REVISTA # 1581
23.03.2014 LA REVISTA DOMINICAL DE
EL HERALDO
ISSN 2357-3171
EN TIERRABOMBA
A LA ESPERA DE UNA PROMESA
La convención de Yakarta |3 ‘Los suspirantes 2014’ |8 ¿De qué color es la soledad? |16
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Intervalo doloroso
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IMAGEN DE FICBAQ 2014
Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor. Quien me diera ser un niño poniendo barcos de papel en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra verde en los reflejos sombríos del agua. Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, yo no la puedo tocar. ¿Razonar mi tristeza? ¿Para qué si el raciocinio es un esfuerzo? y quien está triste no puede esforzarse. Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la vida de los que yo tanto querría abdicar. Abdicar es un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme. ¡Cuántas veces me aflige no ser el accionador de aquel coche, el conductor de aquel tren! ¡cualquier banal, otro supuesto cuya vida, por no ser mía, deliciosamente me penetra para que yo la quiera y se me finge ajena! Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa. La noción de la vida como un todo no me aplastaría los hombros del pensamiento. Mis sueños son un refugio estúpido, como un paraguas contra un rayo. Soy tan inerte, tan pobrecito, tan falto de gestos y de actos. Por más que por mí me interne, todos los atajos de mi sueño van a dar a claridades de angustia. Incluyo yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en los que el sueño me huye. Entonces las cosas me parecen nítidas. Se desvanece la neblina en la que me cerco. Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma. Todas las durezas miradas me duele saberlas durezas. Todos los pesos visibles de objetos me pesan por dentro del alma. La vida es como si me golpeasen con ella. Fernando Pessoa (Portugal, 1888–1935)
En esta Latitud
El Festival Internacional de Cine de Barranquilla, Ficbaq, que está en marcha, la poesía con su Día Mundial, que se celebra cada 21 de marzo, desde 1999, y el lanzamiento esta semana en Barranquilla del libro de cuentos ‘Miss Blues 104°’, de Jaime Cabrera González, son algunos temas de órbita cultural que les ofrece en esta edición Latitud, la Revista Dominical de EL HERALDO, así como otros tópicos de actualidad: los candidatos que aspiran a la Presidencia de la República, bajo el agudo análisis de varios periodistas, entre ellos Óscar Montes, y la alerta de la isla de Tierrabomba, en Cartagena, con fotografías de Charlie Cordero.
LATITUD, LA REVISTA LATITUD, DOMINICAL LA REVISTA DE DOMINICAL EL HERALDO DE # EL 1581 HERALDO # 119 Director Consejero
Juan B. Fernández Renowitzky Presidente
Francisco Posada Carbó Director
Marco Schwartz Rodacki Gerente
Elaine Abuchaibe Auad Jefe de Redacción
Rosario Borrero
Escriben en este número
Adriano Guerra Andrés Salcedo Charlie Cordero Claudia Rosenow Deyana Acosta Madiedo Fadir Delgado Hernando De la Rosa Anaya John Better Jorge Simán Abufele Julio Lara Bejarano Óscar Montes Thierry Ways Director de Arte
Fabián Cárdenas
Los escritos de los colaboradores y columnistas solo comprometen a quienes los firman.
Diseño Gráfico
Hernán Herrera B.
Edición, Selección de Textos e Imágenes
Martha Guarín R.
martha.guarin@elheraldo.co Imágenes: Ap, Efe, Archivo EL HERALDO, Archivo Histórico del Atlántico, archivos particulares, Jesús Rico, Schutterstock. Cortesías: Editorial Planeta (Revista Semana), Ficbaq. Kinesis. Portada: ‘A la espera, en Tierrabomba’. Fotografía de Charlie Cordero. Contraportada: Omar Figueroa Turcios
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Asesinos dramatizan sus propios crímenes, actuando en los papeles de víctima y victimarios, de acuerdo a un guión escrito por ellos mismos. Los sucesos, reales, en Indonesia son parte de la historia, pero también de ‘The Act of Killing’, documental nominado en los recientes premios Óscar. Hace parte de la muestra del Festival Internacional de Cine que se realiza en estos momentos en Barranquilla.
Yakarta La Convención de
H
Por Thierry Ways
ay dos momentos en los que Anwar Congo, el protagonista del documental The Act of Killing, parece estar a punto de vomitar. El primero es cuando Herman, su compañero de un grupo paramilitar indonesio en la década del 60 –que para la escena está disfrazado de
mujer– intenta hacerle comer su hígado y su pene. Anwar está tapado hasta el cuello, para que parezca decapitado, y Herman saca de un maniquí ensangrentado, que hace las veces de su cuerpo, los órganos de utilería que trata de meterle en la boca. La cabeza de Anwar aprieta los labios para
impedirlo, luchando contra una regurgitación que sube desde algún esófago imaginario, pues el de él ha sido cortado. El segundo es en una de las últimas escenas de la película, en la que Anwar, ya no como actor sino presumiblemente como él mismo, repasa su método preferido para cometer
asesinatos. Con una cuerda metálica se logra asfixiar a la víctima sin derramar sangre. Esto es fundamental, pues, como ya nos ha explicado antes, la sangre huele mal y es difícil de quitar de la ropa blanca, por eso también es mejor usar pantalones oscuros para matar. Por un momento
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EL HERALDO parece perder la tranquilidad que lo caracteriza, la náusea lo dobla y tiene que buscar apoyo en un muro para vomitar de espaldas al lente. Pese a que esta vez no lo está tratando de contener, el vómito se niega a salir y todo queda en unas arcadas secas y repugnantes que serán el último recuerdo que nos quedará del personaje. Joshua Oppenheimer, el director de The Act of Killing, película que hace parte de la programación en la segunda edición del Festival Internacional de Cine de Barranquilla, aseguró en una entrevista que la segunda náusea era real. Pero es difícil estar seguro. La cinta de Oppenheimer, tremenda y desconcertante, surrealista pero anclada en la más terrible realidad, es una de las más extrañas de los últimos tiempos. En ella, matones hacen recreaciones ficticias, en el estilo de un cabaré macabro, de crímenes reales cometidos 40 años antes. Paramilitares curtidos se maquillan ante un espejo para mostrarle al mundo, por medio del cine, cómo asesinaban y torturaban. Una secuencia onírica dramatiza una justificación extravagante de sus crímenes: “Gracias por ejecutarme y hacerme ir al cielo”, le dice una víctima a su asesino, y le pone una medalla. La primera reacción es de incredulidad de que semejante film hubiera podido ser rodado. Pero todo es real: los crímenes, históricamente, sucedieron. Y ahora quienes los cometieron quisieran transformarlos en arte. En la narración cinematográfica que los matones hacen de sus delitos no encontraremos, por supuesto, la verdad documental, periodística, que solemos esperar de este tipo de obras. Lo que sí encontraremos es una mirada al centro del corazón de las tinieblas. En Indonesia, entre 1965 y
1966, miles de personas fueron exterminadas por el régimen que hoy sigue en el poder y sus aliados paramilitares, las Juventudes Pancasila. Bajo la excusa de la erradicación del comunismo, hombres y mujeres, niños y niñas, fueron empalados, mutilados, decapitados, quemados, violados y arrojados a ríos o fosas comunes. No se conoce la cifra real de muertos, pero se estima que fueron entre 500.000 y 2.000.000. De esas personas, unas 1.000 murieron a manos de Anwar Congo. En 2003 Oppenheimer estaba tratando de obtener testimonios de familiares y sobrevivientes de las masacres, pero se topaba con la barrera del miedo. Las mismas milicias que décadas atrás habían torturado y asesinado a sus seres queridos aún patrullan sus pueblos, con el conocimiento y apoyo político del gobierno. Cuando Oppenheimer estaba por tirar la toalla uno de esos sobrevivientes le dijo: “Antes de rendirse vaya a hablar con los asesinos. Ellos le contarán cómo mataron a nuestras familias”. El sobreviviente se quedaba corto. Oppenheimer encontró
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millones de personas es el cálculo oficial de personas que en Indonesia murieron a manos del régimen que actualmente ostenta el poder y de sus aliados paramilitares. De esa cifra, mil fueron exterminadas por Anwar Congo, el protagonista del documental ‘The Act of Killing’.
“Paramilitares curtidos de Indonesia se maquillan para mostrarle al mundo , por medio del cine, cómo asesinaban y torturaban, 40 años atrás”.
5 y entrevistó a unos 70 miembros de las Pancasila que no solo le contaron lo que habían hecho, sino que alardearon de sus hazañas y querían enseñarle dónde y cómo las habían llevado a cabo, sus métodos y procedimientos, sus innovaciones para matar mejor. Un día uno se lamentó de no haber traído un machete para mostrarle cómo se usaba. Fue entonces que Oppenheimer tuvo la idea que, según los respetadísimos cineastas Errol Morris y Werner Herzog, produjo el mejor documental de la última década: la de poner a los asesinos a dramatizar sus propios crímenes, actuando en los papeles de víctimas y victimarios, de acuerdo a un guión escrito por ellos mismos. El recurso es polémico y, aunque el film ha sido masivamente elogiado por la crítica, algunas voces han dicho que se presta para hacer una farsa ridícula y por momentos cómica de unos
crímenes atroces. Otras han dicho que la cinta no proporciona ningún contexto, que el espectador termina de verla sin entender mucho sobre el conflicto indonesio, pero sintiéndose aliviado al haber realizado algo de activismo de butaca. Un crítico acusó al film de ser una “migraña moral”. Son posiciones que no se pueden ignorar con facilidad. La cinta es incómoda de ver, por momentos pareciera ambivalente ante las atrocidades perpetradas, y aunque la escena final de las náuseas de Anwar sugiere, si no un arrepentimiento, al menos una toma de consciencia – por fugaz que sea–, siempre queda la posibilidad de que el matón, en ese instante de su supuesta contrición, estuviera simplemente actuando otra vez. Pero el film nunca justifica los actos de las Pancasila, ni rebaja en lo mínimo su culpabilidad. Aun si hay momentos en los que tal vez Anwar, por primera vez en su vida, entiende lo que hizo, la redención no está a su alcance. Después de verse en la pantalla haciendo el papel de una de sus víctimas, consternado, le dice a Oppenheimer: “¿Será que a quienes yo torturé también se sintieron así?” El director, fuera de cámara, lo corrige. Claro que no: ellos se sentían mucho peor, pues sabían que iban a morir. Las masacres de Indonesia solo admiten comparaciones con las peores matanzas del siglo XX: el holocausto nazi, el genocidio ruandés o el exterminio masivo perpetrado por los Jemeres Rojos de Cambodia. Sin embargo, el caso indonesio es mucho menos conocido que los otros, sobre todo en Occidente. Es insólito, no solo por el extravagante número de muertos, sino porque Indonesia no es un país recóndito o insignificante geopolíticamente, sino el cuarto país más poblado del
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mundo. Tiene además la mayor población islámica del planeta. Es, como Colombia, una de las civets, una de las naciones emergentes favoritas de los inversionistas. Pero, a diferencia del caso alemán, ruandés o camboyano, en Indonesia quienes ordenaron y ejecutaron las masacres ganaron la guerra. Y no solo la ganaron, sino que cincuenta años después siguen en el poder. Las Juventudes Pancasila, que fundaron Anwar y sus amigos, aún se pavonean por las aldeas de Sumatra, extorsionando comerciantes con el apoyo de caciques políticos y sirviendo de modelo para los jóvenes de la región. Indonesia ha cambiado mucho desde la época de las matanzas. Es una nación enorme y compleja que, como casi todos los países en vías de desarrollo, existe suspendida entre la precariedad y la modernidad. En ella cohabitan tecnología avanzada y barbarie. En secuencias intercaladas entre las escenas de la película que ruedan Anwar y sus matones, una familia indonesia pasea por un moderno centro comercial, iluminado con blancas luces fluorescentes, en el que se exhiben las marcas norteamericanas y los electrodomésticos coreanos que encarnan las aspiraciones de la ascendente clase media global. Madre e hija se toman selfies con el celular. El respetable padre de esta familia es Adi Zulkadry, antiguo miembro de los escuadrones de la muerte de las Pancasila. Aunque es el único en el film que reconoce que hizo mal, también es quien parece vivir más tranquilo, en un aburguesamiento sin complejos, lejos de los delirios protagónicos de Anwar. Dice que nunca se ha sentido culpable, ni ha tenido pesadillas (Anwar sí las tiene, con frecuencia, e incluye una de ellas en su película).
