había convertido en mi ídolo, con camiseta del club del Río de la Plata. Desde aquel entonces, coleccioné
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y coloqué en un cuaderno todas las fotos de los periódicos en donde aparecía Enrique Omar Sívori, recortes que conservo hasta el día de hoy. También admiré a otros grandes jugadores peruanos como: Alberto “Toto” Terry, ídolo de Universitario de Deportes; Guillermo Delgado, otrora defensa central de Alianza Lima. Y disfruté también de grandes arqueros como: René Higuita, portero colombiano que jugaba muy bien con los pies; y Amadeo Carrizo, arquero de River Plate que tenía la virtud de enviar precisos pases a larga distancia. Además, me llamaba mucho la atención un medio campista del mismo River Plate, llamado Néstor Raúl Rossi, que se caracterizó por ser el líder de su equipo, inclusive arengando a sus compañeros con lisuras y palabras muy subidas de tono. Pero como ídolo me quedo con el jugador que llevó el potrero argentino rioplatense al servicio del fútbol europeo: Enrique Omar Sívori.
Y Dale “U” Cuando era niño y estaba en la primaria, el profesor Jorge Ruiz Huidobro nos manifestaba su hinchaje por el club Universitario de Deportes. Nos relataba historias y nos comentaba partidos jugados por el equipo de sus amores. Era tan influyente la “U” en su vida que su estado de ánimo, empezando la semana, dependía del resultado obtenido por su equipo el fin de semana. Esto hizo que inclinara mi atención por seguir los partidos de Universitario de Deportes; así, gracias a mi querido profesor de primaria, empezó un eterno romance con “La Crema”. Comencé a ir al Estadio Nacional a ver jugar a la “U” y me gustaba ir a la tribuna de Oriente. Yo sabía, por relatos del profesor en clase, que él también iba a la misma tribuna pero al sector Oriente Alta. La tribuna de Oriente se dividía en Orienta Baja, Oriente Intermedia y Oriente Alta. Recuerdo que, a pesar de tenerle un gran aprecio, para evitar encontrarme con el profesor, quien siempre me trató con especial afecto en el colegio, pero que en el estadio podría ser incómodo, nunca iba al sector Oriente Alta sino a cualquiera de los otros dos. Considero que soy hincha de Universitario de Deportes por el profesor Jorge Ruiz Huidobro. También le tengo un profundo cariño al club River Plate de Argentina, esto gracias a ver a mi ídolo Enrique Omar Sívori con esa camiseta. Finalmente, simpatizo con el Real Madrid de España, el equipo más ganador del
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Viejo Continente.
Fútbol: pasado y presente Cuando era niño y jugaba con los amigos del barrio con la pesada pelota de cuero, aquella con blader y pichina , que uno pensaba dos veces antes de darle un golpe de cabeza, soñaba con convertirme en una estrella del fútbol mundial. Mi sueño fue quedando en el camino, como seguro le ha pasado a muchos niños y jóvenes, pero lo que mantengo es la pasión casi desmedida por el fútbol. 3
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En el transcurso de mi vida tuve la oportunidad de viajar y disfrutar del fútbol en otras latitudes; por ejemplo, pude apreciar uno de los partidos más atractivos del mundo: Boca Juniors vs. River Plate, en la mítica cancha de la Bombonera de Argentina; en Chile pude ser testigo del clásico Colo Colo- Universidad de Chile; vi jugar al Real Madrid en España, al Paris Saint Germain en Francia y a la liga norteamericana (MLS) en los Estados Unidos. Ya no voy al estadio por una cuestión de seguridad, pero sigo los partidos de las ligas más importantes de Europa por la televisión (española, inglesa, italiana y francesa) y sigo también la Copa Libertadores y la Liga de Campeones. Hoy a mis 75 años he dejado de jugar fútbol y fulbito, pero hasta hace tres años lo hacía y con la misma ilusión de cuando era un chiquillo.
3 Cámara interior de las pelotas antiguas. 4 Lugar por donde se inflaban las pelotas.
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Criollo de corazón
En esta etapa de mi vida, en la que he tomado la aventurera decisión de redactar mis experiencias y vivencias, en muchas de ellas me detengo a pensar: “¿Cómo fue posible?”. Por ejemplo, ¿cómo fue posible que nueve personas (mi familia) hayamos podido dormir en una misma habitación y usado un solo baño? ¿Cómo fue posible que haya desaprovechado las múltiples oportunidades que tuve para aprender el idioma japonés? Dentro de los “¿cómo fue posible?” de mi vida incluiría: ¿cómo fue posible que a un niño de doce años, hijo de inmigrantes japoneses y que nunca había visto a nadie oyendo ese género musical, le haya gustado la música criolla? Es uno de los enigmas de mi vida. Lo cierto es que la música criolla es una de mis grandes pasiones.
El inicio de la pasión Estaba en quinto año de primaria cuando un día al mediodía escuché, vía Radio El Sol, a los Troveros Criollos y nació mi pasión por la música criolla. En 1955 existía un programa radial en el que agrupaciones criollas cantaban y tocaban en vivo. El programa se transmitía por la señal de Radio El Sol, a las 12pm. Este segmento criollo era conducido por Julio Morales San Martín, quien además de locutor y periodista, era un gran poeta. Un día encendí la radio y puse el dial en la frecuencia de Radio El Sol, cuando una maravillosa guitarra y una prodigiosa voz me cautivaron. Escuché por primera vez a los fabulosos Troveros Criollos, y desde ese momento supe que
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sería un fanático de la música criolla, teniendo a los Troveros Criollos como mis ídolos dentro del criollismo.
Los Troveros Criollos Este dúo fantástico (que luego pasó a ser un trío) despertó en mí no solo una –hasta hoy- inexplicable afición por nuestra música bandera, sino también despertó al velocista que llevaba escondido. Me explico. El horario de estudio que debía cumplir en la primaria era de 9am a 12pm y de 3pm a 6pm; es decir, mi primera salida era al mediodía, misma hora en la que empezaba mi programa criollo favorito por radio. A pesar de vivir a tan solo dos cuadras del colegio, que en términos de tiempo no representaba más de cinco minutos, aun así no quería perderme ni esos escasos minutos de programa, por lo que emprendía mi carrera unipersonal, digna de corredor olímpico, del colegio a la casa. A ese punto llegué por el deleite de escuchar nuestra música criolla, en especial a los Troveros Criollos. Los Troveros Criollos fueron –y seguirán siendo- uno de los dúos más representativos del género criollo, que pasó por varias etapas y en cada una podemos resaltar el legado artístico que nos regaló. En su primera etapa estuvo conformado por Luis Garland (director, primera guitarra y segunda voz) y Jorge “El Carreta” Pérez (primera voz y segunda guitarra). Ambos músicos talentosos popularizaron, junto al apoyo del reconocido compositor Mario Cavagnaro, el género de replana en sus canciones. Algunas de ellas fueron: “Yo la quería patita”, “Afane otro estofao”, “Tupido para la finca”, “Desembólate chotril”, “Carretas aquí es el tono”, “Cutato, ¿por qué te baten?”, “Cántame ese vals, patita”, entre otras. La replana era el hecho de introducir la jerga de la época en las canciones. Por ejemplo:
“Vámonos a un Jaramillo o sino donde Santana donde hay palos trinadores, feligresas a granel, cuando estemos en la mesa tú te vas de Miranda a ver cómo anda Patiño en la compañía Ollanta.
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Mientras yo esté con Cervantes, con Picaso y Chichisola le preguntas a la chola si hay tupido comesal, porque Ambrosio cuando ataca a las dos de la mañana uno está como Leonidas sin saber qué cosa hacer. Hoy en día en Jaramillo solo hay pan y sin quesada, cuando mucho Caferata pero Cómena no va, por eso yo soy Cabrera cuando voy donde Santana y si Cómena no canta me voy con mi trinador” Letra de “Vámonos de Jaramillo”, vals que incluye apellidos para describir la invitación a un cumpleaños con guitarras, pero que hay que asegurarse previamente que haya abundante comida. Hoy en la fiesta solo hay pan con queso y café, y como estoy con hambre y son las dos de la mañana y no hay comida; por eso, yo me voy del santo con mi guitarra a otra parte. En una segunda etapa dejaron de ser un dúo para convertirse en un trío. Los nuevos integrantes fueron: Humberto Pejovés (primera voz) y José Ladd (segunda guitarra y tercera voz). Luis Garland permaneció en la agrupación. Juntos conformaron un trío versátil y exitoso. Sus principales éxitos fueron dos valses: “Luis Pardo” y “Romance en la Parada”, del compositor Augusto Polo Campos. Manuel Acosta Ojeda, reconocido compositor peruano, manifestó: “El trío los Troveros Criollos, de Lucho Garland, Humberto Pejovés y Pepe Ladd, fue en cuanto armonía de voces y guitarras –a mi modesto parecer- el mejor trío criollo de todos los tiempos”. Particularmente, me quedo con el dúo de los Troveros Criollos compuesto por Lucho Garland y Jorge “El Carreta” Pérez como mis ídolos criollos.
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Los Troveros Criollos, mis ídolos. Lucho Garland y Jorge Pérez en el tranvía.
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Con mi esposa AngĂŠlica imitando a Los Troveros Criollos en el tranvĂa.
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Presentaciones Desde muy chico tuve a la radio como mi compañera ideal del mediodía, pero con el tiempo también descubrí lo fascinante que era ver en vivo a muchos de los intérpretes que solo podía disfrutar por la amplitud modulada de Radio El Sol. Comencé a asistir a los conciertos, en especial a los del Teatro La Cabaña, ubicado en el Parque de la Reserva, en el barrio de Santa Beatriz-Cercado de Lima. Allí se presentaba otra gran agrupación de la época, que en un inicio no supe disfrutar debido –según yo- a la voz llorona o chillona de Rómulo Varillas: Los Embajadores Criollos. Pero con el tiempo descubrí que más allá de la voz, afloraba un profundo sentimiento a la hora que interpretaban. Eso es la esencia del criollismo. Rómulo Varillas (primera voz y segunda guitarra) estuvo acompañado por Alejandro “Chino” Rodríguez (primera guitarra) y Carlos Correa (segunda voz), quienes juntos eran conocidos como los “cantores del pueblo” por su manera de entonar los valses. En este mismo escenario tuve la oportunidad de apreciar al gran decimista Nicomedes Santa Cruz, su hermana Victoria y su conjunto Cumanana, revalorizando la música negra. También pude deleitarme con las soberbias presentaciones de Fiesta Criolla, Edith Barr, Jesús Vásquez, Los Dávalos, Los Romanceros Criollos, Los Morochucos, Óscar Avilés, Rafael Matallana, Alicia Maguiña, Alicia Lizárraga, Esther Granados, Roberto Tello, Lucía de la Cruz, Bartola, Lucy Avilés, Lucha Reyes, Eva Ayllón, Eloisa Angulo, Nedda Huambachano, Las Limeñitas, Irma y Oswaldo, Maritza Rodríguez, La Limeñita y Ascoy, Los Hermanos Trigo, etc. Dentro de las presentaciones a las que asistí, incluyo aquellas en las que cantantes y compositores hacían la presentación de alguna publicación de su propia autoría. Por dar algunos ejemplos, estuve presente cuando Óscar Avilés y Mario Cavagnaro, por separado y en diferentes momentos, narrando sus vidas y experiencias como compositores. Recuerdo que dada sus capacidades personales, su inspiración en componer canciones y, sobre todo, su carisma, Oscar Avilés desempeñaba las funciones de director artístico en la empresa IEMSA. Mientras que simultáneamente Mario Cavagnaro desempeñaba las misma funciones en la disquera Sono Radio. A pesar de que ambos era muy amigos y coincidían en diferentes tipos de reuniones con el criollismo, en la parte empresarial eran competencia y muy discretamente trataban de “jalarse” a los artistas de una u otra empresa para mejorar la present-
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ación de los discos y long plays. Además estuve entre los asistentes de la presentación del Libro de oro del vals peruano, y de esta se desprende una peculiar anécdota. Comentaba que había asistido a la presentación de la publicación redactada por Raúl Serrano y Eleazar Valverde, el que a su vez incluía cinco discos compactos. Yo decidí comprar el libro con los CD. Posteriormente, en un acto de espontánea creatividad combinada con travesura y picardía se me ocurrió inventarme y redactar una dedicatoria en mi libro como si hubiera sido escrita por los propios autores del libro. Cuando enseñaba la obra con la dedicatoria a mis familiares o amigos, en un principio se sorprendían pero luego se decepcionaban o reían. Y es que la supuesta dedicatoria finalizaba así: “atentamente, Isaac Higa”. Es decir, yo mismo me dedicaba las palabras que ficticiamente me regalaban los autores. Sin dudas, fue una de las peculiaridades de mi vida que denota mi personalidad y siempre presente sentido del humor.
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Recordando cuando estuve presente en la presentaciรณn de El Libro de Oro del Vals Peruano.
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Dedicatoria que inventé de parte de los autores del libro para mí, pero que también firmé como mía.
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Criollismo en la Asociación Peruano Japonesa Es grato para mí como nikkei poder compartir la noble iniciativa que cada uno o dos meses organizaba (organiza hasta hoy) la Asociación Peruano Japonesa para difundir el talento de personas que gustan y practican la música criolla, pero que no tienen la gran exposición mediática de la que sí gozan los intérpretes consagrados. El departamento de cultura de la APJ lleva a cabo el programa: “Los que nos hacen cantar”. En esta actividad, dirigida por Alfredo Kato (periodista del diario El Comercio durante muchos años), podemos ver cómo aficionados y promesas del canto muestran su talento en diversas celebraciones como en el día de San Valentín, Día de la Madre, Día del Padre o en el Día de la Canción Criolla, con la peculiaridad que en cada una de las presentaciones se invita a un cantante nikkei para que interprete música criolla.
Criollos anónimos Así como supe asistir y participar de presentaciones acompañadas de ‘bombos y platillos’ en teatros majestuosos, también supe adentrarme donde los medios periodísticos y la publicidad prefieren no llegar. En los últimos años, he concurrido a eventos de cantantes que no están acostumbrados a los reflectores ni a las cámaras: criollos de peñas y callejones del Rímac, Callao, Breña y La Victoria. Ahí pude comprobar que el talento no sabe de dinero, lujos ni pomposidad. Es increíble la cantidad de buenos cantantes y talento que uno puede encontrar fuera de la radio o el teatro de moda. Dos músicos brillantes de talento y corazón, Renzo Gil y Willy Terry llevan la loable misión de incentivar y motivar a más intérpretes que se encuentran bajo la sombra. Entre los cuales podemos mencionar a: Carlos Castillo, Jorge Figueroa, “Chiquito” Rodríguez, Humberto Ibazeta, Germán “Chito” Valdivia, César Oliva, Jorge Armas, etc. Debo hacer especial mención a mis amigos David Alarco y Fernando Rentería, destacados decimistas que tienen el talento de improvisar sus versos. Adriana Esther Dávila Cossío es una de las cantantes que, como conductora del programa de televisión “Una y Mil Voces”, que se trasmite por el Canal 7,
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apoya semanalmente a los artistas poco conocidos, presentando su programa en diversos distritos de Lima. Probablemente se está preguntando quién es ella, pues es nada menos que nuestra querida y talentosa “Bartola”. Radio La Inolvidable y Radio Felicidad son dos emisoras que aún mantienen vivo el espíritu del criollismo, por lo menos en Lima. Sin embargo, la mayoría de los cantantes que forman parte de su repertorio y programación son los conocidos de siempre y ya han fallecido; es decir, no hay novedad ni renovación. Haciendo un paréntesis en esta parte en que estoy describiendo mi afición por la música criolla, debo confesar que también soy un apasionado por la música romántica, especialmente por los boleros. Escucho muy frecuentemente a famosos tríos como Los Tres Diamantes, Los Tres Reyes, pero especialmente al famoso trío mexicano “Los Pachos”, cuya música, a pesar del tiempo, no ha pasado de moda y se escucha hasta ahora.
Con el magnífico trio mexicano “Los Panchos” (1970).
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La música criolla siempre conmigo Nunca faltó el tiempo para escuchar mi música favorita. En un inicio los acordes de la guitarra brotaban de los clásicos discos de 78 revoluciones por minuto, pasando por el de 45 RPM, hasta llegar al conocido ‘Long Play’ (LP) de 33 ½ revoluciones por minuto. Aún conservo en buenas condiciones mi querido tocadiscos con aguja, del cual –en mi humilde opinión- se desprende una calidad de sonido superior a los ya modernos casetes y discos compactos (CD). En casa, en el trabajo y hasta en el auto no dejo de contar con la sublime compañía de los maestros de la música criolla que le supieron inyectar una dosis más de alegría y emoción a mis días. Quien dice que la música criolla está muriendo lo dice sin saber. Basta con ver las multitudes que todavía llenan las presentaciones de los mejores representantes del criollismo. La música criolla nunca muere porque se lleva en el alma y en el corazón. Cuando repito que disfrutaré de la música criolla hasta el último día de mi vida no exagero. El día que Dios decida llevarme a su lado ascenderé a los cielos dejando una gran jarana criolla. Y es que el pedido de que me despidan en mi velorio con un conjunto de música criolla se ha planeado con anticipación. Por último y saliéndome del tema de mi pasión por la música criolla y a propósito de lo escrito en el párrafo anterior, ya les he pedido a algunos familiares, colegas, instituciones y amigos cercanos que ese mismo día que Dios decida llevarme a su lado no gasten ni envíen las “coronas de flores” a mi velorio, sino que ese dinero lo entreguen a mi familia para que se destine íntegramente a instituciones encargadas del cuidado y preocupación de los ojichan y obachan (abuelitos y abuelitas), que con tanto sacrificio llegaron al Perú, adaptaron y formaron familias que conforman la ejemplar comunidad peruano japonesa.
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Disfrutando de mi pasiĂłn por la mĂşsica criolla, interpretando algunos valses.
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Primera experiencia con el micrófono
No recuerdo el momento exacto en que empecé a disfrutar de amenizar reuniones sociales teniendo un micrófono en la mano. Lo que sí recuerdo fue la primera vez en la que tuve la oportunidad de dedicar algunas palabras de reconocimiento en una ceremonia importante. Tenía 16 años y fue en el Club Nago, una agrupación de los descendientes de la ciudad de Nago ubicada en la Prefectura de Okinawa en Japón, con motivo de una reunión de dicha institución, al que pertenecían mis padres, en donde alguien que no recuerdo me solicitó, desconociendo el porqué de su elección, dirigir algunas palabras en señal de homenaje a los paisanos de mis padres. Recuerdo que no sabía qué decir, pero un paisano de nombre Roberto Shiohama, que también estudiaba derecho en la universidad Católica, solo que él ya estaba en el quinto año de la carrera cuando yo estaba en el primero, se ofreció a prepararme el discurso para que prácticamente solo tuviera que leerlo días después. El discurso era el típico discurso lineal, solemne y protocolar de la época, que decidí aprender de memoria en casa, en vez de leer el texto durante la ceremonia. Y así lo hice, sin saber que esa primera experiencia sería la primera de muchas frente a un público haciendo las veces de oyente y, en muchos casos, de jurado de mi presentación como maestro de ceremonias.
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Con 16 aĂąos tuve mi primera experiencia como maestro de ceremonias en el club Nago.
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Maestro de ceremonias en las instituciones peruano japonesas Empecé a participar en los distintos eventos que se realizaban en las instituciones de la comunidad nikkei. Por ejemplo, en la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico he desempeñado mi función como maestro de ceremonias en aniversarios, asambleas generales, conferencias, en visitas de personalidades importantes, desde su fundación en agosto de 1970. En la Asociación Estadio La Unión tuve la oportunidad de estar presente en la renovación de las juntas directivas, participar en las inauguraciones de alguna nueva instalación en el estadio, en los aniversarios y, sobre todo, en los festivales deportivos llamados “undokai”, donde creo que por más de cuarenta años ininterrumpidamente me encargo de la presentación de la ceremonia protocolar. Y en la Asociación Peruano Japonesa también participo de los cambios de los consejos directivos y de todo tipo de reuniones celebratorias. En todos los eventos siempre quise darle un toque diferente a las tradicionales presentaciones, que eran serias y respetuosas, pero sin vida ni entretenimiento. Quise inyectarles algo de distensión y buen humor; eso sí, sin restarle importancia a la ceremonia. Y tal parece que les gustó mi forma de conducir las actividades a los organizadores porque me comprometían regularmente a ser el maestro de ceremonias de sus eventos, a los que yo feliz aceptaba la invitación; por el contrario, me molestaba cuando no me invitaban. En una oportunidad, vino el Príncipe heredero de la Familia Real del Japón, y la Asociación Peruano Japonesa programó una recepción y saludo estrictamente protocolar en el Teatro Peruano Japonés. Fue tal la trascendencia del evento que en las invitaciones se indicaba la butaca asignada para cada uno y no podía cambiarse de sitio. Además, se recomendó a los invitados que asistan treinta minutos antes del inicio de la ceremonia, y estuvo terminantemente prohibido realizar manifestaciones de ningún tipo. Me pidieron que fuera el maestro de ceremonias en castellano porque una señorita lo iba a hacer en el idioma japonés. Lo particular del encargo fue que días antes nos hicieron entrega del texto y nos recomendaron que teníamos que ensayar y leerlo sin equivocaciones. Llegado el día de la presentación, me salí del libreto en algunos pasajes de la lectura, sin que se notara mucho, y luego cedí la palabra a la señorita en-
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cargada del idioma japonés. Internamente pensaba que yo no era para leer la presentación en base a un libreto previamente elaborado. A mí siempre me gustó improvisar.
Maestro de ceremonias en el Colegio de Notarios de Lima Mi afición por el micrófono estaba en toda su efervescencia, razón por la cual me ofrecí a ser el maestro de ceremonias de las actividades oficiales del Colegio de Notarios de Lima. Mi autopostulación fue aceptada a medias porque inicialmente, en un acto de segura desconfianza, me pusieron al lado de una colega, mi amiga la doctora Cecilia Carola Hidalgo Morán, que desempeñaba la misma función que yo, para que me acompañara y “garantizar” la buena presentación de la ceremonia. Tiempo después yo asumiría exclusivamente el cargo, a excepción de los cuatro años en que entró una nueva directiva que decidió hacer el cambio y yo dejé mi función de maestro de ceremonias, que felizmente recuperé gracias al ingreso de un nuevo decano que me regresó el micrófono. Participé en cambios de autoridades, celebraciones como el Día de la Madre, Día del Padre, Día del Notariado, congresos nacionales e internacionales. Creo que siempre he tenido dos características o tácticas para sacar adelante un evento siendo maestro de ceremonias: improvisación y coordinación. En una oportunidad en el Colegio de Notarios de Lima, no fui convocado para ser el maestro de ceremonias de una actividad con la participación de notarios de otros países. La ceremonia, que se llevó a cabo en el hotel Miraflores Park Plaza, empezaba a las 4:00 pm y recuerdo que yo llegué a las 4:20 pm, sabiendo que nunca se daba inicio a la hora en punto. Ni bien llegué me informaron, según solicitud del decano de ese entonces, el doctor Carlos Enrique Becerra Palomino, que yo debía ser el maestro de ceremonias; por supuesto, yo no estaba preparado pero acepté el pedido, considerando que se trataba de un caso de emergencia. Por azares de la vida, ese día fui elegantemente vestido, porque en un principio tuve la idea de ir vestido con ropa sport. Tenía la vestimenta adecuada, ahora solo faltaba darle, por lo menos, una lectura veloz al programa del evento, pero no hubo mucho tiempo para ello. El Colegio de Notarios de Lima dio por iniciada la ceremonia.
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La celebración se desarrolló con total normalidad y al final me animaría humildemente a decir que fue un éxito. Lo importante fue que se vivió un momento agradable y no se tuvo que extrañar la presencia de alguien que condujera la ceremonia. Finalmente, el decano reconoció mi labor en ese momento diciéndome: “Te felicito. No pareció que hubieras improvisado”, reconociendo también mi capacidad de poder improvisar, a falta de la debida preparación en un evento de esa magnitud e importancia. Mi segunda “táctica”, la de la coordinación, la aplicaba, por dar un ejemplo, en el Día de la Madre. Mi “jugada” consistía en hablar previamente con algunas de las mamás allí presentes y hacer una especie de pacto. Este acuerdo consistía en que la mamá ya tendría conocimiento de que yo la invitaría “al azar” para que pueda decir algún mensaje o palabras de reconocimiento a las demás madres asistentes; de tal manera que a la mamá elegida no le llegaría tan de sorpresa mi llamado, incluso tenía tiempo de pensar lo que iba a decir. Si bien era cierto que muchas de las mamás se negaban a mi intención, finalmente siempre había una dispuesta a seguirme la corriente, dándole una cuota extra de sentimentalismo y emoción a la ceremonia. En otra ocasión recomendé a los notarios que no se les ocurra obsequiar a sus esposas, por el Día de la Madre, los clásicos artefactos eléctricos: lavadora, secadora, plancha, lustradora, refrigeradora, etc. En cambio, un viaje, vestidos, ropa en general, una buena cena y otros obsequios de uso y beneficio personal sí serían muy bien recibidos, agregando “como yo” que le había regalado a Angélica por adelantado una joya… para que no me “joya”.
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En una de mis primeras participaciones como maestro de ceremonias en el Colegio de Notarios de Lima, con la notaria doctora Cecilia Carola Hidalgo Morรกn (2002).
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Eventos memorables como maestro de ceremonias A lo largo de mi vida participé como maestro de ceremonias en muchos acontecimientos importantes, en instituciones dentro y fuera de la comunidad peruano japonesa. Pero son dos los eventos que más recuerdo, no solo por sus ilustres invitados, sino también por lo que significaron para muchos de los asistentes a dichos eventos. Uno de ellos fue cuando hice de maestro de ceremonias en una parroquia de Chorrillos, en donde se estaba inaugurando un local para dar atención médica a personas de bajos recursos económicos. Lo más resaltante fue que entre los invitados a la inauguración se encontraba Susana Higuchi, entonces Primera Dama de la República, quien causó gran expectativa y alboroto a su llegada. El movimiento de los agentes de su seguridad personal fue propio de la llegada de una estrella de rock, intimidando pero a su vez causando gran emoción a los presentes. Y el segundo magno evento en el que participé fue cuando se inauguró el cuarto piso de la clínica Centenario Peruano Japonesa, en Pueblo Libre. Estando presentes todas las autoridades e invitados, listos para dar inicio a la ceremonia, de pronto una imponente presencia llegó a las instalaciones de la clínica: se trataba del presidente de la República (en aquel entonces) Alan García Pérez. Sin duda, era el asistente de lujo y fue invitado a asistir al evento, poco antes de terminar su segundo mandato. Aquel día dio tan sentido discurso, que conmovió a propios y extraños. Todos conocemos las virtudes oratorias del expresidente y fue su mensaje el que tocó las fibras más sensibles de los asistentes, sobre todo las de los japoneses mayores allí presentes. Luego de que presenté y cedí la palabra al presidente García, todo el público empezó a escuchar cómo el ex mandatario lamentó y pidió perdón, en su calidad de Jefe de Estado, a la comunidad peruano japonesa por todos los agravios, ofensas, saqueos y abusos de los que fueron víctimas en épocas de guerra en nuestro país. Recuerdo que sus palabras hicieron derramar algunas lágrimas, en su mayoría de los issei (primeros inmigrantes japoneses), seguro dejando caer las mismas lágrimas mientras sufrían en carne propia las barbaries producto de la intolerancia y prejuicios de la nefasta época de guerra de los años 40. 5
5 Primeros inmigrantes japoneses.
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Maestro de ceremonias en la Notaría Isaac Higa Nakamura Siempre he creído que no todo en la vida es trabajo, ni siquiera en el mismo trabajo. Es por ello que en mi propia notaría siempre hemos organizado y realizado actividades, celebrando fechas especiales para nosotros como, por ejemplo, el aniversario de la notaría (1 de julio), el día de la primavera, Halloween, entre otros. Todas las actividades las realizábamos –y seguimos realizando- con el propósito de generar un ambiente cálido de trabajo, donde prime la confraternidad entre todos los trabajadores. La particularidad o lo más llamativo de estas actividades eran los famosos desfiles como show principal en cada una de ellas. En el caso del día de la primavera, cada una de las áreas de la oficina debía elegir a su rey y reina, los cuales luego competían desfilando con sus mejores trajes, bajo la estricta lupa de un “exigente” jurado calificador. Se valoraba la vestimenta, la manera de desfilar, la calidad del número artístico que el rey y la reina debían presentar y las respuestas a una entrevista que hacía yo. Para la entrevista utilizaba mi micrófono personal, el mismo que usaba para conducir los distintos eventos en los que era convocado como maestro de ceremonias. Lo que hacía era hacerles dos preguntas; una que ameritaba una respuesta seria y otra una respuesta graciosa. Finalmente, el jurado elegía a los flamantes reyes de la primavera de la notaría durante ese año. Y algo similar se hacía en la celebración de Halloween. Eran días de alegría y celebración, en los que por unas horas dejábamos de lado la responsabilidad y seriedad del trabajo. Eran momentos donde todo cambiaba: las caras más inexpresivas cambiaban a caras sonrientes; el sonido de los teclados e impresoras, a uno de algarabía. Y yo cambiaba documentación por el micrófono, cambiaba el cargo de notario por el de maestro de ceremonias.
Maestro de ceremonias: mi trabajo no remunerado Desde que tomé el micrófono en mi mano supe que nacía una pasión para mí, algo que disfrutaría mucho y que siempre estaría dispuesto a hacer. Fueron muchos los eventos en los que participé como maestro de ceremonias; en la mayoría me divertí desempeñando ese cargo, pero en esos mismos eventos no podía dejar
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de proceder con responsabilidad y seriedad cuando el momento lo ameritaba. Por ello, considero que haber sido maestro de ceremonias fue un pasatiempo que realizaba con responsabilidad y a su vez un trabajo que hacía con mucha diversión. Fue un trabajo que hacía con mucho gusto sin cobrar pago alguno; con un oficio de agradecimiento estaba más que saldada la cuenta. En octubre del 2017 se celebró el día del notariado y los 50 años de la fundación del Colegio de Notarios de Lima, llevándose a cabo un congreso internacional de notarios, por lo cual el decano de la institución me pidió que sea el maestro de ceremonias. Por supuesto que acepté gustoso e hice una introducción en la que incluí la importancia y la función del notario, además de en qué deben dedicar su preocupación como notarios. Incluso desarrollé un ejemplo. Expliqué cómo es que debía proceder un notario en una situación de elaboración de testamentos. De que había que tratar ese tema con mucho tino y delicadeza porque alguna de las partes podía verse afectada emocionalmente. Ya sea el padre cuando los hijos –sin ninguna mala intención- piden a su padre hacer su testamento, despertando en él desconsolados cuestionamientos como: “ya quieren que me muera” o “qué les habré hecho”. Por otra parte, podía verse el caso inverso, cuando el testamento del padre provocaba los celos entre los hijos. Finalmente, manifesté que el notario debía dejar en claro, a ambas partes, que la elaboración de los testamentos tiene el principal propósito de conservar la armonía familiar. Luego de terminada la exposición se me acercó el decano doctor Roque Alberto Díaz Delgado y me contó la conversación que tuvo con el notario representante de Urugay, Dr. Hernán de La Fuente: -¿Y el maestro de ceremonias por qué habló de temas de notarios? - No, él es notario de Lima y nos apoya con la conducción de los eventos. - (con gran sorpresa) Yo creí que era un maestro de ceremonias contratado profesionalmente. Ya en la reunión final, el notario uruguayo se me acercó felicitándome por mi presentación. Son esas, las pequeñas pero significativas muestras de agradecimiento que me llevo por realizar una de mis pasiones, en la que gestos como ese valen más que cualquier retribución económica.
