Historia 396
Índice
PRESENTACIÓN
217
Artículos “SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO”: FE, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA MODERNIZACIÓN DE LAS PRÁCTICAS FUNERARIAS (ss. XVIII-XIX)*
«SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO»: FAITH, SCIENCE AND POLITICS IN THE MODERNIZATION OF FUNERARY PRACTICES (18th-19th CENTURIES)
Diego José Feria Lorenzo Cristina Ramos Cobano
249
INDIO, NACIÓN Y CUERPO EN EL PORFIRIATO. LA REPRESENTACIÓN FOTOGRÁFICA DE LA EXCLUSIÓN.
INDIAN, NATION AND BODY IN THE PORFIRIO DIAZ REGIME. THE PHOTOGRAPHICAL REPRESENTATION OF THE SEGRETION.
Oriel Gómez Mendoza
269
EL SACRIFICIO DE IMÁGENES EN LA HISTORIA GENERAL DE LAS COSAS DE NUEVA ESPAÑA DE FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN
THE IMAGE SACRIFICES IN GENERAL HISTORY OF THE THINGS OF NEW SPAIN BY FRIAR BERNARDINO DE SAHAGÚN
Muriel Paulinyi Horta
299
EL ABANDONO DEL MODELO LIBERAL DURANTE EL NEW DEAL ROOSEVELTIANO
THE ABANDONMENT OF THE LIBERAL PATTERN DURING THE ROOSEVELTIAN NEW DEAL
Antonia Sagredo Santos
333
THE AGEING OF MODERN SOCIETIES: CRISIS OR OPPORTUNITY?
EL ENVEJECIMIENTO DE LAS SOCIEDADES MODERNAS: ¿CRISIS U OPORTUNIDAD?
Patricia Thane
351
INDUSTRIA AGROALIMENTARIA Y AGROINDUSTRIA HORTOFRUTíCOLA EN CHILE HASTA 1930: ANTECEDENTES PARA UNA CONSTRUCCIóN HISTóRICA
AGRI-FOOD INDUSTRY AND AGRO-INDUSTRY BASED ON FRUIT AND VEGETABLES IN CHILE UP TO 1930: ANTECEDENTS FOR A HISTORICAL CONSTRUCTION
Luis A. Valenzuela Silva Roberto C. Contreras Marin
Reseñas
381
Luciano Casali y Lola Harana (eds.), L’oportunisme de Franco. Un informe sobre la qüestió jueva (1949). Catarroja-Barcelona, Editorial Afers, 2013, 136 páginas Pedro GarcÍa Guirao
387
Leonardo León Solís, NI PATRIOTAS NI REALISTAS. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile 1810-1822, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2011, páginas 816.
Leopoldo Tobar Cassi
393
Mustafá Ustan, La Inmigración árabe en América. Los árabes otomanos en Chile: identidad y adaptación, 1839-1922. New Jersey, Editorial La Fuente, 2012, 271 páginas. Jorge Araneda Tapia
EDICIONES UNIVERSITARIAS DE VALPARAÍSO Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
ISSN 0719-0719
Volumen 3 / Número 2 / 2013
Volumen 3 / Número 2 / 2013
211
Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
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“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
Historia 396 Revista del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
ISSN 0719-0719 Volumen 3 / Número 2 Diciembre de 2013
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Índice
Historia 396
Revista del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Paseo Valle 396, Viña del Mar. Chile www.ihistoria.ucv.cl revistahistoria396@gmail.com / claudio.llanos@ucv.cl Editor Claudio Llanos Co-editores Virginia Iommi María Ximena Urbina Juan Cáceres Razvan Pantelimon Ricardo Iglesias
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PRESENTACIÓN
217
Artículos “SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO”: FE, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA MODERNIZACIÓN DE LAS PRÁCTICAS FUNERARIAS (ss. XVIII-XIX)*
«SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO»: FAITH, SCIENCE AND POLITICS IN THE MODERNIZATION OF FUNERARY PRACTICES (18th-19th CENTURIES)
Diego José Feria Lorenzo Cristina Ramos Cobano
249
INDIO, NACIÓN Y CUERPO EN EL PORFIRIATO. LA REPRESENTACIÓN FOTOGRÁFICA DE LA EXCLUSIÓN.
INDIAN, NATION AND BODY IN THE PORFIRIO DIAZ REGIME. THE PHOTOGRAPHICAL REPRESENTATION OF THE SEGRETION.
Oriel Gómez Mendoza
269
EL SACRIFICIO DE IMÁGENES EN LA HISTORIA GENERAL DE LAS COSAS DE NUEVA ESPAÑA DE FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN
Las opiniones vertidas por los autores de los artículos publicados no representan necesariamente el pensamiento de la Revista Historia 396
THE IMAGE SACRIFICES IN GENERAL HISTORY OF THE THINGS OF NEW SPAIN BY FRIAR BERNARDINO DE SAHAGÚN
EDICIÓN Y PRODUCCIÓN Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Teléfono: 227 30 87 – E.mail: euvsa@ucv.cl Valparaíso, Chile
Muriel Paulinyi Horta
299
EL ABANDONO DEL MODELO LIBERAL DURANTE EL NEW DEAL ROOSEVELTIANO
IMPRESIÓN Libra, Valparaíso
THE ABANDONMENT OF THE LIBERAL PATTERN DURING THE ROOSEVELTIAN NEW DEAL
Historia 396 está indexada en:
Antonia Sagredo Santos
Comité Académico Internacional Franco Angiolini (Universidad de Pisa, Italia) Salvador Bernabeú (Escuela de Estudios Hispano-Americanos – CSIC, España) Richard Bessel (Universidad de York, Reino Unido) Eduardo Cavieres (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile) Ricardo Cicerchia (Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina) Evguenia Fediakova (Universidad de Santiago de Chile) Josep Fontana (Universidad Pompeu Fabra, España) Pilar García Jordán (Universidad de Barcelona, España) Iván Jaksic (Universidad de Standford, EE.UU.) Umberto Laffi (Universidad de Pisa, Italia) Fernando López (Universidad de Córdoba, España) Scarlett O’Phelan (Pontificia Universidad Católica del Perú) Anaclet Pons (Universidad de Valencia, España) Alessandro Santoni (Universidad de Santiago de Chile) Patricia M. Thane (Kings College, London, Reino Unido) Pablo Ubierna (Universidad de Buenos Aires – CONICET, Argentina) José Manuel Ventura (Universidad de Concepción, Chile) Director Mauricio Molina Colaboración edición y revisiones de estilo María Fernanda Lanfranco
(Directorio)
“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
333
THE AGEING OF MODERN SOCIETIES: CRISIS OR OPPORTUNITY?
EL ENVEJECIMIENTO DE LAS SOCIEDADES MODERNAS: ¿CRISIS U OPORTUNIDAD?
Patricia Thane
351
INDUSTRIA AGROALIMENTARIA Y AGROINDUSTRIA HORTOFRUTíCOLA EN CHILE HASTA 1930: ANTECEDENTES PARA UNA CONSTRUCCIóN HISTóRICA
AGRI-FOOD INDUSTRY AND AGRO-INDUSTRY BASED ON FRUIT AND VEGETABLES IN CHILE UP TO 1930: ANTECEDENTS FOR A HISTORICAL CONSTRUCTION
Luis A. Valenzuela Silva
Roberto C. Contreras Marin
Reseñas
381
Luciano Casali y Lola Harana (eds.), L’oportunisme de Franco. Un informe sobre la qüestió jueva (1949). Catarroja-Barcelona, Editorial Afers, 2013, 136 páginas
Pedro GarcÍa Guirao
387
Leonardo León Solís, NI PATRIOTAS NI REALISTAS. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile 1810-1822, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2011, páginas 816.
Leopoldo Tobar Cassi
393
Mustafá Ustan, La Inmigración árabe en América. Los árabes otomanos en Chile: identidad y adaptación, 1839-1922. New Jersey, Editorial La Fuente, 2012, 271 páginas.
Jorge Araneda Tapia
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Presentación En esta ocasión presentamos un nuevo número de Historia 396, mediante el cual continuamos desarrollando nuestro objetivo de difundir la investigación y la reflexión histórica e historiográfica. Junto a ello, nos alegramos por cumplir tres años de existencia ininterrumpida. Particularmente, este nuevo número se compone de artículos y reseñas que abordan ámbitos de investigación en torno a problemas históricos diversos. El primero de ellos es un estudio sobre las prácticas higienistas en España a fines del siglo XVIII y principios del XIX, que nos aproxima a las formas y desafíos que enfrentó este proceso a través de la obra de Monlau y la legislación sanitaria de la época. En segundo lugar, encontramos un trabajo sobre la exclusión del “indio” en el proceso de construcción nacional en el México porfiriano, que nos presenta el problema de la visión del otro mediante la imagen fotográfica como vehículo de representación. El tercer estudio aborda la muerte en las sociedades prehispánicas a través del análisis de los sacrificios humanos en la obra de Fray Bernardino de Sahagún, con el objetivo de profundizar en la cultura de los nahuas. El cuarto artículo presenta, desde la perspectiva de las políticas económicas y la historiografía económica, las condiciones del desarrollo histórico del New Deal en los Estados Unidos de Norte América y su significado histórico en la relación establecida entre el Estado y la economía en ese país. En quinto lugar, desde el plano de los estudios históricos sobre condiciones de vida y salud, se encuentra el artículo dedicado al envejecimiento de las sociedades en el que se exponen algunos de los elementos relevantes de este fenómeno histórico y se cuestionan algunas formulaciones generalmente aceptadas en torno al tema. El sexto artículo consiste en un análisis de la importancia de la industria agroalimentaria y agroindustria hortofrutícola en Chile hasta 1930 y las diversas interpretaciones surgidas en torno a este problema histórico.
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Presentación / 213
El conjunto de artículos y reseñas del presente número reflejan el compromiso de Historia 396 con la historia como disciplina, materializado en la tarea necesaria de discutir y difundir los estudios históricos. Esto no sería posible sin la importante contribución de nuestros colaboradores nacionales e internacionales que confían en la revista al enviarnos sus artículos. Finalmente, damos las gracias a nuestros evaluadores en Chile y el extranjero por su dedicación y compromiso académico que permite que Historia 396 pueda mantener su calidad y su búsqueda por mejorar permanentemente. A ellos nuestros agradecimientos.
Presentation On this occasion we present a new issue of Historia 396, through which we continue to develop the objective of disseminating research and historical and historiographical reflection. Along with this, we are glad to celebrate three years of continuous existence. Particularly, this new number consists in articles and reviews that address areas of research on various historical problems. The first is a survey of the hygienic practices in Spain at the end of the eighteenth and early nineteenth century, which brings us closer to the forms and challenges that this process faced through the work of Monlau and the health legislation of the time. Secondly, we find a work on the exclusion of the “Indian” in the process of nation-building in Porfirian Mexico, which presents us the problem of the vision of the other through the photographic image as a vehicle for representation. The third study deals with death in pre-Hispanic societies through an analysis of human sacrifice in the works of Fray Bernardino de Sahagún, in order to come to a deep understanding of Nahua culture. The fourth article presents, from the perspective of economic policies and economic historiography, the conditions of the historical development of the New Deal in the United States of America and its historical significance in the relationship established between the State and the economy in that country. In the fifth place, from the area of historical studies about health and living conditions, is the article dedicated to the ageing of societies in which some of the relevant elements of this historical phenomenon are exposed and some generally accepted interpretations around the issue are called into question. The sixth article consists of an analysis of the importance of agro-food and agro-horticultural industry in Chile until 1930 and the different interpretations related to this historical problem. The collection of articles and reviews in this issue reflect the commitment of Historia 396 with history as a discipline, materialized in the necessary task of
discussing and disseminating historical studies. This would not be possible without the significant contribution of our national and international contributors who have placed their trust in this journal in order to send us their work. Finally, we thank our evaluators in Chile and abroad for their dedication and academic commitment that allows Historia 396 to maintain its quality and its quest to improve permanently. We wish to express our sincere gratitude to all of them.
Editor Claudio Llanos R.
Co-Editores Juan Cáceres Ricardo Iglesias Virginia Iommi Razvan Pantelimon María Ximena Urbina
Viña del Mar, diciembre de 2013.
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“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
artículos
“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 2 - 2013 [217-248]
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“SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO”: FE, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA MODERNIZACIÓN DE LAS PRÁCTICAS FUNERARIAS (ss. XVIII-XIX)* «SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO»: FAITH, SCIENCE AND POLITICS IN THE MODERNIZATION OF FUNERARY PRACTICES (18th-19th CENTURIES)
Diego José Feria Lorenzo / Cristina Ramos Cobano Universidad de Huelva, España diego.feria@denf.uhu.es / cristina.ramos@dhis2.uhu.es
Resumen En la España de finales del siglo XVIII, los políticos ilustrados empezaron a valerse de las teorías higienistas que estaban arraigando entre los médicos de toda Europa para iniciar un programa de reformas destinado a mejorar el nivel de vida de la sociedad. Una de sus principales preocupaciones era minimizar los factores de riesgo para la salud, y por ello trataron de erradicar la costumbre de inhumar los cadáveres en las iglesias, imponiendo en su lugar la construcción de cementerios fuera del perímetro urbano. En este artículo abordamos el tortuoso camino que hubo que recorrer hasta la definitiva implantación de estas prácticas funerarias conforme a los criterios higienistas, centrándonos en las resistencias que se le opusieron como medio de indagar en el proceso de construcción de la sociedad contemporánea. Para ello partimos del análisis de los Elementos de Higiene Pública de Monlau (1847) y de la legislación sanitaria relativa a los cementerios que se promulgó en España en el largo siglo XIX (1787-1892). Palabras clave: higienismo, cementerios, legislación sanitaria, siglo XIX, España.
*
Parte de este artículo fue expuesto en forma de comunicación en noviembre de 2009 en el Congreso de la Universidad de Cork (Irlanda): The Epidemic in Modern History, con el título “The role of the State in the control of epidemics through the Spanish legislation on cemeteries (18th and 19th centuries)”.
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“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
Summary In late-18 century Spain, enlightened politicians began to use the hygienist theories spread among European physicians in order to start a reform program aimed at improving the living standard of society. Among their main worries there was minimizing the risk factors for health, and thus they tried to eradicate the habit of burying the corpses within churches, imposing the erection of cemeteries outside urban perimeter instead. In this article we tackle the tortuous path which led to implanting these funerary practices according to hygienist criteria, focusing on the resistances as a way to research the shaping of modern society. For this purpose we analyze Monlau’s Elementos de Higiene Pública (1847) and the sanitary legislation on cemeteries promulgated in Spain throughout the long 19th century (1787-1892). th
Keywords: hygienism, cemeteries, sanitary legislation, 19th century, Spain.
INTRODUCCIÓN A finales del siglo XIX, la sociedad liberal española había asumido ya la necesidad de mantener claramente separados los espacios de la vida y la muerte, pero hasta llegar a ese punto hubo que superar las reticencias propias de un pueblo fuertemente imbuido de las creencias del catolicismo en torno a la salvación del alma y aferrado a tradiciones centenarias que en absoluto armonizaban con las medidas preconizadas por las autoridades liberales, a lo que debe unirse la resistencia activa de los grupos de poder interesados en que todo continuara igual. En este artículo planteamos algunas líneas de trabajo que pueden resultar interesantes para abordar el estudio de ese tortuoso proceso, tomando para ello como punto de referencia las ideas defendidas por Pedro Felipe Monlau sobre las prácticas funerarias en su obra Elementos de Higiene Pública, publicada en 1847. Figura clave del mundo de la medicina y principal artífice de la difusión del higienismo en la España isabelina, Monlau escribió sin descanso sobre el funcionamiento del cuerpo humano, prodigando infinidad de consejos para prevenir y combatir todas las enfermedades que pudieran poner en peligro la salud de los individuos y, sobre todo, de ese gran cuerpo que para él era la sociedad1. Inevitablemente, muchas de sus propuestas bebían de las ideas ilustradas de finales del siglo XVIII –tanto extranjeras como españolas–, que en algunos ca-
sos incluso se habían plasmado de forma parcial en diversas leyes ya para entonces, pero la obra de Monlau supuso un verdadero punto de inflexión en la ciencia sanitaria porque sus sucesivas ediciones se convirtieron en el manual de cabecera con el que se educaron los médicos españoles durante más de medio siglo2. En el prefacio de 1847, el propio autor declaraba que el objeto con que había escrito sus Elementos de Higiene Pública era: “1º Manifestar al Gobierno los deberes que ha de cumplir respecto de la salud pública; 2º Decir a los médicos todo lo que necesitan tener presente para asesorar a las Autoridades”, y su duradero éxito puede interpretarse como la prueba de la definitiva consolidación de las teorías higienistas en España3. Salus populi suprema lex esto, que el bienestar del pueblo sea la ley suprema. En las páginas que siguen nos centraremos en el caso concreto de las prácticas funerarias, un tema particularmente interesante porque en su transformación intervino tal variedad de agentes y de fuerzas contrapuestas que su análisis constituye un medio perfecto para reconstruir a pequeña escala las vicisitudes del proceso de modernización que protagonizó la sociedad española desde finales del siglo XVIII. Gobernantes y gobernados, científicos e iletrados, eclesiásticos y laicos, poderosos y desposeídos… Todos tenían algo que decir sobre el lugar de su último reposo porque a fin de cuentas nadie podía escapar de la muerte, pero lo cierto es que sus opiniones diferían mucho en función de los intereses y las creencias que estuvieran en juego, y es precisamente esto lo que nos interesa aquí, porque el triunfo de las máximas higienistas al respecto fue sólo posible en la medida en que terminó invirtiéndose la relación de fuerzas que favorecían el predominio de unos usos sobre otros. Curiosamente, sin embargo, en el ámbito hispánico rara vez se ha abordado la pugna por apartar las inhumaciones de los núcleos habitados como una vía para profundizar en el conocimiento del proceso de modernización, a pesar de que en alguna ocasión se ha señalado expresamente la conflictividad derivada de su introducción4. Cierto es que la muerte y todo lo relacionado con ella constituyen desde hace décadas un campo de investigación incuestionablemente fecundo, pero por lo general se ha optado por estudiar las actitudes colectivas ante la muerte como parte de la Historia de las Mentalidades. Para
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Rabaté, Colette, «Hygiène du corps, santé de l’âme dans les traités de Pedro Felipe Monlau». Hibbs, Solange y Ballesté, Jacques (coors.). Les maux du corps. Carnières-Morlanwelz. Lansman. 2002. p. 29.
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López, José María et al., Medicina y sociedad en la España del siglo XIX. Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1964, pp. 131-132. Monlau, Pedro Felipe, Elementos de Higiene Pública. Barcelona, Imprenta de D. Pablo Riera, 1847, p. XI. Alcaide, Rafael, “La introducción y el desarrollo del Higienismo en España durante el siglo XIX. Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto científico y social”. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Vol. 50. 1999. Disponible en: http://www.ub.edu/geocrit/sn-50.htm.
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ello, la metodología habitual ha consistido en el análisis cuantitativo de las escrituras testamentarias y la observación cualitativa de la norma eclesiástica, imprescindible para conocer cómo se homogeneizaron las costumbres religiosas locales con el programa tridentino de unidad litúrgica y uniformidad ritual, y sólo en contadas ocasiones se han estudiado los discursos recogidos en tratados morales, libros de meditación, manuales de confesores, sermonarios, relatos hagiográficos y artes de bien morir. Casi siempre limitados a los siglos modernos, estos trabajos siguen la senda que la historiografía francesa inauguró en la década de 1970 con las obras de Philippe Ariès, Pierre Chaunu, François Lebrun o Michel Vovelle, línea en la que –sin ánimo de exhaustividad– podemos citar los estudios de Máximo García Fernández sobre los comportamientos colectivos de los castellano-leoneses ante la muerte5, los de María José de la Pascua Sánchez dedicados al caso gaditano en el siglo XVIII6, los de Manuel José de Lara Ródenas y David González Cruz sobre la experiencia onubense7, o los de Anastasio Alemán Illán para el caso murciano8. Las prácticas funerarias relacionadas con la inhumación desde la perspectiva de la salud pública, en cambio, apenas han recibido atención alguna por parte de la historiografía española. Como notables excepciones debemos destacar los trabajos de Mercedes Granjel y Antonio Carreras sobre la política sanitaria de la Ilustración, el de Juan Antonio Calatrava sobre la contribución de Benito Bails al debate abierto sobre la ubicación de los cementerios en el siglo XVIII, o los de José Luis Santonja y Diego Peral Pacheco sobre la relación entre la construcción de cementerios extramuros y la lucha contra las epidemias, que en el caso gallego han encontrado plasmación concreta en un estudio sobre la arquitectura de los camposantos9. Aun así, ninguno de ellos ha abordado de 5
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García, Máximo, Los castellanos y la muerte: religiosidad y comportamientos colectivos en el Antiguo Régimen. Valladolid, Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, 1996. Pascua, Mª José de la, Actitudes ante la muerte en el Cádiz de la primera mitad del siglo XVIII. Cádiz, Diputación Provincial de Cádiz, 1984. González, David, Religiosidad y ritual de la muerte en la Huelva del siglo de la Ilustración. Huelva, Diputación Provincial de Huelva, 1993; Lara, Manuel José de, La muerte barroca. Ceremonia y sociabilidad funeral en Huelva durante el siglo XVII. Huelva, Universidad de Huelva, 1999; Lara, Manuel José de, Muerte y religiosidad en la Huelva del Barroco: un estudio de historia de las mentalidades a través de la documentación onubense del siglo XVII. Huelva, Universidad de Huelva, 2000. (edición electrónica). Alemán, Anastasio, Entre la Ilustración y el Romanticismo. Morir en Murcia, siglos XVIII y XIX. Murcia, José María Carbonell, 2002. Calatrava, Juan Antonio, “El debate sobre la ubicación de los cementerios en la España de las Luces: la contribución de Benito Bails”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte. Vol. 4. 1991. pp. 349-366; Carreras, Antonio y Granjel, Mercedes, “Regalismo y policía sanitaria. El episcopado y la creación de cementerios en el reinado de Carlos III”. Hispania Sacra. Vol. 57. Nº 116. 2005. pp. 589-624; Carreras, Antonio y Granjel, Mercedes, “Propaganda e información sanitaria en la legislación mortuoria de la Ilustración”. Campos, Ricardo y
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manera integral los obstáculos que el Estado encontró a la hora de implantar la teoría higienista en las prácticas funerarias durante el largo siglo XIX, ni los distintos intereses que motivaban posturas reaccionarias o partidarias del cambio, de ahí la pertinencia de trabajos en la línea que aquí sugerimos. Para ejemplificar la viabilidad de esta propuesta, a lo largo de este artículo analizaremos las reglas higiénicas que debían observarse con respecto a las defunciones y el tratamiento de los cadáveres, así como en la construcción de los cementerios y en el mecanismo de las inhumaciones y exhumaciones, a la luz de cuanto Monlau indicó en sus Elementos de Higiene Pública10. A continuación veremos en qué medida la observancia de estas reglas vulneraba prácticas y creencias ancestrales, con objeto de comprender mejor el tipo de resistencias que su imposición había de suscitar entre los distintos grupos sociales. Por último, haremos una valoración de las leyes españolas que se promulgaron en materia de cementerios entre 1786 y 1892, incluyendo un examen de las críticas que en su momento suscitaron, así como de las sistemáticas violaciones que fueron denunciadas ante las autoridades. CÓMO TRATAR A LOS MUERTOS PARA PROTEGER A LOS VIVOS: PEDRO FELIPE MONLAU Y SUS ELEMENTOS DE HIGIENE PÚBLICA Médico, escritor, periodista, político e historiador, Pedro Felipe Monlau fue un humanista en toda regla cuyo interés por trascender el ámbito puramente académico quedó evidenciado en las numerosas obras que destinó al gran público, la mayoría de ellas sobre higiene. No es éste el lugar para hacer una semblanza de su vida –tarea que ya ha sido acometida recientemente por Marta Cuñat Romero–, pero es necesario apuntar que su formación como higienista estuvo poderosamente influenciada por su contacto con los sectores más avanzados de la medicina internacional durante los años que hubo de pasar exiliado en Francia y Reino Unido por motivos políticos (1837-1839) y cuando acudió en representación de España a las tres primeras Conferencias Sanita-
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otros (coors.). Medicina, ideología e historia en España (siglos XVI-XXI). Madrid. CSIC. 2007. pp. 229-240; Durán, Francisco J. y otros, “Asilos de la muerte. Higiene, sanidad y arquitectura en los cementerios gallegos del siglo XIX”. SEMATA: Ciencias Sociales e Humanidades. Vol. 17. 2005. pp. 435-472; Granjel, Mercedes y Carreras, Antonio, “Extremadura y el debate sobre la creación de cementerios: un problema de salud pública en la Ilustración”. Norba. Revista de historia. Vol. 17. 2004. pp. 69-91; Peral, Diego, “El cólera y los cementerios en el siglo XIX”. Norba. Revista de historia. Vol. 11-12. 1991-1992. pp. 269-278; Santonja, José Luis, “La construcción de cementerios extramuros: un aspecto de la lucha contra la mortalidad en el Antiguo Régimen”. Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante. Vol. 17. 1998-1999. pp. 33-44. Monlau, Elementos de Higiene Pública, pp. 55-68.
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“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
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rias Internacionales (París, 1851 y 1859; Constantinopla, 1866)11. Con anterioridad a su periplo por las capitales europeas, Monlau había obtenido el grado de bachiller en Artes (1826), se había licenciado en Medicina y Cirugía en el Real Colegio de Medicina de Barcelona (1831) y había obtenido el título de doctor en la Universidad Central (1833). Para cuando publicó sus Elementos de Higiene Pública contaba ya en su haber con los grados de bachiller en Filosofía y regen-
descomposición y sacar los enterramientos de las iglesias, sobre todo ante la extraordinaria propagación de enfermedades infecciosas que parecían tener origen en los grandes núcleos de población, como la que en 1780 se desató en Pasajes de San Juan (Guipúzcoa), cuyas causas se achacaron al “fetor intolerable que se sentía en su iglesia parroquial, causado por los sepultados en ella”16. Si bien ésta había sido la ocasión aprovechada por la maquinaria
te en Psicología (1847), y no tardaría en complementarlos con la licenciatura de Filosofía (1849)12. Así pues, su formación era extraordinariamente diversa y sus viajes por toda Europa contribuyeron a enriquecerla aún más con las teorías higienistas tan en boga en aquellos países.
estatal para tratar de reintroducir la práctica de enterrar a los difuntos en cementerios extramuros, el interés ilustrado por el tema era algo anterior, pues, a decir de Antonio Carreras y Mercedes Granjel, los ilustrados se afanaron por generar de forma programática un estado de opinión favorable para la futura aceptación de las disposiciones legislativas al respecto, y a tal objeto potenciaron la aparición de publicaciones periódicas cuidadosamente gestionadas para persuadir a los súbditos de la necesidad de la reforma17. Además, según Luis Sánchez Granjel, durante el último cuarto del siglo XVIII se tradujeron incontables libros de temática higiénico-sanitaria –en su mayoría escritos a raíz de las crisis epidémicas de principios de la centuria–, y entre 1780 y 1808 se publicaron algo más de 300 obras de autor español18. Ambas líneas de trabajo se vieron interrumpidas durante ese periodo negro para la ciencia que se extendió entre el estallido de la Guerra de la Independencia y la muerte de Fernando VII, pero con la entronización de Isabel II resurgirían otra vez de la mano de esa “generación intermedia” de la que hablaba López Piñero, en la que se incluye el propio Monlau, quien durante toda su vida alternaría la producción propia con la traducción de obras especialmente significativas para la disciplina higienista, escritas tanto en francés como en alemán19.
Elementos de Higiene Pública no es la primera obra de temática higiénico-sanitaria que Pedro Felipe Monlau daba a conocer al vulgo, pues el año anterior había publicado Remedios del pauperismo y Elementos de higiene privada13. No obstante, sí es la primera en la que de forma específica abordó los fundamentos de esta “segunda higiene” –por contraposición a la privada–, que él mismo definió en las prenociones del libro como “la referente a la conservación de la salud de las colecciones de individuos, de los pueblos, de los distritos, de las provincias, de los reinos, etc.”, y cuyo fin último era estudiar todas las causas de insalubridad pública y consignar los preceptos oportunos para remediarlas14. La parte que específicamente dedicó al ámbito funerario es relativamente corta, pues apenas consiste en una decena de páginas insertas en la sección primera, consagrada a la atmosferología. Su inclusión en este apartado se justifica porque los cementerios eran un foco seguro de infección del aire, del mismo modo que también lo eran las fábricas, los establecimientos de beneficencia y los centros penales, y por lo mismo debían adoptarse a toda costa las disposiciones necesarias para minimizar los riesgos de contagio en la medida de lo posible15. La suya no era una preocupación nueva, pues ya desde finales del siglo XVIII los grupos que se dedicaban profesionalmente a la sanidad habían empezado a plantearse la necesidad de combatir de forma activa los peligros de la
En sus Elementos de Higiene Pública, Monlau se detuvo a comentar tres aspectos que él reputaba fundamentales para garantizar la pureza del aire que debían respirar los pueblos: el tratamiento de los cadáveres nada más producirse la defunción y durante su traslado a la sepultura; las reglas que debían seguirse en la construcción de los cementerios; y, por último, el mecanismo
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Cuñat, Marta, “El higienista Monlau. Apuntes para una biografía contextual”. Comunicación presentada en congreso. Tercera reunión de la Red Europea sobre Teoría y Práctica de la Biografía (ENTPB). Florencia. Febrero de 2011. p. 2. “Monlau y Roca, Pedro Felipe”. Pasamar, Gonzalo y Peiró, Ignacio (coors.). Diccionario Akal de Historiadores españoles contemporáneos. Madrid. Ediciones AKAL. 2002. p. 420. Monlau, Pedro Felipe, Elementos de Higiene Privada. Barcelona, Imprenta de D. Pablo Riera, 1846; Monlau, Pedro Felipe, Remedios del pauperismo: memoria para optar al premio ofrecido por la Sociedad Económica Matritense en su programa del 1º de mayo de 1845. Valencia, M. de Cabrerizo, 1846. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1. Ibíd., p. 34.
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Citado en Granjel y Carreras, “Extremadura y el debate sobre la creación”, p. 70. Carreras y Granjel, “Propaganda e información sanitaria”, pp. 230-231. Sánchez, Luis, La medicina española del siglo XVIII. Salamanca, Universidad de Salamanca, 1979, pp. 72-77. Entre 1840 y 1856, Pedro Felipe Monlau traduciría al menos cuatro obras sobre temas de higienismo: Sedillot, Charles E., Tratado de medicina operatoria, vendajes y apósitos. Barcelona, Imprenta de Gaspar, 1840; Brierre de Boismont, Alexandre J. F., Memoria para el establecimiento de un hospital de locos. Barcelona, Antonio Bergnes, 1840; Descurret, Jean-Baptiste, La Medicina de las pasiones, o las pasiones consideradas con respecto a las enfermedades, las leyes y la religión. Barcelona, Imprenta de Antonio Bergnes y Ca., 1842; von Feuchtersleben, Ernst, Higiene del alma, o arte de emplear las fuerzas del espíritu en beneficio de la salud. Madrid, Imprenta y Estereotipía de M. Rivadeneyra, 1855.
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que había que seguir para realizar tanto las inhumaciones como las exhumaciones. Veámoslos uno a uno. En cuanto al primero, resulta sintomática la rigurosa prohibición de que nadie tocase el cadáver hasta que el médico o un facultativo delegado a tal efecto certificase la muerte, con lo que se estaba anticipando a la aparición de la medicina forense, oficialmente reconocida sólo cuando la Ley de Sanidad de 28 de noviembre de 1855 fue por fin aprobada20. En cuanto al traslado de los cadáveres, advertía que debía hacerse en ataúdes o cajas con tapas que cerraran bien, pero que no llegaran nunca a bloquearse por completo, puesto que varios casos ocurridos en Francia por aquellas fechas demostraban que algunos supuestos cadáveres en realidad no eran sino enfermos de catalepsia que fueron enterrados vivos. Precisamente para evitar esos extremos indeseables, Monlau recomendaba que se esperase un lapso de al menos 36 horas antes de sepultar al difunto, aunque en el caso de los fallecidos por asfixia o accidentes nerviosos el plazo debía ampliarse hasta las 48 horas. De hecho, opinaba que cada cementerio debería tener una casa mortuoria para velar a los difuntos –como ya ocurría en algunas ciudades de Alemania, por la influencia del higienista vienés J. Peter Frank–, así como una sala de autopsias y disecciones para las intervenciones de cesáreas a las embarazadas fallecidas, los embalsamamientos y los reconocimientos judiciales. Proclamaba también la necesidad de la generalización de las necropsias, sobre todo en los consanguíneos, por los detalles que podían aportar para la salud propia y como dato para el Gobierno, quizás para confeccionar una estadística sobre las causas más comunes de defunción21. Sus indicaciones respecto a cómo debían ser los cementerios, sin embargo, eran mucho más extensas y puntillosas: Monlau indicaba que estos “establecimientos insalubres de primera clase” debían situarse a una distancia mínima de 500 metros (555,5 yardas) de toda población, edificio habitado o camino, y a ser posible en un terreno elevado y arenoso, declive y opuesto a los vientos dominantes, lejos de arroyos, ríos, pozos, manantiales, conductos o cañerías de agua potable para el abastecimiento humano o animal. En principio, cada cementerio debía tener como superficie mínima cinco veces el espacio necesario para los entierros de un año, con idea de que transcurriera al menos un quinquenio antes de que fuera necesario exhumar los cadáveres para enterrar otros, y por ello el espacio de enterramiento debía calcularse en función del
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número de habitantes de cada municipio. Por su parte, la cerca del cementerio no debía ser muy alta –sugería unos diez pies de altura, equivalentes a unos 3 metros– y podía estar rodeada de árboles, siempre y cuando el follaje fuera claro para permitir la circulación del aire22. Como no podía ser de otra forma, Monlau se mostró del todo inflexible respecto a permitir enterramientos fuera de estos espacios y siempre combatió la posibilidad de que se mantuvieran las inhumaciones en los edificios religiosos o dentro de las ciudades. La idea era desde luego evitar en la medida de lo posible que los cadáveres se convirtieran en fuente de contagios, y con tal objeto llegó incluso a prescribir que se enterrasen de forma individual y sin caja, con una simple mortaja o sábana para contribuir a la más rápida putrefacción de los tejidos orgánicos, y bajo una gruesa capa de cal disimulada con tierra bien apisonada23. El tamaño de la sepultura tendría que ser de siete pies de largo (2,1 m), tres de ancho (90 cm) y cinco de profundidad (1,5 m), pues si fuera más profunda se retrasaría la putrefacción y si, por el contrario, fuera demasiado superficial, entonces podría contaminar el aire24. No era menos estricto en lo que respecta a las exhumaciones: como ya hemos visto, debían transcurrir al menos cinco años entre el entierro y la exhumación, a lo que venían a sumarse otras medidas preventivas, como el ventilar bien panteones y nichos antes de extraer los cadáveres o el usar abundancia de cloruros desinfectantes. Como es natural, las altas temperaturas alcanzadas en verano desaconsejaban a su parecer que las exhumaciones se realizaran en esta estación, por lo que era más adecuado hacerlas en las mañanas invernales, aprovechando los días serenos y despejados. Para verificar que el traslado no perjudicase a la salud pública, en todo momento tendría que haber un médico controlando el proceso y, para mayor seguridad, los restos tendrían que trasladarse en cajas de plomo herméticamente cerradas si la comisión médica lo estimara necesario. Por último, pedía la abolición de todo privilegio para el enterramiento fuera de los cementerios, exhortando a que todas las inhumaciones se hicieran en estos recintos y nunca en iglesias, templos o dentro de las ciudades25.
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Feria, Diego José, La sanidad en el liberalismo isabelino. La promulgación de la ley de sanidad de 1855: debate parlamentario y análisis prosopográfico. Huelva, Universidad de Huelva, 2012, pp. 99-100. Monlau, Elementos de Higiene Pública, pp. 58-64.
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Ibíd., p. 65. Según los cálculos de Monlau, un cadáver enterrado a una profundidad de cinco pies tardaba año y medio en descomponerse si sólo estaba amortajado, mientras que hacían falta como mínimo dos años si se le enterraba dentro de una caja. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 66. Ibíd., pp. 66-68.
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LOS OBSTÁCULOS A LA LÓGICA HIGIENISTA: FE, DESIGUALDAD E INTERÉS Ni el tratamiento de los cadáveres ni el modo en que debían hacerse los entierros provocarían tanto revuelo como esta última exigencia. En este sentido, los Elementos de Higiene Pública de Monlau no suponían novedad alguna porque en realidad tan sólo sistematizaban los mismos argumentos que los ilustrados venían esgrimiendo desde finales del siglo anterior, pero hay que tener en cuenta que Monlau participó activamente en las iniciativas gubernamentales para mejorar la situación del país y que sus obras se convirtieron en referente inexcusable para la política sanitaria del liberalismo de mediados de siglo, sobre todo considerando que, como vocal supernumerario del Consejo de Sanidad, influyó no poco en la elaboración de la Ley de Sanidad de 1855, vigente durante el resto de la centuria26. Así pues, lo que interesa de sus Elementos es que resumen la postura definitiva adoptada por los gobernantes liberales sobre la inhumación, y por ello pueden utilizarse para ilustrar la diferencia entre las prácticas que se quería imponer y lo que venía haciéndose desde hacía siglos. Para comprender el rechazo que suscitaron las teorías higienistas sobre las inhumaciones y la resistencia de clérigos y laicos a la generalización de los cementerios, conviene recordar la evolución que habían experimentado las creencias y valores sociales asociados al rito funerario, muy condicionados por el peso de la doctrina católica sobre la muerte y la salvación del alma, así como los intereses económicos que giraban en torno a la concesión de sepulturas, porque todos ellos tuvieron una enorme trascendencia en este proceso. Con respecto a lo primero, cabe señalar que en general durante toda la Antigüedad hubo siempre una clara distinción entre las zonas habitables y el espacio reservado a los muertos, que en las civilizaciones de los grandes ríos halla su más clara expresión con la existencia de auténticas ciudades funerarias, como la que aún hoy en día puede visitarse en la llanura de Giza. Las culturas clásicas, a su vez, mantuvieron esta separación de forma igualmente clara, si bien permitieron una mayor proximidad entre ambos espacios, de modo que, mientras la urbe se consagraba a los vivos, la zona periférica se reservaba para las tumbas y sepulturas, por lo general al borde mismo de los caminos que llevaban hasta la ciudad27. Aun así, el propio Monlau logró encontrar ejemplos de la Roma más antigua para defender su empeño por apartar los enterramientos
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Cuñat, “El higienista Monlau. Apuntes para una biografía contextual”, p. 16. Rodríguez, Francisco Javier, “Cementerios en Andalucía e Iberoamérica”. Hernández, José Jesús (coor.). Enfermedad y muerte en América y Andalucía. Sevilla. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Escuela de Estudios Hispano-Americanos. 2004. pp. 538-539.
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de los núcleos habitados, haciendo gala de los conocimientos que lo convertirían en uno de los “padres” de la erudición profesional entre los historiadores28. Así, indicaba cómo “al principio, entre los romanos, los muertos eran enterrados en sus propias casas: prius in domo sua quisque sepeliebatur, nos dicen los historiadores. Mas luego proscribieron las leyes este uso para librar a los vivos de la infección de los cadáveres. La ley de las Doce Tablas extendió aun más las precauciones, prohibiendo enterrar o quemar cadáver alguno en el recinto de Roma. Esta prohibición fue varias veces renovada, así en tiempo de la república como en tiempo de los emperadores. Por algunos edictos de Adriano y de Diocleciano se infiere que las ideas religiosas excluían de las ciudades a los muertos: ne funestentur sacra civitatis”29. Con la definitiva implantación del cristianismo, sin embargo, terminaron imponiéndose unas creencias muy distintas sobre el rito fúnebre: durante la Alta Edad Media se acabó rechazando las sepulturas entre la floresta o junto a los caminos, consideradas a partir de entonces como una reminiscencia de un pasado pagano que debía dejarse atrás por completo, y en su lugar se extendió el convencimiento de que la salvación del alma dependía en buena medida de la proximidad a los sitios consagrados. Si esto fue así se debió a la generalización de la fe en la resurrección de la carne, que en la mentalidad colectiva se asociaba al culto de los antiguos mártires y sus tumbas, y fue así como se perdió el miedo a la muerte, por lo que poco a poco comenzaron a generalizarse los enterramientos próximos a los templos, cuando no dentro de éstos, tal y como en su día describió Ariès30. El convencimiento de que existía un nexo real entre el lugar de reposo del cuerpo y la situación del alma en el más allá hizo que lograr sepultura en tierra eclesiástica se convirtiera en una auténtica obsesión para el católico medio ya en los siglos modernos, y así no es de extrañar que bóvedas y criptas se convirtieran en un elemento más de las edificaciones religiosas, por lo general limitadas a los sectores más destacados de la sociedad. Por su parte, los miembros del pueblo llano debían conformarse con ser sepultados en fosas propias de su parentela, o en su defecto en osarios comunes o de la hermandad a la
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Monlau, Elementos de Higiene Pública ,p. 420. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 55. Ariès, Philippe, El hombre ante la muerte. Madrid, Taurus, 1983, pp. 34-36.
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que pertenecieran, porque al fin y al cabo en la mentalidad heredada del barroco no había solución de continuidad entre la vida y la muerte, entendiéndose el más allá como una prolongación del orden terrenal31. Así, por más que los concilios de la Contrarreforma trataron de limitar el número de los fieles que podían acceder a la sepultura en la iglesia e intentaron confinar el resto a los cementerios, la costumbre se generalizó de tal modo entre todas las capas de
Era precisamente la insalubridad de estas prácticas lo que buscaban combatir los médicos higienistas al requerir que los lugares de inhumación se apartaran de los núcleos habitados, no sólo por el riesgo crónico de infección que entrañaba la proximidad de los cadáveres en descomposición, sino también porque en épocas de especial virulencia epidémica la acumulación de los cuerpos en tan breve espacio de tiempo multiplicaba exponencialmente el peligro
población que ya en el siglo XVIII casi no había una sola iglesia que pudiera considerarse “vacía” de sepulturas32.
de infestación, tal y como venía comprobándose desde finales del siglo XVIII37. Ahora bien, tal pretensión resultó extraordinariamente problemática desde el mismo momento en que el Consejo de Castilla se planteó la necesidad de acometer una reforma, y es que, por lo que se desprende de los reparos planteados en la votación del pleno de diciembre de 1786, entraba en conflicto directo con las creencias religiosas sobre la salvación del alma, con los mecanismos de reproducción que aseguraban la perpetuación del ordenamiento social heredado del Antiguo Régimen y hasta con los intereses materiales del clero38.
En efecto, con los años el subsuelo de los templos se había ido colmatando de cadáveres por los sucesivos enterramientos, y, debido a los elevados índices de mortalidad, era casi imposible asegurar el adecuado mantenimiento de las tumbas por la frecuencia con que había que levantar las losas33. No son pocos los testimonios acerca de la insalubridad derivada de estas prácticas, y así vemos cómo ya a finales de la centuria los habitantes de Villalba del Alcor, en el sudoeste peninsular, exigían al concejo la rehabilitación de la antigua iglesia parroquial –medio arruinada– para enterrarse en ella, después de años de verse forzados a utilizar una ermita en la que “por su duro terreno de barro no se pueden ahondar las sepulturas y quedan los cadáveres en poca profundidad, y por consiguiente los sepultados en ella han infestado dicha iglesia ermita de suerte que no se puede parar en ella, por lo que se está expuesto a una general infestación”34. En el Reino de Valencia, en la parte más oriental de España, el testimonio de su arzobispo revela que la situación a comienzos del siglo XIX no era muy distinta de la que acabamos de trazar, pese a que desde 1787 estaba en vigor la Real Cédula de 3 de abril sobre “Restablecimiento de la Disciplina de la Iglesia en el uso y construcción de cementerios, según el Ritual Romano”35. Así, reconocía “que en muchas de las iglesias de nuestra diócesis se hace insufrible el mal olor que despiden los cadáveres, lo que retrae a muchas gentes de la concurrencia a sus parroquias y les precisa irse a otros templos, en los que no son tan frecuentes los entierros”36.