Para Adi los crímenes son cosa del pasado, un episodio más en una cadena de injusticias que se remonta a Caín y Abel. Cuando le preguntan qué opina sobre la Convención de Ginebra, responde que la moralidad la determinan los ganadores de las guerras. La Convención de Ginebra podrá ser la definición de moralidad hoy, pero algún día puede haber la “Convención de Yakarta”. “Soy un ganador, así que hago mi propia definición”, dice. En Indonesia durante 50 años los ganadores escribieron su definición, su historia y su ley. Aparte de ser apreciado por su valor artístico y su coraje, The Act of Killing puede servir para comenzar a revisar una de las injusticias más atroces del siglo pasado. Parece que ya está teniendo ese efecto en su país, en donde fue censurado, lo que ha aumentado, por supuesto, su difusión y exhibición clandestina. También es una obra importante para Colombia, que a menor escala, pero sin economía de crueldad, ha padecido masacres, torturas y asesinatos selectivos a manos de las fuerzas del Estado y sus aliados. El informe del Centro Nacional de Memoria Histórica calcula que el conflicto colombiano ha producido unas 220.000 muertes. Aunque menos totalitariamente que en Indonesia, acá también los asesinos, en cierto modo, ganaron: paramilitares y sus representantes lograron llegar al Congreso, y aunque algunos están presos, hoy siguen allí sus socios y familiares. Y quizá pronto recibiremos en el Congreso a otros culpables de crímenes atroces, esta vez provenientes de la guerrilla. The Act of Killing debe servir para reflexionar sobre lo que pasa cuando las víctimas se vuelven invisibles y sus victimarios se convierten en estrellas.
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Por Julio Lara Bejarano
na sala llena a reventar en un reconocido centro comercial de Cartagena y cientos de personas en completo silencio, expectantes, ansiosas, irritadas por la súbita interrupción del audio en la proyección, pero ninguna se va. No señor. Si bien es cierto que antes algunas han chiflado, gritado y se han incomodado en su puesto ante el repentino inconveniente, nadie osa levantarse y arriesgarse a truncar el desenlace de Jardín de amapolas (2012), la película de Juan Carlos Melo que, durante más de ochenta minutos, ha sabido tenderles una suerte de red espiritual, intangible y voraz; pescados en la oscuridad con el mar en proximidad, ahogados entre las montañas, parajes y personajes que les ofreció esta historia como parte de la selección Colombia 100% en el 52º Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Ficci), rondando un febrero de hace dos años. Y heme aquí, tiempo después, escribiendo sobre una película sin poderla terminar, al tiempo que comprendo –dicho sea de paso– cuál es el mejor elogio que puede recibir un cineasta cuando el azar interviene frente a la pantalla, pero su obra de arte jamás zozobra.
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“Al final le llegó la hora” Anécdota y crítica a propósito del filme ‘Jardín de amapolas’, que se verá esta semana en el Festival Internacional de Cine de Barranquilla, Ficbaq. Sin embargo, mi mejor motivación para remover el polvero de la memoria es que finalmente podré culminarla en otro certamen. Le corresponderá el honor al II Festival Internacional de Cine de Barranquilla, Ficbaq, comprendido entre el 21 y 29 de marzo en la Arenosa. Recapitulemos entonces el curioso incidente. Todo lo descrito ocurre con su propio tiempo, como en cámara lenta, con aquel ‘efecto bala’ tan lejano de este filme en
específico, restando apenas diez minutos para terminar la función. Para entonces, la relación del niño Simón y su padre, víctimas del conflicto armado en el sur del país, ya nos ha engullido, y somos testigos de su desplazamiento en búsqueda de nuevas y mejores oportunidades; conocemos a la infante Luisa y a Rufino, un pequeño y vivaz cachorro, y hemos sabido que de una flor provienen el bien y el mal, porque así lo cuentan mientras la cultivan y la cámara contempla el color y la profundidad de campo que solo el ojo de un fotógrafo consumado (Iván Quiñones) puede transmitirnos. Y justo con Melo, el director, y su equipo de trabajo presentes en la sala, sucede el impasse técnico. Podemos sentir su desesperación, percibir su angustia y asumir su decepción. Pero el buen trabajo está hecho y no podemos hacer menos que
Imagen de la película dirigida por el colombiano Juan Carlos Melo .
darle una segunda oportunidad al proyector y esperar pacientes. Calmados. No. Ansiosos estamos por concluirla. Alguien afirma (con amplio dejo de paranoia y ridiculez) que, de ser otras las circunstancias, hasta parecería una estrategia publicitaria fríamente calculada, pues en pleno punto de giro narrativo, con el suspenso al nivel máximo, ha sucedido el incidente. Nos anuncian que están intentando arreglar el problema. Retoman la proyección y nuevamente lo mismo. El silencio persiste. No hay salida, nos hablan de la posibilidad de reprogramar la función para el día siguiente, seguido de una sentida disculpa de un grupo de realizadores cuya única responsabilidad y culpa –si acaso podemos llamarlo así– es habernos secuestrado el corazón, obligándonos a acudir por segunda ocasión a una taquilla, bien sea gratuita en el último día del Ficci, o paga en el que sería su próximo estreno en carteleras colombianas. No hay remedio. Más bien, no lo hubo, pues el filme no mereció su justo espacio en la distribución comercial e, igual que Álvaro Cepeda Samudio, “todos estábamos a la espera”. Quizá el único ‘montaje’ irrefutable del que hemos sido víctimas es el de la edición, a cargo de Gabriel Baudet, cuyo trabajo apreciamos previamente en La historia del baúl rosado, y que aquí viene –con suma pertinencia– a apoyar las direcciones de fotografía y de sonido en un relato que opta por reducciones y ampliaciones visuales del plano y de los sentimientos que este provoca en el espectador, navegando desde la pícara alegría hasta el quejumbroso dolor, sedado –en el último caso– por una música que se nos antoja clásica y típica, melodiosa siempre, y nunca manipuladora. Lo cual quedaría sin piso al desconocer que el reparto actoral colocó los cimientos de un edificio que se niega rotundamente a caer, pese al inesperado sismo que han tenido que soportar unos y otros por efectos de la tecnología digital en la sala. Ahora bien, si Jardín de amapolas fuera una de aquellas películas con “más de lo mismo”, entonces lo dicho en anteriores párrafos sería inexplicable, carecería de sustento y caería en la mentira. Pero, afortunadamente para mi buena honra, hay muchos testigos a los que podría volver a toparse en Cartagena, durante otro festival, o allá en sus ciudades de origen, donde –con el tiempo– todo esto parecerá una mera curiosidad, una anécdota más en la sempiterna batalla entre lo análogo y lo digital. Para entonces, con seguridad, la discusión respecto a la obra irá más allá del soporte y el formato. Como tiene que ser. Como habrán de comprobarlo aquellos lectores curiosos que aparten su butaca en el Ficbaq. *Crítico de cine y formador de públicos. Jefe de prensa
Cinemateca del Caribe.
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JESÚS RICO
La arepa de huevo: unión de saberes
Desde 1988 se realiza el Festival de la Arepa de Huevo en el municipio atlanticense de Luruaco, con el fin de destacar la labor incansable de las luruaqueñas y los luruaqueños que se dedican a elaborar este producto típico de la gastronomía costeña, que goza de reconocimiento no solo en el paladar nacional sino también internacional. El festival, que llega este año a su XXVI versión, fue una idea del entonces alcalde Isaías Roa Montero y el señor Euclides Roa.
Puerto Colombia
Tubará
Barranquilla
Galapa
Soledad Malambo
Juan de Acosta S/grande
Baranoa
Patrimonio Cultural del Departamento del Atlántico
Polonuevo Piojó
Usiacurí
Santo Tomás Palmar de Varela
LURUACO
Sabanalarga Ponedera
Repelón Candelaria Manatí
Este producto no ha quedado detenido en el tiempo, todo lo contrario, la innovación y la adición de nuevos ingredientes como la carne de res molida y otros renuevan constantemente su sabor. Esta inventiva ha sido la consecuencia de concursos para su elaboración, aunque también es un mercado de nuevas alternativas para satisfacer a nuevas clientelas. La arepa de huevo se comercializa en muchas esquinas del Caribe colombiano y a lo largo de la vía La Cordialidad, que cruza el casco urbano del municipio de Luruaco, así como en Lomita Arena, en la ruta a Cartagena.
POR ADRIANO GUERRA Y DEYANA ACOSTA MADIEDO
Archivo Histórico Secretaría Departamental de Cultura
Santa Lucía
Campo de la Cruz
Suan
La tradición gastronómica de la arepa de huevo redunda no solo a nivel cultural gastronómico sino también en el estilo de vida de muchas familias. Su elaboración diaria permite el sustento económico de amplios núcleos urbanos y rurales toda vez que por su sabor y su precio es un producto que se puede consumir durante todo el día.
El municipio de Luruaco –que se encuentra en el centro de la carretera La Cordialidad, que une a Barranquilla con Cartagena– ha tomado relevancia cultural en razón a la preparación de la arepa de huevo, en cuyo proceso de elaboración confluyen claramente las vertientes indígena, africana y europea. Los indígenas colocaron la experiencia en el proceso de cultivo y molienda del maíz, mientras que los africanos aportaron la forma de cocción a través de las frituras, al tiempo que los europeos sumaron la cría de aves y el uso del huevo de gallina en su alimentación. Esta larga tradición de saberes se transforma en las manos expertas de las mujeres de Luruaco, que los integran en un producto que es sí mismo es sabor, color, olor e historia. Un sincretismo gastronómico de culturas milenarias que se integraron en América hace ya más de 500 años.
