GeopoĂŠtica Textos Fundacionales
Geopoética, Textos Fundacionales Estación Geopoética Central Edición y diseño de portada por J. Eguren Impreso en Santiago, Chile Por Hipérbole Ediciones Primera Edición, 15 copias Contacto autor: estaciongeopoeticacentral@gmail.com Textos por Kenneth White Traducción por Manuela Gorris Neveux Este librillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución - No comercial - Sin derivadas - 3.0 Unported.
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GeopoĂŠtica Textos Fundacionales
El gran campo de la Geopoética ¿Una teoría? Sí. No tengamos miedo de esta palabra, que ha sido apartada estos últimos tiempos para dejar sitio a un enjambre de chismes y chapuzas. Sin teoría, se dan vueltas sin dardear, se amontonan comentarios y opiniones, uno se encierra en el imaginario y la fantasía, uno se pierde en lo espectacular, se sumerge en el detalle, se ahoga en el cotidiano cada vez más opaco. Pero cualquier teoría aceptable tiene que estar basada sobre un pensamiento fundamental, estar vinculada con una práctica tangible y quedarse (seguir) abierta. A través de los siglos y milenarios, la cultura (lo que permite aumentar su vida y refinar su mente – nada que ver con las meras tertulias de salón) se ha basado en el mito, la religión, la metafísica. Hoy en día, ya no se basa en nada. Prolifera, eso es todo, la única ley es la del mercado. Todo el mundo, en fin, un número cada vez mayor de individuos, siente que le falta una base. Cualquier vuelta atrás a los antiguos cimientos es ingenua, parcial y caricatural, es una nueva base la que necesitamos. Es esta nueva base que propone la geopoética. Para qua haya cultura en el sentido profundo de esta palabra, es menester que haya consenso en el grupo social a propósito de lo que se considera como esencial. En cualquier cultura que tenga base y sea vivificante, se funda un hogar central. Todo el mundo (a cualquier nivel de los discursos diferentes, claro está) se refiere a ella – el filosofo en su despacho, el campesino en su campo. En la Edad Media cristiana, era la Virgen Maria y Cristo. En la época griega clásica, la ágora filosófica y política. En una tribu paleolítica, la relación con el animal. En algún momento, después de muchos años de investigación en historia y en cultura comparada, me pregunté si exis5
tía una cosa sobre la cual, más allá de todas las diferencias de orden religioso, ideológico, moral y psicológico que abundan y a veces hacen estragos hoy en día, se podía – al norte, al sur, al este y al oeste – estar de acuerdo. He llegado a pensar que es la Tierra ella misma, este planeta extraño y bello, bastante raro aparentemente en el espacio galáctico, sobre la que todos probamos, mal, la mayor parte del tiempo, vivir. De allí el « geo » en este neologismo. Y en cuanto a la palabra « poética », no lo utilizo en el sentido académico de «teoría de la poesía». No es cuestión aquí ni de poesía en el sentido tradicional (poesía pura, poesía personal, etc.), y aun menos en el sentido usado (fantasías filmográficas, lirismo de la cancioncilla, etc.) que se da en general. Pasemos rápidamente sobre esta pobre sociología, y pensemos, por ejemplo, en la « inteligencia poética » (nous poetikos) de Aristote. Por « poética », entiendo una dinámica fundamental del pensamiento. Es pues que puede haber en mi opinión, no solamente una poética de la literatura, sino una poética de la filosofía, una poética de las ciencias y, eventualmente, porque no, una poética de la política. El “geopoético” se sitúa de entrada en lo enorme. Entiendo eso primero en el sentido cuantitativo, enciclopédico (no estoy contra el cuantitativo, siempre y cuando la fuerza capaz de arrastrarlo lo acompañe), luego, en el sentido excepcional, de é-norme (fuera de las normas). Vehiculando una gran cantidad de materia, de materia terrestre, con un sentido ampliado de las cosas y del ser, la geopoética abre un espacio de cultura, de pensamiento, de vida. En una sola palabra, un mundo. A propósito, si digo « geopoético » (sobre el modelo del lógico, matemático), y no « geopoeta », es para no limitar la geopoética, como se podría pensar, a una expresión vaga y lirica de la geo6
