REVISTA # 1578
2.03.2014 LA REVISTA DOMINICAL DE
EL HERALDO
ISSN 2357-3171
LA FUERZA DE UN SUEÑO Dyafar Daimen cuenta su travesía desde su natal Camerún hasta alcanzar la valla fronteriza de Ceuta, que separa a España de Marruecos por donde actualmente ingresan cientos de subsaharianos. Este inmigrante vive hace diez años en España y lleva casi cuatro esperando que renueven su permiso de trabajo.
La flauta encantada de Ramayá | 4 Junior y carnaval | 20 Derroche gestual | 23
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Los nuestros
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esde tiempos inmemorables, las sociedades atienden el llamado del dios Momo, ser mítico y burlesco que invita al sano derroche creativo. En Barranquilla, Colombia, una multitud que representa toros, tigres, coyongos y otros seres autóctonos liberan su espíritu entre música, danza, máscaras, cintas y flores transformando la cotidianidad. Esta serie gráfica realizada por Todomono recoge disfraces característicos de los caribeños ribereños, en su mayoría fundamentales para que el Carnaval de Barranquilla alcanzara hace 10 años la categoría de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Que inicia con bando y termina con muerte, un tiempo que invita a “El buen baile”!
LATITUD, LA REVISTA LATITUD, DOMINICAL LA REVISTA DE DOMINICAL EL HERALDO DE # EL 1578 HERALDO # 119 Director Consejero
Juan B. Fernández Renowitzky Presidente
Francisco Posada Carbó Director
Marco Schwartz Rodacki
Escriben en este número
Alba Pérez del Río Alfredo Baldovino Barrios Blas Piña Salcedo José Deyongh Salzedo Oswaldo Manjarrés Fuentes Sigifredo Eusse Marino
Elaine Abuchaibe Auad Rosario Borrero
Martha Guarín R.
martha.guarin@elheraldo.co Imágenes: AP, Efe, archivos particulares, Todomono, Archivo Histórico del Atlántico, David Britton, Archivo EL HERALDO, Josefina Villarreal, Carlos Cordero. Portada: inmigrantes subsaharianos, al llegar a Melilla, España, muestran las huellas de la travesía. Foto: Efe /F. G. Guerrero.
Gerente
Jefe de Redacción
Edición, Selección de Textos e Imágenes
Director de Arte
Fabián Cárdenas
fabian.cardenas@elheraldo.co
Los escritos de los colaboradores y columnistas solo comprometen a quienes los firman.
Contraportada: Omar Figueroa Turcios
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La vida transformada en un derroche de alegría, de colores y sones cumbiamberos, de tambores, pies vibrando al son de aires folclóricos y de actualidad, comparsas y disfraces irrumpen hasta este martes en Barranquilla y algunos pueblos ribereños de la Costa Caribe colombiana. María Margarita Diazgranados Gerleín encabeza esta celebración centenaria como soberana del Carnaval de Barranquilla 2014.
Arriba
el carnaval
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El hombre que fue Domingo
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i se precia de saber de música de millo o gaita corta, o si, por lo menos, ha bailado en una cumbiamba en carnavales, y no le dice nada el nombre de Pedro Ramayá, uy, compadre, lo veo mal. Grave. Imagínese usted a un escucha de música reggae que no logra referenciar el nombre de Bob Marley en el directorio telefónico de su memoria. O a uno de canción social que frunce el ceño, como si le hablaran en otro idioma, cuando le mencionan a Mercedes Sosa. Sería como para empezar a sospechar seriamente que usted nos quiere tomar el pelo. Que se está haciendo el desentendido para después enumerar con una carcajada una seguidilla de temas que todos hemos bailado en algún momento: La rebuscona, La clavada, El mico ojón, La cabuya, Déjame quieto, Joselito el borrachón, El caballo Chovengo, La burra mocha, y al que quiera más que le piquen caña. Si con todo eso sigue sin entender, bastará un mero ejercicio de equivalencias para que pueda hacerse una idea clara de lo que estoy queriendo decirle. Porque eso, precisamente, es Pedro Ramayá Beltrán: un referente obligado para todo aquel que quiera ahondar en las raíces de nuestro folclor, cuyo aporte a la cultura local le ha merecido, entre tantos otros reconocimientos, el título de rey Momo en el Carnaval de Barranquilla del año 2002, y el privilegio de ser el único personaje vivo cuyo nombre aparece en una estación de Transmetro. Intérpretes con un mayor virtuosismo en la ejecución del instrumento, cómo no, los ha habido y –por qué no decirlo– los hay actualmente. Reconocidos Jimmy Hendrix del pito atravesao sin el suficiente arrojo
El maestro Pedro Ramayá, cuando fue rey Momo del Carnaval de Barranquilla, en 2002.
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para prenderle fuego al instrumento al final de cada presentación, aunque transmitiendo, en todo caso, la misma duradera y engañosa impresión de que han rebasado sus posibilidades melódicas. Pero el sabor de Pedro Ramayá, y el feeling para la composición, ya son otra cosa. Y el ponche: ese batazo hacia afuera del estadio con las bases llenas cuando la música sale de adentro y los bailarines de la cumbiamba llegan al paroxismo de la euforia con un estrepitoso y espontáneo “¡güeeepa!”. Fue Gilbert Chesterton el que escribió una novela en la que un grupo de hombres oculta su verdadera identidad bajo los nombres de los días de la semana. Antes de Ramayá, la música de millo, que encontraba su máximo exponente en la Cumbia soledeña, de Efraín Mejía, rechazaba tajantemente la inclusión de instrumentos como el bajo, el trombón, el acordeón o el saxo, por romper con los parámetros establecidos por la tradición. Además,
ejecutaban solamente, según el tres veces ganador en la categoría de mejor intérprete en el Festival del Pito Atravesao de Morroa (Sucre), Jorge Jimeno, los siguientes ritmos: cumbia, mapalé, garabato, y una puya un poco más lenta que la actual conocida como parrandín. Pero cuando irrumpió la Cumbia Moderna de Soledad, liderada por Ramayá, los instrumentos tradicionales se fusionaron con los modernos, sin que se perdiera la esencia del género, se acuñó en las cumbiambas locales el ritmo conocido como el jalao o son corrido, proveniente del departamento de Bolívar, y ya nada volvió a ser como antes. Por eso uno puede decir, sin temor a equivocarse, copiando el ejemplo de Chesterton, y haciéndonos eco del flautero del Grupo Tradición, Joaquín Pérez, aunque con palabras distintas a las nuestras, que Pedro Ramayá Beltrán es el Domingo de los flauteros existentes hoy día. FOTO CARLOS CORDERO
La flauta encantada de Pedro
Ramayá Por Alfredo Baldovino Barrios
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Érase una vez una rueda de cumbia…
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ara saber dónde y cómo dio Pedro Ramayá Beltrán sus primeros pasos como músico hay que remontarse al pueblo de Patico, donde nació un 15 de febrero de 1930 de la unión entre Martina Castro y Miguel Ángel Beltrán. Hay que caminar por una estrecha calle de tierra, flanqueada por casas de bahareque con techos de palma, y eludir un par de cerdos despistados, antes de que un tumulto de gente enardecida por la música de millo invada nuestro campo de visión. Es una noche del 15 de octubre de 1936 y los lugareños celebran, iluminados por las llamas de múltiples mazos de vela y al calor de unos tragos de ñeque, las fiestas patronales de Santa Teresita del Niño Jesús. El hombre que toca la flauta se llama José Gregorio Polo y está sentado en un taburete, detrás de una guadua espigada con una bandera roja en el extremo, para avisarles desde bien temprano
a los habitantes de los caseríos cercanos que esa noche habrá en el pueblo una rueda de cumbia. En todo el frente de él, sacudido a ratos por los golpes de caderas de las bailarinas, y con los brazos cruzados sobre el pecho, un niño con la vista fija en los movimientos de sus manos. Las falanges de la derecha, a excepción del pulgar, cubren los orificios de la flauta. La izquierda, por su parte, apoyada a un lado de la boca, se limita a sujetarla por el extremo, aunque a ratos obtura con la palma el agujero que la atraviesa para emitir un sonido gangoso. Los párpados del hombre están cerrados y las mejillas se hunden para poder alcanzar en una inhalación las notas más agudas. Eso es lo que hay por ahora: los bailarines y tamboreros convertidos en una mancha borrosa, y el niño de pie observando al hombre de la flauta. El niño y el hombre. El niño. El hombre.
El niño
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veces un solo gesto puede trazar ante nuestros ojos la biografía de quien lo esboza. Una sola visión puede ser suficiente para partir nuestra vida en dos. Las 4 que tuvo Siddhartha en una sola noche lo sacaron del palacio de su padre en búsqueda de la iluminación. Carnívoros convencidos se han pasado al otro extremo después de atestiguar el sacrificio de una vaca. La imagen del hombre con la flauta mantiene al niño distraído al día siguiente, mientras camina por uno de los tantos cultivos de auyama que crecen a la buena de Dios en los alrededores del pueblo. Ahora se agacha para cortar un tallo, le practica varios agujeros y una embocadura, como si se tratara, efectivamente, de una flauta. El tallo le devuelve un silbido dulce, silvestre, y el niño escupe al piso el regusto a cosa viche que le ha quedado en el paladar. Luego infla los carrillos y sopla nuevamente en la embocadura. ¡Ah, los días impolutos e irrepetibles de la infancia!
De Patico a Nueva York
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Por eso yo digo que José Gregorio Polo fue mi verdadero maestro, aunque nunca me enseñó una sola nota. No solamente porque fue la principal motivación para que yo quisiera convertirme en millero, sino porque al regresar a las fiestas de Patico al año siguiente y darse cuenta de que ya yo me tocaba mis canciones, me llamó aparte y me dijo: ‘Te voy a decir una cosa, Pedrito: algún día llegarás a ser un flautero de los grandes’. Después, cuando tenía ocho o nueve años, aprendí a tocar la dulzaina. Para qué les voy a echar mentiras. Yo apenas sí llegué a hacer el cuarto de
primaria en la escuela del profesor Néstor Camaño en el municipio de Santa Ana por estar metido en el cuento de la música. A los 13 años ya tenía mi propio conjunto. Nos decían ‘Los bombo asao’ porque yo tocaba la caña de millo y la dulzaina con una percusión mixta de papayera y cumbia, y una vez alguien se dio cuenta de que cuando el bombo se destemplaba, el músico lo pasaba por encima de una fogata para templarlo nuevamente. Pero bueno, me aburrí y tomé la decisión, a la edad de 20 años, de meterme en el Ejército y no salirme sino hasta cuando
consiguiera una pensión. Allá empezaron a llamarme Millo, aunque también aprendí a tocar el acordeón. A los 30 años salí pensionado con el grado de Sargento Viceprimero sin haber participado en un solo combate, a pesar de que siempre estuve metido en zonas de candela. Yo digo que mi papá, que era brujo y compositor de temas como El muerto borrachón y El guataco y la guataca, tenía que hacer sus conjuros para protegerme, porque a veces yo iba a coger agua de una quebrada y no me pasaba nada y una hora más tarde iban mis compañeros y enseguida los levantaban a
plomo. A Barranquilla llegué en julio de 1961 dispuesto a cumplir mi sueño: ser un flautero de los grandes, como me lo dijo el maestro Goyo Polo. Allí entré a formar parte de la Cumbia Soledeña, dirigida por el maestro Efraín Mejía, con el que me estrené como compositor, grabando 37 canciones de mi autoría en 4 LP. En julio de 1969 nos fuimos de gira por la ciudad de Nueva York y pudimos ver, junto a un grupo de gringos, una imagen que nunca se me va olvidar: el momento en el que el hombre llegó por fin a la Luna”.