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Ver: Capítulo 11: El polvo en el polvo: la sepultura. En: Lara, Manuel José de, Muerte y religiosidad en la Huelva del Barroco: un estudio de historia de las mentalidades a través de la documentación onubense del siglo XVII. Huelva, Universidad de Huelva, 2000. (edición electrónica). Ariès, El hombre ante la muerte, pp. 47-48. Blasco, Luis, Higiene y sanidad en España al final del Antiguo Régimen. Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1991, p. 60. Ramos, Cristina, El linaje de Santa Teresa. Estrategias sociales y construcción del patrimonio de la familia Cepeda en tierras de Huelva (1729-1828). Huelva, Ayuntamiento de Huelva, 2009, p. 207. Granjel y Carreras, “Extremadura y el debate sobre la creación”, pp. 70-72. Fray Joaquín Company, Arzobispo de Valencia, A todos nuestros Curas y Párrocos y demás
Cabe preguntarse hasta qué punto la generalización de los enterramientos en cementerios extramuros contravenía realmente las convicciones religiosas ligadas a la fe en la salvación del alma. Está claro que, en la mentalidad popular, la inhumación en espacios sacralizados conllevaba una gran variedad de beneficios espirituales a los que difícilmente querría renunciarse, pues no en vano se creía que “propiciaba que el muerto se beneficiase de los sufragios y oraciones que la comunidad destinaba a todos los difuntos, protegía el cuerpo y el alma hasta el día del Juicio Final, apartaba a los diablos de los cuerpos muertos, contaba con la protección de los santos patronos del templo y contribuía a que los parientes y amigos al asistir a las ceremonias religiosas se acordaran de rogar a Dios por la salvación de sus almas”39. Además, a ello debemos sumar el hecho de que los entierros eclesiásticos contribuían a perpetuar la cohesión familiar más allá de la muerte, pues la continuidad de los sepelios una generación tras otra convertía a las iglesias en auténticos centros de encuentro cotidiano entre los vivos y sus parientes
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Diocesanos. Valencia, 1806. Citado en Santonja, “La construcción de cementerios”, p. 33. Pérez, Vicente, Las crisis de mortalidad en la España interior. Siglos XVI-XIX. Madrid, Siglo XXI, 1980, pp. 337 y ss. Carreras y Granjel, “Propaganda e información sanitaria”, p. 230. Ver: Capítulo IV.5: La inhumación del cadáver. En: Gonzáles, David, Prácticas religiosas y mentalidad social en la Huelva del siglo XVIII. Huelva, Universidad de Huelva,1999 (edición electronica).
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difuntos40. No obstante, desde mediados del siglo XVIII empiezan entreverse ciertos signos que hablan de una creciente indiferencia sobre el emplazamiento de la sepultura: así, casi desde el mismo momento de su fundación, en 1768, los habitantes de la colonia de La Carlota se mostraron siempre dispuestos a enterrarse de buen grado en el cementerio que las autoridades ilustradas habían ordenado construir en un lugar sano, elevado, ventilado y suficientemen-
te, pues tanto el ornato como la situación espacial de las tumbas funcionaban como instrumentos teóricamente imperecederos al servicio de la propia distinción44. En efecto, en un sistema jerárquico y elitista como el de la sociedad estamental, las vanidades funerales constituían un elemento más del discurso cultural construido para legitimar el predominio de los grupos privilegiados, haciendo que las desigualdades parecieran fruto de las leyes naturales y no
te alejado del casco urbano como para no provocar problemas de salubridad, a pesar de que no existía ninguna capilla en su interior o en sus proximidades41. Por su parte, los vecinos de Cádiz y las poblaciones vecinas empezaron a dejar la ubicación de su sepultura a la decisión de los albaceas cada vez con más frecuencia conforme avanzaba el siglo, si bien es cierto que en las regiones más apegadas a las tradiciones siguió habiendo durante todo el siglo una honda preocupación por elegir personalmente el establecimiento religioso de su entierro42.
de la voluntad humana45. Tampoco se trataba de un rasgo exclusivo de las élites, pues cada grupo social buscaba reafirmar su estatus a perpetuidad para distanciarse de quienes se encontraban en una posición inferior, y, teniendo en cuenta que las inhumaciones fuera de la iglesia eran signo de pobreza y de escasa estimación social, no resulta descabellado suponer que el afán por conservar este reflejo de las jerarquías sociales debió de provocar incluso más resistencias frente a la generalización de los cementerios que unas creencias religiosas que poco a poco empezaban a desvaírse46.
Aun tratándose de dos ejemplos excepcionales, ese creciente desinterés por la ubicación del sepulcro informa de una progresiva laicización de las exequias que, sumada a la campaña propagandística iniciada por los gobiernos ilustrados para crear una opinión pública favorable a la generalización de los cementerios, probablemente impidió que las disposiciones higienistas de la administración isabelina suscitaran la resistencia que en un principio habría cabido esperar de una sociedad firmemente convencida de que, al final de los tiempos, sólo resucitarían quienes hubieran recibido una sepultura conveniente43. En consecuencia, quizá sea más acertado centrarse en los otros dos reparos que se plantearon cuando por primera vez se discutió en España la posibilidad de imponer la obligación del entierro extramuros a finales del XVIII: la amenaza a los mecanismos de reproducción social y el perjuicio económico del clero.
La abolición del orden estamental a raíz de las revoluciones liberales no significó la desaparición de las desigualdades sociales más que en el plano jurídico, pues, según han demostrado estudios como los de Jesús Cruz o Juan Pro, el modelo de sociedad tradicional se perpetuó como mínimo durante la primera mitad del siglo XIX, y es que en él siguieron imperando factores propios del Antiguo Régimen, como las tradicionales relaciones de dependencia o la influencia del factor familiar en los procesos de promoción política y movilidad social47. Así pues, no es de extrañar que, valiéndose de la influencia de que eran capaces, las familias de poder trataran de aferrarse a los mecanismos que desde hacía siglos empleaban para garantizar la perpetuación de su dominio social, lo cual se tradujo en una impune violación de las leyes que obligaban a inhumarse extramuros. Examinemos un solo caso a modo de ejemplo: en marzo de 1866, José María Trabado Landa obtenía permiso del jefe político de la provincia de Huelva para exhumar los restos de su mujer y una de sus hijas y trasladarlos al panteón familiar en la parroquia; el motivo aducido era que
En cuanto al primero de ellos, prohibir las inhumaciones en templos, conventos y demás edificios religiosos suponía privar a los fieles de la posibilidad de perpetuar su estatus social a despecho de esa gran niveladora que era la muer-
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García, Máximo, “Cultura material y religiosidad popular en el seno familiar castellano del siglo XVIII”. Cuadernos Dieciochistas. Vol. 5. 2004. p. 105. Hamer, Adolfo, “La herencia corporal. Muerte y salubridad en el Reino de Córdoba durante la Edad Moderna”. Trocadero: revista de historia moderna y contemporánea. Vol. 18. 2006. p. 155. Es el caso de los municipios gaditanos estudiados por María José de la Pascua Sánchez, donde los testadores que dejan la elección de su sepultura en manos de terceros pasará del 15,8% en 1700 a 42,4% en 1750, luego al 47,2% en 1775 y finalmente al 69,8% en 1800, aunque este último porcentaje puede estar alterado por las condiciones anómalas derivadas de la epidemia de fiebre amarilla de aquel año. Pascua, Actitudes ante la muerte, p. 363. Ariès, El hombre ante la muerte, p. 239; Carreras y Granjel, “Propaganda e información sanitaria”, pp. 230-231.
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Lara, “El polvo en el polvo: la sepultura” Chacón, Francisco, “Nuevas lecturas sobre la sociedad y la familia en España. Siglos XVXIX”. Chacón, Francisco y Evangelisti, Silvia (coors.). Comunidad e Identidad en el Mundo ibérico. Homenaje a James Casey. Valencia. Universidad de Valencia. 2013. pp. 215-216. Chacón, Francisco, “Hacia una nueva definición de la estructura social en la España del Antiguo Régimen a través de la familia y las relaciones de parentesco”. Historia Social. Vol. 21. 1995. pp. 81-89; Hernández, Juan, “El reencuentro entre historia social e historia política en torno a las familias de poder: Notas y seguimiento a través de la historiografía sobre la Castilla moderna”. Studia historica. Historia moderna. Vol. 18. 1998. pp. 187-188. Cruz, Jesús, Los notables de Madrid: las bases sociales de la revolución liberal española. Madrid, Alianza, 2000, p. 230; Pro, Juan, “Las élites de la España liberal: clases y redes en la definición del espacio social (1808-1931)”. Historia Social. Vol. 21. 1995. pp. 63-69.
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la iglesia conventual de las carmelitas donde estaban enterradas desde hacía veinte años se hallaba en tal estado de abandono a causa del empobrecimiento de las religiosas tras la desamortización de sus bienes que la integridad de los sepulcros se encontraba en serio peligro48. Ello revela una doble violación oportunamente ignorada por las autoridades competentes: la primera, porque ninguna de las difuntas habría debido enterrarse en el templo conventual
de apoyar una hipotética reforma al respecto, como Francisco Buendía Ponce o Ramón Cabrera, pero eran los menos52. Entre los obispos cuyo parecer se requirió en 1781 tampoco había una sola postura, pues si bien los de Lugo, Salamanca o Málaga se implicaron con entusiasmo a favor del proyecto de Floridablanca, hubo otros, como los de las tres diócesis extremeñas, completamente despreocupados por los problemas higiénicos de las inhumaciones
cuando desde 1818 la ley sólo permitía que las propias religiosas siguieran enterrándose dentro de la clausura, más aún cuando en 1835 incluso a ellas se les había prohibido la inhumación en los coros bajos y en las iglesias de sus conventos, como era el caso49. La segunda transgresión consistía en el traslado de los cadáveres al panteón que la familia tenía en la parroquia de Villalba del Alcor, porque una Real Orden de 1849 prohibía este tipo de traslaciones si el lugar de destino se hallaba dentro de poblado50.
y aun así obligados a aceptar los principios regalistas para reforzar su propia autoridad53.
Naturalmente, casos como éste eran excepcionales, y los trabajos que se han llevado a cabo sobre las prácticas fúnebres del siglo XIX demuestran que las élites encontraron nuevos elementos que simbolizaran su distinción cuando definitivamente se asumió la obligatoriedad de enterrarse en los cementerios extramuros: en consecuencia, si antes se habían empeñado en comprar los espacios ubicados cerca del altar o en las capillas laterales de sus parroquias, para disipar las apariencias igualitarias de los camposantos se dedicaron a construir fastuosos panteones monumentales que reflejaran su superioridad social, una práctica que incluso las familias más modestas trataron de imitar en la medida de sus posibilidades51. En cuanto a la reacción del clero ante las pretensiones higienistas de los gobiernos ilustrados y luego liberales, no hubo unanimidad, como tampoco la hubo realmente en el seno de ningún otro grupo social. Los debates académicos que tuvieron lugar en Sevilla en la década de 1770, por ejemplo, demuestran que para la ortodoxia católica resultaba demasiado difícil admitir los enterramientos fuera de los templos, incluso para los clérigos con formación médica, si bien aquellos que conocían las teorías miasmáticas eran partidarios
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Ramos, Cristina, Familia, poder y representación en Andalucía: los Cepeda entre el Antiguo y el Nuevo Régimen (1700-1850). Tesis doctoral, Universidad de Huelva, 2012, p. 317. Real Decreto de 19 de abril de 1818 y Real Cédula de 19 de mayo del mismo año. Martínez, Marcelo, Diccionario de la Administración Española, compilación de la novísima legislación de España Peninsular y Ultramarina, en todos los ramos de la administración pública. vol. 2. Madrid, Administración, p. 425. Real Orden de 12 de mayo de 1849. Ibíd., p. 428. Bertrand, Régis, «Ici nous sommes réunis: le tombeau de famille dans la France moderne et contemporaine». Rives méditerranéennes. Vol. 24. 2006. Disponible en: http://rives.revues. org/558; Peinado, Matilde, Población, familia y reproducción social en la Alta Andalucía (1850-1930). Tesis doctoral, Universidad de Jaén, 2006, pp. 412-413.
Para el bajo clero de las parroquias e iglesias conventuales, por su parte, el dilema era aún más espinoso porque a diario experimentaban de primera mano los efectos perniciosos de la acumulación de cadáveres bajo las losas de los templos, con frecuencia tan mal selladas por su continua remoción que los efluvios de los cuerpos descomponiéndose se filtraban al exterior de los edificios, situación que se agravaba periódicamente cuando se hacían las “mondas” con objeto de liberar espacio para los nuevos enterramientos54. Aun así, los clérigos tenían una poderosa razón para querer que los difuntos continuaran sepultándose dentro de las iglesias, ya que por cada nuevo sepelio percibían una limosna estipulada por la costumbre y, aunque estos emolumentos por principio tenían que ser modestos, a fuerza de acumularse terminaban convirtiéndose en una importante fuente de ingresos para sufragar las necesidades económicas de la comunidad. A ello se sumaban las limosnas que percibían gracias a las expropiaciones de las tumbas abandonadas, y es que en la festividad de Todos los Santos el sacristán debía recorrer con un notario todo el templo para identificar las sepulturas que estuvieran iluminadas, signo evidente de que los parientes del difunto seguían ocupándose de velar sus restos, y si alguna permanecía sin iluminar durante tres años consecutivos tenía derecho a incautarla, vaciarla y adjudicarla a otra familia, siempre a cambio de una cierta compensación económica55. De hecho, en la práctica el tráfico de sepulturas se había convertido en un negocio más del clero a pesar de lo que decían al respecto las diferentes constituciones sinodales, como, por ejemplo, las del arzobispado de Sevilla:
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Calatrava, “El debate sobre la ubicación”, pp. 358-360; Santamaría, Encarnación y Dabrio, Mª Luz, “La Policía Sanitaria Mortuoria y su proceso de secularización en la Sevilla de la Ilustración (1750-1800)”. Medicina & historia: Revista de estudios históricos de las ciencias médicas. Vol. 50. 1993. pp. 5-6. Granjel y Carreras, “Extremadura y el debate sobre la creación”, pp. 84-86. Blasco, Higiene y sanidad en España, p. 60. Santonja, “La construcción de cementerios”, p. 39.
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“mandamos que no se vendan las sepulturas, ni enterramientos, ni se haga pacto, ni conveniencia sobre ello, sino que enterrado el cuerpo, se le dé a la Iglesia la limosna, conforme a la costumbre que en tales casos se ha tenido y tiene, y acerca de esto nuestros jueces hagan guardar la costumbre que en ello hubiere administrando justicia sin estrépito, y figura de juicio, y porque ninguno (sin el prelado) puede dar derecho de sepultura perpetua, ni conceder capilla o lugar cierto en la iglesia, mandamos que esto no se haga sin nuestro especial mandato, o de nuestro provisor”56. Evidentemente, el lucro que se derivaba de la gestión de las sepulturas debe tenerse muy en cuenta a la hora de interpretar el rechazo que muchos eclesiásticos plantearon ante la petición de que los enterramientos pasaran a hacerse en los cementerios, sobre todo porque las nuevas leyes implicaban otra carga económica indeseable: la de financiar en parte los nuevos camposantos con los fondos de fábrica, “y lo que faltase se prorrateará entre los partícipes en diezmos, inclusas mis reales tercias, excusado, y fondo pío de pobres, ayudando también los caudales públicos con mitad o tercera parte del gasto, según su estado, y con los terrenos en que se haya de construir el cementerio, si fuesen concejiles o de propios”57. En resumidas cuentas, fueron muchas las resistencias que los nuevos postulados higienistas tendrían que vencer para imponerse y lograr que los enterramientos se alejaran de las zonas de poblado, porque en ellas se conjugaban peligrosamente tradición, religiosidad e intereses económicos. Hasta qué punto las reticencias de los diferentes grupos sociales se materializaron en una obstrucción efectiva, sin embargo, sólo puede entreverse a raíz de las denuncias interpuestas por incumplimiento de las diferentes leyes que se promulgaron al respecto a lo largo de las décadas.
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Constituciones del arzobispado de Sevilla, hechas y ordenadas por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor don Fernando Niño de Guevara, cardenal y arzobispo de la Santa Iglesia de Sevilla, en la sínodo que celebró en su catedral, año de 1604, y mandadas imprimir por el deán y cabildo, canónigos in sacris. Sede vacante, en Sevilla, año de 1609. Sevilla, Alonso Rodríguez Gamarra, 1609. Libro 3º, Capítulo VI, tit. Que las Sepulturas no se vendan, folio 75 recto. Real Cédula de 3 de abril de 1787. Martínez, Diccionario de la Administración Española, pp. 423-424.
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DE LA TEORÍA A LA LEY, DE LA LEY A LA PRÁCTICA Siete años después de que la epidemia de Pasajes disparase la alarma entre los ministros de Carlos III y tras interminables debates para decidir el modo de separar los espacios de vivos y muertos, la Real Cédula de 3 de abril de 1787 vino a restablecer por fin la doctrina de la Iglesia en el uso y construcción de cementerios, según lo mandado en el Ritual Romano. Era la primera ley que trataba sobre la construcción de cementerios y la celebración de exequias en siglos, pues nada se había legislado al respecto desde las Partidas de Alfonso X, pero, teniendo en cuenta el tiempo que se había dedicado a debatirla, adolecía de importantes carencias que lastrarían su aplicación durante décadas. Para empezar, a fin de que “todo se ejecute con la prudencia y buen orden que deseo en beneficio de la salud pública de mis súbditos, decoro de los templos y consuelo de las familias cuyos individuos se hayan de enterrar en los cementerios”, el monarca indicaba que la ley entraría en vigor de manera escalonada, comenzando por los lugares donde hubiera epidemias o se estuviera más expuesto a ellas, siguiendo después por los sitios más populosos y las parroquias de mayor feligresía, para finalmente aplicarse en todo el país (art. 2). Nada se decía de los plazos en los que habría de ejecutarse, ni tampoco se especificaba el criterio que decidiría qué collaciones se consideraban “más populosas” que las demás, a lo que se sumaba el espinoso asunto de las excepciones, pues el Ritual Romano determinaba que las personas de virtud o santidad reconocida mediante un proceso ordinario podrían seguir enterrándose en las iglesias, como también quienes ya tuvieran sepultura propia escogida al tiempo de expedirse la cédula (art. 1). Asimismo, la obligación de construir los cementerios fuera de las poblaciones estaba condicionada a que no hubiera “dificultad invencible o grandes anchuras dentro de ellas” (art. 3). ¿Significaba esta puntualización que en tal caso podrían erigirse dentro de los límites urbanos? Con respecto a la construcción de los camposantos en sí, era voluntad regia que se realizaran al menor coste posible y con el concurso del párroco y el corregidor del partido (art. 4), pero la principal responsabilidad recaería sobre la Iglesia, pues las obras necesarias deberían costearse de los caudales de fábrica, y sólo si éstos fueran insuficientes se prorratearía el resto entre los partícipes en diezmos con ayuda de las arcas públicas (art. 5)58. En resumidas cuentas, la nueva ley se limitaba a prohibir que se hicieran enterramientos en los templos y a encargar que se construyeran cementerios extramuros, pero no indicaba qué condiciones higiénicas habrían de tener las
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Ibíd., p. 423.
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nuevas construcciones, ni a qué institución correspondería su propiedad o condominio, ni tampoco qué medidas habrían de seguirse para la designación, la conservación o la vigilancia de las sepulturas... Demasiadas vaguedades, demasiados cabos sueltos que podían suscitar infinitas dudas y otros tantos pulsos de poder entre la autoridad civil y la eclesiástica, como así fue durante décadas. El rosario de leyes promulgadas desde 1787 reproduce una historia de encuentros y desencuentros entre los distintos agentes que participaron en la construcción de la sociedad liberal, y no siempre resulta fácil ver una trayectoria progresiva hacia la definitiva implantación de los principios higienistas. Hasta el momento, el trabajo de Rafael Alcaide sobre el desarrollo del higienismo en España es uno de los pocos en los que se ha abordado el análisis de la legislación higienista de los siglos XVIII y XIX, pero se trata de una aproximación general y en el caso concreto de los cementerios apenas se limita a cuantificar las 92 disposiciones que se promulgaron hasta 1862, tal y como las recogió Pedro Felipe Monlau en la segunda edición de sus Elementos de Higiene Pública59. Ciertamente, el enfoque cuantitativo resulta muy esclarecedor acerca de los ritmos que siguió el proceso legislativo sobre cementerios –casi inexistente durante los periodos de restauración absolutista bajo Fernando VII, extraordinariamente dinámico en los años finales de la Década Moderada y el Bienio Progresista–, pero, cuando el objetivo es profundizar en el reajuste de las esferas de poder en el nuevo Estado liberal, se hace necesario descender al contenido de esas leyes. De las diferentes temáticas que abordaron los legisladores, sobresale por su trascendencia y por la frecuencia con que hubo de ser retomada la que prohibía las inhumaciones in templum y exigía la construcción de cementerios municipales fuera de los límites urbanos. Al respecto cabe decir varias cosas: la primera, que el clero recibió un trato de excepción por parte de las autoridades civiles casi desde el principio; la segunda, que las autoridades responsables de su ejecución dilataron el proceso de tal forma que podría considerarse una forma solapada de resistencia. En cuanto a lo primero, no pasaría mucho tiempo desde la promulgación de la Real Cédula de 1787 antes de que empezaran a aprobarse disposiciones específicas para permitir que ciertos grupos eclesiásticos continuaran recibiendo sepultura dentro de las iglesias. En efecto, aunque en principio la ley sólo preveía las excepciones previstas en el Ritual Romano, ya en 1806 se dictó
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una Real Orden a instancias del cardenal arzobispo de Toledo permitiendo que fueran enterrados en sus catedrales los arzobispos y obispos60. Obviamente, se trataba de una salvedad en atención a la dignidad de la alta jerarquía eclesiástica, que, además, podría interpretarse como una suerte de compensación a quienes tenían que imponer la norma, pues los obispos eran los encargados de hacer que sus prelados acataran la ley, junto con intendentes y corregidores, a pesar de cuanto ello implicaba en pérdida de privilegios61. Nada en la disposición podía llevar a pensar que la excepción fuera extensible a otros sectores del clero, por lo que teóricamente los clérigos deberían encontrar sepultura fuera de las zonas de población, con independencia de las prebendas que disfrutasen, pero no todos estaban dispuestos a aceptar sumisamente una ley que vulneraba la costumbre inveterada de enterrarse en las iglesias conforme a la dignidad de su cargo: así, en 1804 llegó a oídos del monarca el escandaloso caso de un deán malagueño que, desoyendo las reclamaciones de la Junta de Sanidad, había dado sepultura en la catedral al cadáver de Salvador Rando, prebendado de ella, y además se negaba a permitir que lo exhumaran para conducirlo fuera de poblado. Como consecuencia, Carlos IV dio competencia a la justicia secular para que en adelante pudiera extraer los cadáveres de los eclesiásticos que se enterrasen en las iglesias en contra de las providencias de la sanidad, “guardando el decoro debido a los santos templos y lugares religiosos”62. No obstante, en Ultramar el cumplimiento de esta orden era tan relajado que en 1853 hubo de promulgarse una ley para que dejara de enterrase en las iglesias a los párrocos y sus coadjutores, como venía haciéndose hasta entonces en Filipinas, y que en su lugar se señalase una porción de terreno dentro de aquellos cementerios en los que fuera posible, a fin de sepultarlos allí junto a los españoles, los descendientes de éstos y todos aquellos a quienes se concediera tal gracia por méritos que hubieran contraído63. Un par de años más tarde, el cabildo de la catedral de Lugo solicitó la gracia de poder enterrar los cadáveres de sus individuos en el cementerio claustral, pero en esta ocasión el Gobierno se mostró intransigente al respecto
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Alcaide, “La introducción y el desarrollo”.
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Real Orden de 6 de octubre de 1806, permitiendo que sean enterrados en sus catedrales los MM. RR. arzobispos y reverendos obispos. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 425. Carreras y Granjel, “Propaganda e información sanitaria”, p. 236. Real Orden de 17 de mayo de 1804 (circulada en 24), sobre prevención y encargo a los eclesiásticos. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 424; Monlau, Pedro Felipe, Elementos de Higiene Pública. Tomo III. Barcelona, Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra, 1862, p. 1433. Real Orden de 23 de abril de 1853, ordenando que en Filipinas no se entierre en las iglesias a los párrocos, sus coadjuntores, etc. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 429.
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e incluso se aprestó a emitir una Real Orden a los gobernadores provinciales para que en adelante se abstuvieran de dar curso a peticiones similares64. El único otro grupo al que se le permitió continuar enterrándose en suelo eclesiástico fue el de las monjas profesas, quienes desde abril de 1818 podrían recibir sepultura dentro de su misma clausura conforme a la ley65. Este privilegio, en principio limitado a los conventos peninsulares, se haría extensivo a los de ambas Américas unos meses más tarde, si bien en sucesivas modificaciones se excluirían de los lugares de inhumación los coros bajos y las iglesias conventuales, limitando la zona de sepultura a los huertos y los atrios bien ventilados66. Ahora bien, esto se entendía aplicable únicamente a las monjas de absoluta clausura, lo cual dejaba fuera a las comunidades que se hubieran visto obligadas a abandonarla durante los periodos de máxima exaltación liberal, pero el gobierno de Narváez se aprestó a permitir en 1848 que las monjas exclaustradas que volvieran a la clausura pudieran enterrarse dentro del convento “como si nunca hubieran salido de él”67. A pesar de esta rectificación, el tenor de la ley original seguía intacto con respecto a prohibir que se beneficiaran del privilegio de enterramiento eclesiástico las monjas de aquellas congregaciones cuya misión implicase un mayor contacto con el mundo, como las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, dedicadas a la educación de las chicas de la alta sociedad, y por ello en 1886 se les denegó el permiso que habían solicitado para construir las criptas necesarias para su enterramiento dentro del terreno de cada uno de sus conventos68. No obstante, las monjas del Sagrado Corazón impugnaron esta Real Orden y lograron que se revocara por la vía contenciosa dos años más tarde, en atención a que estaban obligadas a guardar clausura “con las pequeñas y accidentales modificaciones propias del servicio que prestan” y a que en las disposiciones generales no se indicaba expresamente que la clausura hubiera de ser perfecta69.
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Reales Órdenes de 21 de marzo y 16 de julio de 1857. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1446. Real Decreto de 19 de abril de 1818, inserto en la Real Cédula de 19 de mayo del mismo año, sobre sepelio de religiosas. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 425. Reales Órdenes de 30 de octubre de 1835 y 26 de julio de 1883, sobre cementerios para las religiosas. Ibíd., p. 427 y 438. Real Orden de 10 de mayo de 1848, resolviendo (en virtud de exposición elevada por la priora de la comunidad dominica de Zafra, en Extremadura) que las monjas exclaustradas que vuelvan al convento, o que accidentalmente vivan en él, sean sepultadas en el claustro, como si no hubiesen salido de él, pero entendiéndose siempre sin perjuicio de los derechos del párroco. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1437. Real Orden de 10 de junio de 1886, sobre sepelio de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 445. Real Decreto Sentencia de 16 de abril de 1888, sobre derecho de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús a la construcción de lugares de enterramiento especiales para monjas profesas que fallezcan en sus conventos. Ibíd., p. 451.
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Sentado el precedente, lo cierto es que por aquel entonces la vía del litigio se convirtió en un recurso frecuente entre las comunidades regulares masculinas que aspiraban a beneficiarse de privilegios parecidos a los que disfrutaban las femeninas, a pesar de que en 1805 se había prohibido expresamente que las comunidades eclesiásticas establecieran para su uso cementerios particulares70. Así, por ejemplo, en 1891 se autorizó la construcción de uno para los religiosos trapenses del monasterio del Val de San José, en el término de Getafe, en atención a que todos los conventos de la misma orden en el extranjero tenían su cementerio particular, y porque el citado monasterio contaba con un terreno que reunía las condiciones idóneas para la construcción que se solicitaba71. ¿Casaban estas excepciones con los preceptos higienistas que todavía seguían enseñándose en las facultades de medicina con los Elementos de Higiene Pública de Monlau? En absoluto, y él mismo se había ya encargado de criticarlas al comentar las leyes que permitían las inhumaciones de las religiosas dentro de la clausura, pues, “a pesar de lo inofensivos o tolerables que en casos particulares parecen ciertos privilegios, siempre constituyen un mal antecedente, abren las puertas a ulteriores abusos, y, si en cualquier ramo son siempre odiosos, en materia de salud pública los tengo por de todo punto inadmisibles”72. No obstante, como el propio Monlau advirtió al principio de su recopilación legislativa en la edición de 1862, “no siempre andan acordes las disposiciones que científicamente debieran recibir la sanción oficial, con las que de hecho y de derecho la han recibido del Gobierno”73. Quizá debería reformularse con igual realismo las líneas que abrían el párrafo anterior al que acabamos de citar, en el que afirmaba que “la Higiene pública dice lo que debe ser, y la Legislación dice lo que es”, pues, teniendo en cuenta las veces que el Gobierno tuvo que reencargar la construcción de cementerios fuera del perímetro urbano a lo largo de todo el siglo XIX, la promulgación de una ley no siempre conllevaba su inmediata ejecución. De hecho, desde que entró en vigor la Real Cédula de 3 de abril de 1787 no se erigió un solo cementerio en casi veinte años, lo cual obligó a las autoridades a emitir una circular a mediados de 1804 recordando
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Real Orden de 17 de octubre de 1805, prohibiendo a las personas y comunidades eclesiásticas, seculares o regulares, establecer para su uso particular cementerios distintos de los destinados para el vecindario. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1434. Real Orden de 13 de febrero de 1891, autorizando la construcción de un cementerio particular en término de Getafe, donde puedan ser inhumados los cadáveres de los religiosos Trapenses del Monasterio del Val de San José. Martínez, Diccionario de la Administración Española, pp. 448-449. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 66. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1111.
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la importancia de que se construyeran cuanto antes cementerios rurales por todo el país “para remediar los funestos efectos que estaba produciendo el enterramiento en las iglesias y por el respeto y veneración debidos a la casa de Dios”74. Todo parece indicar que hasta entonces no habría habido excesivo interés por tomar las medidas necesarias para la efectiva aplicación de la ley, pues de otro modo no se entiende la rapidez con que a partir de ese recordatorio empezaron a proliferar los cementerios en la zona manchega: primero en Bonillo, en septiembre de 1805; luego en Chinchilla, un mes más tarde; y en Cehegín, a finales de noviembre75. La Gaceta de Madrid anunciaría cada bendición de un nuevo cementerio con rigurosa puntualidad, de modo que, revisando sus números, se puede apreciar el ritmo lento pero continuo con que empezaron a inaugurarse los camposantos que tanto se habían hecho de rogar. Lentitud excesiva, con todo, porque en plena Guerra de la Independencia todavía sería necesaria la exhortación de la Suprema Junta Central Gubernativa a que se establecieran cementerios en todos los pueblos del reino, pues las enfermedades que en Cataluña se habían originado “del abuso de enterrar los cadáveres en poblado” habían recordado a las autoridades que las órdenes de 1787 y 1804 seguían sin cumplirse en casi toda España76. Por las fechas de las leyes que se sucedieron al objeto de refrescar la obligación de construir cementerios extramuros, parece claro que ésta era una preocupación casi exclusivamente liberal, pues nada se legisló al respecto bajo el reinado de Fernando VII. En cambio, durante el Trienio Liberal se emitieron nada menos que tres Reales Órdenes recomendando la pronta construcción de los cementerios requeridos y excitando el celo de las autoridades competentes para que iniciaran los trámites pertinentes allí donde aún no se hubieran iniciado las obras, pero con el regreso del monarca y la restauración del absolutismo se volvió al marasmo de antes y poco más se hizo77. Sólo con la entronización de Isabel II y la definitiva implantación del sistema liberal se tomó la senda higienista sin dar marcha atrás, al menos en el tema de la construcción de cementerios, pero la recurrencia de las leyes ordenando que se erigiera al menos
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Circular de 26 de abril de 1804, sobre mandar activar la construcción de cementerios como estaba prevenido. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 424. Gaceta de Madrid. Nº 75. 17 de septiembre de 1805. pp. 796-797; Nº 81. 08 de octubre de 1805. pp. 858-859; Nº 94. 22 de noviembre 1805. p. 1009. Circular de 27 de septiembre de 1809, expedida en Sevilla a consecuencia de lo dispuesto por la Suprema Junta Central gubernativa del Reino, mandando establecer cementerios en todos los pueblos del reino. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1434. Reales Órdenes de 23 de febrero de 1821 y de 21 de enero y 5 de septiembre de 1822. Ibíd., p. 1435.
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uno en cada población deja entrever que el interés gubernativo no tenía un correlato preciso en la realización práctica: 13 de febrero de 1834, 12 de mayo de 1849, 26 de noviembre de 1857… En esta última fecha llegó a ordenarse que en cada uno de los 2.655 pueblos que todavía carecían de cementerio rural se construyera inmediatamente uno siquiera provisional78, decisión que, según expresaría Martínez Alcubilla en El Consultor de Ayuntamientos unas semanas más tarde, sentaba un mal precedente porque “a una administración ilustrada no la [sic] basta que en 13.601 pueblos se haya construido cementerio, como no la [sic] debe bastar tampoco que se construya en los 2.655 restantes. Por el contrario, debe procurar, debe exigir que los construidos y los que se construyan reúnan todas las condiciones higiénicas que sean necesarias para la salubridad pública; […] debe dictar todas las reglas que reclama el buen orden de los enterramientos; y debe, por último, resolver lo conveniente sobre su propiedad y sobre los derechos de sepulturas”79. La situación no debió de mejorar con los años, pues, al publicar la tercera edición del Diccionario de la Administración Española en 1877, su editor volvía a denunciar estupefacto el desinterés de las autoridades por el adecuado mantenimiento de los camposantos, y en 1892 se planteaba si no sería necesario hacer “contribuir con algo para el Estado a estos magníficos palacios de los que han muerto”, refiriéndose a los panteones que las familias pudientes habían erigido en los cementerios sacramentales, “como contribuyen las modestas viviendas de los que aún viven”80. Que en la última década del siglo la máxima preocupación fuera recaudar fondos para sufragar el sostén de los cementerios abandonados a sí mismos no significa que se hubiera superado la fase inicial de implantación de esta práctica, pues todavía en 1888 tuvo que ordenarse que los párrocos informaran a los gobernadores provinciales acerca de los fondos con que contaban las iglesias para costear la construcción de los cementerios, luego es evidente que por aquellas fechas tan tardías aún había lugares donde seguían realizándose inhumaciones en los templos por falta de cementerios, a pesar de toda la legislación en contra81.
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Real Orden de 26 de noviembre de 1857, sobre que se ponga remedio a la falta de cementerio en muchos pueblos. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 431. Ibíd., pp. 478-479. Ibíd., pp. 479-480. Circular de 28 de diciembre de 1888, sobre fondos para construcción de cementerios. Ibíd., p. 447.
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Otros tipos de leyes no resultarían tan problemáticas en su aplicación, o al menos eso parece desprenderse de la escasez de controversias al respecto en las dos compilaciones legislativas que hemos manejado. En concreto, las leyes estrictamente referidas a la normativa que debía cumplirse dentro de los cementerios parecen haber sido bastante bien aceptadas tanto por las autoridades eclesiásticas como por las civiles, y si a lo largo de las décadas se legisló sobre los mismos aspectos quizá deba interpretarse como una adaptación de la norma a la teoría higienista, siempre en continuo progreso. No obstante, ha de hacerse una puntualización con respecto a la normativa sobre exequias de cuerpo presente, pues ésta sí experimentó importantes cambios a lo largo de todo el siglo, oscilando entre la prohibición y la permisividad: de este modo, si bien Carlos IV había expedido en 1801 un decreto prohibiendo los funerales de cuerpo presente, “las preocupaciones y el orgullo que se arrastra más allá del sepulcro la relegó al olvido”, según se explicaba el 28 de diciembre de 1855 en el Boletín Oficial de Madrid82. Desde entonces, tan sabia medida cayó en desuso hasta que en septiembre de 1849 se prohibieron de nuevo a consecuencia de las consultas que se hicieron cuando el obispo de Mallorca solicitó que se permitiera conducir los cadáveres a las iglesias por el tiempo necesario para celebrar las exequias. No obstante, la disposición de esta Real Orden sería objeto de importantes e incomprensibles contradicciones con el paso del tiempo: así, apenas dos meses después de entrar en vigor quedó en suspenso a la espera de los nuevos informes que se habían solicitado, y en los años siguientes se alternarían las puestas en vigor y las suspensiones, hasta que el 15 de febrero de 1872 quedó definitivamente prohibida la celebración de exequias de cuerpo presente83. Merece resaltarse un último detalle relativo a la legislación que los Gobiernos españoles promulgaron a lo largo del siglo XIX, relacionado con la confesionalidad de los cementerios: como bien cabe suponer, pese al traslado de las inhumaciones fuera del perímetro urbano, la construcción de camposantos no implicaba una secularización de los entierros, puesto que la Iglesia seguiría ejerciendo sus prerrogativas respecto al tránsito de sus fieles al más allá. Por ello, los párrocos continuarían cobrando los derechos tradicionales asociados al sepelio, al menos siempre y cuando el cementerio no se construyera exclusivamente con fondos públicos, en cuyo caso la administración civil destinaría alguna partida de los aranceles cobrados a las parroquias que dejarían de per-
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cibirlos84. Dado el carácter eminentemente católico de la monarquía española, incluso en sus periodos de máxima exaltación liberal durante el siglo XIX, resultan de gran interés las reales órdenes por las cuales se reglamentó todo lo referente a la construcción de cementerios de diferente confesión, comenzando por la de 13 de noviembre de 1831, según la cual los súbditos ingleses podrían comprar terrenos en los puntos de residencia de sus cónsules a fin de convertirlos en cementerios, “con tal que se observen las formalidades prevenidas, a saber: que se cierren con tapia, sin iglesia, capilla ni otra señal de templo, ni culto público ni privado”85. No se trataba de un gesto gracioso ni espontáneo, pues los embajadores británicos llevaban reclamando la concesión de cementerios propios desde 1789, pero tanto el Gobierno de Floridablanca como luego el de Godoy habían encontrado siempre la forma de dilatar su aprobación86. Tras la muerte de Fernando VII, la Regencia de María Cristina firmaría diferentes acuerdos para hacer extensivo este privilegio a los ciudadanos anglo-americanos, pero ningún otro credo protestante obtendría tal gracia y sólo al decretarse la libertad religiosa durante el Sexenio Revolucionario se regularía la construcción de cementerios civiles87. ALGUNAS REFLEXIONES La enfermedad y la muerte eran una presencia constante en la sociedad del Antiguo Régimen y resultó muy difícil exorcizar su fantasma durante la larga transición al mundo contemporáneo. A lo largo de todo el siglo XIX, el contexto sanitario sería prácticamente el mismo de siglos atrás, pero la sensibilidad heredada de la Ilustración incitaba al cambio y, de esta forma, la necesidad de 84
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Boletín Oficial de Madrid. Nº 620. 28 de diciembre de 1855. p.1. Reales Órdenes de 20 de septiembre de 1849; 30 de noviembre de 1849; 28 de agosto de 1855; 11 de abril de 1856; 13 de febrero de 1857; y 15 de febrero de 1872. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 1428.
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Esto fue así ya con la aprobación en 1785 del reglamento del cementerio del Real Sitio de San Ildefonso, en cuyo artículo 7º se reconocía expresamente que, “a fin de no perjudicar a la parroquia en los derechos de rotura que en ella se han hecho hasta aquí, se señalarán en el cementerio otras tantas clases como había en ella”; en 1855, por ejemplo, la reina tendría que prohibir que los parientes del difunto tuvieran que pagar derechos a todas las parroquias por las que transitara el cadáver en su camino hacia su definitiva morada, cuando ésta se encontraba lejos del lugar del deceso, por el encarecimiento que esto conllevaba (Real Orden de 18 de abril de 1855); por último, en 1884 se creó una partida específica a cargo de los fondos del Gobierno para compensar a las parroquias por los derechos que perderían tras la apertura del cementerio municipal del Este de Madrid (Real Orden de 10 de septiembre de 1884). Ibíd., pp. 424, 430 y 439. Real Orden de 13 de noviembre de 1831, sobre construcción de cementerios para súbditos ingleses. Ibíd., p. 426. Vilar, Juan B., “El Cementerio Británico de Cartagena, primera necrópolis protestante en la Región de Murcia (1846-1874)”. Anales de Historia Contemporánea. Vol. 15. 2000. p. 388. Real Orden de 16 de julio de 1871, mandando que los ayuntamientos destinen un local o sitio dentro de los cementerios para dar sepultura a los cadáveres de los que pertenezcan a religión distinta de la católica. Martínez, Diccionario de la Administración Española, p. 434; Real Orden de 18 de julio de 1835, extendiendo a los ciudadanos anglo-americanos el privilegio concedido a los ingleses. Monlau, Elementos de Higiene Pública, p. 1436.
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alejar el foco de infección proveniente de las inhumaciones se convirtió en una prioridad absoluta. No obstante, el análisis de la legislación sanitaria promulgada en España entre 1787 y 1892 pone de manifiesto los fuertes desencuentros que se produjeron entre los ideales a los que aspiraba la disciplina higienista, la capacidad de la clase política para acometer las reformas necesarias de una manera inequívoca y la voluntad de los diferentes grupos sociales de aferrarse a sus costumbres y privilegios, especialmente el clero. Es en esta lucha de intereses donde mejor se aprecia cómo el tortuoso proceso de modernización sanitaria en el ámbito funerario puede reflejar el juego de tensiones que mediatizó el nacimiento y la consolidación de la sociedad liberal en España: al entrecruzarse creencias religiosas, elementos de identidad social, intereses económicos e ideologías contrapuestas en un contexto de suma inestabilidad política, la implantación de los principios higienistas constituye un campo de investigación enormemente fecundo para profundizar en el conocimiento de la construcción del mundo contemporáneo. Naturalmente, enfocar este proceso a través de los Elementos de Higiene Pública de Monlau y los compendios de legislación sanitaria de la época sólo puede ofrecer una imagen parcial, aunque necesaria como primera aproximación. Además de fuentes de archivo que ilustren con ejemplos concretos esta dialéctica, será necesario enriquecer la investigación en un futuro con los documentos generados en las diversas instituciones donde se discutió durante décadas la oportunidad de imponer las inhumaciones en cementerios extramuros, especialmente los diarios de sesiones del Congreso de los Diputados y el Senado, la Academia de la Historia o el Consejo de Castilla. Contemplar otros factores importantes a tener en cuenta en la valoración global de este tema de estudio, será esencial para conseguir una visión más globalizada del proceso. Así la realización de investigaciones locales contribuirá a facilitar la comprensión de todos aquellos aspectos particulares que incidieron en la implantación de la norma sujeta a los postulados científicos, que argumentaban a favor de las inhumaciones fuera del ámbito de los templos y ciudades. Estos postulados, que por fin ganarían la batalla a la tradición, tuvieron que vencer las posturas de una sociedad tremendamente religiosa, en la que la mayoría de sus habitantes no contaban con una formación adecuada para comprender qué era lo mejor para el mantenimiento de la salud de la comunidad, y en la que la fuerza de las costumbres y las diferencias sociales aún heredadas del Antiguo Régimen estaban en pugna con la veracidad de la ciencia. La fuerza de estos factores sociales –tradición y costumbres– no se vence de la noche a la mañana, necesita de un tiempo prudencial para que una sociedad imprima los cambios necesarios para el bienestar de la misma. Por
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otra parte, en la segunda mitad del XIX se identificaron los agentes causantes de las enfermedades transmisibles, hecho que contribuyó definitivamente al cambio propugnado por las ideas higienistas ilustradas que tuvieron su reflejo en las normas constructivas de los espacios para la muerte en la sociedad contemporánea. BIBLIOGRAFÍA Alcaide, Rafael, “La introducción y el desarrollo del Higienismo en España durante el siglo XIX. Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto científico y social”. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Vol. 50. 1999. Disponible en: http://www.ub.edu/geocrit/sn-50.htm. Alemán, Anastasio, Entre la Ilustración y el Romanticismo. Morir en Murcia, siglos XVIII y XIX. Murcia, José María Carbonell, 2002. Ariès, Philippe, El hombre ante la muerte. Madrid, Taurus, 1983. Bertrand, Régis, “Ici nous sommes réunis: le tombeau de famille dans la France moderne et contemporaine”. Rives méditerranéennes. Vol. 24. 2006. Disponible en: http://rives.revues.org/558. Blasco, Luis, Higiene y sanidad en España al final del Antiguo Régimen. Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1991. Calatrava, Juan Antonio, “El debate sobre la ubicación de los cementerios en la España de las Luces: la contribución de Benito Bails”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte. Vol. 4. 1991. Carreras, Antonio y Granjel, Mercedes, “Regalismo y policía sanitaria. El episcopado y la creación de cementerios en el reinado de Carlos III”. Hispania Sacra. Vol. 57. Nº 116. 2005. Carreras, Antonio y Granjel, Mercedes, “Propaganda e información sanitaria en la legislación mortuoria de la Ilustración”. Campos, Ricardo; Montiel, Luis y Huertas, Rafael (coors.). Medicina, ideología e historia en España (siglos XVI-XXI). Madrid. CSIC. 2007. Gamarra, Alonso , Constituciones del arzobispado de Sevilla, hechas y ordenadas por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor don Fernando Niño de Guevara, cardenal y arzobispo de la Santa Iglesia de Sevilla, en la sínodo que celebró en su catedral, año de 1604, y mandadas imprimir por el deán y cabildo, canónigos in sacris. Sede vacante, en Sevilla, año de 1609. Sevilla. Cruz, Jesús, Los notables de Madrid: las bases sociales de la revolución liberal española. Madrid, Alianza, 2000. Cuñat, Marta, “El higienista Monlau. Apuntes para una biografía contextual”. Comunicación presentada en congreso. Tercera reunión de la Red Europea sobre Teoría y Práctica de la Biografía (ENTPB). Florencia. Febrero de 2011.