grafía. La geopoética, basada en la trilogía eros, logos et cosmos, crea una coherencia general – eso es lo que llamo «un mundo». Un mundo, se tiene entendido, emerge del contacto entre el espíritu y la Tierra. Cuando el contacto es sensible, inteligente, sutil, se tiene un mundo en el más amplio sentido de esa palabra, cuando el contacto es estúpido y brutal, ya no se tiene mundo, ni cultura, solamente, y cada vez más, una acumulación de inmundicia. Todo ha empezado para mí en un territorio de veinte kilómetros cuadrados en la costa oeste de Escocia, y vinculado directamente con las cosas de la naturaleza. Se me dirá tal vez que todo el mundo no tiene acceso a un ambiente natural. Soy muy consciente de aquello. Pero es reconocer la importancia de tal ambiente que puede servir de punto de partida para tomar conciencia radicalmente, pues de una política, de una educación diferentes. Y también en los contextos urbanos los más desfavorecidos, hay siempre señas, huellas, que se pueden notar, a las cuales se puede ser sensible cuando la mente ha sido despertada y orientada. Con el fin de renovar y extender mi experiencia inicial y radical, he atravesado varios territorios, siempre con el objetivo de amplificar mi sentido y mi conocimiento de las cosas. Y sigo haciéndolo, ya que no se debe nunca perder el contacto entre la idea y la sensación, el pensamiento y la emoción. Es en 1979, viajando, peregrinando, deambulando (utilizo todos estos verbos, todos estos métodos, según las ocasiones y los contextos) a lo largo de la costa norte del Saint-Laurent, en marcha hacia el Labrador, que la idea de la geopoética ha cobrado forma. He relatado este viaje, he intentado decir toda la inmensidad de la sensación, de la idea, en el libro La Route bleue. Otros libros le siguieron, que no solamente ilustran el pro7
pósito, sino que también sugieren nuevas propuestas. Es en Le Plateau de l’Albatros que he elaborado, del punto de vista filosófico, científico y poético, la cartografía la más completa de este concepto de geopoética que veía emerger cada vez más claramente en mi trabajo y del que sentía cada vez más la necesidad en nuestro contexto general. La geopoética es efectivamente una teoría-practica que puede dar una base y perspectivas a cualquier práctica (científica, artística, etc.) que intente salir hoy de las disciplinas demasiado estrechas, pero que no han encontrado todavía una base y así pues una dinámica durable. A estos enfoques científico, filosófico y poético, he añadido retratos existenciales e intelectuales de proto-geopoético como Humboldt, Thoreau o Segalen, primero para insistir sobre el hecho que el pensamiento no se separa de la vida vivida, que la teoría se arraiga en el real, pero también para enseñar que la idea geopoética ha sido latente en varios individuos a través del espacio y del tiempo. Una idea sin predecesores no es más que una fantasía. De la obra de estos predecesores, hago lecturas erosivas y que dinamizan. No se trata solamente de erudición y de historia, se trata de esbozar una geografía de la mente. Es para que en la idea geopoética se mantenga toda la precisión y todas las perspectivas que decidí fundar, en 1989, el Instituto internacional de geopoética. Algunos años más tarde, inicié el proyecto organizativo de un « archipiélago » de seminarios a través del mundo, que aplicaría la idea geopoética en diversos contextos locales. La idea geopoética avanza y se extiende, los seminarios trabajan de varias maneras, el Instituto mantiene el rumbo y abiertas las perspectivas previstas. 8