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El ‘hit’ de Afric Simon
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n octubre de 1978 Pedro Beltrán, que conformaba desde hacía 10 años su propia agrupación, La Cumbia Moderna de Soledad, interpretaba en los sitios a donde llegaba a tocar, generalmente la canción Ramayá, de Afric Simon, cuya letra, mal que bien, la gente cantaba por todos lados: “Raaa-mayá/ Bokuko Raaa-mayá/ Abantu Raaa-mayá/ Miranda Tummm-bala/ Ho, Ho,
Ho…”. El gerente de Discos Tropical, Emilio Fortou, a cuyos oídos había llegado la melodía, les propuso a los músicos llevarla al estudio de grabación, y el proyecto fue todo un éxito. No pasaría mucho tiempo antes de que Aguardiente Antioqueño se creara un eslogan para anunciar la presentación de Pedro Ramayá Beltrán y la Cumbia Moderna. A partir de ese momento, por una de esas admirables metamorfosis del lenguaje, la gente empezó a identificar al hombre con la canción. En el medio artístico un simple mote puede bastar para sepultar la carrera de un artista emergente o, por el contrario, para impulsarla. Como en la literatura, hay personajes que solo empiezan a despegar de la historia en el preciso momento en el que uno da con su verdadero nombre. Del mismo modo en el que Esteban, el de “El ahogado más hermoso del mundo”, no podía llamarse ni Lautaro, ni José, ni Daniel sino Esteban, Ramayá, ya bastante reconocido en esa época, no podía ser más que Ramayá, porque Pedro Beltrán podía ser cualquiera. Así fue como empezó todo. La historia de un nombre cuya sola pronunciación evoca todo un género musical, una colcha de taruya, una fauna, una idiosincrasia. Un carnaval. He allí lo que le adeudamos.
A los 81 años recibió el cartón de bachiller. Su esposa también hizo lo mismo, para apoyarlo.
La casa
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i vieras la casa de Pedro Ramaya: parece un museo. Está en el barrio El Concord, del municipio de Malambo. En la fachada, blanca como el bruñido embaldosado y las paredes de la sala puede observarse una inscripción con su apelativo grabado en letras de madera: “Ramayá”. A la derecha de la puerta de entrada, sobre un sofá cubierto de almohadones, un cuadro en el que destaca un juego de tambores y un sombrero vueltiao. A tu izquierda, en marcos de todos los tamaños, fotografías a color y en blanco y negro del dueño de la casa tocando el acordeón, y otras donde aparece posando con artistas reconocidos como Juventino Ojito, Paulino Salgado –Batata– o con los músicos de la agrupación interiorana Ondatrópica, con la que ha podido realizar varias giras por distintos países del Viejo Continente. Sobre una repisa, a la diestra del multimuebles donde está el televisor, adornado con otros tantos íconos alusivos a la cumbiamba, una pareja de bailarines esculpidos en bronce. Del otro lado, más de 20 placas en tablas de madera recibidas en diversos homenajes. Diagonal a la cocina, un cuarto con más cuadros en las paredes, que le sirve de estudio de grabación. Pero sin duda alguna, lo que más llama la atención es un reloj con la imagen suya con el número 9 a la altura de la oreja como si se tratara de un arete. No sé tú en mi caso, pero yo estoy lejos de pensar que se trate de un culto a su propia personalidad, sino, más bien de un acto de respeto con las personas que se han tomado el trabajo de rendirle un tributo, o acaso una manera de conjurar las asechanzas de la peste del olvido. Si te sentaras en una de las mecedoras de ébano con tapicería color zanahoria que tiene allí para las visitas, te quedarías de una pieza ante los aciertos de su memoria, correcta en las fechas y en los detalles como la de una esposa herida en medio de una cantaleta. Aunque,
paradójicamente, si le preguntaras por uno de sus temas menos conocidos, podrías dejarlo pensando unos segundos antes de oírlo pronunciar un nombre equivocado. Si detallaras cómo suele ir vestido, de yin o pantalón, y camisa sin arrugas acuñada bajo la correa, sabrías que no es de los que van a la tienda usando camisilla. Sí: lo miras y te das cuenta de que no es joven. Sí, se le duerme la mano derecha por un problema en la columna y no puede estar demasiado tiempo de pie. Sí, en julio de 2013 sufrió un ataque de isquemia cerebral que lo mantuvo alejado de los escenarios durante cuatro meses. Todo eso es verdad, adviertes, cuando te has ganado su confianza. Pero ponlo frente a un micrófono para ver si le va a decir a los coristas que lo ayuden con las partes que le corresponden a él o que le acerquen una silla para repantigarse en ella. Háblale a media voz desde el otro lado de la sala para ver si te va a decir que repitas lo que dijiste. Mira su pelo negro y la firmeza de sus movimientos y dime si no pareciera darle un rotundo mentís a los números que aparecen en su cédula. Pero no solo es la madera de la que viene hecho uno, como dice mi suegro, lo que hace que una persona como él se mantenga conservada a pesar de los años, sino también los cuidados que le da Cielo, su esposa. Menciónale su nombre y verás enseguida de qué manera se le ilumina la mirada. ¡Si hasta se atrevió a regresar al colegio a los 81 años de edad para demostrarle a ella que no había nada que temer, y al final los dos salieron de la casa, enfundados en sendas togas de color azul turquí y tocados con sus respectivos birretes, a recibir su cartón de bachiller!
A Barranquilla llegué en 1961 a ser flautero de los grandes. Entré a la Cumbia Soledeña, dirigida por Efraín Mejía, con el que me estrené como compositor, grabando 37 canciones”.
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La fauna que cobra vida en los disfraces del Carnaval de Barranquilla es recreado día tras día en el municipio de Galapa, ubicado a 7 Kilómetros de Barranquilla en la vía La Cordialidad, arteria milenaria por donde los pueblos mocaná se comunicaban entre sí, y por donde entró la expedición de Pedro de Heredia en marzo de 1533. Casi todas las casas de la población constan de amplios patios que los artesanos han convertido en sus talleres, instalando mesones y sus herramientas para darle vida multicolor a la madera y el papel maché que, convertidos en máscaras, se venden todo el año en otras ciudades de Colombia así como en el exterior.
Las máscaras de Galapa y su fauna carnavalesca
Patrimonio Cultural del Departamento del Atlántico
Puerto Colombia Barranquilla
GALAPA
Tubará
Soledad Malambo
Juan de Acosta S/grande
Baranoa Polonuevo Piojó
Usiacurí
Santo Tomás Palmar de Varela
Luruaco
Sabanalarga Ponedera
Repelón Candelaria Manatí
Campo de la Cruz Santa Lucía Suan
Dentro de los artesanos más experimentados y destacados tenemos a Manuel Pertuz, Francisco Padilla, Abraham Berdugo y José Llanos (este último rey Momo del Carnaval de Barranquilla 2012), entre otros. Ellos llevan más de 40 años ejerciendo este oficio que aprendieron a su vez de sus padres y abuelos. Como una forma de repontencializar esta labor y de seguir abriendo sus horizontes a la vez de conservar su legado basado en saberes asociados a su producción, se realiza cada año en el mes de octubre el Festival Artesanal de la Máscara y el Bejuco, que este año llegará a su VIII edición.
POR ADRIANO GUERRA Archivo Histórico Secretaría Departamental de Cultura
La elaboración de las máscaras está asociada indistintivamente al carnaval, y se trazan a través de bocetos, réplicas o moldes preelaborados que son forrados por capas y capas de papel, dando firmeza al modelo, luego pintados y lijados una y otra vez para dar una textura uniforme. La pintura y los diseños terminan por dar vida inmortal a esta fauna carnavalesca compuesta por toros, burros, caimanes, tigres, cebras, jirafas, entre otras representaciones. Las máscaras junto con el carnaval humano y tradicional que se realiza en la población le ha dado gran transcendencia al municipio a nivel nacional e internacional.
La laboriosidad artesanal en Galapa tiene un legado cultural que mezcla sus orígenes en el pasado prehispánico, con influencias europeas y, como no, africanas. La fauna que ha inspirado las creaciones artísticas provienen del mundo mágico de las selvas americanas y las planicies salvajes de África. En este encuentro de mundos y de saberes, la convivencia del hombre con la naturaleza y su representación del mundo visual y espiritual que vive dentro de ellos ha dado como resultado la materialización en máscaras que simbolizan un universo más imaginario que real.