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Lo que no se sabe de los precandidatos a la Presidencia Óscar Montes, ex jefe de redacción y columnista de EL HERALDO, tuvo a su cargo el perfil de Juan Manuel Santos en el libro ‘Los suspirantes 2014’. Ofrecemos un adelanto de su análisis. CAPÍTULO 1
Juan Manuel Santos: todo por el poder
E
sa mañana del 3 de mayo de 2010 el candidato presidencial Juan Manuel Santos Calderón lucía particularmente nervioso, algo que llamó la atención de sus colaboradores, pero sobre todo de sus familiares y amigos más cercanos, quienes han aprendido a lidiar con la frialdad que lo caracteriza, aun en los momentos más adversos. Santos es un hombre que sabe controlar muy bien sus estados de ánimo y es mucho más racional que emocional, como buen Leo. No obstante, no era ese el hombre que sus amigos y familiares tenían frente a sus ojos. Su esposa, María Clemencia Rodríguez, Tutina para sus amigos, y sus hijos, Martín, María Antonia y Esteban, advirtieron en su mirada un poco de angustia por el difícil momento que atravesaba la campaña presidencial a la que varios expertos le anunciaban un pronto naufragio. Juan Manuel Santos como candidato tiene dos graves problemas: no tiene carisma y tampoco es buen comunicador. Esa frase la escuché muchas veces en plena campaña por la Presidencia, de labios de
encuestadores y expertos en marketing electoral, quienes le auguraban poco éxito a la campaña oficialista de Santos. Por cuenta de su falta de carisma y de una mala estrategia para comunicar su mensaje, Juan Manuel Santos estaba arriesgando la Presidencia de la República, el sueño más importante de su vida y la tarea para la que se había preparado con esmero y disciplina desde muy joven. Su peculiar tartamudez, que lo acompaña desde su infancia y que prácticamente había sido desterrada gracias a una rutina diaria de ejercicios de vocalización que se impuso tiempo atrás, reapareció ese día con mayor intensidad, hasta el punto que quienes estaban a su alrededor debían hacer grandes esfuerzos para entender con claridad sus palabras. Cuando llegó a la sala de prensa, que había sido acondicionada por su equipo de campaña para la ocasión, tomó el micrófono con firmeza, y sin mayores preámbulos anunció: “He tomado la decisión de hacer cambios fundamentales en mi equipo de asesores y a partir de este momento queda al frente de la dirección de comunicaciones el señor J. J. Rendón”. Pocos minutos después abandonó la sala de prensa y se dirigió a su despacho, ante la perplejidad de varios de sus asesores, entre ellos algunos del equipo de comunicaciones,
que solo en ese momento se enteraron de los drásticos cambios realizados por el candidato presidencial. Aunque era un secreto a voces que las cosas en la campaña
oficialista no marchaban bien y que el candidato no estaba conforme con los resultados obtenidos hasta ese momento, lo que más llamó la atención fue el hecho de que semejante
9 Como un examen riguroso a la carrera política, la vida privada y las propuestas de quienes aspiran a la silla presidencial de Colombia del 2014 al 2018 califica la Editorial Planeta la participación de cinco periodistas en el libro ‘Los suspirantes 2014’. Sus autores son María Alejandra Villamizar, María Paulina Ortiz, Alejandra de Vengoechea, Óscar Montes y Edulfo Peña. Con prólogo de Mauricio Vargas, la publicación busca que los electores conozcan a fondo a los candidatos.
golpe de timón se produjera a escasos 27 días de la primera vuelta presidencial. Hubo quienes, inclusive, calificaron la audaz decisión como un suicidio político o –en el
mejor de los casos– un acto desesperado. Ni lo uno ni lo otro. Los hechos demostrarían poco tiempo después que la decisión fue correcta. El controvertido
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asesor venezolano J. J. Rendón tuvo la capacidad de darle el vuelco que la campaña necesitaba para derrotar a los otros candidatos, especialmente a Antanas Mockus, considerado el rival a vencer, quien mostraba cada día un extraordinario crecimiento en las encuestas. J. J. Rendón le dio a la campaña de Santos lo que Santos quería: agresividad extrema y arremeter con todo. Con la llegada de Rendón empezaron a llover golpes constantes al hígado de los demás candidatos, comenzando por el exalcalde Mockus, quien habría de sufrir en carne propia la intensidad de los ataques diseñados por Rendón y ejecutados por Santos. Hasta el mismísimo presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, se sumó a esa causa y sin ningún rubor se puso la camiseta del candidato de sus preferencias, algo de lo que meses después se arrepentiría. El llamado “rey de la rumorología” hizo honor a su remoquete y desde las filas del candidato Santos empezó a bombardear de forma inclemente al aspirante favorito en las encuestas, quien, ante la agresión inclemente y desbordada, comenzó a lucir dubitativo, nervioso y hasta temeroso. El presidente Uribe, que debía ser prenda de garantía de todos los aspirantes a sucederlo y cuya popularidad alcanzaba cifras superiores al 90 % de aprobación por parte de los colombianos, no ahorró esfuerzos en sus ataques a quien consideraba su peor enemigo político. “Me parece grave –declaró Uribe en plena campaña– que cuando algunos en el país dejaron crecer la guerrilla y el paramilitarismo, hoy se presenten como los honestos en contra de la corrupción y la politiquería”.
La declaración del Jefe del Estado apuntaba directamente a la yugular de Mockus, a quien le pasaba la cuenta de cobro por el ataque con morteros que sufrió la Casa de Nariño el 7 de agosto de 2002 durante su posesión por primera vez como presidente, siendo alcalde de Bogotá quien ahora figuraba como la principal amenaza electoral de su pupilo político. En su afán por descalificar a Mockus, Uribe llegó a llamarlo “caballo discapacitado”, en clara alusión a la enfermedad de Párkinson que le había sido diagnosticada recientemente y que fue puesta en evidencia por empleados de la campaña de Santos, quienes se encargaron de hacer circular la versión por los distintos medios de comunicación de Bogotá. Ante el aluvión de rumores, el propio Mockus debió salir a reconocer que padecía el mal. De la mano de Rendón –y con la anuencia del candidato Santos y el presidente Uribe–, la campaña presidencial entró de lleno en el terreno de la ‘rumorología’ y de los ataques aleves, campo en el que el estratega venezolano se mueve con propiedad. La agresiva estrategia diseñada por J. J. Rendón, aunque criticada por los contrincantes del candidato oficialista, puso fin a la paridad que mostraban las encuestas y le rompió el espinazo a la tendencia electoral que daba como ganador a Mockus, por encima de Santos, Germán Vargas Lleras, Noemí Sanín y Gustavo Petro, los otros candidatos. Pero J. J. Rendón no solo se dedicó a ensuciar la campaña electoral con conjeturas y chismes sobre los demás aspirantes. Dentro de su nueva estrategia borró el color naranja de toda la papelería que identificaba la campaña de Santos, puso a Uribe en el centro de la foto y mandó al candidato a un segundo plano, todo lo contrario a lo que hasta ese momento habían hecho sus estrategas, muchos de los cuales provenían de la Casa de Nariño. Por recomendación expresa de J. J. Rendón, Santos comenzó a mostrarse más uribista que el propio Uribe y empezó a mostrar la faceta del alumno aplicado en lugar de la del alumno aventajado, que era con la que mejor se sentía. Rendón convenció a Santos de lo que parecía imposible: que en la campaña presidencial el importante era Uribe y no él, algo que, al comienzo, le produjo malestar, teniendo en cuenta sus muy bajos niveles de humildad y modestia. Pese a esa resistencia, J. J. Rendón no cedió un milímetro en su pretensión: “Si queremos ganar, tenemos que entender que aquí el importante es Uribe”, fue la premisa que se impuso a partir de ese momento. A la postre la estrategia de Rendón funcionó y Santos ganó en las dos vueltas presidenciales. La primera el 30 de mayo, con algo más del 65 %, y la
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EL HERALDO segunda el 20 de junio, con el 69 %. En ambas derrotó a Antanas Mockus, el candidato favorito en las encuestas hasta la llegada de J. J. Rendón. En la segunda vuelta, Santos sacó nueve millones de votos, mientras Mockus obtuvo 3,5 millones. La votación de Santos ha sido la más alta obtenida por un aspirante a la Presidencia de la República en el país. El secreto del triunfo estuvo en la decisión que tomó Santos de poner al frente de su estrategia electoral al “rey de la rumorología” en América Latina. Al traerlo a sus huestes, Santos jugó la carta ganadora y silenció a quienes habían apostado por su fracaso. Uno de los más contentos con el triunfo de Santos fue Germán Chica, amigo personal de Rendón y hombre de absoluta confianza de Santos desde los tiempos en que este creó la Fundación Buen Gobierno, entidad que funciona como centro de pensamiento santista, pero, sobre todo, como plataforma política y electoral del ahora candidato presidencial a la reelección. Chica fue determinante para que Santos diera el timonazo cuando su campaña fracasaba, y se decidiera a darle vía libre a Rendón para que ejecutara su estrategia electoral. La elección de Juan Manuel Santos como el presidente número 70 en la historia republicana de Colombia fue interpretada por sus amigos y por quienes lo conocen desde sus tiempos de estudiante de Economía y Administración de Empresas de la Universidad de Kansas, Estados Unidos, de Economía y Desarrollo Económico del London School of Economics y de Administración Pública de la Universidad de Harvard, como un hecho natural, producto de su habilidad política –que lo lleva a estar siempre en el momento indicado y a la hora precisa de la toma
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EL AUTOR DEL PRIMER CAPÍTULO Óscar Montes ha sido un “amplio conocedor del mundo político nacional durante los últimos 20 años. Su sección “La Ley del Montes”, publicada los domingos en EL HERALDO y especializada en investigación y análisis políticos, goza de gran lecturabilidad. Ha sido editor general de la revista ‘Cromos’, jefe de redacción de la revista ‘Cambio’, editor político de la revista ‘Semana’ y de ‘El Espectador’, asesor editorial de ‘El Nuevo Siglo’ y redactor de ‘El Tiempo’. Coautor del libro ‘Diario íntimo de un fracaso’, de editorial Planeta. Hizo parte del equipo investigador del proceso 8.000 en ‘Semana’. Ganador del Premio Simón Bolívar”.