Un enfoque científico del campo geopoético En el campo científico, las Consideraciones cosmológicas de Einstein (1917) marcan una etapa importante: he ahí un tentativo hecho para pensar el cosmos, en vez de simplemente (metódicamente) pesar la materia y medir las cosas. Pero en vez de comentar el tratado, prefiero, en el contexto que es el nuestro, sumergirme en el fondo psicológico del hombre Einstein, relevando en su correspondencia (sobre todo y en particular con Max Born) algunas frases que indican una problemática intima, un cuestionamiento existencial y un espacio de pensamiento (y de ser) más allá de la « investigación ». Einstein habla, por ejemplo, de esa manera de pensar « salvajemente especulativa » y de la necesidad – si la ciencia y el pensamiento deben avanzar, alcanzar más totalidad completa – salir de la « lógica mecánica y especializada », y realizar un « salto intelectual inmenso. Nos interesa también, en el contexto geopoético, como Einstein concibe su propia persona, su sí mismo: «Me siento tan solidario de todo lo que vive que me es indiferente saber donde el individuo empieza y acaba». Y después hay un pasaje de una carta del 1927 donde se queja de la distancia que puede haber entre los esquemas lógicos y los « deliciosos pedazos de vida». Si uno apunta la claridad y nitidez absolutas, el lenguaje de las matemáticas es el que se impone, pero las matemáticas se vuelven rápidamente insubstanciales, se pierde el « relato vivo ». Para Einstein, claridad y relato vivo son al fin y al cabo incompatibles, y « es una tragedia que vivimos continuamente en física». A partir de ahí, la cuestión planteada es: ¿sería posible reconciliar, armonizar precisión (matemática) y “delicioso pedazo de vida”, claridad y «relato vivo»? ¿Otro «campo» podría revelarse, esbozarse? Tal vez se vean los comienzos en la termodinámica 9
y física cuántica. Para la ciencia clásica, y sin ninguna duda Einstein es el último y grande de sus representantes (es un clásico excéntrico), el azar y el desorden, el aleatorio y el caótico son figuras de transito, realidades efímeras: detrás del azar, hay una necesidad determinante – «Dios no juega a dados», dice la frase celebérrima. Ahora bien, a partir de la termodinámica (la agitación de las moléculas de un gas...) y de la física cuántica (el vórtice de las partículas elementales...), el azar, el desorden, lo indeterminado ya no son ilusiones debidas a nuestra ignorancia, pero que forman parte del gran juego del universo- multiverso. Se sale de las ciencias duras, del cientificismo rígido, para entrar en las ciencias blandas, incluso vagas, donde se acentúa la fluctuación, la irregularidad, la complejidad. Hasta aquí, los tentativos para mantener, a partir de los estudios de laboratorio, un discurso que sea eventualmente integrable en una cultura no superan casi la tautología verbosa o la retorica manierista. Uno se siente en la víspera de un nuevo logos, y solo encuentra logorrea. Pero es significativo que en los libros del pensamiento científico escritos estos últimos años, al pasar la página, en las últimas líneas del último capítulo, a veces también en el titulo, la palabra poética surge. En el libro de Ilya Prigogine y de Isabelle Stengers, La Nueva Alianza (1976), se tropieza, sin que sea aclarado de lo que se trata, con una noción extraña: el escuchar poético de la naturaleza. Cuando, en La Novela cosmogónica (1989), François Foulatier expone el desmigajo del saber actual y el movimiento potencial hacia una unidad futura, habla en términos de función poética. Y cuando, en 1987, Fernand Hallyn publica La Estructura poética del mundo, no es para hablar de Mallarmé, sino más bien de Copernic y de Kepler. Por supuesto, y cabe destacarlo, esto no significa que la puerta esté abierta a los entusiasmos ingenuos de todos los poetazos del siglo, ni tampoco al lirismo astrofísico (Big Bang blues…) o a otros esfuerzos científicos-li10
terarios que difícilmente se poetizan. Se trata efectivamente de una poética inédita, en la cual se puede igualmente recopilar los signos precursores en los biólogos Varela et Maturana con su noción de auto-poética, donde es cuestión de un sistema auto-organizador complejo que al nutrirse del orden y desorden, produce el sí mismo. Esta es la imagen de una vida poética… Aludamos también, antes de abandonar el tema, la cartografía estética que se perfila tras los estudios antropológicos, psicológicos y cibernéticos de Gregory Bateson.