EL HERALDO
Por Osvaldo Frank Majarrés Fuentes
a alegría del carnaval era desbordante. La fiesta se sentía en el alboroto de las tamboras, y todos los instrumentos sonoros producían insinuaciones emocionantes porque el gran desfile iba a comenzar. Sus disfraces, entusiasmo y bailes competían con el folclor de la Gran Parada. La pluralidad de ritmos ponía la nota de una cultura carnavalera envidiada por otros países que celebran las carnestolendas. Se proclamaba el inicio de una fiesta sin estratos elitistas, de connotada significación en los corazones rumberos. Las reinas populares lucían múltiples colores en sus disfraces y con movimientos de caderas manifestaban el talento de bailarinas. De sus rostros y cuerpos sensuales brotaba el orgullo de su raza fiestera. Un reto universal a través de una música pegajosa, como la propia fiesta que vivían, donde el tiempo se olvida frente al jolgorio mítico de la gente, apostada en los andenes unos y sentada en los palcos otros, se disponía a presenciar los disfraces de ficción que muestran el rostro transparente del hombre. Hombres con máscaras significativas que se exhiben de un lado a otro escondiendo la realidad en medio del mundo al revés. Entonces, no deja de aparecer la personificación del intelectual que resucita en su capuchón de satín el pensamiento filosófico de Nietzche: “todo lo que es profundo ama la máscara”. Por sus ritmos contagiosos los grupos folclóricos hacían brincar el cuerpo del público, sin embargo, el desfile no arrancaba; por eso, el rey Momo se paseaba inquieto por la plaza, donde la vida era toda una fiesta con su propia locura metafórica de irónicos disfraces. Una fiesta personificada en la alegría danzarina de Dionisios, quien con sus cabellos de oro recordaba a los presentes las carnestolendas del mundo griego. El rey Momo, con su gorro gigante de congo, seguía intranquilo, porque parecía buscar a los Lenguamocha que criticaban a los políticos, a la Loca para remedar a los gays, a los recitadores de letanías verseando ofensivas sin reparos, a los de la cumbiamba. El conjuro para desenmascarar a los brujos embaucadores, a las gitanas que no adivinaron la llegada de un hipo anunciado, a la comparsa del Hombre Caimán extrañando su metamorfosis, a la Danza del Paloteo de Gaira en apuros por contar el golpeteo de los palos, a la Danza del Caimán cienaguero pensando que Tomasita aparecería, al disfraz de Gallego de Santa Ana, que con su barrigón de tripas mofaba a los presentes. Ya cansado se tropezó atónito al observar el disfraz en vivo de Adán y Eva que
8 enfureció a los moralistas. Los murmullos disfrazados comenzaban a colarse entre los espectadores, que ansiosos se miraban con caras de marimondas, nadie que le pasaba a la reina que aparecía por ningún lado. Y la verdad también llega al carnaval como los pecados al confesionario, como los guerreros a las parrandas, como los políticos a la corrupción, como los locos a la carretera, como la musa a los poetas. Una romería permanecía expectante por la partida del desfile, porque con él daba inicio a la segunda vida del pueblo, sin cruz a cuestas, pero con una lujuria de locura incontrolable. Un estrepitoso aplauso simultáneo a la música de tamboras, de gaitas, retumbó en la inmensa plaza. La reina central, después de varias horas de retraso se hizo presente, y con su imperial disfraz de diosa coronada se montó en su carroza de fantasía para comenzar la alegría kilométrica de la Batalla de Flores. Cuando esto ocurrió, el público empezó a observar algo extraño en la reina, porque a cada momento su tronco se estremecía sin el son de la orquesta que la acompañaba. Algo discordante en su forma de mover sus caderas y contorsionar sus músculos abdominales porque era una bailarina sincronizada a todo ritmo caribe. La soberana, a través de unos brincos repentinos, parecía mostrar los movimientos convulsivos del hipo. El público la alentaba: conocía que el fervor dancístico en el carnaval barranquillero es una manifestación popular en un largo camino al bailoteo frenético; por eso, desde los palcos y andenes la aplaudían para que mostrara su sabor de bailarina.
FOTO JOSEFINA VILLARREAL
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La verdad de la ceniza
Nadie en la plaza se daba cuenta de que la reina tenía un fuerte hipo que poco a poco fue apoderándose de todo el público carnavalero, enloqueciendo con su contracción brusca y espasmódica tanto a los muchachos de Las Nieves que se pintan de blanco, como a la gente de Me Quejo, que de verdad verdad se quejó; sin embargo, a pesar del malestar, la gente supo, con hipo o sin hipo, qué es lo que tiene el carnaval de Curramba que tanto enloquece a la hija como a la mama. El hipo se propagó impetuoso de parranda en parranda, de club en club, de caseta en caseta, de trifulca en trifulca. Iba y venía, ya más bien parecía un disfraz. La gente bailaba con el hipo, iba al baño con el hipo, hacia Nerón y Propea con el hipo; hasta hacía el amor con el hipo a cuestas. La
El autor de este relato es coordinador de la institución educativa Francisco de Paula Santander, en la ciudad de Santa Marta. Graduado en la Universidad del Atlántico en Filología e Idiomas.
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reina lo llevaba a cualquier parte en sus asaltos carnavaleros. Con él encima, de igual forma bailaba con las Farotas de Talaigua, con la Danza del Garabato para retar la muerte que le podía producir el hipo o con cualquier borracho de esquina. El mal no quería desaparecer de esa fiesta bacanal. La reina lo paseó de barrio en barrio, viendo a la Burra Mocha, a los Cabezones bailando a brincos de hipo con la Danza del Congo. La convulsión diafragmática tomó velocidad repetitiva cuando la soberana a ritmo de mapalé bailó con los negros de Palenque. El hipo parecía interminable. Ya el pueblo empezaba a resignarse con la angustia de ese malestar ruidoso y parrandero. El hipo se prolongó desde el sábado de la Batalla de Flores hasta el martes de carnaval. Le dio inicialmente a los disfrazados de Momo, Baco y Arlequín. Lo tenían las Marimondas, Totó La Momposina, Esthercita Forero; las orquestas nacionales y extranjeras también supieron que era un hipo en pleno furor carnavalero. Sin esquivar a los investigadores recelosos por la violencia, a los japoneses brincando cumbia, a los cantantes de vallenato pidiendo vía. Se volvió tan intenso que se bailó hipo-cumbia en los salones burreros. El tormento del mal carnestoléndico tampoco olvidó a los Monocucos o Mariamoñitos, a los locos de verdad ni a los cuerdos informales. El hipo llegó a todos los barrios de la ciudad. De día y de noche lo tuvieron que soportar la negrita puloy, los niños Cumbiamberitos, los Diablos Arlequines y los salseros coquetos que llegaron de Pescaíto. La fuerza del hipo estremeció a las Gigantonas en toda la magnitud de sus cuerpos. Se hizo tan agudo que trastornó más de lo usual a los homosexuales del norte, a los viciosos de Rebolo, a los borrachitos tercos, a los disfrazados de mil colores, a los desempleados indefinidos, al rey Momo con toda su omnipresencia bailadora, a los fanáticos del Junior, a los bailarines del Barrio Abajo y hasta el Cole con su patriótico disfraz de cóndor andino lo soportó junto al presidente con su sombrero vueltiao y su hipo-guerra de nervios. En medio de la euforia del jolgorio, nadie se percataba de la caída silenciosa de los espectadores. Uno a uno se desgajaban del enorme racimo humano, que ya no vitoreaba, ni aplaudía ni se arrojaba maicena; las gargantas se llenaban de gorgoteos de saliva y apenas dejaban percibir los tenues hipos que presagiaban el desplome final. Sin embargo, los pocos moribundos no lograban entender la razón por la que un puñado de la muchedumbre exhibía una cruz de ceniza en la frente.
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En Corozal
Carnaval y mote'e queso se parecen
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Por Blas Piña Salcedo*
uis Mejía, un docente de Sociales, pensionado hace seis meses, recuerda aquellos días en que por vez primera se celebró, con todas las de la ley, el carnava en Corozal, municipio con una población de 61.126 habitantes, ubicado en el nordeste del departamento de Sucre, que hace parte de la Región Caribe. Allí en esa pequeña ciudad, a 15 kilómetros de la capital, Sincelejo, sentado en la terraza de su casa del barrio Ospina Pérez, Luis, uno de los más populares y entusiastas activistas de estas fiestas carnestólendica, afirma, en medio del bullicio del desfile matinal de carrozas infantiles del 26 de enero de este año, que fueron los abogados José Barrios Salcedo y William Araújo los pioneros de este carnaval que ya completa 47 años de celebración ininterrumpida. Mejía afirma que hasta ese momento por estos días, los festejos no estaban organizados oficialmente. Solo eran un derroche de un polvo azul, agua, anilina y en algunos casos, de huevos podridos que reventaban en las cabezas de quienes osaran salir a la calle. Los juristas Barrios y Araújo, quienes habían participado de otros carnavales como
Cuarenta y siete años completa el carnaval de Corozal, en Sucre, donde el disfraz de árabe predomina en recuerdo de los comerciantes que allí se establecieron. En las puertas de las casas se prende el fogón para cocinar mote ’e queso. los de Barranquillla y Río de Janeiro, decidieron impulsar unas fiestas bien organizadas asumiendo algunos elementos de otros pueblos y, a la vez, proponiendo que otras manifestaciones tradicionales de la población se manifestaran en la celebración carnavalera. En ese momento se comenzó a gestar el uso del sombrero vueltiao (que todavía no era símbolo nacional) y de las abarcas trespuntá como indumentaria del desfile de comparsas. La idea fue cogiendo fuerza de tal manera que se socializó con otros profesionales
y personas vinculadas a distintas organizaciones. Se hicieron reuniones, se comprometió a la Alcaldía, se trabajó intensamente en los preparativos, y al año siguiente (1967), por primera vez, en Corozal se celebraron oficialmente los carnavales iniciando con la Batalla de Flores. Le siguieron un desfile de comparsas organizadas por los diferentes barrios, que agregó vistosidad y alegría. También se programó un reinado, un concurso regional de pitos, gaiteros y decimeros
para completar el programa del Carnaval de Corozal. En la festividad carnestoléndica la comparsa de los árabes ofrece mercancías y recitan versos del Corán.
Identidad Los corozaleros mayores coinciden en afirmar que este primer año fue tildado de éxito, aunque inesperado, y desde entonces la fiesta empezó a tomar arraigo en los corazones de sus habitantes. Posteriormente se le fueron adicionando algunas particularidades como ‘Noches corozaleras’, una idea del licenciado Luis Mejía,
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municipio de Betulia. Roy Sierra, folclorista, músico, cantautor y hombre de letras, afirma que “los carnavales de Corozal guardan estrecha relación con la dimensión rural de los pueblos, de tal manera que en ellos identificamos elementos autóctonos de las tradiciones tales como la música, los bailes populares, los cantos de vaquería y algunos elementos que confieren a estas fiestas un carácter más pueblerino, más autóctono, como la cocina de la región costeña y sabanera”. Sostiene que el Carnaval de Corozal es una representación de las expresiones culturales de los pueblos aledaños que, junto con las del propio, imprimen a la fiesta una mezcla entre lo rural y lo urbano, contrario a los carnavales de otras urbes.
