Revista Latitud mayo 12

Page 1

REVISTA # 1536

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

GABO, SEGÚN EL LIBRO DE SU HERMANA AÍDA |4  Mamás grandes de la política | 8

 Un gaitero subió al cielo | 16

 Madre no hay sino... | 22


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

2

DIBUJO DE ROBERTO RODRÍGUEZ

SECCIONES 4

El mundo de Gabito

En 160 páginas está atesorada la infancia del escritor cataquero Gabriel García Márquez, bajo los sentimientos y recuerdos de su hermana Aída, quien reconstruye hasta la genealogía en un libro de su autoría, de Ediciones B Colombia.

8

La saga que no termina

Una historia para incrédulos y escépticos, pero con validez, ligada a la historia política de Colombia, trae Adlai Stevenson Samper con la vida de las hermanas Ibáñez. Fotografías tomadas en Ocaña, donde ellas vivieron y donde, a pesar del paso de los años, se habla poco de sus romances lo consigna el autor en una crónica que muestra cómo las Ibáñez son más que un episodio del pasado o del olvido.

De nuestras entrañas El mundo musical de nuestras entrañas –gaitas y tambores– lamentó esta semana la partida definitiva de Joaquín Nicolás Hernández, a quien llamaban por cariño Nico y quien condujo durante 25 años a Los Gaiteros. Rosember Anaya, también de tierra sanjacintera, conversó con sus deudos y colegas. Con todo nuestro afecto, como el del mundo, les traemos a nuestro Premio Nobel GGM, en exclusivas fotos, hojeando el libro que acaba de publicar su hermana Aída Rosa, quien nos concedió una entrevista. Además, varios de nuestros colaboradores se unen al Día de la Madre.

20

Realidades caóticas

Quiere el barranquillero Roberto Rodríguez enfocar, a través de su pintura, el caos que viene generando el mundo. Quiere construir a través de los elementos vinculantes de esas situaciones un nuevo lenguaje. Él se pregunta, por ejemplo, por qué si la economía de la construcción está en auge, nos estamos llenando de apartamentos vacíos y hay miles de desplazados. Más inquietudes y otras respuestas se las dio al escritor Paul Brito.

LATITUD, LA REVISTA LATITUD, DOMINICAL LA REVISTA DE DOMINICAL EL HERALDO DE # EL 1536 HERALDO # 119 Director Consejero

Juan B. Fernández Renowitzky Presidente

Francisco Posada Carbó Editor General (e)

Óscar Montes

Escriben en este número

Adlai Stevenson Samper Alfredo Baldovino Barrios Andrés Salcedo Helkin Núñez Cabarcas Julio Lara Bejarano Paul Brito Rosember Anaya

Jefe de Redacción

Rosario Borrero Gerente

Elaine Abuchaibe Auad

Edición, Selección de Textos e Imágenes

Martha Guarín R.

martha.guarin@elheraldo.co Imágenes: Josefina Villarreal, Andrés Rodríguez, Jesús Rico, Luis Rodríguez. Archivo EL HERALDO, Archivo Histórico del Atlántico. Credencial Historia, Colección Museo Nacional de Colombia, Fondo Cultural Cafetero, Fundación Puerto Colombia. Pintura: María de la Paz Jaramillo, Shutterstock.

Director de Arte

Portada: Gabo en Cartagena leyendo el libro que escribió su hermana Aída Rosa. /Foto Luis Carlos García.

fabian.cardenas@elheraldo.co

Contraportada: Omar Figueroa Turcios

Fabián Cárdenas

Los escritos de los colaboradores solo comprometen a quienes los firman.


3

L

LA CAJA FUERTE O LA PUERTA DE ORO DE BARRANQUILLA

as originales obras para la construcción de una oficina para el control aduanero en Colombia se remontan a diciembre de 1848, cuando Santiago Wilson celebraba contrato con el señor Intendente General de Hacienda del Distrito para la construcción de un edificio, aunque ya, años antes, en 1842 se había establecido en Salgar la primera aduana del país en una estructura que remedaba un castillo medieval. El proceso de su construcción fue emanado del nivel nacional con recursos gestionados por el presidente de la época, Tomás Cipriano de Mosquera, con la contraparte local del banquero Esteban Márquez, quien sufragó los gastos mediante un empréstito de su banco, el Banco Márquez, al Gobierno Nacional. Con el traslado de la Aduana a Barranquilla en 1876, el dinamismo progresista de la ciudad fue inigualable, pues se siguen los procesos de modernización estatal y a mediados de la primera década del siglo XX, se ordena la construcción de la Aduana de Barranquilla. Los recaudos aduaneros reflejados en los aforos de las importaciones y exportaciones y las dinámicas de las legalizaciones de los productos y mercancías provenientes del Viejo Mundo garantizaban lo que prometían los planos del proyecto. Los cálculos de distribución espacial de la edificación marcan un espacio con todas las seguridades, habilitando un espacio necesario y estratégico para una estructura pesada encarnada en una gran caja fuerte. El arquitecto inglés Leslie Olivier Arbouin Gromm –que en realidad era un ingeniero jamaiquino– ubica la sección de Tesorería en el primer piso de la naciente edificación, y en un espacio

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

Historia gráfica de Barranquilla XIX entrega*

La Gran Caja Fuerte de la Aduana de Barranquilla. Foto, Diana Meyer Vengoechea, mayo 2013.

apropiado se construye en 1921 un cuarto con las siguientes especificaciones: 4 m de largo, 4,5 m de ancho, 4 m de alto. Esa era la caja fuerte. Un espacio destinado a salvaguardar los diferentes procesos arancelarios, manifiestos aduaneros, lingotes de oro, oro en polvo y demás documentación fiscal que producía la principal Aduana del país en su momento. Esa gran caja fuerte había sido diseñada y construida a finales de 1893 por la compañía de seguridad norteamericana Herring Hall Marvin Safe Co., cuyos talleres estaban localizados en Hamilton (Ohio). Debido a su peso, cuando fue traída al país se hizo necesario disponer de más de veinte obreros para su desembarco. Y como llegaba al puerto a mediados de 1919, terminando la Primera Guerra Mundial, y los aranceles aduaneros eran demasiado riguroso, fue necesario dejar

la estructura de acero, primero en la plataforma del Muelle de Puerto Colombia, durante algún tiempo, y luego en los patios de Sanidad Nacional del Puerto, durante varios años. Esta caja fuerte en realidad es hoy la oficina de la dirección del Archivo Histórico del Atlántico, y al visitarla se detallan minuciosamente sus muros y paredes, hechos con una espesa capa de cemento armado y reforzado con rieles y mallas de acero. Esta única caja fuerte sobreviviente en nuestro entorno tiene su seguridad ante cualquier agente químico, incluso el fuego prolongado. Una vez abierta en su parte posterior se observa su cerradura en la que sobresalen sus seis piñones rodantes en forma dentada, soportadas en sus respectivos pistones de acero, y en segundo lugar, aquellas tres claves que con precisas combinaciones soportadas con sello de seguridad Yale &Towne M.F.G. Co. de Stamford. Conn. USA, eran las encargadas de cerrar en forma estricta los ocho pasadores que a lado y lado de la puerta de esta inmensa caja de seguridad aduanera le daba a Barranquilla muchos años después el apelativo de Puerta de Oro de Colombia, en aquel diciembre de 1946. A la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta, nuestra casa cultural, le sigue siendo un reto prioritario lograr –con la ayuda de varias instituciones culturales– los aportes necesarios para su conservación. Es símbolo de nuestra

Caja Fuerte de La Aduana recién instalada. Almanaque de los Hechos Colombianos. Anuario Colombiano Ilustrado, 1922.

memoria patrimonial, abriendo una historia propia, sin ninguna clave de seguridad, argumentando que muchas otras historias urbanas de nuestra ciudad y Departamento están todavía guardadas para que las posteriores generaciones tengan la oportunidad de seguir conservando y contando con un gran acervo documental que cimenta la seguridad cultural de nuestra capital Barranquilla y nuestro Departamento del Atlántico. (*) Helkin Alberto Núñez Cabarcas. Funcionario Archivo Histórico del Atlántico


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

La semana pasada, en su residencia de Cartagena, el Nobel colombiano tuvo el libro en sus manos.