de las grandes decisiones– y de su disciplina académica. “A la hora de la foto, Juan Manuel siempre aparece”, me dijo un colega de gabinete de Santos en tiempos de Andrés Pastrana. Sus mejores amigos, que son bien escasos, entre ellos Felipe López Caballero, dueño de la revista Semana, y José Gabriel Ortiz, actual embajador en México, daban por hecho que tarde o temprano, Juan Manuel Santos sería presidente de Colombia. “¿Alguien duda de que Juan Manuel va a ser presidente de Colombia?” era una de las preguntas que López Caballero pronunciaba con mayor énfasis cada vez que Semana debía ocuparse de un tema relacionado con las actividades políticas de su gran amigo, con quien compartió largas jornadas en Londres, cuando ambos eran funcionarios de la Federación Colombiana de Cafeteros a mediados de los 70. Otras personas bastante allegadas a Santos, entre ellas varios políticos que se encargaron de abrirle trocha en el Partido Liberal cuando la Presidencia de la República era un sueño lejano, como Rodolfo González, Rodrigo Garavito y Eduardo Mestre Sarmiento, miembros destacados de lo que en su momento se llamó el ‘Grupo de la Contraloría’, también hicieron la misma apuesta. Los nombres de todos ellos no se volvieron a pronunciar por parte de los amigos más cercanos a Santos, debido a que todos fueron vinculados, procesados y encarcelados por cuenta del proceso 8.000, durante el gobierno de
Ernesto Samper. A la postre todos acertaron en su pronóstico respecto al futuro político de Juan Manuel Santos, como también acertó su otro amigo, también caído en desgracia, Fernando Botero Zea, a quien en más de una tertulia con vinos y tapas españolas le escuchó decir que en un país en guerra como Colombia el mejor camino para llegar a la Casa de Nariño es el Ministerio de Defensa. Paradójicamente el consejo le funcionó a Santos en tiempos de Álvaro Uribe, que lo nombró ministro de Defensa, pero no a Botero en tiempos de Ernesto Samper, pues el hijo del maestro Fernando Botero y de Gloria Zea debió abandonar el cargo, purgar cárcel durante un tiempo y luego vivir en el ostracismo en México por cuenta del proceso 8.000. En la búsqueda de la Presidencia de la República, Juan Manuel Santos encontró en El Tiempo, periódico que fuera de su familia, el mejor trampolín para alcanzar esa meta. En efecto, mientras sus
hermanos y primos veían en el diario bogotano el escenario natural para desarrollarse profesionalmente, Juan Manuel Santos sabía que se trataba del mejor medio para alcanzar la meta que se había propuesto de ser presidente. A diferencia de su hermano Enrique y de sus primos Rafael y Francisco, quienes llegaron a El Tiempo en calidad de ‘cargaladrillos’ de la redacción, hasta acceder tiempo después a puestos directivos, como la jefatura de Redacción y la codirección, Juan Manuel ingresó a El Tiempo por la puerta ancha de la subdirección en 1981, cargo al que llegó después de desempeñarse como delegado de la Federación Nacional de Cafeteros ante la Organización Internacional del Café en Londres durante nueve años, desde 1972, poco después de culminar sus estudios universitarios en Estados Unidos. Desde la subdirección de El Tiempo Juan Manuel echó línea política, hizo amigos y marcó derroteros mediante sus editoriales. En otras palabras, el diario le permitió mover los hilos del poder, que fue siempre su verdadera motivación periodística. Mientras Enrique, su hermano mayor, y sus primos Rafael y Pacho buscaban chivas y ganaban premios como periodistas, Juan Manuel cultivaba amigos que le permitieran subir a la Presidencia de la República desde la escalera de El Tiempo. Guillermo Pérez, veterano periodista y editor político de El Tiempo durante muchos años, justificaba el hecho de destacar las actividades de algunos políticos locales y nacionales por encima de las de otros con una frase que terminó por hacer carrera en sala de redacción del diario: “Don Enrique, es que él es de los amigos de Juan Manuel”, respondía Pérez, cada vez que
11 el entonces editor general del periódico –ya fallecido– y padre del hoy presidente, le increpaba por haberle dado demasiado despliegue –con foto incluida– a un político con poco renombre, a los que él llamaba con sorna “lagartos”. A diferencia de su abuelo Enrique Santos Montejo, Calibán, considerado en su momento el mejor columnista del país, y de su padre, Enrique Santos Castillo, editor general de El Tiempo durante 59 años hasta el día de su muerte, Juan Manuel Santos Calderón tiene más alma de político que de periodista; aunque narra con orgullo su paso por el diario bogotano, es evidente que sus grandes emociones no provienen de una exclusiva periodística o de la posibilidad de obtener una entrevista reveladora, sino de un triunfo electoral o de la derrota aplastante de uno de sus enemigos políticos. Ahí radica el gran parecido con su tío abuelo el expresidente liberal Eduardo Santos Montejo, presidente de Colombia entre 1938 y 1942 y dueño de El Tiempo durante varias décadas. Juan Manuel Santos hace parte de la vieja escuela de políticos con periódicos, que durante décadas marcó el derrotero del país, como los expresidentes conservadores Laureano Gómez, fundador y dueño de El Siglo, y Mariano Ospina Pérez, propietario de La República, quienes hicieron de las páginas de sus diarios sus trincheras para defenderse o atacar a sus contradictores. De manera que dada su vocación más de político que de reportero, era evidente que cuando las escalinatas de El Tiempo no fueran suficientes para alcanzar sus verdaderos propósitos, Juan Manuel Santos daría el paso que lo alejaría para siempre de la sala de redacción y lo llevaría al mundo despiadado pero
fascinante de la política, el que le apasiona en realidad. Ingresar a la política le costó el distanciamiento de su familia, empezando por su hermano Enrique y sus primos Rafael y Pacho. El primero llegó, inclusive, a afirmar en una entrevista, siendo Juan Manuel Santos ministro de César Gaviria: “Dios nos libre si él es presidente”, frase de la que se arrepintió luego de escuchar la primera alocución de su hermano como presidente, el 7 de agosto de 2010, la que calificó como “impactante, coherente e impecablemente articulada”. Juan Manuel Santos llegó a la política de la mano del presidente César Gaviria, quien lo nombró ministro de Comercio Exterior en 1991. Las malas lenguas afirman que el cabildeo por parte de Santos desde las páginas de El Tiempo y de sus amigos desde otros frentes para que se diera su nombramiento fue
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intenso, mientras que Santos y el propio Gaviria sostienen que nadie tenía mejores méritos para el cargo que el entonces subdirector del diario bogotano. Sea cual sea la versión correcta, lo cierto es que nadie mejor que Juan Manuel Santos sabe lo que vale y pesa en el país un titular de El Tiempo, mucho más si quien es objeto del mismo es el propio presidente de la República. Como miembro del gabinete de Gaviria, Santos debió padecer dos hechos que pusieron a prueba su recién estrenada piel de político: la fuga de Pablo Escobar de la cárcel de La Catedral y el tristemente célebre apagón por culpa del intenso verano que azotó el país. El primero por poco le cuesta la cabeza a su colega de gabinete Rafael Pardo, entonces ministro de Defensa, y el segundo le permitió implementar el
“La elección de Juan Manuel Santos como el presidente número 70 de Colombia ha sido considerada como un hecho natural, producto de su habilitad política y disciplina académica”.
cambio de la hora legal del país al horario del verano durante nueve meses en un intento por aminorar los efectos del racionamiento eléctrico. Al final, el agua sucia del apagón le cayó a Gaviria y el chaparrón por la fuga de Escobar lo soportó Pardo. Como ocurre con los niños que prueban la mermelada y les gusta, a Santos el mundo de la política terminó por convencerlo de que había tomado la decisión acertada cuando optó por abandonar El Tiempo, cuya Dirección, sin duda, habría ocupado de haber seguido en el diario. Al abandonar el Ministerio de Comercio Exterior en 1993, Santos le apuntó a un cargo que le permitiría tener un trato más directo con la clase política nacional: ser elegido por el Senado el último designado a la Presidencia, pues la figura desapareció para darle paso a la Vicepresidencia de la República, figura creada por la Constitución de 1991. Para acceder a dicho cargo, Santos debió partir cobijas con uno de sus amigos políticos, el dirigente antioqueño William Jaramillo, quien dada su trayectoria daba por descontada su elección. En esa oportunidad Santos se valió de la influencia de los “innombrables” –González, Garavito y Mestre–, quienes se encargaron de mover los hilos en el Senado para que él, que no tenía entonces mayor ascendencia sobre los congresistas, derrotara a Jaramillo. A esa causa se sumó otro santista incondicional, el desaparecido senador antioqueño Luis Guillermo Vélez. De manera que en su incipiente carrera política, Santos cumplió una premisa fundamental para quienes desean figurar en ese mundo: ser primero o último, pues nadie se acuerda de los demás. Él fue el primer ministro de Comercio Exterior y el último designado a la Presidencia. Entre 1995 y 1997 Santos se desempeñó como codirector del liberalismo, cargo al que renunció con la intención de presentar su precandidatura presidencial, aspiración que a la postre abandonó al no encontrar ambiente propicio para darle viabilidad a su propósito. Luego de retirarse del cargo directivo en el liberalismo, protagonizó uno de los capítulos más controvertidos en su vida como hombre público: la propuesta de realizar una Asamblea Constituyente que permitiera una salida política a la crisis que afrontaba el presidente Ernesto Samper por cuenta del proceso 8.000. Protagonistas estelares de ese episodio, como el exministro conservador Álvaro Leyva Durán, muy cercano a las Farc, sostienen que la propuesta fue ventilada por Santos ante las Farc y ante otros cuestionados personajes del país, como el desaparecido ‘zar de las esmeraldas’, Víctor Carranza, señalado de tener vínculos con grupos paramilitares en los Llanos Orientales.
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Tierrabomba: al pie del abismo
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Fotos y Texto: Carlos Cordero
ntre las calles polvorientas rodeadas de la basura usada como relleno para detener la erosión y un desfile de niños que con el uniforme de la escuela cargan pimpinas y tanques de agua para llevarlos a casa sobrevive un pueblo entre la pobreza y el abandono, aun cuando al horizonte se levantan lo que posiblemente son los edificios más lujosos del país. El contraste es evidente, los tierrabomberos sueñan con que algún día su isla pueda parecerse a lo que sus ojos ven diariamente del otro lado: Cartagena. Mientras tanto, la erosión se sigue comiendo la isla, el agua sigue llegando con sabor a óxido y las casas continúan al borde del abismo. “Como dice Tomás, el de las Sagradas Escrituras, tenemos que ver para creer, no
Cuatro calles, 70 casas, 270 personas afectadas, 500 metros de pueblo se ha tragado el mar. La construcción de nueve espolones, la solución. queremos más anuncios, ni promesas falsas”, menciona John Jairo Rodríguez, líder del colectivo para el desarrollo de la comunidad de Tierrabomba, haciendo referencia a la posición de los gobiernos distrital y departamental, que a su juicio los han dejado en el olvido durante muchos años. “Ellos reciben de uno y nunca uno puede recibir ayuda de ellos”, agrega John con voz enérgica y el ceño fruncido. Los tierrabomberos luchan diariamente por un servicio de agua y alcantarillado, por mejoras en el sistema de salud, por más profesores, por vías y, lo más importante, por la construcción de un espolón que contenga la fuerza del mar que se está “comiendo al pueblo” desde hace 5 años atrás a raíz de la construcción de los espolones en Bocagrande, que hicieron que ahora el fuerte oleaje se dirija hacia sus orillas. Todas y cada una de estas dificultades han hecho parte del
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pliego de propuestas con las que políticos han conseguido el apoyo de la isla año tras año, pero el pueblo ha despertado, y como dice a viva voz Vitelma Rodríguez, “mientras no haya mejora, no hay votos”.
La comunidad ha despertado La isla de Tierrabomba en vez de ir avanzando va para atrás, así como el agua cuando se lleva a pique las casas por la erosión causada. Las nuevas generaciones lo saben, sus antepasados creyeron en promesas, confiaron en los políticos que elegían y hoy en día se ve en sus calles –a punto de colapsar por la erosión– el resultado de la confianza brindada. “La gente está dispuesta a lo que sea, ya estamos cansados, si no se ven acciones u obras no hay nada”, expresa Jairo Perdomo, frase que se ha convertido en el lema de todos los habitantes del pueblo después del precedente del 9 de marzo. “El actual alcalde vino cuando estaba en campaña, prometió cosas, pero apenas se posesionó, no ha vuelto por acá”, manifiesta Jairo. Dicen que están dispuestos a cerrar el canal de Bocachica –por donde entran todas las embarcaciones de gran calado a la Heroica– con el apoyo de los demás pueblos que conforman la isla, en abril, si no ven el inicio de las obras por parte de la Administración local.