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Celebrando los 50 aĂąos de fundaciĂłn del Colegio de Notarios de Lima como maestro de ceremonias en el hotel Westin.
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Los tres pasos infaltables como maestro de ceremonias A lo largo de mi vida intenté brindar mi mejor presentación en todas las facetas en las que incursioné, incluida la de maestro de ceremonias, siempre teniendo presente tres premisas fundamentales: conducir de la manera más entretenida posible todo el programa de la ceremonia, teniendo presente los momentos de mayor y menor seriedad; explicar dinámicamente los temas a tratar, controlando de no explayarme demasiado para no aburrir al público ni “robarles texto” a quienes tendrán el uso de la palabra; y presentar a autoridades o personas en general, cuidando de no confundirme a la hora de pronunciar sus nombres y no cometer errores a la hora de mencionar sus cargos, funciones o lugares de trabajo. Confieso que me he equivocado en más de una ocasión, recibiendo la debida corrección del público asistente; sin embargo, un inocente: “Lo hice a propósito para ver si estaban atentos” era una de las frases mágicas para recibir el perdón y risas de absolución. Finalmente, concluyo este tema diciendo que hasta en dos oportunidades me han pedido que agradezca a los asistentes a una misa de difuntos, para recordar el primer mes del fallecimiento de una persona amiga. El pedido lo hacían al final de la misa y no tenía mucho tiempo para pensar qué decir. Lo primero fue mencionar las cualidades del difunto, pero sin exagerar porque siempre se dice que “no hay muerto malo” o, como en otra ocasión y a manera de broma, cuando una amistad cercana al difunto está agradeciendo a los asistentes a la misa y todo es una “alabanza” al muerto. La viuda le dice a su hija: “Vámonos que nos hemos equivocado de Iglesia, tu papá no era así como lo están describiendo”.
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Mi gratitud a las Instituciones Asociación Estadio la Unión (AELU)
A lo largo de mi vida y durante muchos años, debido a mi natural inquietud y a las ganas de experimentar nuevos retos y proyectos, es que he estado muy relacionado a la vida institucional. Por tal motivo, formé parte de dirigencias de distintas entidades. Principalmente, haré mención de mis vivencias dentro de aquellas relacionadas a la comunidad peruano japonesa. Son la Asociación Estadio La Unión, la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico, Cooperativa Aelucoop, Central de Cooperativas de Ahorro y Crédito Kyodai, algunas de las instituciones modelos para la comunidad, incluso a nivel panamericano. La duradera y estrecha relación que tuve con las instituciones, además de todo lo que me dieron, como la posibilidad de conocer otras personas y culturas y de hacerme madurar como persona al asumir grandes responsabilidades, es que creí de vital importancia incluir a dichas instituciones dentro de mis memorias, simbolizando así mi inmensa gratitud y privilegio por haber podido ser parte de la vida institucional peruano japonesa.
El fútbol y mi llegada al AELU Si me preguntaran cómo llegué a relacionarme con la Asociación Estadio La Unión, mi respuesta sería por el fútbol. Una de mis grandes pasiones es el fútbol y reconozco, modestamente, que era muy bueno jugándolo. Mi habilidad con la pelota fue el primer peldaño para acercarme a la vida institucional en el Estadio La Unión. Un amigo, Miguel Teramura, ya fallecido hace algunos años, me llevó a jugar por su equipo, el Hiroshima. Recuerdo que con tal de jugar en su equipo me pa-
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gaba los pasajes y me compraba las gaseosas y sánguches. Inicialmente jugábamos en una cancha llamada “Lloque Yupanqui”, que se encontraba ubicada en una esquina de la avenida Bolívar en Pueblo Libre, lugar que ahora es ocupado por un centro comercial. Posteriormente, pasamos a jugar al Estadio La Unión, ya representando al equipo en el campeonato, al tiempo que me nombraron delegado del equipo para que lo represente ante el departamento de fútbol del AELU. Recuerdo que en esa época las reuniones de este departamento no se realizaban en el Estadio en Pueblo libre, sino en uno de los salones de la escuela Santa Beatriz Jishuryo, en el distrito de Lince. A través de mi participación como delegado en el departamento de Fútbol fui consolidando amistades, no solo con los integrantes de aquella área sino con la directiva central del Estadio. Ya dentro del Estadio me propusieron ocupar el cargo de secretario de cultura. Y así, inició mi carrera en la Asociación Estadio La Unión.
Jugando por el equipo del AELU.
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Asociación Estadio La Unión: reseña histórica Aproximadamente entre los años de 1948 y 1949, luego de la época terrible de los saqueos y expropiaciones post Segunda Guerra Mundial que sufrieron los japoneses en nuestro país, fue que la comunidad japonesa en nuestro país -pensando principalmente en niños y jóvenes- decidió construir un campo deportivo motivando la integración, sana práctica del deporte y otras actividades. Un grupo de los mayores “isseis” formaban parte de una institución que se llamó Club Pacífico que, luego de analizar varias ofertas de posibles lugares para la construcción del recinto deportivo, eligieron un terreno rústico de cultivo en el distrito de Pueblo Libre. Dentro de la comunidad se hizo una colecta para recaudar los fondos para poder comprar el terreno. El primer aporte económico se consiguió gracias a la llegada de un grupo de nadadores olímpicos japoneses al Perú, liderados por el nadador olímpico de apellido Furuhashi, quienes participaron en un evento en la piscina olímpica que se encontraba en la tribuna norte del antiguo Estadio Nacional. Lo recaudado por las entradas a dicho evento fue lo que se donó. También se emitió certificados de donación. Cada certificado costaba cien soles oro de esa época, pagándose en diez cuotas de diez soles. Cuando se terminaba de pagar, el Estadio La Unión entregaba el certificado de donación por los cien soles. El terreno tenía un área de 97,302 metros cuadrados, y se debía abonar 10 soles por metro cuadrado. Finalmente, se llegó a alcanzar la suma requerida, gracias al aporte de las familias de la colectividad. Recuerdo que mi papá compró cuatro acciones, para él y sus tres hijos, inclusive aún conservo los recibos de cada certificado. Luego de comprado el terreno había que limpiarlo. La limpieza costó muchos años de sacrificio. Se tuvo que arrancar las matas resecas y recoger las incontables piedras que había alrededor del terreno, pero también sirvió como medio de integración y de buenos y divertidos momentos entre los miembros de la comunidad. En su momento se decía que iban al terreno a “recoger las piedras”, y las señoras se encargaban de preparar los alimentos para las familias colaboradoras. Pero todo esfuerzo tiene su recompensa. El invaluable trabajo conjunto de los socios del Club Pacífico y miembros de la colectividad japonesa, incluyendo jóvenes niseis, hizo posible que el 8 de noviembre de 1953 se llevara a cabo la ceremonia de la colocación de la primera piedra, de lo que en el futuro sería el
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campo del Estadio La Unión. Un hermoso lugar que hizo realidad el sueño de toda una colectividad: poder tener un espacio para jugar, para ser feliz.
Certificado del Estadio La Unión S.A que me hace propietario de una acción de aquella sociedad.
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Legalidades Los propios dirigentes, al ser personas naturales, no podían ser los propietarios legales del terreno. Por tal motivo se constituyó una sociedad anónima que se llamó Estadio La Unión S.A., donde los mismos contribuyentes para la compra del terreno eran los accionistas. La sociedad anónima fue propietaria del terreno hasta 1978. De acuerdo a ley se tenía que pagar el impuesto de alcabala, obligación que era un contrasentido porque se podía tener el nombre de sociedad anónima, pero en realidad era una asociación sin fines de lucro. No había ingresos ni egresos, es decir, no era un negocio. Entonces, la sociedad anónima debía convertirse legalmente en una asociación sin fines de lucro. Formalmente, la sociedad anónima tenía que hacer la transferencia a la asociación, cuando en realidad se trataba de las mismas personas que integraban una y otra entidad. El problema era que, para hacer esta transferencia, las dos partes (tanto la sociedad anónima como la asociación) tenían que pagar el impuesto de alcabala, dinero que no había. Todo era una gran encrucijada. Felizmente se llegó a una solución. En esa época se encontraban al frente del Estado el denominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, cuyo jefe-presidente era el general Juan Velasco Alvarado. Dentro de los directivos de la asociación se tuvo conocimiento que el señor Eisho Nakachi, destacado dirigente de nuestra colectividad, que en esos tiempos ocupó el cargo de presidente del directorio de la sociedad anónima, era compadre del general Velasco por una antigua amistad que se inició cuando dicha autoridad recién iniciaba sus estudios de cadete en la Escuela Militar de Chorrillos.
Ayuda militar Otra circunstancia que permitió alcanzar la meta que estoy relatando fue la siguiente: en esa época a fines de la década de los sesenta existía la preocupación que los alumnos de la escuela Santa Beatriz, que impartía enseñanza a los niños de jardín, después de terminar esa etapa infantil no contaban con un centro es-
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colar que los pudiera albergar para iniciar y continuar sus estudios de primaria y secundaria. Dentro de las instalaciones del Estadio La Unión habían dos campos de béisbol y, por la poca actividad que se desarrollaba en este deporte, el campo número dos (que tenía una extensión aproximada de 12 000 metros cuadrados) no era utilizado diariamente y permanecía el mayor tiempo desocupado, sin actividad y con poco mantenimiento. Por un lado, la necesidad que los pequeños escolares pudieran continuar regularmente sus estudios de primaria y, por otro lado, el hecho que estuviera disponible un área en el Estadio La Unión, hizo que en el seno de la asociación surgiera la idea de crear un colegio. Fue en 1970 que se dio inicio a las clases comenzando con los alumnos del primer año de primaria e incrementando cada año los estudios de segundo, tercero, cuarto y así sucesivamente, hasta que al cabo de diez años terminaba con sus estudios de primaria y secundaria. En 1978, el Colegio Cooperativo La Unión, como se denominaba dicho centro de estudios, tenía ocho años de haber iniciado el dictado de clases y avanzaba en la construcción de las obras físicas del colegio. Mientras que, paralelamente, aumentaba su alumnado y las ceremonias de inauguración de los diversos pabellones. Quien ocupaba el cargo de Ministro de Educación dentro del Consejo de Ministros del Gobierno Militar era el general José Guabloche Rodríguez. Su cercanía con el colegio hizo que fuera designado padrino de varias de las inauguraciones y un testigo privilegiado no solamente del progreso del colegio, sino también de las actividades que se desarrollaban en el Estadio La Unión. Todos estos eventos hicieron que la relación del general Guabloche con los directivos de la asociación fuera cada vez más estrecha, de manera que cuando se le explicó del problema económico que no permitía que se regularice la titulación del terreno del Estadio, se ofreció a apoyar el deseo a través de gestionar la expedición de un dispositivo legal que liberara el pago de las contribuciones cuando se trataba de una transferencia de un inmueble destinado exclusivamente a fines deportivos, culturales y educativos, condiciones que se cumplían en su totalidad. Fue así como se iniciaron las gestiones, con el apoyo y la ayuda de los generales Velasco y Guabloche, culminándose exitosamente con la expedición del Decreto Ley N° 19654 que exoneraba del impuesto de alcabala cuando se re-
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alizara la transferencia de un inmueble destinado exclusivamente para objetivos deportivos, culturales y educativos. Final y felizmente, la Asociación Estadio La Unión fue la propietaria formal del terreno. Toda esta larga introducción ha servido para explicar, en detalle, la forma cómo la asociación pudo adquirir la propiedad del Estadio.
Alianza formal Lo anecdótico fue que en esa época el club Alianza Lima tuvo un problema similar. El club íntimo de La Victoria tenía su estadio en la zona de Matute, cuyo terreno aún no le pertenecía sino que era propiedad de particulares. El club Alianza Lima, que era el propietario de su estadio en Matute llamado “Alejandro Villanueva”, antes de efectuar la transferencia debía realizar el pago del impuesto, igual que el Estadio La Unión y que por falta de fondos era imposible formalizar el deseo de sus dirigentes de convertirse en los verdaderos propietarios del terreno donde ya se había levantado el estadio. Obviamente, el club Alianza Lima tenía fines deportivos, por lo cual fue exonerado del pago del impuesto y entiendo que pudo hacerse propietario legal del Estadio Alejandro Villanueva.
Mi consolidación como directivo en el AELU En 1967, pertenecía tanto a la directiva de la Asociación Universitaria Nisei del Perú (AUNP) como a la directiva de la Asociación Estadio La Unión (AELU). Ese mismo año, una delegación de jóvenes estudiantes nisei de la Asociación Cultural Deportiva Piratininga de Sao Paulo-Brasil se contactó con la AUNP, informando que vendrían a nuestro país integrando una caravana cultural. Al tener conocimiento de esta próxima e importante visita, la directiva de la AUNP nombró a Angélica y a mí como los responsables de recibirlos. No solo los recibimos, sino que también viajamos al Cusco con ellos, además de llevarlos
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a distintos lugares de nuestra capital. Este compartir y vivencias afianzaron una bonita amistad y relación cultural entre ambas asociaciones. Quisiera compartir que aquel viaje lo realicé con Angélica, cuando recién comenzábamos a conocernos. Ella, al igual que yo, pertenecía y colaboraba con los eventos que se realizaban en la AUNP. Podría decirse que fue nuestro primer viaje juntos, pero aún no unidos. Después de las reuniones que tuvimos con dicha delegación, el viaje a la ciudad del Cusco y el programa turístico por la ciudad de Lima, se creó un fuerte lazo de amistad con ellos y, para sorpresa nuestra, en julio de ese año recibimos una invitación para participar en Sao Paulo en un evento denominado Primer Encuentro para los Estudios Sociales de los Nisei, reunión a la que también fueron invitados los directivos de la Asociación Japonesa de Argentina (AJA). En reuniones por cuatro días, las tres instituciones conversamos y presentamos nuestras propias experiencia sobre las colectividades japonesas en cada país, las actividades profesionales o comerciales predominantes de los nisei, como hijos de padres inmigrantes, el desarrollo de las instituciones y en general temas de interés común. Al año siguiente, nuestros nuevos amigos brasileños nos hicieron llegar a la AUNP un oficio en el que nos invitaban a participar, junto con el equipo de AJA de un torneo de atletismo. Inmediatamente pensé que la AUNP era una institución cultural mas no deportiva, así que trasladé el oficio al AELU, el cual fue muy bien recibido. No solo se aceptó la invitación de ese año, también se organizó el torneo del año siguiente en nuestro país. Fue así como se dio inicio a estos eventos deportivos internacionales entre nikkeis, los cuales se llevaron a cabo en Buenos Aires, Argentina en 1970, los mismos que fueron organizados por Brasil al año siguiente. De esta manera fue cómo consolidé mi participación en la directiva de la Asociación Estadio La Unión, en la que desempeñé los cargos de secretario de cultura, secretario general, vicepresidente, hasta llegar a ser presidente de la institución en 1974. Un año antes, en 1973, se cumplieron veinte años de la fundación de la Asociación Estadio La Unión. Además se creyó conveniente organizar el siguiente torneo deportivo entre jóvenes nikkei, razón por la cual viajé a los países participantes: Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay. Viajé a dichas naciones con la
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intención de comprometer personalmente a las directivas de las instituciones similares al AELU para que participaran del quinto torneo deportivo, a realizarse en el Perú. Este 2018, se celebró el vigésimo tercer Torneo de Confraternidad Deportiva Internacional Nikkei, en Chile. El torneo ha ido evolucionando en cuanto a cantidad de países participantes y disciplinas a disputar. En este último evento participaron deportistas de Bolivia, Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
Certificado de la Asociación Cultural Deportiva Piratininga de Sao Paulo, Brasil, en el que se hace mención de mi participación en el primer encuentro para los estudios sociales de los niseis. Certificado de la Asociación Cultural Deportiva Piratininga de Sao Paulo, Brasil, en el que se hace mención de mi participación en el primer encuentro para los estudios sociales de los niseis.
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AELU en la actualidad Desde su fundación en 1953, la Asociación Estadio La Unión se ha convertido en uno de los clubes más importantes y modernos del país, en el que se participa en más de 25 disciplinas deportivas y culturales. Actualmente, sus socios pueden disfrutar, junto a sus familiares, de todas las modernas instalaciones con las que cuenta el club, como juegos infantiles, restaurantes, salas de billas y billar, sala de reuniones, etc., todo rodeado de belleza natural como un jardín japonés alrededor de sus 97,302 metros cuadrados. Con el tiempo, la AELU se ha convertido en uno de los puntos de reunión más importantes de la comunidad nikkei y lugar favorito para realizar megaeventos que representan la cultura japonesa como el Matsuri y el Undokai.
Angélica y el Comité de Damas Recuerdo que cuando fui presidente de la Asociación Estadio La Unión, entre los años 1974 – 1975, asistía los sábados y domingos a la institución, acompañado de mi esposa Angélica y de mis hijos Mery y Koki, de cuatro y dos años, respectivamente. Mi asistencia se debía a asuntos institucionales y también porque jugaba fútbol (he jugado por varios equipos: Hiroshima, Kumamoto, Unión Pacífico, Yonabaru). Mientras me dedicaba a estas dos actividades, Angélica cuidaba y paseaba a los chicos y comprobaba que lo mismo hacían las esposas de los otros directivos. En uno de esos fines de semana, Angélica tuvo la brillante idea de reunir a las esposas de los dirigentes y organizar un Comité de Damas, propuesta que fue aceptada por la junta directiva de la AELU. La finalidad de esta organización interna era que las señoras tengan una participación más activa e integradora dentro de la asociación, formando parte de talleres de cocina, repostería, tejido, manualidades, baile, etc., e invitando a otras señoras que tenían conocimiento de dichos cursos para que fueran las encargadas de su dictado. Tal fue el éxito y la aceptación de las señoras, que muchos de estos cursos tuvieron que ser repetidos a pedido de las propias socias que no habían podido
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asistir a las primeras clases por no haberse enterado a tiempo o porque la capacidad del local no permitía un número mayor de alumnas. Con el tiempo se amplió el radio de acción del comité de damas, comprometiendo a otras señoras para que se encargaran de la atención de los niños, organizando diversos juegos, de acuerdo a su edad, consiguiendo de esta manera que ellos tuvieran una mayor actividad. La creación del Comité de Damas del Estadio La Unión tuvo una gran acogida, incluso sigue vigente hasta hoy. Durante la celebración del sexagésimo aniversario de fundación del Estadio, la asociación reconoció a mi esposa Angélica otorgándole una placa de agradecimiento por su loable iniciativa.
Los dos presidentes En 1974, tuve el honor de haber llegado a ser el presidente del consejo directivo de la Asociación Estadio la Unión, que ese año cumplía veinte años de fundación. Un año antes, la presidencia de la asociación estaba al mando de mi amigo el doctor Hugo Kaneku Yreimon, quien durante el transcurso de su gestión, por motivos que hoy no recuerdo, decidió renunciar a su cargo. Decisión que la directiva consiguió disuadir, a cambio de que solo solicitara una licencia con tiempo indefinido. Como en aquel momento yo era el vicepresidente de la institución, pasé a asumir el cargo de presidente. Para ese entonces, no sabía que el paso al costado que dio mi antecesor fue aprobado y acompañado por una licencia, mas no de una renuncia. Por lo tanto yo me sentí oficialmente el nuevo presidente del AELU. La celebración por los veinte años de fundación de la institución estaba muy próxima, la que incluía la organización y realización del Torneo de Confraternidad. Por tal motivo -como lo comenté anteriormente- la directiva del AELU decidió encomendarme la tarea de viajar a cada uno de los países participantes (Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay) para comprometer personalmente a los dirigentes de las instituciones extranjeras de participar de nuestro evento deportivo internacional. Obviamente, yo me presenté como presidente de la Asociación Estadio La Unión. De regreso a Lima, los dirigentes del Estadio La Unión conversaron con Hugo Kaneku para que, si creía conveniente, retome su cargo y actividades en
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la asociación, lo cual aceptó. El problema fue que me había presentado ante los dirigentes de instituciones foráneas como el presidente del AELU, recibiendo a dichas delegaciones con ese cargo. Delegaciones que también fueron recibidas por Hugo Kaneku como presidente del Estadio La Unión. Fueron momentos muy incómodos. En otra oportunidad, acompañé al equipo de fulbito del AELU -equipo que admiraba y disfrutaba ver jugar- al club Carmelitas de San Antonio, Miraflores, en donde se encontraban dirigentes de otras instituciones como Club Terrazas de Miraflores, el Club Tenis de Barranco, el Círcolo Sportivo Italiano, el Real Club de San Isidro y del propio Carmelitas, entre otras; todas sedes en las que jugaba el equipo de fulbito del AELU. Yo me presenté ante las autoridades de aquellos clubes como el presidente de la Asociación Estadio La Unión. Al poco tiempo, llegó Hugo Kaneku. Y nuevamente fuimos dos presidentes. Finalmente, mi amigo Hugo culminó su periodo como presidente y yo asumí el cargo al año siguiente. Sin lugar a duda, que en su momento viví pasajes de incomodidad y de “roche”, pero que hoy junto al actual gerente del Estadio La Unión, Felipe Agena, recordamos con mucha risa y relajo.
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Cooperativas de Ahorro y Crédito Pacifico
Reseña histórica
Transcurría el gobierno revolucionario de la fuerza armada, comandada por el general Juan Velasco Alvarado, quien llevaba las riendas de nuestro país. Este gobierno, de acuerdo con sus objetivos, realizó una serie de reformas como la reforma agraria y la reforma de la banca, permaneciendo en el poder durante muchos años. En esa época, la comunidad japonesa, ya establecida en el país, mantenía la virtud de ser solidaria y una manifestación de la misma era organizar el Pandero, llamado Tanomoshi, que era la reunión de inmigrantes japoneses para hacer un fondo común de ayuda mutua en beneficio de los mismos integrantes que requerían de un apoyo económico, ya sea para atender alguna necesidad imprevista, una nueva empresa, restituir algún negocio, etc.
Nace la idea de la formalización Había ocasiones en la que uno o más participantes de los Tanomoshis llegaban a tener en su poder cantidades de dinero mayores a las que percibían por su trabajo, y desde ya existía el temor que cada integrante de estos grupos no pudieran justificar los “signos exteriores de riqueza”. En el ambiente de la comunidad peruano-japonesa se conversaba sobre la posibilidad que las autoridades que controlaban los impuestos pudieran enterarse del sistema y ser intervenidos. Por esas razones, surgió la idea de formar una organización legal que, además
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de ayudar a las personas, pudiera cumplir con sus fines sociales sin ningún temor. Una cooperativa de ahorro y crédito, que comenzaba a ponerse de moda en esos tiempos y que permitiría brindar ayuda a un mayor número de personas. Era la empresa que se adecuaba a las características de la comunidad japonesa. Por coincidencia, como ya lo había comentado, un grupo de iseis decidieron unirse y constituir el Club Pacífico, que tenía por fines centralizar las actividades de la comunidad, sentirse más unidos, realizar actividades que pudieran beneficiar a las demás personas, etc. Una de las principales iniciativas fue aprovechar la presencia del cuarteto japonés de natación, que incluía en sus filas al campeón olímpico, y organizar su presentación en la piscina ubicada en el antiguo Estadio Nacional. Esta actividad, que fue un éxito total, motivó a sus directivos a organizarse para adquirir un terreno en la que los jóvenes nisei pudieran practicar sus deportes. Este fue el inicio del nacimiento del Estadio La Unión. Pero en este capítulo nos concentraremos en los inicios de una cooperativa de ahorro y crédito.
Camino a la formalización En 1969, se constituyó un comité organizador para efectuar los estudios y los preparativos para crear una cooperativa de ahorro y crédito. Básicamente este comité organizador estuvo conformado, entre otros, por los señores Manuel Koizumi, Javier Kutsuma, Manuel Kawashita, Luis Hirata, Ernesto Furukawa e Isaac Higa. El requisito principal para obtener la autorización de funcionamiento de una cooperativa ante la Oficina Nacional de Desarrollo Corporativo, organismo encargado de autorizar el funcionamiento de las cooperativas, era presentar el certificado de capacitación. Durante el segundo semestre de 1968 y primeros meses de 1970, acudí junto con los demás miembros del comité organizador a la Federación Nacional de Cooperativas de Ahorro y Crédito del Perú (FENACREP), sede donde se dictaba el curso, ubicada en la calle Máximo Abril en el distrito de Jesús María, los días sábados en el horario de 3pm a 6pm. Al concluir el curso obtuvimos la ansiada certificación y empezamos con todo lo referente a la organización de la
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institución.
Fundación de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico El 28 de agosto de 1970 se llevó a cabo el acto de fundación de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico, con la participación de los 386 socios fundadores. La ceremonia se realizó en el Centro Cultural Peruano Japonés. La primera directiva del consejo de administración estuvo conformada por: 6
- Carlos Chiyoteru Hiraoka que ocupó el cargo de presidente. 7
- Julio K. Okuyama , uno de los primeros directivos de la Cooperativa y uno de los promotores de la adquisición del terreno del Estadio La Unión. 8
- Kotaro Kanashiro . 9
- Alberto Nabeta . También había muchos jóvenes nisei, muchos de ellos profesionales contadores, abogados, ingenieros, etc., es decir, que la responsabilidad del correcto funcionamiento de la cooperativa recaía tanto en mayores como en jóvenes. La primera oficina de la cooperativa funcionó en un local prestado en el Centro Cultural Peruano Japonés y la idea inicial fue dar a conocer cuáles eran los objetivos de una cooperativa de ahorro y crédito. En esa época, no se tenía mayor conocimiento de los fines de una institución de este rubro, de tal manera que había que motivar a la gente para que se interese más al respecto e iniciarse en el hábito del ahorro y solidaridad entre los socios. Había que tener en claro que una cooperativa no era propiedad de una sola
6 Distinguido dirigente de la comunidad peruano japonesa. Fue presidente de la Asociación Peruano Japonesa y fundador de Importaciones Hiraoka. 7 Fundador y propietario de la empresa que comercializaba las bicicletas de la marca Mister, muy conocida en la época de los años sesenta y setenta. 8 Por muchos años, primer representante de Ajinomoto del Perú. 9 También integrante del Club Pacífico, uno de los promotores de la adquisición del Estadio La Unión y fundador de la empresa Boston, dedicada a la fabricación y venta de ropa interior.
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persona, sino que todos los socios son propietarios. Se dice que una cooperativa es una institución sin fines de lucro porque las utilidades que obtiene, a consecuencia de los intereses que generan los préstamos, no se reparten entre los directivos sino que se distribuyen a fin de año de acuerdo con el balance entre los socios que hayan efectuado más aportes.
Camino a las Bodas de Oro de la Cooperativa Hasta la fecha, la cooperativa ha pasado y subsistido a las políticas de los diversos gobiernos que asumieron la responsabilidad del manejo del país. Desde un gobierno muy fuerte, como fue el militar en los años setenta y ochenta; los gobiernos civiles de Fernando Belaunde, que a pesar de su vocación democrática culminó con una fuerte devaluación de nuestra moneda; el de Alan García, con su decisión de privatizar la banca y soportar una creciente inflación; el inicio del gobierno de Alberto Fujimori y el denominado “paquetazo” para ordenar la economía del país; y los posteriores de Alejandro Toledo y Ollanta Humala, cada uno con sus propias características. Su progreso y crecimiento se reflejó en los cambios y mejoras en los diversos locales que ha tenido a lo largo de todos estos años. Desde el primero que tuvo en el Centro Cultural Peruano Japonés, pasó a una oficina en un tercer piso de un edificio en la avenida Rivera Navarrete, en San Isidro. Después de algunos años, se adquirió un inmueble ubicado en la esquina de la calle La Orquídeas y Andrés Reyes, y después cuando se tomó la decisión de construir un edificio en este local, la cooperativa se mudó transitoriamente al local de la calle Las Tiendas en Surquillo. En marzo del 2015, la cooperativa inauguró su edificio institucional, en pleno centro empresarial y bancario de San Isidro, con dieciséis pisos y siete pisos de estacionamiento sobre un área de terreno de 1320 metros cuadrados. Este edificio institucional, denominado Pacific Tower, es la culminación de la confianza que los socios han depositado en su cooperativa y que va en camino de cumplir las bodas de oro.
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Cooperativa Aelucoop
Desde que se logró adquirir un terreno en el distrito de Pueblo Libre, donde en el futuro fue la sede de la Asociación Estadio La Unión, su crecimiento fue constante gracias al apoyo de nuestros padres y los jóvenes dirigentes que desde los inicios de la década de los sesenta comenzaron a asumir la responsabilidad en la administración y dirección del Estadio La Unión. Fue así como se fue incrementando el número de socios y con ellos también los torneo internos, sobre todo, en fútbol y vóley, que se organizaban con el incondicional apoyo de los directivos de cada uno de dichos equipos, que no solamente se preocupaban de la organización del equipo, conseguir nuevos jugadores, ser también los “entrenadores” y, en muchos casos, debían financiar las campañas de los equipos asumiendo con sus propios fondos la adquisición de los uniformes y demás materiales. Esa situación se tornaba difícil en algunos clubes internos por las dificultades económicas de dichos dirigentes. Esta necesidad fue uno de los motivos para que comenzara a madurar la idea de constituir dentro de la asociación una cooperativa de ahorro y crédito cuyos socios serían los propios socios de la Asociación Estadio La Unión. Otro aspecto fue la influencia y el conocimiento que se tenía del crecimiento de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico. Con estos ingredientes, un grupo de socios, entre otros, Miguel Kudaka, Enrique Yara, Miguel Araki y yo, iniciamos las conversaciones para organizar la cooperativa. En mi caso, fui llamado porque había formado parte del comité organizador de la Cooperativa Pacifico. En dos periodos fui presidente del Consejo de Administración de dicha cooperativa e incluso había sido también presidente de la junta directiva de la AELU; de manera que, “por mérito propio”, fui llamado para integrar este primer grupo de trabajo.