4

GABO, SEGÚN EL LIBRO DE SU HERMANA AÍDA


5

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

O

Por Andrés Salcedo

ctogenaria y memoriosa, Aída Rosa García Márquez, hermana del Nobel y exmonja salesiana, acaba de publicar Gabito, el niño que soñó a Macondo, un libro lleno de viejas evocaciones familiares. Andrés Salcedo habló con la autora en su casa de Barranquilla. A sus casi ochenta y tres años, Aída Rosa, la cuarta de los once hijos de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, ha vuelto por entero a la inocencia de la infancia en los lentos y paradisíacos confines de Macondo; a los juegos infantiles con Gabito, Luis Enrique y Margot, los tres hermanos mayores en aquella casa que ella recuerda hasta en los más pequeños detalles: la sala, el comedor, la alacena, repleta de víveres adquiridos en el comisariato de la United Fruit Company; el perfumado jardín, el corredor de los geranios, el cuarto de los santos, el de huéspedes, los chécheres amontonados en el de San Alejo. En su libro Gabito, el niño que soñó a Macondo, los recuerdos de Aída Rosa, centrados en la casa familiar de Aracataca, abarcan un tiempo, un paisaje y unos personajes que se han escapado de las obras de su hermano mayor y se han colado en la suya, para acompañarla y darle alas a esta inesperada, hermosa aventura literaria de la senectud. Aída me recibe en su modesto y cálido apartamento barranquillero, poblado de íconos familiares que me miran desde viejas fotografías enmarcadas: los abuelos, los padres, los hermanos. Hay también diplomas de su vida escolar, recuerdos de su largo

Durante dos años, a mano, Aída escribió sus memorias con momentos que se han escapado de las obras de su hermano”.

pasado de institutora y de sus veinte años entregados al servicio humanitario como hija de la comunidad de María Auxiliadora. En las paredes veo fotos de Gabito que lo muestran en diferentes momentos de su vida y frases escritas por él, con esa letra suya que cualquier colombiano identifica fácilmente. En algunas aparece ella junto a ese hermano al que nunca, desde los lejanos días infantiles, ha dejado de reverenciar. Sentados en torno a la mesa donde a lo largo de dos años escribió a mano, con su fina caligrafía de estudiante normalista, las 160 páginas de su libro, sus palabras, disparadas por una memoria juvenil, corren más rápido que mi bolígrafo y me obligan a pedirle con frecuencia que me repita algún nombre, fecha o suceso que no pude atrapar. A nuestro alrededor solo se oye el repetido clic clic de la cámara de Josefina Villarreal, que se acerca, se aleja, se disuelve en el aire. Como le ocurrió a Gabito cuando acompañó a su madre a Aracataca para buscarle un comprador a la vieja casa de los abuelos, a Aída Rosa el reencuentro con aquella casa, ahora restaurada y convertida en museo, la confrontó con los contenidos más antiguos de su memoria. Los olores, colores y sabores de su infancia. –Para mí, que desde hacía mucho deseaba volver a esa casa, todo el viaje fue un redescubrimiento. Recorrí de nuevo el trayecto del tren bananero de aquellos años. El paisaje seguía igual. Los sembrados, los árboles frondosos, los ríos bajo los puentes, esas piedras como huevos prehistóricos que describió Gabito, el olor del banano. Cuando traspasé el umbral de la casa se me


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

revolvió la nostalgia. Ya no era, claro, aquella casa donde las mujeres dormíamos envueltas en sábanas de lino, pero a pesar de los cambios que se hicieron para convertirla en museo, reconocí cada rincón. Como dice Gustavo Tatis en el prólogo, fue como una epifanía. P ¿Y Aracataca? ¿Reconociste al pueblo de tu infancia? R El pueblo próspero de la época de la United Fruit Company ya no era el mismo. Aquel lugar donde mi abuelo, el Coronel, era querido y respetado por todo el mundo, había dejado de existir. Cuando regresé a Barranquilla le conté la experiencia vivida a mi primo psiquiatra Patricio García y le dije que quería poner todos esos recuerdos sobre el papel. Tienes que hacerlo, me dijo. Hice primero una versión en verso pero después, animada por el mismo Patricio, lo pasé todo a prosa.

Me encanta la portada del libro, con las mariposas amarillas y la foto de ustedes, los hermanos mayores, que entonces eran unos niños… R Esa foto la tomó mi papá el día P

6

que nació Gustavo, que es el que me sigue. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. P Háblame de esa infancia compartida con Gabo en Aracataca… R Entonces éramos apenas cuatro hermanos y nos la pasábamos jugando desde que amanecía hasta que nos íbamos a la cama muertos de cansancio. Bueno, también nos peleábamos pero nos queríamos tanto que no tardábamos en hacer las paces. Era una vida sabrosa, la vida fácil y sabrosa de los pueblos. Jamás vi a mi madre ofuscada o nerviosa. Gabito era el líder, lo fue desde siempre. P ¿Era el líder por ser el mayor? R No, lo era por su inteligencia. Tenía unos nueve años y ya mostraba ese talento apabullante. Dibujaba barajitas que representaban cada uno de los meses del año. Por ejemplo, pintaba cometas para señalar que en tal mes habría vientos. Y paraguas, anunciando que iba a llover o que habría sol en el mes siguiente. Hacía pases de magia delante de nosotros, dizque

Aída Rosa, en su apartamento. El prólogo del libro, que todavía no ha sido lanzando en Barranquilla, donde ella vive, es del poeta Gustavo Tatis.

para desaparecernos. En un cuaderno cuadriculado dibujaba secuencias de películas o tiras cómicas donde nosotros éramos los protagonistas. Hacía todo eso estimulado por el abuelo Nicolás Ricardo Márquez, que nos llevaba al cine y al circo, cada vez que la carpa llegaba al pueblo. De verdad, éramos muy felices.

Recuerda a su hermano, entre muchos otros episodios, soñando a ser el mago Richardine de Aracataca y como animador de cabalgatas.

P Cuando uno examina la biografía de cada uno de los once hermanos García Márquez descubre que ustedes han nacido en diferentes partes de la Costa. Los hay cataqueros, sucreños, barranquilleros… R Ah, es que vivíamos una vida de gitanos, no echábamos raíces en ninguna parte. Pero eso hizo que fuéramos tan unidos porque la vida de familia era el centro de

nuestro universo. Y en todos los lugares donde vivimos fuimos felices y de todos esos sitios me acuerdo. Yo, por ejemplo, recuerdo los aguaceros y los arroyos en el Barrio Abajo y los muñequitos que hacíamos con el barro que se formaba después de la lluvia. Y los días luminosos en La Mojana, que era una tierra tan fértil como el valle del Nilo. Allá en Sucre, Sucre, mi papá tenía una farmacia en la plaza del pueblo y llevábamos una vida holgada. P Bueno, pero después de esa infancia feliz, cada hermano cogió su propio camino. Crecieron, estudiaron, se enamoraron, formaron sus propios hogares. ¿Y tú? ¿Qué rumbo tomó tu vida?