Las comparsas
que consistió en trasladar el desfile de comparsas para las horas de la noche y agregarle un toque gastronómico: el mote ’e queso. Según Roberto Castilla Arroyo, “la gente de Corozal se prepara para recibir la noche cuando todos se convierten en una sola familia, sacan al frente de sus casas, en plena calle, una olla de barro, montan un fogón con leña y preparan el exquisito mote ‘e queso, que tanto identifica la gastronomía del departamento sucreño. Agrega que al tiempo las
comparsas pasan bailando, la cumbia retumba, suenan los tambores y pito cabeza de cera. Los danzantes llegan hasta el parque Santander, lugar donde los esperan unas 20 mil personas. Para Castilla es como si la noche se convirtiera en día por la variedad y vistosidad de los disfraces y las comparsas. El desfile sale de la esquina caliente, carretera troncal, y recorre los barrios de la zona suroccidental, pasa por el centro, el barrio Ospina Pérez y termina en la salida para el
Cada año el carnaval se ha enriquecido con diversas manifestaciones. Entre las comparsas más llamativas se cuentan Los Negritos del barrio San José. Son unos quinces jóvenes que se pintan el cuerpo con ‘negro humo’, que es el tinte que el humo de los fogones de las cocinas dejan en sus techos de palma. Ellos raspan todo ese polvo negro, lo mezclan con manteca y se lo untan en todo el cuerpo y cara. Salen a la calle con una danza que representa la época de la esclavitud. Avanzan descalzos y vestidos con una pantaloneta también. Una de las comparsas más admiradas es La Llorona, basada en la tradición oral que afirma que a una señora por estas tierras le mataron a sus hijos. Ella no pudo defenderlos y ahora su alma en pena sale por las calles gritando “Ay mis hijos, ¿dónde están mis hijos?” Otra comparsa llamativa es la de Los Árabes, que van por la
Fotografías de los primeros desfiles y de Luis Mejía, promotor de la festividad carnestoléndica.
calle, en algunos casos ofreciendo mercancías, en otros recitando versos del Corán y en algún momento reflexionando sobre la situación de sus compatriotas. Esta comparsa tiene su inspiración en un grupo de libaneses que arribaron a Corozal a principios del siglo XX y establecieron ventas de telas en los andenes de las casas del centro. Con el paso del tiempo, la disciplina y el trabajo fueron adquiriendo propiedades y luego se trasladaron a Sincelejo y Lorica, dejando descendencia en Corozal. Los corozaleros y sincelejanos disfrutan de estos festejos a tal punto que muchos nativos que viven en otras ciudades regresan a su tierra porque quieren volver a integrar las comparsas, recorrer las calles por las que transitaban cuando eran niños, comer diabolín y, por supuesto, a disfrutar el carnaval con sabor a mote de queso. * Periodista.blas@gmail.com Docente de Inglés y Técnicas de la Comunicación, de la Universidad de Sucre
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A comienzos del mes de febrero, entre 200 y 400 subsaharianos se lanzaron por las lomas del Auyal, Marruecos, para llegar a la valla de la ciudad fronteriza de Ceuta que separa el territorio español del marroquí. El resultado: 15 muertos. Análisis de la situación con voces de varios organismos y a través del relato de un camerunés que hizo la travesía y vive hace diez años en Madrid, en medio de grandes dificultades por su condición de inmigrante.
Por Alba Pérez del Río
La fuerza de un sueño
ebrero ha sido un mes tremendamente frío, marcado por temporales de nieve a lo largo del país, lluvias continuas, mastodónticas olas y vientos huracanados. El pasado 6, más allá de la medianoche, 400 inmigrantes subsaharianos, según las ONG, y 200, según las cifras oficiales, intentaron ganar suelo español. Era una de estas noches heladas de este febrero de 2014. Siguiendo lo acordado previamente entre ellos, los inmigrantes se precipitaron por las lomas del Auyal (Marruecos) para intentar llegar a la valla de la ciudad fronteriza de Ceuta, que separa el territorio español del marroquí. Los sensores eléctricos de ruido y movimiento que hay a lo largo de los 8 kilómetros de valla se dispararon, y la Guardia Civil española y la gendarmería marroquí actuaron: les lanzaron pelotas de goma y gases lacrimógenos, y esa incontenible lava humana de seres desesperados, que había descendido a toda prisa montaña abajo para luego trepar afanosamente una valla de seis metros de altura, con cuchillas cortantes en sus bordes altos, se dio por vencida: la refriega había sido dura. Ante el fracaso de este primer intento, los subsaharianos huyeron hacia otro paso fronterizo, El Tarajal, pero también les resultó
La universidad de la ciudad de Ngaounderé, en Camerún.
imposible franquearlo. La guardia de fronteras ya estaba avisada y habían cerrado el paso. Sin embargo, todavía les quedaba otra forma de ganar el ansiado suelo español: por mar. De hecho, muchos habían bajado de la montaña donde habían permanecido ocultos portando flotadores, en previsión de esa posibilidad. Así que se dirigieron a toda prisa a la playa y se lanzaron al mar con el objetivo de bordear un espigón que impide el paso hacia territorio español. La Guardia Civil española intentó disuadirlos, según declaraciones de este cuerpo, de su objetivo. Para lograrlo les dispararon nuevamente bolas de goma a veinticinco metros de sus cuerpos, de acuerdo con lo asegurado por el ministro de Interior español, Jorge Fernández Díaz, ante el Congreso de los Diputados. Según los subsaharianos, las balas de goma fueron disparadas muy cerca de ellos mientras nadaban desesperadamente. La maniobra de la Guardia Civil asustó a los inmigrantes, que decidieron regresar a la playa marroquí. Algunos lo hicieron sujetándose a los flotadores rudimentarios elaborados por ellos mismos con botellas de plástico. Muchos no sabían nadar. Otros entraron en pánico y sucumbieron a las aguas del Mediterráneo.
El resultado de esta última incursión fue una tragedia: 15 subsaharianos muertos. Algunos de esos cuerpos sin vida fueron rescatados del mar ese mismo día por sus compañeros de travesía, que los sacaron a la playa, los lloraron, les rezaron y elevaron cánticos en su memoria –según se puede ver en un video difundido por ellos mismos–. Los muertos restantes fueron devueltos en los días sucesivos por las mismas aguas a las que se tiraron. Las mismas que ellos avistaron como el camino hacia un mundo mejor. Las muertes de estos
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inmigrantes han desatado un gran escándalo en España, recogido ampliamente por la prensa de todo el país. Por su parte, el Juzgado de Instrucción número 6 de Ceuta ha abierto una investigación. La tragedia ha originado los reclamos de varias ONG y de diferentes partidos que han pedido al Gobierno explicaciones sobre lo sucedido, al igual que ha hecho la comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, a través de una carta enviada a Jorge Fernández Díaz, el ministro de Interior español: “Le escribo para manifestar mi seria preocupación sobre
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la manera en la que la Guardia Civil actuó en Ceuta el pasado 6 de febrero”, dice en su misiva. Y más adelante señala que, según informaciones aportadas por medios de comunicación y ONG, aunque los subsaharianos no fueron golpeados por las balas, “sí podrían haber provocado el pánico entre los inmigrantes”, y agrega que algunos de estos “se precipitaron al mar, se ahogaron o fueron aplastados contra el muro que marca la frontera con Marruecos”. Para finalizar, la comisaria le hace saber al ministro español que las informaciones recibidas ameritan “una investigación completa” en la que además se deberá investigar “la presunta devolución en caliente de inmigrantes a Marruecos”. La última parte de la carta se refiere a lo denunciado por las ONG de que algunos subsaharianos alcanzaron a nado la costa española y fueron devueltos a las autoridades marroquíes, contraviniendo el derecho español que obliga a atenderlos y saber si necesitan asilo o, de lo contrario, iniciarles un proceso de expulsión. Dicho proceso tarda en llevarse a cabo. Ahora bien, la valla de Ceuta no es la única frecuentada por la inmigración subsahariana que anhela poner un pie en Europa, a través del acceso a España. También está la de Melilla, la otra ciudad fronteriza entre España y Marruecos. Ambas vallas han sido construidas con aportes económicos de la Unión Europea. España y Marruecos son el muro de contención de la inmigración que viene de África. Aparte, ambos países reciben partidas destinadas al control de este flujo migratorio. El mismo 6 de septiembre, otro grupo de subsaharianos –unos 1.400, repartidos por grupos– bajaron con gran sigilo desde la montaña donde suelen esconderse –el monte Gurugú– con el ánimo de saltar la otra valla: la de Melilla. Una valla de 12 kilómetros de largo y seis metros de alto que termina en filosas cuchillas con forma de lenguas de serpiente, llamadas concertinas. Cuchillas capaces de cercenar manos o dedos y de ocasionar profundas heridas que pueden terminar desencadenando la muerte. Las cuchillas –muy controvertidas por inhumanas e ineficaces, puesto que los inmigrantes se siguen enfrentando a estas– fueron quitadas en algunos de sus tramos en 2007 –tanto en la valla de Ceuta como la de Melilla– y recolocadas en octubre de 2013. Así que el nuevo contingente del 6 de febrero venía dispuesto a superar esa valla de lenguas de serpiente. Aunque, esto no fue posible. Los inmigrantes fueron sorprendidos en su intento, que fue abortado por las policías fronterizas. Siete días más tarde, el 13 de febrero, 200 ciudadanos sirios –que huían de la guerra en
Dyafar Daimen salió de Ngaounderé, norte de Camerún, sin despedirse de nadie, ni de su familia. Los motivos: guerras, hambre, persecuciones y falta de futuro en su país.
