Mario Lacruz en Seix Barral (1983-2000), los años fastos y... «fatuescos»

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Mario Lacruz en Seix Barral (1983-2000), los años fastos y... «fatuescos»

El fichaje de Mario Lacruz para dirigir Seix Barral en 1983 fue el inicio de una segunda edad de oro del sello. Fueron sin duda unos años «fastos» con grandes éxitos de autores nacionales (Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Vázquez Montalbán, Francisco Umbral, etc.) e internacionales (Nina Berberova, Patrick Süskind, Susanna Tamaro, Stephen Vizinczey, Luciano De Crescenzo, Dominique Lapierre, Donna Leon, entre otros), y el asentamiento en el sello de los Premios Nobel Heinrich Böll, V.S. Naipaul, Octavio Paz, Camilo José Cela y de los… futuros premios Nobel José Saramago y Mario Vargas Llosa, pero también supuso el espaldarazo a una nueva generación de autores nacidos en los años 50 (Rosa Montero, Julio Llamazares, Antonio Muñoz Molina…). Ahora, sin duda nada le hizo más feliz que el longseller Libro del desasosiego de Pessoa, traducido por el poeta Ángel Crespo.

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Años fastos, pero también años… «fatuescos»; y es que en el otoño de 1988 a mi padre se le empezó a caer el mundo encima: estalló el affaire Rushdie, siendo prohibido su libro «maldito» en varios países. Había contratado para Seix Barral, tras subasta en la Feria de Frankfurt, la novela Los versos satánicos, antes de que el ayatolá Jomeini dictara su demencial fatwa o sentencia de muerte contra el autor del libro por «blasfemo». Era un libro que a mi padre le había interesado por razones puramente literarias, y jamás imaginó lo que se le avecinaba. Y es que, por desgracia, la fatwa de febrero de 1989 contra Rushdie (quien tuvo que vivir muchos años oculto escoltado por Scotland Yard) también se extendió a los traductores y editores de su obra. En ese mismo febrero de 1989 murieron 5 personas en Islamabad por los tiros de la policía en una manifestación contra la obra; imagino que nadie en esa manifestación había leído el libro, que de blasfemo tenía apenas un quítame ahí unos versos (suras) coránicos, puestos, eso sí, en boca del arcángel Gabriel... Pero la estela trágica se cobró luego la vida del traductor al japonés de Los versos satánicos Hitoshi Igarashi en julio de 1991, y ese mismo mes fue gravemente apuñalado el traductor italiano Ettore Capriolo. El editor noruego William Nygaard fue tiroteado en Oslo en octubre de 1993 (afortunadamente no murió), y el traductor al turco Azeh Nasin era el blanco buscado en lo que derivó en un incendio provocado en un hotel con

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motivo de las protestas contra la traducción de la novela al turco: murieron 37 personas. Por este motivo, para la edición española de Seix se decidió con acierto no hacer mención del nombre real del traductor al castellano (traducción no muy brillante pues hecha sin duda con prisas) y poner en su lugar un pseudónimo; además, bajo el paraguas del Gremio de Editores y del ministro de Cultura del momento, Jorge Semprún, se orquestó una edición en la que nominal y formalmente «coeditaban» el libro una serie de editores, valientes defensores de la libertad de expresión y, por cierto, colegas solidarios; les honra mucho y por ello vale la pena citarlos, puesto que hubo editores que prefirieron no estar presentes en tal lance (las 18 editoriales que formaron el colectivo coeditor, además de Seix Barral, fueron: Aguilar, Anagrama, Alianza, Alfaguara, Cátedra, Círculo de Lectores, Columna, Destino, Empúries, Lumen, Muchnik, Pórtic, Planeta, Temas de Hoy, Siglo XXI de España, Tusquets y Versal). Lástima que el «viejo» Lara decidió que sólo compartirían el riesgo, que no los beneficios del libro...(!) El libro apareció en mayo de 1989, tras largas dudas por parte de mi padre sobre si convenía o no publicarlo. El nombre del traductor al catalán editado por Empúries fue también un pseudónimo (Máxim J. Rovira), pero en el caso de la versión al castellano se da la curiosa circunstancia de que el nombre escogido en Seix (J.L. Miranda), que se usó para proteger al traductor habitual en la casa cuyo nombre