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Cooperativa Aelucoop
Después de varios meses de trabajo, en octubre de 1980, se realizó la asamblea general de constitución de la nueva Cooperativa de Ahorro y Crédito Aelucoop, formada exclusivamente por los propios socios de la AELU, es decir, esta cooperativa tenía la condición de ser “cooperativa cerrada”. Con el tiempo se justificó plenamente la creación de esta institución porque ayudó a los clubes internos a financiar sus campañas. Además, gracias al progreso de la cooperativa, siempre se pudo brindar apoyo a la asociación a cubrir sus diversas necesidades.
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Hombre de confianza
En algún momento de mi vida, aproximadamente entre los años 1982 y 1999, pertenecí como asesor tanto a la Cooperativa Pacífico como a Aelucoop. Yo colaboraba en las reuniones de los consejos de administración de ambas cooperativas en cuanto a la legislación cooperativa, organizando las asambleas generales, dando una orientación en las relaciones con la Federación Nacional de Cooperativas de Ahorro y Crédito del Perú, redactando las actas de las asambleas generales de delegados del consejo de administración, del consejo de vigilancia, de los comités, etc. Mi función, más allá de la profesional, era una relación de confianza, donde yo compartía mis conocimientos previamente aprendidos en el comité organizador de ambas cooperativas. A pesar que existía una buena relación entre ambas, cada una tenía sus propios intereses; por lo que de todas maneras una estaba pendiente del accionar de la otra y los recelos se hacían presentes. La relación que tuve con los gerentes de ambas cooperativas siempre fue buena y confiaban en mí. Yo siempre correspondí a ese buen trato, con la mayor predisposición y discreción; es decir, jamás revelaba los proyectos o secretos de una cooperativa a la otra. Aun así, sentía que había cierta incomodidad y especial cuidado a la hora de contar algo importante de una cooperativa en mi presencia, a pesar de que nunca pudieron comprobarme algún acto que podía calificarse de desleal o indiscreto. Sencillamente porque nunca existió. En ese rol que me tocó desempeñar, debo mencionar también que en un período de aproximadamente un año, en ambas cooperativas se editaba un boletín semanal con noticias relacionadas con las actividades y servicios que brindaban a sus socios, y yo asumía la responsabilidad de la edición de las dos publicaciones. Debo reconocer que no siendo mi especialidad el periodismo y sin conocimiento de las dos instituciones, tuve que contratar a una periodista que se encargaba de
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Hombre de confianza
la redacción de los artículos, la diagramación y el control del cumplimiento de la publicación oportuna por parte de las imprentas. Para mi “buena suerte” las dos cooperativas decidieron organizar sus propias publicaciones, liberándome de un trabajo que era complicado y muy estresante, sobre todo por el poco tiempo que tenía para buscar las notas, elaborarlas, editarlas y que pudieran ser distribuidas oportunamente entre los socios. He de confesar que requería hacer un doble esfuerzo porque un boletín tenía que diferenciarse del otro, en el formato, diagramación, colores, contenido, etc., y presentarlo de acuerdo a las características propias de cada cooperativa. Con el tiempo llegué a la conclusión de que ese fue el costo por haber pertenecido a dos instituciones del mismo rubro, que por más saludable relación que pudieron tener, finalmente, una era competencia de la otra. Para evitarme problemas decidí pertenecer únicamente a una de las dos cooperativas. Dejé de formar parte de Aelucoop y permanecí en la Cooperativa Pacífico, con la que a la larga y hasta la fecha, me he sentido más identificado.
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Central de Cooperativas de Ahorro y Crédito Kyodai
Se vivían los inefables años finales del primer gobierno de Alan García Pérez como presidente del Perú. Una hiperinflación sin precedentes de dos millones por ciento y el país en tinieblas sin atisbos de esperanza; razones más que suficientes para que el peruano de a pie considerara la posibilidad de buscar nuevos y mejores horizontes en países con mayores bríos de desarrollo integral. Una opción atractiva para ese propósito fue el Japón. A finales de los años 80, Japón era tierra de múltiples oportunidades para ocupar diversos trabajos donde la mano de obra era pedido primordial de las empresas niponas. Ante esta coyuntura, muchas personas –en su mayoría jóvenesemigraron del Perú hacia Japón. A este fenómeno se le conoció con el nombre de “Dekasegui”. En un inicio, el dinero producto del trabajo de los tantos jóvenes que se encontraban en la tierra del sol naciente era enviado por ellos a sus respectivas familias de manera doméstica o precaria; es decir, únicamente aprovechando el viaje de algún conocido hacia el Perú para pedirle el favor de llevar el dinero. Pero por alguna u otra razón esta modalidad no garantizaba la llegada sin contratiempos del total del dinero a las manos de su destinatario final, motivo por el cual se evaluó instaurar un sistema seguro de envío de remesas; idea que se capitalizaría con la creación de lo que hoy se conoce como la Central de Cooperativas de Ahorro y Crédito Kyodai.
Kyodai en Japón Fue en 1989 en el que dirigentes de las cooperativas peruano-japonesas más
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Central de Cooperativas de Ahorro y Crédito Kyodai
importantes del Perú (Pacífico, Aelucoop y Ábaco) tomaron la decisión de inaugurar la que sería la oficina de Kyodai en el Japón. Para ello se planificó que los responsables de aquella misión fueran: Armando Ouchida, representando a la cooperativa Pacífico; Miguel Zeballos, en representación de Aelucoop; y su servidor Isaac Higa, como fundador y asesor de ambas cooperativas. Ya estando allí, no bastaba con conseguir un local para iniciar operaciones, también había que hacer conocido nuestro nuevo negocio y todos los beneficios en cuanto al envío de remesas de dinero con total garantía. La gestión de captación de clientes consistió básicamente en organizar eventos como “polladas” o repartir volantes los domingos para informar acerca del proyecto ya convertido en realidad. También descubrimos las diferencias culturales entre Perú y Japón. Un día, mientras Armando, Miguel y yo caminábamos por las calles de Tokio, nos encontramos literalmente frente a una “tienda por departamentos” callejera. Seguimos nuestro camino y nos topamos con una refrigeradora y lavadoras; una cuadra más de recorrido y tuvimos frente a nosotros una mesa; y unos metros más adelante, sillas. Nosotros encontramos esos artículos para el hogar en semiperfecto estado de conservación y de mucha utilidad para el buen acondicionamiento de nuestra oficina, por lo que sin “roche” nos apropiamos de ellos. Fue de esa manera que pudimos darnos cuenta que allá la renovación de objetos o artefactos significa deshacerse sin el más mínimo remordimiento de los anteriores. En cambio nosotros los peruanos atiborramos de cosas –en su mayoría inservibles e inutilizables- los sótanos, desvanes o azoteas de nuestras casas, que ya sea por pena o creyendo neciamente que alguna vez las vamos a necesitar no botamos. Lo mismo nos pasa con la ropa o los zapatos y como una manera de justificarnos decimos: “ya voy a adelgazar”, “la moda va a regresar”. Como segunda diferencia, pudimos constatar que el respeto por la tranquilidad vecinal es algo “no negociable”. En nuestro país es muy común ver cómo se realizan reuniones o fiestas en casas o departamentos, con música a todo volumen y a altas horas de la noche, sin importarles la incomodidad o molestia que se pudiera ocasionar en los vecinos. Allá la bulla no es permitida, incluso causal de -previo aviso a la policía- expulsión de la residencia. Tampoco se recomienda utilizar la ducha en horas de la noche, por las molestias que causan a los vecinos. Acá solo sería motivo de un breve intercambio de ideas con el serenazgo del distrito y punto. Fue entonces, debido a conversaciones y carcajadas muy a la peruana, que tuvimos que buscar más de un local para trabajar hasta que cono-
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cimos y entendimos algo más de la rica y ejemplar cultura japonesa.
En las calles de Tokio, topándonos con distintos artefactos eléctricos en desuso, que utilizamos para el acondicionamiento de la primera oficina de Kyodai en Japón (1989).
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Central de Cooperativas de Ahorro y Crédito Kyodai
Educación, base del desarrollo Ya establecida la oficina en la capital japonesa, los dirigentes de las cooperativas determinaron que los gerentes de cada una de ellas ejercieran, en un principio, el mando trimestralmente de la oficina, el cual luego pasó a ser anual y de forma rotativa. Afortunadamente, al negocio le fue muy bien y funcionó durante muchos años con éxito. A su vez y siempre pensando en el bienestar y desarrollo intelectual de los nuestros, también se pensó en la creación de una escuela a distancia, lo que se denominó “Educación a distancia”. Teníamos claro que los jóvenes dejaban su hogar en el Perú por necesidad, que por más trabajo y dinero que conseguían, dejaban de lado los estudios. Sin embargo, sabíamos también que, al igual que los inmigrantes japoneses en el Perú, los peruanos en Japón tenían la idea de volver. Teniendo presente esa premisa es que creímos pertinente no permitir que los jóvenes pierdan o se atrasen en sus estudios, por lo que emprendimos la escuela de educación a distancia pero con la obtención de una currícula oficial, de tal manera que al regresar al Perú podían continuar con los estudios que habían iniciado.
Kyodai en la actualidad Si bien es cierto que con el tiempo la cantidad y frecuencia del envío de remesas de dinero de peruanos -y en general de sudamericanos- fue disminuyendo, esto debido a que los peruanos fueron optando por quedarse en Japón para luego gestionar que sus familias viajen hacia allá, en el continente asiático la cosa fue distinta: allí el negocio creció exponencialmente. Se inauguraron oficinas en Tokio, Nagoya y muchas otras prefecturas, además de expandir sus servicios a otros países: Vietnam, Tailandia, Camboya, Malasia, entre otros. En cuanto a la oficina de Kyodai en Perú, puedo dar fe que nunca se durmió en sus laureles. Quiero decir que no se limitó a su inicial servicio de envío de remesas de dinero, sino que también implementó una agencia de viajes, servicios funerarios y hasta la venta de productos japoneses dentro de sus instalaciones, haciendo las veces de un mini market interno.
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Pero no todo fue color de rosa y con el tiempo llegaron las desavenencias entre los dirigentes de las cooperativas fundadoras de Kyodai, llegando al punto de verse inmersos en engorrosos procesos judiciales. Estos conflictos internos imposibilitaron continuar realizando un trabajando conjunto entre cooperativas, por lo que se llegó a la saludable solución de que sea solo una de las cooperativas la que mantenga los rumbos de Kyodai y de la escuela a distancia. Finalmente, fue la Cooperativa de Ahorro y Crédito Pacífico la encargada de seguir “remando el bote”, el cual sigue felizmente a flote y viento en popa hasta la actualidad.
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Oportunidad desperdiciada de aprender el idioma Japonés
No se oyó el idioma japonés en casa Algo que me llamó mucho la atención desde niño fue el hecho de que mis padres no hablaran en japonés, sino un mal castellano que hasta el momento habían aprendido como muchos de los inmigrantes japoneses. Por otra parte, no tuve la oportunidad de estudiar en una escuela japonesa, como sí pudo hacerlo mi hermana mayor Mery. Lima Nikko, que funcionaba en lo que ahora es el colegio Teresa Gonzáles de Fanning en Jesús María, era el nombre de la escuela en la que se estudiaba y se daban los cursos en idioma japonés. Desafortunadamente, esa escuela fue expropiada por el gobierno durante los años de guerra de los años cuarenta y siguientes, motivo por el cual –por una cuestión cronológica- no pude instruirme en aquel centro de estudios.
Primera oportunidad desperdiciada Fue recién en 1964, a la edad de 21 años, cuando pude inscribirme en una academia que funcionaba en la escuela de La Victoria, en el jirón Sáenz Peña de ese distrito. Ahí recibí mis primeras lecciones en el idioma de mis antepasados. Las clases se dictaban los sábados en la tarde y estaban a cargo de la profesora Ana Tamashiro. Recuerdo que lo primero que me enseñó fueron los tipos de escritura: katakana, aquella empleada para palabras occidentales o en apellidos que no son japoneses; hiragana, que son los signos que más se utilizan para las escrituras y conversaciones. Y el kanji, que era el más complejo y el que demand-
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aba mayor preparación. Este no me fue enseñado, pues correspondía a un nivel más avanzado. Por alguna razón, que aún desconocía, no le di la importancia del caso al aprendizaje del idioma, abandonando la academia a las pocas semanas de haber iniciado las clases. Los arrepentimientos llegarían después.
Segunda oportunidad desperdiciada Ya de adulto y casado sentía en el fondo una especie de cargo de conciencia por no haber aprendido algo del idioma japonés. Recuerdo que un día vi a la profesora que tuve en la escuela de La Victoria, Ana Tamashiro, jugando tenis en la Asociación Estadio La Unión y le propuse que me diera clases particulares del idioma en mi propio domicilio. La profesora aceptó y las primeras clases fueron por buen camino. Llegué a aprender el alfabeto japonés, además de algunas frases en japonés como saludos (buenos días, buenas tardes, buenas noches) y preguntas, por ejemplo: “¿dónde queda la tienda?” o “¿cuánto cuesta el producto?”. A pesar de que percibí un avance importante, seguía con una terrible sensación de negativismo que me impedía continuar con las lecciones. Fui perdiendo la motivación y seriedad para las clases llegando a tomarlas a la ligera, aun cuando pagaba por ellas, para finalmente volver a renunciar a lo que había emprendido. Recuerdo haber tenido un tercer intento frustrado, pero aquella vez a nivel grupal, lo cual ya no vale la pena mencionar. El resultado fue el mismo estado final de desinterés de las dos oportunidades anteriores.
Viajes a Japón sin conocer el idioma Sabía que tarde o temprano sentiría los estragos de no haber querido estudiar a conciencia el idioma japonés. Y no podía haber otro lugar que el mismo Japón para sufrir las consecuencias de mi desinterés. Mencioné que en 1989 viajé a Tokio-Japón, junto a dos gerentes de las cooperativas Pacífico y Aelucoop, para instalar la oficina de Kyodai. Estando allá vi
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con sana envidia y con un cargo de culpabilidad cómo Armando Ouchida, gerente de la cooperativa Pacífico se desenvolvía con total naturalidad al dominar el idioma, mientras que yo tenía que recurrir a él en todo momento y en todo lugar como restaurantes, medios de transporte, centros comerciales, etc., para poder comunicarme. Era la primera vez que viajaba a Japón, por eso extendí mi viaje para trasladarme, luego de cumplir con mis tareas laborales en Tokio, a Okinawa para visitar a la familia que tenía allí. Pero nuevamente el fantasma de desconocer el idioma apareció y me hizo llamar a una señora peruana que conocía y que estaba en Japón para que hiciera de mi traductora oficial. También tuve algo de suerte porque con mi familia estaba un amigo que tocaba la guitarra y que me ayudó a comunicarme, además de las pequeñas hijas de un primo mío, que como jugando a que participábamos en un concurso me enseñaban un poco más del idioma. Realmente fue incómodo depender de otras personas, peor aun cuando tuve más de una oportunidad para aprender el idioma y no las aproveché. El año pasado (2017) viajé una vez más a Japón; viaje que disfruté mucho, aunque siempre pienso que si hubiera aprendido el idioma lo hubiera gozado mucho más.
¿Por qué no quise estudiar el idioma japonés? En un principio fue un enigma para mí por qué no tenía el más mínimo interés en aprender el idioma del lugar donde nacieron mis padres, pero con el tiempo pude deducir la causa principal. Durante mi niñez y adolescencia fui una persona llena de complejos e inseguridades, pero eso no fue del todo gratuito. Ser japonés o hijo de japoneses en esa época no fue fácil, mucho más en épocas donde los orientales no éramos bien vistos y, en el mejor de los casos, fuimos víctimas de burlas por simplemente tener los “ojos jalados”. Entre todas las humillaciones que pude recibir y observar hacia mis padres, desarrollé un sentimiento de rechazo y vergüenza a mis raíces, lo que condujo a que en su momento no quisiera saber nada relacionado a Japón. Aun así, sigo pensando que fue un terrible error tomar esa, aunque subconsciente, medida.
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Oportunidad desperdiciada de aprender el idioma Japonés
Reflexión final Aprender idiomas es de suma importancia para el desarrollo personal. Es de gran utilidad para tener mayores y mejores oportunidades laborales, para sentirse más seguro a la hora de viajar y de entablar relaciones interpersonales. Si se pudiera regresar el tiempo, no dudaría en aprovechar las oportunidades que tuve para aprender el idioma japonés.
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Experiencia Política
Golpe a nuestra campaña En 1967, estando en el Estadio La Unión, tuve - junto con otros dirigentes- la inquietud de incursionar en política. Lo primero era buscar a una persona nisei que pudiera tener la oportunidad de llegar y representarnos en el Congreso, que en esa época estaba conformado por la Cámara de Senadores y la Cámara de Diputados. Uno de los dirigentes del departamento de fútbol del AELU, el profesor Hernán Kameko, natural de Madre de Dios, cuyo padre era japonés, se presentó como la principal carta. Él se convirtió en candidato a la Cámara de Diputados del Congreso, representando al departamento de Madre de Dios. De acuerdo a la legislación de aquel entonces, el departamento de Madre de Dios tenía derecho a dos diputados. Y según nuestros cálculos, con 500 votos alcanzaba para quedarse por lo menos con el segundo cupo. Iniciamos nuestra campaña electoral. Empezamos por ponernos en contacto con las familias nikkei de Madre de Dios, explicándoles nuestro proyecto. Para nuestra campaña viajamos dos o tres veces hacia allá junto con el equipo de básquetbol del AELU para que jueguen y compartan con los pobladores. Además arreglamos y limpiamos el cementerio de la ciudad, contratando personal para su debido mantenimiento. También proyectamos películas para que las familias puedan disfrutarlas y se repartieron afiches con la propaganda respectiva. En realidad era una actividad muy peculiar, pues antes que una campaña política era un acercamiento con la población de esa ciudad. Realizamos trabajos relacionados con el deporte, con la distracción de los niños y el servicio
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social. Por todo el esfuerzo realizado, consideramos haber hecho los méritos necesarios para conseguir uno de los cupos para las elecciones generales de 1968. Lamentablemente en octubre de ese año se produjo el golpe militar comandado por el general Juan Velasco Alvarado, retirando al presidente Fernando Belaúnde de su cargo, quien tuvo que exilarse en Buenos Aires-Argentina. Todo lo que habíamos hecho fue en vano. Se suspendieron las elecciones para presidente de la República y para parlamentarios para el Congreso. Finalmente, no conseguimos el objetivo principal, pero rescatamos la experiencia ganada y aprendida en política.
Primer político nisei Cuando ya acababa el gobierno militar, el general Francisco Morales Bermúdez reemplazó a Juan Velasco Alvarado e intentó democratizar el gobierno, convocando a elecciones generales para conformar el Congreso Constituyente. Este se encargaría de elaborar y aprobar una nueva Constitución y, posteriormente, organizar el proceso electoral para elegir un nuevo presidente y los integrantes de las cámaras de senadores y diputados. El grupo de dirigentes que pertenecíamos a las distintas instituciones de la comunidad peruano-japonesa nos pusimos en contacto, por afinidad de ideología, con el Partido Popular Cristiano, liderado por el doctor Luis Bedoya Reyes, para presentar un candidato de la colectividad con la representación de dicho partido político. En una ocasión nos reunimos en un restaurante de San Isidro para departir y evaluar quién podría ser nuestro representante más idóneo para llegar al Congreso. Debía ser alguien con conocimientos de legislación, que tuviera buena capacidad de expresión, entre otras características. Sincera y humildemente, yo pensé que pude haber sido el elegido. Siempre tuve presente una tradición japonesa, que era la de siempre comportarse con discreción; se decía hacer “enrio”, lo que implicaba no auto sugerirse para desempeñar algún cargo, razón por la cual esperé la decisión del grupo
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con mucho respeto. Durante la reunión me retiré unos minutos a los servicios higiénicos. A mi regreso me di con la sorpresa de que ya se había elegido a nuestro candidato: Manuel Kawashita, decisión que igualmente acepté con mucho gusto. Para el día de las elecciones nos llevamos la grata sorpresa de que nuestro candidato había conseguido un lugar en la Asamblea Constituyente de 1979, siendo presentado días después en “sociedad”, en una manifestación realizada en la plaza San Martín. Fue de esa manera cómo llegamos a tener nuestro representante en el Congreso de la República. Manuel Kawashita se convirtió en el primer político nisei en el Perú.
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Experiencia Laboral
Primer trabajo y remuneración Estando en tercero de Derecho ya sentía la necesidad de trabajar, diría mejor “practicar“ en la oficina de algún abogado y aprender lo que en teoría nos enseñaban en las clases. Primero concurrí a la oficina del doctor Víctor Tateishi, que fue el primer abogado nisei, y luego a la del doctor Carlos Roberto Yumi, quien se hizo conocido cuando, siendo director del penal El Sexto, durante su gestión se produjo la fuga de un conocido delincuente apodado “Chalaquito”. Finalmente estuve en dicha oficina aproximadamente treinta días, donde me daban poco trabajo, por no decir nada. Recuerdo el inmenso respeto que les teníamos a los profesores. Con el doctor César Mansilla Novella, que nos enseñaba el curso del Derecho Procesal Civil, sentí además una especial confianza, lo que me permitió acercarme a él y pedirle que me hiciera el inmenso favor de conseguirme un trabajo. Y fue así que me contactó con el doctor Daniel Delzo Rodríguez, su compañero de estudios, quien después de una entrevista –junto con la aprobación del doctor Carlos Zuzunaga Flórez (socio principal del estudio)- me aceptó como practicante. Mención especial para los doctores Roberto Ramírez del Villar y Mario Polar Ugarteche, quienes también formaban parte del estudio y fueron prominentes líderes del Partido Demócrata Cristiano, liderado por el doctor Héctor Cornejo Chávez. Tiempo después se separaron formando el Partido Popular Cristiano, con el doctor Luis Bedoya Reyes a la cabeza. La oficina quedaba en el jirón Carabaya N° 515, oficina 600, edificio Wiese y se caracterizaba porque la puerta de metal era impresionante por lo alta y decorada de color oro. En aquel estudio trabajé cinco años, desde 1964 hasta 1968,
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año en que obtuve el título de abogado. Durante el tiempo que estuve practicando me encargaban revisar y controlar el estado de los expedientes judiciales que llevaba el estudio: “hacerlos caminar”. Para ello debía ir diariamente a las oficinas de los escribanos, que eran los secretarios de los jueces civiles, cuyas oficinas estaban ubicadas alrededor del Palacio de Justicia, principalmente en los jirones Azángaro, Lampa, Manuel J. Cuadros, Carabaya, Camaná, Cotabambas, Abancay, Pachitea, etc. Una anécdota que recuerdo fue cuando, reconociendo mi trabajo en el estudio, recibí un cheque de mil soles de oro (S/. 1,000.00). Orgulloso se lo enseñé a Angélica, mi enamorada. Fue mi primer sueldo. En ese momento tuve el terrible desatino de preguntarle: “¿Me acompañas a comprarles algo a mis hermanas?”. En su inmensa nobleza aceptó y me acompañó a comprarles los obsequios. Ya tiempo después y con más confianza me recordó -digamos mitad en serio, mitad en broma- aquel evento dando a entender que fui desatento con ella.
Experiencia laboral en la administración pública En 1969 inicié mi labor como abogado en la administración pública que he ejercido ininterrumpidamente por aproximadamente 30 años, comprobando a lo largo de todos estos años que la seriedad y buen desempeño en el trabajo es la mejor carta de presentación. También me di cuenta cómo las relaciones y la amistad -y yo podría decir el fulbito- me permitieron pasar de una a otra entidad del gobierno, mejorando mi nivel laboral, obteniendo una mayor experiencia por los nuevos retos que se me presentaban y una mejor remuneración. Ese año fue director general de obras sanitarias del Ministerio de Vivienda el ingeniero Augusto Bedoya Reyes, hermano del líder político doctor Luis Bedoya Reyes. El doctor Carlos Zuzunaga Flórez, socio principal del estudio jurídico donde estaba haciendo mis prácticas laborales fue el que me recomendó para ingresar a dicha dirección general como asesor legal, donde laboré por tres años. En mis prácticas deportivas semanales me reunía con un grupo de amigos todos los sábados para jugar fulbito en la cancha de la que era las Empresa Eléctricas Asociadas, en su local de la avenida Tingo María, en Breña. Entre los compañeros jugaba el doctor David Flores Vásquez, que era el jefe de la asesoría
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legal de la Empresa Nacional de Turismo Enturperú, y debo reconocer que nuevamente el fulbito me permitió cambiar de trabajo. Y es que gracias a esos encuentros futbolísticos el doctor Flores y yo afianzamos nuestra amistad, que quedó en manifiesto cuando me invitó a iniciar una nueva experiencia laboral, junto con él, en dicha empresa estatal. Mi paso por Enturperú tuvo una duración de cuatro años. Mi siguiente centro de trabajo fue en la dirección general de extracción en el Ministerio de Pesquería, con el cargo de asesor legal. A dicho centro de labores llegué por aviso y recomendación de dos amigos abogados con los cuales también jugábamos en el fulbito de los días sábados y que trabajaban en el mismo ministerio: Hugo Matsuura Sánchez y Miguel Molleda Cabrera. Como anécdota puedo contar que entre los compañeros del mismo equipo se “disputaban a Isaac” para tenerlo también como compañero de trabajo y de profesión. Otra experiencia laboral fue en la Empresa Minera Especial Tintaya S.A., donde llegué por recomendación de dos amigos que estuvieron trabajando en pesquería y que luego se trasladaron a dicha empresa minera, el ingeniero Alfredo Araujo y el abogado Marco Pastor. Las otras entidades en las que he trabajado han sido: el Ministerio de Salud, la empresa Ampollas Farmacéuticas, Compañía Orrantia y Electro Perú. Simultáneamente con mi labor en la administración pública, tuve la oportunidad de laborar en el Estudio de Servicios Contables y Afines (ESCA), organización liderada por mi amigo Mario Habaue Shinohara. Mi última experiencia de trabajo fue el cargo de secretario general del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, en el inicio del gobierno del ingeniero Alberto Fujimori en el año 1990. Mi cargo fue muy importante dentro de la estructura administrativa del sector público porque se ubicada por debajo del ministro y del viceministro; de tal manera que después del nombramiento, como era costumbre, tenía acercamientos y recibía visita de los propios trabajadores del ministerio solicitando diversos favores, encargos, ofrecimientos etc. Mi ingreso al ministerio se dio por un llamado del propio ministro, el ingeniero Eduardo Toledo y del viceministro de transportes Ricardo La Puente -y no por el presidente Fujimori, a quien no conocía-. Los tres éramos amigos y pertenecíamos a un movimiento de la iglesia católica. Creo conveniente hacer hincapié en el “no llamado” del presidente de la República de aquel entonces porque, seguramente, por compartir el mismo origen y ascendencia japonesa, se
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corrió el rumor de que yo había sido “colocado” por el propio ingeniero Fujimori, lo cual difiere totalmente de la realidad. Nuestro trabajo se inició con la instalación del nuevo gobierno en julio y recuerdo que, en octubre de ese mismo año, el ingeniero Eduardo Toledo me propone el cargo de presidente del directorio de la Empresa Nacional de Transportes (ENATRU). A pesar de mi negativa, en esa misma semana, me muestra la Resolución Suprema que aprobaba mi nombramiento, firmada por el presidente y el ministro. Con la copia de la resolución en mis manos, yo me preguntaba: “¿qué hago yo, abogado, como el encargado de una empresa de transportes?”. Esta estipulaba, entre otros aspectos, que tenía la responsabilidad en el servicio social de la población; debía determinar las rutas por donde los ómnibus debían brindar el servicio y, por ser empresa pública, inclusive disponer del recorrido en zonas no muy rentables, encargarme del mantenimiento general de todos los buses, del control de los choferes y de todo el personal administrativo de la propia empresa. Por eso me volvía a preguntar “¿por qué tuvieron que escogerme a mí?”. Inclusive recuerdo que, en el programa de noticias y entrevistas de RPP de las ocho de la mañana, Humberto Martínez Morosini, con su peculiar estilo de conversar y poner en dificultad a sus entrevistados, me preguntó: “¿Y qué hace usted, doctor Higa, como abogado, en una empresa que requiere de un técnico y especialista en el transporte masivo? ¿Cuál es su experiencia en este campo?”. Para salir del paso -y muy rápidamente- tuve que contestar que para desempeñar el encargo contaba en la empresa con todo el personal técnico y con la organización necesaria, y que mi función era la de coordinar el trabajo con toda la administración. Así pude salir de ese difícil momento. Los cargos, tanto el de secretario general como el de presidente del directorio duraron hasta enero de 1991, cuando hubo un cambio de ministro y también de los principales funcionarios. Así terminó mi experiencia en la administración pública, con todos los conocimientos y experiencias que pude obtener, además de las amistades que conservo a pesar del tiempo transcurrido.
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Declarando para distintos medios de comunicaciรณn, entre ellos RPP, como presidente de ENATRU.
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Mi aspiración de ser Notario
Viendo procedimientos judiciales, visitando y caminando por todas las secretarías de juzgado del Palacio de Justicia, ejerciendo funciones como abogado independiente y, paralelamente, trabajando en la administración pública, fue cómo sentí que mis inclinaciones profesionales estaban dirigidas al terreno del derecho civil. Particularmente, lo que me interesaba y gustaba era el trabajo relacionado con los registros públicos, con el estudio de títulos, asesoramiento para las transferencias y adquisición de inmuebles, constitución de hipotecas, etc.
Primera experiencia en asuntos notariales Cuando trabajé en el Ministerio de Vivienda en 1970 me convocaron, junto con dos abogados, para integrar una comisión en la que teníamos que estudiar la titulación de los inmuebles, básicamente los cerros de La Molina de la Compañía Arenera La Molina, empresa propietaria en ese entonces de todos los cerros de aquel distrito. Para dicha misión, y con autorización del Ministerio de Vivienda, ingresábamos constantemente al archivo del registro público, ubicado en ese entonces en el sótano de Palacio de Justicia y solicitábamos que nos hicieran llegar los tomos donde estaban inscritos los diferentes inmuebles de la compañía, para proceder al estudio de los mismos. Este trabajo lo considero como mi primera experiencia en asuntos relacionados con el derecho notarial, ya que no solo era ver temas de propiedades, sino también escrituras públicas porque cada uno de esos contratos tenía que formalizarse por escritura ante un notario. Esa labor despertó mucho en mí el deseo de profundizar aún más en cuanto a las funciones que debía desempeñar un notario, motivo por el cual me animé a postular por primera vez para alcan-
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zar la plaza de notario de Lima.