Imágenes de video de una lancha de la Marina de Marruecos (arriba) intentando frenar e interceptar el desplazamiento de inmigrantes el pasado 6 de febrero, y realizando maniobras para obligarles a que retornen a la zona marroquí de la playa del Tarajal (abajo)./ Ministerio del Interior/Efe
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EL HERALDO su país, que ya alcanza los 100 mil muertos y ha desencadenado un éxodo de unos 6 millones de sus nacionales– intentaron franquear el puesto fronterizo de Beni Enzar, situado entre Marruecos y Melilla. La operación también fue descubierta y los sirios se quedaron sin entrar. El lunes 17 de febrero, el diario español El País recogió una nueva noticia sobre inmigración, proveniente de fuentes de seguridad del Estado, según señalaba el periódico. De acuerdo con esta, unos 30 mil inmigrantes subsaharianos aguardan en Marruecos la oportunidad de poder entrar en Ceuta y Melilla, las dos ciudades españolas fronterizas con el país alauita. En la misma, se habla del incremento de intento de entrada en España por métodos distintos a saltar las vallas –al parecer, este es solo empleado por los inmigrantes más pobres–. Se habla de los dobles fondos de los coches que esconden a inmigrantes irregulares. Se habla de pagos a mafias de hasta 3 mil euros, dependiendo de la forma que elijas para entrar en territorio español. Se habla de la corrupción de la policía marroquí que se hace de la vista gorda sobre estos hechos y de organizaciones criminales muy bien organizadas que se dedican al tráfico de inmigrantes. La noticia es muy mal recibida por muchos sectores. Las redes sociales entran en acción, enardecidas. Hablan sobre una información que se ha soltado con fines poco claros. Hay quienes especulan que el objetivo es justificar las criticadas cuchillas. Es decir, hacer sentir que es necesario que permanezcan las vallas como método disuasorio. Y hay quienes dicen que se busca generar en la población española rechazo a los inmigrantes y mostrarlos como una masa invasora. Alertar de esta supuesta avalancha que puede caer en cualquier momento, en un país como España con un índice de paro que alcanza el 26% y una economía que parece no reflotar, es cuando menos maniqueo. Según José Palazón, responsable de la ONG española Prodein, recogido en un informe de este organismo, la razón por la que los inmigrantes están acudiendo en masa a saltar las vallas obedece al exceso de violencia y las redadas “que hacen que muchos acudan a la desesperada a la valla para salvar sus vidas”. Se refiere a las redadas que la policía marroquí realiza a los distintos lugares donde suelen ocultarse los subsaharianos a la espera de poder saltar las vallas. Sobre la forma de proceder de la policía marroquí, un informe de Prodein, realizado por Miguel Zamorano Galán, señala: “Muchos son los testimonios que hemos recogido desde hace ya mucho tiempo en los que los inmigrantes
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denuncian que si son capturados por las fuerzas marroquíes, a menudo les fracturan por sistema las manos o los brazos y los tobillos o las piernas antes de abandonarlos en la zona fronteriza entre Argelia y Marruecos”. Y más adelante, y remitiéndose a informes de Médicos sin Fronteras, recoge: “MSF ha podido constatar que los inmigrantes son víctimas de la violencia de las policías española y marroquí”. Según cifras de 2010, en España hay radicados 237.309 subsaharianos, de los cuales el 31,81% son mujeres. Con avalanchas migratorias o sin ellas, aquellos que logran quedarse en suelo español no sé en qué medida logran cumplir su sueño de una mejor vida. Los trabajos que pasan a desempeñar son en su gran mayoría precarios y con salarios bajos. Trabajan en la agricultura, comercio ambulante, construcción (antes de la crisis) y servicios. Es muy usual verlos en las calles vendiendo videos piratas, ropa y accesorios de marcas falsificadas o collares o piezas de madera talladas con figuras alusivas a África. Ventas que les sirven para ganar un dinero con el que apenas pueden subsistir. Nunca para ‘hacer Europa’. ¿Cuáles son los motivos para querer establecerse en este fantaseado Continente de oportunidades, donde quizá puedan llevar una vida mejor? Las guerras, el hambre, las persecuciones y la falta de futuro en sus países de origen. Esta última fue una de las razones por las que Dyafar Daimen, camerunés de 29 años, emprendió hace diez años su peregrinación hasta la ansiada Europa, que en su día les colonizó (Francia, Alemania e Inglaterra fueron sus colonos). Camerún es un país que ha sido aquejado por las sequías de los años 80, la caída de los precios del petróleo, la corrupción política y la mala gestión. En su penosa travesía, Djafar sufrió innumerables vejaciones, que no todos los que le acompañaron pudieron soportar. Un viaje durísimo y dantesco, que aún no termina. Dyafar está desde hace cuatro años a la espera de que le renueven su permiso de trabajo. Conducir sin el carné reglamentario –no había convalidado el suyo camerunés– le acarreó una multa de 4 euros diarios durante ocho meses, la obligación de prestar servicio social a la comunidad –22 días– y la negativa a la renovación de su permiso para laborar. Una vez se puso al día con lo que le habían requerido, Dyafar pidió que le fuese renovado su permiso de trabajo, pero el Ministerio de Interior se lo negó. Entonces, Dyafar acudió a la justicia y logró que un juzgado de Madrid ordenara que se le concediese ese permiso. Aún así, el Ministerio de
Interior no se lo ha dado. Dyafar no quiere que su rostro sea conocido. Dice que este le ha acarreado múltiples detenciones. “Mientras yo esté en la situación en que me encuentro, no quiero que nadie se acuerde de mi rostro”. Esta es, pues, la historia de Dyafar Daimen. Un camerunés como otro de tantos subsaharianos que han saltado las vallas en busca de un mundo mejor. Que soñaba con estudiar y llegar a ser empresario, o llegar a ser un gran futbolista como su compatriota Roger Milla, que a sus treinta y ocho años y cuando ya estaba retirado regresó a un campo de fútbol a jugar el Mundial de 1990, en calidad de suplente –solo podía jugar media hora por partido–, y llevó a la selección nacional de su país hasta unas gloriosas semifinales que hicieron las delicias de aquella contienda futbolística, le granjearon la admiración mundial de la afición y lo convirtieron en el ídolo de Camerún de todos los tiempos. El ídolo al que un chaval de seis años –la edad de Djafar en aquel Mundial– creyó que era posible llegar a emular. Este es su relato.
Ngaounderé Nací en Ngaounderé, al norte de Camerún, en septiembre de 1984. Estoy unido a Margot, una mujer cristiana de la que me enamoré desde cuando estábamos en la escuela y jugábamos al baloncesto. Mi mujer me está esperando y no entiende por qué no les envío dinero a ella y a nuestro pequeño hijo de tres años: Mohamed. Ellos me hacen mucha falta. Margot vive en casa de su abuela y recibe ayuda de su madre, que está jubilada. Margot siempre está diciendo que se va a convertir a musulmana y yo le digo que ese es su problema. Entre los musulmanes te puedes casar con una persona de otra religión. La obligación no es convertirse sino respetar la religión del otro. Yo vengo de una familia musulmana y pertenezco a los Peul, la etnia más grande de África. Soy el segundo de seis hermanos. Me encanta el fútbol –soy del Barcelona–, la paella española y el Ndolé (una sopa camerunesa de varias carnes que se acompaña de arroz y plátano). Ngaounderé es una ciudad bonita y tiene un clima agradable. De diciembre a marzo hace fresco de noche y cuando llueve hace un poco de frío. Ngaounderé huele a natural, no está contaminada. Tenemos el campo cerca y las vacas no se alimentan de forraje sino de hierba. A la entrada de la ciudad hay pinares y a pocos kilómetros tenemos caídas de agua a las que solía ir con el colegio, primero, y luego con los amigos. Las calles del centro de la ciudad están
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Ceuta, ciudad autónoma de España, en la orilla africana del estrecho de Gibraltar.
Este mes más de un centenar de inmigrantes subsaharianos consiguió acceder a Melilla ( foto superior) tras un asalto masivo a la valla fronteriza.
asfaltadas y cuando caminas por ellas te puedes encontrar con espectáculos callejeros de gente bailando nuestros ritmos. Nuestra música tradicional es a base de tambores y se canta y se baila. Cada etnia tiene su tambor. También te puedes tropezar con gente pobre de Níger o de Nigeria pidiendo dinero. En todo caso, la ciudad no es especialmente bulliciosa. En las zonas residenciales la música no se escucha por fuera de las casas. En Ngaounderé tenemos tren, una mezquita, cine a dos euros la película, locales con internet y una universidad a la que yo nunca hubiese podido ir. Estudiar Derecho, que era mi sueño, me hubiese costado unos 15 mil euros. La universidad aunque es pública se paga. El colegio igual. El público se paga. Menos que el privado, pero se paga. Mis hermanos y yo fuimos al colegio público, mientras mi padre vivió. Mis recuerdos del colegio son bonitos. Me llevaron con 5 o 6 años. Mi padre estaba muy orgulloso de mí porque en casa yo aprendía árabe –se me daba muy bien– y era muy estudioso. La primera
lengua que aprendí a hablar fue en dialecto. Un recuerdo bonito de mi infancia es mi padre llevándome al colegio. Él me preguntaba sobre qué tal me iba en los estudios, sobre mis compañeros, mis profesores. Yo sentía muy de cerca su amor de padre. El colegio quedaba no muy lejos de casa. La primera vez que mi padre me llevó fue ya empezado el curso –quedaban solo 3 meses para acabarse– y al terminarlo lo suspendí. Fue mi primera gran decepción, mi primer fracaso, y lloré mucho. Yo sabía de las esperanzas que mi padre tenía puestas en mí. Por eso suspender me causó mucha tristeza. Pero mi padre, me dijo: “No pasa nada. El próximo año serás el mejor”. Y de ahí en adelante siempre estuve entre los dos mejores de la clase. En el colegio estudiaba en francés y la lengua optativa que elegí fue el inglés. Por eso sé cuatro idiomas, aparte del dialecto: árabe, inglés, francés y ahora castellano. En el colegio yo sentía que los profesores me querían, menos uno: Maurice Eyebenga, mi tutor de clase. Cada vez que llegaba tarde o no me había estudiado una lección me
reñía. “A ver tú que has llegado tarde, dime la lección”, me decía, y si no me la sabía, me castigaba dejándome de pie, adelante, al lado de la pizarra. Un día, un profesor de una clase superior bajó a nuestra clase y le pidió a Eyebenga que le prestara uno de sus alumnos, que fuera muy bueno, para resolver un problema de matemáticas. Y mi tutor me eligió a mí. Arriba, en la clase superior, resolví el problema y el profesor se rió de sus alumnos. “Mirad como este que es de una clase inferior puede resolverlo”, les dijo. Ese día comprendí que Maurice Eyebenga me quería y que si me castigaba era porque creía en mí. En casa estaba siempre mi madre. De pequeños nos contaba a mis hermanos y a mí historias que había aprendido de los suyos. Eran todas historias que ella tenía en su cabeza. Nos las contaba en dialecto, antes de irnos a la cama. Eran cuentos sobre bosques, sobre árboles y sobre animales. El que más recuerdo era Tâlel Tâlel. Contaba sobre un bosque en el que había leones que perseguían humanos y se los comían. Los humanos llegaban a un río y pedían auxilio: “¡No podemos cruzar! ¡No podemos cruzar! ¡Auxilio!”, y, de repente, del agua salía un pez grande que se comía al león y salvaba a los hombres. Mi madre es mi madre. Me quiere como quiere una madre. Como muchas veces me callo cuando me hacen algo, ella siempre me echa la bronca: “Siempre te callas, siempre te callas y la gente te ignora”. Vivíamos en un barrio de clase media, en una casa grande, con cuatro habitaciones, un salón, una cocina y un baño. Además, mi padre tenía otras casas. Él era comerciante, tenía una tienda. Sus estudios eran los básicos, igual que mi madre. En la adolescencia hacíamos pequeñas fiestas –por los cumpleaños– en las casas. Mi familia era moderno-liberal. Nos reuníamos los chicos a un lado y las chicas a otro. Pero a la hora de bailar nos juntábamos. Bailábamos las chicas con los chicos. Éramos niños. Bailábamos música moderna y también tradicional camerunesa, como las del Grupo Alí Babá, las de Petit Pays y las de Umaru
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EL HERALDO Sanda, que tocaban música makossa. Mi canción preferida era en dialecto y se llamaba Ando Amaudo la d, que traduce El rey del bosque. Entre nosotros, hay la costumbre de que tu padre te construye un apartamento cuando cumples los 18 años. Eso no significa que tus padres ya no te quieren, sino que ya eres mayor y quieres tener chicas o una pareja. Si hay dinero te dan una casa aparte de la de tus padres. Si hay menos dinero te construyen un apartamento en la casa de tus padres. Si no hay dinero, te quedas en la casa de tus padres pero no puedes llevar chicas. Hay un respeto hacia ellos. Solo puedes llevar a una chica a su casa si se trata de una relación seria y se ha formalizado. Porque si la chica se queda embarazada habrá problemas. La familia de la chica vendrá a amenazarte para que reconozcas que es tuyo el hijo que ella espera. Si son religiosos habrá que casarse. Yo nunca dejé embarazada a ninguna chica. Pero, bueno, lo del cambio de casa es para cuando cumples 18 años. Antes, estás con tus padres. En casa había una radio y yo escuchaba música
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avisaron. Me encontraba en casa de un hermano de mi padre. Mi tío me llamó, y me dijo: “Como que tu padre ha muerto”. Y yo lloré. Era 22 de marzo, viernes. Tomamos un autobús para ir a Ngaounderé y tardamos casi 13 horas en llegar. En casa todos estaban llorando. Enterramos a mi padre y regresamos a casa. Yo estaba muy triste. Al parecer, mi padre se había puesto malito y le habían tenido que llevar al hospital. Allí le dijeron que tomara Paracetamol y a los tres días se murió. En realidad, nunca supe de qué murió. Tenía 52 años. Poco después de su muerte, un hombre se presentó ante nosotros y dijo que mi padre tenía deudas y que había que pagarle. Perdimos la tienda y las casas. Entonces, me fui a Douala a seguir estudiando. Mi tío, el hermano de mi padre, se hizo cargo de mí. En Douala llueve mucho. A veces, llueve durante toda una semana sin parar. Día y noche. No se pueden visitar los pueblos vecinos porque los caminos se llenan de lodo y los autobuses y los coches no pueden pasar. Igual que si vives en un barrio donde las calles no están asfaltadas.