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Un enfoque filósofico de la Geopoética Es Roger Caillois quien, un día, comparó el exceso de reflexividad de la filosofía tal como es practicada la mayor parte del tiempo en las defensas del mamut enrolladas sobre sí mismas: síntoma del final de un recorrido, de la falta de un verdadero campo de fuerzas. Es a menudo la impresión que uno puede tener al leer gran cantidad de textos filosóficos, y es sin ninguna duda por eso que, estos últimos tiempos, tantos aprendices filósofos se han dirigido hacia la etnonología, la sociología, incluso la presentación mediática. Pero dentro del propio trabajo filosófico, ha habido, desde la fin del siglo XIX y durante el XX, traslados, cambios de lugar, transformaciones topológicas que son muchísimo más fundamentales e interesantes. Esto empieza con Nietzsche, otra vez él, que crea el retrato del filosofo-artista, y que, al mismo tiempo que critica radicalmente a los poetas y a la poesía, se presenta él mismo como «poeta – hasta el límite de la palabra» y declara que «el fenómeno del artista es el más transparente». Tal como lo veo, todo el trabajo de Nietzsche, tan marcado por tormentos y contradicciones, es una transición hacia esta transparencia. Así que, sin regodearse, atraviesa el “no man’s land” del nihilismo con el fin de volver más allá de la metafísica (reanudando con los Presocráticos, en particular Heráclito) y va a intentar entrar en un paisaje físico que no domine ningún ideal transcendental: Dios, Idea... Hay, por supuesto, una transcendencia en Nietzsche, es el Superhombre: «El suprahumano, es el sentido de la tierra». Este mito, ya que se trata de eso, fue, pienso, una manera para Nietzsche de sobrevivir, de sobre-vivir. Pero cuando habla en nombre del Superhombre, como en “Así hablaba Zarathoustra”, su discurso suena hueco: estamos en la grandilocuencia lirica. Tal vez en la idea misma de «sentido de la tierra» subsiste un resto de pensamiento teleológico, incluso teológico. Tal vez no se 13
trate, si uno se quiere mantener fiel a la tierra, ni de un sentido ni de un destino (aquí pienso en Ecce homo), pero de una sensación de vida densa. En una de sus visiones más fulgurantes y clarividentes, Nietzsche decía: «alrededor del héroe, todo se convierte en tragedia; alrededor del semidiós, todo se convierte en sátira; alrededor de dios, todo se convierte en mundo.» A mi parecer, el pensamiento-vida de Nietzsche se sitúa entre la tragedia y la sátira. Faltaba una puesta en práctica poética, faltaba una poética del mundo (que sabría prescindir de mito). Pero lo que tengo presente de Nietzsche, además de su análisis cultural radical, es su esbozo de cierta estética («Un sentido del permanente y pocos recursos») y el retrato del pensador-poeta. Este es el retrato que ronda en la filosofía desde hace un siglo. Ensayo tras ensayo, podemos ver obrar en el campo filosófico, intentos para extraer algo como un pensamiento poético. Me parece que, globalmente, a través del desmantelamiento de la metafísica, salimos de la historia de la metafísica para ir, no sin dificultades, hacia una nueva geografía de la mente, hacia un nuevo espacio físico y poético. Al dibujar en el preámbulo estas grandes líneas, sobre todo en lo que atañe al vínculo entre filosofía y poesía, Heidegger me parece una figura ineludible. Como Nietzsche, él también trata de seguir los senderos de un «pensamiento al comienzo» para ir hacia lo que llama «distritos más originales», hacia una «aclaración de la cual la filosofía no sabe nada», hacia un lugar situado fuera de los marcos establecidos y que no es aprovechable. Por estos caminos, Heidegger encuentra seguramente filósofos, principalmente presocráticos, pero sobre todo dialoga con poetas, con errantes en busca de una nueva topología del ser, como Hölderlin, Rilke, René Char. A él estos poetas le parecen que se sitúan en un suelo más fundamental que el suelo filosófico, le parecen haber pensado y vivido más lejos. 14
Mientras que intenta mantener cierta distancia ente la filosofía y la poesía, Heidegger escribirá sobre la frecuentación de Hegel y de Hölderlin que, desde finales del siglo XVIII, «el poeta […] ya ha atravesado y destrozado el idealismo especulativo, mientras que Hegel lo está constituyendo». Pero sabemos también sobre que terreno desliza su sentido” piétiste” de la tierra y su mística del suelo natal, y que rotundamente no comparto, al que se ha dirigido el filósofo alemán. Pensemos mas bien, al localizar por primera vez la geopoética, en Gilles Deleuze, inventor del concepto del desterritorialización (nos hemos encontrado en terreno nómade), que, ¿en Nietzsche hoy? (los textos reunidos del simposio de Cerisy-la-Salle, 1973), intenta una nueva lectura de Nietzsche. En los textos del filosofo-artista, del pensador-poeta, de la mente nómade, Deleuze siente, confusamente («Lo digo de una manera muy vaga, muy confusa”), pasar «algo que no se deja ni se dejará codificar», algo que