Merseyside
Nigel no estaba dormido. Podía escuchar a sus hermanos, aunque hablasen en voz baja. —¡Eres un imbécil! —decía Thomas—. ¡No escarmientas! —¡Déjate de sermones y ayúdame! —Jamie sonaba preocupado—. Si lo hicisteis una vez, podéis volver a hacerlo. —Fue para ayudar a gente que lo necesita de verdad, ¡no a bobos como tú! Habían entrado en la habitación procurando no hacer ruido y sin encender la luz; normalmente les traía sin cuidado si sus hermanos menores estaban ya en la cama. Jamie dijo algo sobre Johnny Kelly, pero Nigel no pudo oírlo bien. Johnny era uno de los compañeros de Thomas en el sindicato. —¡Borra esa idea de tu cabezota! —exclamó Thomas, alzando la voz—. No voy a tocar un penique de los fondos para sacarte de esta. —Ya veo que antepones tu mierda comunista a los problemas de tu hermano. —¡Haber pensado lo que hacías y a quién se lo hacías! Plancha la oreja y déjame en paz —zanjó Thomas sin que volvieran a cruzar palabra. Nigel recordó entonces la cara blanquecina con la que Jamie había aparecido después de la cena. Había preguntado por Thomas, marchándose de seguido al saber que no estaba en casa. A su padre ya no le interesaban las idas y venidas de aquellos dos; si no estaban en el bar de la esquina o la taberna de Kearns, a saber dónde andarían.
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