El relevo

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El relevo

La escena era espeluznante. Una familia entera; padre, madre, dos hijos y una niña pequeña, cosidos a balazos. Su error: no haber prestado ayuda a los comunistas. El resto de la aldea les aprovisionó con comida y vino, pero aquel desgraciado campesino había sellado el destino de los suyos con un acto tan heroico como inútil. Muertes anónimas en un valle perdido en el interior de ninguna parte. El mayor Andrew Guscott ordenó al sargento que le acompañaba que tomase fotografías. En un par de días las publicaría un periódico local y la prensa de Londres. Las atrocidades de los sionistas en Palestina volcaron a la opinión pública británica en contra del Mandato; eso había aprendido en su anterior destino: los muertos ajenos sirven mucho mejor que los propios como material de propaganda. —Se han ido a Karitena. Sabe Dios lo que harán allí a la pobre gente. Nikos se expresaba a veces con un tinte dramático que Guscott sabía intencionado. El chico pretendía agradar sus oídos ingleses y, a la par, recordarle lo peligroso de la posición que ocupaba; estaba ansioso por abandonar aquellas montañas y creía haber encontrado la forma de conseguirlo. ¿Por qué sino colaboraba tan diligentemente con la Inteligencia británica? Cierto era, en cualquier caso, que lo hacía arriesgando la vida. —Tendré que hablar otra vez con el jefe de la Gendarmería en Trípoli. ¿Estás preparado para unirte al Cuerpo? Guscott no obtuvo la respuesta entusiasta que esperaba. Los grandes ojos marrones de Nikos le miraron con el brillo apagado de la decepción.

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El relevo by Henry Whalley - Issuu