Nietzsche intenta «hacer pasar sobre un nuevo cuerpo... un cuerpo que sería el nuestro, el de la Tierra, el de lo que está escrito». A través del aforismo y poema, se asistiría a un movimiento de deriva, un movimiento que es «completamente diferente del movimiento imaginario de las representaciones», y este movimiento conllevaría una «relación inmediata con el exterior». Ahora bien, dice Deleuze, «enchufar el pensamiento hacia el exterior, es lo que, al pie de la letra, los filósofos no han hecho nunca, incluso cuando hablaban de política, incluso cuando hablaban de paseo». Nietzsche habría sido «el primero en diseñar otro tipo de discurso», el primero en intentar una «escritura de intensidades» capaz de expresar «estados vividos» que no serían ni representaciones, ni fantasías. Deleuze ha desarrollado estos apuntes sobre todo en Mille Plateaux (1980), y le da un resumen en ¿Qué es la filosofía? (1991), hablando, por lo cual solamente nos podemos regocijar, de... 15
geofilosofía: «El sujeto y el objeto dan una mala aproximación del pensamiento. Pensar no es ni un hilo tensado entre un sujeto y un objeto, ni una revolución de uno alrededor del otro. Pensar se hace más bien a través del vinculo entre el territorio y la tierra». Hasta ahora, bien, la geopoética le saca provecho a esto. Interesantes, también, su dialéctica del concepto y de la figura, donde acaba hablando de un «personaje conceptual», y su análisis de la situación político-cultural general: «Nos falta un verdadero plan (un plan de inmanencia)». Pero cuando llega a definir su «geofilosofía» diciendo que «Nietzsche ha fundado la geofilosofía buscando la determinación de los caracteres nacionales de la filosofía francesa, inglesa y alemana», es, desde nuestro punto de vista, más que decepcionante. Decimos, primero, que si es eso, la geofilosofía, no es más que una etapa preliminar del pensamiento de Nietzsche que caminaba en la meseta de Engadine, o a lo largo de la bahía de Génova. Con esto, los flujos, las intensidades de Deleuze y de Guattari tienen sin duda algo de febril, precoz, y hasta esquizoide. En sus Cartografías esquizo-analíticas (1989), Félix Guattari puede hablar todo lo que quiera acerca de la necesidad de un «reposicionamiento fundamental del hombre respecto a su ambiente», del «campo del posible» y de su deseo de «desembocar a algo más durable que locas y efímeras efervescencias espontaneas», su «discursiva energética» nos deja escépticos, sobre todo cuando desemboca a un lenguaje utópico-lirico, del estilo de este: «Solo una toma de consistencia de la tercera voz, en el sentido de la auto-referencia – el pasaje de la era consensual mediática a una era de sensual post-mediática – permitirá a cada uno asumir plenamente sus potencialidades procesuales y tal vez transformar este planeta, vivido hoy como un infierno por cuatro quintas partes de la población, en un universo de encantos creadores». Me estremezco al pensar en el establecimiento, por parte de mentes sin 16
duda bien intencionadas, de esos tales «encantos creadores». Encontramos la misma cosa, o al menos algo parecido, en Michel Serres. Si el Pasaje del Nord-Oeste (1980), a pesar de cierto manierismo estilístico, quedaba abierto y prometedor, con Génesis (1982) y El Contrato natural (1990), los «encantos creadores» del campesino-filosofo de Lot-et-Garonne son ostensibles de una manera tan complaciente que resulta al mismo tiempo molesto y ridículo. De Génesis, que nos aprende que «al principio está el cante», cito, sin comentarios, la evocación de Eva y Adam: «Rubia, Eva luce un vestido blanco y negro, con anchas rosas impresas, corta; sus zapatos verde acido hacen juego con el cinturón del mismo color; un pantalón azul marino, muy pardo, tirita bajo un chándal Jacquard Adam. Se abrazan con buena voluntad. Silba el cierzo de octubre que deja pegado el barco al muelle. Se espera al equipo...» En cuanto al Contrato natural, nos reserva para el final una divagación erótico-lirico, que habría hecho enrojecer a Rousseau, durante la cual Michel Serres hace el amor con la Tierra: « ¿Quién soy? Un temblor del nada, que vive en un seísmo permanente. Ahora bien, durante un momento de felicidad profunda, viene a unirse a mi cuerpo titubeante la Tierra espasmódica. ¿Quién soy yo, ahora durante algunos segundos? La Tierra ella misma. Comulgando los dos, en amor ella y yo, doblemente desamparados, juntos palpitando, reunidos en una aura.» ¿Hasta adonde irán pues, los filósofos (o los historiadores de las ciencias y de la filosofía) que, queriéndose escritores, incluso poetas, emprenden la creación? Ante estas aberraciones y exhibiciones, entiendo que algunos filósofos, menos vitalistas, menos líricamente energéticos, prefieren cantonarse detrás de los salvaguardas del sujeto-objeto y del derecho. Les entiendo, aunque me diga a mí mismo, no que van a perder la oportunidad (para eso se puede confiar en ellos), pero que po17
drĂĄn seguramente perder el pensamiento, la vida, el mundo.
