A OSCURAS Una aproximaciรณn al caso Sala
SERGIO GONZร LEZ AUSINA
A oscuras Una aproximaciรณn al caso Sala Postfacio de Alfonso Armada
Primera edición: febrero de 2018
© Sergio González Ausina, 2018 © del postfacio: Alfonso Armada, 2018 © de esta edición: Editorial Funambulista, 2018 c/ Flamenco, 26. 28231 Las Rozas (Madrid) www.funambulista.net BIC: JKV ISBN: 978-84-948104-2-8 Depósito legal: M-1963-2018 Maquetación de interiores y cubierta: Gian Luca Luisi Motivo de la cubierta: https://goo.gl/uZyvvD Producción gráfica: Liber Digital Impreso en España «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información ni transmitir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado —electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc.— sin el permiso previo por escrito de los titulares del copyright.
Nota previa del autor
Los sucesos que narra este libro son ciertos. Las incongruencias y falsedades de los presuntos responsables estĂĄn extraĂdas del sumario. Todos los personajes aparecen con su nombre real, salvo en un caso en el que he optado por una inicial.
A oscuras
Los hechos rara vez son oscuros Stephen Vizinczey
1
Me ocupé del crimen de María del Carmen Martínez a la vuelta de vacaciones. Había pasado un verano extrañamente feliz, decapando muebles, carteándome con psiquiatras y paseando por los bosques de Alemania. Y el cambio de estación invitaba a hacer una transición: llevaba ocho años tratando el tema del suicidio y no tenía nada más que decir. Del caso Sala, como lo denominaban los periódicos, me había llamado la atención, sobre todo, la insistencia de algunos en situar muy lejos del escenario al presunto asesino: «A nadie en su sano juicio se le ocurriría
13
programar la muerte de su suegra en su propio centro de trabajo con la posibilidad de que cualquiera de los nueve empleados que se encontraban allí, cualquier cliente o cualquier viandante apareciese de repente en la escena del crimen», había escrito el primer letrado del yerno y principal sospechoso, Miguel López, en un recurso de apelación. Me parecía una declaración un tanto enfática, con un punto de desesperación. Para desmontarla solo había que sustituir yerno por «empleado» y suegra por «jefe» y comprobar en las hemerotecas que, de vez en cuando, en las empresas habitaba la muerte. Por las tardes, tumbado en el sofá, empecé a leer los testimonios del sumario como un loco. Con el tiempo, he ido aislando los síntomas de esa especie de demencia: la barba me crece, me quedo absorto en mitad de cualquier conversación, camino sin rumbo con las manos a la espalda y empiezo a susurrarle al asesino que
14
voy a por él. Una noche soñé que guardaba las alfombrillas del coche de la víctima detrás de la puerta de mi habitación. Y otra, que alguien me dejaba la pistola del crimen sobre el felpudo de la entrada y yo saltaba por la ventana e iba corriendo a la comisaría. Hice dibujos situando a los protagonistas en el parking. Hice una lista con los indicios que apuntaban al sospechoso y la comparé con la de la policía. Cogía nombres del sumario, los metía en la guía telefónica y llamaba. «No sé quién te ha dado mi número de teléfono, pero de ese tema no quiero hablar, lo siento», era una respuesta habitual. Con la puesta en libertad condicional del acusado, parte de la prensa amenazaba con convertir el caso en un misterio irresoluble. En la lista de indicios policiales había un error, desde luego: la competición de tiro olímpico que practicaba el yerno de la víctima no permitía la modificación de munición. Y un párrafo
15
muy discutible tratando de vincular la falta de empatía hacia la viuda con una posible enfermedad mental. Pero nada que hiciese pensar en una ficción policíaca, como afirmaban algunos periodistas. Quise escribir un reportaje y vendérselo a alguna revista, dando un golpe de autoridad. La desconfianza que me despertaban mis colegas era mucho mayor que la admiración que sentía hacia los gendarmes. Tenía varias ideas básicas sobre los crímenes, casi siempre extraídas de la psicología: la mayoría de asesinos conoce a sus víctimas. Solo alguien que pudiera cometer el crimen o no cometerlo sin mayor inconveniente o dolor de corazón era el responsable. Y disponer de un asesino resulta muy útil cuando hay dos bandos enfrentados. Había otra idea relacionada: matar a alguien te convierte en una persona vulnerable. Según dos testimonios que figuraban en las di-
16
ligencias, durante el velatorio el principal sospechoso les había dicho en tono vehemente: «Yo ya sé que en 72 horas voy a estar detenido, esto funciona así. Y luego estás tres o cuatro años en prisión hasta que salga el juicio». Era una muestra de debilidad ejemplar. Algunos periodistas, sin embargo, la interpretaron como un intento por desviar la atención. Siempre es bueno para el negocio que los enigmas prosperen. Una vez escrito el texto, me percaté de que lo ocurrido la tarde del 9 de diciembre de 2016 en aquel concesionario requería algo más de diez folios para explicarse con alguna garantía de éxito.
17