La ironía del agua Tierrabomba es una isla cercada por el agua y donde el líquido vital escasea. El agua potable llega en planchones oxidados, una pimpina cuesta $600 y una familia consume al día aproximadamente 6 de estas pimpinas, al mes gastarían alrededor de $108.000. “Es agua de estrato uno bajo y la pagamos como estrato 8”, manifiesta Elvis Godoy, quien hace parte del grupo de líderes para el
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Así como el mar les brinda parte de su sustento diario, también les ha quitado a los tierrabomberos más de 500 metros de tierra donde hace 5 años existían 4 calles y 70 casas, dejando un saldo aproximado de 270 personas afectadas, las cuales intentan mudarse hacia la parte más alta de la isla con lo poco que les queda, mientras sus casas, abandonadas, siguen siendo ‘devoradas’ por el fuerte oleaje. “Yo quiero mudarme, es un peligro vivir así, esto estaba bien retirado, nunca pensé que fuera a perder mi casa así”, expresa, desesperada por la situación, María Medrano, de 47 años, quien ve cómo cuarto por cuarto y metro por metro su casa desaparece. Casa que construyó junto a su esposo con los ahorros de toda su vida mientras trabajaba como aseadora en una casa de familia en Cartagena. Mientras tanto, sigue sin poder dormir, rogando por no amanecer un día sin paredes.
nacieron, sin embargo la nueva generación de tierrabomberos lucha diariamente junto a sus padres para salir adelante, guardando la esperanza de que en el futuro sus hijos tengan una terraza que no se lleve el mar y en la cual puedan jugar sin miedo. “Esto no es ni semejanza de lo que era antes, de aquí pa’llá salían cuatro calles más”, expresa Elizabeth Liñán, de 75 años, que ha vivido toda su vida en Tierrabomba y ha sido testigo del deterioro de la isla a lo largo de los años. “Si no fuera por mi sobrino de 14 años, que no para buscando las piedras, las estacas o echando la basura, ya esta casa se la hubiera tragado el mar también”, comenta Elizabeth mientras atiende a un cliente que le compra una caja de chicles en su pequeño local de madera ubicado en la terraza de su casa, desde donde ve a su sobrino jugando a ser pescador, añorando que algún día su sueño se pueda hacer realidad.
ellos levantan las pimpinas de agua que utilizarán para bañarse cada mañana. “Ojalá Tierrabomba estuviera así como Bocagrande, o mejor, una isla así como Miami, limpia”, señala Jairo Perdomo, de 56 años, quien habita en la cima de la isla, donde el paisaje no puede ser más contradictorio. Solo a 10 minutos de Tierrabomba está Bocagrande, son dos kilómetros que los separan, pero pareciera que en vez de distancia los separaran años de desarrollo. “Si hacen unas buenas playas nosotros podríamos montar nuestros restauranticos, y eso que aquí es mucho más bonito que allá”, comenta. “Esta isla aquí, haciendo edificios se vería más bonita que Miami”, añade Jairo mientras suelta una carcajada contagiosa, pero que en el fondo no es más que el reflejo de sus más preciados anhelos.
La esperanza de los niños tierrabomberos
Un sueño a dos km de distancia
Los niños no conocieron la calle principal de su pueblo, muchos de ellos ni siquiera podrán volver a la casa donde
Con cada amanecer los tierrabomberos son testigos de cómo en el horizonte se levanta un nuevo rascacielos, mientras
EL HERALDO desarrollo de la comunidad de Tierrabomba. En lo que es actualmente la calle principal del pueblo el vaivén de personas con tanques de agua parece no tener fin, el transporte del tan preciado líquido se manifiesta en todas sus formas posibles: al hombro, en carreta, en las manos, en la cabeza y lo llevan niños, adultos o personas mayores, todos marchan desde sus casas hasta los aljibes construidos artesanalmente, donde consiguen el agua gratis que les sirve para lavar y bañarse. “No es el agua más dulce, ni la más limpia, pero sirve”, remata Elvis.
Lo que el mar se llevó
Buena mar La Alcaldía de Cartagena publicó este 19 de marzo en el portal único de contratación, los prepliegos de la licitación para la construcción de un espolón con el objetivo de proteger la isla de Tierrabomba de la erosión marina de la que ha sido víctima.
Podríamos montar nuestros restauranticos, y eso, aquí es más bonito que allá (Cartagena)”.
Las demás obras que hacen parte del Plan de Emergencia de la isla de Tierrabomba –donde se incluye la construcción de nueve espolones, cinco rompeolas y un muro marginal entre los siete kilómetros de la línea costera del corregimiento insular– hacen parte del proyecto de recuperación y ordenamiento costero de la isla, que será presentado a la Ocad regional por parte de la Gobernación de Bolívar y la Alcaldía de Cartagena, con una inversión aproximada a los 27 mil millones de pesos. El primer mandatario de los cartageneros aseguró que con este proceso se evidencia el cumplimiento del compromiso, y así evitar que se presenten nuevas protestas contra las administraciones distrital y departamental. El futuro es aún incierto para este pueblo de pescadores que esperan recibir por fin la ayuda del Estado, que históricamente les ha sido tan esquiva. Sueñan con que esta vez sí les cumplan con lo que les han prometido. Los tierrabomberos están deseosos de poder sentarse en las terrazas de sus casas, de dormir tranquilos y de despertarse secos. Y como se menciona en la canción de Calle 13: Por lo que fue y por lo que pudo ser, por lo que hay, por lo que puede faltar, por lo que venga y por este instante ,¡a brindar por el aguante! A brindar por el aguante de un pueblo que sufrió, luchó y hoy espera el resultado de su lucha y la oportunidad de salir adelante.
15 […] Cada poema contiene muchos significados contrarios o dispares, a los que abarca o reconcilia sin suprimirlos. Octavio Paz
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Por Fadir Delgado Acosta *
l poema es un territorio tan soberano que se hace impenetrable hasta para quien lo escribe. Su cuerpo no puede cerrarse, la libertad es su sentido genuino. Jamás se termina. Se prolonga en los ojos del otro. Su realidad no es la que muestra, sino la que invita a ver. Su escritura es el lugar del silencio; y el silencio, según el poeta Jaime García Maffla, representa lo no dicho, pero también encarna aquello que no puede decirse. En este sentido, el poema configura un viaje a la incertidumbre: quien escribe nunca sabe qué va pasar. En su camino es posible la vida, el naufragio e incluso, la muerte del tiempo que al poeta le fue imposible nombrar. Si la mortalidad rodea al poema se debe saber que el único camino de vuelta a la vida es él. Es un territorio devastado que solo puede renacer en sí mismo. Una región-mito porque significa un regreso a la condición genuina del lenguaje, a su raíz sobrenatural y mágica. Toda metáfora es un mito pequeño, decía el filósofo italiano Giambattista Vico. El mito es imagen primigenia, y es a partir de la imagen desde donde el poema traza su camino. Ella es tan soberana como él. Es otro ser dentro del ser del poema. Se explica a partir de su propio ritmo, de su propio desafío. Entre más rompa la imagen con el tiempo subalterno, con el tiempo de los relojes, más imagen será. Por ello, su realidad puede ser inverosímil a los ojos de nuestro tiempo pero cierta al otro que no se ve. Muy bien lo recordó Gaston Bachelard: “Si una imagen ocasional no determina
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La paradoja de la poesía una provisión de imágenes aberrantes, una explosión de imágenes, no hay imaginación”. La imagen habita el poema como territorio vivo y muchas veces lo abandona y lo deja huérfano de poesía. Desde ella el autor cuestiona, se contradice, propone otra dimensión del universo, crea nuevas resonancias y, a su vez, deforma las imágenes establecidas para sobrepasar la realidad. En ese sentido la imaginación es un acto de desobediencia, es una apuesta a trasgredir lo que se ve y el orden de las cosas. La imagen poética recuerda lo ausente, lo que perdimos, el revés del mundo que habitamos. Desde la escritura el poeta desobedece todo el tiempo la realidad concreta que se le impone. Pero la poesía también lo trasgrede y lo divide, entre el ser que escribe y el espíritu que habita la obra. Es un mundo que se enfrenta a uno distinto que viene cargado de palabras y símbolos. Es así como se convierte en un ser dual. Dos mitades hablando desde lugares opuestos. En el diálogo de esas dos dimensiones el poeta descubre la poesía. El poema es vínculo, puente entre lo ideal y lo real. El escritor representa en este caso una
de las mitades perdidas del mito andrógino; y busca, afanosamente, conectarse con el estado espiritual del universo que lo habita. La poesía es el camino para hallar la otra mitad que le falta, la única posibilidad que posee de recuperar su antigua unidad con el mundo. Escribe para que esa distancia que lo separa de él no sea definitiva e inalcanzable, para confirmar que esa dualidad mundo-palabra corresponda a un mismo viaje configurado en una sola realidad. Pero resulta que la palabra es muchas veces una pared para dialogar con el mundo, rocas atravesadas en el camino que impiden moverse hacia él. Aun así la palabra parece ser el único sendero que tiene el escritor para aproximarse al interior de su realidad. Él desea acercarse con el mismo recurso que le impide llegar. El poeta sabe que no existen palabras fáciles. Tiene que ganárselas en un terreno de lucha, que sobre la misma hoja en blanco, debe conquistar el derecho a poseerlas y escribirlas. Como lo señaló el autor español Jordi Doce: “En su forcejo con el poeta, las palabras terminan imponiendo sus propias condiciones. Es decir, utilizan al poeta para alcanzar ese estado de pureza y coherencia al que todo lenguaje aspira y que solo encuentra en el poema. […] El poeta lucha con las palabras para adueñarse de ellas, pero también para convertirse en su esclavo
La imagen poética recuerda lo ausente, lo que perdimos, el revés del mundo que habitamos”.
y en un vehículo del lenguaje: gobierna y es gobernado”. Aquí está una de las grandes paradojas de la poesía. La condición fatal de la escritura poética. En esa paradoja al poeta no le queda más que rehacer la distancia entre la palabra y el mundo. Tendrá que separar el poema de sí mismo para lograr la poesía. Destruir gran parte él. Y destruir en este ejercicio poético significa abrir, abrir el poema de forma gradual hasta ver cómo él camina hacia la poesía. Lo que quiere decir también que el poeta tendrá que separarse de él, destruirse, morir para renacer en el poema. Es en ese momento cuando el escritor cruza una frontera, que es él mismo; y al cruzarla, vislumbra un nuevo territorio, un dominio inexplorado que le revela cuánto lo separa y lo une al mundo. En ese escenario busca una realidad, pero buscar también significa perder, entonces el acto de la escritura poética no termina siendo una búsqueda, sino un extravío permanente. Una manera de estar y desaparecer. * Escritora de Barranquilla. Autora de los libros ‘La Casa de Hierro’ y ‘El último gesto del pez’.
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16 FOTO: JESÚS RICO
El escritor Jaime Cabrera González también ha ejercido como periodista en Estados Unidos..