De Argelia nos expulsaron. Nos llevaron en camiones de nuevo, hacinados, con calor y mucho sol hasta el desierto, en la frontera con Mali”. con mis auriculares. Me encantaban Tina Turner, Michael Jackson, Elton Jhon... Escuchar noticias era algo que, igualmente, me gustaba. También, me encantaban el fútbol y el baloncesto. Yo era delantero y llevaba el número 9 en mi camiseta, al igual que Roger Milla, el hombre que logró llevar por primera vez a un equipo de fútbol africano a semifinales. Gracias a él, Camerún fue reconocida en todo el mundo. En verdad, a mí se me daba bien el fútbol. Era un buen delantero. Admiraba a Maradona y al ‘petit’ Pelé. Y en baloncesto a Charles Barkley. P ¿Creyó que gracias a sus dotes para el fútbol podría llegar a ser alguien fuera de Camerún? R Pensé que quizá era una de las cosas en las que me podría ir bien. Era bueno en fútbol –responde, haciendo una cabriola con la pierna.
La muerte de mi padre Estaba en Douala, al oeste del país, cuando nos
Cuando llueve muy fuerte la gente se queda en casa. A mí la lluvia no me afectaba. La gente se queja cuando llueve y cuando no, igualmente se queja. Cuando la lluvia viene de naturaleza hay que decir: ¡Gracias a Dios que llueve! La gente no piensa en que hay muchos lugares donde la falta de lluvia ocasiona grandes males. Por eso para mí la lluvia no era una molestia. Para ir al colegio me ponía botas de plástico, me cubría con un plástico y cogía otro y protegía mis libros. En Douala, cuando llueve y hay viento, el paraguas no te sirve. Douala es una ciudad grande, la más grande de Camerún. A mí me gustaba Douala, su ambiente, su gente. De Douala me gustaba todo. Aquí estuve dos años hasta que me di cuenta cuál era la situación de mi tío. Él estaba jubilado y el dinero apenas le alcanzaba para sostener a su familia. Entonces decidí que tenía que irme de Camerún. Yo quería seguir estudiando y ni mi familia ni yo teníamos dinero. En la televisión en Camerún ves desde pequeño cómo es la vida en Europa y en otros lugares
del mundo. Ves que la gente vive bien, que tiene buenas casas, buena ropa, buenos coches. Además tenía amigos, a los que sus padres les habían mandado a estudiar al extranjero, que te hablaban de las fiestas, de música, de buenos coches, de gente de los nuestros que habían llegado a ser empresarios. Nada de trabajar para otros, ¡tenían sus propias empresas y gente trabajando para ellos! Para una persona como yo llegar a tener un empleo en Camerún era imposible. Conseguirlo solo se puede lograr si tienes dinero o muy buenos padrinos. Tanto para el empleo público como el privado. Para el privado tú sabes que tienes que preparar un currículum, ponerte tu mejor ropa y, si es posible, presentarte conduciendo un coche. Si llegas en coche los vigilantes que hay en la puerta del negocio te preguntan con respeto: “¡Hola, jefe!, ¿qué queréis?”. Debes entrar muy seguro y no decir que vas a dejar tu currículum. Montones de gente se acercan a dejarlo y ellos no quieren que tú molestes al encargado del negocio. Así que no tienes que decir lo del currículum. Ahora, si no vas en coche tienes que motivarles. Darles algo. Luego, cuando ya estás dentro debes hablarles bien a las secretarias para que te dejen entrar a ver al director. Allí no le llamamos encargado, sino director. Si lo logras, lo más seguro es que el director te diga: “Bueno, tú no traes ni cerveza ni nada, ¿y vienes a depositar tu currículum?”. Entonces, tú le dices, “te dejo esto y si quieres déjame tu teléfono y yo mañana te llamo y paso”. Y al día siguiente, le llamas y le preguntas: “¿Estás en la oficina?” “Sí” “Vale. Pues entonces voy para allá”. Y vas con un sobre y se lo entregas, sin ningún miedo. Allá no hay cámaras en los negocios que graben todo lo que pasa como acá. Le dices: “Hola, jefe, ¿qué tal? Te he traído esto para que te tomes las cervezas”, y le entregas el sobre. En este debe ir más o menos el 50 por ciento de lo que será tu salario. En España, en algunos lugares, también pasa eso. Solo que acá se hace de otra manera. Así puedes obtener un puesto de trabajo en Camerún. Y lo más seguro es que te paguen el sueldo, pero no te coticen a la Seguridad Social y, por tanto, de mayor no tengas jubilación. En Camerún tienes que tener dinero para todo. Si no lo tienes y estás enfermo y quieres entrar al hospital, te mueres. Esa es la principal razón por la que me marché de Camerún.
La partida Yo estaba de regreso en Ngaounderé cuando decidí que ya debía dejar Camerún. Ni
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237.309 subsaharianos, de los cuales el
31,81% son mujeres.
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Pasos fronterizos Ceuta: Ciudad que separa el territorio español del marroquí.
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“Mi seria preocupación es sobre la manera en la que la Guardia Civil actuó en Ceuta el pasado 6 de febrero”. Según medios de comunicación y ONG, aunque los subsaharianos no fueron golpeados por las balas, “sí podrían haber provocado el pánico entre los inmigrantes”, algunos se ahogaron o fueron aplastados contra el muro fronterizo con Marruecos”.
Esto expresó la Comisaria del Interior, Cecilia Malmström, a través de una carta enviada a Jorge Fernández Díaz, el ministro de Interior español. ciudadanos sirios que huían de la guerra de su país intentaron franquear el 13 de febrero de 2014 el puesto fronterizo de Beni Enzar, situado entre Marruecos y Melilla. Fueron descubiertos y se quedaron sin entrar.
Melilla: Ciudad fronteriza entre España y Marruecos.
ESP ES PA AÑ ÑA A
Beni Enzar: Puesto fronterizo entre Marruecos y Melilla.
Mar de Alborá A án Monte Gurugú: Montaña donde se esconden para saltar a Melilla.
MA M AR RR RUE UEC CO OS
Una valla de 12 kilómetros de largo y seis metros de alto que termina en filosas cuchillas con forma de lenguas de serpiente, llamadas concertinas. Cuchillas capaces de cercenar manos o dedos y de ocasionar profundas heridas que pueden terminar desencadenando la muerte. EL HERALDO
siquiera tenía la posibilidad de aquellos que tienen familiares que les pueden ayudar. Para nosotros la familia es muy importante. Si has estudiado y quieres ir a la universidad y tus parientes entre todos pueden reunir dinero para pagártela, lo hacen. Después, uno sabe que debe corresponderles. Es una obligación moral. En Camerún no hay residencias de ancianos. Nosotros nos hacemos cargo de nuestros ancianos. Tenemos el deber de ayudarlos en la vejez. El día que dejé Ngaounderé fui antes a la mezquita a rezar. Le pedí a Dios que me protegiera de cualquier cosa mala que me pudiera pasar. También, le pedí que me ayudara a poder lograr mis deseos. En casa, metí en una mochila dos camisas y dos pantalones. Conmigo llevaba 70 mil francos cameruneses, que son como 100 euros. Eran los ahorros de mucho tiempo. Para reunirlos le
había pedido prestado a mi madre 20 mil francos. Ella me los dio sin preguntarme nada. Debió ser porque nunca le pedía nada. Por la tarde, me fui a tomar el autobús para Nigeria. Era verano. No dije nada en casa sobre mi marcha. No me habrían dejado marchar. Tampoco me despedí de nadie. Ni siquiera de los amigos. En mi mente no estaba España. Mi deseo era poder llegar a Inglaterra. Tenía amigos allí. A las cinco de la tarde, el autobús salió para Nigeria. Debía ser septiembre porque me fui seis meses después de la muerte de mi padre. P ¿Recuerda en qué pensó cuándo el autobús partió? R No. Solo que tenía miedo. P ¿Sabía algo sobre la travesía que se le esperaba? ¿Sabía que se iba a enfrentar a cosas
terribles? R No. No sabía nada.
En busca del paraíso Mi primera parada fue en Yola, en Nigeria. Ahí alquilé una habitación y me puse a buscar trabajo, pero no era fácil. Terminé trabajando en el restaurante en el que durante varios días había ido a comer hasta que se me acabó el dinero. Trabajé lavando platos y al mes decidí marcharme. Me fui a Agadez, en el norte de Níger. El viaje fue bastante largo, más de mil kilómetros. Desde ahí decidí llamar a mi madre. Le dije que estaba de viaje, que me encontraba bien y que ya volvería a llamar. En Níger me quedé más tiempo. Unos cinco meses. Trabajé haciendo bloques de arcilla, aceite y paja. Son los bloques que allí utilizan para hacer las casas. Me enseñaron a hacerlos y ese era mi trabajo. Ganaba una miseria, pero no me desanimé. Y no lo hice porque yo sabía lo que quería. Y lo que quería era llegar a Europa, trabajar, ganar dinero y poder hacerme un futuro: estudiar, construirme una casa. Abandoné Níger y pagué para viajar en un camión hasta Árgel, a orillas del Mediterráneo. Fue un viaje horrible, espantoso. Éramos muchos viajando en ese camión, hacinados, pegados los unos a los otros y sin derecho a decir ni a pedir nada a los del camión. Casi tres mil kilómetros de viaje en esas condiciones. Estábamos tan mal que nos agredíamos los unos a los otros. No había espacio ni para respirar y pasamos mucha hambre y sed. Sufrí mucho en ese viaje, aunque en Argel las cosas me fueron mejor. Por lo menos los primeros meses. Encontré gente amable que me dio trabajo. Primero de ayudante de cocina y luego de jardinero. Yo estaba a gusto, pero a los cinco meses de estar en la ciudad me detuvieron por no tener papeles y me llevaron a una prisión. Era la primera vez en mi vida que iba a una prisión y la primera en la que experimenté lo que era el racismo. En la cárcel no existían los derechos humanos. Nos pegaban continuamente y sin motivo y nos alimentaban de pan y leche. La cárcel era un viejo edificio que tenía un patio y ahí era donde nos tenían. Éramos como quinientas personas –hombres, mujeres y niños– que dormíamos en el suelo, nunca nos duchábamos y teníamos mucha hambre. También allí estábamos como sardinas en lata. Nos pasábamos el día hablando porque no se podía hacer otra cosa. Y cuando me deprimía me ponía a rezar. De Argelia nos expulsaron. Nos llevaron en camiones, de nuevo, hacinados, con calor y mucho sol hasta el desierto, en la frontera con Mali. Nos abandonaron frente a una canalización
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EL HERALDO que no tenía agua. Serían las tres de la tarde. En el desierto solo hay arena, sol y ningún árbol. Entre los que nos habían expulsado había gente que ya había pasado por esto y fueron los que nos guiaron por el desierto. Tienes que estar muy pendiente de que no te roben las bandas que hay por allí. Para poder mantenernos con vida comprábamos agua a los traficantes del desierto que pasan en sus camiones y te la venden. Aquel era un lugar en el que Dios no existía. Fue en esta travesía la primera vez que vi a compañeros morir sin que pudiera auxiliarlos. Murieron Alín, de Camerún, y Víctor, Pius y Aminata, de Níger. Se murieron por el hambre y la sed. Y no pude hacer nada. También, fue la primera vez –desde que había dejado Ngaounderé– que lloré. Para enterrarlos hicimos un hueco con nuestras manos porque no teníamos nada con qué hacerlo, y rezamos. Después, pasé semanas sin poder dormir acordándome de ellos muertos, allí solos en el desierto. Yo también rezaba.