Postulaciones para ser notario: fracasos tras fracasos Pocas son las cosas que me han sido fácil en la vida, y el llegar a convertirme en notario no fue una de ellas. El camino a la meta fue muy duro, las caídas recurrentes, pero finalmente con mucho esfuerzo y sacrificio conseguí el ansiado nombramiento como notario de Lima. En 1988, tras mi primera experiencia laboral en asuntos notariales en los registros públicos, me animé a probar suerte en un concurso para obtener el cargo de notario. Dije “a probar suerte” porque estaba convencido de que no obtendría la plaza debido a mi inexperiencia y no tan exhaustiva preparación, a pesar de haberme dado el trabajo de conseguir las posibles preguntas o formularios que podía incluir el concurso, una especie de prospecto para postular a la universidad. Recuerdo que adquirí el balotario en el local del Colegio de Notarios de Lima, cuya oficina quedaba en el jirón Huancavelica, Cercado de Lima, al costado de la antigua cafetería Carbone y cerca del Teatro Segura. Por supuesto que el resultado fue negativo, pero rescato la experiencia adquirida. En aquel concurso postularon, entre otros abogados, María Mujica y Ricardo Fernandini, quedándose con la única vacante que otorgaba el concurso la primera en mención. Posteriormente, el doctor Fernandini obtuvo el cargo de notario en otro concurso. Hago especial citación a ambos abogados, muy amigos míos, para no dar validez a la idea que se tenía en ese entonces de que los hijos de los notarios heredaban el cargo automáticamente de sus padres, sin necesidad de pasar y aprobar el debido y exigente concurso. Los dos son hijos de notarios y llegaron a serlo en diferentes oportunidades por méritos propios, inclusive tanto la doctora Mujica como el doctor Fernandini han ocupado el cargo de Decano del Colegio de Notarios de Lima, realizando una brillante gestión. Mi idea estaba más que clara: mi deseo era convertirme en notario, e iba a postular en cuanto concurso sea necesario para serlo. Eso me remonta al año 1993, en el que se realizó la convocatoria para el concurso del año 1994. Esta tuvo la particularidad de que las vacantes estaban distribuidas por distrito; es decir, uno postulaba al distrito en el que deseaba ejercer su cargo de notario. En ese concurso no volví a alcanzar la plaza, aunque mostré mejorías quedando en
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cuarto lugar para el distrito que había elegido (Surquillo) con 46 puntos. Aunque me quedé con un sinsabor porque con mi puntaje hubiera alcanzado una plaza en otro distrito en que los concursantes alcanzaban el puesto con un menor puntaje, incluso en otros distritos el o los puestos quedaban vacantes por no haber alcanzado la nota mínima. Por eso me pareció algo injusto, pero la realidad era que había fracasado una vez más. Dos años después, en 1996, me encontraba pugnando por una de las ansiadas vacantes en un nuevo concurso. Nuevamente, la modalidad fue por distritos, y elegí el distrito de Comas. Era tal mi deseo de ser notario que lo último que me importó fue la considerable lejanía entre mi hipotético nuevo lugar de trabajo y mi domicilio en aquel entonces (San Isidro). Es más, tenía la descabellada idea de tener un lugar donde vivir allá en días laborales, y los fines de semana me regresaría a San Isidro. Sin duda, una idea sin pies ni cabeza, pero que demostraba mi real aspiración. Me incliné por Comas porque me pareció que era un distrito progresista, en el que había mucho movimiento de personas. También porque tuve presente que en el concurso pasado las vacantes para este distrito quedaron desiertas; es decir, nadie alcanzó el puntaje mínimo para cubrirlas. Con todos estos conceptos estaba listo para hacerme, por fin, de una de las dos vacantes para este distrito. Para aquella ocasión hubo catorce postulantes, de los cuales solo llegamos dos al examen oral final. El llamado para la prueba definitoria fue en orden alfabético. Luego había que sacar dos balotas; una en la que se indicaba el curso que correspondía desarrollar y la otra la pregunta que debía responderse. Yo fui el primero en intervenir. Minutos después fue el turno de la abogada con la que había llegado hasta la instancia final. Siendo lo más humilde y objetivo posible, evalué mi participación como la merecedora de alcanzar una de las plazas, más aún cuando el distrito de Comas otorgaba dos vacantes. Creí que por fin se había dado mi oportunidad. Increíblemente no fue así. Pasadas las pruebas finales, el jurado calificador comenzó a anunciar a quienes habían obtenido las vacantes para cada distrito. Mi desazón no pudo ser peor. Cuando llegó el turno de mencionar a los ganadores del distrito por el que postulé, escuché la frase que derrumbó mi más ansiada ilusión: “Las dos vacantes para el distrito de Comas quedan desiertas”. El mundo se me vino encima. Yo había obtenido 41 puntos. El puntaje mínimo requerido era de 42. Un punto me había alejado de mi sueño. El impacto fue devastador en ese momento. Muchos me aconsejaron de que esto solo era motivo de frustraciones para mí y que desista de ese propósito, pero ya no podía renunciar, ahora lo quería más que nunca.
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¡Por fin! Pasada la triste experiencia del último concurso, el panorama no era para nada alentador. Yo ya no era precisamente un jovencito, había superado la barrera de los cincuenta años. Mi familia, preocupada por mis constantes desilusiones, me aconsejaba y repetía que no continuara ese camino. Si bien las palabras venían de gente que me quiere y busca lo mejor para mí, estaba convencido que tenía y podía sortear esos obstáculos. Decidí inscribirme hasta en dos cursos preparatorios para el siguiente concurso, uno en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y el otro en la Universidad Femenina del Sagrado Corazón. Ambos cursos significaron, prácticamente, volver a estudiar la carrera. Mi horario de estudio era de 6am a 9am porque más tarde tenía que ir a trabajar. Sandro Mas Cárdenas, Agustín Flores Barboza, José Urteaga Calderón, Javier Inga Vásquez, Arnaldo González Bazán y yo integramos un grupo de estudio. Nos reuníamos semanalmente en cada uno de nuestros domicilios para repasar todo el balotario y recuerdo que cada uno de nosotros tuvimos que someternos a una simulación del examen oral con el “jurado” compuesto por nosotros mismos. Llegó 1998 y con él un nuevo concurso. Todas las expectativas cargadas de ansiedad volvían a mí. Este concurso, a diferencia de los dos anteriores, otorgaba 67 plazas y, por estricto orden de mérito, uno elegía en qué distrito realizaría sus futuras funciones como notario. Rendí las pruebas correspondientes. Había llegado preparado pero no quise cantar victoria hasta que el jurado anunciara a los nuevos notarios de Lima. Finalmente ocurrió. Por fin mi nombre salió de la boca de uno de los miembros del jurado. Por fin había conseguido lo que tanto me había costado. Obtuve una de las plazas, lo que significaba que era notario… por fin. El momento era de júbilo, pero debía bajar un poco las revoluciones para poder concentrarme en la elección del distrito en el que laboraría. Era una elección inmediata y no modificable; es decir, si yo elegía un determinado distrito, solo podía laborar en dicho distrito; cambiar de sede era una falta grave, incluso causal de destitución. Es por ello que tenía que estar muy atento a las elecciones de mis colegas que habían obtenido mayor puntaje que yo, para saber qué distrito aún quedaba
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vacante. Para evitar confusiones y porque la decisión tenía que ser inmediata, diseñé un cuadro con los nombres de los distritos y el número de plazas en cada uno de estos, y a medida que los postulantes ganadores iban escogiendo su plaza yo iba llenando el cuadro y colocando los distritos que estaban escogiendo. Para cuando me llegó el momento en el que debía responder y escoger, reparé que aún quedaba libre una de las dos vacantes que ofrecía el distrito de San Luis, por el cual finalmente decidí. Sería San Luis, el distrito en el que desempeñaría el cargo de notario. Para ello tocaba recorrer el distrito y buscar un local adecuado para establecer mi futura notaría. Hacer del sueño una realidad.
Momento de la juramentación en la ceremonia de incorporación al Colegio de Notarios de Lima.
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Momento en el que recibo la cinta y la medalla con la que sello mi incorporaciรณn al Colegio de Notarios de Lima.
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Buscando local Tenía el nombramiento oficial del Ministerio de Justicia como notario en la jurisdicción de Lima, con ubicación en el distrito de San Luis, lo que todavía no tenía era un local para poder establecer una oficina y poder ejercer mis funciones como notario. Empecé a buscarlos, en muchas ocasiones acompañado por mis hijos. Lo que teníamos claro era que la propiedad debía estar en la avenida Canadá, que es la más conocida y con mayor movimiento comercial de San Luis. Un día, en la cuadra 35 de la avenida Canadá, distinguí en una casa un letrero de “se alquila”. Efectivamente se alquilaba, pero solo el segundo piso del inmueble, aun así me gustó y se lo alquilé a los propietarios, los esposos Hernán y Luisa Rodríguez. Ya contaba con un local para empezar a trabajar. Aunque, paralelamente, buscábamos otras alternativas.
Los inicios de la notaría El 1 de julio de 1999 iniciamos funciones y abrimos las puertas al público en el segundo piso de la casa, que se había convertido en mi pequeña notaría. Tres dormitorios los habíamos acondicionado para que sean mi oficina personal, la oficina de abogados y la secretaría-administración. A su vez la sala y el comedor pasaron a ser el área de atención al público. Empecé trabajando con tres personas: una secretaria; una señora para la at-
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ención al público y que se encargaba de la recepción y legalización de documentos; y un trabajador que debía ir diariamente a los registros públicos. Al mes de iniciada las labores contratamos a una administradora y a una abogada. Además contaba con el valioso apoyo de mis hijos. Lamentablemente, en un inicio, las cosas no marcharon bien en la notaría: Estábamos desfinanciados, llenos de deudas producto del mal y excesivo uso de las tarjetas de crédito. Incluso hipotequé mi casa, pero no para inversión, sino para cubrir los gastos administrativos.
Koki al rescate Paralelamente a la apertura de la notaría, mi hijo Koki hacía una carrera próspera en un conocido banco de la ciudad, cuando de pronto, por uno de esos fenómenos que activan los instintos y atacan la racionalidad, decidió dejarlo todo por ir a estudiar las técnicas del sanshín, como se le conoce a la guitarra okinawense, a la misma Okinawa, en Japón. Aproximadamente después de un año de inaugurada la notaría, Koki regresó de su viaje, enterándose de la crisis financiera que padecíamos producto de malos manejos y decisiones dentro de la notaría. Casi de inmediato, lo primero que hizo fue pedirnos, a Angélica y a mí, las tarjetas de crédito utilizadas para fines laborales, y procedió, literalmente, a eliminarlas, consiguió unas tijeras y las cortó en pedazos. A partir de ese momento, Koki asumió las riendas de la administración y organización de la oficina, y al poco tiempo después puso a flote el barco que se nos hundía prematuramente. Hasta hoy mantiene esa labor, de la que siempre le estaré inmensa y eternamente agradecido.
Compra del inmueble El trabajo mejoró con la llegada de Koki y, con ello, aumentó la clientela y la cantidad de labores; por ello es que ya era necesario contar con un espacio más amplio. Empezamos alquilando el segundo piso de una casa, pero rápidamente el espacio que creímos suficiente se fue convirtiendo en una ratonera. Pudimos
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darnos cuenta que en la casa había dos habitaciones o espacios que hacían las veces de almacén; así que decidimos conversar con los propietarios para poder alquilarles dichos espacios. La propuesta fue aceptada, y sin pérdida de tiempo convertimos el almacén en ambientes de trabajo. A la par, junto con alguno de mis hijos, peinábamos la zona en busca de un local alternativo, por si encontrábamos uno mejor. Llegamos a encontrar uno que nos agradó mucho, a escasas dos cuadras del que ocupábamos en la misma avenida Canadá. Desafortunadamente, las negociaciones no llegaron a buen puerto, sobre todo al no permitirnos hacer mayores modificaciones en cuanto a la arquitectura y estructura del inmueble, eso sumado a que un día yendo a visitar este nuevo local, acompañado de mi hija Mery, dos muchachos le arrebataron la cartera. Con eso entendimos que era una señal de que definitivamente no debíamos alquilarlo. Pero el trabajo no se detenía en la notaría, ni la necesidad de contar con un espacio más amplio, de tal manera que viendo un potencial espacio en el tercer piso de la casa, el que no usaban o, mejor dicho, lo destinaban para dejar las cosas que en su mayoría no servían para nada, decidimos proponer a los propietarios que nosotros arreglaríamos ese tercer piso, sin costo alguno y que renovaríamos el contrato sin elevar la renta, con el ofrecimiento y promesa que, al concluir el contrato, los arreglos del tercer piso quedaría en beneficio del local y de los propietarios. Finalmente hubo acuerdo y tuvimos más espacio para trabajar. La necesidad por conseguir más espacio parecía algo de nunca acabar, pero eso era señal de que las cosas marchaban bien en la notaría. Solo nos quedaba pensar en el primer piso de la casa donde trabajábamos, y eso solo significaba algo: comprar el inmueble. Y es que los propietarios vivían allí. Propusimos nuestra intención a los dueños; sin éxito en un principio. Había hecho manifiesto lo importante que fue Koki en el reflote y buen cauce de la oficina, pero su colaboración en este asunto fue digna de todo reconocimiento. Con la “complicidad” de mi hija Mery idearon una táctica que podríamos calificar de “presión inocente”. La señora dueña del inmueble subía al segundo piso donde trabajábamos, prácticamente solo para cobrarnos el alquiler, es decir, a duras penas la veíamos una o dos veces al mes. Pero cuando subía no desaprovechábamos la oportunidad de tratar de convencerla de que nos venda la casa; sin embargo, ella mantenía su firme negativa. Fue entonces que decidimos poner en práctica el “plan b” de
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Koki y Mery. Estaba claro que lo que necesitábamos eran mayores oportunidades para convencerla. La señora era muy puntual cuando se trataba del cobro del alquiler, por lo que su presencia en el segundo piso era infaltable todos los 15 o 30 de cada mes. Así que le dijimos a la persona encargada de pagarle que le diga que en ese momento no contábamos con liquidez y que, por favor, volviese uno o dos días después. Con esa mentirilla piadosa –porque el dinero estaba allí- ya no teníamos a la señora una sino hasta en tres ocasiones en nuestro piso, lo que nos daba más oportunidades para “enamorarla” con nuestras propuestas que, sinceramente, eran más que beneficiosas para ella y su familia. Ella nos seguía diciendo que no, aunque ya no con la misma determinación de antes. Su duda debe habérsela transmitido a su hijo porque al poco tiempo quiso conversar –visiblemente interesado- con nosotros sobre el tema. Yo nunca fui un virtuoso en temas de negociaciones, administración y finanzas. El especialista en esas materias era Koki, así que dejé que se encargue de todos esos temas en las conversaciones con el hijo de la propietaria. Finalmente todo se convirtió en una negociación entre hijos. Las negociaciones fueron exitosas para ambas partes. En cuanto a nosotros significó que teníamos el primer piso y más espacio para brindar un mejor servicio a nuestros clientes. Éramos los felices nuevos propietarios del inmueble.
Selección de personal Contaba que empecé a trabajar con tres personas. La secretaria que nos acompañó al principio llegó hasta la notaría tras leer nuestro anuncio publicado en un periódico, el que solicitaba una persona experimentada para ese puesto. Tanto la señora responsable de la recepción y legalización de documentos, como el trabajador encargado de presentar los documentos al registro fueron recomendados por mi colega y amigo José Alcides Urteaga Calderón, quienes laboraban en la notaría del doctor Felipe de Osma, en el distrito de San Isidro. Debo mencionar que entre los muchos trabajadores que a lo largo de estos 19 años han laborado en la notaría, es Julio Muñoz Seminario el único que se
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mantiene desde los inicios hasta la actualidad. Recuerdo también que al mes ingresó una administradora a trabajar con nosotros. Ella se unió gracias a la recomendación de Angélica. Mi esposa llevaba clases de yoga con el profesor Fernando Burneo y allí conoció a su hermana. La nueva amiga de Angélica, Luz Burneo, resultó ser administradora, por lo que se animó a ofrecerle dicho cargo en la notaría. Además contamos desde los primeros días de iniciado el trabajo con la colaboración de la abogada Gioconda Cárdenas. Con el tiempo fuimos necesitando más trabajadores en la notaría. Nosotros, aparte de la experiencia profesional y laboral, exigíamos tres requisitos fundamentales: que sea alegre, que se adapte al ambiente y que sepa aceptar bromas y apodos. Alegre porque, en la mayoría de los casos, los clientes que van a la notaría lo hacen por obligación, porque tienen que cumplir con un trámite y con cierto malestar o incomodidad; entonces no era ni es justo encontrarse en la notaría con una persona que ni siquiera es capaz de regalarte una sonrisa; todo lo contrario, nuestro objetivo debía ser mejorarles en algo su día ya trastocado. Debía adaptarse al ambiente de trabajo. Nosotros teníamos la política de que, antes de contratar permanentemente a un trabajador, hacíamos que pase por una semana de prueba para que pueda comprobar si va a sentirse a gusto en la notaría. Pero también para que nosotros sepamos si íbamos a estar a gusto con él. Alguna vez entró a trabajar un abogado que en el primer día de prueba demostró que su presencia no sería grata ni para él ni menos para nosotros. Prácticamente, lo primero que hizo al iniciar labores fue quejarse: mencionó que no estaba conforme con el estado del escritorio que se le estaba asignando. Cabe recalcar que el mueble estaba en perfecto estado, su queja iba por el lado de que había unos papeles dentro de los cajones. Su protesta podía ser válida, lo que no nos gustó fue la forma de manifestarla. En otra oportunidad se negó a hacerle un favor a un compañero aduciendo que él era abogado y no estaba para hacer favores, ni llevar documentos a otra área de la notaría. Esas actitudes no eran las que buscábamos en un trabajador de la oficina, por lo que decidimos no seguir contando con él, remunerándole los días que estuvo con nosotros. En cuanto a saber aceptar bromas y apodos, lo vinculamos al hecho de tener paciencia y saber mantener el buen humor, incluso en situaciones complicadas. Ojo, para las bromas y apodos no había rango jerárquico que valga. En la oficina todos somos iguales, siempre manteniendo el respeto del caso. Era casi un hecho que desde el primer día de labores, el nuevo trabajador ya tuviera un apodo. En un principio yo fui el responsable de hacer las entrevistas a los postulantes
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para trabajar en la notaría, pero como veía que muchos de ellos se retiraban muy pronto de la oficina, pensé que no reclutaba al personal idóneo y que invertía mucho tiempo en dichas entrevistas. De tal manera que encargué esa misión a personal especializado en el área de recursos humanos. Recuerdo que durante las entrevistas que hacía, después de la parte seria y protocolar de la misma, pasaba a la parte informal de la entrevista. Con el propósito de soltar un poco las tensiones, les pedía a los postulantes que me contaran un chiste y que le dieran un golpe contundente a mi escritorio. Por supuesto que la sorpresa y extrañeza ante mis poco ortodoxos pedidos en una entrevista de trabajo no se hacían esperar. Finalmente, pude darme cuenta que en vez de relajar al postulante lo terminaba angustiando más de lo que ya estaba. Y nunca nadie se animó a contarme un chiste ni a darle un buen golpe a mi escritorio.
No todo es trabajo Siempre he creído que una persona alegre realiza mejor su trabajo y que reír lo llena a uno de energía positiva para lidiar mejor con los posibles contratiempos del día a día. Es por ello que desde siempre he buscado la manera de entretener a los trabajadores de la notaría de distintas maneras. Cuando una o más personas eran contratadas para trabajar con nosotros, no podían salvarse de realizar el típico desfile de bienvenida. Este consistía en pasear por delante de todos los trabajadores de la oficina como si fueran los modelos del momento, mandando besitos volados o sacándose y tirando el saco que traían puesto. Realmente era un momento divertido donde todos la pasábamos muy bien. Desde luego que hubo personas tímidas y otras más avezadas, pero al final todos se atrevían a desfilar. Realizábamos actividades por el Día de la Madre, Día del Padre, Halloween, Día de la Primavera, entre otros. Tanto para Halloween como para el Día de la Primavera, todos los trabajadores debían venir disfrazados y hacer el desfile correspondiente, para que un jurado, conformado en la propia notaría, tenga la “difícil” misión de elegir al mejor disfraz y desfile. Yo participaba de estos y otros eventos internos haciendo de maestro de ceremonias, animando y poniendo en más de un aprieto a los participantes con mis incómodas preguntas. También realizamos agasajos anuales yéndonos a comer a un chifa, con orquesta y baile
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incluido. Todas las actividades de la empresa fueron sinónimo de buenos momentos de confraternidad y camaradería, en los que las risas eran interminables y la alegría nunca estaba ausente.
Discapacidad no es incapacidad Otra de las buenas ideas de Koki y de Guadalupe Aguirre, la administradora, contadora y encargada del área de recursos humanos, fue pensar en ayudar y contratar a personas con alguna discapacidad. Entonces, teniendo conocimiento que en la municipalidad de San Luis había un área o departamento de ayuda a personas con discapacidad, informábamos y orientábamos acerca de oportunidades de trabajo en la notaría Por ejemplo contamos en la oficina con tres personas sordomudas. Ellos se encargan de sellar y numerar las hojas y los libros de las empresas. Tuvimos también personas con discapacidad para caminar y movilizarse por sí mismos, quienes se encargaban de sacar fotocopias o digitar las escrituras públicas, actas y demás documentos. A todos se les trataba por igual y también participaban de todas las actividades de la empresa. Nos presentamos durante muchos años en concursos organizados por el Ministerio de Trabajo, donde premiaban las buenas prácticas laborales en distintos rubros. Nosotros participábamos en el rubro de igualdad de oportunidades a todas las personas sin discriminación por razón de raza, edad, sexo, discapacidad, etc. Habiendo recibido en varias oportunidades del Ministerio de Trabajo el premio y el reconocimiento por las buenas prácticas laborales. De igual manera, nos presentamos en otros concursos relacionados a la capacitación de la gente; por ejemplo, la Asociación de Buenos Empleadores nos galardonó con el premio a mejor programa para personas con capacidades especiales. Y así también ganamos otros concursos. Pero nuestro objetivo no era recibir premios sino motivar a las demás empresas a contar con más personas discapacitadas en sus centros de labores para que los ayuden a desarrollarse social y profesionalmente. Incluso, para incentivar esta práctica a las demás notarías, enviaba oficios al Colegio de Notarios de Lima con las fotos recibiendo los premios. Nuestra
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intención era que más notarías cumplan y superen el promedio de trabajadores que la ley exigía en aquel entonces (3%). Nosotros llegamos a contar hasta con el 10% o 12% de trabajadores con alguna discapacidad. No quería cerrar el capítulo sin comentar la convivencia que tuvimos con un joven sordomudo. El joven se llamaba Marco, él era lustrador de zapatos y trabajaba en la vereda al frente de la oficina. En ocasiones, cuando había que cargar y llevar las cajas llenas de libros legalizados a las maleteras de los autos de las distintas empresas que trabajaban con nosotros, le pedíamos a que nos ayude, y así se fue ganando nuestro cariño y confianza; por lo que creímos sería buena idea que trabaje con nosotros. Él aceptó y ya era parte de la empresa. Marco entró a trabajar sellando las hojas. Muy pronto, advertimos que no sabía comunicarse ni con señas; así que decidimos inscribirlo en una academia para que pueda aprender. Con mucho gusto vimos cómo con el tiempo lo había logrado. No solo eso. Vimos cómo había mejorado como persona: desde su manera de vestirse hasta de trabajar, cada día era más eficiente, incluso pasando a realizar más de una función dentro de la notaría. A pesar de su gran crecimiento en todo sentido, Marco un día decidió retirarse de la notaría. Por más que intentamos retenerlo, porque realmente notamos que trabajar con nosotros era muy beneficioso para él, fueron inútiles nuestros intentos. Ya tenía tomada su decisión. Al parecer el llamado del amor fue lo que hizo que se despida de nosotros. Nunca más supimos de nuestro amigo Marco. Solo pudimos expresarle nuestros más sinceros buenos deseos. Trabajar con personas con discapacidad fue nuestra forma de ofrecer ayuda social, pero también era un compromiso y una enorme responsabilidad. El presente y futuro de ellos dependían del buen trato y condiciones de trabajo que podíamos ofrecer. Felizmente, creemos haber hecho bien las cosas y haber dotado a personas con discapacidad de mayor seguridad y autoestima; virtudes vitales para triunfar en la vida. Como muestra de nuestro compromiso invitamos a los padres y familiares de las personas con discapacidad que contratamos para que puedan visitar la oficina y ver el correcto desenvolvimiento de sus hijos o familiares, donde siempre encontrarán las puertas abiertas. Además no llevamos a trabajar a nadie con discapacidad que no tenga el certificado expedido por el Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis), que cuenta con el registro de toda persona discapacitada.
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Reconocimientos recibidos por el Ministerio de Trabajo por el rubro de “Buenas Prácticas Laborales”.
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Reconocimientos recibidos a la “Responsabilidad Social Laboral”.
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Notaría Isaac Higa Nakamura a su servicio Desde que abrimos las puertas al público teníamos claro que trabajaríamos de acuerdo a las normas legales, brindaríamos un servicio honesto y seríamos objetivos. Ayudar a las personas sería nuestro lema, tanto a los clientes como a nuestros propios trabajadores. Cuando los chicos de la oficina tenían un problema o yo veía alguna contrariedad reflejada en sus semblantes los invitaba a pasar a mi oficina personal, la que siempre estaba abierta para todos. Allí no les aconsejaba como notario sino como amigo, papá o hermano mayor. Incluso me sentaba a su costado para que dejaran de verme como el jefe. Vinieron a buscarme por problemas de todo tipo, desde intolerancia al transporte público hasta chicas angustiadas por no saber cómo contarle a sus familias que estaban embarazadas. Mientras escribo estas líneas me encuentro próximo a cumplir 19 años en la notaría. Siempre tratando de brindar el mejor servicio y siempre al servicio de las necesidades del público.
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Vista panorámica de la notaría.
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Conociendo la historia de mis Padres
Mis padres Hiromasa y YasĂş en 1934. Tomada en el estudio Romero, que quedaba al lado de nuestra casa-tienda en ColĂłn.
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Conversación con mis hermanas Mery, Rosa, Dina y Constanza
Fecha: domingo 29 de abril del 2018 Lugar: casa de mi hermana Mery. Los Ángeles (California, Estados Unidos)
Inmigración de papá Isaac: ¿Cómo se llamaban papá y mamá? Porque veo que papá figura unas veces como Hiromasa y otras como Kosho. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre ambos nombres? Mamá sí aparece como Yasú. A ver, ¿quién podría darme una explicación? Rosa: Es que en el idioma japonés, las letras tienen varias formas de leerse y si se combina dos o tres kanjis, a veces varía el significado y la fonética. Entonces, Hiromasa y Kosho se puede leer en las dos formas y a veces figura en una forma y a veces se puede leer en la otra forma. Isaac: Nosotros, en general los hijos de los inmigrantes, conocemos que nuestros padres dejaron Okinawa porque no había trabajo, no había condiciones, mucha pobreza, la guerra. Pero aparte de esa información general, quisiera saber si es que papá y mamá en algún momento les dijeron a ustedes cómo fue que decidieron venirse de Okinawa al Perú, por qué razón, cuál fue el motivo y por qué justamente decidieron venirse al Perú. Rosa: Porque en esa época la población de Okinawa estaba al corriente; todos los de un pueblo ya tenían la idea de venirse a Perú. Isaac: Pero en esa época, los japoneses, los de Okinawa, ni siquiera tenían idea de lo que era América del Sur y menos tenían idea de lo que era el Perú. Entonces, ¿qué fue los que los impulsó a decir: “¡oye, vamos al Perú!”? Rosa: ¿Tú estás hablando de Don Higa, no? (cariñosamente, a nuestro papá lo llamábamos “don Higa”). No estás hablando de los primeros inmigrantes. Isaac: No, yo me refiero al caso de la familia.
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Dina: La inmigración a los Estados Unidos estaba cerrada porque tenían una ley que decía: “ya no, es el peligro “amarillo””. Que significaba que ya no dejaban entrar a los asiáticos a América del Norte. Así es que los de Okinawa, que se vieron obligados a emigrar, se tuvieron que ir al Perú, Brasil, México. Seiei, el hermano mayor de papá, ya estaba en el Perú. Entonces papá, siguiendo al hermano, se vino al Perú y primero trabajó en la misma pulpería-encomendería, que quedaba en la calle Colón en Miraflores, hasta 1943 .
Inmigración de mamá Dina: En aquel tiempo, ya cuando estaban radicados en Perú, papá escribió y la gente de allá buscó “candidatas” (esposa para papá). La mamá de Tetsuya Higa, primo de mi papá, convenció a la futura señora Yasú de Higa de ir al Perú, lo que provocó que la hermana mayor de mamá se molestara porque había decidido viajar al Perú y mamá trabajaba para ella; es decir, se quedaba sin su “empleada”. Isaac: ¿Y cómo llegó mamá? ¿Quién recibió a mamá? Mery: Entonces, para poder emigrar al Perú, tenía que entrar como esposa de Hiromasa y con el apellido Higa. En la Municipalidad de Nago hicieron el “compromiso” matrimonial. Llegó en diciembre de 1933 o enero de 1934, después de un viaje en barco que demoraba un mes, dos meses, y que pasaba por Yokohama y después por Hawai. Papá nunca la había visto, ni en fotografía. Fue en el Callao donde la esperó y recibió. Y así fue cómo llegó.
Llegó al Callao y en Miraflores, en la calle Colón, ya tenían el banquete de bodas; todo el agasajo. Es decir, de frente a la recepción, a vivir y establecerse.
Primeros años en la calle Colón Isaac: Papá y mamá, ¿cuánto tiempo trabajaron en la tienda de la calle Colón?