7 FOTOS JOSEFINA VILLARREAL

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

LUIS CARLOS GARCÍA

como profesora en la Escuela Fernando de la Vega y después me nombraron en el colegio de las monjas salesianas, en el barrio Alcibia. Esas eran las mismas hermanas con las cuales yo había estudiado. Pues, qué te digo. No es que me hubieran obligado, pero yo sentí el llamado. Sentí que la voluntad de Dios sobre mi vida era esta. Le comuniqué mi decisión al noviecito que tenía entonces. El muchacho se puso muy triste pero me dijo que lo consolaba el hecho de que me iba a casar era con Dios. Hice toda la carrera religiosa en pueblos de Antioquia. El aspirantado, el postulado, el noviciado. Finalmente tomé los hábitos en 1960. En total, fui monja salesiana durante veinte años. P ¿En qué año cuelgas los

R Bueno, primero mi papá me mandó a estudiar con mi hermana Margot al colegio de la Sagrada Familia de las Hermanas Capuchinas en Montería, donde estuve un año. Después me gané una beca y me fui interna a la Normal de Santa Marta, que era en ese momento uno de los mejores colegios del país. Allí había estudiantes llegados de toda la Costa y el profesorado era del más alto nivel. Todavía hoy tengo fresco en la cabeza todo lo que me enseñaron esos profesores. Pero es que no recibíamos solo conocimientos, también nos enseñaron a ser responsables, honestos y disciplinados. Recuerdo con especial cariño a la rectora, María Elena Contreras, que era de Ibagué. A ella le

hábitos? R Después de trabajar en diversas instituciones en Antioquia volví a la Costa. Me nombraron Coordinadora de Prácticas en la Normal de Fátima en Sabanagrande, Atlántico, hasta que en 1979 me retiré. En el 80 pedí la dispensa de los votos en Roma. P ¿Qué pasó, te aburriste?

No. Quería seguir mi carrera de educadora como seglar. Me retiré de la Comunidad pero seguí frecuentándola. Fui profesora de la Normal La Hacienda y del Instituto Politécnico Femenino, aquí en Barranquilla, hasta 1999, cuando me jubilé. Para cerrar con broche de oro, en los últimos años dicté en la Normal la Cátedra Gabriel García Márquez. La niña necia e inquieta que aparece en mi libro había llegado a la madurez de la vida con la conciencia limpia y el corazón rebosante de amor. –Pero con este libro comienza otra historia –le digo– y ahora es la misma niña pequeña del libro la que me devuelve la mirada. R

debo mi amor por la poesía. Imagínate que allí a las internas no nos despertaban con toque de campanas sino con las notas del Ave María de Schubert. Nos dictaban 14 materias, desde puericultura hasta práctica pedagógica. En esa inolvidable escuela estudié siete años hasta

En Cartagena, entrañable encuentro de hermanos, cuando Aída le mostró el libro de su autoría a Gabo.

graduarme como institutora en 1953. P ¿Cuándo decidiste ingresar a un convento? R Una vez graduada, me fui a trabajar a Cartagena, adonde ya se había trasladado la familia. Comencé en el 54


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

8

De Nicolasa y Bernardina, la pareja de hermanas ocañeras que cautivaron a grandes de su época como Santander y Bolívar, se desprende un árbol genealógico que tiene parentela con la rancia dirigencia de nuestra vida nacional.

Las Ibáñez, mamás grandes de la política colombiana


9

Foto de Nicolasa Ibáñez y pintura de Bernardiana Ibáñez, según María de la Paz Jaramillo. Fuente: Jaime Duarte French, Las Ibáñez, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1982/ Credencial Historia.

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

Desde la casa de las Ibáñez se aprecia el Colegio José Eusebio Caro, hijo de Nicolasa Ibáñez. El poeta Caro fue el padre de Miguel Antonio Caro, presidente de Colombia y fundador del Partido Conservador.

H

Por Adlai Stevenson Samper

e aquí, incrédulos de todo el mundo, la grandiosa historia de Nicolasa y Bernardina Ibáñez, dos hermosas hermanas ocañeras que vivieron en los albores de la Independencia, bajo los primeros tiempos de la República y cuya vasta e histórica parentela ha ostentado todo tipo de dignidades políticas. Hasta las acusan, señoras, señores, de ser las instigadoras en la creación de los partidos Liberal y Conservador; mucha cosa para tantos ajetreos íntimos y de manejar los hilos ‘secretos’ de la estabilidad del Estado colombiano en los tiempos que les tocó en gracia vivir. Simón Bolívar, uno de los protagonistas de esta historia, indicó en inspirada frase –no exenta de atribulado reclamo amoroso– que “En Colombia no habrá paz hasta que mueran Nicolasa y Bernardina Ibáñez, Carmen Leiva y Mariquita Loiche”. Las malas del paseo, como se ve. Peor aún, sostuvo con nombre propio que la paz colombiana era objetivo lejano “mientas exista en Bogotá la familia Ibáñez”. Es que Bernardina,

considerada en su tiempo la mujer más bella e inteligente de la Nueva Granada, fue renuente a aceptar sus requiebros amorosos. Bolívar no se amilanaba, acostumbrado a que todas las doncellas le abrieran su corazón y su cuerpo. Le escribía una y otra vez “No pienso más que en ti y en cuanto tiene relación con tus atractivos. Te escribo mil veces, pero tú ingrata no me respondes”. Nunca lo hizo. Silencio general de la ocañera. Pero cayó rendida a los pies de uno de los playboys de la época, Miguel Uribe Santos, con quien tuvo una hija, Carmen, que se desposaría con el cónsul danés Carl Michelsen. Su nieta María se casaría con el presidente Alfonso López Pumarejo, convirtiéndola en bisabuela del también presidente Alfonso López Michelsen.

NICOLASA IBÁÑEZ Y FRANCISCO DE PAULA SANTANDER. Los de

Nicolasa Ibáñez y Francisco de Paula Santander fueron unos amores tormentosos que provocaron todo tipo de chismorreos en las devotas ciudades de Ocaña y Bogotá. Aunque es menester reconocer que Bolívar conoció primero a Nicolasa, pues fue una de las damas ocañeras que salieron a recibirlo con guirnaldas cuando llega el 9 de enero de 1813 con su ejército tras la exitosa campaña del bajo Magdalena. Se aloja Bolívar en la casa del matrimonio Ibáñez Arias, observa embelesado la temprana belleza de Bernardina y se percata de las angustias eróticas de su hermana Nicolasa. Su novio, Antonio Caro, un español, se encontraba preso en Mompox, pidiéndole ella

encarecidamente a Bolívar que lo libertara, que ella era capaz de lo que fuera, accediendo este a su amorosa petición. Ya en libertad, se casaron el 16 de marzo de 1883, siendo apadrinados por Bolívar. Fueron unos nexos fuertes con el Libertador, pues en diciembre de 1815, tras la estancia de seis meses de Francisco de Paula Santander en Ocaña, Nicolasa, misteriosa, da a guardar un baúl que contiene en su interior esquelas y cartas con Bolívar, más su casaca guerrera untada de todo tipo de batallas. Son depositarias del encargo las monjas del convento de San Francisco. Nicolasa aduce que se trata de “asuntos de índole familiar”. Santander tenía el mando de las fuerzas independentistas en Cúcuta en 1815. De junio a diciembre de ese año lo pasó en Ocaña enamorando con fervor a Nicolasa, y ella que plenamente correspondía a sus asedios galantes, mientras su esposo español andaba por otros lares en comisiones que diestra y certeramente le encargaba el Estado colombiano, a través de Santander, para mantenerlo alejado de la zona de candela de su mujer. Estaban en apariencias hechos el uno para el otro, pues Nicolasa era alta, con una abundante cabellera lacia negra, de hermosa contextura y unos ojos color negro profundo que “desnudaban el alma”. Por su parte, Santander no se le quedaba atrás a la beldad ocañera. Su secretario y colaborador José Manuel Restrepo lo define así en 1841: “Alto, un poco grueso, blanco y de una fisonomía varonil. Su genio era áspero como de un militar que ha pasado gran parte de su vida mandando soldados, pero en sus últimos años había mejorado mucho”. Manuel Pombo, en un tono laudatorio pasado de campanillas dice: “Santander era un hombre hermoso y arrogante, de gran talla, robustos miembros y apostura imponente. La