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Sobre la autopista de la historia Para una mente lúcida y que tenga el sentido del posible, raras son las épocas de la historia humana que han sido realmente satisfactorias, aún menos alentadoras. El sentimiento general, la sensación general que se puede tener de la nuestra, en este fin del siglo XX, es la del nada — un nada lleno de ruido y de furor, de discursos moralizantes, de estadísticas sociológicas, de montones de la pseudo cultura, de sentimentalidad empalagosa, todo sobre un fondo de aburrimiento existencial. Tal vez se trate de un vacuo entre dos civilizaciones, tal vez solamente de un espacio utilizado entre un vacio y otro todavía más vacio. Acabamos de salir de los -ismos, particularmente del marxismo y freudismo, y de ciertos cuadros estrechos establecidos por las ciencias humanas. Pero es para caer en el caravansar de todas las facilidades. Hemos llegado al final de la autopista, del «camino por hacer» del Occidente. Antes de adentrarnos en caminos más complejos, antes de intentar abrir otro espacio más vivificante, propongo un esquema de esta autopista del Occidente. Este esquema no apunta más que una cosa: permitirnos salir del alboroto cotidiano y situarnos con perspectivas largas. Procedamos paso a paso. Son Platón y Aristóteles los que dictan las bases del discurso occidental: por un lado, el filósofo idealista por excelencia, amo de la metafísica, y por otro lado, el inventor de sistemas y clasificaciones. El hombre occidental es idealista, o nada, y soporta mal ese nada –se mueve entre un idealismo delirante y un nihilismo destructor. Para edificar un saber, divide, clasifica, guarda. Que la división y la clasificación sean útiles, eso 19
nadie lo niega – sin embargo pueden, a largo plazo, revelarse reductoras, lo real las rebosa. Es pues el caso hoy en día. La sistemática de Aristóteles debe ser revisada. En el fondo, cualquier intento para categorizar lo real pasa por un tiempo de vida y luego inevitablemente, por un tiempo de muerte ya que cada época trae el lote de sus experiencias que inducen nuevos conocimientos. Al final, estos acaban por no entrar en los viejos marcos establecidos. Llega un momento en que los viejos esquemas ya no funcionan, lo que tiene como consecuencia un bloqueo de la inteligencia. Hoy nos hace falta superar el sistema de Aristóteles y conseguir inventar nuevos marcos y concebir un nuevo espacio intelectual y cultural. Pero no nos perdamos en las malezas. Intentemos primero ver el bosque todo entero tomando algunos grandes puntos de referencia. Regresemos a nuestra lectura histórica. Sobre el discurso fundamental griego va a injertarse un discurso religioso (milenario y moral), el del cristianismo. En la Edad Media, en vez de las ideas de Platón domina Dios (originalmente es el acto cosmos-creador más bien que idea, pero la filosofía va a tomar partido «idealizándolo»); en vez de la dialéctica entre el ser humano perdido en la oscuridad de la cueva y la luz de las ideas se edifica el paradigma Creador-criatura. Todo está situado en un orden jerárquico-transcendental, la tierra estando considerada como un valle de lágrimas, un lugar para hacer las pruebas necesarias con el fin de merecer la vida eterna, la vida más allá de la muerte. En el momento del Renacimiento, con el hecho de que se vuelve a descubrir a Platón y a Aristóteles, se asiste al resurgimiento de la mitología antigua, y emane toda una retorica divina que va a estorbar la poesía occidental durante siglos. Pero esta mitología (esas náyades de las fuentes, esas dríades del bosque) 20
