Mario Rodríguez Unos días atrás, el Excmo Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria declaró hijo predilecto de la Ciudad al presidente del Grupo San Roque. Para ello, se manejaron currículos, entrevistas, antecedentes, consecuentes y todo ese género de indagaciones que es natural que estén a disposición de las autoridades que hacen los nombramientos. Se contrastaron y evaluaron los vicios y virtudes hechos públicos por los medios para aquello de que quien conozca algo en contra de la propuesta, que lo diga ahora o calle para siempre, aunque esto último, ya se sabe... Lo que no se mencionó por nadie fue el detalle fundamental de la personalidad de don Mario Rodríguez, el que lo hace verdaderamente singular en un mundo tan barroco como el presente, en el que todo, absolutamente todo, es mudable y nada se sostiene por allá del eco de una conversación. Hablo, naturalmente, de su permanente e inalterable lealtad a los principios y a los criterios por los que rige todos sus actos, virtud que, al llevar aparejado un sinnúmero de sinsabores y quebrantos, se hace más valorable y exquisita. Hablando -también hace unos días- con un viejo amigo que contemplaba las reformas en curso del hospital en la calle Dolores de la Rocha, retrocedimos en el tiempo a cuando no era un hospital, sino la modesta y antigua Clínica San Roque, una comunidad de bienes, que, entre pérdidas, servía al desempeño profesional de los familiares de los fundadores. Enfrentada a su desaparición, fueron planteadas dos opciones para su viabilidad; ganó la de Mario Rodríguez, frente a una durísima oposición, que otorgó un intransigente personalismo a la suya. De la visceralidad de los oponentes, recuerda este amigo, habla el detalle de que en los últimos momentos de su mandato le otorgaran el premio limón a don Mario, y del imbatible carácter de éste, el que tuviera las asombrosas p... para acudir a recogerlo en una cena en la que todos los comensales eran enemigos declarados. Este gesto sirvió sin embargo para que no hubiera quien no se grabara en la mente la firmeza de carácter de don Mario y su capacidad para jugar hasta sus últimas consecuencias cualquier papel que le tocara, característica que posteriormente ha dejado acreditada jugando similares juegos cuando fue
Presidente de la Confederación Canaria de Empresarios, durante cuyo mandato sufrió impertérrito los peores embates del gobierno regional; o cuando ha defendido con todos sus ímpetus la libre competencia en cualquier foro en que resultara puesta en solfa o la necesidad de la medicina pública correctamente entendida. Lo que todavía admira dicho amigo -miembro entonces del equipo opositor de don Mario- es el temple que siempre acreditó, con una ecuanimidad impensable en un hombre al que se había asediado sin piedad, capaz, al margen de sus sentimientos personales, de reconocer la valía de los profesionales de la Medicina que debían contribuir a la formación del modernísimo hospital que proyectaba. Por esa razón, muchos de los que lo combatieron al inicio de su proyecto terminaron siendo los que mejor lo han valorado. Comenzaron a admirarlo en el momento que se sentó en una interminable mesa de enemigos para recoger el premio que ellos mismos le habían otorgado y reconocieron sin ambages sus virtudes cuando al cabo de los años, serenadas las pasiones, comprobaron que el hombre actual sigue siendo el mismo que, transparente y tozudo, se les enfrentó entonces, dispuesto a cumplir las normas, todas las normas, para hacer posible la convivencia; preocupado por el País, generoso y leal con los amigos; respetuoso y comprensivo con el personal; caballeroso con los enemigos ¿Quien puede imaginar a un empresario animando a sus empleadas a tener descendencia? Sin reparar en los inconvenientes para sus empresas, sólo pensando en el bienestar del País, a fin de que siempre siguiera siendo el nuestro.
En un momento en que se hace indispensable el tener un referente para evitar el derrumbe de la moral social porque ya nadie tiene nada seguro y el donde dije Diego quise decir digo ha dejado de ser un dicho para convertirse en norma de comportamiento social y político, el que se reconozca la valía de un hombre que representa de forma segura y convincente la esencia de los valores que nos permiten vivir confiados y creyendo en el futuro, merece un aplauso y la ratificación -aunque ociosa- de quienes conocemos las facetas más dignas de encomio del galardonado. UN TESTIGO.