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no citaré (y no al conocido traductor Miguel Sáenz, al que erróneamente se le ha atribuido algunas veces la autoría de esta traducción, tal vez por haber vertido al castellano otros libros de Rushdie…) coincidía, cosas del azar estadístico, con el nombre de un traductor latinoamericano, real éste, que, enterado de ello, pidió (y obtuvo) una cuantiosa indemnización por parte de Seix, a modo de reparación por el daño causado a su persona (o prima de riesgo ¿?). Sea como fuere, todo el affaire fue penoso para mi padre, que recibió amenazas de muerte por correo en el domicilio familiar, así como llamadas telefónicas: en éstas dejaba que el interlocutor se desahogara antes de colgar el aparato; «de todos modos», decía, «el que llama por teléfono no es el peligroso». Me imagino que en el despacho de Seix también hubo llamadas y cartas. Al morir mi padre, descubrí que las cartas de amenazas de muerte las conservaba en su armario, con una goma elástica, previa inscripción a lápiz en los sobres de la mención: «otro chalao» (sic). También recibió alguna cinta en VHS enviada por el propio Salman Rushdie, en la que el autor anglo-indio, presa de ataques de paranoia (¡no sin razón!), mandaba mensajes filmados (más o menos coherentes) desde sus sucesivos escondrijos… Estas cintas aumentaban el desasosiego de mi padre («¡sólo me faltaba esto!»), y fueron en gran parte reutilizadas, por seguridad imagino, por él para grabar películas de cine negro o competiciones de atletismo en horario de madrugada; ni rastro

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o apenas de Rushdie hoy ya en ellas. Ciertamente mi padre vivió con angustia esos años fatuescos, como lo reflejan sus memorias inéditas Mil días en la montaña, sinfonía inacabada, pues además coincidió con los últimos meses de vida de su cuñada, muy querida por él, enferma de cáncer, y que vivía en la casa familiar. Y al cabo de los años decidió, por una vez, no seguir haciendo política de autor con Salman Rushdie, y lo dejó de publicar, tras otro libro de él, me imagino que no sin cierto suspiro de alivio… Supongo que en parte debido al recuerdo de las dichosas cintas. En otro orden de cosas, y en el capítulo de éxitos inesperados, cabría señalar lo feliz que le habían hecho las ventas millonarias de Ve donde el corazón te lleve de Susanna Tamaro, fruto de una perseverante política de autor (compró los derechos por dos mil dólares), de la que había publicado un primer libro que pasó sin pena ni gloria, o el regalo que supuso que Stephen Vizinczey le diera a publicar un libro en exclusiva en español (El hombre del toque mágico) que ni siquiera había sido publicado en su lengua original en inglés, como agradecimiento por haber convertido la novela En brazos de la mujer madura en un best-seller nacional e internacional. Hubo hasta dos adaptaciones al cine… Pero también hubo cosas tristes, como la salida de Saramago; dice en sus Memorias mi padre: «Saramago nos ha jubilado «por partida triple» a su mujer (se acababa de divorciar de su primera mujer

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para casarse con la española Pilar del Río), a su traductor (el traductor y profesor Basilio Losada; su mujer también ocupó ese lugar de traductor) y a su “mejor-editor-del mundo” (así lo llamaba Saramago), que según él soy yo», o la de Vargas Llosa, que también glosa en sus memorias a cuenta de una extraña y rocambolesca maniobra de desaparición de existencias en América Latina. Max Lacruz Enero de 2011

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