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de Oujda a Gorgo lo hicimos a pie. Tardamos veinte días. Fuimos con guías que sabían dónde dirigirse. No había horas para dormir o caminar. El día se hacía como se fuera presentando. En el camino hay ladrones y hay que estar pendientes de esconderse. Hay que tener mucho cuidado. Te asaltan con cuchillos y con pistolas. La comida la íbamos comprando en pequeñas ciudades. Los guías nos llevaron hasta Gorgo, como los inmigrantes subsaharianos llamamos al Monte Gurugú, en Marruecos. Era nuestro último destino antes de poder saltar la valla que nos permitiría pisar Melilla y estar, por fin, en suelo español.
El monte del horror Gorgo es el infierno. Es lo peor. Allí no vives, te pasas todo el día esperando a que llegue la policía marroquí a maltratarte y a pegarte sin piedad. Se
...alcancé a saltar hasta 10 veces la valla de Melilla sin ningún resultado bueno. Me cogían y me regresaban hasta la frontera con Argelia. Yo volvía a caminar durante 20 días de regreso”. Caminamos durante veinte días y pudimos llegar a la capital de Mali: a Bamako. P ¿Por qué una vez que estuvo ahí no se regresó a su casa? R Porque el hambre y el horror estaban atrás. Eso ya lo conocía. Para regresar a Ngaounderé me hubiera tocado pasar por lo que ya había vivido. Lo que había que hacer era seguir hacia adelante en busca de una vida mejor. En Bamako conseguí trabajo en un locutorio. La dueña me pagaba por abrirles a sus clientes cuentas en Facebook y por saber moverme bien con los ordenadores. También trabajé como vendedor callejero. Malviviendo, pude ahorrar algo de dinero. Después de cinco meses pagué para volver a Argel. Allí estuve trabajando para un francés que tenía tiendas. Me tocaba descargar materiales para sus tiendas. Cuando reuní dinero –habían pasado cuatro meses– pagué para que me llevaran a Oujda, en Marruecos. El camino
presentan de madrugada, da igual si llueve o hace un frío de muerte, si es viernes o si es lunes, con el helicóptero siempre arriba iluminándonos para que nos volvamos ratas asustadas. Llegan, nos queman las chabolas que hemos construido con cartón, nos gritan, nos pegan y nos arrastran a los calabozos y después nos expulsan de Marruecos. A los que logran coger los llevan hasta el desierto del Sahara, en la frontera con Argelia. Y ahí los dejan sin pan ni agua. La policía marroquí no conoce los derechos humanos. En Gorgo hay gente de toda África. También hay mujeres. Hay gente que lleva diez años esperando poder saltar la valla de Melilla y llegar a España. Ninguno de los que están allí quiere regresar a sus países. Para sobrevivir bajábamos hasta los contenedores de basura de los barcos que llegaban a la zona. De ahí sacábamos sobras de comida para alimentarnos, ropa, cartones y hasta los guantes que usábamos para saltar la valla. Las escaleras con las que bajábamos para saltarla las hacíamos con madera del monte y cuerda. Para
bajar por lo menos hay que llevar tres escaleras. Siempre, al menos tres escaleras. Para mantenernos informados teníamos móviles y también radio. Había quienes tenían pequeñas radios y así nos informábamos. Si había ánimo, nos poníamos a jugar un rato al fútbol. A Gorgo no solo venía la policía marroquí. También venían delincuentes que nos robaban todo lo que teníamos. Por eso había gente que no dormía. Siempre había que estar alerta. Los heridos que venían de la valla, que habían ido para intentar saltarla y no habían podido, se curaban con agua caliente, alcohol y Betadine. También, con plantas como se hace en África. Si alguno se moría lo bajábamos hasta un lugar en el que la policía marroquí lo pudiese recoger y entregarlo a su familia. Lo dejábamos y cuando ya estábamos a salvo, llamábamos a la policía. Si no tenía papeles lo enterrábamos en el monte. Desde Gorgo yo alcancé a saltar hasta 10 veces la valla de Melilla sin ningún resultado bueno. Me cogían y me regresaban hasta la frontera con Argelia. Y yo volvía a caminar durante veinte días de regreso, nuevamente, a Gorgo. Porque yo sabía lo que quería. P ¿La primera vez que fue a saltar la valla lo hizo para aprender? Digo, para saber cómo debía hacerlo para que las cuchillas no le hiciesen daño. R No. Siempre que bajé hasta la valla lo hice pensando en saltarla. Desde Gorgo hasta la valla hay varios kilómetros de camino. Nadie baja pensando en probar. Todos bajábamos pensando en que la saltaríamos. En febrero de 2004 volví a intentarlo. Me puse una camisa y un pantalón en buen estado, y encima de estos me puse otra ropa más dañada. Escondí bien los 20 euros que me quedaban y me fui con otros a saltar la valla. Sabía que debíamos bajar muy atentos a que no nos asaltaran y nos quitaran todo. El dinero, la ropa, todo. Ya me había pasado una vez, y me había tenido que devolver a Gorgo completamente desnudo. Ese día lo logré. Salté y salí corriendo a refugiarme en un monte cercano, a esperar la oportunidad de poder llegar hasta la comisaría. En total, había estado en Gorgo un año y tres meses. Cuando iba cayendo la noche salía del monte y me acercaba a la ciudad a comprar cosas para comer. También, aproveché para llamar a un amigo de Ngaounderé, un vecino de mi barrio que estaba en un centro de acogida de menores de Melilla. La tarde en que decidí presentarme a la comisaría, me puse de acuerdo con él para que me acompañara. Él se las arregló para salir del centro y acompañarme hasta la comisaría. Yo iba vestido con la ropa buena
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trabajos y con lo que ganaba no podía hacerlo. Tenía que pagarme mis cosas en Madrid y no me quedaba mucho. P Una vez que tuvo papeles en regla, ¿viajó a Camerún? R Sí. Fui a visitar. P ¿Y cómo lo recibieron? Usted había realizado una proeza. R Me recibieron bien. Nada especial.
Un inmigrante recibe ayuda sanitaria ante la Jefatura Superior de Policía de Melilla, territorio español. En su mayoría los inmigrantes sueñan con llegar a Madrid./ Efe
que me había puesto debajo el día en que salté. Mi amigo –que era un menor– se presentó con una bicicleta. Me dijo que fuese yo en la bicicleta y él iba andando a mi lado. En la comisaría me tomaron mis datos y me dijeron que esperara afuera a que viniera la Guardia Civil para llevarme al centro de acogida, pero yo no quise salir. Temía que me fueran a entregar a la policía marroquí. Por fortuna, no fue así. Me llevaron al Centro de Acogida para Inmigrantes de Melilla y me abrieron un proceso de expulsión del país. A través de una ONG conseguí una abogada que apeló mi proceso de expulsión. Entonces, España no tenía ningún tratado con Camerún sobre expulsión. Pasado un año, un día la policía española se presentó al centro y me llamaron ante ellos. Me dijeron: “Bueno, ¿y adónde es que quieres ir tú?”, y yo dije: “A Madrid”, porque allí tenía unos amigos. Me dieron el billete del autobús y me fui. Era el año 2005. Estaba contento.
La vida en el paraíso El primer trabajo que tuve en Madrid fue cuidando niños. Cuidaba medio tiempo en una casa y el otro medio en otra. Gracias a esto pude tener un sueldo y mi primer permiso de trabajo.
Después me salió una oportunidad con SCR y dejé a las familias y me fui a trabajar en esa empresa de construcción. Me enseñaron a manejar la máquina de pilotes y en eso trabajé. Empecé ganando 900 euros y al poco tiempo comenzaron a bajármelo. Cuando me salí, dos años después, ya me lo habían bajado a 700, aunque realmente era menos. Ellos me mandaban fuera de Madrid a trabajar con la máquina y yo tenía que pagar mis desplazamientos. P ¿Cuánto dinero necesitaba su familia en Camerún para vivir al mes? R Unos 200 euros. P ¿Le quedaba dinero para enviarles esa suma? R Nunca pude mandarles 200 euros. Como mucho unos 100. Primero, porque con un amigo me metí a comprar un piso en Getafe. Un banco nos dio un crédito para comprar un piso de 60 metros. Era un cuarto sin ascensor, en un viejo edificio, y nos había costado 232 mil euros. A los pocos meses el Euribor había subido y la cuota había pasado de 1 mil a 1.500 euros al mes. Tuvimos que devolverlo al banco. Después, tampoco pude mandar gran cosa. Tuve otros
P Mucha gente cuando sale de su país cuenta que las cosas le van mejor de lo que les va. O, simplemente, se inventan historias muy alejadas de la realidad. ¿Usted qué contaba? R La verdad. De que tenía un trabajo, pero nada más. Bueno, sí había cosas que contaba. Como que en España cuando llegas a cualquier sitio tienes que ponerte a la cola y esperar tu turno. Seas blanco o negro, rico o pobre. En Camerún, usted que es blanca, no haría cola. P Después de la constructora, ¿qué otros trabajos tuvo? R Fui ayudante de cocina en un restaurante. Ese ha sido el trabajo en el que me sentí mejor. No ganaba mucho, pero me sentía bien. Y después, hasta el 2009 varios trabajos como descargando o haciendo paquetes. Todos a través de empresas temporales y todos con poco sueldo. En el 2010, después de haber estado dos meses en Camerún por motivos de salud de mi madre, ya no volví a encontrar trabajo. Después vino lo de que me pillaron conduciendo sin carné y no me renovaron el permiso de trabajo. Ya pagué la multa y presté el servicio a la comunidad, así que llevo casi cuatro años esperando a que me renueven mi permiso de trabajo. P R
¿Y de qué vive? De la ayuda de amigos de Francia.