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

10

Carta de Nicolasa Ibáñez al Libertador Simón Bolívar, en la que intercede por la pena de muerte a Santander, quien fue su amante, y le pide que lo envíe a los Estados Unidos. Colección Museo Nacional de Colombia.

palabra sonora y acompasada de sus labios llena de grandeza y gracia, y en sus modales la distinción y la dignidad se revestían de soltura y donaire. Trabajador incansable y severo e incontrastable en el mando, era, fuera de él, el hombre más popular”.

Janer Luna, actual propietario de la casa de las hermanas Ibáñez, en el patio.

UN ROMANCE ESCANDALOSO.

Mudada Nicolasa a Bogotá con sus hijos, con un marido que se la pasaba viajando en todo tipo de encargos “oficiales”, mientras Santander devotamente la visitaba para las correspondientes asistencias. Todos en la ciudad hablaban del romance, para desgracia de su hijo José Eusebio Caro, que sufría en silencio las burlas públicas sobre su engañado progenitor. Tantas fueron las consejas maliciosas que Santander, en más de una ocasión, le tocó salir al quite, como la vez que le reprochó agriamente al cartagenero Ignacio Muñoz: “… he sabido que has hablado algunas cosillas de mí y de las señoritas Ibáñez, cosa muy indigna de quien se diga amigo, y que yo, a decir verdad, no merezco”. Apariencias, pues el 30

Entrada a la casa de las Ibáñez, donde consta, según la placa, que se hospedó El Libertador.

de abril de 1835, Santander encuentra al vicepresidente de la República José Ignacio Márquez cortejando a Nicolasa en su casa. Pretendió lanzarlo por la ventana, preso de incontrolables celos, siendo detenido por la mano de la disputada. Nicolasa conocía las debilidades de los dos y logró apaciguar los ánimos exacerbados. De ese episodio, señalan algunos aventurados de las crónicas eróticas políticas del país, surgen los partidos Liberal y Conservador. Total, Nicolasa se fue para París y allí falleció. Santander se casaría, cuarentón, con una dama de la élite bogotana. En su testamento no se olvida de su “Querida Nico”. Dice así en su cláusula 21: “Declaro que el difunto Antonio Caro me adeudaba a su muerte cerca de ocho mil pesos, procedentes de siete mil pesos que le presté en dinero para pagar sus deudas en esta tesorería de Bogotá. Los documentos estaban en poder de la señora viuda Nicolasa Ibáñez. Mando que no se cobre esta cantidad, pues debo especiales favores a esta señora durante mis persecuciones

en el año de 1828. Lo declaro solemnemente para que se vea que no he sido avaro”. LA SAGA DE LAS IBÁÑEZ. Según

el periodista Mario Pacheco, en el pasado debate electoral para presidente, tres de ellos eran parientes de las Ibáñez: Juan Manuel Santos, Rafael Pardo Rueda y Clara López Obregón. El nieto de Nicolasa, Miguel Antonio Caro, fue presidente y fundador del Partido Conservador. También fue abuela política del presidente Carlos Holguín y bisabuela política del presidente Roberto Urdaneta. La lista de políticos descendientes prosigue: la actual canciller María Ángela Holguín, los expresidentes Ernesto Samper, Jorge Tadeo Lozano –del Estado Soberano de Cundinamarca–, Domingo Caicedo, los exalcaldes de Bogotá Diego Pardo y José Ibáñez, los exministros Miguel Urrutia y Ángela Montoya, del líder político Jaime Bateman y de personalidades como los escritores Lucas y Eduardo Caballero Calderón, del periodista Antonio Caballero, del pintor Luis Caballero, del

clavicembalista Rafael Puyana y un largo etcétera que incluye –sin ninguna exageración– a medio país. LA SAGA PERDIDA DE LAS IBÁÑEZ EN OCAÑA. En Ocaña todos

conocen la historia de las hermanas Ibáñez pero nadie se atreve a reivindicarlas. Mucho sexo y adulterio de por medio, es materia histórica tabú, una especie de estigma que se sobrelleva con una dignidad digna de mejores causas. Fue tan fuerte ese afán de olvido que no existe nadie con esa parentela –tan difundida en todas partes de Colombia–, en su tierra natal. Su antigua casa fue convertida en Hospedaje con su apellido: Las Ibáñez. Un letrero desaparecido lo anunciaba, al igual que una plaqueta que sobrevive dando fe de las varias dormidas en esa casa de Simón Bolívar. De Santander, que estuvo mucho tiempo en ese mismo caserón y en mayores ajetreos, nada se dice. Su actual propietario, Rodrigo Luna, con 82 años a cuestas, cuenta que en la casa “funcionaba un hotel que se llamaba Alcázar. Yo era agente


11

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

de una empresa de transporte. El señor que me vendió tenía el hotel. Cuando inauguraron la terminal de transporte nos mudamos. Yo me quedé en la casa, que se encuentra ahora deshabitada, excepto mi oficina”. Su hijo Janer Luna sostiene que de niño recordaba el aviso Hospedaje Las Ibáñez, y que la disposición de la casa era de varias habitaciones, un patio grande en el fondo, donde dormían los caballos y la servidumbre, y una especie de entrada a un subterráneo para posibles escapes. Las Ibáñez son personajes de poco nombrar en Ocaña. En 1978 hubo un pálido intento de reivindicarlas por parte del senador Fernando Carvajalino, pero enseguida saltaron los adalides de la moral ejerciendo la crítica a la iniciativa por considerarlas de una vida poco

edificante para las buenas costumbres. En los desfiles de los genitores, uno de los cuadros presentados es sobre estas hermanas, pero hecho con alguna asepsia social. Para nada, pues a su nombre se han hecho telenovelas, novelas, ensayos y artículos periodísticos, erigiéndose como mamás grandes históricas de la política colombiana. Su influencia en Ocaña se muestra en el orgulloso y añejo Colegio José Eusebio Caro, nombre del perturbado poeta hijo de Nicolasa, en todo el frente del antiguo caserón familiar. Y en nombre de Nicolasa, su madre, fue bautizado el salón de profesores del colegio. Y esta fue, incrédulos y escépticos, la increíble historia de dos hermanas y el legado que ha ejercido su saga en la política nacional desde hace dos largos siglos. Pura historia erótica patria.


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

12

De Ana Estela Mendoza, ‘Muelle en los años 30”.

Arte para el Malecón de Puerto Colombia

‘Un pedacito de mar’, creación de Chelo Rodríguez.

El pequeño observa ‘Invierno’, de Adela Renowitzky.

