El affaire Bütow
En la estación de Paddington, el gran reloj sobre el andén uno indicaba las seis y media sin que Wilhelm Bütow hubiese aparecido. El teniente Pulmer, impresionado por la calma de su superior, vestido de civil igual que él, decidió no volver a mirar las agujas del reloj en un intento por controlar su creciente nerviosismo. —Concéntrese, teniente, y no pida puntualidad a un extranjero que acaba de llegar a Londres. El capitán Despard le hablaba sin apartar la vista de los accesos al andén. Pulmer habría planeado todo de forma diferente: el alemán les había exigido discreción, luego lo último que debían hacer era esperarle como dos policías con intención de arrestarle. Por supuesto, no pensaba expresar su opinión; que el capitán le hubiese escogido para acompañarle en esta misión era suficiente honor para mantener el pico cerrado pasara lo que pasase. Un hombre de mediana estatura y unos treinta años de edad, rubio y repeinado aunque no particularmente bien vestido, se les acercaba desde el vestíbulo. Su andar apresurado no le distinguía de las docenas de pasajeros que se disponían a coger el tren en aquel momento; su aspecto, sin embargo, y sobre todo su mirada, pendiente del gentío arremolinado en el andén, sí le hacían destacar: no era inglés, no tenía equipaje y buscaba a alguien. —Es él —dijo el capitán Despard—. No lleva sombrero para que podamos identificarle.
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