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Indio, Nación y Cuerpo en el Porfiriato – Oriel Gómez Mendoza / 249 HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 2 - 2013 [249-268]
INDIO, NACIÓN Y CUERPO EN EL PORFIRIATO. LA REPRESENTACIÓN FOTOGRÁFICA DE LA EXCLUSIÓN INDIAN, NATION AND BODY IN THE PORFIRIO DIAZ REGIME. THE PHOTOGRAPHICAL REPRESENTATION OF THE SEGRETION
Oriel Gómez Mendoza Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México. orielgm@yahoo.com.mx
[Recibido el 15 de abril de 2013 y Aceptado el 14 de junio de 2013]
Resumen Este trabajo intenta reconstruir un proceso de fuerte polémica a inicios del siglo XX en el México porfiriano: el tema de un proyecto de construcción nacional bajo los cánones “modernos”, en los que la incorporación de valores occidentales eran un fundamento de trascendencia mayor. Sin embargo, el componente racial de México era preponderantemente indio y ello se veía como una dificultad importante para lograr ese México moderno tan anhelado. Esa exclusión se explora aquí a través de la imagen fotográfica como vehículo de representación y de lenguajes que si bien no eran verbales, sí eran, a cambio, bastante potentes. Palabras clave: Indio, nación, México, fotografía, siglo XX.
Abstract This work tries to reconstruct a process of great controversy in the early of the twentieth century in Porfirian Mexico: a project of a national construction under “modern” standards, in which the incorporated of western values were a transcendental basis. Nevertheless, the racial component of Mexico was preponderantly indian and that was a challenge to achieve the modern Mexico. That segregation is explored here through the photographic image like as a vehicle of representation and languages that while there were not verbal, but there were, quite powerful. Keywords: Indian, nation, Mexico, photography, 20th century.
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INTRODUCCIÓN Uno de los trabajos que más nítidamente evoca al “espíritu de la época” porfiriano probablemente es el de Andrés Molina Enríquez, denominado Los grandes problemas nacionales, que vio luz en el año de 1909; el aludido libro marcó sin duda una serie de observaciones acerca del derrotero político, económico y cultural de aquel momento; nos permite hoy, a poco más de cien años, comprender de una mejor manera los vericuetos en el proceso de construcción de ese tan deseado –pero al parecer escurridizo– México moderno. La perspectiva general es válida sin duda, pero adquiere también una connotación más profunda si se concentra la mirada en Molina Enríquez, con lo que se puede entender que una de las principales preocupaciones del grupo socialmente relevante a fines del XIX y principios del XX descansaba de manera directa en lo que precisamente se llamó “el problema Indio”. Distintas posiciones –desde también distintos intelectuales– se trataron de dilucidar alrededor de la naturaleza del indio y con ello tanto los pros como los contras de la inclusión o exclusión del mismo en un proyecto de construcción nacional. Por ejemplo Antonio García Cubas y Francisco Bulnes señalaban al indio con términos como “enemigo del progreso” o incluso apuntaban a una supuesta “inferioridad racial” 1 que lo hacía una rémora en la tan deseada ruta del progreso. La visión que preponderó a final de cuentas tenía que ver con la necesidad de un Estado nación en un proceso ambivalente frente al indio: incorporarlo pero desvanecerlo, es decir, desaparecer toda una serie de valores culturales no deseables, por ejemplo, la ausencia en él de una conciencia individual, el desconocimiento del término y uso de la propiedad privada, la proclividad al juego y al alcohol en forma de pulque y la carencia de una lógica ligada al trabajo. La salida a ese marasmo sería, sin duda, ponderar un nuevo tipo de mexicano: el mestizo.2 A través de él se diluirían los vicios del indio, al mezclarlo con hombres traídos de Europa, lo cual de hecho componía una de las expectativas decimonónicas que estaba presente desde la Constitución de 1857 y que tenía como clara referencia a la cartera de gobierno que a la postre se denominaría Secretaría de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, como una mezcolanza de problemas y aspiraciones para la nación con pretensiones modernizantes.
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Sin embargo, en ese ínterin y antes de lograr “homogeneizar” al mexicano, el lenguaje científico, de hecho el nuevo lenguaje de los estados nacionales, sirvió como elemento que confirmaría –a través de un proceso “racional” y “objetivo”– que existía una predisposición natural del indio hacia el delito, basado en los postulados del italiano César Lombroso y apoyado por el estudio antropológico de Francisco Martínez Baca y Manuel Vergara de 1894,3 realizado a internos del Penal de Puebla. En ese estudio se concluyó que una de las características del criminal eran sus rasgos “malvados” y una fisonomía que los asemejaba a hombres de eslabones inferiores en la cadena evolutiva. Para apoyar la moción, el estudio introdujo fotografías de los “criminales” y con ello dio un carácter de representación “objetiva” a los sujetos “no deseables”, pero además les asignó de manera colateral un cierto tipo de cuerpo, posturas y fisonomías con características determinadas. Esa marginalidad se transformó en una especie de exotismo, sobre todo en el lente de fotógrafos extranjeros, como el caso de Charles Waite4 y generaría una larguísima cadena de imágenes a contrapelo de la representación moderna, intentada y practicada enérgicamente por el régimen porfiriano. Sobre ello volveré después.
EL DILEMA FINISECULAR: UNA NACIÓN ¿CON O SIN INDIOS? Si bien el asunto del indio ocupaba profusamente la mente de la intelligentsia porfiriana, existían otras preocupaciones finiseculares ligadas a este mismo tema; una de ellas tenía que ver con el establecimiento de procesos que permitieran el nacimiento y desarrollo de la industria como base para la consolidación de la nación mexicana, en especial lo tocante a la minería, que había articulado una gran riqueza durante la colonia y que con la Independencia se había colapsado. El problema, según referían de manera constante quienes ocupaban puestos de gobierno, era la falta de capital nativo para lograrlo, por lo que uno de los objetivos fundamentales en el proyecto porfiriano fue atraer capitalistas y empresarios extranjeros, fundamentalmente norteamericanos. Para ello se modificaron las normatividades existentes, todavía de raigambre colonial y se dio paso a la también moderna expresión legal de las codificaciones. A raíz de
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Burns, Bradford, The Poverty of Progress. Latin America in the Nineteenth Century. Los Angeles/London, University of California Press, 1980, p. 31. Basave, Agustín, México Mestizo: Análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez. México, Fondo de Cultura Económica.
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Citado por Speckman, Elisa, “El cruce de dos ciencias: conocimientos médicos al servicio de la criminología (1882-1901)”. Cházaro, Laura (ed.), Medicina, Ciencia y Sociedad en México, Siglo XIX. El Colegio de Michoacán. 2009. p. 222. Villela, Samuel, “La construcción de lo indígena en la fotografía mexicana”. Antropología. Boletín Oicial del Instituto Nacional de Antropología e Historia. N° 89. 2010. pp. 64-74.
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ello en 1884 tanto el Código de Minería y un poco después la Ley Minera de 1892, abrieron las puertas al capital extranjero de gran escala5. Los cambios legales, la estabilidad y confianza que generó en los inversionistas extranjeros el régimen porfirista, atrajeron buenos caudales a distintos ramos económicos; para inicios del siglo XX el capital extranjero era prácticamente omnipresente. Incluso, desde cierta perspectiva histórica 6 hay quienes sostienen que fue este el laboratorio de la fase norteamericana de exportación de capitales, que después se generalizaría al resto de la América Latina, relativizando la frontera político-territorial y con ello ensanchando un espacio de dominio netamente económico; al respecto se puede decir que si bien la relación entre México y los Estados Unidos siempre estuvo cargada de esa tensión entre las fronteras geográficas y políticas, ambas constituyen formas de negociación y convivencia con el “otro” en el sentido estrictamente económico, aunque como dice Braudel7, la frontera geográfica es también una frontera cultural. El caso es que la minería mexicana fue siempre un tema de asombro y curiosidad hacia fuera, desde la época colonial y hasta fines del XIX, cuando se cambió la legislación restrictiva a los extranjeros, era un espacio vedado. Humboldt muy temprano en el XIX hizo una serie de anotaciones sobre las minas y los indios mineros, lo mismo que Ward en 1827, texto que a la postre es un referente del tema de las inversiones extranjeras en México. Sin embargo, a nivel de curiosidad o como una muestra del folklore de México, hubo muchas otras miradas extranjeras sobre el tema de minas e indios, pero la participación activa en negocios mineros generó por fuerza una consideración o consideraciones distintas desde el observatorio e interés de los empresarios anglosajones.
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tas8; el francés Mathieu de Fossey9 por su parte afirmaba que las ¾ de plata que circulaba en el mundo habían salido de su interior: veraz o no, ello generó una representación sobre la riqueza minera de México y con ello una enorme expectativa. Las empresas extranjeras hicieron caso al llamado liberalizante del gobierno mexicano y se abalanzaron en pos de los distintos espacios mineros y ramos económicos. Sin embargo, había problemas por resolver; la fuerza motriz eléctrica para el trabajo de producción constante era cara y poco desarrollada en ese momento: el ferrocarril poco extendido, las máquinas de combustión interna eran costosas en su mantenimiento y operación; la única salida era mantener un proceso productivo en cuya base tenía que integrarse al peón indio, el mismo que la élite porfiriana consideraba un “problema”. Al respecto, un periodista y escritor inglés de nombre Percy Folkle Martin publicó en 1906 un libro al que intituló Mexico´s Treasure House. Guanajuato. An Illustrated and Descriptive Account of the Mines and Their Operations in 1906; en él realizó una serie de observaciones, comentarios y sugerencias hacia los lectores y empresarios anglosajones para que invirtieran en el campo de Guanajuato, como una oportunidad para hacer “bellas fortunas”10. Desde su perspectiva, entre otras cosas, Guanajuato era afortunado toda vez que su fuerza de trabajo era en calidad y cantidad más que satisfactoria, pero además: “la gente que estudia las cuentas de las minas mexicanas y comparan los cálculos con los mineros americanos, han observado lo que es para ellos una extraordinaria anomalía de un mexicano recibiendo sólo 75 centavos contra los 3.50 en oro por día de un americano, pero pierden de vista de manera importante que mientras el primero es “absurdamente barato”, es menos de un cuarto de bueno o confiable. Se tendría que recordar que un trabajador mexicano en las minas es solo una mitad o dos tercios de eficiente que un minero americano”11.
Tal vez el uno de los casos más conspicuos en el esquema productor de metales preciosos del área central de México haya sido Guanajuato; baste decir que Humboldt sostenía que para el tiempo de su visita, las minas de Guanajuato habían producido ellas solas más riqueza que las de Bohemia y Sajonia jun-
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La parte no confiable suponía que el trabajador mexicano faltaría a su labor alrededor de 140 días al año, cosa que un “trabajador protestante” nunca haría, toda vez que no asistiría a fiestas patronales del pueblo de origen y cercanos, bautizos, matrimonios, defunciones, faltas por embriaguez, fiestas nacionales, cumpleaños del dueño de la hacienda o del administrador, así como las fiestas ordenadas por la Iglesia católica. Decía Percy Martin que el mexicano en una necesidad ligada al alcohol era propenso a robar la herramienta de trabajo y pequeñas cantidades de mineral, además, lento por naturaleza, amante de juegos de monedas y azar, adicto a la bebida del pulque y demasiado proclive a las peleas a cuchillo, de las que, pese a todo, rara vez salía seriamente lastimado. En todo caso, Martin entendía que la condición semi-torpe del peón mexicano no obedecía a algún defecto natural o falta de inteligencia sino a un abuso de la negligencia o falta de educación de la voluntad y por ello “los próximos diez años, yo diría, están destinados a efectuar un cambio entre la generación que surge, pero la evolución del peón mexicano será lenta y dolorosa desde el punto de vista educativo y social”12. La recomendación principal de Martin era mantener una buena relación con el cura del lugar, quien se ocuparía, en caso de requerirlo, eficientemente del control de los peones indios. A contraparte de tales consideraciones, Martin decía que la fuerza de trabajo de varones era barata y especializada en las distintas fases del proceso minero, pero el de mujeres y niños aún más (50 centavos y 25 respectivamente), aunado al hecho de que no existían huelgas ni sindicatos. El indio minero era sólo levemente rebelde a la autoridad, sin embargo, cuando esto llegaba a ocurrir, existía una policía local que “rápidamente ponía fin al paro, y unos cuantos cráneos fracturados al día siguiente, combinado con alguna puerta derribada, son usualmente la suma total del daño ocasionado”13. Una de las cosas que más le impresionaba era la capacidad de los peones para cargar en su espalda pesos “que ningún corpulento inglés o americano podría soportar en sus hombros” y todo ello con sólo comer tres veces al día unos discos planos de maíz cocido, llamados tortilla, con algo de chile; la carne era un lujo extraño para ellos.
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Uno de los voceros de distintas opiniones de corte económico, empresarial, pero sobre todo político, fue la revista especializada The Engineering and Mining Journal, editada en la ciudad de Nueva York y era el vehículo de expresión de distintos empresarios norteamericanos inmiscuidos en el negocio minero a lo largo y ancho del mundo; en ese sentido hay que decir que México siempre ocupó un lugar especial en los contenidos de dicha revista, o al menos así fue desde las postrimerías del siglo XIX. Hacia 1907, un tal E.A.H. Tays14, manager general de la empresa United Mining Company, de Denver Colorado, consideraba que en México se habían operado cambios respecto de las condiciones laborales de los indios desde el dominio colonial hasta la época del porfiriato. Decía que apenas se comenzaba a comprender que el trabajo no era degradante ni tarea de mozos, como lo suponía la herencia hispánica, sino parte esencial de “otros países civilizados”. Sin embargo, la lógica del empresario norteamericano y la del indio caminaban por rutas diferentes: por ejemplo, el autor señalaba en su artículo que cuando un minero le permitía a los peones sembrar como actividad alternativa, estos últimos en cierto momento abandonaban su trabajo para dedicarse a las labores del campo, de tal suerte que se generaba una escasez de mano de obra cuando las lluvias iniciaban. Resaltaba que lo que hacían los hacendados mexicanos para retener la fuerza de trabajo era aprovechar que: “el trabajador indio era irresponsable como financiador o proveedor y cuando necesitaba unos pesos, podría obtenerlos del patrón a condición de que trabajara para él a peso por semana. De esta manera se convertiría en esclavo, prácticamente por el resto de su vida… si un hombre se escapaba o se ausentaba del trabajo sin una buena causa, podría ser castigado de muchas formas, incluso ser azotado. Al escaparse era traído de vuelta por uno de los sobresalientes (hombres montados usados especialmente para cazar fugitivos) del patrón, podría ser castigado y obligado a pagar los gastos de su captura”15.
La perspectiva de Martin admitía la mano de obra del peón indio en un eventual proceso de producción, teniendo, claro está, en consideración las observaciones realizadas; la visión norteamericana, sin embargo, no era tan optimista. 14
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Ibíd., p. 69. Ibíd., p. 69.
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Tays, E.A.H., “Present Labor conditions in Mexico. The characteristics of the Mexican Peon. Mode of Life and Efficiency as a Workman. Bad Results of Raising Wages in Sonora”. The Engineering and Mining Journal. No. 14. 1907. pp. 621-624. Ibíd.
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Todo eso era causado, desde su perspectiva, debido a que el indio era característicamente irresponsable, feliz, fatalista, sin conciencia del mañana, que achacaba todo a la “Divina Providencia” y actuaba como un niño adicto a “esa bebida alcohólica del maguey”. Lo bueno de México, en esas condiciones, era que el gobierno no permitía las huelgas y si alguien las lideraba o incitaba al paro seguramente “sería fusilado sin juicio… Hay muchas cosas que nuestro propio gobierno podría aprender de México que no tiene par en su eficiencia de garantizar los derechos de los verdaderos ciudadanos”. De ello se sobreentiende que el indio no era considerado un verdadero ciudadano, sino, a duras penas, un menor de edad. El caso es que la base productiva moderna en México, al parecer, no podía funcionar sin tener como elemento de base al indio y ello resultaba una tremenda contradicción a las visiones teleológicas16 en las que la tecnología, la industria y el desarrollo ocupaban un carácter fundamental; la pregunta entonces se tornaba trascendente: ¿una nación con o sin indios? Sin indios no habría oportunidad de mover la industria…con indios no habría oportunidad de erradicar los vicios y problemas de una raza decadente, de los cuerpos no deseables.
EL INDIO, FOTOGRAFÍA Y CUERPO Ajena a todas esas discusiones, la mayoría de la población mexicana de inicios del siglo XX, predominantemente india y fundamentalmente rural17, mantenía hábitos, costumbres y formas culturales consideradas poco civilizadas o poco modernas. Para ello, los nuevos oráculos de la ciencia decimonónica intentaron explicar esa realidad circundante: la sociología, la psicología, la fotografía y la antropología afinaron sus nuevos instrumentos y los enfocaron en el “pintoresco” indio mexicano. El desarrollo de la fotografía y sus ancestros llamados daguerrotipo, linotipo, calbotipo, entre otros, generaron a final de cuentas la posibilidad de capturar un juego de luces y sombras que se impresionaban en un objeto, a través de
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De hecho muchas de las visiones que refieren la naturaleza o grado de desarrollo de las sociedades aluden de manera directa a la tensión tradicional-moderna de la siguiente manera: una sociedad tradicional mueve su industria basada en fuerza motriz humana o animal. Una sociedad moderna, en cambio, mueve su estructura productiva con fuerza inanimada, es decir, energía eléctrica o combustible. Sin embargo, en la conciencia porfiriana lo que se buscaba proyectar justamente era la representación de un México más blanco, racialmente hablando, y de sociedades fundamentalmente urbanas; muestra de ello son las participaciones en las exposiciones universales de París. La emergencia del indio y la vuelta a lo rural como parte de la identidad nacional serían un producto posterior a la revolución y de ninguna manera previa.
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procesos físicos y químicos, con lo cual parecía solucionarse de una vez y para siempre el eterno dilema epistemológico de construcción de conocimiento: el asunto de la realidad. Es bien sabido que una de las aspiraciones decimonónicas tenía que ver precisamente con la relación tormentosa entre objetosujeto y la contaminación de la realidad por los “imperfectos” sentidos del ser humano. El descubrimiento y uso de la fotografía supondría que finalmente se purificaría el conocimiento humano, toda vez que capturaba un momento de la realidad tal cual, sin posibilidad de modificarle, falsearle o incidir en su naturaleza misma: era tan potente la idea que se consideraba, con un buen tratamiento, la base de conocimiento científico. Gisèle Freund sostiene que desde los años ochenta del siglo XIX muchas revistas periódicas incluían ya material fotográfico para abatir lo “abstracto”18 del texto escrito; los diarios, como el Daily Mirror de Inglaterra a partir de 1904. El asunto de la objetividad, por aquellos tiempos, suponía un problema nodal en la formación del conocimiento, toda vez que sin ese fundamento los resultados de la experimentación y elaboración de conclusiones en la investigación constituirían una suerte de especulación o un abuso de la reflexividad humana en el espacio reservado de manera celosa para la experiencia sensible: el positivismo19. La fotografía se convirtió pues en un aliado notable de las aspiraciones decimonónicas; por ejemplo, la antropología la acogió calurosamente para desdeñar la idea del antropólogo que sólo realizaba mediciones y descripciones a las extremidades y cuerpos del “otro”, del no europeo. En ello avalaba de manera poco firme la cientificidad de sus observaciones. Un antropólogo “moderno”, a cambio, debería realizar, por ejemplo, fotografías de las cabezas de los naturales como eje de una observación más profunda y directa, sin embargo: “no debe pensarse que la representación del cuerpo entero no es de utilidad. Por el contrario, a menudo interesa determinar la proporción que existe entre los miembros superiores e inferiores, y sabemos que las razas inferiores difieren totalmente en este aspecto de las demás. Finalmente, no hay que
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Freund, Gisèle, La fotografía como documento social. Barcelona, Gustavo Gili, 2008, p. 96. Precisamente lo opuesto a abstracto sería lo concreto. Trutat, Eugène, “La photographie apliqueé a l´histoire naturelle”. Gauthier-Villars. París. 1884. En: Naranjo, Juan (ed.). Fotografía, antropología y colonialismo (1845-2006). Barcelona. Gustavo Gili. 2006. pp. 85-91.
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olvidar que esta parte de la ciencia del hombre, a la que se da el nombre de etnografía, halla elementos de gran interés en el estudio de los trajes, las armas, los instrumentos, las viviendas…, cosas todas ellas, que tienen importancia sobre todo en las razas que son todavía salvajes o que están próximas al estado primitivo”. Todos estos elementos enumerados estuvieron muy presentes en los fotógrafos viajeros que atravesaron México a inicios del siglo XX, por lo que de manera recurrente da la impresión de que existía un canon más o menos uniforme en la estética fotográfica de ellos, aunque tenían encomiendas y contratantes diversos, ya fuera empresarios extranjeros, instancias de gobierno para hacer visible tal o cual aspecto de la “realidad controlada”20, o por simple atracción hacia lo folk, con la posibilidad de vender material fuera de México. El afán antropológico de la época, sin embargo, no tenía una incidencia única o especial en esos Mexican Folkways21 como un producto a veces artístico y curioso; había en esencia, como se dijo, un interés científico que prescindía parcialmente del vestido, las viviendas o los hábitos sociales y trataba de dilucidar fenotipos y genotipos, es decir, el carácter de esa construcción de inclusión o exclusión llamado raza. En 1896, por ejemplo, el antropólogo norteamericano Frederick Starr realizó una serie de fotografías que tituló en una obra Indians of Southern Mexico22; entre Oaxaca y Guatemala, Starr retrató a una buena cantidad de sujetos de frente y perfil, con un énfasis especial en la cara y la mitad de la caja torácica, es decir, prescindía formalmente de los elementos circundantes que ayudarían con la etnografía del indio, según decía Eugène Trutat previamente. Sólo unos años antes, el antropólogo francés Arthur Batut23 declaraba que a través de la lectura de los materiales de Francis Galton24 se le había ocurrido un
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Por ejemplo, el fotógrafo Winfield Scott fue contratado por el gobierno de Guanajuato para realizar fotografías de la obra pública construida con motivo de la celebración del centenario de independencia; es bien sabido, sin embargo, que por motu proprio y casi siempre para consumo en el exterior, Scott retrató de manera insistente la realidad mexicana no oficial. Parafraseando a Frances Toor, escritora norteamericana que en la literatura hizo un equivalente a la estética fotográfica que aludimos en este trabajo. Poole, Deborah y Zamorano, Gabriela, De frente al perfil. Retratos raciales de Frederick Starr. Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 2012. Batut, Arthur, “La photographie apliquée a la production du type, d´une femille, d´une tribu ou d´une race”. Gauthier-Villars. París. 1887. En: Naranjo, Juan, (ed.). Fotografía, antropología y colonialismo (1845-2006). Barcelona. Gustavo Gili. 2006. p. 92. Padre de la eugenesia.
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experimento: impresionar en una misma placa fotográfica a varios sujetos de una misma raza para tratar de dilucidar su unidad, es decir, sus características generales. Al revelar la fotografía con las distintas cabezas de sujetos puestos frente a la placa sensible, en realidad se estaría “revelando” la síntesis de esa raza, es decir, el fenotipo de tal o cual raza; todo ello era posible gracias al desarrollo de la fotografía y su inclusión científica en la antropología. Es probable que en Starr y sus imágenes hubiera el mismo interés de identificar la diversidad racial mexicana: sus fotografías cumplían ese canon sin duda. Pero la fotografía no sólo podía revelar el fenotipo y la naturaleza de la raza india, sino otros aspectos relevantes en los procesos de formación de las naciones modernas: también estaba el asunto de los hábitos y costumbres del delincuente. Distintos médicos notables del porfiriato generaron o ensayaron explicaciones al respecto: como apunta Elisa Spekman25, dichos médicos compartían como fundamento epistemológico al positivismo comteano, todavía potente en la primera década del siglo XX, pero además tenían como referente claro los trabajos sobre criminalidad elaborados por el italiano César Lombroso. Desde el planteamiento positivista y organicista, Lombroso señalaba que la compulsión del sujeto hacia el acto criminal no podía ser ocasionada por algún impulso “externo” al cuerpo26, al contrario, era en la configuración física donde podrían detectarse regularidades habidas en los criminales sentenciados y así se podría relacionar una conducta criminal con malformaciones o caracteres corporales. Con estas ideas como marco conceptual, Francisco Martínez Baca y Manuel Vergara realizaron en los presos del penal de Puebla un análisis fisiológico amplio: tomaron fotografías27 de los recluidos y trataron de identificar tanto afinidades como elementos fuera de lo normal. El planteamiento de la antropología criminal aplicado por los médicos Martínez Baca y Vergara no era muy diferente de las otras posiciones también antropológicas que trataban de dilucidar caracteres raciales, como en el caso visto antes de Karr: sin embargo, 25 26
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Speckman, “El cruce de dos ciencias”, p. 212. Para entonces se había dilucidado precisamente que la enfermedad de la locura, por ejemplo, residía en el cuerpo y no provenía de los “humores” o los “miasmas” como entes casi metafísicos. El uso de la fotografía para entonces era regular en aspectos que requerían un control riguroso. Recuérdese que la imagen fotográfica tenía ya un carácter científico de validación y objetividad, por ejemplo, en los libros de inscripciones de prostitutas de inicios del siglo XX se incluía una imagen “oficial” de la mujer pública en cuestión. No era raro pues que los penales utilizaran también la imagen fotográfica como elemento de control. Ver Damián, Claudia et al. “Ejercicio y construcción de identidades en los retratos de prostitutas del Archivo General Municipal de Puebla”. Antropología. Boletín oficial del INAH. No. 89. 2010. pp. 46-63.
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el objetivo y alcances de los médicos tenía obviamente diferencias que se deben enumerar: la intención primera tenía que ver con la necesidad de generar “objetiva” y científicamente una imagen del tipo criminal, es decir, los rasgos faciales y corporales de los sujetos disruptores del orden. “Curiosamente”, el resultado de la investigación arrojó que la semejanza de los hombres primitivos o de eslabones de evolución inferior tenían una relación cercana con las
Cuadro 1. (Alto) Comportamiento, según forma corporal
características del indio, toda vez que eran notables sus “rasgos malvados, orejas en forma de asa, nariz torcida y asimétrica, ojos pequeños, pómulos largos, mirada torva y ausencia de barba o bigote”. A partir de ello, el juicio general sería: “Entre nosotros se puede sentar como principio que los indios son todos ladrones, cualquiera que sea el clima del lugar que habiten”28. De esa manera, la discriminación racial se envolvió de un halo científico que eliminaba la sospecha de parcialidad hacia el indio y de su papel posible en un proyecto de construcción nacional.
ENDOMORFOS (Bajo de estatura)
MESOMORFOS (Estatura media)
ECTOMORFOS (Alto)
Dependiente, Sosegado, Relajado, Complaciente, Contento, Perezoso, Plácido, Pausado, Cooperativo, Afable, Tolerante, Afectuoso, Cálido, Comprensivo, Generoso, Bondadoso, Sociable, Blando.
Dominante, Jovial, Confiado, Enérgico, Impetuoso, Eficiente, Entusiasta, Competitivo, Decidido, Comunicativo, Discutidor, Conversador, Activo, Dominante, Valiente, Emprendedor, Audaz, Dogmático, Optimista, Fogoso.
Aislado, Tenso, Ansioso, Reticente, Autoconsciente, Meticuloso, Reflexivo, Preciso, Concienzudo, Considerado, Tímido, Torpe, Frío, Suspicaz, Introspectivo, Serio, Diplomático, Sensible, Apartado, Apacible.
LAS POSTURAS CORPORALES Y LA FORMA DE EXCLUSIÓN
Fuente: Knapp, Mark, La comunicación no verbal. El cuerpo y el entorno, México, Paidós, 2009, p. 154.
El comportamiento cinésico del indio mexicano ha sido caracterizado de manera abundante y ha encontrado un importante reflejo en innumerables estereotipos a la manera de Slowpoke Rodríguez, el abúlico primo de Speedy González (imagen 1)29.
La idea de considerar al indio un “problema” tiene que ver con los valores del sujeto endomorfo como “no deseable” y al sujeto mesomorfo como “deseable”; en la representación del estereotipo de Speedy González y su primo Slowpoke Rodríguez, el primero resulta gracioso porque tiene valores cinésicos contrarios a sus características culturales, o al menos, a las características culturales construidas para explicar su naturaleza. Esta construcción, sin embargo, no hace más que abreviar en una tradición de mayor calado, compuesta en primera instancia por los grupos socialmente relevantes del México porfiriano y en segundo término por la opinión repetida de empresarios extranjeros, todo ello ligado a una concepción capitalista de la nación-Estado con características modernas.
A partir de la postura corporal en las representaciones de inicios del siglo, de manera automática se le asignó al indio un rol social y un carácter especial compuesto por “el físico o la forma del cuerpo, el atractivo general, los olores del cuerpo, y el aliento, la altura, el peso, el cabello, el color o la tonalidad de la piel”30. Esos caracteres, según Mark Knapp, han servido como base para agrupar una serie de estereotipos sobre la conducta que tiene tres bases: los sujetos endomorfos, mesomorfos y ectomorfos. Esta taxonomía corporal supone que existe una diferenciación conductual basada en las características del cuerpo y, adicionalmente, en el color de la piel. El sujeto endomorfo es blando, casi gordo; el mesomorfo atlético y fuerte, mientras que el ectomorfo es delgado y frágil31. Bajo esta consideración, las conductas llevarían a la siguiente caracterización:
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Ibíd. Para las imágenes ver anexo. Knapp, Mark, La comunicación no verbal. El cuerpo y el entorno, México, Paidós, 2009, p. Esta “distinción” que Anson Rabinbach ubicaba como la “enfermedad aristocrática” se encontraba en desuso ya bajo la criba capitalista; la palidez extrema reflejaba una posición
A partir de ahí, las posturas corporales y la complexión del indio “dieron” elementos para determinar una forma de exclusión basada y justificada en la ausencia de voluntad para el cambio y en una reticencia inexplicable a actitudes progresistas32, por ende, de un ciudadano que fuera la base de un proyecto nacional. El indio mismo era el “culpable” de no ser considerado. Las distintas características que sobre el indio se revisaron previamente, encontraron una representación gráfica que se repitió una y otra vez hasta con-
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socioeconómica, mientras que la piel tostada mostraba poco estatus y se relacionaba con el trabajo manual bajo el sol. Ver Rabinbach, Anson, The Human Motor. Berkeley, University of California Press, 1992. Amén de su “proclividad” a la criminalidad, como se vio anteriormente.
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vertirse en un cliché, pero también un patrón estético sobre todo, insisto, después de la revolución33. El indio con gabán y sombrero tenía una carga cultural muy diferente antes y después de 1910. Quisiera entonces proponer un pequeño grupo de imágenes fotográficas de la época para substanciar lo que hasta ahora se ha explicado a través de fuentes discursivas. Si revisamos el texto del periodista inglés que mencionamos previamente, Percy F. Martin, encontraremos que hizo gala y uso de la fotografía34 como elemento de vanguardia para dar una fuerza de verdad o verosimilitud a su trabajo de reportero. Las opiniones que vertió en la prosa del texto, son también, en otro sentido, más texto para decodificar. La insistencia de Martin radicaba en el sentido de oportunidad que debía tener el anglosajón para invertir en la minería de Guanajuato; desde esa perspectiva, las imágenes que escogió mostraban un campo minero tecnológicamente en el atraso pero sobre todo, corroboraban lo dicho por él en términos del indio y su participación en el posible proceso de producción minero a manos de empresarios anglosajones. Escogimos esta fotografía de Martin (imagen 2): es notable en el primer plano a la derecha un sujeto de facciones irreconocibles, cabeza gacha, actitud despreocupada, indiferente. Se encuentra en el pórtico de una casa de adobe y piedra. En un segundo plano, un grupo de personas, hombres y mujeres, algunos de pie y otros sentados. Aparentemente ausentes de la expectativa que genera en el fotografiado el sonido del clic…nadie observa el lente, ninguna de las caras es claramente visible, el énfasis, el punctum diría Roland Barthes, es el actor y su inmovilidad. El carácter de marginalidad está determinado por una serie de elementos o signos arquetípicos, lo que obliga a cuestionarse sobre la “espontaneidad” de la toma; el sujeto del primer plano no usa zapatos sino huaraches. Todos los tipos masculinos usan un amplio sombrero, ropa de manta que se adivina sucia y la mayoría de ellos usa encima una frazada (¿gabán o poncho?). En términos del lenguaje corporal no se podría decir que son sujetos endomorfos, puesto que en ellos no se percibe un exceso de masa, sin embargo, el carácter apacible y perezoso, aparentemente blando de los fotografiados, no
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En todo caso, si bien se aludió a las consideraciones de los intelectuales mexicanos del porfiriato y de los empresarios norteamericanos en el génesis de esa idea excluyente del indio, el carácter de representación pintoresca lo generaron muchos de los fotógrafos extranjeros contemporáneos: Waite, Scott, Brehme, Khalo, entre otros. En la introducción, Martin aclara que las fotografías utilizadas son obra de Percy S. Cox, norteamericano, quien es considerado, entre los otros fotógrafos mencionados previamente, uno de los ilustradores del México prerevolucionario.
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refleja ninguna otra intención ni sugiere una capacidad organizativa, inteligencia o personalidad activa. A juzgar por la sombra que se proyecta en el primer plano, la imagen se obtuvo a una hora cercana al mediodía, por lo que se supondría deberían ser horas de trabajo y no de descanso; de hecho, los lugares de trabajo debían estar lejos del espacio donde el fotógrafo hizo la impresión, en la veta madre que se observa al fondo o en los patios de beneficio en las afueras de la ciudad de Guanajuato. A lo largo del texto de Martin se repiten las fotografías con escenas típicas de la cotidianidad de Guanajuato; hay una insistencia importante sobre los sujetos del pueblo y su relación poco exitosa con un entorno de riqueza, lo cual de hecho ilustra lo que mucho después John Coastworth llamaría “los orígenes del atraso”, que le da a las cuestiones económicas un peso tan importante como las culturales en el asunto de desentrañar la idiosincrasia de ese actor marginal. En todo caso, la noción de pueblo estaba íntimamente ligada a la idea del indio, pero no todo mexicano era parte del pueblo ni mucho menos era considerado indio. Una de las certezas que se tenían desde muy temprano en la fusión mexicana de razas era que el descendiente de españoles tenía bello facial y corporal; el mestizo también: el indio no. Ante el cúmulo de cuestionamientos sobre la capacidad e idoneidad del indio para convertirse en el sujeto por excelencia de un proyecto nacional, el mestizo cobró un carácter particular, como ya se ha mencionado; el caso es que México debía componerse de no-indios. Desde esa perspectiva, bien vale la pena analizar una fotografía que perteneció al ingeniero guanajuatense Ponciano Aguilar. El ingeniero Aguilar era en muchos sentidos uno de esos sujetos deseables de cara a los afanes cosmopolitas del México a inicios de siglo XX; hombre de negocios y minas, era un destacado y prominente miembro de la sociedad guanajuatense. Mantenía relaciones de carácter laboral y profesional con empresas extranjeras y pertenecía a grupos internacionales de ingenieros. Tenía suscripciones a importantes revistas de minas e ingeniería provenientes de los Estados Unidos, con las cuales documentaba experimentos en su laboratorio particular, ubicado en su domicilio. Fue regidor y diputado, así como proyectista de innumerables construcciones de obra pública. A finales de siglo XIX, Ponciano Aguilar se convirtió en poseedor de una cámara fotográfica, con la cual capturaba imágenes de material mineral, pero también era posible generar tomas cotidianas. Es menester apuntar que en ese momento no era habitual que los particulares fuesen propietarios de cámaras fotográficas; sólo los dueños de estudios, es decir, fotógrafos profesionales. El caso es que una de las imágenes propiedad del célebre ingeniero presenta una
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configuración que vale la pena analizar (imagen 3); es una imagen a blanco y negro35, de gran formato, en la que aparecen varios sujetos en dos niveles: uno solitario en la parte baja y varios en la parte de arriba. El motivo central es un puente de piedra con un arco amplio, probablemente para permitir el flujo de agua36. Los sujetos de la parte alta voltean hacia la izquierda, mientras que el personaje de la parte baja lo hace a la derecha. Este último es Ponciano Aguilar, vestido como gentleman inglés, pantalón de montar, botas altas, saco y chaleco, acompañado de un sombrero. Su cara es perfectamente visible y su lenguaje cinésico sugiere autoridad; es apacible pero a la vez enérgico, de cara al sol. El ingeniero se encuentra en el mismo nivel del arco de piedra, lo que probablemente denote que es obra suya. El bastón que porta no es un apoyo, su brazo no descansa en él, de hecho lo sostiene a una elevación media. Es un signo de estatus y distinción. En la parte alta hay ocho sujetos plenamente visibles y uno parcialmente; sólo uno se encuentra en cuclillas. Todos sin excepción portan sombrero ancho, probablemente de paja y se nota que usan prendas de manta, salvo el de la extrema izquierda que aparentemente tiene puesto un overol. Es común el uso de gabán en todos ellos, de hecho, sirve para envolver su cuerpo y cubrir parcialmente su cara, que además está en dirección opuesta al sol. Ninguna de ellas es visible, los rasgos son inexistentes. Su cuerpo se oculta detrás de las ropas y su cara también, por lo que es imposible saber hacia dónde va su mirada. El lenguaje corporal sugiere varias cosas: no es una foto espontánea y todos los sujetos han sido preparados para asumir un rol específico en la configuración de la imagen. El fotógrafo que hace la toma, deliberadamente hunde en el anonimato a los peones y resalta la fisonomía del ingeniero, así como su abundante bigote. Queda manifiesto que Ponciano Aguilar es un sujeto deseable y que el indio no lo es; en ese momento hay una inclusión del peón-indio en la fotografía y a la vez una violenta exclusión.
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porfirianas. Se hizo patente que el México profundo era fundamentalmente rural y no urbano; con ello los actores posibles del proyecto de construcción nacional también se redimensionaron. A partir de ahí, incluso se pensó en un eufemismo para la incorporación del indio y se comenzó a sustituir por el neologismo de indígena. Esta noción suponía una nueva filiación de la marginalidad y la exclusión violenta, para transformarla en un terso movimiento de incorporación bajo los preceptos de lo que se llamaría en lo sucesivo el nacionalismo mexicano, que repentinamente se convirtió en una vanguardia cultural a nivel mundial. Distintos artistas gráficos y de todo tipo se interesaron en la vida mexicana como maestra de una experiencia nueva, en donde el pueblo era la razón de ser de una base ontológica. El pulque, el maguey, el nopal, el tequila, el charro, la música de mariachi, los petates, artículos de barro y madera acompañaron de manera repetida e insistente a la representación corporal de quien había sido despojado de una posible participación apenas unos cuantos años antes. Sin embargo, el cambio discursivo y ontológico no necesariamente supuso una reconfiguración de las prácticas de exclusión hacia el indio, su cosmovisión, formas de organización política y participación en los grandes problemas de la nación actual; es, eso sí, más evidente que la historicidad del indio y su representación están más ligados a un ejercicio de resistencia que de una vez por todas permita pensar en la idiosincrasia nacional como un indio vivo y con cuerpo, que un estereotipo estilo Slowpoke Rodríguez.
ANEXO Imagen 1. Slowpoke Rodríguez
A MANERA DE CONCLUSIÓN Con el estallamiento revolucionario se trastocaron todos los lazos de la vida social en México: se experimentó un alejamiento brutal respecto de todas aquéllas reminiscencias del afrancesamiento cosmopolita tan añorado por las élites
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Foto 2. Guanajuato. Archivo Histórico de la Universidad de Guanajuato. Fondo Ponciano Aguilar. Caja 5. Serie 265. Hay que apuntar que el ingeniero Ponciano Aguilar fue el artífice de una de las obras civiles de trascendencia durante el porfiriato; de hecho el enorme túnel para el desagüe de Guanajuato se llamaba así, túnel Porfirio Díaz.
Fuente: Archivo del autor.
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Imagen 2. Fotografía de Percy S. Cox
Imagen 3. Fotografía de Ponciano Aguilar
Fuente: Guanajuato. Archivo Histórico de la Universidad de Guanajuato. Fondo Ponciano Aguilar. Caja 5. Serie 265.
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El sacrificio de imágenes en la historia general de Nueva España – Muriel Paulinyi Horta / 269 HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 2 - 2013 [269-297]
EL SACRIFICIO DE IMÁGENES EN LA HISTORIA GENERAL DE LAS COSAS DE NUEVA ESPAÑA DE FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN THE IMAGE SACRIFICES IN GENERAL HISTORY OF THE THINGS OF NEW SPAIN BY FRIAR BERNARDINO DE SAHAGÚN
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Muriel Paulinyi Horta*
Humboldt, Alejandro, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. México. Ed. Porrúa, 1978.
Alumna del programa de Magíster en Antropología de la UTA-UCN, Chile. mpaulinyii@gmail.com
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Resumen La Historia General de las cosas de Nueva España de fray Bernardino de Sahagún contiene abundante información acerca de las costumbres y creencias de los aztecas. Dentro de esto el tema del sacrificio humano es tratado en profundidad en esta obra, en la cual se distinguen tres tipos distintos de inmolación. Uno de ellos es el sacrificio de imágenes, rito en el que los nahuas creían que las víctimas dejaban de ser individuos mortales para transformarse en las réplicas –o si se quiere en las imágenes– de las deidades en cuyo honor se realizaba el sacrificio. Ahora bien, el sacrificio no implicaba la muerte de la deidad, sino que formaba parte de un rito revitalizador. Esta investigación realiza una recopilación sistemática y un análisis de los pasajes de la Historia General referidos al sacrificio de imágenes, y los contrasta con diversa información bibliográfica actual, con el objetivo de establecer con qué profundidad detectó Sahagún elementos ideológicos prehispánicos. Adicionalmente, en el presente trabajo se examina con mayor detalle el caso de los niños sacrificados a Tláloc, el dios de la Lluvia, y se llega a la conclusión de que los sacrificios de niños también correspondían a la categoría de sacrificios de imágenes. Palabras clave: Sahagún, aztecas, sacrificio humano, sacrificio de imágenes, sacrificio de niños.
[Recibido el 19 de agosto de 2013 y Aceptado el 20 de octubre de 2013]
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Docente del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
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Abstract General History of the Things of New Spain by Friar Bernardino de Sahagún, contains plentiful information about Aztec beliefs and customs. Within this issue, human sacrifice is of deep concern, distinguishing three different types of immolation. One of these is the embodiment sacrifice, Nahuas’ rite in which Aztecs believed that victims stopped being mortal selves, to become the deities replics or images in whose honour the immolation took place. Nevertheless, the sacrifice did not imply the god’s death, but was part of a revitalising rite. This investigation makes a systematic compilation and a thorough analysis of General History excerpts, refering image sacrifice contrasted to present bibliographical information, towards the establishment of Sahagún’s depth for detecting prehispanic ideological elements. On the other hand, I deeply scan the case of sacrificed children to Tláloc, the god of rain, leading to the conclusion that children immolations also constitute image sacrifices. Keywords: Sahagún, Aztecs, human sacrifice, image sacrifices, children sacrifice.
INTRODUCCIÓN La Historia General de las cosas de Nueva España está estructurada en doce capítulos temáticos y contiene una abundante y valiosa información acerca de las costumbres, creencias y conocimientos de los nahuas prehispánicos. Distintos autores coinciden en el hecho de que la Historia General, gracias al método utilizado por Sahagún1 y a la amplitud de temas que aborda, es la
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primera fuente en importancia para el estudio de los nahuas prehispánicos. Si bien López Austin reconoce que en la obra en cuestión hay “(…) errores del franciscano, que, pese a su conocimiento de la lengua, interpretó mal algunos pasajes”2, afirma posteriormente junto a Garcés que la Historia General “constituye la fuente máxima para el estudio de los antiguos nahuas. Éste es un gran mérito de fray Bernardino (…) Es el panorama más general de la vida prehispánica y, al mismo tiempo, el más profundo”.3 León-Portilla concuerda con esta última aseveración al sostener que la obra de Sahagún nos entrega “el más rico caudal de testimonios, en la que fue lengua franca del México antiguo, para penetrar en los secretos de su cultura”4, y agrega refiriéndose al esquema, método y logros de la investigación del franciscano, que éstos lo convierten en el padre de la antropología del Nuevo Mundo5. Este artículo pretende realizar un aporte a la comprensión de la sociedad azteca prehispánica por medio de la revisión y análisis exhaustivo de todos los pasajes de la Historia General referidos al sacrificio humano, aproximación que hasta aquí no había sido llevada a cabo. Por otra parte, el estudio del tema del sacrificio humano es históricamente relevante pues esta práctica era el rito de mayor importancia dentro de la sociedad mexica prehispánica, lo cual implica que su cabal comprensión no sólo nos otorga información acerca de las concepciones nahuas relativas a la muerte, sino que también nos abre el camino hacia la aprehensión de otras dimensiones de dicha cultura.