Un componente utilitario, artístico, que contribuye a continuar moldeando a Puerto Colombia como agradable entorno turístico, acaba de inaugurar el proyecto Agua-Aire-Arte. Ochenta artistas han dejado su impronta en bancas a lo largo del Malecón, iniciativa que busca que la vía que conduce al mar invite al agradable y sano compartir. La Alcaldía Municipal, Fundación Triple A y la Fundación Puerto Colombia propiciaron este proyecto que dio cabida a artistas locales y a los que tienen vínculos artísticos y culturales con el balneario. Fotos Fundación Puerto Colombia, Andrés Rodríguez, Jesús Rico.

Magoo tituló su pintura ‘¡Agua!, tengo sed’.


13

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

Buscando el atardecer en familia. Escena captada por Jesús Rico. La banca es del artista porteño Alfredo González.

Ahora el arte le hace compañía a los caminantes.

Del artista Osvaldo Cantillo, denominada ‘Óctopus rescatando a Nemo’.


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

14

De amor, de cine y de sombra

Por Julio Lara Bejarano Crítico de cine, formador de públicos

“Apocalipsis Ahora (1979) es lo que puede denominarse un buen hijo”.

C

uesta escribir sobre lo que desconocemos, sobre lo que somos incapaces de experimentar, situados biológicamente a años luz del milagro gestado entre decúbitos dorsales, contorsiones y movimientos, salvaje o dulcemente fundidos en pareja; algo que –convictos o no– podemos propiciar como varones, pero jamás llevar hasta sus últimas instancias, por lo que (desde el mero extremo del género) solo nos queda la opción contemplativa. La de aquel canal de cable que introduce una cámara minúscula dirigiéndose hacia el vientre materno, o la de la metáfora, emulando la sensación con aquella creación que mejor nos plante sobre la tierra, que nos pueda llamar “padre” con sus propios labios o por intermedio de otros ajenos a nuestra sangre, que no a nuestro espíritu, en tantos lugares y tiempos como la caducidad de la obra lo permita. Ojos, oídos y manos como gónadas para entender otras dimensiones de la expresión “dar a luz” en el arte. Y, como es de esperarse, apelo al manifiesto de Ricciotto Canudo para quedarme en el séptimo, donde más protegido me siento, cual niño postrado a las faldas de su madre. Baste con escuchar a Francis Coppola en el documental Corazones de oscuridad: el Apocalipsis de un realizador (Bahr, Hickenlooper, Coppola, 1991) para dimensionar mejor el adagio de “madre no hay sino una” en medio de las cuantiosas vicisitudes –técnicas, geopolíticas y financieras, sin mencionar climáticas– que supuso rodar en Filipinas una adaptación libre de Joseph Conrad, como para provocar el aborto a quien no estuviese lo suficientemente atado a su voluntad por una suerte de cordón umbilical imbricado de principios. Cuando se propagaron rumores sobre los problemas de producción y retraso en el rodaje, el director manifestó: “Estamos atrasados, pero no dejamos de filmar. Estamos luchando de a poco. Tenemos cien problemas por día. Es como nuestra gran guerra”. Más tarde, firme aunque

apesadumbrado, sentenciaría que como artista le encantaría tener la oportunidad de completar el filme: “Es absurdo pensar que después de lo que viví en el pasado, de todas las películas que hice y después de dieciséis semanas de rodaje no terminaré la película en la que invertí tres años de mi vida”. Y en efecto así fue, Apocalipsis ahora (1979) se alzó con tres Globo de Oro, dos Oscars y la Palma de Oro en Cannes. Lo que puede denominarse un buen hijo. En otra ala materno-infantil sitúo a Terry Gilliam, quien no salió tan airoso de su literal “quijotada creativa” al cabalgar tras Cervantes en El hombre que mató a Don Quijote, desconociendo la frustración de Orson Welles, su predecesor en el camino al cadalso fílmico. Empecinado en perseguir sus propios molinos de viento, Gilliam repitió el sino trágico de otra obra de su filmografía, Las aventuras del Barón Munchausen (1988), cuyos desafíos jamás se equipararon al presupuesto ni a sus posibilidades reales de recuperación. Pero poco le valió la experiencia para reafirmar su reputación de director desenfrenado con este proyecto que desde el inicio exhibió coordenadas demenciales con planes de rodaje que, sin permitirse el menor margen de error, debieron aceptar la inminencia de todos los posibles, hasta de los más inimaginables. Al finalizar el documental que reconstruye los destrozos: Perdidos en La Mancha (Fulton, Pepe, 2002), el director – incómodamente rendido en una oficina a varios pisos de altura– remata: “Parece una maldición caída sobre Don Quijote. ¿No es eso el viento? Comenzó con un gran diluvio y ahora el viento se lo lleva todo, se lleva soplando a Don Quijote lejos de España, para siempre”. Tal cual. Tras un último intento de retoma, la película nunca se filmó. La gestación fue interrumpida. Habida cuenta del largo trecho que separa a padres y madres en el imaginario social (y biológico, desde luego), quién puede negar el poder de la matriz y su halo perpetuo invisible en nosotros, sus herederos. Impedidos de funcionar a contra natura, condenados a sembrar semillas y a combatir el potencial desarraigo en la crianza, hemos de reconsiderar nuestro papel fecundador en la vida, en los oficios, en el arte. “Un hombre, para ser completo, ha de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, dijo José Martí. Añadiría, desde mi óptica, una película filmada, que nos trasnoche hasta verle alumbrar, para luego bajarle la fiebre a cuentagotas, arropándola en la oscuridad.



12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

16

país y en Nueva York. Empezó a ejecutar la gaita macho desde los 12 años de edad.

Estricto, exigente con sus músicos, vivió momentos de gloria durante presentaciones en todo el

Por más de 25 años, Nicolás Hernández llevó las riendas de Los Gaiteros de San Jacinto.

Ahora Nico hará en el cielo el ‘show’ de ‘La mica prieta’

L

Texto y fotos Rosember Anaya Ramírez

as notas de la gaita hembra no suenan con la misma alegría, su ejecutante, ahí parado al lado de la tumba de quien fuera su compañero inseparable, hace un esfuerzo para no seguir derramando lágrimas. La melodía es triste, falta quien le marque el compás, ese que con su gaita macho y maraca ponía el sabor, dándole ritmo a cada una de las canciones. Toño García, uno de los legendarios Gaiteros de San Jacinto, hace una pausa en su toque, agacha su mirada y observa la tumba de su amigo, luego eleva la vista hacia el cielo, en busca de una explicación a la partida del hombre que lo llevara a formar parte de la famosa agrupación de Los Gaiteros. Joaquín Nicolás Hernández Pacheco, a quien todos llamaban por cariño Nico, ese mismo que llevó por más de 25 años las riendas de Los Gaiteros de San Jacinto, se fue al encuentro con Dios. Allá seguramente estará haciendo sonar su gaita macho y mostrándoles a todos los ángeles el show de La mica prieta. En la tierra aún su compadre se resiste a que se haya ido, por eso habla como si todavía existiera. “Tengo 25 años de estar al lado de Nicolás y nunca me independicé de él. Nicolás fue una persona a la cual le agradezco mucho, principalmente por todo lo que le entregó al Grupo. Lo conocí siendo un niñito y él desde los 10 años ya tocaba una gaita, lo vi tocando aquí en San Jacinto. Nicolás nunca abandonó la música de gaita, luego, cuando ya fue una persona de conocimiento, Toño Fernández lo llevó al grupo”, expresa Toño García, quien no deja de detallar lo que está alrededor de la tumba de Nico. La mochila, el sombrero y la maraca continúan en el cuarto, al lado del escaparate de plástico, así siempre se acostumbró Nico a colocar sus herramientas más preciadas, esas que cuidaba como su tesoro más valioso, pero curiosamente nunca tuvo apego por estos instrumentos. Sus gaitas siempre se las regalaba a sus amigos especiales, por eso en su casa, en el barrio Loma del Viento, de San Jacinto, sus gaitas solo se pueden observar en fotografías. “Mi papá era muy celoso con sus instrumentos, no permitía que nadie se los maltratara, si veía que alguien le ponía el pie a un tambor ahí mismo lo regañaba. Nunca tuvo apego por los instrumentos, por eso las gaitas

Nicolás Hernández siempre construyó sus gaitas y maracas. En su casa siempre les destinó un lugar especial.