En los cuentos de ‘Miss Blues 104°F’ un músico tartamudo toca el piano cuando su padre hubiera querido que fuera un trombonista, un intelectual es un asesino de mujeres, un mesero enloquece en el momento en que anuncian que un huracán no llegará, un hombre se desprende de un fósil… Son historias y personajes que se entrecruzan en la zona sur de una pequeña isla llamada Altonia Beach, en el mismo verano en que mataron al diseñador Versace. Publica Medialsa Editores (Kingwood, Texas)
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Por Claudia Rosenow*
iss Blues 104°F, de Jaime Cabrera González, es un libro de cuentos con tonos y texturas que nos permite asomarnos a esa soledad que acompaña a aquel que ha entregado su corazón. Es un espacio donde se conjugan la nostalgia y la pérdida. Es una mirada íntima que explora el revés del amor, ese otro lado que alguna vez fue luminoso y que de pronto se convierte en oscuridad y contratiempos. En Miss Blues la soledad pesa;
¿De qué color es la soledad? es una soledad de claroscuros; una soledad del que sigue sin nombre y con historia; es la soledad de la figura que regresa por su sombra; es la soledad de aquel que se quedó para describir su pena. Como dice el autor: “No tiene palabras que ofrecer a los recuerdos que quedaron flotando tras el golpe de una puerta que apagó el adiós sin despedida”. Tal como en el jazz, el sonido
y fraseo revelan la personalidad de los protagonistas. Cada uno posee la cualidad maravillosa de la improvisación y nos muestra los complejos matices que se desprenden del alma humana. Esta polifonía magistral nos lleva de un lado a otro del libro casi sin darnos cuenta. En ese sonido hay un piccolo que interpreta con sutileza el dolor que subyace bajo cada oración y sentimos la temperatura de la soledad.
17 Estos personajes habitan la añoranza de lo vivido y sus biografías están tramadas por una soledad compartida, en solitario, en una ciudad imaginaria. Hablan de un Edén, paraíso perdido que dejaron atrás con sus nombres amados y sus calles queridas. Siguen a la espera de ese otro lado del espejo donde es posible la esperanza, el espacio donde poder resarcir su alma atropellada y alcanzar la fantasía. Pero todos ellos están suspendidos, colgados de un hilo invisible en el firmamento, de tal manera que no puedan dar marcha atrás ni tampoco puedan avanzar hacia el futuro. Viven atados, inmóviles en un presente que se repite día a día de una forma idéntica: los mismos pensamientos, las añoranzas, los recuerdos que taladran como lanzas, el no querer aceptar que la dicha es muy corta. Sin embargo, y aunque se resisten, en el fondo todavía les queda la ilusión. Desde el comienzo nos atrapan el melódico Ben Benny Benito y el impenetrable Mr. Steel; nos conmueven los sueños de Ángel y las torpezas de Carlitos; y nos sacude la desazón del peripatético ‘profesor’ Jesse Lengua. El universo femenino de Cabrera González es una obra musical que nos acerca a los movimientos que la componen. Como en una sinfonía clásica, cada una de las mujeres tiene su propio tiempo y estructura. Para entenderlas hay que escuchar la sonoridad que las acompaña y descubrir su melodía. El autor nos señala un calidoscopio de variantes: de la etérea Miss Blues a la volcánica Mirka; de la tradicional Cielito Lindo a La Lupe, a quien la define la búsqueda frenética del hombre perfecto; de Laila Detal que solo existe para unos ojos que
Las foto interiores y de la portada del libro, editado por Medielsa Editores, son de la artista Karina Herazo.
SOBRE EL AUTOR DEL LIBRO Jaime Cabrera González, Barranquilla (Colombia, 1957). Estudió en el Colegio Americano. Obtuvo el título de arquitecto en la Universidad del Atlántico, profesión que abandonó para vivir del cuento. Fue profesor del Colegio Hebreo, de la Universidad del Norte, de la Universidad Autónoma del Caribe y del IDC en su ciudad natal. Desde 1993 vive en Estados Unidos, en donde ha ejercido el periodismo en medios como la cadena Univisión y el diario ‘El Nuevo Herald’, entre otros. Ha ganado varios concursos de cuento en Colombia y otros países. Ha publicado ‘Como si nada pasara’ y ‘Textos sueltos bajo palabra/autobiografía de los sueños’. Sus cuentos han aparecido en numerosas antologías.
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la piensan, o Amanda Sander que desafía las posibilidades de la sexualidad a Vicky Concepción que se convierte en la conexión de un hecho tétrico donde dos mujeres pierden la vida. Estos cuentos están situados en Altonia Beach y, a pesar de que cada uno tiene su propio ritmo, son argumentos entretejidos de una manera sorprendente a través de personajes que actúan, se asoman y desaparecen. La ciudad, que es a la vez refugio y telón, se transforma en un lienzo dispuesto a ser permeado por el color y la forma y los timbres donde sus protagonistas van dejando fragmentos de las pinceladas de sus vidas en la que no solo se relatan sus experiencias, sino que permiten armar el mosaico completo con lo que otros dicen de ellos. Todos
están bajo un mismo cielo de papel y tinta, lo cual hace que de alguna manera, en algún instante, se crucen ya sea en un sitio común, por una palabra o por una canción. Miss Blues 104°F nos da voces del hombre contemporáneo, de su angustia existencial. De la zozobra que produce el desafecto y la huella lacerante que se acentúa con las miradas alrededor donde no aparece la única a la que se quiere pertenecer. De la soledad que es como un vestido que se ha llevado puesto por tanto tiempo que se ha convertido en una segunda piel. En las páginas en que Cabrera González hubiera podido haber contado una simple anécdota sobre la ruptura de una relación amorosa, esta se diluye ante la poesía. Miss Blues es una extensa oda en donde cada aparente final es solo un compás de espera. Dice el autor: “Algo así, parecido al largo recorrido de un desamor que va y vuelve como la vara de un trombón”. Y aunque el desencanto pueda ir acompañado de puntos suspensivos, en la gramática perfecta del corazón como en la física, el amor cambia y se transforma, pero nunca desaparece. Es cuestión de tiempo. Es cuestión de blues. *Ciudadana del mundo. Periodista, poeta, intérprete y traductora. Ha trabajado en diferentes medios de comunicación, tales como la cadena Univisión y los diarios ‘The Miami Herald’ y ‘El Nuevo Herald’, de Miami. Entre sus libros se encuentran los poemarios ‘Escenas’, ‘En la intersección de las horas’ y ‘Círculos concéntricos’.
Jaime Cabrera González lanzó esta semana en su natal Barranquilla su libro de cuentos de 226 páginas ‘Miss Blues 104°F’.
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CAPÍTULO 7
OPINIÓN DEL EDITOR Por Hernando De la Rosa Anaya ‘Mitos y realidades del conflicto palestinoisraelí’ es una magistral obra que no es resultado de una vivencia personal, pero sí está inspirada en ella. Tampoco es la solución al conflicto palestino-israelí, pero sí expone, con fundamentos serios, argumentos sólidos y hechos verídicos, que para poder comprender y solucionar este conflicto hay que quitarle el velo a la mentira para descubrir la verdad y así dejar a un lado aquellos mitos que han querido hacer creer por años a la humanidad. Su autor, Jorge Simán Abufele, fuente inagotable de conocimiento e incansable defensor y luchador de una causa justa, vivió en carne propia el sufrimiento de tener que dejar, en pleno florecer de su infancia, la tierra que lo vio nacer, sus raíces, y con ello muchos sueños y esperanzas, para emprender un forzoso viaje hacia una tierra desconocida y hacia un futuro totalmente incierto, dejando atrás la ilusión de vivir una niñez feliz para afrontar la realidad de un conflicto cuyas dimensiones no lograba comprender en ese entonces. Han sido muchos meses escribiendo de día y de noche, investigando, revisando una y otra vez el texto, buscando plasmar con la mayor claridad, precisión y veracidad una historia que necesita ser conocida y contada por todos, y haber sido testigo y víctima de este conflicto le confiere toda la autoridad moral que se requiere para hacerlo. Pese al sentimiento de dolor que el autor siente al recordar lo vivido desde antes de su partida del suelo patrio, luego durante el viaje huyendo de la injusta agresión, no hay en un solo párrafo de su obra una palabra de resentimiento contra los creyentes de la religión judía y jamás pierde la objetividad al presentar los hechos, por demás debidamente comprobados y comprobables. Al invitarme a ser su corrector, su asesor editorial y colaborarle en la investigación, esto último que resultó innecesario dada su versación en el tema tratado, hasta el punto que terminé siendo su alumno, la responsabilidad terminó siendo al mismo tiempo un honor”.
“Culpar a las víctimas ha sido el recurso común del culpable. De esta manera procura racionalizar y distorsionar el horror de su propio crimen”. Hanan Asharawi, activista, académica y legisladora palestina. Por Jorge Simán Abufele “LOS PALESTINOS HABÍAN SALIDO DEL PAÍS POR SU PROPIA VOLUNTAD”, OTRO MITO SIONISTA QUE LA REALIDAD PULVERIZA.
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ara el movimiento sionista “el retorno a la tierra de Israel” (Eretz Yisrael) está unido a su dogma ideológico, el cual reposa sobre un postulado simple: la posesión total de la Palestina histórica, expulsando sus habitantes autóctonos para realizar de esa forma en ella su utopía. El sionismo jamás ha deseado una convivencia en un Estado binacional pues su solo objetivo ha sido y es la creación de un Estado Judío. De ahí que olvidar este hecho fundamental impide la comprensión del conflicto palestino-israelí. Es un hecho que poco después de votada la Resolución de Partición, la Haganah empezó a trabajar en la elaboración del plan que bautizaron con el nombre de Dalet (letra D en hebreo), cuyo objetivo era conquistar el territorio para el futuro Estado Judío. Su consigna estratégica consistía en “que ninguna colonia judía, situada fuera de los límites del Estado Sionista, definido por
Con prólogo de la historiadora Pilar Vargas Arana, está circulando el libro ‘Mitos y realidades del conflicto palestino-israelí’, de Jorge Simán Abufele, quien echó raíces en Barranquilla. Apartes de la obra. la Resolución de Partición de la ONU, sería abandonada o evacuada y que la Haganah haría cuanto estuviera a su alcance para organizar los hostigamientos de manera tal que toda aldea palestina que se resistiera a evacuar a sus habitantes sería destruida. Todas las aldeas árabes entre Tel Aviv y Jerusalén deben ser tomadas y todos los barrios palestinos de Jerusalén Este y Oeste y sus alrededores han de ser conquistados”. El Plan Dalet empezó a ejecutarse a
La realidad de un conflicto
partir de la primera semana de abril de 1948, cuando para entonces los sionistas lo aplican implementado por etapas cada vez más devastadoras, durante las primeras seis semanas y aun estando Palestina bajo la vigencia del Mandato Británico. En su libro La limpieza étnica de Palestina, basado en documentos desclasificados, Ilan Pappé denuncia que desde el 10 de marzo de 1948 en el cuartel general de la Haganah (bandas armadas sionistas) se había adoptado el ya mencionado plan Dalet, cuyo objetivo era la “destrucción tanto de las áreas rurales como de las áreas urbanas de los palestinos” y, en vinculación con ese plan, los días 8 y 9 de mayo los sionistas lanzaron la operación Mabí (Macabeos) que apuntaba a permitirles a
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EL AUTOR
las fuerzas sionistas, primero ocupar y segundo borrar totalmente las aldeas palestinas de la llanura central entre las ciudades de Ramle y Latrun. Los días 11 y 12 de mayo, tomaron la ciudad de Safad, cuyos habitantes fueron expulsados no teniendo ellos alternativa distinta que huir a Siria y a El Líbano. La ciudad de Besan conoció la misma suerte el 9 de mayo y sus habitantes, forzados a salir, buscaron refugio en Jordania y Siria. Ese mismo día los sionistas lanzaron la operación Barak contra las aldeas del sur de Palestina, paralelas a la carretera que pasa por el Neguev, sus habitantes huyeron hacia Hebrón. Hacia mayo de 1948 más de 300.000 palestinos habían sido expulsados de sus hogares y campos por ese terrorismo, no teniendo alternativa diferente que salir de su país víctimas del pánico que suele invadir a las poblaciones civiles vulnerables. Toda esa campaña de violencia física y mental enfermiza, la propaganda sionista ha querido hacerla creer como que los refugiados palestinos abandonaron su país por voluntad propia y/u obedeciendo las exhortaciones de sus dirigentes (El conflicto árabe-israelí: causas y efectos, Sami Hadawi, 1967). Resulta evidente, haciendo un examen retrospectivo, que desde el comienzo de la invasión al territorio palestino, el sionismo sabía que al concebir la idea de establecer un Estado Judío en dichas tierras ajenas, no tenía otra alternativa que provocar la expulsión masiva de todos los habitantes de las áreas de las que iban a tomar posesión. Para el sionismo nunca hubo opción para que un Estado Judío que fuese
“Jorge Simán Abufele, betlemita e inmigrante, colombiano por adopción, llegó al país en la década de los 50, acompañado por sus padres. Las condiciones de vida en el Medio Oriente, difíciles y tortuosas, obligaron a la familia Simán a buscar un mejor porvenir. En Colombia ya se habían establecido sus dos tías en la ciudad fronteriza de Cúcuta, Norte de Santander, y su padre tomó la determinación de trasladarse allí. La trayectoria de viaje de la familia fue similar a la que siguieron sus compatriotas. Salieron hacia Colombia desde el puerto de Beirut, en Líbano, en 1952, e hicieron escalas en Egipto – Puerto Said y Alejandría–, en Grecia –Atenas–, en Francia –Marsella y en La Rochelle–, donde tomaron el barco que los conduciría a su destino final. Pero tuvieron que hacer escalas más o menos breves, en Kingston, Jamaica, en Barranquilla y finalmente arribaron a Cúcuta. Sin embargo, a los pocos años se trasladaron a Barranquilla, ciudad que los acogió y allí se radicaron”.