EL SACRIFICIO HUMANO 1
Cuando Sahagún arribó en 1529 a las costas de Nueva España constató que los métodos evangelizadores puestos en práctica hasta aquel entonces habían sido superficiales, y por ende, poco efectivos. Sahagún percibió que la falla de la empresa evangelizadora se encontraba en el desconocimiento de las costumbres y creencias indígenas y en el desconocimiento de la lengua nativa. Como resultado de lo anterior, Sahagún comenzó a recopilar y a registrar en lengua nativa toda aquella información que consideró útil para facilitar, como primer paso, el acercamiento entre ambos mundos a partir del conocimiento del otro, y posteriormente lograr así la conversión efectiva y definitiva de los indígenas. Para ello Sahagún realizó una minuta con los temas que creía importante abordar, la cual le sirvió de pauta para la recopilación sistemática de información a la que se consagró por los siguientes veinte años de su vida. Sahagún obtuvo la información que utilizó para redactar sus obras, por una parte, a partir de testimonios orales fruto de sucesivas conversaciones con ancianos conocedores de las antigüedades indígenas de las localidades de Tepepulco y Tlatelolco, y por otra, a través del análisis conjunto –es decir, con los nativos– de códices prehispánicos que los mismos indígenas le proporcionaron. Es importante mencionar que tanto el proceso de recopilación como el posterior análisis de la información fueron llevados a cabo con la ayuda de jóvenes nahuas conversos instruidos en los más diversos aspectos de la cultura europea en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, quienes embebidos de ambas culturas, prestaron ayuda a Sahagún a la hora de interpretar la información recibida. En 1565 se trasladó a trabajar al Convento de San Francisco de México, en Tenochtitlán, y es allí donde a partir del material recogido en las localidades anteriormente mencionadas Sahagún comienza la redacción de su obra monumental: el manuscrito náhuatl denomina-
Uno de los rasgos característicos de la cultura mexica era la creencia de que el mundo y todo lo que acontecía en él –nacimientos, accidentes, fenómenos naturales como tempestades, sequías, granizos y el crecimiento de plantas y árboles, por nombrar algunos ejemplos– era resultado de la voluntad de las deidades. La suerte de los seres humanos dependía del poder omnipotente de
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do Códice Florentino, cuya traducción parafrástica al castellano finalizada en 1577 ha sido denominada Historia General de las cosas de Nueva España. López, Alfredo, “Estudio acerca del método de investigación de fray Bernardino de Sahagún”. p. 361. 16 septiembre de 1013. En: MESOWEB: An exploration of Mesoamerican cultures. http://www.mesoweb.com/about/articles/879.pdf García, Josefina y López, Alfredo, “Estudio introductorio”. López, Alfredo y García, Josefina (eds.). Historia General de las cosas de Nueva España. Ciudad de México. CONACULTA. 2000. p. 45. León-Portilla con esta frase se refiere en general a las obras de fray Bernardino de Sahagún, sin embargo la incluyo como referida a la Historia General de las cosas de Nueva España ya que, como bien sabemos, ésta es indiscutidamente su más importante obra. Ver en: LeónPortilla, Miguel, Bernardino de Sahagún. Pionero de la antropología. Ciudad de México, Editorial UNAM, 1999, p. 206. Ibíd., p. 212.
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los dioses del panteón azteca. Esta dependencia conllevó a que los individuos se considerasen a sí mismos seres insignificantes y vulnerables en comparación a las todopoderosas divinidades que moldeaban, según su parecer el destino de los hombres: “(…) es Dios6, y hace lo que quiere, y hace burla de quien quiere, porque a todos nosotros nos tiene en el medio de su palma, y nos está remeciendo, y somos como bodoques redondos en su palma, que andamos rodando de una parte a otra y le hacemos reír”7. Es necesario tener en cuenta esta concepción para comprender el porqué del arraigo de la práctica del sacrificio humano en la sociedad mexica. Dicha constante influencia ejercida por las divinidades en la vida de los hombres era posible debido a que, según la cosmovisión nahua los dioses habían creado a lo largo de la historia tres tipos de tiempo, dos de los cuales coexistían bajo la era de los hombres: el primer tiempo, era el tiempo anterior a la creación, y fue el tiempo de la existencia trivial de los dioses. Dicho tiempo fue sucedido por el segundo tiempo, el llamado “tiempo de las creaciones”, período en el que las divinidades dieron origen a los hombres y a los demás seres que se encontrarían en contacto con éstos. Además de crear al hombre y a sus circunstancias, fue durante este segundo tiempo que las divinidades dieron origen al tercer tiempo: “el tiempo de los hombres”. Ahora bien, según la cosmovisión nahua, el segundo tiempo no llegó a su fin con la creación del tercero, iniciándose de esta manera una coexistencia entre estas dos últimas dimensiones temporales:8 si bien el ámbito de dominio del tiempo de los hombres se remitía al espacio comprendido entre la superficie de la tierra y los cuatro cielos inferiores9, las fuerzas divinas –en rigor confinadas más allá del mundo del tercer tiempo– tenían igualmente acceso al mundo de los hombres e influenciaban
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Si bien dice “Dios” se refiere a los dioses en general; esto no es más que una muestra de la influencia del catolicismo en el relato de la Historia General. Sahagún, Fray Bernardino de, Historia General de las cosas de Nueva España. Ciudad de México, Editorial CONACULTA, 2000, p. 519. López, Alfredo, Los Mitos del Tlacuache. Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, pp. 53-70. Los mexicas prehispánicos dividían el cosmos en trece pisos celestes y nueve pisos del inframundo, ambos polos divididos por un plano horizontal, concebido como la superficie terrestre en la que habitaban los hombres. Cada uno de estos pisos era la morada de distintos dioses y seres sobrenaturales de carácter secundario: mientras que Tonátiuh Ilhuícac, –lugar de habitación del dios del Sol-, Tlalocan –morada de las deidades de la lluvia– y Tonacacuahtitlan –casa de los dioses creadores–, estaban ubicados respectivamente en el tercer, primer y treceavo pisos celestes, Mictlán –residencia del señor de los muertos y su cónyuge– era situado por los antiguos nahuas en el noveno piso del inframundo. Para mayor información ver: López, Alfredo, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas. Ciudad de México, Dirección General de Publicaciones Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 62.
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los acontecimientos que ahí se desarrollaban10. Tal intrusión divina era facilitada debido a la existencia de cuatro árboles cósmicos en la superficie de la tierra, los que además de funcionar como soportes del cielo, eran considerados por los nahuas como las vías de comunicación que las distintas divinidades y sus fuerzas utilizaban para acceder a la superficie de la tierra: “(…) los cuatro árboles irradiaban hacia el punto central las influencias de los dioses de los mundos superiores e inferiores (…), transformando todo lo existente, según el turno de dominio11 de los númenes”12. En una sociedad dominada por la creencia de que todo depende de la voluntad de poderosas deidades, es lógico que los hombres establezcan ritos buscando complacer de algún modo a los númenes con la finalidad de lograr que su trato para con los hombres sea benevolente. López Austin concuerda con este planteamiento al afirmar que “la vida normal del hombre y de las especies naturales de las que dependía su existencia no era concebida sin la intervención de los seres sobrenaturales, ni la intervención adecuada de éstos podía esperarse sin la idónea comunicación del rito”13. De esta manera, se instaura la práctica de realizar distintos tipos de ofrendas en honor a los dioses –alimentos, incienso y tabaco, entre otros–, como una actividad de la vida cotidiana. Sin embargo, la ofrenda de sangre era considerada el mayor ofrecimiento que se le podía hacer a las deidades. Esta práctica encontraba su legitimación fundamentalmente en dos creencias arraigadas en la cosmovisión nahua; la primera de ellas, responde a la convicción de que el poder de los dioses estaba sujeto a un ciclo: así como el poder de las divinidades nacía y crecía, también en algún momento menguaba para luego concluir. Si la disminución del poder de las divinidades implicaba un escenario caótico para el mundo nahua –donde absolutamente todo, como ya mencionáramos, dependía de la gestión de los númenes–, la completa desaparición de estos últimos implicaba de manera lógica el fin de la existencia humana14. Para que ello no ocurriera, se
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Ibíd., p. 70. El orden del viaje de las fuerzas de las divinidades estaba pautado, según el calendario adivinatorio o tonalpohualli, cuyo mecanismo de funcionamiento es descrito más adelante. Las fuerzas de los dioses solo podían viajar en el momento que les correspondía, ni antes, ni después. Ver: Ibíd., p. 72. Ibíd., p. 66. Ibíd., p. 72. Se creía que el fin del mundo –es decir, la destrucción del Sol– era probable que aconteciera tras períodos de 52 años, por lo que cuando esta fecha llegaba, se realizaba una ceremonia en la que se sacrificaba un cautivo y se sacaba fuego desde su pecho (en el lugar del corazón ponían un yesquero). Si por algún motivo no podían sacar lumbre, los antiguos nahuas consideraban “(…) que habría fin el linaje humano, y que aquella noche y aquellas tinieblas serán perpetuas, y que el Sol no tornaría a nacer o salir, y que de arriba verán y descende-
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debía proporcionar energía a los dioses, energía que se conseguía a través de la sangre de los seres humanos. Para los mexicas la sangre era una sustancia cargada de energía vital que podía ser traspasada desde hombres a deidades mediante el acto de la occisión ritual o a través el asesinato de un guerrero en el contexto de una batalla15. En el caso particular del sacrificio, se creía que el rito era capaz de liberar la energía encapsulada en la sangre de los individuos mortales, y de transmitirla a las deidades revitalizándolas16. Ahora bien, es importante aclarar que para los nahuas la sangre de los individuos fallecidos por muerte natural carecía del valor nutritivo requerido por las deidades, idea que legitimó el sacrificio humano como una práctica recurrente y necesaria, de la que dependía la subsistencia de los númenes y por ende del hombre y de sus circunstancias17. Si bien en la Historia General no se establece de manera explícita un vínculo entre el sacrificio humano y la subsistencia del hombre en la tierra, en la siguiente charla sostenida por un padre a su hijo acerca de las labores y hazañas de sus antepasados, podemos encontrar de manera subyacente la idea en cuestión: “Fueron señores y capitanes, y tuvieron la autoridad para matar y para hacer guerras, y mantuvieron al Sol y a la Tierra con carne y sangre de hombres”18. De esta cita se desprende que las divinidades eran nutridas a través de la sangre y la carne de los hombres, a pesar de que no sea mencionado explícitamente el sacrificio como el medio para lograrlo. En lo que a la “carne” respecta como sustento de las deidades, hemos visto que el alimento divino se remitía exclusivamente a la sangre, por lo que la inclusión de la carne probablemente responde a una equivocación de Sahagún.
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seres humanos19. Se pensaba que si esta constante necesidad no era subsanada, los númenes actuarían de manera perjudicial para con los hombres. Vemos entonces, que nuevamente se legitima el sacrificio como una manera de asegurar la armonía en el mundo. Si bien es vinculada a la sangre en general y no específicamente al rito del sacrificio humano, esta persistente necesidad de alimento de los dioses es mencionada en la Historia General, y podemos observarla en el siguiente extracto de una oración realizada por un grupo de sacerdotes a Tezcatlipoca en el contexto de una inminente batalla: “El dios de la tierra abre la boca con hambre de tragar la sangre de muchos que morirían en esta guerra. Parece que se quieren regocijar el Sol y el dios de la tierra, llamado Tlaltecuhtli. Quieren dar de comer y de beber a los dioses del Cielo y del Infierno, haciéndolos convite con sangre y carne de los hombres que han de morir en esta guerra”20. Según González, los dioses del Sol y de la Tierra son mencionados en distintas fuentes del siglo XVI como las deidades cuya apetencia debía ser saciada primero21, lo que podría hacernos suponer que para los nahuas, la subsistencia del cosmos, dependía en primera instancia del bienestar de los dos númenes ya mencionados. Volviendo a la cita en cuestión, vemos que los dioses del Sol y de la Tierra serían los encargados de saciar el hambre de las demás divinidades del Cielo y del Infierno respectivamente, con la sangre y la “carne” –vemos que el error es recurrente22 – de los caídos en combate. Aparentemente
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La segunda creencia que hacía imprescindible la práctica del sacrificio humano era que los nahuas consideraban a las deidades como seres hambrientos, cuya apetencia se saciaba únicamente a través de la ingestión de la sangre de los
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rán los tzitzimitles, que eran unas figuras feísimas y terribles, y que comerán a los hombres y mujeres”. Ver en: Sahagún, Fray Bernardino de, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 711. Si bien la sangre proveniente de la realización de autosacrificios en forma de punciones corporales también era considerada una aportación de energía a lo sobrenatural (tanto la sangre emanada como los objetos utilizados para conseguirla eran ofrecidos a los dioses), ésta en proporción a la sangre derramada en un sacrificio o en el campo de batalla contenía una cantidad de carga energética mucho menor. Ver: González, Yolotl, El sacrificio humano entre los mexicas. Ciudad de México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 1994, p.127. Para profundizar en el tema del autosacrificio ver: León–Portilla, Miguel, “Dioses”. Alcina Franch, José, León–Portilla, Miguel y Matos Moctezuma, Eduardo (eds.). Azteca Mexica. Madrid. Lunwerg Editores S.A.1992. p. 331. González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 42. Ibíd., p. 64. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 565.
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Tanto Graulich como González afirman que la idea de que los dioses eran seres hambrientos encuentra su fundamento en un mito que narra la primera guerra acontecida entre los hombres del Quinto Sol, cuya finalidad era proporcionar alimento para el Sol y la Tierra. Según cuenta el mito, una diosa dio a luz a cuatrocientos hombres que fueron denominados mimixcoas. Posteriormente parió a otros cinco hijos, los que recibieron el nombre de mexicas. La deidad del Sol puso flechas en poder de los primeros cuatrocientos para que con ellas cazaran y así pudieran alimentarlo a él y al dios de la tierra. Sin embargo, en vez de dedicarse a cazar, los mimixcoas se fueron de fiesta. Como consecuencia de este desacato, el dios del Sol le otorgó flechas a los cinco mexicas y les ordenó que acabaran con la vida de los cuatrocientos mimixcoas, para que de ellos pudieran alimentarse las divinidades. Los mexicas cumplieron el mandato de la deidad, alimentándose los dioses de hombres dada la desobediencia de estos últimos. Este mito no es mencionado en la Historia General, sino que forma parte de un manuscrito en lengua náhuatl denominado la Leyenda de los Soles, que es parte del Códice Chimalpopoca. Para profundizar en el tema ver: Graulich, Michel, “El sacrificio humano en Mesoamérica”. Arqueología mexicana: el sacrificio humano. Vol. XI. Nº 63. 2003. pp. 16–21, y González, Yolotl, “El sacrificio humano entre los mexicas”. Arqueología mexicana: el sacrificio humano. Vol. XI. Nº 63. 2003. pp. 40–43. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 485. González, El culto a los astros entre los mexicas, p. 64. Si bien Sahagún malinterpreta en ocasiones las creencias nahuas, podemos observar el capítulo de la Historia General es el que se relata la llegada de los españoles donde sólo se menciona a la sangre como alimento de las divinidades: “(…) Motecuzoma juntó algunos adivinos y agureros, y algunos principalejos, y los envió al puerto donde estaban los españoles (…) Y envió con ellos algunos captivos para que sacrificasen delante del dios
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estos dos dioses habrían sido los encargados de distribuir el alimento divino entre los apetentes númenes en el contexto de un banquete. Si bien este rol distributivo de los dioses del Sol y de la Tierra no es mencionado en ningún otro punto de la Historia General, parece poco probable que se trate de una interpretación equívoca de Sahagún, sobre todo si tomamos en cuenta la ya mencionada preponderancia de ambas deidades respecto de los demás dioses presente en fuentes contemporáneas a la Historia General. Según Graulich, González, Matos y Taube existía un tercer motivo que legitimaba la realización de sacrificios humanos: los antiguos nahuas se consideraban a sí mismos en perpetua deuda para con las divinidades, por el hecho de que éstas –según el mito de antropogénesis mexica–, para crear al hombre y a sus circunstancias debieron primero autoinmolarse. Este sacrificio realizado por las divinidades habría arraigado la idea entre los nahuas de que la deuda humana que ya mencionáramos debía ser saldada exactamente del mismo modo en que fue adquirida23. En palabras de Taube, “El sacrificio humano era un acontecimiento que nada tenía de mundano, se trataba de un acto que restablecía la violencia de la creación”24. De acuerdo con el calendario solar, en cada uno de los dieciocho meses que componían el año azteca debía realizarse una o más ceremonias en honor a una o varias deidades del panteón, y en la mayoría de éstas se llevaban a cabo sacrificios humanos. Por otra parte, también se realizaban occisiones rituales en ciertos días del tonalpohualli o calendario adivinatorio de 260 días25, no obstante estos sacrificios eran escasos en comparación con los celebrados durante el
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que venía, si viesen que convenía, y si demandasen sangre para beber. Fueron aquellos embaxadores y llegaron a donde estaban los españoles, y ofreciéronles tortillas cocidas con sangre humana”. Ver en: Ibíd., p. 1175. Los nahuas prehispánicos creían, en primer lugar, que para que el hombre pudiese haber sido creado, Quetzalcóatl había debido fallecer y las demás divinidades realizar penitencias. En segundo lugar, pensaban que las deidades de Nanahuatzin y Tecuciztécatl habían tenido que morir arrojándose al fuego para así transformarse en el Sol y la Luna respectivamente, y posteriormente, para que los astros ya creados se trasladaran, los demás dioses también habían tenido que inmolarse. Sobre el mito de antropogénesis náhuatl, ver: Matos Moctezuma, Eduardo, Muerte a filo de obsidiana. Ciudad de México, Consejo Nacional de Fomento Educativo, 1986, p. 147. Sobre el mito de creación del sol y la luna, ver: Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 694. Taube, Karl, “Religión azteca: creación, sacrificio y renovación”. Solís, Felipe (ed.). El imperio azteca. Nueva York. The Solomon R. Guggenheim Foundation. 2004. p.175. El tonalpohualli o calendario adivinatorio se estructuraba a partir de la combinación de veinte signos y trece números. Los nahuas permutaban ambos grupos, dando origen de este modo a un calendario de 260 días. Se pensaba que cada signo y cada número eran regidos por una divinidad, por lo que cada día correspondía a la combinación de dos fuerzas divinas diferentes, las que influían –como ya lo mencionáramos– en el curso de los sucesos acontecidos dicho día.
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calendario solar. Según González, y de manera coincidente con la afirmación de López Austin, la gran mayoría de las ceremonias realizadas según el calendario solar eran fijadas en una fecha determinada en función de los ciclos de la naturaleza, con la finalidad de prevenir, en primer lugar, los desastres relacionados con el cultivo de plantas, actividad económica primordial de los nahuas, y en segundo lugar, las catástrofes vinculadas a la caza, pesca y recolección26. A rasgos generales, podemos decir que los sacrificios humanos eran llevados a cabo en el templo27 de la divinidad o de una de las divinidades a las que se honraba en una celebración determinada, mientras que el rito donde la gran mayoría de las veces se daba muerte a la víctima mediante la extracción del corazón, era realizado por un grupo de sacerdotes especializados en dicha labor28, a quienes se consideraba como los únicos seres humanos capacitados para soportar el traspaso de energía vital desde los inmolados a las deidades29. Es importante mencionar que el sacrificio humano formaba parte de un ritual más complejo, en el cual los participantes –fundamentalmente sacrificadores, sacrificantes y sacrificados– tanto antes como después de la ceremonia llevaban a cabo ciertas acciones como ayunos, penitencias, vigilias, danzas, y auto–sacrificios. La realización de una o más de estas acciones dependía de lo estipulado en el rito de la deidad a la que se honraba; en consecuencia, tanto el trato recibido por la víctima, como los componentes de la ceremonia dependían igualmente del rito específico de cada deidad. Tanto individuos particulares como colectividades determinadas –desde los miembros de un calpulli30 hasta el mismo Estado mexica– podían actuar como
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González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 131. La forma más común de los templos mexicas era la de un basamento piramidal en cuya cúspide se encontraba el santuario de la divinidad a la que pertenecía el templo y la piedra de los sacrificios. La altura de estas edificaciones variaba, algunas eran solamente pequeñas plataformas que contaban con un par de escalones para subir, mientras que los templos de las divinidades principales tenían hasta 120 escalones. Ver: Ibíd., pp. 163–173. Graulich aclara que entre los sacerdotes que participaban en el sacrificio existía una jerarquía: unos eran solamente ayudantes, cuyo rol era exclusivamente sostener al individuo que iba a ser sacrificado, y otros eran los sacerdotes que llevaban a cabo el sacrificio. Estos últimos tenían el privilegio de manejar el cuchillo y posteriormente de extraer el corazón o las entrañas de la víctima en caso de que el rito así lo estipulara. Ver en: Graulich, El sacrificio humano en Mesoamérica, p. 20. González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 189. “(…) conjunto de numerosas familias emparentadas entre sí que reconocían como protector común al calpultéotl o dios patrono del calpulli. De éste derivaba míticamente la profesión de sus protegidos: su dios les había heredado el oficio que transmitían religiosamente de padres a hijos y que los caracterizaba frente a los miembros de otros calpultin.” Ver en: López, Alfredo y López, Leonardo, El pasado indígena. Ciudad de México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 199. Para profundizar en el tema ver: Monzón, Arturo, El
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ofrendantes de víctimas para los sacrificios. Según González, un rasgo común para todos los ofrendantes es que estos intentaban beneficiarse mediante el auspicio del sacrificio humano: mientras que los individuos particulares –que podían ser guerreros o mercaderes31, puesto que la occisión ritual era un privilegio de la clase superior– buscaban conseguir prestigio, los miembros de las distintas comunidades perseguían el bienestar del grupo al que pertenecían, el que por lo general se lograba con la estabilidad de los ciclos de la naturaleza32. De acuerdo con la información que la Historia General nos entrega, podemos, en primer lugar, clasificar a las víctimas de los sacrificios en cautivos, esclavos, niños y transgresores. En segundo lugar, podemos identificar cuatro tipos distintos de sacrificio humano: sacrificio de esclavos33, sacrificio de cautivos de guerra34, sacrificio como castigo estipulado para transgresores35 y sacrificio de imágenes. A continuación analizaremos en profundidad este último tipo de sacrificio.
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Calpulli en la organización social de los tenochca. Ciudad de México, Instituto Nacional Indigenista, 1983. Los mercaderes también podían ser ofrendantes comunitarios. González Torres, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 242. En la mayoría de las ocasiones, se adquiría la condición de esclavo entre los mexicas por el no pago de deudas o como castigo por haber cometido un delito grave. Ahora bien –y a diferencia del concepto de esclavitud occidental– su condena no era hereditaria, el individuo podía recuperar su libertad bajo ciertas circunstancias, no perdía sus derechos de propiedad, no podía ser vendido ni entregado a otro individuo sin su consentimiento, e incluso podía tener a otro esclavo bajo sus órdenes. Sus labores como esclavo se remitían a trabajar para su acreedor sin recibir sueldo. No obstante, la situación del esclavo podía agravarse si éste incurría en desobediencias reiteradas: en estos casos podía ser vendido a comerciantes, quienes los revendían en el mercado de esclavos frecuentemente a sacrificantes individuales o a sacrificantes comunitarios. Los cautivos de guerra podían provenir tanto de la zona central de México como de regiones lejanas. En lo que a los cautivos del Altiplano Central respecta, se trataba en la inmensa mayoría de los casos de guerreros que habían pertenecido a la otra triple alianza existente en aquel entonces, compuesta por las ciudades-estado de Tlaxcala, Cholula y Huexotzingo. Entre ambas alianzas –y a pesar de ser abiertamente antagónicas entre sí– existía un acuerdo: como ambos grupos creían en la necesidad del sacrificio humano para que el Quinto Sol subsistiese, sus dirigentes programaban cada cierto tiempo la realización de batallas entre ambas alianzas, en las que el fin último no era acabar con la vida del oponente en el campo de batalla, sino que era tomar prisioneros para posteriormente sacrificarlos. Si bien no existía esta suerte de acuerdo con las regiones ubicadas distantes a la zona central de México, la idea de que los sacrificios eran necesarios para la subsistencia de los dioses junto con las constantes campañas militares que los mexicas realizaban en territorios lejanos explican la existencia de cautivos de aquellas regiones en el Altiplano Central. En la mayoría de las ocasiones el ofrendante de los cautivos de guerra era el guerrero mexica que lo había tomado prisionero, es decir, se trataba de un ofrendante individual. No obstante, de acuerdo con la Historia General, también podía ocurrir que el Estado mismo, es decir, la máxima de las comunidades, con motivo de algún acontecimiento especial –como la elección de un nuevo tlatoani– fuera quien ofreciera a los cautivos de guerra. Encontramos dos menciones acerca del sacrificio como castigo por crímenes en la Historia General, ambas en celebraciones en honor a las diosas Cihuapipiltin llevadas a cabo en la trecena 1 Lluvia del calendario adivinatorio de 260 días. En ninguno de los dos casos es mencionado el delito por el cual fueron sentenciados los individuos, tampoco la forma
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EL SACRIFICIO DE IMÁGENES Este tipo de occisión ritual lleva el nombre de “sacrificio de imágenes”, puesto que los antiguos nahuas consideraban que los individuos que eran inmolados en esta ceremonia específica dejaban de ser seres humanos para transformarse en las réplicas –o si se quiere en las imágenes– de las deidades en cuyo honor se realizaba el sacrificio. Esta transformación en númenes era posible pues se pensaba que en el cuerpo de las víctimas se alojaba de manera temporal una fracción del fuego divino proveniente del dios en cuestión. De lo anterior se desprende que cuando un sacrificio de imagen era llevado a cabo, se pensaba que era una deidad la que fenecía y no un individuo de carne y hueso. Ahora bien, el sacrificio no implicaba para el dios la muerte, sino que formaba parte del rito revitalizador: como ya mencionáramos anteriormente, los nahuas creían que el poder de los dioses nacía, crecía, se debilitaba y finalmente desaparecía; debido a ello surgió esta forma de sacrificio, cuyo objetivo era lograr que a través de la muerte de la deidad ésta renaciera con nueva potencia36. González refuerza este planteamiento, afirmando que: “Hay pruebas suficientes para afirmar que los mexicas creían en la transmisión de mana o energía, que se reflejaba, entre otras cosas, en la necesidad de morir para propiciar su renovación o su transmisión”37. ¿Quiénes eran los sujetos destinados a convertirse en imágenes? Originalmente, aquellos que encarnaban a las divinidades eran miembros de la comunidad; no obstante, para la época del contacto, éstas fueron sustituidas en la gran mayoría de los casos por “esclavos purificados”, los cuales eran llamados así debido a que para convertirse en imágenes debían recibir un baño ritual38
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específica de muerte de éstos, ni el trato postmortem recibido por los cuerpos. Es probable que la razón del sacrificio en honor a las Cihuapipiltin haya obedecido a la creencia de que en la trecena en cuestión estas divinidades bajaban a la tierra y causaban males a todos aquellos que se cruzaban en su camino, por lo tanto, el sacrificio de criminales puede haber tenido por finalidad el calmar las ansias de hacer mal de estas diosas. No obstante, desconocemos cuál puede haber sido el vínculo entre los transgresores y las Cihuapipiltin, es decir, desconocemos por qué se les sacrificaban específicamente criminales y no otro tipo de individuos. A pesar de estos dos casos, por lo general, los individuos que transgredían aquellas reglas de la sociedad, cuya infracción tenía por castigo la muerte, no eran sacrificados, sino que simplemente ejecutados: con esto quiero decir que su muerte no tenía por finalidad ofrendarle sangre a las divinidades, sino que esta constituía un simple castigo para quienes rompían las normas. López, Cuerpo humano e ideología, p. 433. González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 199. Durán es quien relata la existencia de un baño ritual. Sahagún, por su parte, no menciona a lo largo de la Historia General ningún baño recibido por las imágenes antes de ser sacrificadas. Solo relata el baño de un grupo de esclavos comunes y corrientes antes de ser sacrificados en el mes denominado panquetzaliztli. Ver en: Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, pp. 103, 247.
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que los liberaba del estigma de la esclavitud convirtiéndolos de manera transitoria en hombres-dioses39. El período de tiempo en que el esclavo así bañado adquiría la calidad de divinidad era variable, pudiendo ir desde un par de días hasta meses o años: si bien Sahagún, como veremos más adelante, menciona un máximo de un año, López Austin afirma que existen registros de que dicho período de tiempo podía extenderse incluso hasta cuatro40. Las imágenes debían asimilarse lo más posible a las deidades que representaban, por lo que variables como el sexo y la edad de éstas jugaban un rol preponderante al momento de comprar a los esclavos que las encarnarían. Las víctimas de este tipo de sacrificio eran ofrendadas por comunidades, las que según González, al estar unidas por vínculos sociales, económicos, políticos o de parentesco, no sólo perseguían por medio de dicho acto la renovación de la energía de las divinidades, sino también un beneficio para la comunidad a la que pertenecían41. Se ha establecido que en trece de los dieciocho meses que poseía el calendario solar los nahuas realizaban sacrificios de imágenes42. La información que nos entrega la Historia General al respecto es bastante completa, siendo solamente tres sacrificios los que no menciona en el curso del relato43. En lo que a los días del tonalpohualli respecta, ni Sahagún ni la bibliografía especializada reporta occisiones de imágenes. La forma de sacrificio utilizada con mayor frecuencia para el caso de las imágenes era la muerte por extracción de corazón: de los diez casos de sacrificio de imágenes que son descritos en la Historia General, la causa de muerte de siete de ellos corresponde a extracción de corazón44, dos a degollamientos –ambas encarnaciones de deidades femeninas45– y uno no es especificado46. Si incluimos en nuestro análisis a los tres sacrificios de imágenes que no son mencionados en la Historia General, dos de ellos corresponden a muertes por
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extracción de corazón47, mientras que sobre el tercero no se ha encontrado mayor información48. En lo que al trato de los cadáveres de las imágenes respecta, estos sin excepción alguna eran bajados con gran cuidado desde la cima del templo donde se había llevado a cabo el sacrificio49, y posteriormente al descenso podían ser desollados50, degollados51 o comidos. Cuando se llevaba a cabo este tipo de sacrificio la esencia divina alojada en el cuerpo de la imagen se liberaba, permitiéndole de esta forma a la divinidad volver a introducirse en otro cuerpo para la próxima celebración anual52. Aunque en la Historia General este planteamiento de liberación de energía divina nunca es mencionado, se dice explícitamente que tras la muerte de una imagen un siguiente joven tomaría su lugar: “En matando al mancebo que estaba de un año criado, luego ponían otro en su lugar para criarle por espacio de un año, y destos tenían muchos guardados para que luego sucediesen al otro que había muerto”53. Si bien Sahagún se refiere en la cita anterior al caso puntual de la imagen de Tezcatlipoca, podemos afirmar que este mecanismo de reelección post-mortem funcionaba del mismo modo para las imágenes de las demás divinidades. Una de las características distintivas de los sacrificios de imágenes es que por lo general, inmediatamente antes de llevarse a cabo el sacrificio de éstas, eran previamente sacrificados uno o más cautivos. Eran llamados pepechtin o teteo inpepechhuan, “lechos” y “lechos de los dioses” respectivamente, y –a pesar de que la Historia General no lo explicita– aparentemente eran sacrificados con la finalidad de funcionar como sirvientes de las imágenes de los dioses en el camino hacia el más allá54. Podemos observar este doble-sacrificio en la celebración realizada en el sexto mes del año en honor a Quetzalcóatl y a Tláloc, donde en honor a este último se llevaba a cabo un sacrificio de varias imágenes (el número exacto de éstas no es especificado), el cual era precedido por la 47
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González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 201. López, Cuerpo humano e ideología, p. 434. González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 202. En los meses primero, noveno, doceavo, quinceavo y dieciseisavo no se realizaban sacrificios de imágenes. Ver en: Ibíd., p. 134. En el segundo mes, en honor a Huitzilopochtli y en el tercer y cuarto mes en honor a Tláloc. Ver en: Ibíd. En honor a: Tezcatlipoca en el quinto mes, Huitzilopochtli en el quinto mes, Cihuacóatl en el diecisieteavo mes, Huixtocíhuatl en el séptimo mes, Tláloc en el sexto mes y Mixcóatl en el catorceavo mes. Ver respectivamente las siguientes páginas en: Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, pp.193-194, 198, 165, 147, 208, 246. En honor a Toci en el onceavo mes, y a Xilonen en el octavo mes. Ver respectivamente las siguientes páginas en: Ibíd., pp. 230, 220. En honor a Xiuhtecuhtli en el dieciochoavo mes. Ver en: Ibíd., p.168.
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En honor a Huitzilopochtli en el quinto mes y a Tláloc en el tercer mes. Ver en: González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 134. En honor a Tláloc, en el cuarto mes. Ver en: Ibíd. La forma de bajar el cuerpo de la imagen desde el templo en cuya cima se realizó la occisión no suele ser mencionada en la Historia General. Ahora bien, las pocas veces que es descrita, vemos que el cuerpo es bajado con gran cuidado. Esta es una característica absolutamente distintiva del sacrificio de imágenes, pues los cuerpos de las víctimas de los otros tipos de inmolación eran por lo general lanzados hacia abajo desde la cima del templo sin deferencia alguna. Ver en: Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, pp. 143, 212, 240, 246. Ibíd., pp. 137, 230, 277. Ibíd., pp. 198, 143, 165, 246. González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 201. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 191. López, Cuerpo humano e ideología, p. 434.
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muerte de un número desconocido de cautivos en el templo de Tláloc: “Llegados a la medianoche, (…) comenzaban luego a matar a los captivos. Aquellos que primero mataban decían que eran el fundamento de los que eran imagen de los tlaloques, que iban aderezados con los ornamentos de los mismos tlaloques, que decían que eran sus imágenes, y así ellos morían a la postre”55.
ninguna tacha tuviera en su cuerpo, criado en todos los deleites57 por espacio de un año, instruto en tañer y en cantar y en hablar”58. Probablemente esta instrucción haya tenido por finalidad que el mancebo electo para ser la réplica de Tezcatlipoca se comportara efectivamente con los modales esperables de un dios y no con los propios de un esclavo.
Vemos así que el sacrificio de los cautivos es presentado como el fundamento,
Como mencionáramos anteriormente, las imágenes eran ofrendadas por una
es decir, como el cimiento o la base necesaria para el sacrificio posterior de las imágenes. No obstante, vuelvo a destacar que en la Historia General no se profundiza en el porqué de este acto, ni tampoco se explicita el rol que habrían jugado los cautivos sacrificados a las ánimas de las imágenes en el camino hacia el más allá.
comunidad determinada. No obstante, el caso de Tezcatlipoca parece ser distinto, puesto que constantemente se plantea que es el gobernante el encargado de brindarle un trato privilegiado, sin establecerse una relación entre la imagen y alguna entidad determinada. Tal vez esta diferencia se explique por el hecho de que Tezcatlipoca era la divinidad suprema de los nahuas, y que como númen principal, debía recibir las ofrendas de parte de la comunidad más importante del mundo mexica: el Estado mismo representado por su señor. Independientemente de que el ofrendante haya sido el señor, la relación del resto de la población para con la imagen se vuelve absolutamente jerárquica: se la reverencia y respeta, hecho que demuestra que la creencia en que este joven era efectivamente el dios en cuestión estaba arraigada en todos los niveles de la sociedad: “(…) cuando ya eran señalados para morir en la fiesta deste dios, por espacio de aquel año en que ya se sabía de su muerte, todos los que le veían le tenían en gran reverencia y le hacían gran acatamiento, y le adoraban besando la tierra”59.
En la celebración a la diosa de la sal, Huixtocíhuatl, organizada y llevada a cabo en el séptimo mes del año por quienes trabajaban con dicho material, nos encontramos nuevamente con la descripción de este doble-sacrificio, no obstante tampoco hay mayor profundización en sus motivaciones: “La vigilia desta fiesta cantaban y danzaban todas las mujeres, viejas y mozas y muchachas. (…) En medio dellas iba la mujer que era la imagen desta diosa, y que había de morir, aderezada con ricos ornamentos (…) Así bailando llevaban muchos cativos al cu de Tláloc, y con ellos a la mujer que había de morir, que era imagen de la diosa Huixtocíhuatl. Allí mataban primero a los captivos, y después a ella”56. En relación con el sacrificio de imágenes surgen ciertas interrogantes: ¿creían efectivamente los nahuas que los jóvenes que representaban a las distintas divinidades eran la encarnación de estas? Y los individuos que personificaban a los dioses ¿se consideraban a sí mismos encarnaciones de la divinidad a la cual representaban? De acuerdo con la información recogida en la Historia General, la fiesta en honor a Tezcatlipoca era la más importante de todas y se realizaba en el quinto mes del año. Para que encarnara a dicha divinidad, se escogía a un joven de buena apariencia con un año de antelación a la ceremonia. Durante el período en cuestión éste recibía un trato privilegiado, correspondiente al que recibiría una deidad: “A su honra mataban en esta fiesta un mancebo escogido que
Por su parte, el joven-imagen, también parece haber estado convencido de que su persona era realmente la encarnación de Tezcatlipoca, pues tal como es descrito por Sahagún, cada vez que paseaba por el pueblo –engalanado y llevando consigo flores, una caña de humo o tañendo una de sus flautas– junto a su séquito de ocho funcionarios de palacio y se topaba con personas comunes y corrientes, los saludaba de manera muy “atenta y graciosa”60. Por otra parte, el hecho de que llegado el momento del sacrificio, el joven-imagen fuera capaz de subir por sí mismo las gradas del templo en cuya cima se llevaría a cabo la occisión ritual, y que en cada escalón, siguiendo la costumbre estipulada, rompiera una de las flautas que le habían pertenecido a lo largo del año, podrían ser indicadores de que la imagen efectivamente creía real el rito
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Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 207. Ibíd., p. 147.
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Los deleites mencionados son referentes a la comida (abundante y refinada, se realizaban banquetes en su honra) y a la vestimenta (se lo arreglaba con las mejores prendas y joyas de oro y piedras preciosas). Ibíd., pp. 192 -193. Ibíd., p. 142. Ibíd., p. 191. Ibíd., p. 143.
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en cuestión, lo que lo llevaba a asumir su destino sin temor, considerándose a sí mismo como un elegido61.
“(…) la componían con los ornamentos que eran desta diosa, como parecen en la pintura que es de su imagen, y todos los días de su fiesta hacían con ella areito, y la regalaban mucho, y la halagaban porque no se entristeciese por su muerte ni llorase. Y la daban a comer delicadamente, y convidaban con lo que había de comer, y la rogaban que comiese, como a
Junto a la imagen de Tezcatlipoca y también durante un año, los nahuas adoraban a la imagen de Huitzilopochtli, aunque ésta tenía menor importancia que la primera al realizarse su occisión en el contexto de una celebración dedicada a Tezcatlipoca. Sobre su sacrificio –el que era llevado a cabo el mismo día que el sacrificio de la imagen de Tezcatlipoca– Sahagún escribe lo siguiente: “Éste, él mismo y de su voluntad y a la hora que quería, se ponía en las manos de los que le habían de matar”62. En esta acción es posible observar, del mismo modo que en las actitudes de la imagen de Tezcatlipoca, un profundo convencimiento acerca de la necesidad de auto-inmolarse, convencimiento que a mi parecer se explica por la creencia en el rito mismo. Ahora bien, después de afirmar que las imágenes efectivamente creían que encarnaban a las deidades a las cuales representaban, surge la pregunta de si temían a la muerte, o si la creencia en el rito era capaz de eliminar tal temor. Volviendo al caso de la imagen de Tezcatlipoca, en la cita a continuación –referida al camino que el joven debía recorrer para llegar al cu donde se llevaría a cabo su sacrificio– se puede apreciar que el temor a la muerte está siempre presente: “Acabado esta cuarta fiesta, poníanle en una canoa en que el señor solía andar, cubierta con su toldo, y con él a sus mujeres que le iban consolando”63. Podemos observar, nuevamente, la coexistencia del temor a la muerte con la creencia en el rito en lo acontecido durante el sacrificio de imágenes llevado a cabo en honor a Mixcóatl en el catorceavo mes; mientras que inmediatamente antes de la ejecución algunas de las mujeres que serían inmoladas se desesperan, otras mantienen la templanza y son capaces de realizar los cánticos previamente estipulados: “Las mujeres matábanlas en otro cu que llamaban Coatlan, ante que a los hombres, y las mujeres cuando subían las gradas unas cantaban y otras gritaban y otras lloraban”64. Por otra parte, Toci –la diosa de la tierra, considerada por los antiguos nahuas como la diosa madre de las demás divinidades– era la patrona de las parteras y los médicos, por lo que éstos en el onceavo mes de cada año, organizaban una fiesta en su honor en la que se sacrificaba su imagen. En dicha celebración, a la mujer que encarnaba a Toci,
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Ibíd. Ibíd., p. 198. Ibíd., p. 193. Ibíd., p. 246.
gran señora”.65 Junto con vestirla como a la divinidad, de obsequiarla y de darle de comer alimentos refinados o exclusivos, durante los días que esta joven era imagen de Toci –no se especifica cuántos eran exactamente– un grupo de guerreros peleaban delante de ella, realizando diversos ademanes de guerra, con la finalidad de que se mantuviera entretenida y disfrutara. Como ya mencionáramos, el trato privilegiado que recibían las imágenes respondía fundamentalmente a que estas eran consideradas deidades. No obstante, en el caso de la imagen de Toci, se observa que este trato buscaba también consolar y distraer a quien se encontraba ad portas de la muerte, puesto que el llanto y la tristeza, consecuencias del miedo provocado por la muerte, eran considerados malos presagios: “(…) Regocijarla para que no estuviese triste ni llorase, porque tenían mal agüero si esta mujer que había de morir estaba triste o lloraba, porque decían que esto significaba que habían de morir muchos soldados en la guerra o que habían de morir muchas mujeres en el parto”66. Probablemente para evitar la angustia de la mujer –y por ende, la muerte de un importante número de mujeres en el parto y de soldados en la guerra–, le ocultaban la fecha exacta en la que se llevaría a cabo su sacrificio, e inclusive llegado el día de la occisión ritual, le mentían diciéndole que aquella noche sería llevada a pasar la noche con el gobernante: “(…) la consolaban médicas y parteras y la decían: “Hija, no os entristezcáis, que esta noche ha de dormir con vos el rey. Alegraos”67. Posteriormente, se procedía a ataviarla con los ornamentos propios de Toci, y con la excusa ya antes dicha, llegada la media noche la llevaban al cu, donde se llevaba a cabo el sacrificio. La descripción de Sahagún acerca del sacrificio de la imagen de Toci denota apuro y empeño por parte de los sacerdotes en que la mujer no comprendiera que había llegado el momento de morir: “Y desque había llegado al lugar donde la habían de matar, tomábanla uno sobre las espaldas, y cortábanla de presto la cabeza, y luego
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Ibíd., p. 76. Ibíd., p. 229. Ibíd., p. 230.
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caliente la desollaban, y desollada, uno de los sátrapas vestía su pellejo (…)”68. Aun cuando en el caso de Toci el consuelo obedecía a que había un presagio de por medio, considero que no hay que descartar la hipótesis de que el trato privilegiado que recibían las imágenes también haya respondido en parte a un intento por consolar a las futuras víctimas frente a la proximidad del sacrificio. Podemos constatar también la presencia del miedo a la muerte en el sacrificio de la imagen de Cihuacóatl, llevado a cabo en una fiesta en su honor en el decimoséptimo mes. La mujer que encarnaba a la deidad era una esclava comprada, ataviada y ofrendada por los calpixques69. Antes de llevar a cabo el sacrificio, el cual era realizado en el cu de Huitzilopochtli, obligaban a la imagen de la diosa a bailar: “Ante que la matasen a esta mujer, hacíanla danzar y bailar, y hacíanle el son los viejos, y cantábanle los cantores. Y andando bailando, lloraba y suspiraba y angustiábase, viendo que tenía cerca la muerte”70. En base a los ejemplos anteriormente mencionados, podemos afirmar que independientemente de la creencia en el ritual, la angustia frente a la muerte cuando ésta se aproxima es inevitable, pues se trata de un miedo inherente al hombre. Si bien ha quedado demostrado que los nahuas creían que las víctimas de este tipo de inmolación eran deidades y no seres humanos, me surge la interrogante acerca de si el propio Sahagún lo comprendía. Surge la duda debido a que a lo largo de toda la Historia General no es posible encontrar una sola definición del sacrificio de imagen, siendo éste solamente enunciado como un mero acontecimiento, sin profundizar en sus características o motivaciones: “A esta mujer que mataban en esta fiesta componíanla con los atavíos de aquella diosa cuya imagen tenía (…)”71. Las únicas dos frases de su obra en las que se establece de manera explícita un vínculo entre el sacrificio de imagen y la creencia de que las víctimas que encarnaban a las deidades eran réplicas de éstas, se refieren al mancebo sacrificado en honor a Tezcatlipoca, cuyo trato y ceremonia ya fueron mencionados. La primera frase se refiere a los atavíos especiales que recibía el joven desde que se lo elegía como imagen de la deidad: “E siendo publicado este mancebo para ser sacrificado en Pascua, luego el señor le ataviaba con atavíos preciosos y curiosos, porque ya le tenía como en lugar de dios, y entintábanle todo el cuerpo y la cara”72. La segunda frase se
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Ibíd. Funcionarios estatales cuya actividad principal era la recolección del tributo. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 258. Ibíd., p. 166 Ibíd., p. 192.