En San Jacinto, Bolívar, el Parque de Los Gaiteros no tiene ningún elemento que lo vincule con las gaitas y los tambores. Además, está descuidado.

siempre las regalaba, en la casa solo se quedó una maraca, las cuales marcaba con su nombre”, apunta Mery, una de sus 8 hijas. Mientras todos recuerdan cada una de las enseñanzas que les dejó Nico, Toño acaricia su gaita, de repente se para y dice: “Hay un tema que nunca se me va a olvidar y ahora mismo lo voy a tocar”. Acto seguido se lleva la gaita a su boca y comienza a realizar la interpretación. “Lindo que suena el tambor y la gaita se llena de encanto, güepa voy a la fiesta de El Banco”, la canción la tararea Víctor Maldonado, un bogotano que desde la primera vez que escuchó la música de Los Gaiteros se enamoró de ella, por eso viajó hasta San Jacinto para darle el último adiós a Nico. Antes de que Víctor termine de cantar, Toño repica y afirma: “ese tema se llama Así lo grita Totó, la compuso Nicolás hace mucho tiempo”.


17

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

Frente a la tumba de Nicolás Hernández, su compañero artístico, Toño García, ejecutando ‘Así lo grita Totó’, una de las melodías que ambos dieron a conocer.

Nico se hizo gaitero a los 12 años de edad y llegó al grupo de la mano de su tío Toño Fernández.

La historia de esta canción la narra Fredys Arrieta, un gaitero de San Juan Nepomuceno a quien Nico le dijo, cuando ya él estaba algo enfermo, que asumiera la dirección del grupo. “Una vez Totó La Momposina vino a buscar a Nico para hacerle una invitación a El Banco, Magdalena, al festival de la cumbia, y cuando ella se iba le dijo: “Güepa, este año sí vamos a pasar bueno las fiestas”, y ahí mismo compuso la canción,

expresa Arrieta mientras sonríe. En un rincón del quiosco y sumida en la tristeza, Nubia Romero, la mujer que permaneció durante 41 años al lado del hombre que le enseñó a sus 10 hijos el valor de la puntualidad, recuerda cómo era su compañero sentimental cuando estaba en casa. “Siempre fue alegre. Él mismo hacía sus propias gaitas y siempre andaba pendiente de sus amigos. La música era lo que más adoraba,

se crió donde el señor Toño, su tío. Ese talento lo llevaba en la sangre, se le perdía a la mamá y se iba con los mayores a tocar, vivió con sus hijos bajo la música”, asegura la mujer que no deja de mecerse. Sus hijos, amigos, compañeros de agrupación y vecinos, todos en general, lo que más recuerdan de Nicolás es el show que hacía de La mica prieta. Pero, ¿en qué consistía este espectáculo?, ¿qué era eso tan bueno de lo que todo el mundo en San Jacinto habla? Javier Flórez, uno de los pupilos de Nico, cuenta cómo su maestro deleitaba con su show. “Se abría a cantarle al público y venía haciendo unos gestos como el mico y empezaba a acariciar al gaitero ‘hembra’, como cuando el mico está enamorando a la mica, así se ponía Nico, y eso a la gente le encantaba, adonde íbamos siempre nos pedían La


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

18

Nubia Romero, la viuda de Nicolás, dice que siempre recordará la alegría con la que él cantaba.

mica prieta”, afirma mientras suelta una carcajada. En el año 2007, cuando Los Gaiteros de San Jacinto ganaron el Grammy Latino con el álbum Un fuego de sangre pura, Nicolás Hernández vio cristalizado uno de sus grandes sueños, pues siempre quiso que la gaita tuviera un gran reconocimiento. “Sin duda alguna que con el Grammy la gaita tuvo realce, y de eso siempre nos hablaba Nicolás. Con ese premio él se puso muy contento y nos decía que la gaita no se podía acabar”, agrega Javier, quien desde los 12 años comenzó a acompañar al maestro Nicolás Hernández. Al sepelio del machero —así se le llama al ejecutante de la gaita macho— llegaron gaiteros de diferentes municipios y cada uno de ellos le cantó a Nico, pero hubo uno en especial, de la tierra e integrante de los auténticos Gaiteros de San Jacinto, que no le cantó. Juan Fernández, primo hermano de Nicolás y voz líder de la agrupación. Chuchita, como le llaman cariñosamente, no tuvo fuerzas para cantarle a su colega, familiar y amigo. “Todo el mundo cantó, pero a mí no me entró nada de cantar, no tenía fuerzas para hacerlo, no me sentía con ese ánimo porque son cosas que duelen. Él era el machero del grupo, buenísimo, y por eso es que hay que recordarlo”, dice el cantante, quien el próximo 6 de agosto cumplirá 82 años. El cielo está a punto de oscurecerse, Mery, se ve con ganas de quedarse en el cementerio, no

El músico Juan ‘Chuchita’ Fernández, voz líder de Los Gaiteros de San Jacinto, triste por la partida de Nico.

deja de detallar la tumba de su papá y acomoda la cinta de color morado que está tirada sobre la arena. Toño García, quien a sus 83 años aún asegura que tiene fuerzas para seguir soplando la gaita, ha dejado de tocar, la nostalgia se refleja en sus ojos apagados; con resignación se marcha lentamente y tendrá que aceptar que Joaquín Nicolás Hernández Pacheco, su compañero de mil batallas, o mejor, de mil toques, se ha llevado la gaita macho y la maraca para el paraíso. Nico, el machero y uno de los grandes Gaiteros de San Jacinto partió, pero su legado vivirá por siempre, en su casa los recuerdos están en todos los rincones y el show de La mica prieta permanecerá en la memoria de los sanjacinteros.



12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

20

En la individual ‘Héroes de piedra, heroínas de plástico’, abierta hasta este 18 de mayo en el Centro Israelita Filantrópico,

El artista barranquillero Roberto Rodríguez también participó como invitado en BarranquillArte 2013.

Roberto Rodríguez viene mostrando una nueva etapa en su obra.

A Por Paul Brito

El artista del caos En exclusiva para Latitud, el artista presenta estas imágenes que harán parte de un libro que publicará en breve, bajo el género de poesía visual.

Roberto Rodríguez hoy le resulta más difícil comenzar una nueva obra. Antes empezaba por una emoción y terminaba con una emoción. Hoy sigue pensando que la emoción es el punto de partida de su obra: el impacto de una imagen y lo hondo que puede calar en él. Sigue creyendo que la emoción está primero que el intelecto, pero ahora se enfrenta a un cuadro con la idea principal de que es un espacio blanco que vencer, con todo lo que el blanco puede significar de vacío, confusión y orfandad. La razón entra en ese momento a poner orden en el caos de emociones: a encauzar la euforia de la creación.