vehicula todas las formas de una nueva visión de la tierra e invita a volver a tomar un contacto del pánico. En la Edad de los Descubrimientos, esta nueva visión se nutre de la presencia de nuevos espacios de goce y proyección. Se proyectarán, justamente, sobre el «Nuevo Mundo» las creencias del cristianismo (toda la nomenclatura santa de las islas…) y los conceptos del clasicismo (Edad Media, Arcadia…). Sin embargo, sobre el terreno, el europeo está confrontado a cosas extrañas, a una naturaleza que no tiene cabida ni en las clasificaciones científicas establecidas, ni en los marcos políticos – se descuidará, se destruirá, se habilitará, se transpondrá, pero esta «materia nueva» queda por pensar. No está todavía pensada, a mi parecer, y no es la Modernidad la que llevará a cabo este trabajo. La Modernidad, a mi parecer, empieza de hecho con Descartes, o más bien el cartesianismo. El paradigma ya no es el Creadorcriatura como en la Edad Media, sino mas bien sujeto-objeto, y el proyecto del hombre moderno es preciso: convertirse en amo y posesor de la naturaleza. Descartes inaugura una concepción del tema que no es la del ciudadano griego o la de un miembro de una tribu primitiva. A medida que progresan la modernidad y el modernismo, este concepto va a reforzarse y afirmarse cada vez más. El tema va a convertirse de algún modo cada vez más subjetivo, encerrado en su propia persona y encerrado en su cine mental (hasta terminar en el sofá del psicoanalista) y el objeto cada vez más objetivo. Sigue pues una separación total del ser humano y de la tierra, una tierra que ya no es considerada como materia útil, para explotar. El hombre moderno ya no ve el bosque, sino que lo considera como tantas otras tablas futuras. Con su sentido empecinado de utilidad, no solamente pasa al lado de muchas riquezas que prodiga la naturaleza, pero también termina por serrar la rama sobre la que está sentado. El hombre moderno ha conseguido, hoy (¿fin de la Modernidad?), vivir de una manera completa21
mente traumática, en un ambiente estéril, véase de pesadilla. Sin embargo, desde el fin del siglo XVIII, con el Romanticismo, reacciones, protestas, sin duda altamente subjetivas, se producen. El sujeto toma conciencia de que está privado de todo. Asistimos a intentos sentimentales y míticos de reencuentros con la naturaleza. Durante mucho tiempo, se recordará solamente los aspectos más superficiales, incluso los más caricaturales, como la sentimentalidad excesiva, el ser desquiciado que cae en la locura, se suicida o que para protegerse, se encierra en el ensueño medieval. A mi parecer, se descuidan demasiado otros aspectos como los intentos para salir de los marcos estrechos de las ciencias separadas por la invención de nuevas ciencias (biofísica, biopsicofísica…) o la investigación de nuevos recursos de expresión (como en Novalis). Muchos de estos intentos no tendrán éxito, dejando el romanticismo, también él, un terreno rico pero mal desbrozado. Solamente, intentos han habido, y ciertas quiebras, los grandes fracasos son a veces más interesantes que los pequeños triunfos. Luego – y eso es de verdad la división de las aguas – viene Hegel, el último filosofo monumental. Para Hegel, que retoma toda la filosofía occidental, la «idea» ya no está en «el cielo», fuera de la cueva, está en la Historia – la Razón está en marcha en el tiempo. Ya no se leerán pues poemas, se leerá sobre todo el periódico diario: la más alta función de la mente ya no es el arte, son las facultades para conceptualizar los acontecimientos. El Progreso, con una P mayúsculo, ha nacido. La Historia va hacia alguna parte: según las ideologías, hacia un súper-Estado (el proyecto prusiano), o hacia la felicidad de la mayoría (el proyecto liberal), o también hacia un Estado que llevará a la desaparición del Estado (el proyecto marxista). Este progresismo va a 22