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refiere a los banquetes y celebraciones que se realizaban en honor a la imagen en cuestión en sus últimos cinco días de vida: “Cinco días antes de llegar a la fiesta donde habían de sacrificar a este mancebo, honrábanle como a dios”73. Observamos que en ambos enunciados se establece que el trato privilegiado que recibía el mancebo –puntualmente las vestimentas especiales y los banquetes y celebraciones– se debía a que éste era considerado como la deidad en cuyo honor se realizaba la celebración, afirmaciones que nos indicarían que Sahagún efectivamente estaba al tanto de esta creencia. No obstante lo anterior, es importante aclarar que en la Historia General no se mencionan dos aspectos fundamentales del sacrificio de imagen: por una parte, la liberación energética que acontecía tras cada inmolación y que revitalizaba a las deidades es completamente omitida, y por otra, la estabilidad y la perduración del cosmos como fin último del rito tampoco es mencionada por Sahagún. Vemos así que el franciscano no comprende cabalmente los fundamentos del sacrificio de imagen.
EL SACRIFICIO DE NIÑOS COMO UN CASO PARTICULAR DE SACRIFICIO DE IMAGEN Los sacrificios de niños eran realizados en honor a los dioses de la lluvia. Tláloc era el señor del Paraíso Terrenal74 y el dios de la Lluvia y por ende el responsable de la abundancia o carencia de todos aquellos frutos de la tierra que eran la base de la alimentación de los antiguos nahuas, situación que lo convierte en una divinidad de importancia trascendental. Le eran atribuidos la eclosión, el brote, el verdor, la floración y el crecimiento del maíz, los árboles, y las hierbas75. Tláloc tenía además bajo sus órdenes una gran cantidad de seres sobrenaturales menores, los tlaloques, quienes se encargaban de hacer llover, de que los vientos soplaran, y de que fluyera el agua en los ríos, entre otros. A lo largo de la Historia General existe un solo párrafo que relata la realización de sacrificios de niños en una festividad realizada en el segundo mes en honor a Xipe Tótec y Huitzilopochtli, divinidades que nada tienen que ver con la llu-
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Ibíd., p. 193. El lugar de habitación de Tláloc y de sus ayudantes, los tlaloques, es llamado por Sahagún “El Paraíso terrenal” ya que sus características se asimilan a las del paraíso católico. Tlalocan es descrito en reiteradas ocasiones como un lugar lleno de satisfacciones, con un permanente verano lluvioso donde la vegetación y los alimentos provenientes de la tierra siempre abundan. Para profundizar en la temática de Tláloc y Tlalocan ver: López, Alfredo, Tamoanchan y Tlalocan. Ciudad de México, Editorial Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 175-201. Ibíd., p. 176.
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via. En base a la información que dicha obra nos entrega, no poseemos mayor detalle acerca de esta festividad y del sacrificio llevado a cabo en ella, pues Sahagún solamente menciona las inmolaciones y no profundiza en el relato76. Ahora bien, Broda, basándose en Durán, afirma que a pesar de realizarse el sacrificio de niños en el contexto de una celebración en honor a las dos divinidades ya mencionadas, la occisión en cuestión fue una ofrenda destinada a
los infantes eran cocinados y comidos81. A partir del análisis de otras fuentes coloniales, González afirma en relación a este punto que los cuerpos de los niños nobles estaban eximidos de dicha práctica: “Desde luego, los niños de pipiltin82 sacrificados en honor a los dioses del agua no podían comerse, y eran enterrados”83. Basándonos en la afirmación anterior, podemos sugerir que a pesar de ser el sacrificio de niños una práctica transversal en la sociedad mexi-
tlaloques. Es posible aseverar de este modo, que los sacrificios de niños eran monopolio exclusivo de los dioses de la lluvia.
ca, el trato recibido por los infantes después de muertos no era homogéneo, variando en relación a la extracción social del lactante.
De acuerdo a la información que la Historia General nos entrega, sabemos que los niños que eran sacrificados eran comprados a sus madres, aunque no se especifica por quiénes77. Ahora bien, para ser inmolado el infante debía cumplir con una serie de requisitos: en primer lugar, debía ser un lactante nacido bajo un signo calendárico positivo, y en segundo lugar, debía poseer dos remolinos en la cabeza78. Al tratarse de “niños comprados”, podríamos concluir que estos niños no eran hijos de familias nobles, sino que pertenecían a familias pobres que por necesidad vendían a sus hijos. Sin embargo, existen referencias en fuentes contemporáneas a la Historia General que mencionan el sacrificio de niños nobles voluntariamente ofrecidos por sus padres79, situación que nos obliga, por una parte, a desechar la idea de una excluyente correlación entre el sacrificio de niños y las familias desposeídas80, y por otra, a cuestionar la afirmación de Sahagún sobre que los niños destinados al sacrificio eran siempre comprados a sus progenitores.
Los sacrificios de niños eran llevados a cabo en los primeros cuatro meses del año: en el primer84 y segundo85 mes en celebraciones en honor a los tlaloques, en el tercer mes en una ceremonia en honor a Tláloc86, y el cuarto mes en una festividad que honraba a Cintéotl87, una de las divinidades del maíz, aunque perteneciente al grupo más amplio de las deidades del agua88. Sahagún afirma que todos los niños que iban a ser sacrificados en estas festividades eran comprados a sus progenitores ya en el primer mes del año, y que se los iba sacrificando en las celebraciones de los meses venideros hasta que las lluvias comenzaran realmente a caer: “Y ansí mataban algunos en el primero mes, llamado cuahuitlehua, y otros en el segundo, llamado tlacaxipehualiztli, y otros en el tercero, llamado tozoztontli, y otros en el cuarto, llamado hueitozoztli, de manera que hasta que comenzaban las aguas abundosamente, en todas las fiestas sacrificaban niños”89.
A diferencia de los demás tipos de inmolación, el sacrificio de niños no era llevado a cabo en los templos de Tenochtitlán, sino que se realizaba en Pantitlan –el remolino de la laguna de México, considerado sitio sagrado por los nahuas– o en la cima de alguno de los seis montes cercanos a Tenochtitlán, donde los mexicas habían construido santuarios honrando a las divinidades de la lluvia. Sin excepción alguna, a estos infantes se les daba muerte extrayéndoles el corazón, y según el relato de Sahagún, después de fallecidos, los cuerpos de
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Ibíd., p. 180. González afirma que los sacrificantes de niños eran los principales señores mexicas y el gobernante. Ver en: González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 203. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p.176. Esto sería afirmado por Motolonía. Ver en: Broda, Johanna, “Las fiestas aztecas de los dioses de la lluvia: una reconstrucción, según las fuentes del siglo XVI”, p. 272. Ver en: http:// scholar.google.es/scholar?q=sacrificio+de+ni%C3%B1os+broda&hl=es&btnG=Buscar &lr= González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 16, y Broda, “Las fiestas aztecas de
los dioses de la lluvia”, p. 272.
A partir de la cita anterior surge una serie de interrogantes: en el caso de existir un año lluvioso, ¿eran simplemente suspendidos los sacrificios de niños fijados en las festividades de los meses tercero y cuarto, o solamente la cantidad de niños sacrificados en ellas disminuía? Y en el caso contrario, si el año en cuestión era asolado por una grave sequía, ¿los sacrificios de niños continuarían realizándose después de los cuatro primeros meses en los que la muerte de los infantes era parte de un ritual estipulado? Si bien no existen respuestas a estas interrogantes, González afirma que los sacrificios humanos siempre formaban parte de ritos reglamentados llevados a cabo en las fiestas calendáricas, y no
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Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 176. Vocablo náhuatl para denominar a la nobleza. González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 292. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p.135. Ibíd., p. 180. Ibíd., p. 138. Ibíd., p. 141. Broda, “Las fiestas aztecas de los dioses de la lluvia”, p. 263. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p.141.
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podían ser realizados de manera independiente a éstos90, aseveración que nos permite suponer que en caso de sequía las inmolaciones de infantes probablemente no continuaban realizándose más allá de los cuatro meses reglamentados. Dejando de lado las interrogantes anteriormente enunciadas, si hay algo que deja en claro la cita de más arriba, es que la finalidad del sacrificio de niños era hacer llover, siendo esta idea reiterada por Sahagún en distintas ocasiones
“A este diablo, con muchos otros sus compañeros llamados tlaloque, atribuían vuestros antepasados falsamente la lluvia, los truenos, rayos y granizo, y todas las cosas de mantenimientos que se crían sobre la tierra, diciendo que este diablo, con los demás sus compañeros, lo criaban y daban a los hombres para sustentar la vida. A honra de este diablo y sus
a lo largo de su obra: “(…) mataban muchos niños, sacrificábanlos en muchos lugares en las cumbres de los montes, sacándoles los corazones a honra de los dioses de agua para que diesen agua o lluvia”91.
compañeros hacían gran fiesta (…), en el cual día mataban innumerables niños (…) Esta horrenda crueldad hacían vuestros antepasados engañados por los diablos, enemigos del género humano, y habiéndose persuadido que ellos los daban las pluvias”94.
Vemos así que el sacrificio de niños, del mismo modo que los demás tipos de sacrificios, era considerado por los antiguos nahuas como un medio para la consecución de un fin, aunque en este caso particular se trata de un fin vinculado estrictamente a las deidades de la lluvia: a cambio de la occisión ritual de los infantes, se esperaba que Tláloc fuera benevolente y los proveyera de las lluvias que tan necesarias resultaban para subsistir. En relación a lo anterior, Broda afirma que la práctica de los sacrificios de niños se encontraba estrechamente relacionada al carácter ambivalente que la cosmovisión nahua le otorgaba a Tláloc: si bien Tláloc era un dios primordialmente benévolo –pues con sus lluvias permitía el crecimiento de los productos de la tierra–, si lo deseaba podía desencadenar fuerzas altamente destructoras –como tormentas, granizo, sequías y rayos entre otros– que ponían en riesgo la subsistencia de una sociedad primordialmente agraria92, como era la mexica: “Para obtener de los dioses los alimentos necesarios para la vida, los hombres tenían que hacer los sacrificios. Los hombres temían que si no rendían el suficiente culto a Tláloc, este podía montar en cólera y retener las lluvias o destruir las sementeras”93. Si bien Sahagún considera el sacrificio de infantes como obra del demonio, a quien acusa de haber persuadido a los nahuas de que el sacrificio era necesario para hacer llover, es posible afirmar que el franciscano comprende a cabalidad la importancia trascendental que tenían las lluvias para la subsistencia de la sociedad mexica, y entiende que éste era el motivo que justificaba su actuar, independientemente de que el diablo los hubiera convencido de ello:
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González, El sacrificio humano entre los mexicas, p. 242. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p.135. Para profundizar en el tema ver: Soustelle, Jacques, Daily Life of the Aztecs on the eve of the Spanish Conquest. Middlesex, Penguin Books Ltd., 1964, p. 95. Y Sanders, William, “La cuenca de México en su calidad de hábitat para los agricultores prehispánicos”. Solís, Felipe (ed.). El imperio azteca. Nueva York. The Solomon R. Guggenheim Foundation. 2004. pp. 56-70. Broda, Las fiestas aztecas de los dioses de la lluvia, p. 275.
En este punto, es importante aclarar que el sacrificio de niños, a pesar de ser considerado un rito absolutamente indispensable para la supervivencia de la comunidad, no era una tarea fácil de realizar. Sahagún nos relata que en ocasiones los sacerdotes que debían llevar a cabo la occisión simplemente no asistían a la ceremonia, actitud por la cual eran severamente castigados: “Si alguno de los ministros del templo (…) se volvían a sus casas y no llegaban a donde habían de matar los niños, teníanlos por infames y indignos de ningún oficio público de ahí en adelante. Llamábanlos mocauhque, que quiere decir ‘dexados’”95. Aparte de demostrar que para nadie era sencillo acabar con la vida de un infante, la existencia de una sanción para dichos sacerdotes deja en evidencia la importancia trascendental que los nahuas le atribuían a la realización de esta ceremonia. Por su parte, y de manera lógica, los familiares de los infantes que serían inmolados también sufrían a pesar de haber sido ellos quienes consintieron la suerte de sus hijos, ya fuera por necesidad de dinero o por la creencia en que la occisión ritual de los niños era un acto absolutamente necesario: “La culpa desta tan gruel ceguedad que en estos desdichados niños se esecutaba no se debe tanto imputar a la crueldad de los padres, los cuales derramando muchas lágrimas y con gran dolor de sus corazones la exercitaban, cuanto al cruelísimo odio de nuestro antiquísimo enemigo Satanás (…)”96. Tras profundizar en el tema, es inevitable cuestionarse por qué los individuos sacrificados a las deidades de la lluvia debían ser niños. Considero que no es posible otorgar una respuesta satisfactoria a esta interrogante a menos que consideremos a los niños sacrificados como imágenes de las deidades de la
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Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p.120. Ibíd., p. 178. Ibíd., p. 179.
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lluvia, esto a pesar de que Sahagún jamás menciona de manera explícita que los infantes hayan sido considerados encarnaciones de los númenes. A pesar de no haber acuerdo entre los investigadores acerca de este punto, tanto Graulich97 como Broda98 y Olivier99 son partidarios de que los lactantes inmolados serían imágenes. Esta última autora para respaldar dicho planteamiento se refiere a los ornamentos con los que se adornaba a los niños que iban a ser sacrificados, estableciendo una importante similitud entre éstos y los utilizados por los tlaloques, según lo descrito en otras fuentes coloniales: tocados de plumas, collares y brazaletes hechos de piedras preciosas, alas de papel pegadas a los hombros y pintura facial realizada con ulli y pasta de bledos son algunos de ellos. Aunque en la Historia General no es posible encontrar descripciones de la vestimenta y ornamentos de los tlaloques, de manera coincidente con lo planteado por Broda se menciona lo siguiente al referirse a los atuendos que llevaban los infantes que iban a ser sacrificados: “Estos tristes niños, antes que los llevasen a matar, aderezábanlos con piedras preciosas, con plumas ricas y con mantas y maxtles muy curiosas y labradas, y con gotaras100 muy labradas y curiosas, y poníanlos unas alas de papel como ángeles, y teñíanlos las caras con aceite de ulli101, y en medio de las mexillas los ponían una rodaxita de blanco”102. En mi opinión, existen además otros argumentos que respaldan este planteamiento. El primer hecho que me hace considerar improbable que los niños sacrificados hayan sido tenidos por los nahuas como simples infantes y no como seres sobrenaturales, es que los niños eran trasladados en andas al lugar donde era llevado a cabo el sacrificio: “Y poníanlos en unas andas muy aderezadas, con plumas ricas y con otras joyas ricas, y llevándolos en las andas íbanles tañendo con flautas y trompetas que ellos usaban (…)”103. Esta costumbre, que denota un trato absolutamente exclusivo, se asemeja a las atenciones ya mencionadas de las que gozaban las imágenes de las demás deidades. Por otra parte, y como ya fuese mencionado, en el caso del sacrificio de imágenes era requisito que existiera una correspondencia de ciertas características entre la divinidad en cuestión y quien encarnaría su imagen. Esta consonancia
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Graulich, El sacrificio humano en Mesoamérica, p.18. Broda, Johanna, “Las fiestas aztecas de los dioses de la lluvia”. Olivier, Guilhem, “Dioses y Rituales”. Solís, Felipe (ed.). El imperio azteca. Nueva York. The Solomon R. Guggenheim Foundation. 2004. p. 196. Sandalias. Caucho. Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, p.178. Ibíd.
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puede ser igualmente observada entre los niños sacrificados y las deidades de la lluvia, situación que nuevamente me lleva a respaldar el planteamiento de que el sacrificio de infantes sería un sacrificio de imagen: en primer lugar, los tlaloques son representados siempre como individuos de tamaño pequeño104, lo que sería coincidente con el tamaño de los niños, y podría justificar la elección de éstos últimos y no de personas adultas para representarlos en el sacrificio. En segundo lugar, también se puede establecer un vínculo entre los infantes y Tláloc: en incensarios del Templo Mayor Tláloc es representado como una cabeza antropomorfa de cuyos ojos surgen lágrimas105. Como bien sabemos, Tláloc es el dios de la lluvia por lo que podemos conjeturar que de algún modo los antiguos nahuas establecían una sinonimia entre las lágrimas y la lluvia. Si bien es cierto que todos los seres humanos poseemos la capacidad de llorar, son los niños quienes lloran con mayor frecuencia, y a quienes el llanto es asociado por antonomasia. Propongo que esta asociación del llanto –entendido como sinónimo de lluvia– con los infantes, podría haber sido uno de los motivos de la elección de estos últimos como imágenes de Tláloc y como víctimas del sacrificio presentado en su honor. Aun cuando esta reflexión es hipotética, la existencia de un vínculo entre la lluvia y las lágrimas de los infantes es un hecho, considerándose el llanto de los niños como una garantía de que las lluvias arribarían: “Si lloraban y echaban muchas lagrimas, alegrábanse los que los llevaban, porque tomaban pronóstico de que habían de tener muchas aguas ese año”106. Por otra parte, el hecho de que la noche antes del sacrificio no los dejaran dormir, no deja de ser significativo, pues un niño que no ha descansado como corresponde es susceptible al llanto: “(…) los tenían toda una noche velando y cantábanles cantares los sacerdotes de los ídolos porque no dormiesen. Y cuando ya llegaban los niños a los lugares donde los habían de matar, si iban llorando y echaban muchas lágrimas allegábanse los que los vían llorar porque decían que era señal que llovería presto”107. Finalmente, considero que no deja de ser significativo que los nahuas nombraran a los niños que serían inmolados con el nombre del monte donde se llevaría a cabo el sacrificio: “Al segundo monte sobre que mataban niños llámanle
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López, Tamoanchan y Tlalocan, p. 195. López, Leonardo y López, Alfredo, “The mexica in Tula and Tula in Mexico-Tenochtitlan.” Fash, William y López, Leonardo (eds.). The art of urbanism. How Mesoamerican Kingdoms Represented Themselves in Architecture and Imagery. Washington D.C. Dumbarton Oaks. 2009. p. 406. Sahagún, Fray Bernardino de, Historia General de las cosas de Nueva España, p. 135. Ibíd., p. 178.
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Yoaltécatl (…) Ponían el mismo nombre del monte a los niños que allí morían, que es Yoaltécatl (…) El tercer monte sobre que mataban niños se llama Tepetzinco (…) Allí mataban una niña y llamábanla Quetzálxoch, porque así se llama también el monte por otro nombre”108. De acuerdo con la cosmovisión azteca, los cerros eran concebidos como deidades del agua, más exactamente, como tlaloques “Otro desatino mayor que todos los ya dichos os dexaron vuestros antepasados, que los montes sobre que se arman los ñublados, como son el Vulcán y la Sierra Nevada (…) y otras semejantes, las tenían por dioses e iban cada año a ofrecer sacrificios sobre ellos a los dioses del agua”109. Esta concepción de los montes como deidades probablemente haya respondido a la relación que los nahuas establecían entre los montes y las nubes: en las cumbres de los cerros se acumulan las nubes, proveedoras de lluvia y por ende símbolo de las deidades. Probablemente aquí se encuentre la raíz del por qué los montes eran divinizados110. En consecuencia, al llamarse a los infantes con los nombres de los montes, se los estaba homologando con las deidades de la lluvia, de un modo similar a lo acontecido con las imágenes de las demás divinidades111. Después de los argumentos anteriormente mencionados, es difícil refutar la idea de que los niños sacrificados fueran concebidos como imágenes de los dioses de la lluvia. Ahora bien, no podemos afirmar con seguridad qué es lo que pensaba Sahagún al respecto, pues a pesar de que no afirma de manera explícita que las víctimas de esta occisión fueran consideradas imágenes de las deidades, sí incluye en su relato una serie de descripciones de este ritual que dejan en evidencia que los niños sacrificados a las deidades de la lluvia eran efectivamente imágenes, lo cual permitiría suponer que nuestro autor estaba al tanto del carácter del rito. Debido a esto, sostengo que la ausencia de una mención explícita a que el sacrificio de niños era considerado por los nahuas como un sacrificio de imágenes, pudo deberse a una simple imprecisión en la utilización de los conceptos y no a falta de comprensión del significado de la ceremonia por parte de Sahagún. No obstante lo anterior, es importante aclarar que incluso en el caso de haber entendido que los niños sacrificados eran imágenes de las deidades, Sahagún continúa sin comprender el concepto
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Ibíd., p. 177. Ibíd., p. 125. Broda, Las fiestas aztecas de los dioses de la lluvia: una reconstrucción, según las fuentes del siglo XVI, p. 252. Digo similar, pues si bien en la Historia General no hay rastro de que las imágenes de las demás deidades recibieran el nombre de éstas, como ya vimos, en muchos otros aspectos, se las asemeja a los dioses que representan: se las viste, se las trata y se las hace actuar como dioses.
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básico de revitalización de las divinidades que subyace a este tipo específico de inmolación.
CONSIDERACIONES FINALES Como conclusión general derivada de la lectura crítica de la obra de Sahagún, y de su correlación tanto con obras modernas como antiguas que abordan el tópico central de la presente investigación, considero que la información entregada por Sahagún acerca del sacrificio de imágenes es bastante completa. Ahora bien, es importante puntualizar que como toda fuente colonial, los datos que la Historia General reúne deben ser analizados con cautela si se quiere aprehender a cabalidad, es decir, sin ningún tipo de contaminación cultural occidental, la cosmovisión nahua prehispánica acerca del sacrificio de imágenes. En el intento por identificar cuán completa y fiable es la información que la Historia General nos entrega acerca del sacrificio de imágenes he podido identificar cuatro puntos problemáticos: en primer lugar, ha sido posible encontrar una serie de omisiones en ciertos tópicos relativos a este tipo de sacrificio que otros cronistas contemporáneos a Sahagún sí incluyen en sus obras112. En segundo lugar, en el curso de la presente investigación ha sido posible establecer que en la obra del cronista franciscano se advierte una falta de cuestionamiento acerca del porqué de determinadas costumbres y ritos relativos al sacrificio de imágenes113. En tercer lugar, es posible observar en ciertos casos una aplicación forzada de conceptos cristianos a aspectos de la cosmovisión nahua concernientes a este tipo de occisión114, y en cuarto y último lugar, se ha podido detectar una aparente falta de precisión a la hora de utilizar ciertos conceptos relativos a lo mismo115.
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La existencia de un baño ritual que convertía a los esclavos en imágenes de las deidades, la realización de sacrificios de imágenes en los meses tercero, cuarto y quinto, y la falta de descripción de la vestimenta y ornamentos de los tlaloques son quizás las omisiones más importantes relativas al tema en cuestión. Entre los ejemplos más llamativos destaca, en primer lugar, el hecho de que Sahagún no advierta, a pesar de las características particulares del sacrificio de imágenes, que éste poseía una justificación distinta a la de los demás tipos de sacrificios. En segundo lugar, tenemos la falta de profundización en los motivos específicos del sacrificio de cautivos realizado antes de la inmolación de las imágenes de las divinidades, ya que no se menciona en ningún momento el rol que habrían de jugar las ánimas de los “lechos” sacrificados en el camino hacia el más allá. Considerar el sacrificio de niños e imágenes –así como el sacrificio en general– obras impulsadas por la maldad de Satanás. El ejemplo más llamativo dice relación con el sacrificio de niños y la ausencia de una mención explícita a que éste era considerado por los nahuas como un sacrificio de imagen.
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No obstante lo anterior, considero importante aclarar que si bien la información contenida en la obra de Sahagún no es reflejo cien por ciento fiel de la creencia prehispánica en cuestión, ésta –gracias a la riqueza inigualable de su contenido– constituye sin lugar a dudas la obra básica para comprender la cosmovisión nahua relativa al sacrificio de imágenes. Ahora bien, ha quedado demostrado que para aprehender este rito en toda su dimensión y complejidad, es necesario contraponer la información contenida en la Historia General con la información que la bibliografía especializada y otras fuentes del siglo XVI nos entregan.
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[Recibido el 10 de julio del 2013 y Aceptado el 11 de octubre de 2013]
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El abandono del Modelo Liberal durante el New Deal Rooseveltiano – Antonia Sagredo Santos / 299 HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 2 - 2013 [299-331]
EL ABANDONO DEL MODELO LIBERAL DURANTE EL NEW DEAL ROOSEVELTIANO THE ABANDONMENT OF THE LIBERAL PATTERN DURING THE ROOSEVELTIAN NEW DEAL
Antonia Sagredo Santos Universidad Nacional de Educación a Distancia , España. asagredo@flog.uned.es
Resumen Este artículo aborda el estudio de la política intervencionista que lleva a cabo el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt en la década de 1930 en los Estados Unidos. En este trabajo se analizan las principales reformas que promueve Roosevelt, cuando asume la presidencia del país, en 1933, con las que pretende luchar contra la depresión económica en la que estaba sumida la nación. Estas medidas son conocidas con el nombre genérico de New Deal. Este período se extiende desde 1933 hasta 1939, año en que estalla la Segunda Guerra Mundial. En esta etapa de su historia, Estados Unidos, país considerado como prototipo del liberalismo, adopta una política intervencionista en la que el gobierno federal marca las directrices de todos los sectores básicos de la economía de la nación. Palabras clave: Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, New Deal, Intervencionismo, Liberalismo.
Abstract: This article is dealing with the interventionist policy that the Democrat President Franklin D. Roosevelt put into practice in the United States in the 1930s. This study analyses the main reforms that Roosevelt promoted when he became the American President in 1933. He tried to use all these measures to fight against the economic depression that affected the whole country. These legislative measures are known under the generic noun of New Deal. These years lasted from 1933 to 1939, when the Second World War started. In this time in American History, the United States, a country that was considered as the prototype of Liberalism, addopted a policy where the federal Government set out the basic guidelines of the main economic sectors. Keywords: United States, Franklin D. Roosevelt, New Deal, Interventionism, Liberalism.
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INTRODUCCIÓN
to a la presidencia es Norman Thomas, periodista y pastor protestante. Está apoyado por grupos políticos de izquierda y la facción disidente del partido comunista. El partido comunista también participa en estas elecciones, aunque en Estados Unidos tiene poca fuerza política. Su candidato a la presidencia es William Foster.
En Estados Unidos, el 8 de noviembre de 1932, los ciudadanos van a acudir a las urnas para elegir a su presidente. En esos momentos, la nación americana y todo el sistema capitalista se encuentran sumidos en una grave crisis económica. Su desencadenante es el crack que se registra en la Bolsa de Nueva York el 29 de octubre de 1929, conocido como Black Thursday. El mundo occidental está pendiente de las medidas que van a promover los Estados Unidos para salir de la depresión, y éstas van a depender, en gran medida, de la política que desarrolle el líder que alcance la Casa Blanca. Nicholas Halasz afirma: “a América, el representante más fuerte del sistema, se le pedía que demostrase su capacidad de recuperación y de esfuerzo. El éxito del fuerte, infundirá a los débiles esperanza y fuerza”1. Así pues, el resultado de estos comicios va a tener una gran trascendencia, no sólo a nivel nacional sino desde la perspectiva internacional. Estados Unidos era el máximo representante del liberalismo, por lo que se conceden una gran importancia a estas elecciones, ya que en ellas se enfrentan dos posturas antagónicas: “el puritanismo originario del gran país y el liberalismo que hizo posible la federación de aquellos Estados”, como refleja la prensa española2. En los sectores más progresistas reina un optimismo expectante mientras que en los círculos conservadores se detecta un gran escepticismo, ante los resultados de las elecciones presidenciales estadounidenses y sus posibles repercusiones, asegurando éstos últimos que el que llegue al poder un partido u otro no producirá cambios sustanciales. De este tipo de juicios, se hace eco el embajador británico en Estados Unidos, Ronald C. Lindsay, quien percibe la indiferencia que muestra el pueblo americano hacia sus dos tradicionales partidos, aceptando sin entusiasmo la perspectiva de un cambio entre ellos en la presidencia del país3. En las elecciones de 1932, al margen de los republicanos y demócratas, están los “terceros partidos”. El más representativo es el socialista, cuyo candida-
Debido, principalmente, al descontento de los trabajadores y al rechazo a los dos grandes partidos, crece el movimiento del tercer partido en Estados Unidos en 1932, aunque no incrementa el número de votos4. El periódico del partido laborista británico, Daily Herald, explica esta ausencia de apoyo en las urnas en términos de falta de racionalidad y organización obrera. Tres días antes de las elecciones americanas la publicación británica The New Statesman and Nation describe, de forma realista, las escasas posibilidades del socialista Norman Thomas de llegar a la presidencia: “el deseo de derrotar a Mr. Hoover es tan grande que es muy probable que la gente que, de otro modo, hubiera elegido a Mr. Thomas votará a Mr. Roosevelt por miedo a malgastar su voto”5. El partido republicano se encuentra en el poder en 1932, habiendo ocupado la presidencia durante la década de los 20, ya que se le relacionaba con el supuesto auge económico6. Cuando Herbert C. Hoover llega a la Casa Blanca en 1928, el eslogan de su campaña había sido “¿Por qué cambiar?” Durante su mandato se desencadena la crisis económica y su gestión ante la misma es criticada incluso por miembros de su propio partido, provocando que algunos de ellos se pasen a apoyar al candidato demócrata7. Se le conocerá como “el presidente del hambre”. A pesar de esta fuerte oposición, Hoover es elegido de nuevo candidato republicano en 1932, en la Republican National Convention que tiene lugar del 14 al 17 de junio en Chicago, y pronuncia su discurso de aceptación el 11 de agosto.
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Halasz, Nicholas, Roosevelt through Foreign Eyes. New York, D. Van Nostrand Co., Inc., 1961, p. 24. ������������������������������������������������������������������������������� Todas las traducciones que se incluyen en el artículo son de la autora del mismo. Perucho, Antonio, “Dos elecciones significativas”. El Liberal. Bilbao. 13 de noviembre de 1932. p. 5. Lindsay, Ronald C. recalca: “disillusioned by the Republicans and sceptical about the Democrats, the American people are content for the present with a simple change from one of their historical parties to the other, regarding both of them with a mixture of affection, indulgence and contempt.” Bourne, Kenneth y Watt, D. Cameron (eds.). British Documents on Foreign Affairs: Reports & Papers from the Foreign Office Confidential Print. Part II, (From the First to the Second World War). Series C, North America 1919-1939. Frederick, Maryland, University Publications of America, Inc., 1986, II, p. 307.
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Como aseguran Peel, Roy Victor y Donnelly, Thomas C., The 1932 Campaign. An Analysis. New York, Da Capo Press, 1973, p. 222: “the third parties did not fare very well in any state”. “Reason is practically non-existent in American political elections, and the workers are unorganized”. En: Daily Herald. London. 24 de mayo de 1932. p. 1. The New Statesman and Nation. London. 2 de noviembre de 1932. p. 538. Citados en Dizikes, John, Britain, Roosevelt and the New Deal: British Opinion, 1932-1938. New York, Garland Publishing, Inc., 1979, p. 27. Como afirma el historiador liberal Gosnell, Harold F., Franklin D. Roosevelt: Champion Champaigner. New York, The MacMillan Co., 1952, p. 123: “the electorate had associated the Republican candidates with the economic well-being of the country”. El historiador conservador Robinson, Edgar E., They Voted for Roosevelt. The Presidential Vote, 1932-1941. New York, Octogon Books, 1970, p. 32, describe el trasvase de personajes ilustres de las filas republicanas a las demócratas: “prominent Republicans had disagreed with Mr. Hoover throughout his administration. Several Republicans of national reputation vigorously supported the candidacy of Mr. Roosevelt”.
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Los republicanos acuden a estas elecciones con un cierto aire de derrota, facilitando el camino al candidato demócrata. Los demócratas aprovechan la premonición de fracaso que existe en las filas republicanas. La historiografía posterior frecuentemente subraya este aspecto del proceso electoral de 19328. Sin embargo, en la prensa norteamericana, el rotativo Chicago Tribune publica una ilustración en la que presenta, de forma irónica, cómo los dos principales
Tiene la mayoría de los votos pero no alcanza los dos tercios necesarios para ser proclamado candidato. El 1 de julio se realiza la cuarta y definitiva votación, en la que William Gibbs McAdoo anuncia que el estado de California cambia su voto, de John N. Garner a Franklin D. Roosevelt13. A partir de este hecho los votos de varios estados son para Roosevelt, superando los dos tercios que le convierten en el candidato demócrata a las elecciones de 193214.
partidos atribuyen el origen de la crisis al partido rival9. De forma generalizada, en los sectores progresistas europeos se vaticina el triunfo demócrata, como se lee en estos titulares: “El triunfo de Roosevelt se considera seguro”10, “En Inglaterra se tiene la impresión de que Hoover no será reelegido. Roosevelt hace declaraciones como presidente probable”11. Resulta interesante comprobar cómo se cita en España a la prensa extranjera, en este caso la británica, para afirmar la postura del propio diario ante estas elecciones. Podemos ver en ello un reflejo del prestigio y la credibilidad de la prensa británica, e implícitamente de su modelo democrático. En definitiva, el partido demócrata acude a las elecciones de 1932 con gran esperanza, a pesar de haber estado alejado del poder durante la década de los 2012. El 27 de junio se reúne en Chicago la Democratic National Convention. Franklin D. Roosevelt, elegido en 1928 gobernador del estado de Nueva York y reelegido de nuevo en 1930, se perfila como futuro candidato presidencial.
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El historiador liberal, Leuchtenburg, William E., Franklin D. Roosevelt and the New Deal, 1932-1940. New York, Harper & Row Publishers, 1963, pp. 1 y 3, resume esta actitud diciendo: “the Republicans faced almost certain defeat in the 1932 elections. It was the party in power during hard times (and) the Democratic party was confident of victory in the 1932 campaign”. Savage, Sean J., Roosevelt the Party Leader, 1932-1945. Lexington, The University Press of Kentucky, 1991, p. 103, destaca: “the anti-Hoover sentiment that emerged after 1929 would assure the victory of almost any Democratic presidential nominee in 1932”. Buhite, Russell D. y Levy, David W. (eds.), F. D. R’s Fireside Chats. New York, Penguin Books, 1993, p. 9, señalan la misma idea: “Hoover’s unpopularity would assure the presidency to whomever the Democrats nominated”. Orr, “Whose Baby Is It, Anyway? “. Chicago Tribune. Chicago. 27 de febrero 1935. La Voz de Galicia. La Coruña. 8 de noviembre de 1932. p. 3. La Voz. Madrid. 10 de octubre de 1932. p. 7. El partido demócrata tiene sus orígenes en el Democratic Republican Party (1792) de Thomas Jefferson, quien favoreció el control popular del gobierno. Con la llegada a la presidencia de Andrew Jackson en 1828, las bases del partido se amplian con los estados del oeste y también engrosan sus filas en los del este. Este predominio de los demócratas finaliza con la elección de Abraham Lincoln en 1860, candidato del nuevo Republican Party. El tema de la esclavitud y la Guerra Civil dividieron a los demócratas en dos partes: el norte y el sur. Así el Partido Demócrata quedó muy debilitado y no va a ganar unas elecciones hasta 1912, cuando llega Woodrow Wilson a la presidencia. Con la elección de Franklin D. Roosevelt en 1932, y especialmente en su reelección en 1936, se convierte en el partido nacional mayoritario, por haber conseguido la mayoría del voto popular y porque controla por primera vez el Congreso.
Roosevelt se presenta ante la Convención el día 2 de julio para aceptar personalmente su nombramiento, rompiendo con la tradición, y pronunciando un discurso para aceptar su nominación, que concluye con las palabras históricas que van a ser emblemáticas de su política: “Os prometo, y me prometo un New Deal para el pueblo americano...”15 Se puede decir que en 1932, la sociedad americana vive una situación caótica y los Estados Unidos tienen necesidad de un tónico. Roosevelt sabe ganarse la voluntad de la mayoría del pueblo americano y dar ánimo a sus compatriotas, transmitiendo a los americanos la idea de que la humanidad aún puede dirigir su propio destino. El nuevo Presidente personifica el deseo de cambio y la esperanza de la recuperación. Como expresa el historiador Frank Freidel: “empezó por ofrecer al país un liderazgo firme y optimista en el momento más crítico de la depresión”16 . La campaña electoral de 1932 se centra en la lucha de dos hombres por llegar a la presidencia del país: Herbert C. Hoover y Franklin D. Roosevelt. El historia-
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McAdoo, William Gibbs justifica su cambio de voto con estas palabras: “To bring this contest to a swift end and, we hope, satisfactory conclusion”, y añade, “Garner had told his Texas delegates to follow suit”. En: King, Judson, The Conservation Fight: From Theodore Roosevelt to the TVA. Washington, D. C., Public Affairs Press, 1959, pp. 258 y 260. King considera esta convención como a “six-day battle”. El historiador británico John Dizikes considera a Franklin D. Roosevelt como el candidato con más posibilidades en las elecciones presidenciales de 1932. Véase, Dizikes, Britain, Roosevelt and the New Deal: British Opinion, p. 24. Buhite y Levy, F. D. R’s Fireside Chats, p. 9, describen el camino de Roosevelt hacia la victoria: “Roosevelt emerged victorious from the Chicago convention of 1932 and set out to convince Americans to vote for him in November”. “I pledge you, I pledge myself, to a “NEW DEAL” for the American people. Let us all here assembled constitute ourselves prophets of a new order of competence and of courage. This is more than a political campaign; it is a call to arms. Give me your help, not to win votes alone, but to win in this crusade to restore America to its own people.” En: Roosevelt, Franklin D., “Speech Before the 1932 Democratic National Convention”. Acceptance Speech. Chicago. Illinois. July 2. 1932. Hunt, Gabriel John (ed.). The Essential Franklin D. Roosevelt. Avenel, Portland House, 1996, p. 29. “Humanity still possesses some power of directing its own destinies”. The Spectator. 20 de diciembre de 1932. p. 906. Freidel, Frank, “Introduction: The Legacy of FDR”. Rosenbaum, Herbert y Bartelme, E. (eds.). FDR, the Man, the Myth, The Era, 1882-1945. New York. Greenwood Press. 1987. p. 1.
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dor liberal, William E. Leuchtenburg afirma que en esta campaña se observan posturas muy diferentes en los dos candidatos: “mientras Roosevelt reflejaba la alegría de un candidato lanzado a conseguir la victoria, Hoover proyectaba la derrota”. Igualmente, otro liberal Harold F. Gosnell, escribe: “a pesar de su desventaja física, FDR estaba boyante, alegre, seguro, tranquilo, valiente y encantador, mientras la adversidad que había estado acumulándose sobre la cabeza de
Antes de su elección como candidato demócrata, Roosevelt pronuncia dos importantes discursos. El primero de ellos se inspira en el tema del “Hombre olvidado”(Forgotten Man), una de las frases de Roosevelt más recordadas20. Lo difunde por radio el 7 de abril de 1932, desde Albany, Nueva York, donde desempeña el cargo de gobernador del Estado. En él promete solucionar la crisis: “de abajo a arriba y no de arriba a abajo”21. El voto de ese forgotten
Hoover desde 1929 le había convertido en un hombre deprimido, amargado, tímido, poco seguro, y distante en sus relaciones sociales”17. Roosevelt también tiene sus detractores, quienes no le consideran idóneo para ocupar la presidencia. Especialmente, en la prensa del este de los Estados Unidos, se le presenta como un hombre sin convicciones e incapaz de realizar acciones decisivas. Entre sus principales detractores se puede citar al editor y periodista Walter Lippman, que le describe como: “un hombre agradable quien, sin ninguna aptitud especial para el cargo, quiere ser presidente”. Igualmente, Elmer Davis piensa que los demócratas han elegido: “el hombre que probablemente sería el presidente menos enérgico entre una docena de aspirantes”. Charles Willis Thompson, un veterano corresponsal en Washington, afirma: “los Demócratas no han designado a nadie como él desde Franklin Pierce...”. El columnista Heywood Broun le califica despectivamente como: “el candidato “sacacorchos””. Roosevelt tampoco es aceptado en Wall Street en un primer momento, ya que el defensor del mundo de los negocios y del liberalismo es Herbert C. Hoover18.
man, a quien va dirigido su mensaje, es el que le lleva a la presidencia de los Estados Unidos. El segundo discurso lo pronuncia en la Universidad Oglethorpe en Atlanta, Georgia, el día 22 de mayo de 1932. En él, Roosevelt alude a la necesidad de redistribuir la renta nacional, y de planificar y experimentar. Este discurso es un ataque frontal a la banca, uno de los máximos representantes del sistema liberal y al que se considera responsable de la crisis en que está sumido el país22.
LA POLÍTICA DEL NEW DEAL EN LOS DISCURSOS DE FRANKLIN D. ROOSEVELT
En su Discurso de Aceptación, ante la Democratic National Convention, el 2 de julio de 1932, en la ciudad de Chicago, Roosevelt aborda los problemas de la agricultura y ofrece algunas iniciativas para solucionarlos que suponen el incremento de la actividad estatal en el sector agrario23. El discurso que pronuncia Roosevelt en Topeka, Kansas, el 14 de septiembre de 1932, es el más claro llamamiento al voto campesino de toda la campaña. Es un discurso muy elaborado. En esta ocasión propone ayudas federales para solucionar el problema del campo y presenta un programa agrario a nivel nacional: “Por mi parte, sugiero las siguientes medidas de carácter permanente: primero, reorganizaría el Departamento de Agricultura, y lo haría con el propósito de crear un programa de planificación nacional... Segundo, favoreceré una política definitiva que contemple el uso planificado de la tierra... Un ter-
En la campaña de 1932, Roosevelt va a presentar su programa electoral por todo el país, pronunciando veinte importantes discursos. El candidato demócrata está rodeado de un equipo de asesores, conocido como el Brain Trust. Este grupo es el principal responsable de la elaboración de sus discursos, aunque Michael Simpson afirma que Roosevelt siempre introduce en ellos su toque personal19.
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Gosnell. Franklin D. Roosevelt: Champion Champaigner, p. 124. Leuchtenburg, Franklin D. Roosevelt and the New Deal, p. 13. Lippman, Walter. The New York Herald-Tribune. New York. 28 de abril de 1932. Davis, Elmer, “The Collapse of Politics”. Harper’s. Vol. CLXV.1932. p. 388. Thompson, Charles W. “Wanted: Political Courage”. Harper’s. Vol. 165. 1932. pp. 726-727. El comentario de Heywood Broun se cita en Freidel, “Introduction: The Legacy of FDR”, p. 5. Flynn, Edward J., You’re the Boss. New York, The Viking Press, 1947, p. 118, escribe: “his so-called “brain trust” had been organized in March, and with their assistance he had planned his whole strategy as far as speeches were concerned. Many of them were already written. About the only decision he had left to make was where certain types of speeches were to be delivered.” Simpson, Michael, Franklin D. Roosevelt. New York, Basil Blackwell,
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1989, p. 19, afirma: “most of his major statements in 1932 reflected Brain’s Trust advice, but he was never the prisoner of any group”. Burns, James M., Roosevelt: The Lion and the Fox. New York, Harcourt Brace & Co., 1984, p. 133. Raymond Moley, asesor de Roosevelt para temas económicos, es el autor de este discurso y toma el título del famoso ensayo de William Graham Sumner, “The Forgotten Man”, aunque Sumner se refiere a los trabajadores en general, Moley aplica el término a todos los afectados por la depresión. Véase Ryan, Halford R., Franklin D. Roosevelt: Rhetorical Presidency. New YorK, Greenwood Press, 1988, pp. 40-41. Tugwell, Rexford G., The Brain Trust. New York, The Viking Press, 1968, p. 112, miembro del Brain Trust afirma: “the whole speech was taken to be an attack on “selfish and opportunist” groups, and these were the bankers”. Roosevelt, “Speech Before the 1932 Democratic National Convention”, pp. 17-29.
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cer proceso de ayuda permanente a la agricultura que vendrá de la reducción y más justa distribución de los impuestos... Es necesario adoptar unas soluciones rápidas: una mejor financiación de las hipotecas agrarias... (y) una reducción sustancial en la diferencia entre los precios de las cosas que el granjero vende y las que compra”.24 Roosevelt plantea en Topeka la autofinanciación de las reformas en la agricultura. William E. Leuchtenburg manifiesta que el candidato demócrata no se expresa claramente en este discurso: “dejando a los líderes agrarios, así como a los historiadores, debatiendo, precisamente, sobre cuáles eran sus planes”. Sin embargo, Harold F. Gosnell opina sobre este discurso que: “fue satisfactorio para los líderes de las organizaciones obreras y que, por consiguiente, anticipó las medidas agrarias que llegarían a ser más tarde el centro del huracán... Fue profético en muchos aspectos”.25 En Portland, Oregon, el 21 de septiembre, Roosevelt propugna la intervención gubernamental en las empresas de servicios públicos, punto sobre el que discrepan los republicanos. Dos días más tarde habla en el Commonwealth Club, San Francisco, California. Éste está dirigido a los hombres de negocios. Harold F. Gosnell lo considera como uno de los más importantes discursos de toda su campaña pues resume la filosofía del New Deal. Roosevelt proclama en él la función intervencionista del gobierno y el alejamiento del modelo liberal que se basa en la defensa de las iniciativas individuales y que busca limitar la intervención del Estado en la vida económica del país.26 El discurso de Detroit, Michigan, el 2 de octubre de 1932 trata sobre justicia social. En él propone que las ayudas a los necesitados procedan tanto de los estados como del gobierno federal. En este discurso Roosevelt cita algunos pasajes de la Encíclica Pontificia Quadragessimo Anno y lo finaliza con estas palabras: “y así, en estos días de dificultad, nosotros los americanos debemos escoger y escogeremos el camino de la justicia social...”27.