“Hasta las aves están encadenadas al cielo”, subraya Roberto, parafraseando a Bob Dylan. Le pregunto si la técnica (esa forma de razón que practican intensamente los artistas) puede volverse una cadena para la espontaneidad y la intuición de sus creaciones, y responde: –Tengo claro que quiero pintar menos con la capacidad técnica que con el mensaje que quiero transmitir. Un trabajo muy bien hecho sugiere una obra bien hecha, pero no asegura la claridad del mensaje, su porosidad. Una obra muy acabada técnicamente se vuelve un bloque compacto que el espectador no puede penetrar, un ladrillo con el que no puede dialogar o construir su propia interpretación. Después de dominar la técnica es fácil seguir haciendo lo mismo. Más difícil es desaprender todo lo aprendido, y empezar a manchar y a expresar cosas personales para poder decir algo cada vez más humano. Las palabras de Roberto me recuerdan el credo de Bruce Lee. “El hombre, el individuo creador, es siempre más importante que cualquier sistema establecido”, sostenía el inventor del Jeet kune do: el no-estilo de las artes marciales. Sin embargo, para poder dar con el estilo del no-estilo hay que vaciar el recipiente y comenzar a llenarlo con el propio espíritu: “Vacía tu copa para que pueda ser llenada – aconsejaba el pequeño dragón–, quédate sin nada para ganar la totalidad”. –¿Qué es para ti un artista genuino? –le pregunto a Roberto–. ¿Alguien que reinventa las normas existentes de su arte y ofrece un lenguaje nuevo: un creador que pone por primera vez sus huellas en una arcilla fresca, intocada, inédita, o un continuador, un seguidor también puede ser un artista auténtico? De inmediato me deja clara su


21

“UN GARABATO INOFENSIVO“ “A la primera palmada, no grité, dibujé. Desde ahí soy consciente de que nací para hablar con las manos, y que, armado de pinceles y lápices, daría la pelea en defensa propia, o sea, en defensa de todos. Desde allá en mi prehistoria pinto y dibujo, hago y deshago en competencia legítima contra la lógica de Cronos. Soy autodidacta e incivilizado como creo que se requiere

para estas lides, así es que tengo un perfil desdibujado por mí mismo, para no ser

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

descubierto… y lo he logrado: mantengo a salvo mi corazón. Soy hermano mayor del trabajo, y la tortura siempre ha querido ser mi hermana gemela. Mis armas las guardo siempre debajo de la almohada, almohada que cargo adentro como una muerte implícita. Soy artista, eso dicen por mi apariencia; soy lo que soy y me ha servido para gritar gráfica y literalmente por todo el planeta: soy un megáfono. Soy la oveja que matará el lobo para cubrirse con sus fechorías, pero cuánta sorpresa cuando me enfrente. Entonces dibujaré una sonrisa en mi rostro, pero no será el final…”

Tengo claro que quiero pintar menos con la capacidad técnica que con el mensaje que quiero transmitir”. afinidad con aquella máxima del poeta Arthur Rimbaud: “Hay que ser absolutamente moderno”. –En Colombia hay muchos pintores que están calcando la historia del arte para poder plantear su trabajo. Yo pienso que eso no es sano. El mundo de hoy tiene una suerte de preguntas totalmente nuevas frente a lo que fue incluso hace un año. Hoy están pasando cosas nuevas y no se puede proponer una mirada idéntica a la de hace cinco décadas. Muchos pintores en Colombia siguen un camino facilista: llevan más de 100 años repitiendo la misma cosa para

la sustentación de lo mismo, y no dan un paso adelante. Le pido ejemplos de lo que está haciendo en ese sentido y me comenta que dentro de las nuevas apuestas plásticas que viene realizando hay un ladrillo coronado con un helado y estructuras gigantescas donde aparece una Virgen adorada, que sugieren el boom de miseria en que vivimos. Roberto no ha querido que fueran simples cuadros estéticos sino que llevaran incorporados conceptos, mensajes. En un paraje celestial aparecen los mojones metálicos que usan los bancos para dirigir a los clientes hasta el cajero;

postres culminando el fangal; lujosas lámparas de lágrimas decorando absurdamente paisajes naturales… –Sigo jugando con elementos recurrentes de mi obra como el postre, y elementos antiguos y tradicionales como la Virgen –afirma–, pero me estoy enfocando en el caos que se viene generando en el mundo. El ladrillo se puede volver un nuevo leitmotiv de mi arte, y el ladrillo proviene también del barro. Estamos haciendo construcciones que sugieren que nos van a proteger, pero realmente la mayoría de la gente está desprotegida. Según la opinión más extendida,

“Amanecerá y veremos”. / Segmento.

lo que más dinamiza la economía es la construcción, pero nos estamos llenando de apartamentos vacíos y miles de desplazados. Todo ese conjunto de cosas que se está preguntando Roberto a partir del caos que el hombre generó por su irracionalidad y su inercia repetitiva le está dando elementos sencillos pero elocuentes: un ladrillo, una lámpara o una rueda le proporcionan un soporte para construir un nuevo lenguaje; quiere ponerlos a gritar cosas nuevas que perturben al espectador y lo pongan a pensar en el mundo en el que vive, no solo imágenes primarias y bien elaboradas que deleiten su sensibilidad. Le pregunto qué es lo que más le gusta pintar en ese contexto, y sin pensarlo dos veces me responde: “El hombre”. –El ser humano es hermoso –y se queda absorto, como si estuviera viendo en este momento una figura humana levantarse por primera vez del fango–. Si en el barro se reúnen la tierra y el agua, en el hombre se juntan y ordenan todos los elementos de la creación… la tierra, el agua, el aire y, el más importante: el fuego que lleva por dentro y que proporciona su propia cocción. Me señala entonces un cartel en una pared de su estudio, donde aparece reproducido uno de sus cuadros más emblemáticos, para algunos su mejor obra: La suite: un lienzo donde no hay ningún ser humano sino una abrumadora oscuridad coronada por una turbina de barco. Roberto señala la imagen con esa mano gigante con que los grandes artistas amasan el mundo, y concluye: –Yo defiendo mis cuadros donde no hay figura humana, porque tengo la impresión de que sigue allí como una llama, iluminando el caos, despejando las sombras, forjando el mundo de nuevo.


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

Madre no hay sino... muchas

22

entre el padre, que se erige como una figura de poder, y el hijo indefenso asoma en la Teogonía de Hesíodo, cuando Gea salva la vida del pequeño Zeus, ocultándolo en una caverna y entregando a Cronos, el padre que se dispone a devorarlo, una piedra envuelta en trapos para cubrir el engaño.

Te di la vida y

El papel de la maternidad a través también... de la literatura

Por Alfredo Baldovino Barrios

M

Huellas para identificar ás allá de la función recreativa que se le adjudica a la literatura está el retrato de las preocupaciones específicas de una época y de los aspectos del corazón humano comunes a todos los hombres y a todos los tiempos. Muertes por culpa de la infidelidad de una mujer las hubo en la Guerra de Troya y las seguimos atestiguando hoy día en las portadas de los periódicos. Problemas conyugales por causa de un falo ineficaz aparecen en Las mil y una noches y en los consultorios de sexología. Bajo ese mismo criterio, interrogar por los distintos matices ofrecidos por la maternidad a lo largo de la historia implica el necesario concurso de la literatura. En ese sentido, la primera mención al sentimiento de la maternidad en un texto literario podemos encontrarla quizá en el primer canto de La Ilíada, cuando Aquiles invoca a la ninfa Tetis a la orilla de la playa para quejarse de la injusticia de que ha sido objeto por parte del arrogante Agamenón, quien, de un modo arbitrario, le ha arrebatado a su criada Briseida. Tetis emerge entonces del fondo del océano, toda ella agua y ojos verdes, y luego enfila hacia el Olimpo y consigue del rey de los dioses la promesa de no entregar la victoria al ejército griego hasta que no se resarza al valiente Aquiles del daño que se le infligió. Que no hay dolor más grande para una madre que la pérdida de su hijo lo vemos en La Odisea, cuando Odiseo, al descender al reino de los muertos para consultar al adivino Tiresias, encuentra a su madre entre los demás difuntos diciéndole: “No he tenido enfermedad ninguna (…); no estar tú ni tener tus cuidados, mi caro Odiseo, ni gozar tu ternura, me quitaron la vida”. La madre como símbolo de amorosa intercesión