P ¿Cuánto tiempo más piensa esperar a que le den esos papeles? Ahora tiene un hijo por el que velar. R Ese permiso tiene que salir. Yo no puedo regresar a Camerún.
¿Por qué? Porque sería una deshonra. Si me hubiera podido construir una casa allá y quisiera regresar, sí. Pero, no sin nada. No sería bien recibido por mi familia y mis amigos. Además, ya llevo diez años en España. Me gusta esto. Me encanta ir a la Puerta del Sol y ver gente de muchas partes del mundo. Yo ya no me acuerdo de muchas cosas de Camerún. P
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Recuerdos de jugadores, periodistas y seguidores del conjunto Tiburón cuando el segundo día de las carnestolendas inundaba el estadio Romelio Martínez.
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Junior y carnaval, “qué vaina tan legal”
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Por José Deyongh Salzedo
Nelson Silva Pacheco, en la gramilla del Romelio Martínez en el año 1973 cuando María Moñito usaba peluca.
l Junior y el carnaval viven en las entrañas del pueblo. La última vez que el equipo de fútbol barranquillero jugó un domingo de carnaval en el viejo estadio de la 72, esa música pegajosa, que juega con la brisa para esconderse en los rincones de la ciudad, se apagó también para llevarse y esconder para siempre una jornada salpicada de fútbol y de esa fantasía convertida hoy en escenario universal de la humanidad. El carnaval es un patrimonio untado en la piel del barranquillero, como lo es también su adorado equipo Junior, por eso alguien dijo que era la amante de la ciudad, pues la fragancia de los amores furtivos era el perfume que la arropaba. La historia dice que desde la segunda participación de Junior en el rentado profesional, por allá en el año 1966, la fiesta en el Romelio Martínez el domingo de carnaval se convirtió en uno de los actos emblemáticos. Veremos algunas de las causas que determinaron que ese domingo de carnaval untado del aroma del fútbol dejara de existir.
Se concentraban en el hotel Esperia, de Puerto Colombia El balneario de Puerto Colombia en la década de los años 60 y 70 era considerado el sitio turístico por excelencia, y el hotel Esperia, hoy en desuso, un lugar de privilegio donde se presentaban los mejores espectáculos de
La representante de Venezuela en el Carnaval Internacional de Barranquilla 1969 haciendo el saque de honor.
la época. En ese hotel el Junior se concentraba cuando le tocaba alejarse del mundanal ruido de esos cuatros días de festejos. Carlos Papi Peña, jubilado por la institución futbolística, y quien militó en ella desde el año de 1966 hasta 1992, dice que los partidos jugados en esa fecha de carnaval estaban revestidos de esa magia y alegría inusitada propia del carnaval. “Yo participé en muchos partidos de esos donde la maicena en las gradas convertían las tribunas en un polvorín acompañado de esa música inigualable que hacía del instante una fiesta sin precedente. Los disfraces entraban a la cancha, la reina hacía el saque de honor y, al árbitro le echaban maicena, como le ocurrió a Mario Canessa”. De ese tiempo vistiendo la casaca rojiblanca, el equipo del año de 1966, conformado por Hermenegildo Segrera, Calixto Avena, Walberto Maya, Joaquín Pardo, Antonio Rada, entre otros, y una banda de brasileños donde descollaban Dida, Oton Valentin, Othon Alberto D’Cunha y Paulo César Lima, por ese carácter revestido de samba, la fiesta para ellos tenía destellos de música folclórica. El Conejo Escurinho, un brasileño que hizo parte de esa camada de jugadores, aparece en la foto de este reportaje tratando de bailar cumbia con la reina del momento, refleja la sabrosura de ese día. “No recuerdo cuál fue ese último juego del domingo de carnaval, quienes hicimos parte de esa fiesta original, pensamos que nunca debió acabarse”, ese juego hizo parte de la esencia misma de esos cuatros días de jolgorio, que en
21 ese entonces eran otra cosa”.
El cumbiódromo de la Vía 40 acabó con la tradición De los entendidos en la materia y quienes vivieron esa época donde el carnaval del domingo terminaba en la calle 72 después del partido en referencia, Ahmed Aguirre, veterano periodista, puede dar testimonio. A su juicio, las causas de la desaparición de ese juego obedecen a varias causas, entre ellas, al desalojo forzado del Romelio y la comercialización del carnaval en la Vía 40. “Quienes tuvimos la suerte de vivir ese domingo enmaicenado, recordamos que la Gran Parada de ese entonces terminaba en la pista del estadio, después de hacer su recorrido por la carrera 44. No recuerdo exactamente cuándo fue la fecha en que Junior dejó de jugar domingo de carnaval en Barranquilla. A partir de 1966, cuando el equipo regresó a la competencia profesional, el propio club solicitaba a la Dimayor elaborar el calendario de competencia de tal manera que el domingo de carnaval tuviera programación en Barranquilla. Por eso era una verdadera fiesta la que se vivía aquellos domingos. Eran los tiempos en que la Batalla de Flores del sábado de carnaval y la Gran Parada del domingo se desarrollaban por la carrera 43 ( 20 de Julio). El público vivía con pasión el fútbol del Junior. Tanto así que aunque el carnaval era y sigue siendo una verdadera fiesta de felicidad, solo el Junior superaba esa felicidad. El público, en grupos familiares, de amigos o de conocidos, se programaba para ir al estadio bien temprano (desde el mediodía) a gozar el
fútbol con carnaval. Entonces aparecían los disfraces de marimonda, monocuco, garabatos, sonaban los tambores y trompetas y las guacharacas, las maracas y el millo. Y aparecían en las gradas del vetusto de la 72 la Cumbiamba Soledeña y se bailaba sin cansancio. El aficionado enmaicenado, amanecido o lleno de colores en su rostro refrescaba el acalorado ambiente de su cuerpo con cerveza y ron mientras llegaba la hora del partido. Y aunque la felicidad y el goce del entorno con música estridente hacían estremecer el cuerpo de alegría, el hincha brincaba y gritaba con cada pase y gambeta. Y la máxima expresión parecía llegar al éxtasis si se anotaba un gol del Junior. La gente juniorista, que es decir la gente barranquillera, prefería indudablemente gozar del fútbol en el estadio Romelio Martínez, para luego, al término del juego, irse a la Avenida 20 de Julio a presenciar los últimos rasgos del desfile de la Gran Parada. O simplemente, terminado el partido, se iba a su casa a reposar un poco, a darse un baño y seguir en la noche la rumba de casetas y verbenas. De aquella fiesta carnavalera en el estadio no se salvaban ni
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El Conejo Escurinho, del Junior, tratando de seguirle el paso a una cumbiambera.
Ni el árbitro Mario Canessa ni sus auxiliares, uno de ellos Julio Quiroz, escaparon a la enmaicenada antes de iniciarse el partido del Junior en el Estadio Municipal Romelio Martínez, en 1969.
los árbitros. Embadurnados de maicena mostraban un toque especial del blanco con el negro de la vestimenta. Mario Canessa, Chato Velásquez, José Joaquín Torres o cualquiera que fuera el árbitro, aceptaba y se divertía también en aquellos momentos. Ellos tampoco escapaban a la maicena.
No estoy seguro, pero creo que los últimos partidos del Junior en domingo de carnaval en Barranquilla no fueron más allá de los 90. Varias razones o motivos para ello: la lejanía del nuevo Estadio (Metropolitano Roberto Meléndez), el traslado de la Gran Parada de la Avenida 20 de Julio a la Vía 40 y quizás el poco entusiasmo del público por un equipo que de verdad hiciera hervir de entusiasmo disminuían el interés de la hinchada. Entonces, los directivos del club entendieron que era preferible cambiar de estrategia ya que el goce del carnaval, contrario a años anteriores, superaba la pasión por el equipo. Y antes de comprometer las taquillas, era preferible pedir a la Dimayor la no programación de juegos en esa fecha para Barranquilla”.
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Un legado de carnaval El sentido de pertenencia de ese grupo de jugadores que hicieron parte de esa década marcaron las páginas de la institución para convertirlos en jugadores históricos, de esos que al sonido del tambor y gaita en época de carnaval bailaron, aunque el tiempo con sus almanaques diga ahora otra cosa. Un día sin proponérselo, en fiesta de cumpleaños de Fernando Fiorillo, otro excelso jugador de esa época, brillante con la pelota, nació la idea de que ese grupo de jugadores, comandados por Gabriel Berdugo, Dulio Miranda, Jesús Toto Rubio y Carlos Peña, constituidos en una cofradía donde albergaban a otros jugadores de la época, debían rendirle homenaje a esa fecha con un baile el domingo de carnaval. Carlos Ricardo, empleado de la institución tiburona,
Carlos Ricardo, empleado de la institución tiburona, anecdótico por naturaleza y sensible con las letras, le colocó el nombre para dejarlo para la posteridad: “Junior en carnaval, qué vaina tan legal”.
El público en las tribunas enmaicenado. El equipo Huracán de Argentina en un partido amistoso, un domingo de carnaval en el Romelio Martínez.
22 anecdótico por naturaleza y sensible con las letras, le colocó el nombre para dejarlo para la posteridad: “Junior en carnaval, que vaina tan legal”. Él recuerda la Gran Parada por la calle 72, desfile que terminaba en la pista atlética del estadio. Junior y carnaval se fusionaban como un fenómeno sociológico que está marcado en el pueblo barranquillero y del Caribe, me dice, y agrega que el tiempo pasó sin darnos cuenta, que no se sabe quién cambió las rutas, el ambiente lo enraizaron unos pocos, y se perdió esa combinación de sano goce, no volviéndose a encontrar el carnaval con su llave el Junior. Luego, el traslado al Metropolitano Roberto Meléndez no generó movimiento alguno para reunir escenas de las dos grandes pasiones que hacen feliz al pueblo currambero.
¿Se podría jugar hoy un domingo de carnaval? La pregunta se la he hecho a entendidos en la materia, a periodistas, jugadores, directivos y gente del común, y la respuesta ha sido la misma: “muy difícil porque los tiempos han cambiado, y los escenarios ya no son los mismos”. A ese cambio fundamental en costumbres hay que atribuirle que en esa gramilla se realizan actos oficiales del certamen carnestoléndico y que las condiciones técnicas de la cancha no favorecen encuentros futbolísticos profesionales. De todas maneras, en los últimos tiempos no hay nada más legal que un sábado o domingo futbolero en medio del desfile carnestoléndico cuando la muchedumbre grita: “gooool ... Junior... Junior...” porque Junior y el carnaval viven en las entrañas del pueblo.
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Texto: Sigifredo Eusse. Fotos: David Britton
Derroche gestual
El carnaval es un solo cuerpo de ciudad que se regocija a sí mismo y erupciona en una desaforada metástasis de gestual derroche. En cuatro días de exaltación y plenitud vive, goza y agota todos sus ciclos vitales. Con esta galería de fotos del realizador visual David Britton ensayamos descifrar esa nerviosa trama secreta que hermana en un solo cuerpo de pulsiones a los mil y un gestos del carnaval.
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