“tan judío como Inglaterra es inglesa” pudiera ser implantado en Palestina sin violentar los derechos legítimos y básicos de sus habitantes. Cuando el sionismo concibió la fábula de El retorno, Palestina no era una tierra sin pueblo como tampoco lo fue en 1948 cuando a sangre y fuego proclamaron de facto la “Independencia del Estado de Israel”; no sobre el 56% que le fue asignado por la Resolución de Partición sino sobre el 78% del territorio palestino. Para los fundadores del Estado Judío el dilema era que no podían respetar los derechos de los palestinos como nación y al mismo tiempo concretar su objetivo en Palestina, a la que el sionismo, a partir de los albores del siglo XX, bautizó como “Eretz Yisrael”. Para estos falsos profetas el Estado propio tenía que empezar por expulsar de sus hogares y sus tierras a los legítimos propietarios palestinos. Adicionalmente a la variedad de medios terroristas que se utilizaron para lograr ese cometido, se estimaba que la forma más determinante para esa tarea de limpieza consistía en, además de expulsar a sus habitantes, destruir
completamente sus aldeas, independientemente de que si esos habitantes habían participado o no en la resistencia y en los combates contra las fuerzas sionistas o si deseaban vivir en paz e igualdad con los judíos como le había sido prometido en la Declaración Balfour (El nacimiento de Israel: mitos y realidades, Simha Flapan, Editorial Pantheon, 1987). Son diversos y numerosos los testimonios existentes que avalan el cruento proceder de las fuerzas invasoras que con su táctica de “tierra arrasada” fueron masacrando y desalojando a los nativos palestinos de sus heredades. Moshé Sharett, ex Primer Ministro de Israel, en su diario personal, de acuerdo con lo reseñado por el periódico judío Davar, el 9 de septiembre de 1979, declara lo siguiente: “En la ocupación del pueblo árabe de Dueima, en 1948, mataron entre 50 y 100 árabes, mujeres y niños incluidos. Para matar a sus niños, ellos fracturaron sus cabezas con palos. No había casas sin cadáveres. Metieron a los hombres y a las mujeres dentro de las casas y luego las dinamitaron”. En las ciudades de Lydda y Ramle, entre el 12 y 13 de julio, más de 50.000 de sus habitantes, a punta de fusil fueron llevados hacia las carreteras con órdenes de seguir marchando en dirección al este, so pena de ser ejecutados. (Crímenes de guerra, lo que debemos saber, Roy Gutman y David Reiff, 1999) El sionismo, consciente que en su actuar incurrió en graves crímenes contra la humanidad, trata de adormecer la conciencia de los judíos y de confundir a la opinión pública del mundo entero, con base en falacias en la que son expertos con el único propósito, siniestro por cierto, por la desfachatez como lo presentan, de inventar otro de los tantos mitos que adornan su historia oficial y que su poderosa red propagandística se encarga de difundir profusamente. Su cinismo continúa con la falsedad que el éxodo de unos pocos palestinos rápidamente se convirtió en una fuga masiva y relata que de la noche a la mañana se despoblaron ciudades y aldeas mintiendo en esa fábula al afirmar que a menudo, la gente tenía tanta prisa que abandonaba objetos valiosos, no obstante ser de fácil transporte. Con el mismo cinismo afirma que algunos dirigentes judíos trataban de disuadir a los árabes palestinos para que se quedaran pero que estos ya habían recibido de la Liga Árabe la orden escueta de abandonar el territorio: “Tan pronto como se retiren los ingleses nos arrojaremos contra los judíos y los echaremos al mar. Necesitamos mucho espacio para nuestra campaña de aniquilamiento. Por el momento, conviene que ustedes se retiren a un lugar seguro. Ya habrá tiempo de volver como triunfadores a una Palestina que les pertenecerá por completo”. (David y Goliat, Ernst Horst, noviembre 1967).
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palabras, de ahí el nombre Kinesis, que significa movimiento, transición, evolución, buscamos una dramaturgia corporal, en la que el cuerpo sea capaz de
contar historias, de crear universos”. Kinesis también es usado como un recurso literario en la ciencia ficción y las llamadas pseudociencias de la mente, las cuales son
EL HERALDO Por John Better
Y @johnbetter69
a debería estar aquí, dice con evidente molestia el joven director de teatro Albie Birmann refiriéndose a la tardanza de uno de los actores de Kinesis, compañía de teatro experimental que dirige. Se han dado cita en las instalaciones del club social Puerta del Sol, en Barranquilla, para lo que será un ensayo de Los que no se nombran, su más reciente puesta en escena. ¿Pero quién es este nuevo talento que se hace paso en el pantanoso mundo del teatro? Álvaro Birmayer o Albie Birmann, como se hace llamar, es un gestor cultural, director escénico, docente de arte dramático y performer trans. Nació en Cartagena hace 27 años. Se inició en el teatro formando parte de efímeros grupos de teatro de la ciudad. Terminados sus estudios básicos decide irse a Bogotá, donde cursó estudios de arte dramático en la EAD bajo la tutoría del reconocido actor Edgardo Román. Luego estudió y recibió grado en actuación para cine y televisión de la Academia de Artes del Caribe. Fundó Kinesis Teatro Experimental hace ocho años, ha realizado obras teatrales como Bachué y Los que no se nombran, en distintos escenarios a nivel nacional, festivales como Enitbar, encuentros culturales de fundaciones a lo largo del Caribe, giras por la región. Su trabajo ha sido reseñado por guionistas como Manuel Cubas, guionista de La Ronca de Oro. Birmann define su compañía como un proyecto independiente “con trabajos se diferencian del resto de la escena regional: buscamos un lenguaje más allá de las
bases del teatro de la crueldad que trabajamos. Birmann está obsesionado con el tema de la mente del hombre y sus desequilibrios a la hora de sus montajes teatrales, considera la locura como un punto de partida para empezar a explicar el universo, asegura que muchas
21 veces en el absurdo discurso del loco se esconden verdades insospechadas, porque en cierto modo este lo que hace es representar su papel en un mundo cada vez más caótico.
De la aldea al horror americano En 2004 el director americano de ascendencia hindú M. Night Shyamalan estrenó su
El teatro kinético de Albie Birmann La agrupación participará en la agenda académica del Encuentro Internacional de Teatro de Barranquilla, Enitbar, del 21 de abril al 2 de mayo de 2014.
Fernando Angulo, Enzo Giammaría, Albie Birmann, Angie Barros y Michael Ortega.
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film La aldea, un thriller sobre la historia de Covington, un pueblo fundado por un grupo de hombres y mujeres que escapan de una gran ciudad huyendo de la maldad del ser humano, un lugar en mitad de un bosque donde las nuevas generaciones permanecen aisladas de todo, creyendo que más allá del bosque que los circunda solo existe el mismísimo infierno. Este film marcó a Birmann ,de ahí el nombre de su montaje teatral Los que no se nombran, refiriéndose a los seres siniestros que habitaban el bosque. Otra influencia en esta reciente etapa de su trabajo como director teatral fue la serie American Horror Story en su temporada “Asylum”, la cual contó la historia de Briarcliff, una institución mental aderezada con monjas despiadadas y médicos desquiciados adictos al electroshock. Lo que hace Birmann es una fusión siniestra entre estas dos superproducciones del género, recreando el horror desde su perspectiva: “el ser humano es oscuro, un ser terrible, y estamos a raya de todo lo que quiera venderlo de otra manera, llámese religión o dogma”, dice el director. Declara además que ha desarrollado esta nueva obra tomando como punto de partida esa oscuridad puesta al servicio del entorno de represión y persecución por todo lo que él representa como director de teatro. También considera que los artistas tienen una responsabilidad de contar la historia del tiempo que viven, “y estos son los tiempos más oscuros”, declara Birmann sin quitar por un momento los ojos de sus alumnos, que ya han empezado el ensayo. Da la impresión que el director en ciernes se autoproclamara como un marginado debido a su condición sexual, y aunque según él ha sido víctima de la censura en más de una ocasión, opina que su vida personal poco tiene que ver con los contenidos de sus trabajos en las tablas. Los integrantes de Kinesis no sobrepasan los 22 años, es un equipo joven, arcilla en las manos de su director: Angie Barros, con siete años de experiencia, fue ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival Intercolegial de Teatro 2011 en Barranquilla. Michael Ortega, cucuteño, protagonista de dos cortometrajes, ha hecho musicales, obras y talleres desde los diez años. Enzo Giammaría y Fernando Angulo. En escena este grupo actoral ofrece representaciones violentas, sobrecogedoras, furiosa gestualidad, hay una capacidad de transformación que muestra la pasión que sienten por el teatro. “En Kinesis hemos desarrollado un método a partir del trabajo con la energía del actor, combinamos técnicas ya conocidas de
maestros como Grotowski, Barba y Brook, donde el cuerpo es la principal herramienta. Ya en lo actoral, creemos en la creación del personaje a través de esa corporalidad, del movimiento como símbolo de vida en escena, porque si lo miramos bien, en nuestros primeros años de vida es el movimiento y la gestualidad nuestro principal lenguaje”, dice Birmann, exigiéndole más a sus actores, les recuerda que deben esforzarse el doble, que dentro de poco tendrán presentaciones en festivales de teatro como el Etnibar y Festicaribe, que se aproximan. Siendo una compañía independiente no ha sido fácil para Birmann sostener su proyecto, para ello deben recurrir al apoyo de patrocinadores públicos o particulares y hasta echar mano al dril para que el movimiento no se detenga, para que la acción escénica siga fluyendo. Volviendo al ensayo podemos apreciar a Birmann en todo su “terrible esplendor”, no le tiembla su afectada voz para pedirles a sus actores que dejen literalmente la sangre en la arena. Su trabajo como performer lo llevó por años a recorrer el circuito de bares del Caribe reinterpretando a figuras de la música pop como Britney Spears, Madonna o la dramática madre monstruo, Lady Gaga, a quien considera una de las grandes artistas de este nuevo siglo, quizá por eso Los que no se nombran está ambientada con algunas canciones de la cantante norteamericana. Quizá este vistoso matiz convierte a Birmann en un excéntrico, el más freak de los directores de teatro de su generación, un director actual, vanguardista, a quien vale la pena no dejar de nombrar.