Pero la madre no siempre destaca en su papel protector y fraternal, pues se sabe también de historias en las que las madres atentaban contra la vida de los hijos por sentido estético, despecho hacia el cónyuge o políticas eugenésicas. En el primer caso viene a mi memoria una de las tantas versiones sobre el nacimiento del dios Hefestos. En efecto, se dice que este era tan feo que la diosa Hera, abrumada ante una visión tan desagradable, lo lanzó al mar desde la cima del Olimpo, si bien después se dejó conquistar por su habilidad para la fabricación de joyas. En este mito traslucía la importancia, harto conocida, que los griegos concedían a la belleza. Si no eras

bello físicamente, debías por lo menos producir cosas bellas con tus manos o con tu voz. ¿Quién mejor que Medea, que asesinó a sus dos hijos con el fin de vengarse de la traición de Jasón para ilustrar el segundo tipo de maternidad despiadada? De alguna manera ella simboliza la derrota del amor filial por el amor erótico, y encarece el papel liberador que la venganza cumplía entre los griegos. En el tercer caso están las amazonas, la comunidad de mujeres guerreras que asesinaban a sus hijos varones y les segaban a sus hijas el seno derecho para que pudieran apuntar el arco con mayor comodidad hacia el corazón de sus enemigos. La enseñanza es clara: el verdadero compromiso de la madre no es para con su hijo sino con la comunidad en la que ha crecido. Existen, por lo demás, fundamentos históricos que acreditan este rol político de la madre. En la antigua Esparta, por ejemplo, cuya población era superada ampliamente por la de los esclavos mesenios, el papel de la procreación asumía tanta importancia para la conservación de la ciudad que

REA, LA MADRE DE LOS DIOSES ZEUS, POSEIDÓN Y HADES

las mujeres muertas tratando de dar a luz eran elevadas a la categoría de heroínas y su nombre era grabado en la piedra para que fuera leído por las generaciones venideras. Platón, entusiasta admirador de las costumbres espartanas, retoma este papel pragmático de la maternidad, proponiendo en el libro V de La República la existencia de amantes comunitarias, repartidas entre los hombres más viriles e inteligentes de su ciudad ideal, a las cuales habría de quitárseles el hijo, una vez nacido, para que fuera el Estado quien se encargara de su crianza.

De armas tomar A comienzos del siglo XX la situación de Rusia es crítica. La desigualdad social es inmensa en los campos, y en las ciudades las cosas no marchan mejor: los obreros trabajan todo el día por un sueldo miserable y al finalizar la jornada se emborrachan y pegan a sus mujeres. Pululan los grupos clandestinos por todos lados, contrarios a las políticas autocráticas del Zar, y Pavel Pavlovich, un joven obrero de veintitantos años, que vive junto a su madre Pelagia en una humilde casa, pasa a convertirse en uno de los líderes de tales núcleos revolucionarios en la novela La madre, de Máximo Gorki. Pelagia es la misma estampa de la bondad. Carece de ideología política y apoya al hijo por simple solidaridad. Es ella quien prepara el té para todos. La que teje las medias rotas de una de las chicas del grupo. La que observa todo desde un rincón sin apenas abrir la boca y asume el papel de madre de los jóvenes del grupo. Al comienzo la invadía el temor por la peligrosidad de las reuniones, pero cuando los muchachos son apresados por la policía del Zar, es ella quien distribuye la propaganda revolucionaria entre los obreros y campesinos hasta que finalmente es capturada. La madre dio la vida al hijo y recibió a la vez


23 la semilla de la causa política, que le permitió sentirse útil multiplicando el mensaje entre las clases más necesitadas. Fue fecundada por la revolución y como resultado de esa extraña simbiosis terminó convertida en la hija de su propio hijo.

Madres, madres En García Márquez se presenta la maternidad en múltiples aspectos, desde la madre soltera que saca al hijo varón adelante contra viento y marea (Tránsito Áriza, Bendición Alvarado, las mujeres del coronel Aureliano Buendía); la madre degenerada que no tiene nada que ver con la crianza de su hija (Bernarda del Carpio en Del amor y otros demonios) y, finalmente, el de la madre que no solamente aboga por la crianza de los hijos sino que imprime un sentido estético en la conducción de los asuntos del hogar.

El mejor ejemplo del último tipo de maternidad citado lo encarna Úrsula Iguarán. Ella no solamente enciende la lumbre con que se cocinan los alimentos de los miembros de la familia sino que es el mismo fuego en el dinamismo de su accionar, sosteniendo el hogar con la venta de sus animalitos de caramelo, liderando el proceso de ampliación de su casa y distribución de espacios, ostentando el conocimiento sobre menjurjes y todo tipo de medicinas para devolver la salud y quitar los malos hábitos, y viniendo a constituirse, al fin y al cabo, en un resguardo de las buenas costumbres y un referente de la hospitalidad caribe: “…que hagan carne y pescado (…), que vengan los forasteros a tender sus petates en los rincones y a orinarse en los rosales (…), que esa es la única manera de espantar la ruina”.

12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

Cabe anotar, asimismo, la importancia que cobra el fomento de la virilidad por parte de algunas madres en una sociedad profundamente patriarcal. De esta manera aparece Pilar Ternera en Cien años de soledad, agarrándose por los cabellos con la mujer que insinúa la homosexualidad de Arcadio, y, más adelante, entregándole la mitad de sus ahorros a unos tenderos de Macondo y la otra mitad a su hija Santa Sofía de la Piedad a cambio de su virginidad para el primero. Tránsito Ariza, en El amor en los tiempos del cólera, patrocina los desafueros amorosos de Florentino con las habituales visitantes de la casa, y Bendición Alvarado, en El otoño del patriarca, alborota a los pájaros en sus jaulas para que no se escuche el resuello de su hijo el general, haciendo un amor de gallos a las distraídas mujeres del servicio. Será este último,

precisamente, quien dirá que “madre no hay sino una: la mía”, y que hará todo lo posible por lograr su canonización, a pesar de su pasado oscuro. De igual manera, asoma en García Márquez un nuevo ángulo de la maternidad: el de aquellas mujeres que extienden su ala protectora hacia sus propios maridos: así, Leticia Nazareno le enseña a leer a su marido y le limpia el excremento después del último amor, y Úrsula Iguarán le da la comida a José Arcadio en la boca y se consagra personalmente a la limpieza de sus ropas y del cobertizo bajo el cual duerme. Lo que yo veo personalmente de todo lo anterior es que cualquiera puede prestar su cuerpo para traer una criatura al mundo, pero que la maternidad como tal es algo mucho más complejo. Más que estar determinada por la posesión de un útero fértil, es resultado de una construcción signada por el dolor, el compromiso y la apertura de un canal de comunicación. No es que yo piense que la mujer solo alcanza su realización en el acto de la maternidad, sino que a través de la misma se le develan aspectos de su naturaleza que no puede conocer mediante otro medio. En ese sentido, la maternidad no deja de ser un misterio, el más ignoto de todos, al tiempo que el más familiar.


12.05.2013 LA REVISTA DOMINICAL DE

EL HERALDO

24


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.