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Rosa: Desde que llegó mamá, a fines de 1933 y comienzos de 1934, trabajaron hasta 1943 y cuando tú tenías 45 días de nacido tuvimos que salir de la tienda de la calle Colón. Isaac: ¿Y cómo ustedes vivían en Colón? ¿Había cuartos, dormitorio…? Dina: Después del local de la tienda, había un depósito donde estaban las mercaderías y después había otro cuarto que era donde dormíamos todos. Nosotros los hijos éramos chicos todavía. Después alquilaron un cuarto que estaba detrás de la tienda y que nos permitió vivir con un poco más de comodidad pero siempre “apretados”. Isaac: Ustedes todavía eran muy chicas. ¿Cómo recuerdan ustedes que papá y mamá se desenvolvían como administradores, propietarios del negocio? que tienen que surtir de mercaderías, tienen que vender, tienen que traer la mercadería para después venderla. Ponerle un porcentaje adicional en el precio para obtener una ganancia. Rosa: Lo que pasa es que cuando empezó la segunda guerra mundial, las compañías americanas ya no querían venderle nada a los negocios de los japoneses y papá tenía que ir todos domingos al mercado Central de Lima, a la calle Capón, con su costalillo para comprar mercadería para la tienda y por turno nos llevaba a nosotras. La costumbre dominical era que, al terminar las compras, nos llevaba a un restaurante donde preparaban sopa rachi, con una yuca especial. Otras veces nos invitaba jugo surtido. Dina: Recuerdo que en una oportunidad papá pidió dos vasos y la que vendía ya lo estaba preparando, y en eso llegó un hombre que quería un vaso de jugo. La que atendía el puesto puso en la licuadora dos vasos de agua para poder sacar los tres vasos y no puso ninguna fruta adicional para sacar los tres vasos. Como papá vio cómo estaba preparando los pedidos, no le gustó y me dijo: “Ya vámonos” y dejó “colgada” a la señora con sus tres vasos. Aun cuando yo le dije: “Pero si ya va servir”, él fue rotundo y me dijo: “No, no, ¡vámonos!”. Me acuerdo que en esa época vinieron los técnicos de la compañía de teléfono a sacar el aparato del teléfono, porque la propietaria-administradora era una compañía americana.
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Isaac: ¿En Colón? Dina: Sí, entonces papá dijo, antes que saquen el teléfono, espere un momento y entonces llamó al señor Nakamoto y le informó diciéndole: “Ya nos están quitando el teléfono”. Y, finalmente, sacaron el teléfono. Tú tenías 45 días de nacido en el año 1943 y papá me contó que el dueño, que era un chino de apellido Chang, les subió el alquiler. Rosa: Como en esa época se estaba en plena segunda guerra mundial, los chinos fueron enemigos del Japón y esa rivalidad se reflejó en los ciudadanos chinos. El dueño del negocio de mis padres era de nacionalidad china y él le aumentó exageradamente la renta, de tal manera que no pudieron cumplir y tuvieron que dejar el local. Diría que prácticamente nos botó. Mery: Además se presentaron los problemas de que la policía estaba persiguiendo y capturando japoneses por orden de Estados Unidos para deportarlos y llevarlos al campo de concentración en ese país. Entonces, al dueño de la tienda de San Martín, que era el señor Nakamoto, se lo llevaron, quedando su esposa Juanita con dos hijos pequeños, teniendo también que ir a Estados Unidos. Y esa tienda se la traspasó a papá. Mery: Mira, ha sido una coincidencia: de la calle Colón nos botaron y nos pasamos a San Martin, pero exactamente en el momento que más necesitábamos. Isaac: Imagínate, papá y mamá con seis hijos menores y teniendo que dejar no solo el negocio sino la casa. Rosa: Pero algo que es bien notorio, y que lo tienes que anotar en el libro, es cómo nosotros salimos en el año que tú naciste (43), y desde ese año hasta la fecha (2018), esa puerta nunca más se abrió. Apenas nosotros nos pasamos a San Martin -después de unos meses, no sé si un mes o dos meses-, papá vino del mercado Central con la noticia que el chino Chang, dueño de la tienda de Colón, había fallecido.
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Vista exterior de la casa-tienda de la calle Colรณn Nro. 215, Miraflores.
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Vista interior de la casa-tienda de la calle Colรณn Nro. 215, Miraflores.
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De la calle Colón a la calle San Martín Isaac: ¿Y ustedes recuerdan la mudanza de la tienda de la calle Colón a la de la calle San Martín? Rosa: Lo único que me acuerdo es a doña Higa cargándote a ti, y los demás caminamos las cinco cuadras de distancia entre ambos locales. Y las cosas de la casa, más la mercadería, se llevaban en un camión que no tenía baranda. Dina: ¡Sin baranda! Llegando a la tienda de San Martín se dieron cuenta que se habían robado ciertas cosas entre ropa y mercadería. Y es que mamá estaba más preocupada en cuidar a sus cinco hijos pequeños que a los que manejaban el camión. Isaac: Una cosa que yo siempre pensaba, me fastidiaba y me sentía impotente, por la edad, por la juventud, esas cosas, era cuando venían los policías municipales o los tantei (policía de investigaciones) sin uniforme, pero con su placa y, además, uno por su pinta ya los ubicaba. Rosa: Sí, pero eso ¡era un abuso! Eran unos conchudos y abusaban de todos los japoneses y por cualquier cosa querían ponerte papeleta. Dina: Sí. Constanza: Pero una vez vino un municipal con su mujer y una chiquita y él estaba ahí y la mujer en el mostrador pidiendo lata de atún, galleta, conservas, esto y eso; pidiendo así nomas Rosa: Había un tantei que era injerto (padre japonés y madre peruana), pero tenía un complejo contra los japoneses que no te imaginas. Dina: ¡Una ojeriza! Rosa: Sí, entonces un día vinieron, creo que eran como cuatro. Dina: Pero, ¿para qué vienen esos? Rosa: Vinieron para chequear, para fastidiar; igual nosotros habíamos pesado el azúcar. Yo estaba en la tienda, entonces él dijo que pusiera una bolsa de azúcar
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en la balanza y puso la pesa de un kilo, entonces estaba así, un poquito menos, y dijo: no, que eso tiene menos peso, que no sé qué. Entonces se fue al otro lado de la tienda y siguió hablando. Rosa: Fue entonces que me armé de valor y con cólera le dije: “Mira, sabes qué, no es la forma cómo están controlando el peso. Si pongo cinco bolsas de azúcar y una pesa de cinco kilos, entonces ahí vas a ver si estamos robando. Además, si robamos una cucharada más o una cucharada menos, ¿tú crees que nos vamos hacer ricos?” Rosa: Entonces el policía se fue a la entrada y por la ventana vi que estaba parado un carro afuera y ahí lo vi al japonés injerto, y cuando lo vi ahí sí se me subió el “indio”, le dije: “Oye, dile a ese japonés, dile que venga, y que él me venga a decir a mí que nosotros nos estamos haciendo ricos y estamos robando, dile a ese japonés de “miércoles” que yo lo conozco, yo sé quién es”. Me puse a gritar como una loca. Ese policía japonés llamó al otro policía diciéndole ya que venga y se fueron. Ese día yo me amargue y tuve que gritarles. Constanza: En otra oportunidad, los policías municipales controlaban a los panaderos que vendían a domicilio en su triciclo. Dina: Había un panadero que venía siempre por la tienda, porque tenía sus clientes por el barrio con los que tenía tanta confianza que hasta les fiaba la mercadería. Dina: ¿Sabías lo que paso con él? Siempre estaba con su triciclo, después venía un municipal, “ven aquí”, lo traía a la tienda y decía: “Pon una bolsa de pan en la balanza”, y nos pedía colocar una pesa. Cada vez que venía, el pan tenía el peso exacto y muchas veces pesaba más y eso era suficiente para que el policía municipal se fuera sin hacer ninguna observación. Después que se fue el policía, el panadero dijo que en su triciclo tenía una bolsa de pan y en su interior ponía una pequeña piedra; y cada vez que el municipal lo paraba, tenía que sacar diez panes. Agarraba la bolsa que tenía la piedra en su interior y pasaba la revisión en cuanto se refiere al peso de su mercadería. Constanza: A pesar que se les “compensaba” a los municipales cuando venían a hacer revisión en la tienda, también ponían papeletas por cualquier falla; falta de limpieza, carnet de sanidad, no usar mandil para atender al público, no poner precio a todos los productos, etc.
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Mery: Entonces mamá tenía que ir al municipio a reclamar y, según el tipo de papeleta, en algunos casos iba a pedir disculpas, o cuando consideraba que era una injusticia sí iba a reclamar. En otros casos, recurría a personas que la podían ayudar. En todo esto era muy luchadora. Dina: Sí pues, pero mira a mamá con su castellano mal hablado se hacía entender. Era muy “aventada”; no se corría de los problemas. El personal del municipio ya la conocía a doña Higa, las señoras del municipio ya sabían cuántos hijos éramos, cuántas mujeres, nuestros nombres y decían que esa señora era muy conversadora. Rosa: Mi mamá quería meterse en todo; los problemas de la casa, hasta de los ajenos, los de otra gente, quería resolverlo todo. Yo me acuerdo que mamá inclusive, cuando había kermesse en el colegio Bolívar, ella ayudaba y llevaba cosas. Ahí la conocían todos en la escuela de ustedes. Era miembro de la asociación de padres de familia. Constanza: Las familias nisei de Barranco, que a última hora venían a matricularse, les decían que ya no hay vacantes, ya no hay, ya estaba cerrada la matrícula y se daban media vuelta hasta la tienda. Y doña Higa salía, se iba a la escuela y decía: “Oh, es mi sobrino”, y lo matriculaban, a todo el que venía de Barranco.
Doña Higa Rosa: Mamá era bien movida; se metía en todo aunque no se lo pidieran, ayudaba a los paisanos y amigos cuando tenían problemas económicos. Conversaba con personas que podían prestarle cuando ella no tenía. Se convertía en una especie de garante y, por ese motivo, además de haber ayudado, tenía que ir a la casa del deudor para que cumpla con sus obligaciones. Mery: En una oportunidad, cuando Dina tenía que viajar a Estados Unidos, necesitaba un fondo y mamá se fue al Banco de Crédito a pedir un préstamo de mil dólares. El empleado del banco le negó el pedido porque le dijo que el movimiento bancario de la tienda era muy bajo y porque no tenía capacidad de pago. Pero no podía explicarle que en los próximos meses iba a sacar un “tanomoshi” (una junta para cancelar ese préstamo).
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Ella sabía que el doctor Hernando de Lavalle era el vicepresidente del directorio del Banco de Crédito (el doctor Hernando de Lavalle era vecino nuestro en Miraflores, vivía en la avenida 28 de julio y nosotros le hacíamos “delívery” en sus pedidos de mercadería que le entregábamos al crédito. El mismo doctor fue candidato a la presidencia de la República en las elecciones generales del 1956). Ante la negativa del empleado del banco de aprobarle el préstamo y no dándose por vencida, mamá se fue a la casa del doctor Lavalle, a esperarlo en la puerta, hasta que llegara a almorzar. Pudo encontrarse con él y después de explicarle el problema el doctor le dio su tarjeta personal con una nota de presentación. Constanza: Al día siguiente, fue al banco a hablar con el mismo empleado, pero en esta oportunidad llevando la tarjeta personal del vicepresidente del directorio. Allí fue cuando el empleado le dijo: “¿Cuánto desea como préstamo?”. Ante su respuesta, que su pedido era por mil dólares, le contestó: “¿Eso nomás desea, no quiere una mayor cantidad?” Por su supuesto que, con esa recomendación, el préstamo fue aprobado de inmediato. Así era ella, luchadora, no se daba por vencida. Isaac: Yo recuerdo también que cuando estaba estudiando en la Facultad de Derecho en la universidad Católica, mamá fue a hablar con el doctor Hernando de Lavalle para que me permitiera realizar mis prácticas en su estudio jurídico. Pero pese a su gestión, nunca pude ingresar a ese estudio. Rosa: Pero una característica de su voluntad de ayudar fue que podía relacionar a las jóvenes casaderas vinculándolas con algunos pretendientes. Inclusive las mamás de las chicas conversaban con ella para que les ayudara a relacionarse. Era una especie de “cupido”. Recuerdo a un joven de apellido Namisato, simpático, de buen físico, culto. Era profesor de japonés, tenía su escuela particular en su propia casa en Surquillo y varias chicas estaban interesadas en él. Mi hermana Mery y yo recibíamos clases de idioma japonés en esa escuela, y muchas chicas se ofrecían recogernos. Buen pretexto para ver al profesor. Dina: Pero en esa época, justo una de las chicas “favoritas” se había comprometido con un gordo, que no sé quién era y entonces en ese momento todas las mamás aprovechaban para hablar con doña Higa para que les ayudara porque la “preferida” ya tenía su pretendiente y ya no entraba en competencia. En otra oportunidad, una señora prácticamente había “contratado” a mamá,
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alabando a su hija, porque quería que de todas maneras se case con el joven Namisato. Todo el mundo iba por doña Higa para poder pescar a ese señor. Mamá estaba metida en todo menos en “misa”. Rosa: ¿Qué es eso? Metida en todo menos en misa… Dina: Es un dicho mexicano que aplicado a su labor de “cupido” quiere decir que se preocupaba y ayudaba a las hijas de sus amigas a conseguir pretendiente y hasta casarlas, pero por sus hijas no se metía. Isaac: Pero no se metía porque ustedes todavía eran menores, pero ¿cuándo ya crecieron? Dina: Porque no éramos de esa generación de nisei, que le decían, mira cásate con él, cásate con este, cásate con el otro. Eran niseis que estaban trabajando de empleadas, pero nosotras, cada una trabajaba, cada una se ganaba su plata y tenía voz alta, voz para hablar. Por eso que doña Higa no te podía decir ya, cásate con fulano; yo le decía: “¿Con quién nos vamos a casar, nosotras? ¿Nosotras conocemos a algún nisei?” A ningún nissei conocíamos nosotras, no estábamos relacionados con ningún japonés. Constanza: No íbamos a fiestas. Recién comenzamos a salir cuando había actividades del Club Nago, organización formada por nuestros padres que habían llegado de la ciudad de Nago, la cual formaba parte de la isla de Okinawa. En este club empezamos a conocer a toda la gente, a los japoneses. Solamente conocíamos a los parientes cercanos y algunas familias que vivían en Miraflores, cerca de nosotros. Rosa: También la tienda de los Uyema que quedaba en una esquina cerca del cine Colina en Miraflores. Mamá me decía: “Tú terminas la secundaria. Si tú no estudias más, tu papá te va mandar a que te cases”. Ah no. Ahí mismo agarré mi libro y al día siguiente empecé a estudiar.
Don Higa Dina: A pesar que no tenía estudios en secundaria, durante la primera guerra mundial, cuando su papá ya estaba ciego y enfermo, todas las mañanas don Higa
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le leía todo el periódico a su padre y fue así cómo aprendió a leer, aprendió la historia. Mery: Papá era bien instruido y cuando estaba haciendo el servicio militar, sus compañeros, los soldados, siempre se quejaban de él porque decían que se pasaba todo el servicio militar tocando shamisen y también estaba en el bar leyendo el periódico. Muchos oficiales ni siquiera sabían leer; era más culto e instruido que los demás. Constanza: Una vez don Higa nos dijo: “Ustedes que estudian tanto, ¿saben cómo murió Abraham Valdelomar, el poeta que era de Ica, que escribió su obra ‘El Caballero Carmelo’?”. Ante nuestra respuesta negativa, nos contó que se cayó en un silo y allí murió. Mery: En otra oportunidad nos preguntó cómo se llamaba el secretario general de las Naciones Unidas que murió cuando el avión en el que viajaba se cayó. Nosotros ni idea. Nos enseñó y nos reveló que fue Dag Hammarskjold. Lo había leído en las páginas de El Comercio que, desde que llegó al Perú, compraba y leía todos los días, en todas sus secciones. Creo que ningún issei (japoneses de la primera generación) compraba periódico. Isaac: Claro, por eso también tengo el hábito de leer El Comercio todos los días. Soy suscriptor de ese periódico. Y antes leía otros como La Crónica y La Prensa. Isaac: Sí, pero recuerdo que cuando estábamos comiendo todos en familia, nunca nos permitió leer el periódico en la mesa. Cuando ya había leído el periódico, lo ordenaba y guardaba por fechas. No permitía que se desordenara, ni que se doblara como sea. Después lo utilizaba para envolver y despachar las mercaderías de la tienda. Rosa: Pero a papá no solamente le gustaba ir al teatro Municipal para ver y apreciar las óperas y el ballet. Tenía muchas otras aficiones y preferencias. También gustaba de las corridas de toros, concurría a la plaza de Acho, donde tuvo oportunidad de ver a Manolete. Y en la misma plaza de Acho vio también a los “Bomberos Toreros”. Rosa: Fernando (mi hermano menor) cuenta que la familia Chopitea tenía una residencia ubicada en la avenida Larco, que era toda una manzana. Tenían cocinera, muchacha, chofer, mayordomo. Precisamente el mayordomo invitó una vez a papá al Teatro Municipal a un concierto, a una ópera y desde esa vez le gustó.
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Yo tenía que ir al teatro para comprar el abono para una temporada, casi siempre de siete fechas. Entonces él se iba a las funciones que más le gustaba y las otras nos las regalaba a sus hijas, pero tenía la paciencia de llevarnos en el tranvía, dejarnos en el teatro Municipal y se regresaba a la tienda; y después, a las diez de la noche, iba a recogernos. Eran óperas francesas, rusas e italianas, como por ejemplo, Aida. Isaac: ¿Y la afición al fútbol? Dina: Cómo le nació pues, ¿qué será? Leyendo los periódicos le empezó a interesar los deportes, el fútbol, el tenis, el béisbol. En otra oportunidad, nos llevó al teatro Segura cuando se presentó Cantinflas. Él compraba las entradas y nos llevaba a nosotras.
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Boletas de ingreso a los distintos espectáculos a los que “Don Higa” gustaba concurrir, tales como el Inkabowl, conciertos y teatros.
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Boletas de ingreso a los distintos espectáculos a los que “Don Higa” gustaba concurrir, tales como corridas de toros en la Plaza de Acho, espectáculos de “Cantinflas” y Carnaval en el Hielo.
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No todo fue bueno Dina: Don Higa no era un hombre de negocios, no era un comerciante. No era como otros paisanos que sí tenían esa ambición de hacer más inversiones. Dina: Papá era más tranquilo. Se daba la buena vida tocando su shamisen. Todas las noches se iba a un café en la avenida Gonzales Prada, tomaba el tranvía y se iba a Surquillo. Yo me decía por qué hacía esas cosas, que todas las noches se iba a comer afuera. Es que eso, hasta ahora, no comprendo. Pero era una manera de distracción, ¿no? Porque todos los días allí encerrado… Rosa: Por eso ha vivido tantos años. También se tomaba sus tragos, pero por salir dejó de tomar y también ya no pudo tomar porque tuvo gota cuando tenía más o menos cincuenta años. Algunos años después, salía con quien fue su mejor amigo, Keihatsu Higa, un peluquero que tenía su local en la calle Cantuarias en Miraflores. Con él iba a un chifa que quedaba en la avenida Larco, pero una vez a la semana. Con Keihatsu hizo una linda amistad. Por muchos años visitaba los domingos a papá en la casa; trayendo el pan, mantequilla, jamón para el desayuno y aprovechaba la visita para cortarle el cabello. Mery: Papá ha trabajado por toda la familia; se ha aguantado tantos años ahí, tantos años detrás del mostrador. Él era introvertido, no hablaba; cuando mamá le quería conversar para ver las cosas de la tienda, de los hijos, don Higa se quedaba callado, no le gustaba hablar. Mamá decía: “Parece que estoy hablando a la pared”. Era feliz con tal de tocar su shamisen, leer sus libros, hacer la siesta. Entonces mamá se amargaba y se iba a la casa de la tía Jumi y se quedaba allí algunos días. Rosa: Él no quería hacerse problemas, quería pasar la vida tranquilo. Con tal de abrir la tienda, ir al mercado los domingos, comprar la mercadería. Que pasaran los años, por eso es que vivió casi hasta los cien.
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Mis hermanas Rosa: Mi hermana Mery solo pudo estudiar un año en la Escuela Lima Nikko porque en esos tiempos de la guerra se produjo la expropiación de la escuela, que quedaba en el distrito de Jesús María y ese local fue destinado a la Gran Unidad Escolar Teresa Gonzales de Fanny. Entonces papá y mamá se preocuparon de buscar una escuela de inicial para nosotras. Era un local que quedaba en la calle Centro en Miraflores, que ahora se llama Manuel Bonilla. Allí estudiamos Mery y yo, pero recuerdo que por solo dos o tres meses. Dina: Recuerdo que un día Rosa se despierta y dice: “No quiero, no quiero ir a la escuela”. Entonces yo le dije: “Yo voy, yo voy a ir”. Me puse su uniforme y fui a la escuela y nadie se dio cuenta excepto una compañera de apellido Uechi, que la conocía y le dijo a Mery: “Oye, ella no es Rosa”. No hizo ningún comentario más y pude tener la experiencia de vivir un día de clases. Mery: Después de ese corto tiempo de dos o tres meses, nos trasladaron al colegio llamado Bolívar, porque quedaba en esa calle en Miraflores. Isaac: Ese local pertenecía a la colonia alemana, pero con motivo de la guerra mundial fue expropiada y comenzó a funcionar por separado: colegio de primaria para hombres y para mujeres, donde estudiaron ustedes tres. Constanza: Papá y mamá eran muy amigos de la familia Oshiro, que tenían un restaurante en la avenida Vivanco en Pueblo Libre. Nosotros conocíamos a la cabeza de la familia, que identificábamos cariñosamente como “El Zambo” por su piel oscura. Rosa: Él decía: “Tu papá es muy inteligente” porque, teniendo cuatro hijas, las mandó a estudiar secundaria, después a la escuela superior y a la universidad, en lugar de ponerlas a trabajar y estar más relajados. Además, a pesar que todos los paisanos lo criticaban, vivía en Miraflores y no se trasladó a Cercado, La Victoria o Rímac, donde había más negocio. Constanza: Se quedaron en Miraflores sacrificando la rentabilidad del negocio porque él decía: “No había mucho negocio, pero el nivel de vida de la población era más alto, más culto y era mejor para la educación de su familia”. Eso me decía don Higa y por eso es que estudiamos todos.
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Mery: Otras compañeras de ellas, terminado la secundaria, se iban a trabajar a un negocio de sus padres o familiares; estudio fotográfico, venta de jugos, restaurantes, tiendas, etc. En algunos casos, ellas terminaban casándose con los hijos del dueño del negocio. Isaac: O sea, lo que en algún momento escuché es cierto entonces, que papá y mamá sacrificaron la rentabilidad del negocio por la educación o por una mejor zona; y por eso Mery pudo estudiar ciencias en la Universidad de San Marcos, Rosa en la Normal de Educación del Rímac para ser profesora y Constanza estudió cosmetología. Dina viajó muy joven, casi después de terminar la secundaria a la ciudad de Los Ángeles. Rosa: Sí, una mejor educación para sus hijos, ¿y sabes por qué? Porque doña Higa había estudiado, era una persona educada, ella había terminado toda la primaria y la secundaria en Japón y don Higa había sido soldado y era, como se dice, una persona que sabía leer y escribir. Fue autodidacta, escribía y leía en japonés. Isaac: Y ustedes cuando era chicas, adolescentes, estudiantes, ¿cómo han sentido y vivido la identidad? el hecho de ser peruanas pero con los “ojos jalados”. ¿No fueron objeto de burlas así como nos pasaba a nosotros? Mery: Es que íbamos a la escuela fiscal. Nuestro nivel intelectual nos ayudó a nunca sentirnos por debajo de nadie. Rosa: Después fuimos a la escuela secundaria y en todos los años siempre sacábamos el primer puesto. Nos llamaban “Las Higuitas” y las profesoras y compañeras del salón ya nos conocían. Isaac: Cuando yo estudiaba para ingresar a la universidad, iba a la academia particular de la señorita Augusta Pimentel Carty, que era profesora del colegio Juana Alarco de Dammert. Ella me llamaba “Higuita”, por ser hermano menor de ustedes y también me decía: “Tienes que estudiar y ser como tus hermanas”. Constanza: Mamá siempre nos elevaba nuestra autoestima; siempre nos decía que nosotras éramos las mejores; que no peleáramos con las compañeras porque nosotras éramos cuatro y no íbamos a ir contra una compañera. Isaac: O sea que era justa.
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Conociendo la historia de mis Padres
Rosa: ¿Sabes? Nosotras siempre hemos estado bien ocupadas estudiando. Íbamos corriendo al colegio, regresábamos, ayudábamos en la tienda, comíamos, estudiamos; así era nuestra rutina diaria Constanza: Y las únicas amigas que teníamos eran las de la escuela y después, ya en la secundaria, teníamos amigas peruanas que iban a la casa; las amigas de Mery y de Rosa. Cuando estábamos en primaria eran muy pocas las amigas niseis que teníamos, nos conocían de la escuela pero no íbamos a sus casas. A la única casa que íbamos era a la peluquería de los Higa en la calle Esperanza en Miraflores. Había dos hermanas que eran nuestras amigas. Con las demás nos relacionábamos solo en la escuela. Rosa: Lo que pasa es que nosotras toda la vida, hasta los veinte años, hemos estado estudiando, nada más; de la escuela a la casa y de la casa a la escuela. Nunca hemos sociabilizado con nadie. Dina: Cuando Mery quiso ingresar a la universidad, un familiar de papá, muy hablador, decía: “¿Por qué mandan a la universidad a una mujer? ¿Por qué no la ponen a trabajar?”. Mery ha sido, como se dice, la que dio el ejemplo a todos los jóvenes y ya quería estudiar en la universidad. Fue la promotora. Isaac: Un caso similar sucedió cuando mamá apoyó a Dina para que vaya a Los Ángeles a estudiar. Muchos paisanos la criticaban diciéndole: “¿Para qué va a viajar a estudiar? Después va a regresar encinta. Su cuñada, la señora Higa, esposa del hermano mayor de papá, la apoyó diciéndole: “Mándala nomás porque ella va a abrir el camino para los demás”. Isaac: Bueno. Muchas gracias, hermanitas. Entonces, damos por terminada la conversación.
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Disfrutando de una sabrosa comida en la casa de mis hermanas en Los Ă ngeles.
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Mis hermanos Felipe y Fernando
El silencio entre nosotros No recuerdo peleas ni mayores conflictos entre mis hermanos y yo. Lo que sí me acuerdo es lo distante y poco transcendente que fue nuestra relación fraternal, donde la fluidez de un diálogo cotidiano nunca estuvo presente. Si una muestra de cariño nació, nunca la vi crecer entre nosotros.
Felipe: Mil oficios, cero comunicación Felipe, mi hermano mayor, era un verdadero “mil oficios”. Era muy hábil y bueno en muchos aspectos y campos profesionales, muchos de los cuales ni me hubiera imaginado ejercer o siquiera intentar probar suerte. Felipe estudió en el Politécnico José Pardo que quedaba en la avenida Grau, donde confirmó su curiosidad y vocación por todo lo que fueran habilidades manuales. Según relatos de mis hermanas, mi hermano mayor –desde muy pequeño- era capaz de desarmar un reloj con campanilla de despertador y volverlo a armar él solo, mostrando así su prematura destreza. Con el pasar del tiempo pude ver a Felipe como carpintero, mecánico, electricista, gasfitero y pintor; oficios que realizaba con admirable eficacia. Muy diferentes eran mis gustos y habilidades: lo mío era el fútbol, el fulbito y la pelota. Cortar una madera o cambiar un enchufe significaban serrucharme un dedo y recibir una descarga eléctrica. ¿Arreglar algún artefacto? Era algo imposible para mí.
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Mis hermanos Felipe y Fernando
Además de sus habilidades ya reconocidas y mencionadas, también tenía la sensibilidad de practicar y disfrutar de la música. Estudió desde muy joven en una academia, ubicada en la avenida 28 de julio, en Miraflores, a cargo del profesor italiano Nino Sorrentino, donde en pocas clases llegó a dominar el acordeón. Cuando tenía 20 años, aproximadamente, formó una orquesta con el nombre de Serenade. La orquesta tenía como integrantes, aparte de Felipe, que tocaba la guitarra, teclado y acordeón, a Pepe Arakaki en la batería y el órgano, Kochan Ikeda en la primera guitarra, Guillermo Kiyamu en la trompeta, Manuel Sato en el acordeón, Pedro Kanashiro en la guitarra, Augusto Ikemiyashiro tocaba el violín, mientras que la mandolina y el violín estaban a cargo de Manuel Inamine. Incluso mi hermano menor Fernando llegó a integrar la orquesta durante un tiempo. En su época, Serenade fue muy solicitada en las fiestas que la colonia japonesa organizaba en el local del salón Majestic en Pueblo Libre. También requerían de su servicio en matrimonios que se realizaban en chifas de la calle Capón, además de aniversarios familiares e institucionales.
Serenade, orquesta muy solicitada en los sesenta, que animaba las fiestas de la colonia japonesa.
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Apagando la luz del diálogo Ahora recuerdo con tintes de tristeza que el único diálogo que tuve de chico con mi hermano Felipe fue cuando preparándonos para dormir, en nuestro cuarto de la casa- tienda de la avenida San Martín donde crecimos, le dije: -Apaga la luz. (que era un foco que colgaba del techo y el interruptor estaba cerca de su cama). A lo que él se limitó a contestar con un cortante: -Ya. Eso es todo lo que tengo entre ambos. Se acabó la conversación.
La distancia no rompió el silencio En 1965, Felipe se fue de vacaciones a Los Ángeles-Estados Unidos, donde ya residía mi hermana Dina. Le ofrecieron quedarse una breve temporada para que pudiera estudiar y aprender el idioma. Finalmente, como si se tratase de un designio de Dios o del destino, se quedó permanentemente allí, renunciando al trabajo que tenía en la fábrica Pan Pyc en Lima y formando su propia familia en tierras norteamericanas. Habían pasado 16 años para que tuviera la oportunidad de viajar por primera vez a Los Ángeles para visitar a gran parte de mi familia que ya vivía en Estados Unidos, incluido mi hermano Felipe, por supuesto. Aproveché la ocasión de que me encontraba en México –junto a Angélica- donde fui invitado al Congreso Internacional de Legislación Pesquera, representando al Ministerio de Pesquería, donde laboraba, para darme un “salto” al país vecino. Creí que el reencuentro (en especial con Felipe) sería de lo más emotivo y por fin romperíamos el hielo de la frialdad de nuestra relación y comunicación, pero… ¡Me equivoqué! A dos días de nuestra llegada, ya alojados en la casa de mi hermana Dina, vino de visita Felipe… el ansiado reencuentro estaba por darse…el esperado momento había llegado. ¿El diálogo? De su boca solo salieron cuatro letras:
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H O L A. Dieciséis años sin verme solo pudieron inspirarle eso: una letra por cada cuatro años que no nos vimos ni hablamos. Yo nunca fui la persona más expresiva con mis sentimientos, pero por lo menos daba por sentado el “¿cómo estás?, ¿qué tal tu viaje?, ¡qué gusto de verte!”. No hubo nada de eso. Esa fue mi ingrata sorpresa. Felizmente estaban Angélica, mis hermanas y sobrina que hicieron menos penoso el reencuentro con mi hermano. Pero también debo reconocer que yo tampoco hice algún esfuerzo para tener, aunque sea, un simple diálogo.