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Por Andrés Salcedo
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l Tío Sam, ese viejito de inofensivo pintoresquismo patriotero vestido con los alegres colores de la bandera de Estados Unidos, está inspirado en la figura de Samuel Johnson, el carnicero que suministraba la carne que consumían los soldados norteamericanos en la guerra que libraron contra los ingleses en 1812. Durante decenios, aliados y enemigos empezaban a temblar cuando ese viejecito de papel perdía los estribos y empezaba a amenazar al mundo con el dedo índice levantado. Dictadores psicópatas, reyezuelos inescrupulosos y hasta gobernantes elegidos democráticamente pero que le resultaban incómodos al venerable señor sufrieron en carne propia sus devastadoras iras. Pero de un tiempo a esta parte, el Tío Sam dejó de meter miedo. Aliados y enemigos se le suben a las barbas y cometen actos que en otro tiempo habrían pagado muy caro. En Siria, el dictador Assad rocía con gas letal a sus enemigos. Chávez y ahora
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Vistazos en varias direcciones Maduro vociferan improperios, sin el menor respeto por sus canas, desde el patio trasero. Los chinos, que ya desplazaron a Estados Unidos como primera potencia comercial del mundo, se pavonean amenazantes abanicándose con las letras vencidas de sus deudores de Washington. Y Putin, al que se le nota la nostalgia del viejo orden mundial polarizado, monta un referendo a todas luces espurio para arrebatarle Crimea a los ucranianos. Y lo hace lleno de soberbia, dando a entender que lo tiene sin cuidado que el ancianito se sulfure y vuelva a levantar el dedo índice. Bueno, es presumible que por su edad avanzada la artrosis le impida alzarlo, así como también es probable que ya no muestre sus afilados dientes, como en otros días, cuando lanzaba sus llameantes advertencias, porque los dientes figuran entre las primeras cosas que empiezan a caérsenos a los hombres una vez llegados al séptimo piso. ¿O será que el Tío Sam, además de más viejo se ha vuelto más sabio? Aunque esto de los dientes que se caen ya dejó de ser un mal relacionado con la edad. Es cierto que, gracias a una higiene bucal mejor que la que tuvimos los hombres y mujeres de generaciones anteriores, los
niños de hoy casi no sufren de caries. Pero, para asombro de la odontología moderna, se ha detectado, en diversas ciudades europeas, un extraño fenómeno: los dientes de muchos niños, a los que todavía no les ha salido la muela del juicio, se tornan tan frágiles y porosos como trocitos de tiza y se desmoronan incluso al masticar alimentos blandos. El asunto no tiene nada que ver con el consumo de dulces, tan común en los niños. Lo que se ha comprobado es que al beber líquidos –leche, gaseosas, jugos, etc.– en botellas de plástico y comer alimentos empacados en este material, el organismo infantil absorbe sustancias nocivas que neutralizan la formación del calcio y el fosfato, necesarios para el sano desarrollo de los dientes. Se sospecha también de los antibióticos pues uno de sus componentes, la tetraciclina, queda adherido al esmalte dental. Pero dejemos atrás los dientes y hablemos más bien de besos. No de los dulces y apasionados que se dan los amantes sino de los besos protocolarios que intercambian los políticos en las visitas oficiales y en las cumbres. Los besos entre hombres son algo común en muchas culturas y en esa práctica no hay el menor asomo de atracción
homosexual. Muchos políticos no renuncian a estas costumbres cuando se convierten en jefes de Estado. Recuerdo el largo beso en la boca que se dieron el ruso Leonid Brézhnev, el cejudo mandamás del Kremlin, y Erich Honecker, jefe del gobierno de la Alemania comunista. El asunto se prestó para más de una torcida interpretación y los homofóbicos no ahorraron en insultos para los dos políticos. Hoy, cuando nos hemos vuelto algo más tolerantes y hay en el mundo una buena cantidad de mujeres jefes de Estado, primeras ministras y alcaldesas, como en el caso de nuestra ciudad, la pregunta que se hacen los encargados del protocolo es si se debe besar en la mano o en la mejilla a esas damas cuando cumplen visitas de Estado o se reúnen con colegas de otros países en una cumbre. La cosa no es tan simple como parece. Todo depende del rango que tengan los colegas masculinos y de si esas damas que ostentan tanto poder les tienen o no simpatía. Al parecer la mayoría de esas mandatarias tienen sus reservas cuando el político que quiere besarlas se arrima tan ostensible y pegajosamente como acostumbra hacerlo el italiano Silvio Berlusconi. Cuentan testigos presenciales que en una cumbre de la Comunidad Europea, Ángela Merkel, la jefa de gobierno de Alemania, se escondió detrás de una cortina cuando vio que se aproximaba el besucón Berlusconi. Este tipo de historias y otras, mucho más truculentas, se han convertido en el menú diario de la prensa amarillista de Inglaterra, un país que se ufana de sus grandes aportes a eso, a veces tan gaseoso y tan relativo, que llamamos civilización. Londres,
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Dientes que se caen antes de tiempo y besos que se dan o se niegan en la alta política mundial, entre otros tópicos de este variopinto artículo.
donde se publican diariamente once periódicos, además de otros de distribución gratuita, ostenta el dudoso mérito de tener el mayor número de periódicos sensacionalistas. En ellos se destrozan reputaciones, se inventan historias de cama, se exagera el despliegue a la infidelidad, la puñalada trapera y la salida del clóset y se publican fotos que desnudan toda la gama de las debilidades y miserias humanas. Algo que avergüenza a los ingleses decentes, decididos a ponerle fin a esta infamia. Su lucha va en serio. Por lo que oigo y leo en la televisión y en la prensa seria de ese país, parece que el reinado de ese periodismo de alcantarilla empieza a desmoronarse. Desde finales del año pasado, Rebeca Brooks y Andy Coulson, que fueron jefes de redacción del desaparecido diario News of the World, perteneciente al magnate de la prensa Rupert Murdoch, están respondiendo ante los jueces de múltiples acusaciones, entre ellas las de soborno, falsedad, acoso, calumnia y difamación. Brooks y Coulson, como es práctica común de quienes orientan y manejan esos diarios, contrataban detectives privados para invadir la intimidad de las celebridades, chuzaban sus teléfonos y los perseguían hasta en sus alcobas y cuartos de baño. Sus blancos favoritos eran personajes del mundo del cine, la televisión y el jet set y hasta miembros de la realeza, sobre quienes valía la pena construir una historia que mereciera primera plana y garantizara dos
o tres ediciones en un solo día. Entre las víctimas de sus oscuros métodos se cuentan el ex Beatle Paul McCartney, Mick Jagger, los actores Jud Law y Hugh Grant, el ex primer ministro John Major, el futbolista Wayne Rooney y la mitad de la familia real inglesa. El dinero no era ningún problema a la hora de comprar lo que fuera. A un empleado de la reina Isabel lo untaron para que les facilitara el registro de llamadas telefónicas del palacio de Buckingham. Y a un soldado le pagaron cuatro mil libras por una foto del príncipe Guillermo en bikini. Al príncipe Harry le fue peor. Los sabuesos al servicio de otro diario lo sometieron a una despiadada persecución, llegando al extremo de recoger el vaso donde había bebido su oporto en la mesa del club y la servilleta con la que se secó los labios, en busca del rastro de ADN que confirmara que el príncipe Carlos no es su padre. Estas canalladas son posibles porque, a diferencia de lo que ocurre en la mayor parte del mundo civilizado, en Inglaterra nuestro oficio no se rige por ninguna ley que penalice el infundio y la afirmación falsa y tendenciosa, lo que impulsa a muchos periodistas de ese país a ir cada vez más lejos en su infame agresividad, con tal de lograr la chiva o la nota exclusiva. Lógicamente, el periodismo de cloaca vive de la curiosidad malsana del lector. Y el gusto por el morbo, el chisme y el destape de las debilidades humanas no
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es exclusivo del pueblo inglés. En Estados Unidos, por ejemplo, hay gente que se muere por contarle a la prensa todo lo inconfesable que han logrado averiguar sobre sus vecinos, amigos y conocidos. Y si no que se lo pregunten a Edward Snowden, el antiguo empleado de la CIA que armó el mayor escándalo en la historia de la diplomacia norteamericana con sus revelaciones sobre la vigilancia que el Tío Sam ejercía sobre sus amigos y enemigos. Cuando todavía el viejito no había perdido la vista ni el oído, se sobreentiende. Pues bien. Resulta que una tal Joyce Kinsey, que vivía en la acera de enfrente de la casa de Snowden en la pequeña población de Woodland Village, se ha convertido en informante de la prensa y de los jueces, a los que les ha suministrado toda suerte de información sobre la vida privada del prófugo Snowden. Espiando al espía, podría ser el título de esta turbia historia. La chismosa señora, que tiene 63 años y sufre una enfermedad nerviosa que le impide salir de su casa, lleva más de veinte años sin despegarse de la ventana de su cocina, desde donde espía a todo el vecindario y está enterada de quién entra, quién sale y a qué horas, de cada casa, apartamento o buhardilla. Hace poco llamó a un periodista y le dijo que tenía muchas cosas que contarle sobre su antiguo vecino. Y se fue de la lengua. Lo terrible del caso es que todo cuanto le contó “por razones patrióticas, porque ese
muchacho es un traidor”, según dijo, lo repitió ante los jueces que juzgan en ausencia a Snowden. Gracias a la señora Joyce, ahora se sabe que Snowden era un muchacho callado que no terminó el bachillerato, jamás se separaba del computador y tenía una novia estriptisera que lo abandonó. “Él se fue a vivir a Rusia porque aquí no había ninguna muchacha decente que le parara bolas”, le dijo con provinciano desparpajo al juez. La señora Joyce todavía recuerda el número de la placa del carro de Snowden, qué periódicos leía y a qué horas se acostaba. A una pregunta del juez negó que le tuviera antipatía a su antiguo vecino. “Es que nunca me miró a los ojos y mi papá siempre me dijo que desconfiara de toda persona que agacha la mirada”, dijo. Pero como su lengua, como en la guaracha de la Sonora Matancera, no había quien la sujetara, fue todavía más lejos y contó que la mamá de Snowden era epiléptica. “No entiendo por qué maneja carro, sin pensar que puede causar una tragedia si le llega a dar un ataque al volante”, declaró con ingenua ferocidad. Terminada su declaración, la señora Joyce, tan deslenguada como cualquier personaje de Sánchez Juliao, le dijo al juez: “Y que conste que todo lo que le he contado lo vi con mis propios ojos”. Dicho lo cual volvió a su casa a ocupar de nuevo su lugar en la ventana.
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