marcar todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX. Es solamente desde hace algún tiempo que ya nadie cree en ello. Los países marxistas del Este quieren llevar a cabo un nuevo cambio. Los progresistas del Occidente ya no pregonan tan ruidosamente. En el Este, se agarran a identidades étnicas o religiosas, se convierten al capitalismo en las versiones más brutales. En el Oeste, sobre un fondo de desesperación tranquila, reina una mediocridad (convertida en mediocracia) triunfante y demagógica. ¿No hay futuro? Seguramente, la «autopista», tal como la veo, no llega a ninguna parte, sino a tópicos cada vez más simples entrecortados por un desastre aquí y allá (un Chernóbil a mano izquierda, una marea negra a mano derecha…) todo envuelto en una especie de alboroto cotidiano para hacer creer que algo está pasando en algún sitio. Frente a esta situación, ¿ya no queda nada por hacer? Podemos a veces sentir esta impresión. Sin embargo, toda vida individual necesita hacer más con sus energías. Para realizarse así, cada uno debe rencontrarse con sus orígenes, descubrirse otras fuentes de inspiración, aventurarse hacia otros senderos del sentir. Este proceso no es fácil ya que ¿cómo orientarse en cuanto uno intenta salir de la «autopista» de la que acabo de esbozar el esquema? Desde el fin del siglo XIX, algunos pensadores particularmente vigilantes y clarividentes ya se habían planteado este tema, teniendo en cuenta que habían presentido adonde nos llevaría esta «autopista del Occidente», y dibujaron a su manera las primicias de un nuevo campo de fuerzas. Es Nietzsche haciendo el análisis del nihilismo y Rimbaud burlándose de la marcha del tiempo: « ¿Porqué no se giraría?». Otra cosa intenta empezar, fuera de los marcos establecidos y de las clasificaciones reconocidas. «Quedaros fieles para con la tierra», aconseja 23
Nietzsche, pensador, pero también poeta, y cuya reflexión está apoyada y respaldada por lecturas científicas; y Rimbaud (que, también él, se nutre de ciencias) declara: «Si algo me gusta, no es más que la tierra y las piedras.» Ahí están los principios de la geopoética, en una especie de geología mental. Conocemos el destino trágico de estos dos hombres. En cuanto ha salido de la «autopista» para aventurarse en el espacio descuidado por ella, el nómade intelectual que se muda en geopoeta tendrá dificultades para abrirse camino: arrastra una herencia y la sociedad no parará de intentar, de una manera o de otra, acallarlo ya que, abriendo un área más ancha, molesta profundamente. Después, claro, se lamentará la suerte que tienen los poetas malditos y los pensadores incomprendidos, al mismo tiempo que se continúa a no entender nada, con buena conciencia. Lo que hace falta, al contrario, es analizar los errores, llegado el caso, intentar ver hasta donde querían llegar y prolongarlos.
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La Estación Geopoética Central es una forma de expresión que la Geopoética ha adoptado en nuestro país. Te invitamos a conocer más de ella y de este movimiento visitando las siguientes páginas: - http://estaciongeopoeticacentral.blogspot.cl/ - http://institut-geopoetique.org/es La Estación está siempre en busca de nuevos tripulantes, puede que ya seas un geopoético pero que aún no has encontrado el lugar indicado ¡geopoéticos/as del mundo uníos!
Redescubrir la tierra, abrir un mundo En este pequeño librillo se presentan los textos fundacionales de la geopoética, disciplina acuñada por el Franco - Escocés Kenneth White. Kenneth la define como “una teoría-práctica transdisciplinaria aplicable a todos los dominios de la vida y del conocimiento, que tienen por fin reestablecer y enriquecer el vínculo Hombre-Tierra roto desde hace tanto tiempo”. Ello, por cierto, ha tenido consecuencias en los planos ecológicos, psicológicos e intelectuales; frente a esto, la Geopoética pretende desarrollar nuevas perspectivas existenciales en un mundo vuelto a fundar.
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