El abandono del Modelo Liberal durante el New Deal Rooseveltiano – Antonia Sagredo Santos / 307
El 19 de octubre, Roosevelt pronuncia un discurso en Pittsburg sobre política económica, en el que anuncia el aumento de la intervención gubernamental en el sector económico. Igualmente, promete reducir los gastos del gobierno un 25%, aunque al no poder cumplirlo durante su mandato, esta promesa va a ser utilizada en su contra en el futuro28. El candidato demócrata pronuncia un discurso en la ciudad de Nueva York, el día 4 de noviembre de 1932 donde pasa revista a los principales puntos contenidos en sus discursos durante la campaña. Con respecto al discurso de Topeka dice: “en Topeka, tracé un plan nacional completo para el restablecimiento de la agricultura hasta que alcance su lugar apropiado dentro del conjunto nacional”29. Al completar Franklin D. Roosevelt su gira por el oeste y tras su vuelta a Nueva York, el diplomático británico D. G. Osborne envía sus impresiones sobre este viaje al Foreign Office destacando que Roosevelt ha obtenido un gran éxito personal y político y se ha asegurado, en gran medida, el apoyo del sector progresista del país.30 Roosevelt pronuncia el último discurso de su campaña en Poughkeepsie, localidad cercana a su residencia familiar de Hyde Park, en el estado de Nueva York, la tarde anterior a las elecciones. Algunos escritores progresistas como Arthur M. Schlesinger, Jr. o Samuel I. Rosenman, insisten en que Roosevelt predice o pronostica lo que va a ser el “New Deal” durante su campaña electoral. Sin embargo, el conservador Halford R. Ryan, afirma que Roosevelt basa su campaña en atacar la política del partido republicano en el poder, con acusaciones concretas, sin presentar su visión política, y aludiendo a generalidades solamente31.
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Roosevelt, Franklin D., Agriculture. What Is Wrong and What To Do About It? Speech at Topeka. Kansas. September 14. 1932. New York, The Democratic National Committee, 1932, pp. 8-10. Gosnell, Franklin D. Roosevelt: Champion Champaigner, p. 130. Leuchtenburg, Franklin D. Roosevelt and the New Deal, p. 10. Adolph Berle es el autor de este discurso y lo revisa el Brain Trust. El título que le da Berle es “Progressive Government”, que describe perfectamente el contenido del discurso. Véase Ryan, Roosevelt: Rhetorical Presidency, p. 43. “And so, in these days of difficulty, we Americans everywhere must and shall choose the path of social justice, the only path that will lead us to a permanent bettering of our civi-
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lization, the path that our children must tread and their children must tread, the path of faith, the path of hope and the path of love toward our fellow man”. Roosevelt, Franklin D., “Campaign Address”. Detroit. Michigan. October 2. 1932. Rozwenc, Edwin C. (ed.), The New Deal. Revolution or Evolution? Boston. D. C. Health & Co.. 1959. p. 51. Gosnell, Franklin D. Roosevelt: Champion Champaigner, p. 129, afirma: “it was to plague him most in afteryears”. Roosevelt, Franklin D., “Speech. New York City, Nov. 4, 1932”. Governor Roosevelt’s Public Papers. Albany. 1939. p. 664. Carta de D. G. Osborne a Sir John Simon. En: Bourne, Kenneth y Watt, D. Cameron (eds.), British Documents on Foreign Affairs. Part II. Vol. II. pp. 292-293. “Governor Roosevelt has now completed his Western tour and returned to Albany. He has good reason to be content, for there is no doubt that it was both a personal and a political success, and, incidentally, he has completely disposed of any legend of ill-health or lack of stamina... He has secured the endorsement of a considerable proportion of the progressive element in the country, his personality, principles and policies have had a wide appeal...” Rosenman, Samuel I., Working with Roosevelt. New York, Harper & Brothers Publishers, 1952. Schlesinger, Arthur M., Jr., The Age of Roosevelt. The Crisis of the Old Order, 19191933. Boston, Houghton Mifflin Co., 1957.
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En las elecciones de 1932, se emiten 39.732.000 votos. El candidato demócrata, Franklin D. Roosevelt, consigue 22.810.000 y el triunfo en 42 estados, mientras que el candidato republicano, Herbert C. Hoover, obtiene 15.759.000 y gana en seis estados. En el electoral college el ganador recibe 472 votos y el candidato republicano 59. En la historiografía posterior se destaca el rechazo del pueblo americano hacia la política del republicano Herbert C. Hoover considerándolo
Cuando Roosevelt jura su cargo, la depresión se encuentra en uno de sus momentos más críticos34.
factor determinante en el resultado de estas votaciones32. Arthur M. Schlesinger, Jr., señala que a pesar de que Andrew Jackson revoluciona la presidencia, los precedentes que crea no son utilizados de forma sistemática por ningún sucesor en períodos de paz hasta que lo hace Roosevelt. Éste impone una nueva forma de desempeñar la presidencia y su estilo es tomado como ejemplo por los sucesivos presidentes de los Estados Unidos. William E. Leuchtenburg, analizando la influencia de Roosevelt sobre los mandatos de sus sucesores afirma: “cada uno espera tener una rúbrica, ser conocido por tres iniciales como FDR, ser el progenitor de una catch phrase como New Deal... Los hombres que le sucedieron se hacen una pregunta inevitable: ¿Cómo estar a la altura de FDR?”. Por su parte, Franklin D. Roosevelt se ve a sí mismo como el sucesor de Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson en la Progressive and Liberal Tradition. En España, la prensa liberal de izquierda destaca este hecho: “Roosevelt quiere ser considerado como un liberal...”33 Desde la celebración de las elecciones, el 8 de noviembre de 1932, en que Franklin D. Roosevelt alcanza la presidencia del país, hasta su toma de posesión, el 4 de marzo de 1933, transcurren cuatro meses durante los cuales se agrava la crisis en Norteamérica. El historiador David A. Shannon describe así este período: “muchos han dicho que durante esos cuatro meses terribles, el capitalismo casi fracasa... la economía no estuvo a punto de fracasar. Fracasó”.
El presidente demócrata, después de tomar posesión de su cargo, pronuncia un discurso en el que presenta su programa y se reafirma en sus promesas de un New Deal para Norteamérica. Es un discurso breve, sencillo y con un lenguaje claro y directo. En él comienza recalcando la difícil situación que se vive en Estados Unidos en esos momentos, y que “es el momento de decir la verdad”, e insiste que el miedo es el peor enemigo. Denuncia “a los que dirigen la Bolsa” y a los “cambistas sin escrúpulos”, advirtiendo que “esta nación pide acción”. A continuación cita algunos aspectos que precisan intervención inmediata, “nuestra principal tarea es poner a la gente a trabajar... redistribuir el exceso de población” (en algunos sectores), e “incrementar el valor de los productos agrarios”, unificar “las actividades de ayuda”, y elaborar un “plan nacional... de todos los medios de transporte y comunicaciones y otros servicios que sean... de carácter público”. En política exterior defiende “la buena vecindad... que respeta sus obligaciones y la inviolabilidad de los tratados”. Finalmente, pide disciplina: “debemos movernos como un ejército entrenado y fiel”, y él asumirá “el mando de este gran ejército (formado) por nuestra gente, cuya misión es atacar de forma disciplinada nuestros problemas cotidianos”, al amparo de la Constitución y con la colaboración del Congreso si es posible y, si no es así, pedirá al Congreso poderes, “amplios poderes ejecutivos para librar una guerra contra esta situación crítica”35. Roosevelt en este discurso intenta infundir optimismo y destaca su intención de actuar rápidamente para solucionar la crisis. Así, introduce en el discurso la palabra action, en seis ocasiones36.
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El historiador liberal, Freidel, “Introduction: The Legacy of FDR”., p. 5., destaca: “they voted against Hoover rather than positively for Roosevelt”. Siguiendo este argumento Leuchtenburg, William E., “Why the Candidates Still Use FDR as their Measure”. American Heritage. Nº 39. 1988. p. 38, recalca: “yet this heady triumph, reflecting resentment at Hoover more than approval for FDR and the Democrats...”. Igualmente, Halasz, Roosevelt through Foreign Eyes, p. 23, afirma: “his election was a demonstration of anger and disillusionment”. Schlesinger, Arthur M., Jr., “Foreword”. Goldsmith, William M. (ed.). The Growth of Presidential Power: A Documentary History. New York. Chelsea House. 1974. p. xx. Leuchtenburg, William E., In the Shadow of FDR: from Harry Truman to Ronald Reagan. Ithaca, Cornell University Press, 1983, p. x. Bourne, Kenneth y Watt, D. Cameron (eds.), British Documents on Foreign Affairs. Part II. Series C. 1986. Vol. II. p. 289. “Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos.- El vencedor...”. El Liberal. Madrid. 9 de noviembre de 1932. p. 9.
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Shannon, David A., Between the Wars: America 1919-1941. Boston, Houghton Mifflin, 1965, p. 109. Friedel, Frank, “Introduction. The Legacy of FDR”, p. 6, refleja ese momento: “when Roosevelt became president the nation was in the throes of an appalling crisis that had closed most of the banks”. Schlesinger, Arthur M., Jr., “Franklin D. Roosevelt Fifty Years After”. The Franklin & Eleanor Roosevelt Institute (ed.). Remembering Franklin D. Roosevelt, 1882-1945. A Celebration of his Life and Legacy. New York. The Franklin & Eleanor Roosevelt Institute. 1995. p. 71, describe así su llegada a la presidencia: “Franklin D. Roosevelt became President when the Great Depression seemed to verify Karl Marx’s prediction that capitalism would be destroyed by its own contradictions”. Roosevelt, Franklin D., “First Inaugural Address, March 4, 1933”. Hofstadter, Richard et al. (eds.). Great Issues in American History. A Documentary Record. New York. Vintage Books. 1959. Vol. II. pp. 351-357. El discurso de Roosevelt y su reflejo en la prensa madrileña se estudia de una forma exhaustiva en el artículo de Arroyo, Mª Luz y Sagredo, Antonia, “La llegada al poder de F. D. Roosevelt en 1933: su eco en la prensa madrileña”. Revista de Estudios Norteamericanos. Vol. V. Nº 7. 1994. pp. 89-105. “This nation asks for action, and action now... through this program of action... action in this image... and need for undelayed action... they want direct, vigorous action.” Roosevelt,
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EL INTERVENCIONISMO DEL GOBIERNO EN LA POLÍTICA REFORMISTA DEL NEW DEAL
Para conseguir la recuperación y la reforma de la economía, los dos grandes objetivos del New Deal, se establecen una serie de acciones desde el gobierno, entre las que cabe destacar: restaurar y mantener los precios; reducir la deuda; expandir los créditos; elevar el valor de la mano de obra; reducir el paro; aumentar las ayudas sociales; construir casas; impulsar la industria energética; reanimar el comercio exterior; establecer unas normas laborales para fijar el
El término New Deal agrupa una serie de leyes que aprueba el Congreso, a propuesta del Presidente, encaminadas a combatir la depresión económica. Esta legislación tiene un carácter experimental, tal como anuncia el presidente Roosevelt durante su campaña electoral: “el país pide una valiente y continua experimentación... coger un método y probarlo. Si falla, admitirlo abiertamente y probar otro”37 . El New Deal se extiende desde 1933, año en que llega a la presidencia el demócrata Franklin D. Roosevelt, hasta 1939, año en que estalla la II Guerra Mundial. Este período de seis años ha sido dividido, para su estudio, en dos partes: Primer New Deal, 1933-1934 y Segundo New Deal, 1935-1938. Basil Rauch es el primer historiador que, en 1944, afirma que se produce un cambio de política en 1934, dando paso a un Segundo New Deal, y resume así sus características: “el principal objetivo del Primer New Deal es la recuperación, que beneficia a las grandes compañías y a los terratenientes, mientras que en el Segundo New Deal su principal objetivo es la reforma, que mejora la situación de los obreros y pequeños agricultores”38. Las acciones del New Deal, por tanto, se pueden agrupar en torno a estos dos grandes objetivos: recuperación y reforma. Se promueven unas medidas pensadas para recuperar al país de los efectos de la Gran Depresión y al mismo tiempo introducir reformas, tratando de prevenir otra depresión y al mismo tiempo beneficiar a los más desfavorecidos. El New Deal produce un aumento sin precedentes del intervencionismo del gobierno en la economía, planificándola e incorporando el control social. Por lo tanto, Roosevelt abandona los principios del laissez faire. Este hecho se destaca en la prensa liberal de izquierda española mantieniendo que “el New Deal de Roosevelt aparece como un camino nuevo para superar los males del capitalismo y para atender las exigencias de una mayor justicia social”39.
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Franklin D., “First Inaugural Address, March 4, 1933”, pp. 354-357. El historiador Maney, Patrick J., The Roosevelt Presence: The Life and Legacy of FDR. Berkeley, University of California Press, 1992, p. 49, hace unas consideraciones sobre este discurso inaugural: “for a nation rendered by the depression Roosevelt’s inaugural provided a huge shot of adrenaline”. Roosevelt, Franklin D., “The Oglethorpe Speech”. Oglethorpe University. Atlanta. Georgia. May 22. 1932. Ryan, Halford R., Franklin D. Roosevelt: Rhetorical Presidency. New York. Greenwood Press. 1988. p. 42. Rauch, Basil, The History of the New Deal. New York, Creative Age Press, Inc., 1944, p. v. Azcárate, Manuel, “La percepción española de los Estados Unidos”. Leviatán. Vol. 33. 1988. p. 11.
sueldo base; implantar la jornada laboral de 8 horas diarias y 40 semanales; establecer la edad mínima para trabajar en los 16 años y, potenciar el desarrollo de los sindicatos. El principal teórico de la política económica del New Deal es el economista británico, John Maynard Keynes, quien a través de sus escritos influye en los asesores de Roosevelt y determina el carácter de las medidas económicas adoptadas. En consecuencia, el New Deal está compuesto por un conjunto de medidas muy variadas. Frances Perkins, Secretaria de Trabajo, reconoce que el New Deal “no es plan con forma y contenido”, considerando que contiene una serie de medidas muy heterogéneas y sin coherencia ideológica. Sin embargo, el propio Roosevelt mantiene que en todas sus iniciativas existe una idea de unidad: “el propósito de toda la legislación desde el 4 de marzo no ha sido tener sólo una colección de proyectos casuales, sino unas partes ordenadas dentro de un todo conexionado y lógico”40.
LAS REFORMAS LEGISLATIVAS DEL PRIMER NEW DEAL Se conoce como Primer New Deal al período comprendido entre el 4 de marzo de 1933, día en que Franklin D. Roosevelt jura su cargo como presidente de los Estados Unidos, y el mes de mayo de 1935, cuando se declara inconstitucional la National Industrial Recovery Act (NIRA), (ley para la recuperación industrial nacional). A partir de ese momento se produce un giro hacia la izquierda en la política norteamericana, que va a dar paso al Segundo New Deal. En el Primer New Deal se realiza una gran producción legislativa, que posteriormente dará lugar a la creación de numerosos organismos para poder desarrollar las nuevas medidas. El pueblo americano, así como el Congreso, sigue a Roosevelt sin discusión, durante los primeros meses de su presidencia. Esta etapa es conocida como el honeymoon period, (período de luna de miel).
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Perkins, Frances, The Roosevelt I Knew. New York, The Viking Press, 1946, p. 135. Roosevelt, Franklin D., “Third Fireside Chat, July 24, 1933”. Buhite, Russell D. y Levy, David W. (eds.). F. D. R’s Fireside Chats. New York. Penguin Books. 1993. p. 30.
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Dentro del Primer New Deal se destaca la primera etapa conocida como los Primeros Cien Días. Éste es un período legislativo muy prolífico del 73º Congreso, que comienza el día 9 de marzo y concluye con la sesión especial del 16 de junio de 1933. Los cien primeros días son considerados por los historiadores como el momento en que Roosevelt alcanza mayor popularidad durante todo su mandato. Este éxito se debe a la personalidad de Roosevelt y a las quince
Con el crack de la Bolsa de Nueva York del 29 de octubre de 1929, conocido como Black Thursday, se hunde el sistema bancario debido, principalmente, al uso irregular que se venía haciendo de los depósitos bancarios, ya que en muchos casos se utilizaban para especular con ellos. Como consecuencia, en 1929, quiebran 659 bancos; en 1930, 1.352; y en 1931, 2.294. La primera gran oleada de quiebras de bancos se produce durante el invierno de 1930-1931, en
medidas sobre política nacional establecidas en este espacio de tiempo para sacar al país de la depresión e impulsar su recuperación. Algunos autores opinan que durante los cien primeros días se sientan las bases de los doce años que permanece Franklin D. Roosevelt en el poder41.
el que, principalmente debido a la falta de liquidez, y a la mala gestión de algunas entidades bancarias, se hunden importantes bancos como el Bank of The United States, en Nueva York, y la primera sociedad de inversiones del estado de Tennessee, la Caldwell & Company43.
Esta legislación procede, principalmente, de dos fuentes. Algunas leyes son concebidas durante la campaña electoral de Roosevelt por el grupo de intelectuales que le sirven de asesores, conocidos como el Brain Trust. Este grupo se desintegra después de las elecciones, pero sus ideas siguen influyendo y uno de sus integrantes, Raymond Moley, se convierte de hecho en un ministro sin cartera por la influencia que tiene sobre Roosevelt, mientras que otros miembros pasan a desempeñar diversos puestos en la administración. El Congreso es la segunda fuente legislativa. Tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, la legislación propuesta provoca poco debate y escasas enmiendas debido, principalmente, a que en ambas Cámaras hay una fuerte mayoría demócrata que aprueba las leyes sin ninguna dificultad. En todas estas nuevas leyes se va a ir introduciendo un progresivo control gubernativo de los diferentes ámbitos económicos y sociales resultando como consecuencia un abandono del liberalismo económico en los Estados Unidos
Después de la crisis financiera internacional de 1931, se registra una segunda oleada de cierres que afecta cada vez más a los grandes bancos norteamericanos. La situación se agrava en los cuatro meses que transcurren entre la elección y la toma de posesión del nuevo presidente. En el invierno de 1932-1933, en algunas zonas del suroeste de los Estados Unidos se llega a utilizar moneda mejicana y en el estado de Michigan se emplea dinero canadiense, debido a la escasez de billetes y monedas norteamericanas. Así, en febrero de 1933, Michigan concede unas vacaciones bancarias de ocho días por falta de liquidez en sus bancos, a consecuencia de este hecho se desencadena el pánico general, y en todo el país los ciudadanos se dirigen a las instituciones bancarias para recoger sus depósitos.
MEDIDAS BANCARIAS Cuando Roosevelt toma posesión de su cargo como Presidente de los Estados Unidos, el 4 de marzo de 1933, el país se halla inmerso en una crisis bancaria sin precedentes. Sus orígenes se remontan a la década de los 20, en la que se registran numerosas quiebras de bancos que se deben, sobre todo, a problemas agrícolas locales y que afectan sólo a entidades bancarias pequeñas que no son de ámbito nacional, y que no están protegidas por el sistema de la Reserva Federal42.
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Uno de los primeros autores que realiza estas afirmaciones es Gosnell, Franklin D. Roosevelt: Champion Champaigner, p. 142. Sobre la crisis bancaria en la década de 1920 véase, White, Eugene, The Regulation and Reform of the American Banking System, 1900-1929. Princeton, New Jersey Princeton University Press, 1983.
En consecuencia, el 4 de marzo de 1933, casi la mitad de los estados han cerrado sus bancos, y muchos de los que siguen abiertos carecen de dinero. Así, el primer tema que aborda Roosevelt es el sistema bancario, considerándolo prioritario sobre todos los demás. En su discurso inaugural ya hace referencia a los males que aquejan a la banca y a su intención de resolverlos44. El día 6 decreta unas vacaciones de cuatro días para los bancos de todo el país y convoca una sesión extraordinaria del Congreso para el 9 de marzo. Ese mismo día el Congreso aprueba la primera ley del New Deal: la Emergency Banking Relief Act (ley de ayuda urgente a la banca). En la elaboración de esta ley intervienen conjuntamente republicanos y demócratas, pues ambos grupos convienen en que el sistema bancario es demasiado poderoso para dejarlo enteramente en manos privadas y acuerdan la intervención estatal del mismo. Esta medida contempla que la Reconstruction Finance Corporation (RFC), (cor43
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Para analizar en detalle las diferentes teorías sobre las causas de la crisis bancaria, véase el artículo de Hamilton, David E., “The Causes of the Banking Panic of 1930: Another View”. The Journal of Southern History Vol. 51. Nº 4. 1985. pp. 581-608. Roosevelt, Franklin D., “First Inaugural Address, March 4, 1933”, p. 353.
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poración para la reconstrucción financiera), preste dinero a los bancos que lo necesiten para su reapertura, y encarga al Secretario del Tesoro que supervise su solvencia. Con esta iniciativa se da una colaboración entre la banca y el gobierno en la que los bancos reciben financiación a cambio de aceptar la supervisión del Estado. Los efectos de esta ley en la banca norteamericana son inmediatos, los bancos vuelven a abrir después del fin de semana y los
tiene muy buena acogida por parte de la banca y de los ciudadanos norteamericanos, ya que garantiza los depósitos de los pequeños ahorradores.
MEDIDAS ECONÓMICAS
ciudadanos depositan sus ahorros de nuevo.
El día 20 de marzo, Roosevelt presenta su primera medida económica, la Economy Act, (ley de ahorro). Con ella se establece el recorte de las pensiones
En su primera Fireside Chat, celebrada la tarde del domingo del 12 de marzo, una semana después de jurar su cargo, Roosevelt solicita la colaboración de los americanos ante la medida bancaria adoptada, finalizando con estas palabras: “después de todo, hay un elemento en el reajuste de nuestro sistema financiero más importante que el dinero, más importante que el oro, y es la confianza de la gente... Juntos no podemos fallar”45.
de los veteranos y de los salarios de los empleados del gobierno federal. Con esta iniciativa el Presidente responde a las expectativas que había creado durante su campaña electoral de incrementar la actividad estatal en la economía estadounidense y reducir los gastos de la administración. No obstante, esta propuesta encuentra una cierta oposición en algunos sectores de la sociedad americana debido, principalmente, a la presión que ejerce el grupo de veteranos.
William E. Leuchtenburg presenta al Presidente como “el gran emancipador económico”. Por su parte, Arthur M. Schlesinger, Jr., destaca que cuando Roosevelt soluciona la crisis, los bancos consiguen una solidez que nunca habían tenido anteriormente. Sin embargo, también recibe críticas de los progresistas y algunos liberales por no haber nacionalizado la banca. Igualmente, el socialista, Norman Thomas, censura a Roosevelt porque pone los bancos a sus pies y después se los devuelve a los banqueros46. Una vez solucionada la crisis bancaria en Norteamérica, Roosevelt aprovecha para introducir sus medidas de recuperación y reforma económica, dada la buena acogida que dispensa el país a su política. Sólo al final de los cien días vuelve a abordar el tema bancario. El día 16 de junio, el Congreso aprueba la Banking Act of 1933 (ley bancaria de 1933), conocida como Glass-Steagall Act. Esta ley es elaborada por el Senador Carter Glass y el Congresista Henry B. Steagall, ambos expertos en legislación bancaria. Su principal objetivo es establecer un seguro sobre las cuentas corrientes, a través de la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC), (corporación federal para asegurar los depósitos), que garantiza todos los depósitos bancarios inferiores a 2.500 dólares. El FDIC
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Roosevelt, Franklin D., “First Fireside Chat, March 12, 1933.” Buhite, Russell D. y Levy, David W. (eds.). F. D. R’s Fireside Chats. New York. Penguin Books. 1993. pp. 16-17. Schlesinger, Arthur M., Jr., “The Broad Accomplishments of the New Deal”. Rozwenc, Edwin C. (ed.), The New Deal. Revolution or Evolution? Boston. D. C. Health & Co.. 1959. p. 29. Graham, Otis L., Jr. y Wander, Megham R. (eds.), Franklin D. Roosevelt: His Life and Times: An Encyclopedic View. New York, Da Capo Press, Inc., 1985, p. 21. Leuchtenburg, “Why the Candidates Still Use FDR as their Measure”, p. 40. Los comentarios de Norman Thomas se recogen en Burns, Roosevelt: The Lion and the Fox, p. 242.
La segunda ley económica se aprueba el 19 de abril, con ella se produce el Abandonment of the Gold Standard (abandono del patrón oro). La postura de los conservadores americanos es contraria a esta iniciativa. Un mes después, el 27 de mayo, se aprueba la tercera medida económica de los primeros cien días: la Federal Securities Act (ley federal de valores y cambio), conocida como Truth-in-Securities Act. Con esta ley el estado pasa a ejercer un control sobre la Bolsa. Esta iniciativa no puede aplicarse íntegramente hasta ya no se crea la Securities Exchange Commission (SEC), (comisión de valores y cambio), cuando se aprueba la Securities and Exchange Act of 1934, (ley de valores y cambio de 1934). La última ley económica de los cien primeros días es la Gold Repeal Joint Resolution, (resolución para la anulación de la claúsula del oro), que se aprueba el 5 de junio. Con esta medida el Congreso autoriza a cancelar la claúsula del oro en todos los contratos federales y privados.
MEDIDAS DE AYUDA Como consecuencia de la depresión, la cifra de desempleo es muy elevada a lo largo de los años 30 y se convierte en uno de los principales problemas de la sociedad americana. Roosevelt, desde el comienzo de su mandato, está decidido a solucionarlo, así propone, distintas medidas legislativas federales para promover el empleo y luchar contra la depresión. La primera iniciativa de Roosevelt para combatir el paro es la Civilian Conservation Corps Reforestation Relief Act (ley de ayuda a la reforestación por la
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corporación para la conservación civil). Se aprueba el 31 de marzo y para su posterior desarrollo se crea la Civilian Conservation Corps (CCC), (corporación para la conservación civil). Este organismo ofrece trabajo a los parados jóvenes, de dieciocho a venticinco años, la mayor parte de ellos de las ciudades, y a los veteranos. Se establecen unos campamentos de trabajo en parques nacionales donde se realizan labores de conservación de la naturaleza. También
de la gente con servicios públicos útiles y permanentes”49. Su director es el Secretario de Estado, Harold L. Ickes. Se le adjudican 3.300 millones de dólares y con este presupuesto lleva a cabo más de treinta mil proyectos de construcción de obras públicas en todo el país. En la prensa española se escribe un artículo donde hace un balance muy positivo de la labor desarrollada por la PWA: “La Administración de Obras Públicas, en el primer año de existencia que termina
emprende tareas de construcción de carreteras, puentes y líneas telefónicas.
hoy, ha puesto en marcha el programa de obras públicas más importante en la historia del mundo en tiempos de paz, en el que ha empleado totalmente los créditos originales de 3.300 millones de dólares”50.
Roosevelt se identifica plenamente con esta medida y crea la CCC basándose en su propia experiencia en programas de repoblación en el estado de Nueva York, en su época de gobernador del estado, y resume así sus objetivos: “creando la CCC estamos matando dos pájaros de un tiro. Estamos claramente incrementando el valor de nuestros recursos naturales, y al mismo tiempo estamos eliminando una gran cantidad de miseria”.47 Entre 1933 y 1942, más de dos millones de jóvenes pasan por la CCC, generalmente en períodos de nueve meses. Su paga incluye: el alojamiento, la manutención y 30 dólares al mes, de los que 25 se envían a sus familias. Dice el propio Presidente: “Hemos dado trabajo a 300.000 jóvenes, un trabajo práctico y útil en nuestros bosques para prevenir las inundaciones y la erosión del suelo. De los jornales que ganan, se destina una gran parte a mantener a aproximadamente un millón de personas que constituyen sus familias”.48
Sin embargo, la PWA recibe numerosas críticas debido a la lentitud y a la excesiva meticulosidad de su director, al que se le responsabiliza de dificultar la buena marcha de las obras programadas. Aconsejado por Harry Hopkins, que también denuncia la inefectividad de la PWA, Roosevelt impulsa un nuevo organismo, de carácter temporal, la Civil Works Administration (CWA), (dirección de obras civiles), en octubre de 1933. Se nombra a Harry Hopkins su máximo responsable y se le adjudican 400 millones de dólares de la PWA. La CWA proporciona empleo a más de cuatro millones de personas en el invierno de 1933-1934, siendo clausurada a comienzos de 1934. Sus actividades se recogen en un artículo firmado por un corresponsal de un diario español en Nueva York, en el que hace una valoración elogiosa de la labor de Hopkins al frente de la CWA:
Otra de las medidas presentadas por el presidente para proporcionar ayudas es la Federal Emergency Relief Act (ley federal de ayudas urgentes), que se aprueba el 12 de mayo de 1933. Para su desarrollo se crea la Federal Emergency Relief Administration (FERA), (dirección federal de ayudas urgentes). Este organismo se encarga de la distribución de subsidios a los estados y municipios para que se repartan entre los parados. Su administrador es Harry Hopkins, principal asesor del presidente en cuestiones asistenciales. Se concede a la FERA una asignación de 500 millones de dólares. Igualmente, el New Deal pone en marcha un plan de ejecución de obras públicas para luchar contra el paro. En julio de 1933 se crea: la Public Works Administration (PWA), (dirección de obras públicas), que se encuadra en el Título II de la NIRA. La propia PWA define así sus objetivos: “crear empleo, estimular el comercio, incrementar el poder adquisitivo nacional y cubrir las necesidades
“Hopkins, organizador formidable, levantó el tablado de la Administración de Obras Cívicas como había organizado antes la Administración Federal de Emergencia para distribuir socorros: con el mínimo de burocracia, el mínimo de gastos de personal y toda una red de comités locales, cuidadosamente vigilados, como una enorme tela de araña por encima del país”51. La última medida de ayuda que se aprueba en los cien primeros días es la Home Owners Refinancing Act (ley de préstamos para propietarios de viviendas), que se firma el día 13 de junio. Con esta ley se establece la Home Owners Loan Corporation (HOLC) (corporación de préstamos para propietarios
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Roosevelt, Franklin D., “Second Fireside Chat, May 7, 1933”. Buhite, Russell D. y Levy, David W. (eds.). F. D. R’s Fireside Chats. New York. Penguin Books. 1993. p. 21. Roosevelt, Franklin D., “Third Fireside Chat, July 24, 1933”. Buhite, Russell D. y Levy, David W. (eds.). F. D. R’s Fireside Chats. New York. Penguin Books. 1993. p. 31.
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The Division of Information of the PWA. America Builds. The Record of PWA. Washington, D. C., United States Government Printing Office, 1939, pp. 7-8. “...Tres mil trecientos millones de dólares para obras públicas”. La Vanguardia. Barcelona.17 de junio de 1934. p. 27. Pego, Aurelio, “Crónica de Norteamérica. Ante la miseria”. La Vanguardia. Barcelona.13 de marzo de 1934. p. 7.
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de viviendas). El Estado da ayudas a los caseros que no cobran los alquileres debido a la situación de paro de sus inquilinos, financiándoles las hipotecas de sus casas con préstamos a bajo interés y largo período de amortización.
ria y, tratar de ajustar la oferta a la demanda; a semejanza de lo que ocurre en la industria. Para financiar estas reformas se crea un impuesto, el processing tax, sobre el primer proceso de transformación de determinados productos agrarios, con el que el gobierno subvenciona a los agricultores que se acojan al programa.
La HOLC, bajo la dirección de la Federal Home Loan Bank Board (consejo federal de bancos que concede préstamos a la vivienda), opera a través de una organización extendida por 54 estados, y cuya sede central está ubicada en Washington. En su etapa de máxima actividad llega a tener veinte mil empleados. La HOLC ocupa un lugar en la financiación de viviendas semejante al de la RFC en la financiación de la industria.
MEDIDAS DE REFORMA El día 12 de mayo de 1933 se aprueba la Agricultural Adjustment Act (ley de ajuste agrícola). Esta ley marca el comienzo del New Deal para el agro norteamericano, promoviéndose una intervención directa del Estado en la agricultura. El diario español El Debate justifica esta intervención: “También la agricultura camina hacia la economía dirigida... es más necesaria en la agricultura que en la industria, porque los labradores no se organizan espontáneamente como los industriales. Al notar la depresión, éstos se pusieron de acuerdo para producir menos, pero los labradores siguieron produciendo más...”52 En la ley agraria se recogen las principales propuestas reformistas de los dos planes agrarios que se debatían en la década de los 20 en los Estados Unidos: el McNary-Haugen y el Domestic Allotment Plan. Del primero, se introduce la idea de vender los excedentes del campo al extranjero y los acuerdos comerciales. Del segundo, se incorpora el control de la producción; la cooperación voluntaria de los agricultores, estimulada por unos pagos o rentas; el processing tax (impuesto de transformación) y, la colaboración de los agricultores en la nueva administración. La Agricultural Adjustment Act contempla tres aspectos totalmente diferentes: el ajuste agrícola, la ley urgente de hipotecas agrarias de 1933, y la inflacción o Enmienda Thomas. Estos tres temas marcan las líneas prioritarias de las reformas agrarias del Presidente Roosevelt, cuyos objetivos principales son: elevar el precio de los productos del campo, incrementar el poder adquisitivo del agricultor y, eliminar la superproducción y los excedentes. Para conseguirlo se propone: reducir la extensión de tierra cultivada, disminuir la producción agra-
El 18 de mayo de 1933, se aprueba la Tennessee Valley Development Act, (ley para el desarrollo del valle del Tennessee). Con esta medida se crea la Tennessee Valley Authority (TVA), (plan del valle del Tennessee), actuando en el valle del río Tennessee que era una zona muy pobre y deprimida. El senador de Nebraska, George W. Norris, había esbozado un plan para salvar el valle, y poder transformar una región agrícola abandonada y baldía en una zona desarrollada, mejorando la calidad de vida de sus habitantes. Era necesario diseñar unas medidas que abarcasen aspectos industriales y agrarios del valle del Tennessee. El programa integrado de la TVA comprende: producción de energía eléctrica y fertilizantes; control del curso del río acabando con los focos de propagación de la malaria y, modernización de las técnicas agrícolas. Su principal objetivo es elevar el nivel de vida de una zona incrementando su productividad. La TVA es uno de los ejemplos más ambiciosos de planificación regional que se ha emprendido en América y es considerado como uno de los que más éxito ha tenido. Por su parte, Roosevelt hace alarde de su sentido del humor cuando habla de la magnitud del proyecto y dice que si “la CCC es una forma de matar dos pájaros de un tiro, la TVA es una piedra ciudadosamente lanzada que espanta a una bandada entera de pájaros de los árboles”53. La TVA es apoyada por agricultores y pequeños negociantes del valle del río y por el ala izquierda de los New Dealers, quienes, lo ven como el primer experimento de planificación económico-social. El candidato socialista, Norman Thomas, manifiesta que es el más puro ejemplo de socialismo, siendo la primera vez que se aprueba una ley de estas características en los Estados Unidos. Igualmente, algunos autores liberales consideran que la TVA es incuestionablemente una medida socialista, que se basa en la propiedad nacional, social o pública, en oposición al interés particular54.
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“La agricultura en 1933-19134.- Un estudio valioso sobre la situación del mundo agrícola”. El Debate. Madrid. 9 de septiembre de 1934. p. 2. Suplemento Extraordinario.
Citado en Asbell, Bernard, The FDR Memoirs. New York, Doubleday & Co., Inc., 1973, p. 117. Entre los que se puede destacar: Burns, Roosevelt: The Lion and the Fox, p. 179. Degler, Carl N., Out of Our Past: The Force That Shaped Modern America. New York, Harper, 1984, p. 420.
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Otra medida de reforma, aunque de menor trascendencia, es la Emergency Railroad Transportation Act (ley urgente del ferrocarril), que se firma el 16 de junio. Con ella se trata de reformar y revitalizar los ferrocarriles norteamericanos a través de la intervención directa del gobierno federal en los mismos, facilitando la coordinación entre las compañías de tres grandes sectores: este, sur y oeste.
Uno de los cambios fundamentales que introduce la NIRA a través de la NRA es el establecimiento de reglamentaciones en toda la industria. Su fin principal es hacerla más eficaz y productiva. Las grandes compañías, simbolizadas por Henry Ford, así como la banca, presentan un fuerte rechazo hacia la NRA. Sin embargo, posteriormente se va produciendo una paulatina aceptación de los estatutos por parte de las empresas estadounidenses.
MEDIDAS DE RECUPERACIÓN INDUSTRIAL La industria norteamericana también sufre los efectos de la crisis, así pues para revitalizar el sistema industrial de los Estados Unidos Roosevelt presenta la National Industrial Recovery Act (NIRA), (ley para la recuperación industrial nacional), que se aprueba el 16 de junio de 1933. Para poner en práctica esta medida se crea la National Recovery Administration (NRA), (dirección para la recuperación nacional). En la elaboración de esta ley trabajan conjuntamente miembros del gobierno y los máximos representantes de las industrias más importantes a través de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos. La NIRA promueve la cooperación entre estos tres sectores: los empresarios, los trabajadores y el gobierno. Su primer director es el General Hugh S. Johnson. Entre los objetivos de la NIRA están: disminuir el número de obreros desempleados, aumentar el poder adquisitivo de la población y reconstruir la estructura industrial marcando el gobierno las principales líneas de acción: promover la cooperación entre empresas, eliminando la competencia, para estabilizar los precios, y controlar el mercado y la producción. Como consecuencia de estas medidas, la industria estadounidense será sometida al control del Estado. Donald Richberg, director de la NRA a partir de 1934, define así sus objetivos: “Establecer una cooperación democrática para lograr el bien común, a medio camino entre la anarquía de un sistema industrial sin planificar ni regular y la tiranía del control estatal de la industria”. Por su parte, Russell D. Buhite y David W. Levy resumen los objetivos de la NRA diciendo: “estimular la autorregulación industrial a través de los estatutos, reducir el desempleo, asegurar a los trabajadores el derecho a realizar convenios colectivos e iniciar un amplio programa de obras públicas”55. 55
Citado en Adams, David K., “The New Deal and the Vital Center: A Continuing Struggle for Liberalism”. Rosenbaum, Herbert y Bartelme, E. (eds.). FDR, the Man, the Myth, The Era,
En el otoño de 1933, en los sectores conservadores norteamericanos se recrudecen los ataques contra la NIRA, argumentando que el sistema de estatutos no se ajusta a la Constitución. En 1934 ya se habla de reorganizar la NIRA. Finalmente, el día 27 de mayo de 1935, el Tribunal Supremo invalida la NRA por 9-0, con el caso Schechter. Roosevelt muestra su disconformidad con el fallo en la conferencia de prensa del 31 de mayo56. Sobre la NIRA se han pronunciado los historiadores contemporáneos. Jordan A. Schwarz opina que la NIRA es: “an omnibus bill que promete algo a todo el mundo”. Arthur M. Schlesinger, Jr. manifiesta que la NRA da al pueblo americano un tremendo sentido de solidaridad nacional. Asimismo, William E. Leuchtenburg recuerda que la NRA potencia el interés nacional frente al interés privado. Nelson L. Dawson manifiesta que la NRA propicia una planificación conjunta entre el gobierno y los empresarios. Por su parte, Richard H. Pells mantiene que la NIRA y la AAA son: “las joyas del programa de recuperación de Roosevelt”57. La NIRA es una ley muy controvertida, y surgen críticas incluso entre los propios asesores de Roosevelt. Rexford G. Tugwell la censura por no “ir muy lejos”, mientras que Louis D. Brandeis y Felix Franfurter creen que “va demasiado lejos”.También surgen ataques desde el partido republicano, sobre todo por parte del expresidente Herbert C. Hoover, quien asegura que la NRA es el proyecto de monopolio más gigantesco que jamás se ha dado en la historia y denuncia que contiene prácticas fascistas58.
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1882-1945. New York. Greenwood Press. 1987. p. 104. Buhite y Levy, F. D. R’s Fireside Chats, p. 19. La sentencia Schechter enfrenta a la Poultry Corporation con el gobierno de los Estados Unidos. Roosevelt dice que como consecuencia de esta decisión: “we have been relegated to the horse-and-buggy definition of interstate commerce”. Burns, Roosevelt: The Lion and the Fox, p. 185. Leuchtenburg, Franklin D. Roosevelt and the New Deal, p. 69. Pells, Richard H., Radical Visions and American Dreams. New York, Da Capo Press, 1973, p. 83. Dawson, Nelson L., Louis D. Brandeis, Felix Frankfurter and the New Deal. Westport, Archon Books, 1980, p. 64. Schlesinger, Arthur M., Jr., The Age of Roosevelt, 1988, p. 176. Schwarz, Jordan A., The New Dealers. New York, Vintage Books Edition, 1993, p. vi. Hoover, Herbert C., The Memoirs of Herbert Hoover. Vol 3: The Great Depression 1929-
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EL SEGUNDO NEW DEAL: UN GIRO HACIA LA IZQUIERDA
gran apoyo entre las personas mayores de varios estados del oeste, un grupo muy castigado por la depresión, y el Padre Coughlin, “el cura de la radio”, de Detroit, quien utiliza las ondas para extender sus ideas60.
En 1934 se van a producir algunos acontecimientos que van a determinar un cambio de rumbo en la política de Roosevelt. En la segunda mitad de 1934, al mismo tiempo que aumenta el apoyo a Roosevelt, paralelamente van tomando cuerpo las acciones opuestas al New Deal. Una parte de la derecha consigue organizarse, y el 22 de agosto, un grupo de adinerados, cuyo líder es Albert Smith, funda la Liberty League para defender sus intereses, desacreditar al Presidente y atacar sus medidas. Al mismo tiempo, la oposición conservadora encuentra un arma perfecta para poder dirigirla contra la política de Roosevelt, el Tribunal Supremo. Esta institución va a ir poniéndose en contra del Presidente, obstaculizando su política intervencionista hasta llegar a anular las leyes propuestas por su administración. Entre los hechos que van a desarrollarse en 1934, uno de los más significativos es la elección de nuevos miembros para la Cámara de Representantes y para el Senado. En estos comicios legislativos de noviembre los demócratas consiguen un sonado triunfo, recibiendo Roosevelt un tributo a su política de 1933 y fortaleciendo su posición59. Además, al finalizar el año 1934, se registra una confrontación entre el Presidente y el movimiento obrero, provocando desórdenes sociales y un incremento en el número de huelgas. Todo esto va a producir una inclinación hacia la izquierda del New Deal. Al mismo tiempo, Roosevelt recibe críticas desde un ala del propio partido demócrata, que considera que sus medidas políticas no han sido tan revolucionarias como cabía esperar. A mediados de 1935, necesita el apoyo en el Congreso, tanto de los liberales como de los progresistas, para contrarrestar la oposición de los demócratas conservadores hacia algunas de sus leyes. Entre sus principales detractores se encuentran: Robert M. La Follette, quien se presenta como alternativa al candidato demócrata para senador en el estado de Wisconsin en 1934; Upton Sinclair, escritor de ideas socialistas que consigue la nominación para el cargo de gobernador en California, y cuyo plan es conocido como el End Poverty In California (EPIC); el senador Huey Long, gobernador del estado de Louisiana, demagogo populista que quiere crear un tercer partido para disputarle al propio Roosevelt la presidencia, y algunas de cuyas ideas influyen en el Segundo New Deal. Long es finalmente asesinado en septiembre de 1935; el movimiento de Francis E. Townsend encuentra un
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1941. London, Hollis & Carter, 1953, p. 334. En la historiografía posterior se analiza el significado de estas elecciones. El autor conservador Robinson, They Voted for Roosevelt, p. 25, recuerda que pocos presidentes han tenido tanto apoyo del Congreso durante su legislatura, como lo tuvo Roosevelt.