Junto a mi hermano Felipe (1949).
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Fernando: La comunicación estaba en la cancha La relación con mi hermano menor Fernando no fue muy diferente a la que tuve con mi hermano Felipe; es decir, poco fluida, nada cercana ni expresiva. Lo que sí compartí con Fernando fue el gusto por jugar fulbito con los amigos. Con los amigos del barrio jugábamos en la calle cuidándonos del pasar apresurado de los carros. Íbamos al parque Reducto en Miraflores y en ocasiones hasta el parque Confraternidad de Barranco. Mi hermano estaba en mi mismo grupo, pero no estaba presente conmigo; casi nunca cruzábamos palabras. Pero cuando la pelota empezaba a rodar, una suerte de conexión aparecía entre nosotros, la comunicación “silenciosa” entre ambos se daba en la cancha. Nuestros diálogos, ya sean por teléfono o personalmente, se limitaron a transmitirnos encargos, noticias o notificaciones, muchas de ellas relacionadas a la familia, pero no recuerdo una conversación propia de los dos, una preocupación de uno hacia el otro, un saludo, un chisme, etc.
Diálogos futbolísticos Ambos teníamos la misma característica de juego: buena técnica y la pelota bien tratada. Recuerdo que en una oportunidad, jugando con los amigos en el Confraternidad de Barranco, Fernando y yo hablamos como nunca lo habíamos hecho anteriormente, pero sin decirnos una sola palabra. Aquel día “combinamos” muy bien en el partido, diría casi de memoria. Cada uno sabía en qué momento tenía que hacer un pase, una retención de pelota, un remate o un “callejón”. La particularidad es que todo lo hicimos sin hablar nada, esa fue nuestra manera de comunicarnos. El fulbito fue el único capaz de poner de manifiesto nuestros diálogos.
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La herencia del silencio En un último viaje a Los Ángeles, les pregunté a mis hermanas si tenían idea del porqué del comportamiento entre mis hermanos y yo, a lo que llegaron a la conclusión de que era por “herencia” y para graficarlo me contaron un evento o acontecimiento que incluye la presencia de mi padre y de sus hermanos. Mi papá Hiromasa se encontraba en lo que era el comedor de nuestra casa-tienda con sus hermanos, mis tíos Seiei y Kiuko. Seiei había llegado al Perú años antes que mi padre y fue él quien le traspasó la tienda de la calle Colón 215 en Miraflores, para luego mudarse al Centro de Lima, en el jirón Huancavelica. Se casó con la señora Jumi y tuvieron seis hijos, tres hombres y tres mujeres. Dos de sus hijos varones merecen especial mención. Uno fue su hijo mayor Enrique Jide, gran futbolista que jugaba de defensa. Un día, luego de un entrenamiento en la cancha de la Universidad Nacional Agraria La Molina, su cuerpo apareció sin vida, en extrañas circunstancias, en la piscina de aquel local. Nunca se dio una versión oficial sobre la razón de su fallecimiento, lo cierto fue que el primogénito de Seiei y Jumi partió muy pronto de este mundo, un gran deportista que, con seguridad y dada su inmensa calidad futbolística, hubiera llegado tranquilamente al fútbol profesional. El segundo hijo, fruto de la unión de Seiei y Jumi, que merece unas líneas es Augusto Higa, consagrado escritor y ganador de varios premios y reconocimientos. Siendo contemporáneo, pude distinguir como Augusto era reservado y de poco hablar en las reuniones familiares, pero en los medios de comunicación era sorprendentemente fluido y desenvuelto, “despachándose” con total naturalidad con cuanto entrevistador le pusieran en frente. Por su parte, mi tío Kiuko llegó años después que mi padre. Se mantuvo soltero y sin hijos, y podría decirse que por esa circunstancia llevó una vida disipada y no asumía con la debida responsabilidad los trabajos que tuvo. Aun así, la familia le montó un taller de mecánica en La Victoria, que debido a su mala administración, no presencia en el mismo y mayor atención en las carreras de caballos, dejó prontamente de funcionar. A pesar de sus innumerables defectos era bonachón y se hacía querer, razón por la cual fue aceptado o “arrimado” para vivir durante muchos años en una casa-granja llamada Comuco, en Barranco, de propiedad de la familia Kishimoto.
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Había mencionado que mi padre y mis tíos se encontraban alrededor de la mesa de la casa tienda, y de esto comprendo la razón por la que mis hermanas mencionaron el término “herencia”. Los tres se habían juntado en alguna reunión social, pero el silencio era el común denominador entre ellos, no se dirigían la palabra por ningún motivo. Uno leyendo el periódico, otro tomando una taza de té y el otro sencillamente en silencio. Así podían pasarse varios minutos y lo único que se oía era el pasar de las hojas del diario o el sonido de la cucharilla tocando la taza. Un panorama hasta desolador, que lamentablemente se repetiría con la descendencia de mi padre. Mis hermanas me comentaron que felizmente a esa reunión llegaron los parientes y amigos de la familia: el señor Yamashiro, padre de Julio Yamashiro, gran tenista del Estadio La Unión; y el señor Miyasato, padre del médico Carlos Miyasato, uno de los pioneros en obtener el grado de doctor. Dijeron felizmente porque ambos se encargaron de amenizar la reunión y de romper el hielo entre los tres Higa que yacían en el silencio absoluto. Lo malo es que no siempre hubo personas que “salvaran” la situación tanto de los hermanos Higa del ayer como los de hoy.
Acompañado de mis hermanos. (De izquierda a derecha) Fernando, yo y Felipe (2002).
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Tanamoshi - Pandero
El Pandero llamado Tanomoshi era una organización que se basaba en la confianza, en la amistad, ayuda mutua y deseo de solidaridad. El objetivo principal era colaborar económicamente con algún pariente, familiar o amigo que lo necesitase con carácter de urgencia. Por tal motivo, se organizaban reuniones familiares y de amigos; estrechando lazos, buscando objetivos comunes y buscar resolver problemas económicos en grupo.
Procedimiento Una persona decidía organizar un Tanomoshi, y comprometía, recomendaba y juntaba a un grupo que podía ser de 20, 25, 30 o más personas, que mensualmente tenían que entregar una suma previamente establecida entre los organizadores. El objetivo era que ese monto recaudado se pudiera entregar a uno de los integrantes del grupo. El primer monto que se recaudaba era para el organizador del Tanomoshi que, debido a la gran responsabilidad de ser el organizador, obtenía los montos del primer depósito y no pagaba los intereses del mismo. En los meses siguientes, los integrantes entregaban el monto y los interesados en obtener fondos tenían que ofrecer un interés. Eso debían dejarlo por escrito en un papel, colocando su nombre e interés propuesto. Lógicamente, quien aportaba la más alta tasa era quien recibía el monto ese mes. Y de la misma forma se procedía los meses siguientes.
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Tanamoshi - Pandero
Vicisitudes Esta forma de obtener los fondos podía presentar cambios inesperados. Por ejemplo, cuando uno de los miembros integrantes del Tanomoshi tenía una necesidad; ya sea porque su negocio no marchaba bien, quería abrir un nuevo negocio, o algún familiar se encontraba enfermo; razones por las que necesitaba con mayor urgencia los fondos, se accedía cederle el monto ese mes. Obviamente confiando en la palabra de quien lo necesitara. Otro contratiempo era que el organizador, en más de una oportunidad, tenía que cubrir los montos que algunos integrantes por cualquier motivo se demoraban en pagar. Esto en retribución por quedarse con el primer monto sin pagar interés, pero sobre todo por la responsabilidad que asumía como organizador del Tanomoshi. El problema era cuando alguno de los integrantes no solo se demoraba en pagar sino que ya no pagaban; ocasiones en las que el organizador muchas veces se veía imposibilitado de cubrir el monto a entregar. Y esto generaba una cadena negativa o pirámide al revés. Al tratarse de un sistema basado en la confianza, no existía juicio alguno. Es más, no se entregaban recibos ni comprobantes por depósito o aportación. Simplemente, el organizador se limitaba a escribir en un cuaderno a las personas que pagaban. En el Tanomoshi imperaba la palabra “honor”, la confianza y el altruismo.
Las otras funciones del Tanomoshi El Pandero o Tanomoshi no solo era para ayudar a alguien ante una necesidad económica, también se creó con el fin de confraternizar y reunirse socialmente. Las reuniones se organizaban en la casa del organizador, donde la señora era la que se hacía cargo de cocinar. Para ello, el organizador descontaba de las aportaciones los gastos realizados para la preparación de la comida, sin auditorías de por medio. A lo largo de muchos años, el Tanomoshi ayudó a muchas personas, fue un medio de solidaridad entre sus integrantes y ratificó el compromiso de sus integrantes de cumplir con la palabra empeñada y, por eso, se le menciona como una
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de los eventos más importantes de la comunidad peruano-japonesa.
El Tanomoshi en la memoria Este óptimo sistema tuvo una duración aproximada de quince años. Se mantuvo de 1960 hasta 1975; años más, años menos. De lo que sí tengo certeza es que fue algo que ayudó mucho a muchas personas.
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El sobre
Es una costumbre muy arraigada dentro de la comunidad peruano-japonesa, que representa los valores que nuestros padres nos han legado, para que seamos más solidarios con las personas. El sobre significa el aporte económico que voluntariamente una persona realiza cuando se produce algún hecho o acontecimiento. Principalmente, cuando fallece el familiar de un miembro de la comunidad. Los amigos, allegados o personas en general que acuden al velorio ofrecen el sobre.
Procedimiento Se coloca sobre una mesa un recipiente, donde las personas que se acercan al velorio ofrecen el incienso en señal de recuerdo y homenaje al difunto. También se ponía la fotografía del difunto, un plato de frutas y dos velas. Dentro del escenario se pone una caja como si fuera una alcancía grande. Recuerdo que, tiempo atrás, se colocaba una caja de cartón que se forraba con papel de despacho o papel blanco y se pegaba con engrudo. Tiempo después se hizo una caja de madera, color crema. Luego de ofrecer el incienso, se coloca el sobre dentro de la caja, acción que simboliza la contribución y solidaridad con la familia en duelo, que se sabe tienen necesidades económicas imprevistas. El monto del aporte depende del grado de acercamiento o relación que se tiene con la familia del fallecido y también de la capacidad económica del aportante. Lo importante es que se considera una colaboración voluntaria. Una característica es que en el “sobre” se pone el nombre de la persona que efectúa la donación y estos aportes deben considerarse como un “compromiso”
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que asume la familia beneficiaria y que siente la obligación moral de corresponder o retribuir cuando las personas o familias se encuentren en iguales o similares circunstancias.
Otros lugares donde está presente el sobre Aparte de ver la entrega de los sobres en los velorios, también se puede llevar y hacer entrega cuando la persona está muy enferma, pudiendo encontrarse en su domicilio, hospital o clínica. Otro evento importante en el que el sobre está presente es el matrimonio, ya sea en un local, casa o restaurante. Al igual que en el velorio, se coloca una mesa con una caja donde van los sobres. Esto alivia a los invitados cuando no saben qué obsequiar a los novios, y ayuda a los novios para que no reciban obsequios repetidos en exceso. En la actualidad, la costumbre de los sobres en los matrimonios se ha ido perdiendo debido a que los novios y sus familias se hacen cargo de los gastos, y otros prefieren la convivencia que antes no era tan usual. De igual manera, los sobres son bienvenidos en festivales deportivos gratuitos, para que los organizadores puedan solventar los gastos. También es común el obsequio de sobres cuando una persona o su familia tienen que hacer un viaje al extranjero con fines educativos.
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La familia de Angélica
Los padres de Angélica: Don Choki Yara y doña Kame Teruya de Yara.
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La familia de Angélica
La familia de Angélica vivió durante muchos años en el Callao, cerca de la Fortaleza del Real Felipe y, al igual que mi familia, tenían una tienda en donde también funcionaba una pulpería –nombre con el que se conocía a las cantinasy, por si fueran pocas las coincidencias, su tienda también estaba ubicada en una esquina, por lo que el padre de Angélica, al igual que el mío, era “el chino de la esquina”. Cuando conocí a Angélica en 1964, hacía un año que se habían mudado a la plaza Unión en el Cercado de Lima. Allí sus padres pusieron un negocio de baños públicos, que fue una apuesta próspera y rentable, sobre todo los sábados cuando gran cantidad de obreros que trabajan en las avenidas Colonial, Argentina y alrededores utilizaban el servicio. La familia de Angélica estuvo conformada por su padre, Choki Yara; su madre, Kame Teruya; sus hermanos, Jorge, José (más conocido como Charles) y Carmen (Júmico era su nombre japonés), y Angélica (Yoneko es su nombre japonés).
Don Choki Yara El padre de Angélica fue una persona muy amiguera, amable y solidaria. Gustaba mucho de la música y tocaba muy bien el shamisen. Junto con otros paisanos animaba todas las reuniones sociales, aniversarios y matrimonios que se celebraban en los antiguos locales de Jardín Perú o Jardín Ancash, ambos en Barrios Altos. Estos locales tenían áreas inmensas con extensos jardines. Es allí, en un amplio espacio rodeado de mesas y sillas para los invitados y un estrado para la presentación de los números artísticos, que don Choki hacía gala de sus dotes de guitarrista y cantor. Su amabilidad también se hizo presente en nuestro matrimonio. Recuerdo que todos los jueves, puntualmente, venía a mi casa con dos canastas repletas de carne, pescado, pollo, arroz, azúcar, verduras, etc; suficiente para tener nuestro refrigerador y alacenas repletas de alimentos por un buen tiempo. También fue organizador de Tanomoshis, en el que doña Kame cocinaba para alrededor de treinta personas. El padre de Angélica, aparte de administrar su tienda, desempeñaba la noble labor de bombero. Formó parte de la Compañía de Bomberos Guardia Chalaca,
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que tenía su centro de operaciones en la avenida Dos de Mayo del Callao, en la que era muy querido y reconocido, llegando a alcanzar el grado de comandante. Era tan necesario para sus compañeros bomberos que cuando había una emergencia y él no se encontraba en la bomba, ellos pasaban con el camión de bomberos por la tienda, donde sabían que lo iban a encontrar y en el que se colocaba su uniforme de bombero con admirable rapidez, dejando a su esposa a cargo de la tienda. Cuando don Choki falleció, la compañía en la que sirvió en el Callao (a pesar de vivir sus últimos años en el Cercado de Lima) organizó una comparsa de camiones de bomberos haciendo sonar las sirenas durante todo el recorrido hasta el cementerio Presbítero Maestro, en la avenida Colonial, donde reposan sus restos.
“Timbeando” con mi suegro El papá de Angélica siempre tuvo un gusto especial por los casinos. Nunca perdía la ocasión para, junto con sus compañeros de timba (juego de casinos), dar rienda suelta a su habilidad con los naipes. No recuerdo el día exacto, pero en una ocasión don Choki decidió que tenía que aprender a timbear con él. Solo recuerdo que me dijo que era muy “formalito”, así que era la hora de “malearme”. Aquella fue la primera y última vez que intenté compartir jornadas de juego con mi suegro y sus amigos. Don Choki era un real experto en el juego de casinos, especialmente en la modalidad de “golpeao”, que consistía en que cada jugador –de un grupo de cuatro o cinco personas- tenía que juntar sus cartas en orden descendente; es decir, primero las letras K, Q, J, y luego 10, 9, 8, etc. Se jugaba en orden de izquierda a derecha; y para ganar, cada jugador tenía que observar las cartas que mostraban los otros, sobre todo el que estaba ubicado a su derecha, para no “soltarle” las cartas que uno intuía que necesitaba. Al ser neófito en la materia, “soltaba” –sin darme cuenta- las cartas que necesitaba el jugador de la derecha; acción que provocó la ira de mi suegro y de algunos otros jugadores, reprochándome llamándome “lorna” y profiriéndome uno que otro insulto. Eso significó mi debut y despedida de los naipes y del “golpeao”. Aunque
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dicen por allí que los amigos de mi suegro me extrañaban para jugar, pero todos por alguna extraña razón querían sentarse a mi derecha.
Doña Kame Teruya de Yara Doña Kame, al igual que don Choki, fue una persona muy amable. Siempre fue muy atenta conmigo, llegando –creo yo- al punto de engreírme. Además cocinaba muy bien y algo que nunca faltaba en su casa era la comida. Mi suegra demostraba su manera de engreírme preparándome un sabroso plato de arroz con huevo y bistec cuando iba a su casa. Nunca me ofrecía verduras, que jamás fueron de mi devoción. Estas especiales atenciones provocaban molestias (en son de broma) de mi esposa, que encaraba a su madre el porqué de su engreimiento. A lo que mi suegra contestaba: “Tú tienes que ser más paciente y no molestarte con Isaac”. Comentaba que, más que don Choki, era doña Kame quien se hacía cargo de la tienda que tenían en el Callao y que además de su tienda administraban una cantina. La cantina podía ser como cualquiera, lo inusual eran algunos de sus “ilustres” clientes. Resulta que dos estrellas futbolísticas de ese entonces gustaban “calentar” el cuerpo con los pisquitos que se exhibían en las vitrinas del negocio de la familia Yara: me refiero a los “compadres” Valeriano López y Guillermo Barbadillo. Lo particular fue que, ante todo pronóstico, por tratarse de astros del balompié, nunca pagaban su cuenta. Por eso, creo que es justo decir que en todas las alegrías que brindaron a los hinchas de la selección peruana, Sport Boys y Alianza Lima, hay un aporte o dosis de doña Kame y del “elixir mágico” que disfrutaban los goleadores.
Doña Kame y Angélica Angélica siempre fue una niña muy inquieta, y las amigas de su mamá le decían –algunas en broma y otras en serio- a doña Kame que la inscriba en un colegio de monjas porque si no se iba a “perder”. Al final, Angélica nunca supo si por culpa de esas “recomendaciones” fue que su mamá la terminó inscribiendo en
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un colegio religioso: el colegio María Auxiliadora en la avenida Dos de Mayo en el Callao, en el que lamentablemente tuvo más de una mala experiencia debido a la excesiva rigidez con la que se impartía la educación. Para las autoridades del colegio era pecado ir a fiestas, tener enamorado o usar la falda por encima de las rodillas. Angélica recuerda cómo en una oportunidad y en plena formación le llamaron la atención y exigieron que se deshaga el peinado que aún conservaba de su arreglo previo a una reunión de la comunidad peruano-japonesa. Esta y otras calamidades para ella provocaron que hiciera culpable a doña Kame de sus desdichas durante su etapa escolar. Pero no todas fueron desavenencias entre madre e hija. Doña Kame acostumbraba llevar a Angélica a las tiendas por departamentos y supermercados más populares de la época como: Scala, Monterrey, Oeschle, Sears, entre otros, en los que le compraba ropa y zapatos, mostrándole que no solo a mí me engreía. Con el tiempo hizo lo propio con sus nietos: Mery, Koki y Masami.
Los hermanos de Angélica: Jorge – José (Charles) – Carmen (Júmico) Así como los japoneses venían al Perú con la consigna de trabajar para ganar dinero y luego regresarse, también se daba el caso en que se enviaban a los hijos a Japón para que puedan estudiar allá, aprendan el idioma y que tengan la posibilidad de hacer su futuro en esa tierra. Fue pensando en eso que los esposos Yara optaron por enviar a los hermanos de Angélica al Japón, específicamente a Okinawa, ciudad natal de los padres. Lo lamentable fue que la estadía de los hermanos coincidió con el desarrollo de la segunda guerra mundial, donde Okinawa y su gente sufrieron las barbaries que desató ese aciago acontecimiento bélico, lo que dejó cicatrices imborrables en las almas de los hermanos de Angélica. Tuvieron que pasar aproximadamente diez años para que puedan regresar al país, pero ese proceso tampoco fue sencillo. Para los inicios de los años 50 era Presidente del Perú el general Manuel Odría, quien no veía con buenos ojos a los japoneses ni a sus descendientes porque Japón era considerado enemigo de los Estados Unidos, nación con la que Perú mantenía buenas relaciones. Por lo que el regreso de sus hermanos no dejó
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de ser difícil para ellos. Finalmente, lograron retornar, pero los conflictos aún acompañaban a la familia Yara Teruya. Para entonces, Angélica tenía cinco años y no sabía de la existencia de sus hermanos. El regreso de estos, lejos de significar un emotivo encuentro fraternal, significó encontrarse frente a unos extraños que nunca había visto y que no consideraba sus hermanos. Por su parte, los hermanos llenos de (hasta cierto punto) entendible resentimiento no consideraron a sus padres como tales, por haberse sentido abandonados a su suerte en tierras orientales. Fueron sombríos momentos que felizmente el tiempo se encargó de iluminar.
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Angélica y yo 50 años de la mano
Junto a quien todavía hace que sienta “una corriente eléctrica” cuando la tengo cerca.
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AUNP, donde encontré el amor En 1962 se constituyó, en el seno de la comunidad peruano-japonesa, la Asociación Universitaria Nisei del Perú (AUNP), la cual reunía a todos los estudiantes (de todas las especialidades) de las diferentes universidades de Lima. Éramos estudiantes de ingeniería, medicina, derecho, contabilidad, asistencia social, etc. Yo ingresé a esta institución en 1964 y de inmediato encontré un ambiente muy abierto, que me permitió rápidamente hacer nuevos amigos; algunos de los cuales recuerdo y frecuento a pesar del tiempo transcurrido. Nuestro local institucional quedaba en la cuadra 5 del jirón Pachitea en el Centro de Lima, entre los jirones Lampa y Azángaro. Era un departamento muy pequeño que tenía una sala-comedor en un solo ambiente, dos habitaciones que eran dormitorios -que para nosotros eran las salas de reuniones-, un baño y la cocina. Como institución organizamos charlas sobre las costumbres japonesas: el origami o arte de crear figuras y personajes con papel, el arreglo de las flores (ikebana), el folclore japonés. Todo se presentaba también en lo que, desde aquella época, denominamos la Semana Cultural del Japón. Recuerdo perfectamente que en ese año asistía frecuentemente al local, y fue en una de esas reuniones que vi por primera vez a la que ahora es mi esposa: María Angélica Yara Nishijira, con la que celebraremos nuestras Bodas de Oro en 2019. Me impresionó a primera vista lo elegantemente que estaba vestida; con falda, blusa, saco y sombrero que hacía juego con su cartera. Bien peinada, maquillada y con sombras en los ojos. Puedo decir con orgullo, como hasta la actualidad. Sin proponernos entablamos una bonita amistad; estudiábamos la misma carrera de derecho, ella en San Marcos y yo en la Católica; y nos llevamos muy bien desde que nos conocimos. Me adelantaré contando que en mi tercer año de carrera me trasladé a San Marcos. Muchos de mis amigos atribuyen esa decisión al amor. Y ustedes, ¿qué opinan? Ella confiesa que al comienzo ni se fijó en mí y más bien le caía “antipático” y “sobrado”, pero con el tiempo le gustó que siempre andaba con terno y corbata, iba a misa los domingos y también porque no hablaba “lisuras”. Me decía “muy caballerito”. Cuando la conocí sus padres se habían mudado del Callao a la plaza Unión donde pusieron un negocio de baños públicos. Yo siempre le he dicho,
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por supuesto en broma, que si no se hubiera mudado a Lima no me hubiera enamorado de ella porque ir de Miraflores al Callao hubiera sido bien “bravo.” Con el tiempo nuestra amistad fue en aumento, pero no era mi enamorada; aún no le había “caído”, todavía no me había “declarado”.
Del avión a San Marcos En 1964 viajé a Chile y Argentina con el grupo de baile de la PUCP, donde presentamos nuestras más representativas danzas tradicionales (vals, polka, marinera, huayno) en las universidades de cada una de dichas localidades y cuando regresamos después de veinte días de ausencia, decidí darle una sorpresa a Angélica, yendo a buscarla a la facultad de Derecho. Se ingresaba por la puerta principal frente al Parque Universitario, y después de bajar las tres o cuatro gradas, lo primero que se contemplaba era el jardín central con una pileta muy grande en el medio, que hacía brotar permanentemente el agua. En los cuatro costados del segundo piso se ubicaban los balcones de madera muy bien elaborados y decorados al estilo antiguo, haciendo juego con toda la edificación de la universidad. Era aproximadamente las once de la mañana y Angélica estaba en uno de los balcones haciendo tiempo para ingresar al dictado de la siguiente clase, cuando a lo lejos nos vimos y lo primero que hicimos fue saludarnos levantando la mano. Bajó a mi encuentro y después de un fuerte abrazo le dije: “Vamos a almorzar; ya no vayas a clase”. Ese encuentro fue el inicio de nuestro enamoramiento. Reconozco que durante mi ausencia por el viaje la extrañé mucho; felizmente el sentimiento fue mutuo y ambos deseábamos reencontrarnos. Se había producido un “click” en nuestra relación de amistad.
Compartiendo buenos momentos… ¿y la cuenta? En las siguientes semanas se consolidó nuestra amistad y cariño mutuo. Recuerdo que después de retirarnos del local de la AUNP nos íbamos con bastante frecuencia al restaurante Versalles, que quedaba en uno de los portales de la plaza San Martín, cerca del cine Metro. En esa época no se acostumbraba, como
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ahora, que las damas pagaran la cuenta, ni compartir el gasto. Debo confesar que en algunas ocasiones, como Angélica era la que tenía “fondos”, cancelaba el consumo, y para ello (en forma muy disimulada) me daba el dinero para hacer la “finta” que era yo el que tenía la plata y el que cancelaba la cuenta. Hasta ahora no recuerdo si me quedaba con el “vuelto”. Recuerdo con nostalgia nuestras conservaciones y caminatas hasta su casa. Salíamos del jirón Pachitea, seguíamos por el jirón Lampa, Colmena, la plaza San Martín; pasábamos por el Hotel Bolivar, el cine Lido y el hotel Crillón, cruzábamos la avenida Tacna. Y así llegábamos a la plaza Dos de Mayo y finalmente a la Plaza Unión. Eran tiempos en que se podía caminar hasta muy tarde sin temer ser asaltado. Inclusive, ya en la puerta del negocio de sus padres, terminábamos nuestra conversación. Luego, yo tenía que regresar caminando por las mismas avenidas y plazas hasta la plaza San Martín y tomar el tranvía que me llevaba por La Victoria, Lince, San Isidro, Surquillo y, finalmente, a Miraflores. Todo sin el más mínimo peligro o inconveniente. Todo iba muy bien en nuestra relación, estudiando los cursos de Derecho, asistiendo a la AUNP y participando de sus actividades.
Angélica: amor a primera vista Debo reconocer que de ella no solo me impresionó su aspecto exterior, sino su manera de conversar que le permitía adaptarse muy rápidamente en un grupo, aun cuando eran personas desconocidas. Pero para mí fue una verdadera contradicción personal porque, por un lado, admiraba su desenvolvimiento, pero, por otro lado, me sentía “corto” porque yo era más introvertido, más callado y me resultaba difícil entablar una conversación. Angélica siempre se ha caracterizado por tener un talento que le permite espontáneamente ayudar a cuantas personas lo necesitan, además de tener iniciativas para unir a las personas y organizar reencuentros con sus amigas; por ejemplo, con un grupo de ellas se reúne los miércoles para rezar el Santo Rosario. Con algunas amistades formaron el “club de la lectura” y con otras el “grupo de las aeróbicas”, más conocidas como las “sireballenitas”, mitad sirenas y mitad ballenas.
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Fuimos amigos, enamorados y novios durante cinco años, hasta que nos casamos un 23 de junio de 1969. Con una gran recepción y fiesta en el local del Centro Cultural Peruano Japonés -que en aquella época se prestaba para celebrar estos acontecimientos- celebramos nuestra unión y compromiso junto a nuestros familiares y más queridos amigos. Hoy, a menos de un año de cumplir 50 años a su lado, de haber traído al mundo tres hijos que son nuestro orgullo y ver crecer a nuestros siete nietos. De haber vivido innumerables experiencias, algunas buenas otras malas, solo puedo sentirme inmensamente dichoso por haberme topado en su camino, pero sobre todo que ella haya querido que yo forme parte del suyo.
Mi fotografía de bebé.
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Fotografía de Angélica de bebé.
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En nuestro matrimonio (1969).
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Nuestra vida espiritual
Mi acercamiento con Dios se dio desde que era muy pequeño. Mis hermanas se encargaron de presentarme la vida religiosa al llevarme a las misas en la parroquia de la Virgen del Carmen, en la urbanización San Antonio, distrito de Miraflores. Recuerdo que, para las épocas de Navidad, asistir a la Misa de Gallo era una infaltable tradición en la que recibíamos las 00.00 horas del día 25. De regreso a casa compartíamos una cena y luego pasábamos a la sesión de regalos.
Inicios en la fe Podría decir que mis primeros pasos de espiritualidad se dieron durante el catecismo que impartía la parroquia de mi distrito. Las charlas se daban los sábados en horas de la tarde y estaban a cargo de un grupo de señoras que colaboraban con algunas actividades dentro de la parroquia. Con el tiempo, mi vocación religiosa fue “trascendiendo fronteras”, y es que fui invitado, junto con un grupo de niseis, a otras clases de orientación espiritual, pero ya no en Miraflores sino en Chorrillos, en el local del colegio Sagrado Corazón de Jesús-Chalet. Éramos un grupo de vecinos de las calles Esperanza, Manuel Bonilla y de la avenida La Paz; todos con el objetivo común de permitir que la fe forme parte importante de nuestras vidas.
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Padre Gaspar Vega Las misas dominicales ya formaban parte de mi compromiso personal-espiritual y era un asiduo asistente, incluso después de casarme. Cuando, en 1974, mi esposa, hijos y yo nos mudamos a la urbanización Córpac en San Isidro, comenzamos a frecuentar la parroquia Nuestra Señora de Gracia, en la que nos sentimos muy a gusto y conocimos al Padre Gaspar Vega, con quien hicimos una muy cercana amistad. El Padre Gaspar Vega fue un sacerdote muy entregado a su vocación, sincero y claro a la hora de transmitir los mensajes divinos, pero también tenía la genial particularidad de ser un muy buen asesor en la vida terrenal. Hacía de pitoniso aconsejándole a más de una pareja que aún no era su momento para “darse el sí”, porque si no pasado un año le estarían pidiendo consejos para divorciarse, y así ocurría en la mayoría de los casos.
El Padre Gaspar Vega, con quien Angélica y yo consolidamos una bonita amistad y estuvo presente en la misa por nuestras Bodas de Plata.