La campaña contra Roosevelt se agudiza en 1935, alcanzando el punto más álgido el 27 de mayo de 1935 cuando el Tribunal Supremo invalida la NIRA. Según James M. Burns, en junio de 1935, se produce un “momento crucial”, a partir del cual la política de Roosevelt se inclina hacia la izquierda y comienza el llamado Segundo New Deal61. Durante el Segundo New Deal, un período comprendido entre los meses de junio y agosto de 1935 es conocido como los Segundos Cien Días. En él se aprueban, preferentemente, leyes laborales, sociales y económicas, cuyos artífices son: Benjamin V. Cohen, judio, y Thomas G. Corcoran, católico irlandés. Toda la legislación de esta etapa tiene una línea mucho más progresista que la de los Primeros Cien Días, aunque algunos autores consideran que su política es de centro-izquierda62. Entre los objetivos del Segundo New Deal están: eliminar la colaboración del gobierno con las grandes empresas, y elaborar leyes anti-trust, oponiéndose al control privado del mercado. Para los que apoyan este período es volver a los principios del reformismo liberal norteamericano, traicionado por la política de los años 1933 y 1934. Sin embargo, esta nueva tendencia también tiene sus detractores. El New Dealer, Rexford G. Tuxwell, considera que es una regresión, un paso hacia atrás en la política americana63. En la prensa española de izquierdas se destaca entre los objetivos del segundo New Deal la idea de seguridad: “realizar un plan americano para el pueblo americano y dar cima a estos tres objetivos fundamentales que él llama de seguridad: primero: seguridad de subsistencia; segundo: seguridad contra los
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Sobre estos detractores tratan estos autores: Brinkley, Alan, Voices of Protest. Huey Long, Father Coughlin & The Great Depression. New York, Alfred A Knopf, Inc., 1996. Neuberger, Richard L. y Kelley, Lee, An Army of the Aged: A History and analysis of the Townsend Old Age Pension Plan. New York, Da Capo Press, 1973. Carpenter, Ronald H., Father Charles E. Coughlin: Surrogate Spokesman for the Disaffected. Westport, Greenwood, 1998. Burns, Roosevelt: The Lion and The Fox, p. 224. Leuchtenburg, William E., “Why Candidates Still Use FDR as Their Measure”, pp. 43-44, alude a la incorporación de personas que pertenecen a otros grupos, tales como católicos y judíos en el círculo de Roosevelt. Antes del New Deal el equipo presidencial estaba formado solamente por White, Anglo-Saxon Protestants, (WASP). Entre estos autores está Sargent, James E. Roosevelt and the Hundred Days. Struggle for the Early New Deal. New York: Garland Publishing, Inc., 1981, p. 277. Citado en Major, John. The New Deal. London, Longman, 1968, p. 79.
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riesgos, y tercero: seguridad de albergues decorosos”. Se elogia esta nueva política, tratando de contrarrestar las críticas:
rales que estaban contempladas en la NRA y que dejan de aplicarse con la sentencia del Tribunal Supremo sobre la NIRA, son recogidas en la NLRA.
“Si se tiene en cuenta el desarrollo extraordinario de los negocios, la enorme concentración de poder y recursos en las grandes corporaciones industriales y financieras, y la multiplicación de las ganacias, que se empezó a sentir poco después de haber iniciado Mr. Roosevelt su programa de reforma, se comprenderá lo injusto de la campaña desencadenada contra el Presidente y la razón que le asiste en adoptar medidas que aseguren el bienestar de la inmensa mayoría de la población del país, seriamente amenazada como consecuencia de la reciente disposición del Tribunal Supremo”64. Sin duda, una de las leyes más significativas del Segundo New Deal es la National Labor Relations Act (NLRA), (ley nacional de relaciones laborales), conocida como la Wagner Act, (ley Wagner), que se aprueba el 5 de julio de 1935. Esta medida es avalada por el senador demócrata de Nueva York Robert F. Wagner del que toma su nombre. Esta ley es una Carta Magna para los sindicatos, concediendo a los trabajadores el derecho de organizarse en sindicatos, al mismo tiempo que pretende favorecer las relaciones de diálogo entre obreros y empresarios. Para desarrollar esta medida legislativa se crea el National Labor Relations Board (NLRB), (cámara nacional de relaciones laborales), que llega a desempeñar un papel mediador en la negociación y aplicación de los convenios colectivos y en las elecciones sindicales65. El propio Presidente resume los objetivos de la ley Wagner: “una mejor relación entre el trabajador y la dirección es el principal propósito de esta ley. Asegura a los empleados el derecho a firmar convenios colectivos y favorece el establecimiento de contratos de trabajo razonables y justos”66. Por otra parte, esta ley sirve como vehículo para superar el revés del dictamen del Tribunal Supremo contra la NIRA, puesto que una gran parte de las previsiones labo-
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“La política norteamericana.- Nueva versión del New Deal”. El Sol. Madrid, 23 de junio de 1935. p. 8. Rosen, Elliot A., “Roosevelt, The Brain Trust, and the Origins of the New Deal”. ������ Rosenbaum, Herbert D. y Bartelme, Elizabeth, (eds.). F. D. Roosevelt, The Man, The Myth, The Era, 1882-1945. New York. Greenwood Press. 1987. p. 160, historiador coetáneo de Roosevelt, opina que el Segundo New Deal es: “when the business-government cooperation failed, government assumed an enlarged role, as in the Wagner Act, with the creation of a powerful National Labor Relations Board”. Rosenman, Working with Roosevelt, p. 294.
Sin embargo, la ley de ayuda social por excelencia de este período es la Social Security Act, firmada por Roosevelt el día 14 de agosto de 1935, sobre la que dice el mismo día de su aprobación: “Esta ley... representa la piedra angular en una estructura que se está construyendo pero que no está completa... Es, en pocas palabras, una ley que cubre las necesidades humanas al mismo tiempo que proporciona a los Estados Unidos una firme estructura económica”67. Para desarrollar la ley de Seguridad Social se crea el Social Security Board. Esta medida es costeada por contribuciones, tanto de los obreros como de los patronos, aunque encontrando una fuerte oposición en el mundo empresarial. Frances Perkins, Secretaria de Trabajo, afirma que Roosevelt trata con esta ley de dar seguridad a todos los americanos “desde la cuna hasta la tumba”. En cambio, en la realidad no llega a proteger a toda la población, dejando desatendidos, entre otros, a los trabajadores del campo, por lo que recibe algunas críticas68. Para completar el programa de ayudas, en julio de 1935 se crea el organismo federal Works Progress Administration, (WPA), (dirección de seguimiento de obras), cuya finalidad es establecer un sistema de ayudas a los desempleados desde el gobierno federal. En agosto de 1935 se aprueban los dos proyectos económicos más representativos del Segundo New Deal. El primero es la Public Utility Holding Company Act, (ley de las compañías tenedoras de valores de servicios públicos), que se firma el 28 de agosto. Es elaborada por Benjamin V. Cohen y Thomas G. Corcoran en colaboración con el líder demócrata de la Cámara, Sam Rayburn, de Texas. Esta medida reestructura la industria de la energía eléctrica, y crea un marco mixto donde colabora el sector público, el privado y el cooperativista. Ésta es una de las leyes a las que se oponen los demócratas conservadores69, y Roosevelt para verla aprobada va a necesitar todo el apoyo de los sectores más progresistas en el Congreso70.
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Citado en Ibíd., p. 324. Perkins, The Rooseveelt I Knew, p. 229. Pells, Radical Visions and American Dreams, p. 86. Durante la presidencia de Franklin D. Rosoevelt dentro del Partido Demócrata existía un grupo de congreistas que representaban a los estados del sur que se caracterizaba por sus ideas conservadoras y en varias ocasiones se alinearon con los representantes del Partido Republicano para frenar su política reformista. Con la aprobación de esta ley, Roosevelt responde a las expectativas creadas en su discurso de Portland, Oregon, el 21 de septiembre de 1932, durante su campaña electoral,
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“El pueblo cree que un nuevo orden ha llegado... es imposible volver las cosas al estado en que se encontraban antes de iniciarse el New Deal... si la política de Roosevelt no existiera, habría que inventarla, y que esa política cuajada en sistema, se ha convertido en dirección permanente del Estado norteamericano”71.
El New Deal necesita recursos económicos a gran escala para acometer las reformas laborales y sociales que se están trazando. Así pues, en 1935 el gobierno elabora unas medidas fiscales para conseguir la financiación a través de los impuestos. La segunda ley económica se aprueba el 30 de agosto y es conocida como la Wealth Tax Act o Revenue Act, (ley de impuesto sobre la renta).
CONCLUSIONES En este trabajo hemos ido constatando que el New Deal es uno de los períodos más controvertidos de la historia de los Estados Unidos. La mayoría de los historiadores, al igual que la prensa más representativa coetánea, tanto europea como americana, se han pronunciado, de uno u otro modo, sobre las medidas políticas que establece el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt. El conjunto de reformas legislativas del New Deal es un claro intento de Roosevelt de planificar y dirigir todos los sectores de la economía estadounidense con el claro objetivo de sacar al país de la Depresión. Estas iniciativas políticas promovidas por la administración demócrata propician el abandono del liberalismo por parte de Estados Unidos, produciendo un aumento sin precedentes del intervencionismo del gobierno estatal en la economía. La legislación reformista del New Deal, siempre ha sido objeto de debate, a veces se defiende y otras veces se arremete contra ella, dependiendo de la ideología del autor del comentario. En los círculos de izquierda se apoya abiertamente la política de Roosevelt, a la que se considera democrática, mientras que en los sectores conservadores se le considera como un “dictador” o “fascista”, y en sus propuestas legislativas se ve un cierto sesgo totalitarista. Para concluir, utilizaremos las palabras de Daniel Fusfeld en las que afirma que el New Deal es un “viraje decisivo” en la historia estadounidense del siglo XX, y si el Secretario de Interior del gabinete de Roosevelt, Harold L. Ickes, afirmó con gran entusiasmo y admiración: “It’s more than a New Deal, It’s a New World”, el diario liberal de izquierda español, La Libertad, ya lanzó esta idea en noviembre de 1934 al manifestar:
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al afirmar: “I favor giving the people this right (to operate its own power business) where and when it is essential to protect them against inefficient service or exhorbitant charges... I promise you this: never shall the federal government part with its sovereignty or with its control over the power resources, while I am President of the United States”. Citado en King, The Conservation Fight: From Theodore Roosevelt to the TVA, p. 262.
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“Un nuevo orden de cosas permanente.- La hostilidad contra el capital y el “New Deal”. La Libertad. Madrid. 22 de noviembre de 1934. p. 12.
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[Recibido el 24 de abril de 2013 y Aceptado el 12 de septiembre de 2013]
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The ageing of modern societies: Crisis or opportunity? – Patricia Thane / 333 HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 2 - 2013 [333-349]
THE AGEING OF MODERN SOCIETIES: CRISIS OR OPPORTUNITY?* EL ENVEJECIMIENTO DE LAS SOCIEDADES MODERNAS: ¿CRISIS U OPORTUNIDAD?
Patricia Thane King’s College of London, Reino Unido pat.thane@kcl.ac.uk
Abstract In all modern societies more people are living to later ages. This is widely seen as a crisis, imposing an increasing burden of costs due to the needs of older people for health and social care and pensions. This paper suggests a more optimistic perspective. It points out that in most higher income countries people are living longer but are also healthy and active later in life than ever before. The costs they impose on health services can be overstated. Consequently increasing numbers of them work, for pay or voluntarily, caring for others and reducing the public cost of services. It is often asserted that families care for older people less than in the past. This is also questionable. In the past, due to high death rates at younger ages, poverty and high migration rates, older people often did not have family support available. Now due to longer life expectancy, higher living standards and modern technology, older people may receive more family support than in the past. Later life is sad for many people. It always has been. But not for all. The older age group is highly diverse. Keywords: Old age, ageing, health, diversity, work.
Resumen En todas las sociedades modernas más personas alcanzan mayores edades. Esto es visto como una crisis, como la imposición de una carga cada vez mayor de los costos debido a las necesidades de las personas mayores para la salud y la asistencia social y las pensiones. En este trabajo se propone una perspectiva más optimista. Señala que en la mayoría de
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Revised versión of a lecture given at the Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2 September 2013. This lectura was posible thanks to the Fondecyt projetc Nr. 11110008 directed by Dr. Claudio Llanos R.
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los países de ingresos altos las personas están viviendo más tiempo, pero también son saludables y más activos en la vida que nunca. Los costos que imponen a los servicios de salud pueden ser exagerados. En consecuencia un número creciente de ellos trabajan, en forma remunerada o voluntaria, en el cuidado de los demás y reducen así el gasto público de los servicios. A menudo se afirma que las familias dedican menos atención a las personas mayores que en el pasado. Esto también es cuestionable. En el pasado, debido a las altas tasas de mortalidad en las edades más jóvenes, la pobreza y las altas tasas de migración, las personas mayores a menudo no contaban con apoyo familiar. Ahora, debido a la mayor esperanza de vida, nivel de vida y la tecnología moderna, las personas mayores pueden recibir más apoyo de la familia que en el pasado. La vejez es triste para muchas personas. Siempre lo ha sido. Pero no para todos. El grupo de mayor edad es muy diverso. Palabras clave: La vejez, el envejecimiento, la salud, la diversidad, el trabajo.
INTRODUCTION: RISING NUMBERS OF OLDER PEOPLE All higher income countries are growing older. People are living longer and an increasing proportion of these countries’ populations are in older age groups, aged above 60. More people are living to be very old, past 80, even past 100. In Britain there are now around 12,000 people aged over 100, compared with only 2,600 in 1981. In Japan, the country with a higher proportion of older people than any other, there are now over 51,000 people past 100, compared with 153 when records began in 19631. In both countries most of these centenarians are women: in Britain about 10,000 are female, less than 2000 male2. Almost everywhere women outlive men, and long have, so populations of older people are predominantly female3. These growing numbers, and proportions, of older people are often seen as a source of crisis, as a ‘burden’ of helpless, unproductive older people on the finances of the state and of the younger generation, who must pay the growing costs of their health and social care and pensions, a ‘burden’ which can only grow in future. I will discuss whether the impact of the ageing population is
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really so negative and the future so bleak. I illustrate my arguments mainly with reference to Britain, which I know best, but I hope they will be of some relevance to Chile; and I will look at the present situation in a long-run historical perspective, since I am a historian. I believe this can be helpful because there are widespread, mistaken assumptions about change over time. There are similarities between Chile and Britain. According to UN figures, life expectancy at birth in Chile is now 75.5 for men, 81.5 for women. In UK it is 77.2 years for men, 81.6 for women – very similar4. In both countries women live longer. These average figures in Britain, and I assume also in Chile, disguise big socioeconomic differences. Men born in a rich part of London, Kensington, have life expectancy of 88 years at birth; men born in the poorer district of Tottenham can expect on average to live only 71 years – a big difference5. In both districts women on average live longer, but there is a similar gap. The percentage of people over age 60 is about 13 in Chile, in Britain about 20. This is partly because the birth-rate in Chile has been higher and there are more young people. However the proportion of older people in Britain has grown more slowly over the past 10 years than was previously projected because in 2001 the birth-rate, which had been very low since the late 1960s, unexpectedly turned around and has remained at higher levels ever since. Britain is no longer one of the oldest, fastest ageing populations in Europe, as once appeared, but now has a more balanced population structure than several other west European countries6. One reason for the international panic about the ageing of populations has been the fact of falling birth-rates in many countries and the belief that this is a permanent feature of modern populations, which is occurring at the same time as people are living longer, creating societies with fewer younger people and more older ones. Yet this is not the case in Britain or Sweden, Belgium or some smaller European countries where the birth-rate has been rising again in recent years, for reasons that are not clear. In 2012 Britain’s birth-rate was at its highest since 1973 and the highest in the European Union. This is partly due to immigration- which itself increases the numbers of younger people in the population- and young female immigrants having children, but equally to the fact
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that British women are starting families at later ages than ever before, from their mid 30s, then many of them are going on to have two or three children7. It is wise always to be cautious about population predictions. They are often wrong, generally because birth-rates are hard to predict. There is a history of this is Britain. The birth-rate first fell in a sustained way from the 1870s to 1930s, when it reached unprecedented low levels. This caused a panic, like that of the moment, in many European countries about the ageing of the population and the unbearable costs of health care and pensions that would result, though it also produced useful research in Britain on the potential of older people to remain at work and contributing to the economy8. It was assumed in the 1930s that the low birth-rate was permanent and there were gloomy projections that by the 1970s the British population would be quite small and aged. In fact the birth-rate rose again, quite fast, from the early 1940s to the late 1960s, the socalled ‘baby-boom’. Everyone then forgot the gloom and assumed that the birth-rate would remain high forever. Until it fell again from the late 1960s. Then the government and everyone else again failed to learn from past mistakes and assumed that births would remain low for ever and made policy accordinglyuntil the birth-rate turned around in 2001 and they were wrong again. Now we have too few midwives and school places in Britain due to planning based on these mistaken assumptions, though now, at last, the government wisely plans for a variety of future population scenarios. The British population is still ageing, but more slowly than was once expected and there are more younger people growing up than was expected. The population of Chile has aged faster than that of Britain and other countries which industrialized earlier. In 1960 only 7.5% of the Chilean population was over 60 according to UN figures, compared with 17% in UK. By 1990 the Chilean percentage aged over 60 was 9, the British percentage 20.79. Since then the percentage of older people in Britain has remained stable at 20, while the over 60 percentage in Chile has risen to 14.9 among females, 12.1 among males10. Britain has had longer than Chile to prepare for an ageing population, though this does not mean that we have done it well.
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HEALTHY LIFE EXPECTANCY It is often thought that when people reach their 60s they become much weaker, less useful to society, greater burdens. Some do, but very many do not- as we can see if we look around us. Certainly in Britain, I do not know the Chilean statistics, not only are people living longer, they are remaining fit and healthy until later in life. It was calculated in 2006 that when they reached age 65, men on average could expect healthy life for 13 more years, to age 78, women until age 80. Men and women could then expect to live on average a further five years, in less good health11 . This suggests that there are a lot of fit and active people in their 60s, 70s and even beyond. Healthy life expectancy has increased further in Britain since 2006. The figures for life expectancy at age 65 in Britain are higher than the average life expectancy figures I gave earlier because these were statistics of life expectancy at birth and some people die before age 65, reducing average expectancy at birth, though by much less than in the past. It is often believed that until the recent past very few people survived to be old. This is because they look at past statistics of life expectancy at birth which show, for example, that in Britain in 1891 on average at birth men could expect to live only to age 48, women to age 5412. But this does not mean that most men died around age 48 and women at 54. At this time, and in all previous historical times, in most countries, death rates of very young children were very high. This of course reduced average life expectancy at birth. Those who survived the dangerous early years of life had a good chance of living to later ages. In England and France even in the 17th and 18th centuries about 10% of the population was aged 60 or above13. People have survived to old age in most times and places so far as we can tell. Historians estimate, cautiously, that even in ancient Rome about 6-8 % of the population were aged over 6014. Of course, all the contemporary numbers are averages and not everyone remains fit and healthy in later life. Many older people are frail and need medical care in their later years, but the costly ‘burden’ of their medical care can be exaggerated. Older people are a high proportion of those seeking medical
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care now compared with past times. This is partly because younger people are much healthier and need less care than in the past, which is good news. Over time, sickness and death has come to be concentrated, or ‘compressed’ into the later years of life instead of spread throughout life as in past centuries15. Also it is too easy to blame the ageing population for the increasing costs of medical care, which may owe more to the rising costs of technology, pharma-
increasing the costs of caring for them and the ‘burden’ they impose on others. State pensions are not being cut, but they are not increasing in line with prices and British state pensions have never provided an income adequate to live on. Again, this is likely to have adverse effects on the health of older people who are less able to afford good food or heating. Also the larger pensions many workers receive from their employers, including from the government for state
ceuticals and medical staff. It has been calculated that the proportion of the increase in annual spending in the British National Health Service that is due to population ageing is only 1.5%16.
employees, are being reduced19.
Increased health care costs due to the ageing population are perhaps less than they might be in Britain due to discrimination against older people in the health care system. This has always existed in Britain and there is strong evidence that it continues. For example, annual screening against breast cancer is automatically available free of charge for all women up to age 70, then it stops despite the fact that breast cancer is more common after age 70. A survey for the British government Department of Health in 2009 found that people over 65 received poorer care after suffering a stroke than younger victims17. These are not exceptional examples, as statements by groups of prominent doctors confirm18. Discrimination and poor care is especially evident in psychiatric services for older people. At present, ‘austerity’ measures by the present British government are leading to severe cuts in health and social services. Again there is evidence that services for older people are being cut particularly hard. Cuts to budgets for residential care for older people are leading to repeated reports of neglect and very poor treatment in care homes and hospitals which are under-staffed by underpaid, under-qualified people. Cuts to the health service
It is sometimes argued that the state has to take too great a burden of care for older people because families fail to do so; that in ‘the past’ families cared for the older generation, but in the fast-moving modern world they neglect them and get on with their selfish, busy lives. But in ‘the past’, at all times before the mid twentieth century, older people very often were not looked after by their adult children, sometimes because they had no children (in Britain many people did not marry; others were infertile) or their children had died. It is estimated that in 16th and 17th century England, one-third of women who reached aged 65 had no surviving children; by the late 18th century the proportion was about 20%20. When children survived they were often very poor themselves and could give limited support, though there is every sign that they did as much as they could. Also young people have always migrated away from home in search of work. Another mistaken myth is that pre-industrial European communities were static, people living out their lives in one place. Migration was always common in pre-industrial Europe. If children migrated even to the other end of the country at a time when many people were illiterate and communications were poor, or in the nineteenth century if they were among the many hundreds of thousands who emigrated across the world to Australia, New Zealand, Canada, South America, it was very hard for the generations to keep in touch, though adult children, like migrants everywhere, sent money when they could to their parents from these faraway countries21.
budget are leading health authorities to cut back on operations for conditions which are not ‘life-threatening’. These include such conditions as cataracts of the eyes and replacement of painful hip and knee joints. These mainly affect older people. Of course they will not die of poor eyesight and painful joints, but their capacity for independence and keeping fit will be severely impaired,
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FAMILY CARE OF OLDER PEOPLE
In today’s Britain almost every older person has at least one surviving adult child and there is strong evidence that the generations keep in close touch in most families. Most older people in Britain have at least one close relative li19
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ving at an easy distance from their home. Modern technology- motor vehicles, aircraft, telephone, the internet- enables the generations to keep in contact in unprecedented ways over large distances and to be together when necessary. There is every sign that most families do care for their aged relatives for as long as they can and place them in hospitals and care homes only very reluctantly and when they can no longer look after them at home because they need skilled care. Modern medicine keeps frail people alive longer than in the past and more older people spend their last years suffering from Alzheimer’s disease and other conditions with which families cannot easily cope. British families probably provide more care today than at any time in history, but there are limits to what they can do to support very frail older people22. It is sometimes thought that the ‘fact’ that older people are neglected by their families is proven by the evidence that so many of them live alone. It is true that many older people live alone in Britain: about 50% of women over 60, 25% of men23. Some of these indeed report that they are lonely. This is especially so of men who, if they have never married or are widowed or divorced are likely to have fewer social contacts than older women. Women keep in closer contact with their children and other relatives and have more close friendships24. Loneliness is greatest among those who lack family and friends. This has always been so. Living alone, in itself, does not necessarily mean that people are lonely. More older people can afford to live alone than in the past, due to higher incomes. Many older people report that they prefer to live independently for as long as they can because this keeps them fit and active- as it does- and they wish to move to live with relatives only when they become too frail to cope on their own25. The do not want to be dependent on their families. This attitude has a long tradition in Britain: for centuries older people have said that they prefer to remain independent for as long as possible. Indeed in medieval Europe folk stories in many countries, far from expecting older people to live with their
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The ageing of modern societies: Crisis or opportunity? – Patricia Thane / 341
adult children, warned them of the dangers of doing so: the children might take all their property and then neglect them26. We should be wary of assuming that, even when older people live with the younger generation, they are necessarily well cared for. There have been alarming reports from Japan, where it has been traditional for older people to live with the family of their eldest son, of quite serious neglect and abuse of the older people27. This can happen especially where it assumed that the family rather than the state should provide most of the care. Families need support from health and social services if they are to look after frail older people, which, as discussed earlier, can be very difficult and needs skilled support. Such support has been available in Britain, though it is now being eroded by ‘austerity’ measures.
THE DIVERSITY OF LATER LIFE It is important to be aware that the older age group, aged past 60 or 65, is very diverse. It is common to talk of ‘old people’ as though they are all the same. But, everywhere, ‘old age’ stretches from people in their 60s to those past 100. This age group includes some of the very fit –people who run marathons in their 80s- and the very frail, the very poor and excluded and the rich and powerful: Queen Elizabeth 2 in Britain is still active, and very rich, at age 87, as is media mogul Rupert Murdoch, also in his 80s. A high proportion of older people in Britain are very poor, surviving on the low state pension and other state benefits, which are currently being cut. Poverty is greatest among older women, especially if they are widowed. Women are less likely than men to have an employer pension in addition to the state pension. If they do, it is generally lower that that of most men because many women work fewer years and for lower pay than men and these are the elements which determine the level of employer pensions. For the same reasons most women have lower savings in later life28. This diversity in old age is nothing new: even in ancient Europe, while there
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Thane, Old Age, pp. 73-74; Shahar, Shulamith, Growing Old in the Middle Ages. London, Routledge, 1997, p 94. Hayashi, Mayumi, The Care of Older People: England and Japan, A Comparative Study. London, Pickering and Chatto, 2013, p. 63. Thane, Pat,‘The “scandal” of women’s pensions in Britain: how did it come about?’, pp. 7790; Ginn, Jay, ‘Gender Inequalities: Sidelines in British Pensions Policy’, pp. 91-111; Hollis, Patricia, ‘How to address gender inequality in British pensions’, pp. 112-124. In: Pemberton, Hugh, Thane, Pat and Whiteside, Noel (eds.). Britain’s Pensions Crisis. History and Policy. Oxford, OUP/British Academy, 2006.
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were very many very poor older people, there were active affluent older people. In ancient Europe, Sophocles wrote his last play at around age 90, Euripides was still writing plays at around age 80, Plato completed The Laws around age 8129. The Venetian, Enrico Dandolo, led his countrymen on the Fourth Crusade in 1204, which ended in the conquest of Constantinople, when he was 9730. These may have been exceptions in their day, but there are even more exceptions now and they illustrate the great diversity of later life. Mick Jagger and the Rolling Stones are still capering around stages across the world, singing to vast crowds, in their 70s, and they have not led the abstemious lives normally recommended as the path to a fit, active old age.
OLDER PEOPLE, WORK AND RETIREMENT. The many people who are now fit and active in their 60s, 70s and even beyond means that, far from being dependent burdens, many of them make a positive contribution to their economy and society, which is often underestimated. This is well documented in Britain where more people are now staying in work past what has been the normal retirement age of 65. It is a strange feature of recent British history that over several decades in which people were living longer and staying healthy to later ages than ever before, they retired from work at earlier ages than ever before. It is only since the Second World War that, in Britain and many other European countries, retirement at a fixed age, around 60 or 65, has become normal for almost all workers. Before that it was normal for public servants and managerial and white-collar workers to retire on a pension at 60 or 65, but not for manual workers, who worked for as long as they were able because they had no, or very low, pensions. This changed after World War 2 when pensions generally improved31. In Britain the average male retirement age in the UK fell to 63 by 1990. There were similar changes elsewhere in Europe32. Male retirement ages fell especially fast in the 1980s, among manual workers because of the decline in manufacturing industry. Also managerial staff were retired at earlier ages because employers wanted to reduce costs in a recession by losing their more expensive older33. In Britain the average male
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Finley, Moses, ‘The Elderly in Classical Antiquity’. Ageing and Society. Vol. 4. Issue 4. 1984. pp. 391-408. Shahar, Growing Old, p. 117 Thane, Old Age, pp. 385-406. Kohli, Martin, Rein, Martin, Guillemard, Anne Marie and van Gunsteren, Herma (eds.), Time for Retirement. Comparative studies of early exit from the workforce. Cambridge, Cambridge University Press, 1991. UK government Pensions Commission, Pensions, Challenges and Choices. London, The Stationery Office, (First Report) 2004, pp. 41-44.
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retirement age then rose to 64.5 in 2011 and is still rising, as, more slowly, is that of women. Retirement trends turned around from the mid 1990s, partly because economic recovery led to fewer redundancies and some re-entry to employment by people in their 50s and above. Also, companies were less willing to provide generous pension packages to better paid workers as surpluses in their pension funds dwindled. Some employers began to recognise that they had lost valuable skills by paying off experienced senior workers, and that the potential shortage of younger workers due to the fall in the birth-rate required them to keep older workers, even to raise retirement ages. They became somewhat more willing to employ older workers, having previously believed- often mistakenly - that younger workers were better, more energetic, better able to cope with modern technology. The belief that older people are inefficient workers who cannot learn new skills has been widely believed. But there has been good evidence since the 1930s that people can learn new skills to late ages, if they are offered training, which often, due to prejudice, they are not. Also that they are generally reliable workers, taking less time off than younger workers, and their accumulated lifetime experience is valuable in itself in many occupations. Especially now that more work is sedentary, rather than heavy manual labour, opportunities for older workers should be improving34. Labour governments in Britain between 1997 and 2010 actively encouraged and advised over-50s into work because they thought it desirable for them to work in view of the ageing population, and as a means to cut the cost of pensions and welfare benefits. Also, they were under growing pressure from older people themselves, who began to organize and campaign to remain in employment, forming organizations such as the Third Age Employment Network. (TAEN), now the Age and Employment Network35. Another feature of the increasing physical and mental fitness of many of the older generation is that they have become more organized and militant, particularly in opposing all forms of discrimination. After all, the militant generation of 1968 is now growing older and many of them are still militant. They have helped to bring about, and have been helped by, legislation outlawing -age discrimination introduced by the European Union. This law has been adopted with varying de-
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Thane,‘The debate on the declining birth rate’; Bass, Scott A. (ed.), Older and Active. How Americans over 55 are Contributing to Society. New Haven, Yale University Press, 1995. The Age and Employment Newtwork, www.taen.org.uk
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grees of enthusiasm by the member countries. In Britain since 2011 employers can no longer force employees to retire at a fixed age unless they can prove that they are unfit for the work. In France, by contrast the retirement age is still very rigid, for example universities still will not employ anyone, even for a short time, above age 65. The economic crisis from 2008 did not, by 2011, increase the numbers of older unemployed people as previous recessions had done and steadily increasing numbers of people are staying at work past age 65. This is often because they still feel active, enjoy their work and want to go on working, though the growing numbers also has much to do with deteriorating private sector pensions and, especially from 2008, falling interest rates on savings, combined with the (very gradual) impact of age discrimination legislation and, as already suggested , the growing willingness of employers to keep them on. So, older people make an increasing contribution to the British economy through paid work and the taxes they pay.
OLDER PEOPLES’ VOLUNTARY WORK Also important, and generally overlooked, are the unpaid contributions of older people to society and the economy. A survey in Britain in 2011 revealed that people over 65 are a substantial proportion of volunteers, formally, through voluntary organisations, which are important providers of various forms of welfare in Britain, working closely with state welfare agencies. About 30 per cent of over 60s volunteer regularly36. Growing numbers of retired people work with overseas charities in low-income countries as nurses, doctors, teachers, giving training in office skills and how to start businesses, advising on improving water supplies, with skills and experience to offer which is vastly greater than that of many younger people. The large international NGO, Voluntary Service Overseas (VSO), was set up in 1956 to provide opportunities for young people to volunteer in poorer countries for a year or so after leaving university. Now, an important resource is the growing number of fit, active retired people. In 2008 28 per cent of VSO volunteers were aged 50 or above, compared with 3 per cent twenty years before37. Also older people give voluntary help informally, assisting relatives, friends
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and neighbours, many of them also retired38. And, of course, very many older women care for their frail husbands and for disabled adult children, saving the state welfare services a considerable sum. In 2010-11, according to a government survey, 65 per cent of people over 65 regularly helped neighbours of similar age or older and were the most likely age group to do so; 30 per cent helped neighbours aged under 65. 49 per cent looked after young children, including their grandchildren39. The value of formal volunteering by older people is estimated at £10 billion p.a. saved to the budget of public social services; the value of informal social care at £34 billion40. Increasing numbers of grandparents help younger people in employment by caring for grandchildren, sometimes retiring from paid work themselves to do so. 1 in 3 working mothers rely on grandparents for childcare, 1 in 4 of all working families. 43 per cent of children under 5 whose mothers are employed are looked after by grandparents, 42 per cent aged 5 –10 after school, when sick and in school holidays. The value of this childcare contribution is estimated at £3.9 billion pa. Four in 10 parents say they are more likely to turn to grandparents for help with childcare during recessions, such as the current one, in order to save money and due to the growing costs and falling numbers of nursery places, largely outcomes of government cuts in public spending. Grandparental care is most common in poorer families but not exclusive to them41 and is probably increasing among middle class families as they feel the impact of recession. Forty percent of grandparental care is provided by grandfathers42. Whether such care is more or less common than in the past we do not know because there are no reliable, long-run statistics. It is certainly not new. Older people have always given support in various forms to their families and communities as well as taking it; grandparents have always looked after grandchildren when the two generations were alive together, which is more common now than ever before. Far from lavishing their money on their own pleasures, as much current rhetoric in Britain about ‘intergenerational inequity’ and the privileged position of ‘baby boomers’ compared with the younger generation, would have it, those
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UK government Citizenship Surveys 2001-2011, www.communities.gov.uk/publications/ Citizenshipsurvey. Personal communication from CEO of VSO, 2010.
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who have income to spare, as many do not, share it with their younger relatives. 31 per cent of British grandparents save to help grandchildren buy a home; 16 per cent in their 60s and one-third in their 70s give financial support to grandchildren, including to pay school and university fees, and, increasingly in the recession, to their children43. It is only when grandparents reach age 75 or older that they are more likely to receive than to give financial and practical
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help to younger people44. Nor is this new: historically, older people have been always givers as well as receivers of care and financial help45.
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Overall, over 65s are estimated to make a net contribution to the UK economy of £40b, after deduction of the costs of pensions, welfare and health care costs, through tax payments, spending power, donations to charities (£10 million per annum) and volunteering46.
Ginn, Jay, ‘Gender Inequalities: Sidelines in British Pensions Policy’. Pemberton, Hugh, Thane, Pat and Whiteside, Noel (eds.). Britain’s Pensions Crisis. History and Policy. Oxford, OUP/British Academy, 2006.
CONCLUSION Older people are much less of a ‘burden’, dragging down the economy through the net costs they impose, than is conventionally believed, indeed quite the opposite: as an age group, they more than pay their way. It is commonplace to look back to a mythical ‘golden age’ when life was better for older people than now. In most higher income countries it is reasonable to argue that the golden age is now.
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[Enviada y revisada por la autora el 18 de octubre de 2013]
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Industria Agroalimentaria y Agroindustria Hortofruticola en Chile – Luis A. Valenzuela Silva / 351 HISTORIA 396 ISSN 0719-0719 Nº 2 - 2013 [351-377]
INDUSTRIA AGROALIMENTARIA Y AGROINDUSTRIA HORTOFRUTÍCOLA EN CHILE HASTA 1930: ANTECEDENTES PARA UNA CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA* AGRI-FOOD INDUSTRY AND AGRO-INDUSTRY BASED ON FRUIT AND VEGETABLES IN CHILE UP TO 1930: ANTECEDENTS FOR A HISTORICAL CONSTRUCTION
Luis A. Valenzuela Silva / Roberto C. Contreras Marin
Universidad Tecnológica Metropolitana, Chile luis.valenzuela@utem.cl / roberto.contreras@utem.cl.
Resumen El objetivo de este trabajo es detectar, recopilar y sistematizar aquellos antecedentes históricos del proceso de industrialización chilena que permitan configurar el desarrollo y cronología de la industria agroalimentaria y agroindustria hortofrutícola hasta 1930. Un aporte relacionado es la generación de un catastro de empresas fundadas antes de la crisis de 1929, muchas de las cuales permanecieron en el tiempo por el empuje de los inmigrantes europeos llegados al país. Hay fundamentos y evidencia para concluir que las décadas de 1840-1850 la industria agroalimentaria llegó a ser una actividad económica claramente perceptible, particularmente la producción de harina, fideos, aceite comestible y galletas. Por otra parte, los frutos secos se remontan a la época de la Colonia, con exportaciones a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX. La conservación de alimentos vía calentamiento y salmuerado emergió tempranamente en Chile, pero la conservería de frutas y hortalizas en tarros de hojalata y a escala
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Este artículo forma parte del Proyecto de Investigación FAE-UTEM 2011/13 “La Agroindustria Hortofrutícola de Hoy y de Ayer”, del Departamento de Economía, Recursos Naturales y Comercio Internacional de la Universidad Tecnológica Metropolitana. Agradecemos a los participantes del Primer Congreso Chileno de Historia Económica, organizado por el Departamento de Humanidades de la Universidad Andrés Bello y la Asociación Chilena de Historia Económica (ACHHE), en septiembre de 2011, ciudad de Viña del Mar, por sus comentarios y sugerencias a una versión preliminar del mismo. La versión final fue presentada en el XVIII Congreso de Economistas Agrarios de Chile, 17 de octubre de 2013, en Termas de Chillán, Región del BíoBío. No obstante, los errores u omisiones son de exclusiva responsabilidad nuestra.
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industrial surge recién a inicios del siglo XX. Los jugos concentrados de frutas y hortalizas son un fenómeno moderno, aunque algunas iniciativas para producir jugos naturales se encuentran también a comienzos de este siglo. La agroindustria hortofrutícola nació y se desarrolló al alero de la industria agroalimentaria y de sus avances tecnológicos, conformando una industria sustituidora de importaciones que logró un despegue exportador de importancia en la década de 1980. Palabras clave: Industrialización, alimentos, inmigrantes, agroindustria hortofrutícola.
Abstract The aim of this work is to detect, compile and systematize those historical elements of the Chilean industrialization process that allow us to shape the development and chronology of the agri-food industry and agro-industry based on fruit and vegetables up to 1930. A related contribution is the generation of a register of such firms that were founded before the 1929 crisis, many of which remained in time by the thrust of European immigrants who arrived to the country. There are foundations and evidence to conclude that in the decades of 1840-1850 the agri-food industry became an economic activity clearly visible, particularly the production of flour, noodles, cooking oil and biscuits. By the other hand, dried fruits go back to the Colonial era, with exports at the end of the eighteenth and during the nineteenth century. Food preservation via warming and brining emerged early in Chile, but fruit and vegetables in tin cannery of industrial scale arises only at the beginning of the twentieth century. Concentrated fruit juices and vegetables are a modern phenomenon, but some initiatives to produce natural juices are also at the start of this century. The agro-industry based on fruit and vegetables was born and developed at the shadow of the agri-food industry and its technological advances, shaping an import-substituting industry which achieved an important exporter takeoff in the 1980s. Keywords: Industrialization, food, immigrants, agro-industry based on fruit and vegetables.
Industria Agroalimentaria y Agroindustria Hortofruticola en Chile – Luis A. Valenzuela Silva / 353
INTRODUCCIÓN La Revolución Industrial comenzó en Inglaterra a fines del siglo XVIII, teniendo entre sus características más importantes el cambio de una economía basada en el trabajo manual a otra dominada por la industria y el uso de maquinarias, con su consecuente aumento de la capacidad de producción. Colaboraron en este proceso los avances surgidos en el campo de la tecnología de los alimentos, como el descubrimiento de la conservación de alimentos por calentamiento, debida a N. Appert en 1801, la utilización de recipientes metálicos con recubrimientos y cierres de estaño para la fabricación de conservas, la fabricación de autoclaves, utilizados desde 1840 en la esterilización de las latas, que no se hicieron de uso general para esta aplicación hasta la década de 1870, y la generación industrial de frío. Por esos años se aplicaron a los alimentos los procesos de deshidratación artificial y concentración por evaporación a presión reducida. En la década de 1880 se pusieron en funcionamiento las primeras máquinas para la fabricación automatizada de latas. En 1892 se patentó el tapón corona, otro avance, aparentemente insignificante, pero con enorme trascendencia futura en el envasado de los alimentos. Con estos desarrollos, y hacia finales del siglo XIX, la industria alimentaria de la mayor parte del occidente de Europa se había incorporado plenamente a la producción masiva1. En esa época Espech se preguntaba2 ¿Debe Chile ser industrial?, respondiendo que lo debe ser para aprovechar y dar más valor a sus productos naturales, para utilizar sus brazos que emigran en busca de mejor fortuna y porque la marcha civilizadora propia de todo país nuevo tiene que forzosamente sacarlo del estado de país productor de materias primas y elevarlo al rango de país manufacturero, contrarrestando así la superioridad en riquezas naturales de los países vecinos. Y frente a la pregunta ¿Puede Chile ser industrial?, contesta también afirmativamente, porque su territorio posee todos los elementos materiales para ello. El autor seguramente pensaba en su riqueza minera variada, en su mar extenso y en su suelo fértil. El objetivo de este trabajo es detectar, recopilar y sistematizar aquellos antecedentes históricos del proceso de industrialización chilena que permitan configurar el desarrollo y cronología de la industria agroalimentaria y agroin-
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Una revisión de tales inventos y sus responsables se encuentra en Calvo, Miguel, “La Ciencia y la Tecnología de los Alimentos: Algunas Notas sobre su Desarrollo Histórico”. Alimentaria. Revista de tecnología e higiene de los alimentos. N° 350. 2004. Considérese que los alimentos procesados corresponden en general a bienes de consumo semi-perecibles, caen bajo la denominación de industria “tradicional” y poseen en el agregado una elasticidad de ingreso de la demanda menor a la unidad. Espech, Román, Manufactura Nacional. Tomo I. Santiago, Imprenta Victoria, 1887.
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dustria hortofrutícola hasta 1930. Un aporte relacionado es la generación de un catastro de empresas fundadas antes de la crisis de 1929, muchas de las cuales permanecieron en el tiempo por el empuje de los inmigrantes europeos llegados al país. La industria agroalimentaria es definida como la industria de los procesados agrícolas de carácter alimentario, sean comestibles o bebestibles. Pedro Aguirre Cerda3, sin conocer la terminología moderna, hablaba ya de “la agricultura y su industria derivada”. A la agroindustria hortofrutícola se la reconoce con los procesados de frutas y hortalizas, particularmente conservas, deshidratados, congelados y jugos4. El trabajo se dividió en cinco secciones: Introducción; Orígenes de la industrialización chilena y de su industria agroalimentaria; Antecedentes históricos resumidos; Principales industrias del rubro agroalimentario de la época; y Consideraciones finales.
ORÍGENES DE LA INDUSTRIALIZACION CHILENA Y DE SU INDUSTRIA AGROALIMENTARIA
Industria Agroalimentaria y Agroindustria Hortofruticola en Chile – Luis A. Valenzuela Silva / 355
es el caso de Kirsch7 y Carmagnani 8, o a un poco antes De Ramón9 y Ortega10, o a un poco después de ella Palma11 y Valdivieso12. Se estima que las décadas de 1840 y 1850, en particular esta última, son importantes en el inicio de un desarrollo visible y palpable de su industria agroalimentaria13. La literatura considera hoy como un hecho estilizado el que los países sigan un patrón uniforme de creación de industrias: tempranamente las de bienes de consumo, ligadas a la cuestión alimentaria y, posteriormente, las
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Debido a la controversia existente, en el caso chileno no resulta fácil fijar el origen de su industrialización y, a la consecuencia, el de su industria agroalimentaria. García5, sostiene una postura bastante osada en la materia, en tanto expresa que el proceso de industrialización chileno ya es perceptible en las décadas de 1840-18506, anterior a la mayoría de las estimaciones existentes, que lo remontan en general a los años de la Guerra del Pacífico (1879-1884), como
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Aguirre Cerda, Pedro, El Problema Industrial. Santiago, Prensas de la Universidad de Chile, 1933. En este trabajo se excluyen mayores referencias sobre las industrias cervecera y vitivinícola, por tratarse de temas bastante tratados, comparativamente, en la literatura. García, Rigoberto, Incipient Industrialization in an “Underdeveloped” Country: The Case of Chile, 1845-1879. Stockholm, Institute of Latin American Studies, 1989. Señala que dichas décadas son importantes en el comienzo de un proceso industrial palpable y en particular para su industria alimentaria, considerando la dinámica de apertura y expansión del comercio exterior, la demanda por productos primarios, el arribo de inmigrantes alemanes al país, la transformación del material de transporte, la difusión salarial y la urbanización. Con una osadía similar el trabajo de Pinto y Ortega revisa la hipótesis de que el procesamiento de minerales en bruto habría dado origen, desde la década de 1830, a las primeras “fábricas” chilenas (refinerías) en el sentido moderno de la palabra. Pinto, Julio y Ortega, Luis, Expansión Minera y Desarrollo Industrial: Un Caso de Crecimiento Asociado (Chile 1850-1914). Santiago, Departamento de Historia - Universidad de Santiago, 1990, p. 17.