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Mi participación activa en la Iglesia Junto con un grupo de matrimonios pertenecientes a la parroquia, Angélica y yo decidimos apoyar en las tareas de orientación espiritual. Colaboramos preparando las charlas para los padres cuyos hijos iban a recibir el sacramento del Bautismo, Primera Comunión e inclusive preparando a los jóvenes que habían decidido celebrar su matrimonio religioso, todo esto formando parte del Consejo Parroquial, como grupo de apoyo del párroco. También participamos como monitores en las misas dominicales, orientábamos a los feligreses a tener una participación más activa, invitando a algunos asistentes a leer la primera y segunda lectura, así como invitar a entonar las canciones.
Dios, Angélica y yo Paralelamente a nuestras actividades en la parroquia, Angélica y yo nos comprometimos a integrar el Comité de Formación Religiosa del colegio de nuestras hijas, el Regina Pacis, con labores similares a las que hacíamos en la parroquia: apoyando con charlas a los padres de familia y organizando las ceremonias tanto de Primera Comunión como de Confirmación. En nuestros años de matrimonio hemos tenido muchas dificultades en cuanto a nuestra relación interpersonal, ya sea por nuestros “especiales” caracteres o por incompatibilidad a la hora de llevar al hogar las costumbres de nuestras familias de origen. Los problemas fueron tan profundos que el divorció rondó por nuestras mentes en varias ocasiones. Ante esas situaciones y considerando siempre querer salvar nuestro vínculo ante Dios fue que decidimos recurrir a nuestro asesor espiritual y amigo el Padre Gaspar Vega, quien anteriormente nos había invitado a participar de un retiro de un movimiento católico denominado Encuentro Matrimonial, durante un fin de semana. El retiro tenía como misión mejorar la relación de parejas y ser mejores padres para nuestros hijos, que tengamos la costumbre y libertad de dialogar dentro del matrimonio y de poder hacer comentarios tales como: “Me siento mal cuando no me valoras”, “No me gusta que seas impuntual”, “Me molesta tu desorden”, etc. Fue gracias al Padre Gaspar y a seguir participando de los distintos movimientos de la Iglesia como pudimos sacar nuestro matrimonio adelante, siempre
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de la mano de Dios, nuestros hijos y nietos.
Eternamente agradecido Además de pertenecer a Encuentro Matrimonial, conocimos otros movimientos relacionados al acercamiento con Dios y la fe; como por ejemplo, el movimiento Neo Catecumenal, el Cursillo de Cristiandad y el movimiento Renovación Matrimonial. Agradezco, sobre todo, al movimiento de los Equipos de Nuestra Señora (ENS), que durante tantos años nos ha permitido unirnos más como matrimonio católico, a través de la oración personal, la oración conyugal y el diálogo de pareja. Gracias a Dios, a nuestros amigos sacerdotes como Vicente Suárez, Hugo Mejía, Pedro Quilla y Percy Carbonero, y a las parejas con las que hemos caminado juntos durante tantos años y que nos ha permitido consolidar nuestro matrimonio y familia.
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Venciendo la enfermedad
Mi esposa Angélica y yo siempre hemos sido muy cuidadosos en cuanto a los chequeos médicos y control de la salud, más aún cuando entrábamos o bordeábamos la tercera edad. Regularmente me hago los exámenes de endoscopia y colonoscopia, que sirven para revisar internamente la situación tanto del estómago como del colon.
Una mala noticia En diciembre del 2006, cuando tenía 64 años, en un examen rutinario de la endoscopia realizado en la clínica Ricardo Palma, me detectaron una extraña mancha en el estómago, lo que hizo que mi médico, el doctor Simón Yrribery, creyera conveniente hacerme un segundo examen, en el que se confirmó no solo la presencia de la mancha. Tenía cáncer al estómago. El mismo médico me informó que el cáncer se encontraba en el grado 2, fase en la que todavía no existe metástasis, que es donde la enfermedad se reproduce migrando hacia otros órganos, lo que me dio cierta serenidad para afrontar la noticia, pero de igual manera había que realizar una próxima operación. Lo que no sabía era cómo se lo iba a contar a mi familia. Recuerdo que no sabía cómo dar esta mala noticia, pero también sabía que por mi situación la tenía que revelar tarde o temprano, así que un día reuní a mis hijos y a mi esposa en el dormitorio y me armé de valor para informarles que tenía cáncer.
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Iniciando el tratamiento Felizmente noté que mi familia tomó la noticia con mucha calma y madurez. Angélica –quién también tenía complicaciones de salud- decidió suspender su examen médico para poder preocuparse únicamente en mi caso y en la operación a la que debía someterme. Por su parte, mis hijos comenzaron a conseguir referencias de los médicos oncólogos más reconocidos de Oncosalud, centro médico especializado en el que me encontraba asegurado. Finalmente, decidieron considerar al médico Eloy Ruiz para que se haga responsable de mi tratamiento. El doctor Eloy Ruiz fue muy bueno conmigo. Se podía conversar mucho y muy bien con él; no era el típico médico serio y protocolar. Fue él quien me recomendó que continuara mi tratamiento en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN), que son los expertos en todo lo que se refiere a tratamientos del cáncer.
Traslado al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas Seguí contando con el apoyo incondicional de mis hijos, que se preocuparon en hablar con la administración del INEN, separarme una habitación y mantener las coordinaciones con el doctor Ruiz para ver cuándo se podía llevar a cabo los exámenes previos, riesgos quirúrgicos y la operación propiamente dicha. Llegué caminando con mi hija Gaby al instituto ya para internarme y recuerdo como anécdota que la recepcionista preguntó (no sé si lo dijo en serio o en broma): “¿Quién se va a internar usted o la señorita?”, a lo que mi hija respondió que era yo quien se iba a atender. Luego de registrarme me subieron al cuarto piso y a la habitación correspondiente. Todo el personal que me atendió fue muy amable: médicos, enfermeras y personal asistente. Incluso, dentro del INEN tenía una amiga cardióloga, la doctora Estela Ayala, que me apoyó hasta la hora de realizar el riesgo quirúrgico preoperatorio. Solo quedaba entrar a la sala de operaciones.
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El momento de la operación Entré a la sala de operaciones, me llevaron en una camilla y luego me pasaron a otra camilla donde se realizó la operación. Yo trataba de estar despierto lo más que podía, observaba el techo, las luces. A mi costado había una máquina para medir las pulsaciones y otras informaciones que necesitaban saber en pleno proceso operatorio. Las enfermeras, recuerdo que eran cuatro o cinco, caminaban dentro de la sala ordenando todo el material quirúrgico que les iba a solicitar el médico y su asistente. Después de unos minutos se aparecieron los doctores con la ropa que utilizan cuando van a operar; la cabeza cubierta con un gorro de tela, los zapatos forrados con tela similar al uniforme y sus guantes de látex La enfermera me colocó la vía por donde me iban a poner la anestesia y demás medicinas para evitar que sea “pinchado” cada vez que necesitaba de algún medicamento. A los pocos minutos, segundos diría, que me habían puesto la anestesia, quedé complemente dormido y solamente me desperté después de más de tres horas que había durado la intervención. Estaba todo adolorido y el doctor trataba de calmarme mientras indicaba a las enfermeras que me pusieran las medicinas que pudieran aliviar en algo los dolores. Mis hijos estuvieron en una sala contigua durante todo el tiempo que duró la intervención, abordando al doctor Eloy Ruiz apenas salió. Preguntaron y conversaron con él para obtener la noticia de primera mano. Felizmente, recibieron la información que todo había salido bien, sin ningún inconveniente. La operación resultó un éxito y ni siquiera hubo necesidad de hacer quimioterapia; solo tuve que reposar y restablecerme durante un periodo de dos semanas. Durante esos días me hicieron visitas médicas, me cambiaron las medicinas y me hicieron chequeos médicos. Fue precisamente en uno de esos chequeos que me detectaron otro mal.
El momento de la operación II No recuerdo si el médico que me atendía había salido de vacaciones o a algún
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congreso, la cuestión es que el médico que lo reemplazó, el doctor Eduardo Payet, me encontró una infección al páncreas, conocida como pancreatitis y, según su opinión, había que operar urgentemente. El doctor ordenó que me llevaran a mi habitación y me preparen para entrar por segunda vez a la sala de operaciones; es decir, era mi segunda operación en dos semanas. Afortunadamente, la operación fue exitosa, y digo eso porque después me pusieron al tanto de que el porcentaje de fallecimiento por una pancreatitis era realmente alto. Finalmente, de los diez o quince días que se tenía programado estar en el hospital, terminé permaneciendo allí un mes y medio, esto debido a la segunda recuperación post operatoria. La Navidad del año 2006 la pasé en el INEN.
Reposo y trabajo Se supone que debía recuperarme de mi última operación, pero ni siquiera en ese momento pude dejar de lado el trabajo. Resulta que cuando tenía que ausentarme de la notaría debía solicitar una licencia en el Colegio de Notarios, especificando el motivo y días de ausencia, para que pudieran conseguir un reemplazo durante esos días. Inicialmente solicité una licencia por veinte días, pero solo pensando en el tiempo de recuperación de la primera operación. Al tener una segunda cirugía y un nuevo periodo de restablecimiento, iba a superar los días que me dieron de licencia, por lo que me vi en la obligación y urgencia de comunicarme con mi amigo y colega, el doctor Víctor Cueva, que era el notario que me reemplazaba, para explicarle mi situación y que pudiese ocupar mi cargo unos días más. Recuerdo que no tenía su número telefónico, pero sabía que en mi casa sí lo tenían, así que insistía para que alguna enfermera o médico de turno se comunicara con mi familia para resolver ese asunto. Al final, un médico se apiadó de mi angustia y llamó a mi casa. El problema fue que lo hizo muy temprano en la mañana, lo que generó el pánico de mi familia al creer que pudo haberse tratado de una mala noticia.
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Dado de alta Mientras me encontraba en recuperación, siempre recibí la visita de mi familia y recuerdo que, entre otras cosas, me hacían caminar por todos los pasillos del hospital así estuviese conectado al suero porque querían que haga ejercicio. En uno de esos pasillos se encontraba la imagen del Señor de los Milagros llena de flores y medallas, y no perdíamos la ocasión de dedicarle más de una oración. Me acuerdo que yo me encontraba en el cuarto piso y que se podía ver por una ventana que daba a la avenida Angamos. Algunas veces me asomaba a ver la calle, los carros y a las personas que transitaban por allí y me preguntaba en tono nostálgico: “¿Cuándo me tocará salir?”. A pesar que me trataron muy bien, uno siempre quiere regresar a su hogar con su familia. Y como todo tiene su final, luego de más de un mes y medio, llegó el fin de mis días en el hospital y, por fin, fui dado de alta. Como acto de agradecimiento, regresé durante muchos años los días seis de enero donde hacían una reunión por la bajada de reyes entre pacientes, personal de enfermería y administrativos, en la que se comprometía a los familiares de los pacientes a traer, ya sea panetón, gaseosas o sánguches. Yo llevaba algunos de esos productos, además de lo que le podía faltar a algunos pacientes, como medicinas o papel higiénico; previa coordinación con la jefa de piso de ese entonces, que se llamaba María, y una de las enfermeras me acompañaba a la farmacia del hospital, que era más económica.
El amor incondicional de mi familia Creo que no hubiera podido superar estos momentos tan difíciles sin el apoyo y el amor incondicional que siempre me demostraron Angélica y mis hijos, mi adorada familia. Todos hicieron muchos sacrificios por mí; desde aceptar la noticia de que tenía cáncer, pasando por conseguirme el médico, hacer coordinaciones para separarme la habitación, hasta acompañarme a caminar por los pasillos del hospital durante mi recuperación. Sinceramente sentí el inmenso amor que me tienen. Creo que fue ese amor el que me dio fuerzas para nunca dejar de luchar y poder seguir escribiendo y dedicarles estas líneas, que todas son por y para ellos.
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Conforme lo he detallado, mis pasiones son: 1.
La música criolla.
2.
El fútbol.
3.
Ser maestro de ceremonias.
… y no necesariamente en ese orden. Pero si pudiera agregar una cuarta casilla o una “yapa” colocaría, sin lugar a dudas, viajar. Esto ha sido un placer para mí, aun cuando el viaje haya sido por cuestiones laborales, siempre me divertí de alguna u otra manera.
Viajes de trabajo al interior del país Cuando trabajaba en el área de asesoría legal de la Empresa Nacional de Turismo, entidad del Estado encargada de la administración y control de todos los hoteles de turistas del Perú, me enviaban a visitar la mayoría de los hoteles a cargo de la empresa, y de esa manera tuve la oportunidad de conocer gran cantidad de ciudades como: Tumbes, Piura, Trujillo, Ica, Arequipa, y departamentos de nuestra Sierra como Cajamarca y Ayacucho. En cada viaje debía solucionar conflictos laborales, tenía que ocuparme de los problemas personales de los empleados del hotel, estar pendiente de los procesos disciplinarios, revisar el pliego del sindicato del hotel, etc. Pero por más trabajo
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que había, no perdía la oportunidad de disfrutar de los encantos e “engreimientos” de cada lugar que visitaba. No era una estrella de cine ni nada parecido, pero en muchos de aquellos viajes tenía reservada la suite presidencial, además de gozar de un menú digno de requerimiento del cantante de moda. Claro, todo mientras no se encontrara una real celebridad en mi hotel de turno. Algunas veces viajé con Angélica y mis hijos Mery y Koki cuando eran pequeños, quienes también gozaron de la especial y diferenciada atención de los trabajadores de los hospedajes; los engreían llevándolos a la piscina o a los juegos para niños y, por si fuera poco, los postres, dulces y bebidas les llegaban casi por arte de magia. Todo ello gracias a las consideraciones que tenían para conmigo y a que ellos supieron ganarse el aprecio de administradores y trabajadores de los hoteles.
Tensión en Tintaya Uno de los viajes que más recuerdo fue cuando tuve que internarme en la minera Tintaya, en las alturas del departamento de Cusco. La relación laboral con las altas autoridades de la empresa no eran las mejores entre nosotros, por lo que enviarme a la zona minera, a sabiendas de conflictos internos, no era impedimento o motivo de algún cargo de conciencia de parte de “los jefes”. A pesar de todo, se trataba de una orden superior y había que acatarla. Fui derivado a la zona minera de Tintaya –se supone- con la misión de solucionar conflictos laborales por esos lares, por un periodo de treinta días. Pero eso solo era el principio. Estando allá viví muy de cerca las inconformidades de los mineros, traducidas en feroces manifestaciones, cargadas de frustración y de violencia por lo que creían injusto de parte de la administración. Las recomendaciones que me mantenga precavido y a buen recaudo eran constantes, incluso llegando a advertirme que podía ser víctima de algún secuestro. Felizmente, eso nunca se dio, pero el desgaste por el estado de angustia no me lo quitó nadie. Ya a pocos días de cumplir el exhaustivo mes de labores en Tintaya, un administrador y uno de los pocos amigos que tenía en la empresa me advirtió de que le había llegado un “telex” (telegrama) en el que se ordenaba que yo debía permanecer en la mina hasta “nuevo aviso”. Obviamente, eso no me pareció más que una arbitrariedad y desconsideración total por parte de la dirigencia, que ni
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siquiera tuvo el mínimo gesto de consultarme y solo confirmó nuestra pésima relación. Mi decisión era clara: no continuaría ni en la mina ni perteneciendo a la empresa. Así que en un inicio, en coordinación con mi amigo, nos pusimos de acuerdo en decir que el telegrama llegó tarde, a unos días después de mi salida y retorno a Lima. Posteriormente, me desligué definitivamente de aquel centro de trabajo. Aun cuando la experiencia podría considerarse únicamente negativa, creo que hasta de lo malo uno puede sacar provecho, y este fue el caso perfecto. Viví más cercanamente la realidad no tan afortunada de nuestro país, vi cómo mucha gente no era escuchada, eso por un lado. Y por el otro: indiferencia, maltrato, intolerancia. De todo esto aprendí que todavía hay mucho por hacer en nuestro país para tener una sociedad mejor. También me llevo lo mejor de la gente que, a pesar de sus limitaciones y de la adversidad, estuvieron dispuestos a mostrarme su mejor cara y actitud y, en algunos casos, hasta su amistad.
Viajes al exterior En representación de la Asociación Estadio La Unión tuve la oportunidad de viajar a diversos países para invitar a las comunidades japonesas de otros países como Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil, para que pudiesen asistir a los eventos internacionales que organizaba la asociación. También pude viajar formando parte de la Asociación Panamericana Nikkei, que es la reunión de las agrupaciones de comunidades japonesas en los diferentes países. Cada dos años se realizaba convenciones en distintos lugares, y fue así como en 1981 realicé un viaje a México, el cual recuerdo y clasifico como anecdótico.
Cumpliendo con las dos Para ese mismo tiempo, coincidentemente, fui invitado –como trabajador del
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Ministerio de Pesquería- por la Secretaría de Pesca de México a dicho país a un congreso internacional sobre legislación pesquera. Por supuesto que mi prioridad era cumplir con el compromiso que tenía con el Ministerio de Pesquería, pero estando allá los representantes del AELU, quienes agrupaban a los nikkei del Perú y que a su vez participaban de la convención panamericana nikkei en aquel país, me pidieron que participe de la misma haciendo una presentación en la inauguración del evento. Lógicamente, al recibir la invitación y solicitud de elaborar un discurso con tan solo un día de anticipación, fue poco lo que pude preparar, de tal manera que tuve que recordar mi participación en eventos anteriores, eso sumado a mi “salvavidas” capacidad de improvisar frente a personas con un micrófono en la mano. Afortunadamente, los dos compromisos no se llevaron a cabo el mismo día, así que pude cumplir con ambas entidades.
Dando un discurso en la ceremonia de inauguración de la Convención Panamericana Nikkei México 81.
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Viajes cooperativos… y de discordia marital Por el movimiento cooperativo, representando a la Cooperativa Pacífico y a la Federación Nacional de Cooperativas de Ahorro y Crédito del Perú (Fenacrep), he podido viajar en varias oportunidades a Panamá, Ecuador, Colombia, entre otros, a las reuniones con cooperativas de esos y otros países. En todos aprendí bastante, conocí las experiencias de otros países, me relacioné muy bien y bastante con la gente. Diría que todos contentos, menos Angélica, conforme detallo en el sub capítulo posterior: “Viajes con mi esposa”.
Experiencia religiosa Igualmente, con el tiempo, sí realizamos viajes como pareja. A través de un movimiento católico denominado Equipo de Nuestra Señora, que es un movimiento de los matrimonios católicos, pudimos viajar a muchos países, tales como: Francia, Brasil, Puerto Rico, Ecuador, Colombia, España y Portugal. Pero hay uno que recordamos con especial cariño y devoción: nuestro viaje al Vaticano. En aquel movimiento teníamos la oportunidad de intercambiar experiencias con matrimonios de todo el mundo. Se formaba una agenda o temario para cumplir durante una semana, que es lo que duraban aproximadamente los viajes, y se formaban equipos de reflexión para poder compartir de manera conjunta los distintos problemas o desavenencias que podían convivir en los matrimonios, y el nuestro no era ajeno a ellos. Si para un hincha del fútbol conocer a Pelé o a Maradona es un sueño cumplido; o para un fanático de la música, asistir a un concierto de Roberto Carlos o Raphael puede significar una emoción muy grande; que un matrimonio cristiano como el mío con Ángelica tenga la oportunidad de conocer a Su Santidad el Papa Francisco significa la más grande y divina bendición que uno podría recibir. A pesar de que es un tema cargado de absoluto respeto y seriedad, he de confesar que la anécdota y algo de “criollada bien a la peruana” no estuvo ausente en aquella bendita experiencia. Habíamos llegado a Roma para conocer en persona
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al máximo representante de Dios en la Tierra, el Papa Francisco. Para llegar a él había una cola interminable de fieles tentando, al igual que nosotros, intercambiar aunque sea una mirada con el Sumo Pontífice. Pero la cantidad de gente, además de las actividades programadas que aún teníamos pendientes, estaba a punto de hacernos desistir de nuestro más anhelado deseo. De pronto, acercándonos poco a poco, nos dimos cuenta que, a pesar de la cantidad inconmensurable de personas, la cola no era inaccesible ni impenetrable, así que fuimos tanteando el momento preciso para “zamparnos”, hasta que lo conseguimos. Lo curioso fue que nuestro acto no pasó de algunas miradas de desconcierto entre algunos que nos vieron; es decir, nadie nos dijo nada. Finalmente y pidiendo las disculpas del caso por nuestro atrevimiento, conseguimos lo que tanto habíamos soñado: estar lo más cerca posible a lo más cercano a Dios en este mundo. Pertenecer a este movimiento nos ayudó muchísimo. Como todo matrimonio tuvimos problemas, algunos muy serios, al punto de pensar en el divorcio. Pero gracias a los sabios consejos y a la valiosa comunicación que se enseña, difunde y comparte con los demás matrimonios de todo el mundo es que pudimos comprendernos y tolerarnos un poco más cada día. Hoy, ad portas de nuestras Bodas de Oro, agradezco a todos los movimientos religiosos y sobre todo a Dios por poder seguir de la mano con mi compañera de vida y compinche para zamparnos colas.
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Nuestro viaje al Vaticano para ver al Papa Francisco.
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Viajando por la pelotita Este tipo de viajes tienen como núcleo o centro de acción a una de mis pasiones: el fútbol. Impulsado, en su mayoría por mis hijos, es que viajamos a varios países a apreciar al deporte rey en otras latitudes; apreciar cómo es que se vive esta fiebre en estadios fuera del país y, por supuesto, deleitarnos con la “magia” de la que eran capaces de realizar los mejores futbolistas del mundo.
Primer partido internacional Recuerdo que era el año 1964 cuando viajé a Santiago de Chile, junto con el grupo de folclore de la universidad Católica, y tuvimos la oportunidad de ir al estadio nacional de Santiago. Allí pude observar, por primera vez, cómo es que se vivía un partido de los equipos más representativos de un país. Era nada menos que la Universidad de Chile vs Colo Colo, el clásico del fútbol chileno. Gocé, a escasos metros o centímetros, del despliegue y fervor de las hinchadas o barras. Inclusive nosotros estábamos en una de las tribunas populares, que eran hechas de cemento, y terminamos viendo todo el partido de pie. No puedo recordar el marcador de aquel encuentro, pero sí la pasión y las palpitaciones a mil de experimentar in situ uno de los partidos más emocionantes de esta parte del mundo.
“Ingresando” a la Bombonera Tuve la tremenda oportunidad de poder viajar a Buenos Aires-Argentina para ver uno de los clásicos más atractivos no solo de América del Sur sino de todo el mundo: Boca Juniors vs River Plate. Era el partido por excelencia de ayer y hoy, por lo que conseguir una entrada a dicho magno evento deportivo no era nada fácil. Pensando en ello, mi hija y yo (aquel viaje lo realicé en compañía de mi hija Gabriela) nos pusimos en contacto con un agente –recomendado por un amigo de la familia que lo conocía- para que nos pudiera facilitar un par de entradas.
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El agente, a su vez, tenía como contactos a socios del club, quienes tenían un carnet que les permitía ingresar a todos los partidos. Entonces –previo pago de la entrada con un ligero aumento- el agente nos consiguió dichos carnets y nos acompañó hasta la entrada del estadio. Se tuvo que hacer más de un “trámite” para poder ingresar, pero bien valió la pena. Me atrevería a decir que no creo que haya partido que genere más pasión que un Boca vs River. ¡Espectacular!
Junto a mi hija Gabriela en la mítica Bombonera del club Boca Juniors, en Buenos Aires,Argentina. Disfrutando del espectacular clásico Boca Juniors vs. River Plate (2005).
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Tour de fútbol europeo Con mi hijo Koki viajamos al viejo continente para disfrutar del fútbol que allá se practica con magistral elegancia. Fuimos a Sevilla y vimos jugar al equipo local, pero digamos que ese fue el partido preliminar, porque luego, como partido de fondo, nos trasladamos a Madrid para ver la edición del clásico español entre Real Madrid y Barcelona, en el mítico estadio Santiago Bernabeu. Las palabras salen sobrando; todo lo que se vive antes, durante y después de ese trascendental acontecimiento fue y sigue siendo algo sin precedentes. La pasión es distinta a la del latino, aun así el fútbol es pasión de multitudes en Europa. También tuvimos la suerte de poder haber visitado París y conocer el famoso estadio Parque de los Príncipes, donde alguna vez, hace 36 años, la selección peruana de Cueto, Uribe y Oblitas desplegó un fútbol maravilloso, derrotando a la poderosa Francia de Michel Platini.
Boletas de entradas a algunos partidos del fútbol europeo.
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Viajes del grupo familiar Mis hijos, hijos políticos, nietos, mi esposa y yo hemos realizado dos viajes: el primero fue a Cuba, en la cual estuvimos tres días en la ciudad, hicimos una city tour y luego nos fuimos a la playa de Varadero. Y nuestro segundo viaje fue hace dos años a Jamaica, donde disfrutamos de sus lindas playas. En estos viajes teníamos particularidades como mandar a confeccionar polos para distinguirnos de los demás, aunque recibíamos miradas de extrañeza, seguramente creyendo que pertenecíamos a alguna delegación o empresa, lo hacíamos para sentirnos más unidos y también como para meter “chacota”. Pero la particularidad más importante era que cada uno tenía la tarea de encargarse de algo referente a la organización del viaje. Por ejemplo: uno se hacía cargo de las reservas y compras de los boletos, otro de las reservas en los hoteles, alguien de los tours, otros tenían que cuidar y cargar las maletas, etc. Precisamente, por estos tiempos, la familia está evaluando celebrar mis Bodas de Oro junto con Angélica realizando un tercer viaje del grupo familiar. El viaje aún se encuentra en estado sin confirmar; lo que sí está por sentado es que cada miembro de la familia tenga una responsabilidad previa en cuanto a la organización del viaje, donde ni los nietos se salvan.
Me quedo con Japón Si me preguntaran cuál es mi país favorito de los que pude visitar, elegiría a Japón. Sinceramente, poco o nada tiene que ver que sea descendiente de japonés. Lo que yo admiro de ese país son sus valores: el orden, la limpieza, puntualidad, disciplina, educación, entre otros. He viajado hasta en tres oportunidades al Japón y en todos me he llevado gratas impresiones por sus cualidades éticas y morales. A continuación relataré solo algunas de las experiencias que me tocó vivir con respecto a las virtudes ya mencionadas: - Estando en una tienda se me cayó un papelito o un pedacito de servilleta, pero fue la reacción casi felina de uno de los trabajadores del establecimiento por recogerlo y botarlo lo que me sorprendió. Estaba claro que la limpieza era algo indispensable en su día a día. Otra escena que me llamó gratamente la atención
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fue percatarme que la gente ni siquiera tiraba las cenizas del cigarro al suelo o al medio ambiente, sino que las guardaban en una cajita que posteriormente tiraban en algún tacho de basura. - En cuanto al orden, con tan solo ver el tren en el que se movilizaban, me bastó para confirmar que en ese aspecto se encuentra gran parte de su progreso. Las personas podían ingresar con maletas o en sillas de ruedas, y se respetaba el orden. La gente no se desesperaba para subir ni por ganar un asiento; es más, podías ver asientos vacíos, incluso con personas de pie. Recuerdo que una ocasión quise cederle el asiento a una persona mayor, y no me lo aceptó. Luego averigüé que allá no se estila ceder el asiento ni a personas de la tercera de edad porque la mayoría se encuentra bien de salud y pueden ofenderse con el ofrecimiento. - La educación y puntualidad se podían apreciar en todo momento y lugar. También me sorprendió que allá nadie acepta propinas: trabajadores de hoteles, mozos de restaurantes, taxistas. La propina es prácticamente una ofensa para los japoneses. Me quedo con Japón porque me parece, hasta hoy, una sociedad modelo, a la que podríamos copiar lo mejor. Mirando las noticias actuales, donde los valores están ausentes, crece el deseo por un país mejor y es precisamente con la práctica de valores como los que abundan ahí, donde está el camino a salir de este estancamiento moral.
Cuidado con lo que dices El hecho de haber podido visitar varios países me permitió conocer que una palabra puede tener más de un significado, de acuerdo con el lugar en el que se emplee. - A las damas peruanas: si un colombiano la llama “chusca”, no se molesten ni intenten alguna contraofensiva. Aquella palabra para nuestros vecinos no es algo peyorativo como para nosotros, sino todo lo contrario, significa que usted está guapa. “Angélica estás chusca” quiere decir que estás simpática, estás regia. - También es preferible evitar decir la palabra “chimbo”, que para los colombianos hace referencia a los genitales. Mencionar nuestro postre huevo chimbo
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o nuestra ciudad Chimbote, podría ser motivo de carcajadas para ellos e incomodidad para nosotros. - Tenga cuidado al emplear la palabra caño. Acá es por donde sale el agua semitratada o potable. En el país del norte es por donde pasa el desagüe. Y así, por ejemplo, en Brasil, la palabra saco no es la prenda de vestir. Allí hablar de saco es hablar de genitales. De igual manera decir “polla” en España es decir órgano sexual masculino. Es por eso que cuando un español paseaba por una calle de Lima y escuchó decir a una señora: “Señor, sáquese la lotería, sáquese la polla” no supo cómo reaccionar.
Anécdota de viaje y renovación de maleta En mi primer viaje al Japón, en 1989, había viajado con los gerentes de las cooperativas. Pero lo que más recuerdo del viaje fue, estando en una estación de buses, ver cómo un niño de unos 5-6 años no podía parar de reír mientras señalaba mi maleta, que recién en ese momento pude darme cuenta de lo anticuada y ridícula que era. Esa maleta, que me la prestó mi prima Teresa Higa, era de cuero, sin ruedas y para asegurarla tenía dos correas exteriores y no había posibilidad de ponerle un candado. Me llamó la atención que el niño ni siquiera le pasó la voz a su papá para que la viera, solo echó a carcajearse. Más bien el papá estaba hasta más incómodo que yo, de no saber cómo reaccionar. Desde aquel instante, prometí que lo primero que haría a mi retorno sería comprar una maleta nueva.
Reflexiones viajeras Con los años pude darme cuenta que el instinto aventurero para los viajes se va perdiendo. De joven, estando solo en Argentina o en Japón, recuerdo que con tan solo preguntar a la gente cómo llegar a un destino me “aventaba” hasta llegar al mismo. Ahora veo eso como algo muy lejano. Los años pueden no quitarte el espíritu de siempre querer emprender algo nuevo; sin embargo, hay algo que
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Recorriendo el Perú y el Mundo
irremediablemente te dan los años: reflexión. Reflexión en el sentido que ahora piensas en lo que te puede pasar, el daño que puedes ocasionar, tanto a ti como a tu familia, que ya no se cuenta con la misma fuerza ni velocidad para cuando la situación lo amerite, etc. He tenido la dicha de viajar tanto al interior del país, como a distintas partes del mundo. Clasificaría mis viajes de diferentes maneras: laborables, no laborables o de vacaciones, familiares, etc. El punto es que de todos me llevo lo mejor; el hecho de conocer un nuevo destino y una nueva cultura es fascinante. Descubrir una manera distinta de vivir el día a día es algo que sencillamente no tiene precio.
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¨Criolladas¨ en los viajes
Viaje por partida doble Entre los años 1980 y 1985 había una costumbre tanto en la Cooperativa Pacífico como en Aelucoop. Una vez al año, ambas cooperativas organizaban y realizaban, por separado, un viaje durante un fin de semana de febrero. Dicho viaje tenía dos objetivos principales: el primero era analizar la realidad institucional del año anterior, además de promover y regular las tareas del año en curso. Y el segundo era brindar un agradecimiento a los directivos y a sus familiares por la buena voluntad y el trabajo realizado durante el año. Los lugares, siempre fuera de Lima, podían ser Punta Sal, Paracas, el Centro de Convenciones El Pueblo, incluso alguna vez fuimos hasta Arica. Los viajes eran familiares y podían ir las esposas e hijos. En esa época, fungía de asesor de ambas cooperativas y conocía a sus gerentes. Lo que yo hacía era convertirme en el principal interesado y gestor de que los viajes planificados por las cooperativas nunca coincidan; para ello mantenía constante comunicación y coordinación previa a los paseos con los altos mandos de ambas cooperativas. De esta manera, no solo me aseguraba de disfrutar de un viaje de trabajo y turismo, sino tener dos fines de semana. Fue una viveza o, si quieren llamarlo, una “criollada” en la que felizmente nadie salió lastimado y me permitió ver las sonrisas de mi familia por partida doble.
Autopublicitando y justificando mis viajes Durante mi etapa de dirigente activo de la Cooperativa Pacífico realicé sendos
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¨Criolladas¨ en los viajes
viajes a diferentes países como Ecuador, Colombia, Panamá, en donde el movimiento cooperativo era tan activo como en el Perú, con motivo de participar en congresos y reuniones de las cooperativas de ahorro y crédito de América Latina. A pesar de que regularmente la Cooperativa Pacífico participaba de la mayoría de eventos a nivel internacional, en los que yo era invitado, a veces la cooperativa no tenía conocimiento o no pensaba participar de otros que yo sí veía con interés, sobre todo para poder viajar. Al estar vinculado con los dos periódicos más importantes de la colectividad peruano-japonesa, Peru Shimpo y Prensa Nikkei, me las ingeniaba para anunciar dichos eventos. Muy criollamente “fabricaba” las entrevistas que teóricamente me realizaban los periodistas de aquellos medios de comunicación y gestionaba que la publicaran antes del evento. Mi preocupación era que las “entrevistas” de los periodistas debían tener diferente redacción y no el mismo texto para ambos periódicos. Además, en aquellas publicaciones aprovechaba para autopublicitarme. Era una manera de asegurar y justificar el viaje de trabajo en representación de la cooperativa.
Viajes con mi esposa Contaba que realizaba viajes a distintas naciones por razones laborales e institucionales. Aprovechando esas oportunidades coordinaba con Angélica para que me acompañe en esas travesías. La Cooperativa Pacífico asumía con todo los gastos referentes al pasaje aéreo, alojamiento y alimentación. Adicionalmente, las entidades organizadoras de los congresos preparaban los agasajos y los programas de turismo. En esas situaciones, yo solo debía de preocuparme de financiar el boleto aéreo de Angélica. Con esas facilidades tuvimos la oportunidad de realizar muchos viajes. Con el tiempo, durante algunas discusiones de nuestro matrimonio, Angélica me reclamaba que solamente la invitaba a viajar cuando tenía asuntos de trabajo y/o reuniones internacionales y que nunca la invitaba para ir los dos solos para hacer turismo y con “mi propia plata”. A lo que yo atinaba a responderle, con cierta cuota de picardía, de que igual estábamos viajando y conociendo muchos lugares, además de ahorrar dinero. Respuesta que solo acrecentaba su molestia.
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Yo prefería tomarlo como “cosas del matrimonio”. Posteriormente, cuando ya hemos tenido la oportunidad de viajar por nuestra cuenta, recordamos nuestros viajes realizados de jóvenes con la cooperativa. Pero también nos acordamos de nuestras discusiones en las que se me reclamaba el viaje solo para los dos. Ahora ambos momentos los rememoramos con alegría.
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Mis tres orgullos
Mis tres hijos y mi esposa AngĂŠlica, en un viaje de la familia nuclear.
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Mis tres orgullos
Para quienes somos padres sabemos que el amor a los hijos es hablar del amor más grande, profundo e incondicional que pueda existir. Pero también existe una sensación que no nace tan naturalmente como el amor hacia los hijos: el orgullo. Eso es lo que siento por mis tres hijos, un genuino orgullo por lo que hicieron, por lo que hacen y por lo que se han convertido en su camino por la vida. A continuación, presentaré a mis tres hijos: Mery, Koki y Masami. Mi hija mayor es Mery y con ella experimentamos y comprobamos dos aspectos importantes de la vida: el primero fue que los padres no estamos exentos de cometer errores con nuestros hijos, y que aprender a ser mejores padres es una diaria y constante carrera de largo aliento. El segundo fue descubrir que la vocación poco sabe de imposiciones paternales. A veces los padres disponemos, casi siempre con buena intención, del futuro de nuestros hijos; deseamos que estudien nuestras mismas carreras o que se conviertan en algo que nosotros no pudimos alcanzar y nos hubiera encantado ser. Eso nos pasó con Mery. Cuando nuestra hija terminó la secundaria, su madre y yo (abogados de profesión) decidimos unilateralmente que Mery se convierta en abogada como nosotros. Para ello, no tuvimos mayor arbitrariedad que matricularla en la academia preuniversitaria Trener, incluso pagando por adelantado todo el ciclo de estudios, para que inicie su preparación con el objeto de ingresar a la universidad, y así primero estudiar en la Facultad de Letras y luego en la de Derecho.
Mery: la maestra de mi vida Poco duró nuestro “plan profesional” para nuestra hija, pero eterno fue el aprendizaje. Descubrimos el real significado de la palabra “vocación”, del interés que cada uno tiene respecto a su propio futuro y que los padres no debemos obstaculizar los anhelos profesionales o de vida de nuestros hijos. A Mery le bastó un solo día en la academia para darse cuenta que por allí no estaba marcado su futuro y que ella no quería ser abogada. “Ya no quiero ir a esa academia, no me gusta. Yo no quiero ser abogada”, fueron algunas de sus expresiones del momento. Lo que vino después fue una gran bronca: “¿¡Por qué no quieres estudiar?!”, “Mira que ya pagamos por adelantado todo el ciclo”,
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“Dale una oportunidad”, “Ya no nos van a devolver el dinero”, fueron algunos de nuestros injustos reproches. Finalmente no continuó en la academia, ni quiso ser abogada. Su vocación estaba por la educación; ser profesora, enseñar y tener sus alumnos para ello. Un año después de haber terminado la secundaria, la Madre María Paz, directora del colegio Regina Pacis, le pidió a Mery que reemplazara a una profesora que se había retirado del colegio. Lo anecdótico de este hecho fue que una de sus alumnas pasó a ser su hermana Masami, lo cual no fue nada cómodo ni para Mery ni para Masami, quien se sintió “asada” de que su hermana mayor sea su nueva profesora. Años atrás, estuvimos a punto de cometer un error similar, y es que obligamos a Mery a asistir, regresando de su colegio Regina Pacis, a clases de inglés en el Instituto Peruano Británico, que quedaba en la avenida Arequipa, San Isidro. Y dije “a punto” porque - y a pesar de que renegaba de tener que ir luego del colegio- nunca se negó rotundamente a ir y con los años reconoció el sacrificio que hizo básicamente su madre quien, manejando su Volkswagen desde nuestra casa en la urbanización Córpac, la llevaba al instituto, el que a la larga le ha permitido, durante muchos años, enseñar el idioma inglés y desempeñar su adorada vocación: ser profesora. Si me permiten, quisiera dedicar unas líneas finales dentro de este tema en el que, aparte de exponer el talento de mi hija Mery, he manifestado errores tanto de parte de Angélica como míos. Pero también es mi deseo reconocer, con toda sinceridad, el valor y sacrificio de mi esposa por “obligar”, manejando y llevando todos los días que fueron necesarios a mi hija a sus clases de inglés y despertar en ella la vocación que la haría feliz.
Koki: revolucionario de su vida, revolucionario de la mía En un primer momento, quisimos que Koki iniciara sus estudios de primaria en el colegio San Agustín, por ser un centro educativo católico y porque quedaba muy cerca de nuestra casa. Debo reconocer que ese interés hizo que nos acercáramos a la parroquia Nuestra Señora de Gracia, que quedaba en la misma urbanización Córpac y buscáramos la amistad del párroco Gaspar Vega Martínez, que pertenecía a la orden Agustina.
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Con el tiempo hicimos muy buena amistad con el Padre Gaspar, e inclusive colaboramos activamente en las actividades de la parroquia, apoyando en la construcción de la iglesia, participando en el consejo parroquial, siendo monitores de las misas, etc. En realidad, no tuvimos necesidad de conseguir la recomendación para el colegio San Agustín porque pudimos matricular a Koki en el colegio La Inmaculada, donde estudió toda la primaria y secundaria, y en donde ahora asisten sus hijas Luna y Zoe. Koki fue un alumno que no se destacaba por ser estudioso; pasaba de año sin sobresalir entre los primeros alumnos. Pero de lo que nos alegramos en todos sus años de estudiante fue que siempre era elegido el “mejor compañero”, como una muestra del acercamiento que tenía con sus compañeros de clases y por la amistad que cultivó con la gran mayoría de ellos. Esa amistad fue tan bien cimentada que hasta la fecha, no obstante que hace muchos años dejó el colegio, se sigue manteniendo y se ha incrementado con las esposas y sus hijos, llegando inclusive a programar viajes al extranjero con algunos de ellos. Al concluir su educación secundaria, Koki maduró increíblemente. Sin comunicarnos abiertamente, se preparó solo para ingresar a la universidad. Recuerdo que en una oportunidad, cuando estábamos en misa en la parroquia de Santa Mónica, en San Isidro, donde había sido trasladado como párroco nuestro recordado Padre Gastar, se apareció Koki en la puerta y nos hizo gestos de triunfo que desconcertaron al Padre, quien celebraba la misa y no sabía lo que estaba pasando. Para nosotros fue una sorpresa. Al terminar la ceremonia nos dio la inmensa alegría de que había ingresado a Contabilidad a la Pontificia Universidad Católica del Perú. Cuando Koki culminó sus estudios, en la ceremonia de entrega de los diplomas, algunos de sus profesores comentaron que no lo recordaban como alumno, ni como estudiante y eso fue porque desde sus años de estudio, ya trabajaba. Su primera experiencia laboral fue siendo adolescente en la fábrica de ropa interior Boston, en la que incluso supo compartir el uso del comedor con el personal obrero. Luego inició su trayectoria en el Banco de Lima, en el área empresarial.
Koki en Japón En 1999, teniendo un futuro provisorio para hacer una carrera dentro del pro-
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pio banco, renunció al trabajo por haber obtenido una beca de la prefectura de Okinawa (Japón) para aprender a tocar sanshin. La beca fue de un año y tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para asimilar los estudios, por el inconveniente de no conocer el idioma japonés. Gracias a su dedicación culminó con éxito sus estudios, logró aprender el idioma y, finalmente, aprobó el examen cuya prueba final consistió en tocar la canción “Nufabushi”. No solo tuvo que concentrarse en la prueba, el sanshin, las notas musicales, la mirada de los profesores, sino la incomodidad que significaba el tener que dar el examen en el “tatami” de rodillas y poniendo los pies por debajo del cuerpo porque las rodillas y las piernas se adormecen. Como segunda experiencia en Japón, un año después de haber culminado sus estudios de sanshin, tuvo la oportunidad de obtener una nueva beca para viajar a Japón, esta vez para estudiar administración en la Universidad de Meio.
Revolucionando la notaría Fue una muy buena experiencia, pero más fue lo que sucedió recién llegado al Perú. La notaría ya tenía casi dos años de haber abierto sus puertas y Koki, mientras conseguía trabajo en Lima, decidió apoyarnos en la oficina. Después de un primer análisis del manejo de la notaría, decidió tomar las siguientes “decisiones” que tanto Angélica como yo tuvimos que aceptar sin “chistar”:
- Entregarle las tarjetas de crédito y ver cómo las cortaba, en señal de absoluta prohibición de utilizar ese medio de pago. Nos asignó un monto semanal y ese sería nuestro presupuesto sin necesidad de pedir “aumento de sueldo”. Prohibición total de efectuar compras y gastos superfluos. Lo insólito: teníamos un préstamo hipotecario y lo estábamos utilizando para gastos administrativos y familiares. - Ordenó también la notaría, distribuyendo al personal en las diferentes áreas, racionalizando los gastos y trámites internos. Además, se puso terno y corbata y buscó a sus amigos empresarios para ofrecerles el servicio de la notaría. Así comenzó el ordenamiento de nuestra empresa, que se consolidó en las se-
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manas y meses siguientes, siendo tal su identificación con el trabajo que, cuando le ofrecieron volver al banco, no aceptó.
Masami: abogada capaz y mi consejera favorita Desde la época de estudiante, Gabriela, a quien llamamos de cariño Masami, fue una alumna muy centrada. Se preparó a conciencia para poder ingresar a la PUCP para estudiar primero Letras y después Derecho. Cómo será la vida, que fue nuestra hija a la que no presionamos de continuar los pasos de sus padres la que estudió la carrera que seguimos nosotros. Como abogada la considero que tiene mucho criterio para enfocar los temas o problemas que se ponen en su consideración. En mi caso particular, recurro constantemente a ella consultándole algunos temas, confiando que su enfoque será acertado. Siendo estudiante realizó sus prácticas en la notaría del doctor Julio Antonio del Pozo Valdez y, ya profesional, tuvo oportunidad de trabajar en mi notaría. Ella está casada con el diplomático Jorge Medina Dance y cuando él ejerció sus funciones en la Oficina del Perú en las Naciones Unidas, Masami fue contratada en el Consulado del Perú en Nueva York para atender todos los asuntos legales, notariales y consulares de dicha oficina.
Te pido perdón En el recuerdo de mi relación personal con Masami aprovecho estas mis memorias para pedirle perdón por conductas equivocadas que tuve con ella y que pudo haberla afectado, aunque creo que ahora, por el tiempo transcurrido, son recuerdos que los tomamos como anécdotas. Cuando Masami estudiaba en el jardín de la infancia Túpac Amaru, yo trabajaba en el Ministerio de Pesquería, cuyo local quedaba en lo que actualmente es el Ministerio de Cultura en la avenida Javier Prado. Para recogerla tenía que salir del trabajo y lo peor era que algunas veces (mejor dicho, muchas veces) en
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lugar de regresarla a la casa, la llevaba al ministerio y la subía hasta mi oficina, donde había un empleado bastante mayor que siempre la fastidiaba y eso le daba miedo. Años después me lo confesó: “¿Por qué tenías que llevarme a tu trabajo? ¿Por qué no me llevabas a la casa primero?”, eran las preguntas que me hacía a pesar de su corta edad. En otras ocasiones, la recogía muy tarde, cuando ya todos sus compañeros del jardín ya se habían retirado, y ella se quedaba sola. Otra anécdota, también no muy agradable, fue cuando tuvimos que viajar a Trujillo por el fallecimiento de nuestro sobrino Kokuchito. Fuimos por tierra en una empresa de transporte y no tuve “mejor idea” que comprar boletos para dos asientos, para Angélica y para mí (Masami ya tenía siete años) y todo el recorrido lo hizo sentándose en mis rodillas. ¿En qué pensaba para no tomar decisiones acertadas y comprar tres boletos? Sé que con el tiempo has sabido perdonarme, pero si tengo que pedirte perdón mil veces más, lo haré.
Lindos recuerdos Ahora, viendo a mis hijos ya mayores y profesionales, todavía puedo recordar cuando eran niños; sus miradas inocentes y sus risas interminables cuando jugábamos juntos. Con Koki y Mery jugaba al “hipopótamo”. Yo me ponía de rodillas en el suelo y cada uno por turno se subían sobre mi espalda y se agarraban de mi cuello, y así caminaba por todo el dormitorio. Con Masami jugaba al “avión”. Me ponía de espalda en el suelo y la agarraba de las dos manos, mientras que ponía mis pies en su estómago, y así la subía y bajaba, simulando el movimiento del avión.
Camina el “chancho” Recuerdo también que cuando vivíamos en la casa de la urbanización Córpac, el
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closet y el baño estaban separados del dormitorio por una puerta que se abría lateralmente. En la parte interior de este ambiente y con la puerta cerrada ponía en el suelo un peluche en forma de “chancho” y cuando abría la puerta se lo enseñaba a Masami, que estaba en el dormitorio. Después cerraba la puerta y colocaba el chancho en otro extremo, volvía a abrir la puerta y le decía a Masami: “Ha caminado el chancho”. Ella ponía cara de sorprendida y realmente creía que el chancho caminaba. También recuerdo algunas de las anécdotas y travesuras de cada uno por separado: Mery fue una chica con mucha iniciativa. De pequeña ella misma se organizaba su santo. En una oportunidad preparó una tienda que llamó “Los patitos”, poniendo en venta caramelos, chocolates, bebidas, gomas, galletas, etc., y entregó a cada uno de los invitados “los billetes” que sacó del juego Monopolio. Puso los precios a cada uno de los artículos y ella fue la encargada de la venta. Por la diferencia de edad con Masami, Mery era la encargada de cuidarla. En una ocasión, cuando estuvimos en el Estadio La Unión, le dimos ese trabajo y Masami se cayó y se puso a llorar con la preocupación de su hermana. Por su parte, Koki fue bien “piña” con las enfermedades y los accidentes. En una Navidad le picó un alacrán, el mismo 24 de diciembre y no hubo celebración; de frente tuvimos que ir a emergencias de la clínica Javier Prado. En otra Navidad, estando en un mercado de Lince, un carro le chancó el pie; felizmente no le pasó por encima de todos los dedos, pero nuevamente lo tuvimos que llevar a emergencias. Nuestra casa de Córpac tenía un pequeño jardín interior. Koki subió al segundo piso y, en un descuido de la empleada, se cayó al jardín. En este caso también le ayudó la buena suerte porque no le pasó nada. Comenté anteriormente que en el colegio, por varios años, fue elegido por los propios alumnos del salón como el “mejor compañero”, pero con un grupo de sus amigos, en un retiro que hubo en el colegio, ingresaron al comedor de los sacerdotes-profesores y se agarraron los alimentos, inclusive algunas botellas de cerveza. Cuando fueron descubiertos, llamaron a los padres de los alumnos indisciplinados y nos dijeron que las matrículas estaban condicionadas a la conducta de dichos alumnos y si cometían una nueva falta, de inmediato serían expulsados. Felizmente no se les ocurrió repetir esa “palomillada”.
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Masami también fue muy “astuta” y su madre, la víctima. Ella se demoraba mucho para terminar de comer y su mamá no se movía, controlando que termine su comida. Pero cuando ella se iba del comedor a otra habitación, Masami no desaprovechaba la oportunidad y botaba la leche, que no le gustaba tomar, y cuando regresaba Angélica le decía que ya había tomado toda la leche, lo que provocaba la orgullosa y feliz reacción de su madre.
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Mis siete maravillas del Mundo
Había comentado en algunas páginas que una de mis aficiones era viajar. Pero en este caso, cuando me refiero a maravillas del mundo, no estoy hablando de alguna atracción turística que pude haber conocido en alguno de los viajes, sino a los siete nietos que Dios y mis hijos pudieron regalarme para llenar mi vida de felicidad. Por si no fuera suficiente, para Angélica y para mí, la sola dicha que nuestros nietos hayan llegado a este mundo, tenemos la suerte y bendición de que vivamos a pocos metros de distancia uno del otro.
Dejando el nido Durante muchos años, mis hijos, Angélica y yo vivíamos en la urbanización Córpac, en el distrito de San Isidro, al costado del Ministerio del Interior, que fue el antiguo aeropuerto de Lima. Pasado el tiempo, nuestros hijos se casaron y, como es la ley natural de la vida, dejaron la casa para constituir sus propios hogares en nuevos vecindarios. Al marcharse, Angélica y yo nos quedamos solos en la casa, descubriendo lo inmensa que podía ser sin nuestros hijos en ella. Pero aquella inmensidad solo transmitía eco y soledad, así que decidimos buscar algo más acorde para solo dos personas: un departamento.
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Buenos vecinos Para cuando mi esposa y yo tomamos la decisión de mudarnos, nuestra hija Mery ya vivía con su familia en el parque La Pradera, en Chacarilla del Estanque, San Borja. Coincidentemente encontramos un departamento que se adecuaba a nuestras necesidades y estaba a escasos metros de la casa de Mery. Otra afortunada coincidencia fue cuando nuestra hija Gabriela Masami, que había regresado al Perú después de permanecer cinco años en Nueva York, acompañando a su esposo que culminó su misión diplomática en la Organización de Naciones Unidas (ONU), también encontró departamento en las inmediaciones del mismo parque donde Mery, su familia, Angélica y yo ya vivíamos. Estos maravillosos azares de la vida hicieron que nuestros encuentros familiares fueran más cercanos y frecuentes. Por si fuera poco, Koki y su familia ya vivían a cuatro cuadras de distancia de todos nosotros.
Los hijos de mis hijos Tenemos una relación muy cercana con nuestros hijos y nietos, y para todos tengo dedicadas algunas sencillas pero muy sentidas palabras. Los hijos de Mery son: María Cecilia, Andrea y Diego.
María Cecilia Cuidamos y engreímos bastante a quien es la mayor de todos los nietos. Estudió en el colegio Trener y los dos últimos años de secundaria en el colegio Newton, donde consolidó su aprendizaje y dominio del idioma inglés. Desde adolescente tuvo la oportunidad de realizar sendos viajes con su madre, con Angélica y conmigo, entre ellos a Santiago de Chile, Bogotá y Sao Paulo, llegando incluso al destino favorito de los niños: Disneylandia.
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En los últimos años de sus estudios de Administración en la Universidad de Lima viajó por seis meses a Bélgica por intercambio estudiantil. Además, tampoco desaprovechó la imperdible oportunidad de hacer una pasantía por treinta días en las oficinas de la ONU. Actualmente, labora en una empresa transnacional que se dedica a la consultoría del medio ambiente en relación a la gestión del agua en general (subterránea, superficial, industrial, etc.). En el momento de presentar mis memorias, “Mariacé”, como cariñosamente la llamamos, habrá cumplido veinticinco años de edad, pero eso no nos limita para seguir engriéndola como si aún fuera la bebé de la familia.
Andrea El 2017, culminó sus estudios de secundaria en el colegio Trener y actualmente se prepara para iniciar la carrera de Ciencias de la comunicación en la Universidad de Lima, que es la misma en la que estudió su hermana Mariacé. Ha rendido satisfactoriamente el examen de conocimiento del idioma inglés, de acuerdo a un convenio del colegio con la Universidad de Cambridge, obteniendo el máximo nivel, dándole la licencia para poder ser profesora del idioma. A Andrea la admiramos porque, además de haber sido una muy buena alumna en el colegio, llegando a representarlo en un intercambio estudiantil en Inglaterra, sabe maquillar muy bien, recibiendo recompensas económicas por su destreza. Y, por otro lado, prepara y vende deliciosos cupcakes.
Mariacé, Andrea y la tecnología Antes de pasar a mis demás adorados nietos, me gustaría contar los viajes que realicé junto a mis nietas mayores. Es mi deseo hacerlo porque pude ver, con una mezcla de nostalgia y alegría, cómo es que ambas han crecido, al punto de ya nosotros depender en muchos aspectos de ellas.
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Hace poco hicimos un viaje a Portugal y España (a propósito, fue la primera vez que Andrea no necesitó de un permiso notarial, al cumplir la mayoría de edad.), en el que nos dimos cuenta, tanto Angélica como yo, de que la ayuda de nuestras nietas fue vital antes y durante el viaje. Y es que ahora es prácticamente necesario estar a la par con los avances tecnológicos, de los cuales aún no estamos familiarizados. Por ejemplo, ahora, para registrarse en el mostrador de la compañía de aviación, ya no se entrega el pasaporte, sino que uno debe registrarse previamente en las computadoras instaladas por cada una de las líneas aereas. De igual modo, en muchos de los restaurantes o establecimientos de venta de alimentos, ya no existe un mozo que te atienda presencialmente, por lo que sin la ayuda “tecnológica” de mis nietas hubiéramos visto nuestros viajes con más de una complicación. Además de asesoras tecnológicas fueron nuestras guías turísticas especiales. Mariacé alquiló un vehículo en el aeropuerto de Madrid y su hermana Andrea hizo de copiloto, haciendo el recorrido hasta el hotel donde nos alojamos, además de guiar nuestras visitas a las mayores atracciones de cada ciudad: hoteles, restaurantes, centros comerciales; todo con la ayuda del “Waze”, moderno aplicativo el cual mi esposa y yo desconocemos.
Diego Diego ya cumplió quince años y pertenece a los Scouts de San Borja, pero participa con grupos de otros distritos: La Perla, Chaclacayo, Surco, entre otros. Ha viajado al Cusco a un encuentro con jóvenes de otras provincias del país y ya se ha inscrito para asistir el próximo año (2019) a la ciudad de Virginia en Estados Unidos a una convención internacional. Al igual que su hermana Andrea, fue seleccionado en su colegio Trener, junto con un grupo de alumnos, para viajar a Inglaterra representando al colegio en un intercambio estudiantil, donde tuvo la oportunidad de compartir con jóvenes de otros países, intervenir en competencias académicas y deportivas, participando en un torneo de fútbol, en el que jugó de arquero. Aunque su inclinación deportiva va más hacia el básquet y al hándbol (balónmano).
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Diego se caracteriza por ser un joven de ideas claras, expresándolas directamente y con mucha firmeza, llegando al punto de ser mal interpretado y suponer mala educación e irrespeto, pero solo es parte de su carácter. Me viene a la mente la oportunidad en la que Diego, estando en sexto grado, recibió la indicación del profesor, quien le dijo: “Toma asiento”. A lo que contestó: “Un momento, estoy hablando con mi compañero”, lo cual dejó sorprendidos a sus compañeros y al mismo profesor. Ahora es turno de hablar de las hijas de Koki y de Sonia Miyashiro. Ellas son dos hermosas niñas: Luna de 10 años y Zoe de 9 años. Ambas estudiantes del colegio La Inmaculada.
Mis nietos María Cecilia, Andrea y Diego en su viaje a Arequipa.
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Luna Luna es una niña muy despierta. Heredó de mí la afición por ser maestra de ceremonias; coge el micrófono sin reparo alguno y anima las reuniones. En una ocasión, por motivo del cumpleaños de Angélica, los dos fuimos los encargados de presentar todo el programa de la celebración. También heredó de su padre la inclinación por el periodismo porque después de aprender a leer y escribir, ya se le podía ver tomando anotaciones sobre su salón y su colegio. Tiene muy buen ritmo para el baile, en especial para la marinera y practica gimnasia representando a su colegio. Actualmente integra el taller de actuación de Monserrat Brugué, la popular “Monchi” de Pataclaun, habiendo tenido la oportunidad de presentarse hasta en dos obras en el teatro La Plaza de Larcomar.
Zoe Es gimnasta al igual que su hermana Luna, habiendo ganado varias medallas en las competencias de su salón de clases y representando a su colegio. Tiene mucha creatividad y aptitudes para los trabajos manuales, especialmente cuando prepara un regalo de cumpleaños para cualquier miembro de la familia. Además, ha continuado sus prácticas de gimnasia para competir en representación de su colegio y también se ha inscrito en una academia donde recibe clases de números de circo: acrobacia, equilibrio sobre un balón grande y otros números. Mis nietas menores son Luciana y Adriana, ambas hijas de mi hija menor Gabriela Masami.
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Mis nietas Luna y Zoe junto a sus primitas Luciana y Adriana.
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Luciana Tiene tres años de edad y es muy despierta, observadora y amiguera; con decir que va al parque todos los días y se relaciona con todos los niños que tiene a su alrededor. Es muy aficionada a la lectura; le gusta ir a las librerías y pedir que le compren los libros propios de su edad. También comparte el gusto por la marinera como su prima Luna. Por si fuera poco, reconoce por su nombre a todos los miembros de la familia y puede entablar una conversación con cualquiera de nosotros. Pero tiene una particularidad: es terca y mandona. Cuando no quiere hacer algo no lo hace por más de que le digan lo que le digan. Su mamá Gabriela tiene que batallar con ella, pero a pesar de ello se llevan muy bien y el amor entre ellas no tiene límites.
Mi nieta Luciana jugando y mostrando su “carita pintada”.
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Adriana Adriana es la última heredera de la familia y a la fecha tiene tan solo cuatro meses de nacida. Es risueña a más no poder y ya empieza a hacer sus primeros intentos por hablar, abriendo su boquita constantemente y moviendo la cabeza. También es muy inquieta y ya empieza a querer voltearse, por lo que no se le puede quitar la vista un solo instante. Es, sin duda, la engreída y la alegría de toda la familia. Y en lo que a mí respecta, ya mandé a comprarme una docena de baberos porque, literalmente, “se me cae la baba” por ella.
Mi nieta menor Adriana sonriéndole a la vida.
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Epílogo
Me parece increíble haber llegado a este momento de concluir de escribir mis memorias y haber repasado el texto, haciéndole correcciones y ampliaciones. Ha sido una experiencia que me ha permitido repasar y recordar los pasajes de mi vida y constatar que la vida de una persona está conformada por las relaciones que tiene con otras de su entorno familiar, amical, laboral, espiritual, etc. Y a través de ellos y con su ayuda uno se va formando día a día y sin “darse cuenta” llegar, como en mi caso, a los 75 años de edad. Por eso me dije “ya en esa etapa de tu vida” puedes mostrarte cómo realmente eres, sin necesidad de darle demasiada importancia al “protocolo personal y social”. Les ofrezco a todos este testimonio de mi vida, dando gracias a Dios por haberme permitido tener una familia, unos amigos y un ambiente social que me ha conducido por la senda del bien. Muchas gracias y espero que hayan disfrutado del libro porque finalmente es algo que dejo para ustedes. Solo espero, por mis más de siete décadas de paso por la vida, poder transmitirles, mediante esta humilde redacción, algo que de alguna manera sea útil y positivo para la suya.
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