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Kirsch, Henry, Industrial Development in a Traditional Society: The Conflict of Entrepreneurship and Modernization in Chile. Florida, The University Presses of Florida, 1977. El autor afirma que el punto de partida de la industrialización habría estado relacionado con las necesidades y urgencias surgidas con motivo de la Guerra del Pacífico. Para este autor, la vitalidad de una industria no puede ser revisada examinando únicamente cambios en el sistema tarifario o arancelario, sino que hay que mirar a las fuerzas que operan dentro del país para determinar las posibilidades productivas de la economía. Carmagnani, Marcello, Desarrollo Industrial y Subdesarrollo Económico, El Caso Chileno (1860-1920). Santiago, Colección Sociedad y Cultura - DIBAM, 1998. Visualiza también a la Guerra del Pacífico como el punto de partida de este proceso. Subraya la existencia de una industria liviana entre 1870 y 1895, que se incrementaría en los años siguientes. De Ramón, Armando, “Historia del Sector Industrial en Chile”. Ambiente y Desarrollo. Vol. IV. N° 1 y 2. 1988. pp. 29-44. Según el autor, la industria en Chile tiene una época de creación que puede ser situada más o menos en el gobierno de Manuel Montt (1851-1861), en el de José Joaquín Pérez (1861-1871), y fundamentalmente en el gobierno de Federico Errázuriz, a partir de 1871. Este proceso se debió a una alta capitalización derivada de las grandes riquezas mineras que se explotaban en aquella época y por el auge de la agricultura. La tesis de Ortega es que, en cuanto a proceso, la industrialización chilena se inició en la década de 1860, acelerándose en la siguiente como parte de un proceso de transformación cualitativa de la economía, el que consistió en la aceleración del ritmo de la actividad económica y en el inicio de la penetración paulatina de las relaciones de mercado en todos los niveles de la producción de bienes y servicios. Afirma que muchas de las industrias creadas antes de 1879 evolucionaron en forma tal, que su progreso se puede seguir por décadas; ellas constituyeron la piedra angular sobre la que se basó parte del desarrollo posterior. De acuerdo con los estándares de la época, algunas fábricas de pre-guerra constituyeron importantes muestras de progreso tecnológico y calidad de producción, y se distinguen de toda la producción anterior de manufacturas. Ortega, Luis, “Acerca de los Orígenes de la Industrialización Chilena, 1860-1879”. Nueva Historia. Año 1. N° 2. Londres. 1981. pp. 3-54. Palma, Gabriel, “Chile 1914-1935: De Economía Exportadora a Sustitutiva de Importaciones”. Colección Estudios CIEPLAN. Nº 12. Estudio Nº 81. 1984. pp. 61-88. Palma sitúa los orígenes de la industrialización en el período pre-crisis de 1916, cuando los excedentes de las exportaciones salitreras permitieron financiar las importaciones de insumos y materias primas para el desarrollo de una industria que ya existía, pero que se estimaba fuertemente dependiente de las fluctuaciones de la producción y precios del nitrato. Valdivieso llega a la conclusión, después de analizar los factores presentes en los países desarrollados, de que el uso del término “industrialización” para el análisis de la economía chilena durante el siglo XIX es inapropiado. Valdivieso, Patricio, “El Desarrollo Económico de América Latina y el Mercado Mundial en el Siglo XIX: El Caso de Chile”. Annals of Latin American Studies, 14, 1984. En la periodización realizada por Riveros y Ferraro estas décadas son parte del que denominan “primer gran ciclo expansivo de la economía nacional”. Riveros, Luis y Ferraro, Rodrigo, “La Historia Económica del siglo XIX a la luz de la evolución de los precios”. Estudios de Economía. Vol. 12. N° 1. 1985. p. 53.
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de mayor complejidad tecnológica, especialización y recursos, como las industrias de bienes de capital. Los procesados alimenticios satisfacen una necesidad básica del ser humano, su producción no requiere grandes inversiones de capital ni mano de obra altamente especializada y permiten el aprovechamiento de gran parte de los recursos naturales renovables. Manufacturas como los alimentos se desarrollan con mayor facilidad, en tanto pueden utilizar el
El surgimiento de la industria agroalimentaria requiere de la existencia previa de un desarrollo agrícola que lo posibilite. Entre las principales áreas de desarrollo productivo en el período 1830-1860 estuvo el agro y, en especial, el trigo, siendo muy dinámica la molinería y la comercialización internacional de la harina18. La industria artesanal chilena durante el período colonial era muy rudimentaria, casi exclusivamente como una derivación de la actividad agrícola,
conocimiento técnico adquirido previamente en las industrias domésticas y artesanales, precursoras de la producción industrial masiva, cosa que ocurre en mucho menor medida en otros rubros industriales, como el químico y el metalmecánico.
produciendo artículos alimenticios sencillos como vino, aguardiente y frutos secos, entre otros19. La agricultura no habría sido, de acuerdo a lo anterior y a lo que se expone en páginas posteriores, una limitante significativa para sus actividades industriales derivadas.
La producción manufacturera de gran escala, haciendo uso máximo de la división del trabajo y especialización, equipos de capital y energía, fue casi inexistente en 1840, pero se desarrolló rápidamente. Su primer mayor boom ocurrió durante la década del mandato de Manuel Montt (1851-1861), que vio la aceleración del desarrollo económico que divide al Chile “colonial” del “moderno”14. La nueva industria que comienza a surgir hacia 1840 se diferencia de la anterior por su mayor envergadura, predominando el establecimiento fabril propiamente tal sobre el taller artesanal, que se localiza de preferencia en los grandes centros urbanos, obteniendo una producción de mayor calidad y menor costo. En ella predomina la producción de artículos de consumo por sobre la de materias primas y bienes de capital15. La Revolución Industrial se inicia en Chile durante la década de 1850, con la incorporación de la energía a vapor y sus equipos, donde surge la gran fábrica que permite alcanzar niveles de producción generadores de economías de escala16. La industria manufacturera moderna en Chile anterior a la Guerra del Pacífico consistió de un número
En las décadas de 1850 y 1860 el crecimiento económico tuvo directa relación con la exportación de harina, trigo, plata y cobre. Las finanzas públicas se estabilizaron y los ingresos fiscales crecieron de manera significativa por primera vez tras la Independencia, se modernizó el sistema financiero con la creación de numerosas instituciones crediticias bajo la Ley de Bancos de 186020, se masificó la constitución de sociedades colectivas, surgieron las sociedades anónimas, y se modernizó la infraestructura productiva y de transportes del valle central chileno. El auge económico permitió al Estado financiar un amplio programa de obras públicas y educacionales, a la par que se reformó y modernizó el aparato legal con la promulgación de nuevos códigos que reemplazaron al sistema jurídico colonial. En consecuencia, con el despegue económico y el crecimiento de los centros urbanos se instalaron en el país industrias orientadas al mercado interno21. En el largo plazo, las condiciones negativas para la actividad industrial que se derivaron de políticas económicas implementadas
relativamente reducido de fábricas, cuya importancia productiva y tecnológica era, sin embargo, notable. Más que el punto de partida de la industrialización, la guerra consolidó la primera fase de ese proceso en Chile17.
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Mamalakis, Markos, The Growth and Structure of the Chilean Economy: From Independence to Allende. New Haven, Yale University Press, 1976. Vaello, Jacinto, Estructura y Evolución de la Economía Colonial, Santiago, Chile: Instituto de Economía. Universidad de Chile, 1971. Ortega, Luis y Venegas, Hernán, Expansión Productiva y Desarrollo Tecnológico, Chile: 1850-1932. Textos e Imágenes para una Historia. Santiago, Editorial Universidad de Santiago, 2005. Los autores agregan que existe acuerdo entre historiadores y economistas de que el proceso de industrialización en el país se consolidó a partir de la década de 1880, junto a una creciente urbanización, el aumento de la población urbana y el crecimiento de las exportaciones. Ortega, “Acerca de los Orígenes de la Industrialización Chilena”, pp. 3-54. Sin embargo, Cavieres concluye que resulta pertinente hablar de la existencia de un sector industrial, pero mucho más dificultosamente del desarrollo de un proceso de industrialización anterior a 1930. Cavieres, Eduardo, “Industria, Empresarios y Estado, Chile 1880-1934, ¿Protoindus-
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trialización o Industrialización en la Periferia?”. Carmagnani, Marcello. Desarrollo Industrial y Subdesarrollo Económico, El Caso Chileno (1860-1920). Santiago. Colección Sociedad y Cultura – DIBAM. 1998. p. 16. También, según Véliz, los rasgos esenciales de nuestra economía, desde la Independencia y hasta la Gran Depresión de 1929, se asemejaban a una mesa de tres patas, todas librecambistas, representadas por los exportadores mineros del norte, los exportadores agropecuarios del sur y las grandes firmas importadoras, grupos de presión fundamentales en el Chile de esos años. Destacaba, sin embargo, la falta de gravitación política, económica y social del sector industrial, la cuarta pata de la mesa. Véliz, Claudio, “La Mesa de Tres Patas”. Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales. Vol. 3. N° 1 – 2. 1963. pp. 231 y 238. Riveros y Ferraro, “La Historia Económica del Siglo XIX a la luz de la evolución de los Precios”. Barros Arana, Diego, Historia General de Chile. Tomo VII. Santiago, Editorial Universitaria y Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1886. Aunque el crédito, como se ha insistido en numerosas publicaciones, no parece haber jugado un rol de importancia en el financiamiento de la industria manufacturera, al menos en sus comienzos. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM), Inicios de la Industria en Chile (18601930): Presentación. Santiago, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2011.
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por los gobiernos a partir de la década de 1890 no constituyeron un incentivo para el desarrollo de la industria, por lo que cabe postular que el mejor desempeño del sector a partir de los últimos años del siglo XIX es en su mayor parte atribuible a un tirón de demanda asociado a la concentración de la población, indicando no obstante que el estímulo es limitado dado que la mayor parte de la población vive en áreas rurales, encontrándose apartada de los mercados22. A medida que el país queda expuesto y se vuelve vulnerable a las vicisitudes de la economía internacional surge la necesidad de desarrollar la industria fabril, proceso impulsado por sectores sociales medios que se consolida a mediados de la década de 1920. Claro que para dilucidar el nivel de desarrollo manufacturero durante todo el siglo XIX se debiera contar con estadísticas oficiales confiables, que no las hay. Hasta 1910 hay cuatro censos industriales, de los cuales sólo tres (1895, 1906 y 1910), realizados por la Sociedad de Fomento Fabril, informan sobre algo más que el número de fábricas y la producción. Sin embargo, se ignora su metodología, pues dichos antecedentes habrían sido extraviados. Para el período anterior a 1895 se informa básicamente a través de encuestas, y censos menores y parciales23. Aún así, los antecedentes recopilados de distintos autores, que se exponen más adelante, destacan un buen número de establecimientos industriales del rubro agroalimentario en las décadas de 1840-1850, aún cuando no sea posible tener una panorámica completa del fenómeno. Humud24 indica que si bien es muy difícil determinar tanto el número como el tipo de estable-
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Ortega, Luis, “La Crisis de 1914-1924 y el Sector Fabril en Chile”. Historia. Vol. II. N° 45. 2012. pp. 433-454. El autor agrega que una de las variables que aportó de manera decisiva al desorden monetario que el país experimentó fue el mal manejo fiscal, incapaz de generar ingresos frescos para financiar el gasto global. Cariola y Sunkel se refieren al período 1830-1860 como una de las mayores lagunas en el conocimiento de la historia económica de Chile, por la falta de una literatura y estadísticas sobre el mismo. Cariola, Carmen y Sunkel, Osvaldo, La Historia Económica de Chile, 18301930: Dos Ensayos y Una Bibliografía. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica del Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1982, p. 18-19. Lagos indica que casi no hay estadística del desarrollo de la manufactura, pero que no obstante es bien sabido que la elaboración de alimentos figuraba entre las actividades de los sectores industriales que experimentaron un crecimiento rápido. Lagos, Ricardo, La Industria en Chile: Antecedentes Estructurales, Santiago, Chile: Instituto de Economía, Universidad de Chile, 1966, p. 22-23. Ortega señala que el período 1850-1880 está estructurado principalmente sobre la base de fuentes de carácter cualitativo y, por lo tanto, se ofrece un panorama un tanto “impresionista”, aunque no por ello esté ausente la dimensión analítica. Ortega, Luis, “El Proceso de Industrialización en Chile: 1850-1930”. Historia. Vol. 26. 1991-1992. p. 213. Agrega que no existen datos suficientes que permitan una reconstrucción exacta del sector industrial con anterioridad a 1879, pues la información disponible es de orígenes diversos y fragmentaria. Ibíd., p. 218. Humud, Carlos, “Política Económica Chilena desde 1830 a 1930”. Estudios de Economía. Vol. 1. N° 1. 1974. pp. 1-122.
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cimientos manufactureros que existían en la primera mitad del siglo XIX, se puede suponer que, debido al estado de desarrollo del país, las actividades manufactureras en las áreas de los alimentos, las bebidas y la ropa tenían las mayores probabilidades de establecerse.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS RESUMIDOS Durante la Colonia (1601-1810) se gestó una industria manufacturera bastante rudimentaria, de bajo nivel de elaboración y muy dependiente de la actividad agropecuaria: harina, sebo, grasas, vino, charqui y unos pocos artículos más. Las primeras industrias levantadas en Chile por los españoles fueron las relacionadas con la construcción, la vestimenta y la alimentación25. Una actividad agroalimentaria en que se aplicó inicialmente cierto tecnicismo fue la de los molinos, para procesar el trigo, que consistían en pequeñas instalaciones de piedra con procesos de molienda bastante arcaicos. En 1548 el Cabildo concedió permiso para construir dos molinos, dado que la harina era la base alimenticia de la época, y en 1553 Santiago contaba ya con cuatro de ellos. Como resultado floreció la industria harinera y del pan, y en forma paralela se habría dado origen a la fabricación casera de galletas y fideos. La economía chilena en el siglo XVII giró en torno a las exportaciones agropecuarias al Perú, especialmente luego que las cosechas de trigo fueran afectadas allí por la peste del polvillo negro. Los ingresos de estas exportaciones eran consumidos en importaciones de azúcar, cacao, tabaco y artículos elaborados que los comerciantes chilenos obtenían, a través de intermediarios, en las ferias de Portobello, en Panamá. Además, el cultivo de la vid, que se propagó rápidamente por buena parte del territorio nacional, y la consecuente elaboración de vinos, fue durante la era colonial una actividad productiva de enorme importancia. Una de las primeras agroindustrias hortofrutícolas en Chile fue la de aceitunas en salmuera. Los olivares se plantaron en el reino desde temprano26. Se consigna un olivar en la chacra de El Salto durante la primera mitad del siglo XVII y en la hacienda de Calera de Tango, de propiedad de los jesuitas, había un olivar 25
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Alvarez, Oscar, Historia del Desarrollo Industrial de Chile. Santiago, Editorial Sociedad de Fomento Fabril, Imp. y Lit. La Ilustración, 1936. Es sabido que España utilizó a las colonias como mercados para sus productos manufacturados. El lento desarrollo industrial durante la Colonia se ha atribuido también a la falta de voluntad empresarial de los españoles, al pequeño tamaño de los mercados, a la escasez de aptitudes técnicas y a la tributación. Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), 100 Años de Industria (1883-1983). Santiago, Ediciones Patmos, 1983.
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de 2.300 árboles plantados entre 1743 y 1745. También, la industria casera de la fruta, cocida y desecada, tiene sus raíces en esta época27. Al término del siglo XVIII, etapa preindustrial, la economía se caracterizaba por una actividad manufacturera reducida, simple, artesanal, cuya tendencia era localizarse muy próxima a la fuente de materia prima, lo que le confería un carácter rural, y con un rudimentario desarrollo del sector servicios y de transporte. La agricultura había pasado a ser la primera actividad económica del país y el trigo era el cereal más cultivado. Los frutales y la chacarería se daban en abundancia28, frutos secos como las almendras se exportaban al Perú, y la industria de la sal y del pescado salado empezó a desarrollarse con intensidad29. Ya en 1795 el famoso informe de Manuel de Salas señalaba que el cobre, vino, jarcias, sebo y trigo constituían el 90% del valor total de las exportaciones30, alcanzando el trigo por si solo un 45%. Una de las primeras industrias de las cuales se tienen antecedentes concretos es Fábricas y Maestranzas del Ejército (Famae), fundada por el Congreso Nacional en 1811, ubicada en Santiago, con giro en armamento, municiones e implementos del Ejército. En el período 1820-1830 se inicia un modesto proceso de crecimiento de las manufacturas, particularmente en la industria cervecera y en la de galletas. Hacia 1821 había fábricas de galletas en Valparaíso, destinadas a abastecer los barcos. En 1824 se dicta la ley de abastos, que regula el ejercicio de las industrias tipificadas como panaderías, carnicerías y pescaderías, y el gobierno cede terrenos a extranjeros para instalar fábricas,
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El cocimiento de fruta es una técnica de preservación de la misma, precursora de la conservería. El secado casero de frutas vía solar (al natural) se ha utilizado especialmente en épocas de cosechas abundantes y consiste en eliminar la humedad de los productos a través de la aplicación de calor por un período corto de tiempo. En el trabajo de Lemus se mencionan dos citas relacionadas con el inicio de la fruticultura en Chile. Lemus, Gamalier, El Nogal en Chile. Santiago, Instituto de Investigaciones Agropecuarias - Ministerio de Agricultura, 2002, p. 10-11. La primera es de Claudio Gay, que describe lo siguiente: “Casi todos los árboles frutales de Europa existen en Chile desde el tiempo de los conquistadores. A excepción del guindo, introducido en 1605, todos los demás ya existían poco después de la mitad del siglo XVI y desde entonces se han multiplicado en todo el país con una fuerza y vigor que los viajeros siempre han admirado”. La segunda, referida al padre Alonso de Ovalle, sobre los árboles que se crían en Chile, dice textualmente: “Entre otros beneficios que la América conoce a España, es haberla fecundado con tantas nobles plantas, árboles y semillas de que carecía, porque antes que los españoles la conquistasen, no había en todas ellas, viñas, higueras, olivos, manzanos, camuesos, melocotones, duraznos, albérchigos, membrillos, peras, granadas, guindas, albaricoques, ciruelas, naranjas, limas, limones, cidros, almendros”. Algunas tentativas por introducir manufacturas en este siglo aparecen en Lagos, La Industria en Chile, p. 17. Riveros y Ferraro, “La Historia Económica del Siglo XIX a la Luz de la Evolución de los Precios”.
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eximiéndoles de todo impuesto personal y territorial por un período de diez años. En 1834 se establecen derechos de internación al trigo y harina extranjeros. En 1840 se exime de derechos de exportación al trigo y a la harina, que no se restablecieron, lo que permite abastecer la fuerte demanda de alimentos por parte de Europa, y la propiciada por la “fiebre del oro” e inmigración a California (1848) y Australia (1851)31. Los molinos industriales datan de 1841 y son de procedencia francesa. A fin de proteger a la industria chilena, Manuel Rengifo, Ministro de Hacienda (1831-1851), establece un tributo ad-valorem a la importación de un gran número de bienes que ya se producían en Chile. En 1844, habría aparecido la primera fábrica de conservas (Guinodie y Cia.), de la cual se ignoran detalles32. En 1848 se funda la Sociedad Nacional de Agricultura y en 1856 la Escuela de Agricultura. A mediados del siglo XIX se instalan fábricas de gas para alumbrado público. Con esto se da empuje a la industria como proceso sistemático de producción33. Los datos disponibles a esas fechas revelan la existencia de un número importante de molinos34, fábricas de fideos, fábricas de aceite, fábricas de calzado, fábricas de tejas, panaderías, sastrerías, curtiembres y aserraderos35. En
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Que fue una de las repercusiones en Chile de la Revolución Industrial, según señala Villalobos. Villalobos, Sergio, “Sugerencias para Un Enfoque del Siglo XIX”. Colección Estudios CIEPLAN. Nº 12. Estudio Nº 79. 1984. p. 20 – 21. Adicionalmente, hubo un aumento en la demanda de materias primas, como cobre, carbón (secundariamente) y, más tarde, salitre. Nuevas herramientas, maquinaria que empleaba vapor y medios de transporte comenzaron a llegar gradualmente al país. Se emprendieron obras de regadío y se mejoraron las vías de comunicación. Esto fue también el estímulo para ocupar definitivamente regiones marginales, como el sector de los Lagos, la Araucanía y Magallanes. Como se aprecia en Cariola y Sunkel, La Historia Económica de Chile, 1830-1930, pp.119-120, las exportaciones de harina y trigo en el período 1844-1860 fueron bastante significativas. Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), 100 Años de Industria (1883-1983). De ser efectivo, estas conservas debieron ser envasadas en botes de vidrio, pues el envase de hojalata aparece en forma posterior. De Vos expresa que a partir de este período se da inicio a la formalización de un nuevo paradigma, donde la industrialización se transformaría en símbolo de progreso. De Vos, Bárbara, El Surgimiento del Paradigma Industrializador en Chile (1875-1900). Santiago, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos - Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1999, p. 43. Bernal refiriéndose al aporte pionero de Jordi Nadal, pone de manifiesto que a mediados del siglo XIX la industria española estaba dominada por la molinería. Bernal, Antonio, “Industrialización Rural, Industrias Agroalimentarias y Crecimiento Económico: La Agroindustria Molinero-Panadera en la Campiña Sevillana (ss. XV-XX)”. Barciela, Carlos y Di Vittorio, Antonio (eds.). Las Agroindustrias Agroalimentarias en Italia y España durante los Siglos XIX y XX. Alicante. Publicaciones de la Universidad de Alicante. 2003. p. 52. Las importaciones de materias primas corroboran la expansión industrial de 1852-1858, dado que en menos de diez años éstas aumentaron en casi un 50%. Tomando las cifras del trabajo de Braun, Briones y Díaz, se desprende que la población chilena de 1960 era alrededor de 4,54 veces la de 1860 y la producción industrial de 1960 era alrededor de 20,5 veces la de 1860. Braun, Juan, Braun, Matías, Briones, Ignacio y Díaz, José, Economía Chilena
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este período aparecen también industrias más pesadas, como una fábrica de papel (1844 - Pulle y Cia.) y cuatro fundiciones de hierro (entre 1846 y 1851), tres en Valparaíso y una en Santiago. El Estado chileno, conservador en lo político, fue más bien proteccionista en materia económica hasta 1860, girando a partir de ese año hacia el liberalismo. Esto, sin extremos y con cierto pragmatismo. En la década de 1860 el cultivo de la tierra comenzó a utilizar los nuevos avances científicos. Se importaron las primeras máquinas para sembrar, trillar y arar, se estudiaron las características físico-químicas del suelo y se adoptó la rotación de cultivos con la ayuda de abonos. Por su parte, europeos y norteamericanos se esmeraban, hacia 1869, por vender las nuevas tecnologías disponibles para la agricultura, a objeto de elevar la productividad de sus faenas36. El censo menor de 1870, con una base de 85 establecimientos industriales de cierta significación, registraba 41 de ellos ligados a los alimentos. El censo parcial realizado por la Sociedad de Fomento Fabril en 1884, sobre la base de 458 unidades industriales, registraba por lo menos 152 establecimientos dedicados a la producción de alimentos37.
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1810-1995: Estadísticas Históricas. Documento de Trabajo Nº 187. Instituto de Economía PUC, 2000, p. 48 y 241. De esto se deduciría que la producción industrial de 1860 fue 4,5 veces menor que la de 1960, corregida por población. Pero, el “ruido industrial” puede haber sido más notorio de lo que muestra esta última cifra, pues los adelantos tecnológicos habidos en el período de un siglo han facilitado y simplificado enormemente la labor manufacturera. Una producción industrial per-cápita equivalente al 22,2% de la de 1960, año en que está vigente una estrategia de industrialización sustitutiva, puede ser calificada de pobre, pero es muy difícil que no haya sido visible o perceptible, incluso desde antes. En cuanto al rol de los agricultores en materia industrial, Alvarez señala que el progreso rápido de la agricultura nacional provocó cambios en los hábitos de la mayoría de los agricultores, pero no en su mentalidad industrial: los capitales obtenidos, lejos de invertirse en mejorar las tierras o explotaciones, se invirtieron en la construcción de palacios en los centros poblados, de carruajes, de recepciones, etc. Alvarez, Historia del Desarrollo Industrial de Chile, p. 124-125. Por su parte, De Ramón señala que los agricultores que participaron en la minería durante el siglo XIX, volvían más tarde a sus fundos con una mentalidad diferente: no tan preocupados de los cultivos tradicionales, sino que tratando de desarrollar la agroindustria. Por eso no es de extrañar que a esa época correspondan todos los grandes viñedos que rodean a la ciudad de Santiago por el sur y los que se establecieron más tarde en los alrededores de Talca, de Curicó, y aún más al sur. De Ramón, Armando, “Historia del Sector Industrial en Chile”. Ambiente y Desarrollo. Vol. IV. N° 1 y 2. 1988. p. 31. Se cuenta por afirmación de la época (se cree que de Pedro Luis González) que constituyó una sorpresa para el público y los propios industriales el que en la Exposición Nacional de Santiago de 1884 la industria hubiese exhibido sus productos con la confianza derivada de su propia fortaleza. Sin embargo, nueve años antes, con ocasión de la Exposición Internacional de Santiago de 1875, un éxito en sí misma, los productores chilenos justificaron plenamente el evento. Había allí calzado, azúcares refinados, billares fabricados en la capital, tipos de imprenta fundidos en Chile, papel, impresos, litografías, perfumes, jarcias y otros artículos de fabricación local. El nivel alcanzado por ésta permitió al gobierno afirmar en 1883 que: “La industria fabril provee ampliamente de manufacturas y artefactos comunes.
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La Guerra del Pacífico, como todo conflicto bélico, incentivó la producción de una gran cantidad de bienes. Por ejemplo, se le encargó a la Fábrica Nacional de Paños Bellavista (fundada en 1865 por G. Délano), la primera en su género, la confección de todos los uniformes de los soldados que iban a las campañas militares del norte de Chile. Pasó con otra cantidad de industrias, que alcanzaron por lo mismo un fuerte desarrollo. La industria chilena, enfrentada a esta emergencia, fue capaz de producir casi todo lo necesario para afrontar dicho conflicto: alimentos, vestuario, calzado, artículos de talabartería, pólvora, productos químicos y de farmacia, barriles, mochilas, carpas, cureñas, calderas para buques y una gran cantidad de material de guerra. Las fábricas se vieron estimuladas por la extraordinaria demanda resultante de la necesidad de alimentar, vestir, armar y movilizar a un ejército que contó con cerca de 25.000 hombres. Otra interpretación es que este conflicto pudo ser ganado gracias al apoyo logístico brindado por las industrias que lo sirvieron, argumento que sustentaría la tesis de la existencia previa a 1879 de una importante capacidad instalada, que posibilitó un abastecimiento adecuado de las tropas chilenas. Hay consenso de que la Guerra del Pacifico favoreció la industrialización del país y marcó el inicio de una nueva etapa, orientada básicamente a la exportación de salitre. La región salitrera y los centros urbanos en expansión dinamizaron la economía, al generar una importante demanda por bienes alimenticios, agrícolas e industriales, que comenzó a ser satisfecha de manera creciente por productores locales38. Sin embargo, durante este período de crecimiento económico la moneda se devaluó fuertemente, reflejando las constantes fluctuaciones de los mercados internacionales, frente a las cuales el país tenía poca protección. Poco a poco comenzaron a escucharse argumentos que propugnaban la intervención del Estado en pro del desarrollo industrial, a través de políticas proteccionistas que resguardaran al país de los inestables mercados globales39. Por su parte, los industriales buscaron asociarse. Intentos previos fueron la Industria Chilena y la Sociedad Industrial de Valparaíso40. Esto, hasta que el 7
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Cuenta el país con muchos molinos harineros y establecimientos de la industria mecánica y manufacturera”. La estadística sobre distribución porcentual de las importaciones chilenas para los años 1879 y 1900 muestra una caída en la de bienes de consumo (1879: 80,7% y 1900: 57,9%) y un alza en la de maquinaria (1879: 8,1% y 1900: 12,9%) y materias primas (1879: 9,8% y 1900: 28,3%), siendo en este último caso bastante significativa. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM), Inicios de la Industria en Chile (18601930): Presentación. De grupos que se autodefinían como “industriales”, sin que necesariamente lo fuesen en estricto sentido.
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de octubre de 1883 se funda la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) en el seno de la Sociedad Nacional de Agricultura. De modo progresivo esta Sociedad se convertiría en el portavoz del proteccionismo económico, que se estimaba indispensable para el desarrollo industrial41. La idea detrás era que el país debía cerrarse a los productos importados para así favorecer el fortalecimiento y la generación de industrias locales. Consecuentemente, los gobiernos posteriores a la Revolución de 1891 giraron su política industrial hacia un proteccionismo moderado. Un paso importante se dio en 1897 cuando se aprobó la “ley aduanera nueva”, que fijó altos impuestos a la importación de productos que se fabricaban en Chile42. De allí en adelante, y por largas décadas, la industria chilena abogaría ante los gobiernos de turno por políticas que la protegieran. En las últimas décadas del siglo XIX fueron la construcción de ferrocarriles, de edificios para la administración pública, educación y justicia, de puertos, la provisión de agua potable y la eliminación de aguas servidas, elementos que configuraron importantes estímulos al desarrollo industrial. El ferrocarril, por ejemplo, facilitó el desplazamiento de personas y productos, y abarató los costos de distribución de la producción triguera. El avance del ferrocarril hasta Mapocho (ex-Mercado) proporcionó un medio de transporte moderno, además de generar las condiciones para la instalación de un Parque Industrial en sectores aledaños. En 1883 se realizaron las primeras experiencias de alumbrado público en el centro de Santiago, y en 1897 el país entraba casi de pleno a la era de la electricidad43. En cuanto al censo industrial de 1895, que muestra el número y fecha de fundación de los establecimientos censados, indican que previo a 1870 existían unos 240, en 1870-1879 unos 330, en 1880-1889 unos 840 y en 1890-1895 unos 1.019, con claro predominio del rubro alimentario, mostrándose un interés creciente
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por fundar nuevas industrias44. Se añade como antecedente45 que entre 18951918 el sector alimentario tuvo un peso relativo dentro de la industria en torno al 45%. Se añade que en la década de 1920 la industria contribuía con algo más del 10% del PIB46. La primera década del siglo XX muestra un empresariado industrial más maduro, una mayor presencia del Estado en materias económicas, la fortaleza de un sector siderúrgico considerado modelo del proceso de industrialización nacional47 y una política agraria concentrada en aumentar la extensión del suelo regado. Muñoz48, al referirse a las últimas décadas del siglo XIX y a las primeras del siglo XX, señala que se trata de un período en el que se consolidan los ideales republicanos y se perfecciona el sistema institucional, a la vez que tienen lugar una modernización económica y una importante transformación de la estructura productiva49. Este autor reconoce una creciente participación estatal, bastante pragmática, pero sin definiciones claras y con un bajo nivel de eficiencia50. El valle de Aconcagua por el norte y el del Cachapoal por el sur desarrollaron una agricultura intensiva, no ligada directamente a las necesidades de consumo cotidiano de la capital. Quizá por esa razón, y por la abundancia de frutales y hortalizas, en estas dos áreas surgió tempranamente la conservería, tanto para surtir el mercado interno como para exportación. Entre los primeros productos elaborados de la agricultura que se exportaron en el siglo XIX estuvieron los duraznos secos (huesillos) y las ciruelas secas, y a comienzos del siglo
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La Sociedad era proteccionista por naturaleza, aunque no todos los empresarios estaban de acuerdo con esa postura. Pero, los empresarios que sostenían que el proteccionismo era lo adecuado, no aceptaban que el Estado asumiera el rol de empresario, pues estimaban que ello conduciría a una competencia desleal. Schneider afirma que esta ley permitió el establecimiento de fábricas de conservas que impulsaron la horticultura, principalmente de espárragos y de arvejas tiernas. Schneider, Teodoro, La Agricultura en Chile en los Últimos Cincuenta Años. Santiago, Imp., Lit. y Enc. Barcelona, 1904, p. 57-58. De acuerdo a Humud, la importancia asignada a las obras públicas no puede determinarse con precisión, desafortunadamente, antes de 1888, pues sólo informaciones fragmentarias cubren el período 1830-1888. Humud, “Política Económica Chilena desde 1830 a 1930”, p. 60.
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Pizzi, Marcela, Valenzuela, María Paz y Benavides, Juan, El Patrimonio Arquitectónico Industrial en Torno al Ex Ferrocarril de Circunvalación de Santiago: Testimonio del Desarrollo Industrial Manufacturero en el Siglo XX. Santiago, Editorial Universitaria, 2010. Con todo, las condiciones para que surgiera un fuerte grupo industrial se habían establecido en la segunda mitad del siglo XIX. Humud, “Política Económica Chilena desde 1830 a 1930”, p. 87. Carmagnani, Desarrollo Industrial y Su Económico. Alvarez, Historia del Desarrollo Industrial de Chile. La industria metalmecánica chilena adquirió hacia el primer tercio del siglo XX una importancia y prestigio que terminó por diluirse a fines del mismo. Muñoz, Oscar, “Introducción”. Colección Estudios CIEPLAN. Nº 12. 1984. pp. 5-8. Hurtado indica que los sectores básicos experimentaron crecimientos muy significativos: las exportaciones, la producción de trigo, la producción de vinos y mostos, las toneladas transportadas por ferrocarril, la ocupación en industrias manufactureras grandes y medianas, y el gasto público. Agréguese, como dato, que mientras en 1865 sólo el 28,6% de la población era urbana, a comienzos del siglo XX este porcentaje superaba el 40%. Hurtado, Carlos, “La Economía Chilena entre 1830 y 1930: Sus Limitaciones y Sus Herencias”. Colección Estudios CIEPLAN. Nº 12. Estudio Nº 80. 1984. p. 39. Lagos, sin embargo, señala que durante 1861-1900 la expansión industrial pudo haber avanzado a un ritmo más rápido con una política gubernamental diferente. Dicho de otra forma, el Estado actuó en dicho período como freno a un mayor desarrollo industrial. Lagos, La Industria en Chile, p. 29.
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XX las conservas de durazno al jugo, conocidas en todos los países latinoamericanos del Pacífico51. Junto a la subdivisión de la tierra, la especialización de la agricultura y la transformación de las relaciones de trabajo, se fue produciendo en la zona de San Felipe un creciente desarrollo agroindustrial52. La Primera Guerra Mundial (1914-1918), que elevó los precios del salitre, planteó a la industria chilena nuevos desafíos, en tanto se debieron sustituir muchas importaciones que el país no pudo procurarse del exterior. Hacia fines de dicha conflagración la estadística indica que en el país existían 2.720 fábricas propiamente tales, las cuales se diferenciaban de unos 4.651 talleres y establecimientos artesanales, la industria fabril poseía alrededor de 3.748 motores con 167.881 caballos de fuerza y empleaba 78.711 trabajadores, existía un red de ferrocarriles de 8.511 kilómetros, de los cuales 4.567 kilómetros eran estatales, y la población alcanzaba los 4,0 millones de habitantes. Los puertos de mayor movimiento marítimo eran Valparaíso, Antofagasta, Iquique, Arica y Talcahuano, y Estados Unidos había desplazado del primer lugar a Gran Bretaña en materia de importaciones y exportaciones. En 1916 se cultivaban 22,3 mil hectáreas de frutales y 56,2 mil hectáreas de viñedos. En 1918 había 99.302 predios agrícolas con la siguiente extensión en hectáreas: 1,1 millones de regadío y 15,8 millones de secano. González53 hace una breve reseña de las industrias chilenas que han adquirido un gran desarrollo hacia 1918: la de frutas y legumbres en conserva (duraznos, espárragos, choclos, arvejas y pickles), la de mermeladas, la de frutas secas (pasas, higos, huesillos y descarozados, peras, membrillos, ciruelas y guindas) y la de jugo de uva embotellado54. El mismo autor55 señala que las instalaciones de cámaras frigoríficas en los buques mercantes nos permitiría exportar muchas de nuestras frutas. En 1914 empiezan a formarse granjas avícolas que trabajan utilizando sistemas industrializados56,
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algunas en combinación con frigoríficos dotados de plantas seleccionadoras de huevos, como el Frigorífico San Cristóbal57. Y Albert58, refiriéndose a las potencialidades de las materias primas, indica que las plantaciones de olivos para la fabricación de aceite de oliva y aceitunas en conserva son muy rentables en el norte del país. Entre 1873 y 1920 casi el 40% de la producción industrial y artesanal se concentró en la industria alimenticia59. En 1923 funcionaban alrededor de 154 molinos, 11 refinerías de azúcar, 53 fábricas de cecinas, 11 de chocolates, 43 de fideos, 8 de galletas, 4 de harinas alimenticias, 2 de leche condensada, 6 refinerías de sal, 12 de grasa, etc., constituyéndose en su conjunto como el más importante60. Agregan que las conservas de carnes y mariscos tenían una buena producción en Llanquihue, las conservas de frutas y legumbres eran alrededor de veinte61 y había conservas alimenticias, donde destacaba Fratelli Castagneto en Santiago. Los molinos abastecían el consumo local y exportaban grandes cantidades. Los más importantes eran los de la firma González Soffia en Linderos y Llolleo, los de Williamson-Balfour, el Molino Purísima de Valdés Hnos., el de Terragno en Melipilla, el de San Pedro en La Calera y el de Shacht y Cía. Durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927–1931) se crearon la Caja de Crédito Agrícola y el Instituto de Crédito Industrial, con el objeto de apoyar iniciativas productivas. Hacia 1927 la estructura industrial estaba fuertemente orientada a la elaboración alimentos, bebidas, tabaco, vestuario y calzado (69,9%). Un año más tarde, la instauración del arancel aduanero autorizó al gobierno a elevar hasta en 35% los derechos de internación de artículos análogos a los producidos en el país62.
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Estos enlatados modernos son sellados en su recipiente después de hacerse el vacío y calentados. Cualquier organismo presente es eliminado por este procedimiento, y otros no pueden llegar porque la fruta está aislada al sellarse la lata. Bengoa, José, “Agroindustria y Agricultura Intensiva en los Valles Cercanos a Santiago: Aconcagua y Cachapoal”. Bengoa, José, Historia Social de la Agricultura Chilena. Santiago. Ediciones Sur. 1988. pp. 71-79. González, Pedro, Chile: Breves Noticias de sus Industrias. Santiago, Editorial Sociedad de Fomento Fabril, Imprenta y Litografía Universo, 1920, p. 10 y 14. Merecen recordarse las fábricas de frutas en conserva de J. Nicolás Rubio en Rancagua, de Osvaldo Pérez Sánchez en Santiago, de Salvador Izquierdo en Nos y de Jerardo Arteaga en Buin. Las mermeladas de Gray-Sinclair en Quilpué. Y el jugo de uva embotellado de Olegario Alba en Elqui, y de Alejandro Marambio y José Fortuny en Santiago. Ya Schneider indicaba que uno de los primeros que se preocupó de la secadura de frutas fue don Silvestre Ochagavía, quien obtuvo premios en la Exposición de Lima. Schneider, La Agricultura en Chile en los Últimos Cincuenta Años, p. 56. González, Chile: Breves Noticias de sus Industrias, p. 38. Matthei, Adolfo, La Agricultura en Chile y la Política Agraria Chilena. Santiago, Imprenta
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Nascimento, 1939. Los frigoríficos fueron destinados inicialmente al rubro cárnico, como se aprecia por ejemplo en Calderón (1936). Su utilización para la conservación hortofrutícola, por razones de precio-volumen, fue posterior y asociada a una reducción en el costo de la tecnología para producir frío. Albert, Federico, Materias Primas Vegetales y Animales: Informaciones para Establecer un Intercambio Comercial y Fomentar la Implantación de Industrias y Empresas Nacionales. Santiago, Soc. Imprenta y Litografía Universo, 1924. Carmagnani, Desarrollo Industrial y Subdesarrollo Económico. Pizzi, Valenzuela y Benavides, El Patrimonio Arquitectónico Industrial en Torno al Ex Ferrocarril de Circunvalación de Santiago. Estrada destaca las industrias de conservas, como la de Molfino Hnos., que se inició como Cía. Nacional de Frutas para luego variar su razón social a Conservas Cisnes, con los mismos propietarios hasta su extinción. Es también el caso de Conservas El Vergel, en Hijuelas, cerca de La Calera, de la familia Cambiaso, y el de Conservas Centauro, en Quillota, fundada por L. Bozzolo a comienzos del siglo XX. Estrada, Baldomero, Participación Italiana en la Industrialización de Chile: Orígenes y Evolución hasta 1930. Serie Monografías Históricas 7. Instituto de Historia UCV, 1993, pp. 110. Esta alza tuvo por objeto defender la producción chilena de los precios excepcionalmente
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El boom salitrero, que declinó con la producción de nitrato sintético durante la Primera Guerra Mundial, tuvo su golpe de gracia con la Gran Depresión de 1929, puesto que no hubo otra economía en el mundo que fuese más negativamente afectada que la chilena63. Esta crisis terminó por convencer a las autoridades de reformular su estrategia de desarrollo, pasando de un modelo “hacia afuera” a uno “hacia adentro”, con el cual se identificó a la industrialización basada en la sustitución de importaciones (ISI). Esta estrategia, proteccionista y basada en todo tipo de herramientas restrictivas, buscaba que Chile produjese sus propias manufacturas a fin de generar un mayor valor agregado y eliminar la dependencia de las importaciones64. Si bien con ella la industria lograría una mayor participación relativa dentro de la economía, lo haría en un Chile cuya dinámica promedio fue el lento crecimiento y desarrollo65. No puede obviarse el aporte de los extranjeros a la industria chilena. El total de la inmigración europea desde 1850 hasta 1930, lapso de 80 años, alcanzó las 70.000 personas. La estadística de 1930 registra las siguientes cifras de residentes: 23 mil españoles, 10 mil alemanes, 11 mil italianos, 5 mil ingleses, 4 mil yugoeslavos (croatas), etc. Los principales propietarios extranjeros de industrias de alimentos en 1920 fueron españoles, italianos, franceses y alemanes. Los principales capitales extranjeros invertidos en dicha industria ese
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bajos con los que los productores extranjeros pretendían adueñarse del mercado interno, concepto conocido como dumping. Palma, “Chile 1914-1935: De Economía Exportadora a Sustitutiva de Importaciones”, pp. 61-88. Meller, Patricio, “Una Perspectiva de Largo Plazo del Desarrollo Económico Chileno, 18801990”. Meller, Patricio y Blomstrom, Magnus. Trayectorias Divergentes. CIEPLAN-Hachette. 1990. pp. 53-82. Esta estrategia recibió críticas generalizadas, pues su desarrollo implicaba una creciente necesidad de importar bienes de capital (maquinaria moderna) e insumos industriales, no habiendo sido capaz de generar, sino muy excepcionalmente, las divisas que tales importaciones requerían (sesgo antiexportador). Así, el proceso de industrialización terminó por ser totalmente dependiente de las exportaciones del sector primario. También, hubo signos generalizados de ineficiencia en las industrias, que sobrevivieron sólo porque estaban fuertemente protegidas: los productos que elaboraban eran comparativamente de inferior calidad y los precios muy superiores a sus equivalentes en los mercados internacionales. Se generó una estructura industrial altamente ineficiente, y la sobreprotección de esta ineficiencia colaboró a la concentración de la riqueza en manos de unos pocos favorecidos. De acuerdo con Lagos, la industria alimentaria perdió participación dentro de la industria manufacturera, en términos de su valor bruto de producción, entre 1938 (39,4%) y 1956 (25,3%). La industria alimentaria chilena de mediados del siglo XX es tipificada por el mismo autor (pp. 124-125) como una de bajo grado de concentración, perteneciente más bien a la categoría de “pequeña industria”, con el 50% de la fuerza de trabajo en firmas que ocupan menos de 100 trabajadores, y con el mayor capital por obrero y valor agregado dentro de dicha categoría. Lagos, La Industria en Chile, p. 4.
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mismo año fueron alemanes e italianos66. Todavía en 1925 se mantendría un leve predominio de propietarios de origen extranjero67. Es posible vincular a los españoles asentados en Chile con su origen regional e identificación laboral-industrial68: la industria del calzado con los catalanes, la industria panificadora con los gallegos, la industria maderera con los riojanos; correlación que permanece hasta la actualidad. Asimismo, agrega que junto con la actividad comercial es importante destacar que la evolución que tuvo el grupo en cuanto a su gestión empresarial fue paralela a una activa y creciente participación en el desarrollo industrial que experimentó la ciudad de Valparaíso69. Respecto a la migración alemana70, se expresa que este colectivo constituye parte importante de la elite económica de la ciudad y cuenta con el apoyo institucional apropiado para participar en el comercio internacional disfrutando de amplias ventajas frente a otras naciones menos favorecidas. Así, la expansión europea que lideraron Gran Bretaña y Alemania estimuló el comercio internacional a través de la exportación de nuestros recursos naturales. Del mismo modo, la importación de la producción industrial europea estuvo manejada a través del orbe por comerciantes, navegantes, financistas y distribuidores ingleses y alemanes71. Con la creación de la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) en 1939, la agroindustria hortofrutícola que mayor desarrollo logró fue la conservera, que llegó a tener treinta establecimientos en 1967. La industria deshidratadora
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Estrada, Participación Italiana en la Industrialización de Chile, pp. 89-123. Kirsch, Industrial Development in a Traditional Society. Aspectos relevantes de esta inmigración se encuentran también en Bernedo, Patricio, “Los Industriales Alemanes de Valdivia, 1850-1914”. Historia. Vol. 32. 1999; Mazzei, Leonardo,“El Empresariado Mercantil de Concepción a Fines del Siglo XIX”. Atenea. N° 498. 2008; Nazer, Ricardo, “El Surgimiento de Una Nueva Elite Empresarial en Chile: 1830-80”. Bonelli, Franco y Stabili, María Rosaria (eds.). Minoranze e Culture Imprenditoriali: Cile e Italia (secoli XIX-XX). Roma. Ed. Carocci. 2000; Adicionalmente se puede revisar Hoerll, Alberto, La Colonización Alemana en Chile. Talca, 1910; Martinic, Mateo, La Inmigración Croata en Magallanes. Punta Arenas, Hogar Croata, Impresos Vanic, 1999; Pellegrini, Amadeo, El Censo Comercial e Industrial de la Colonia Italiana en Chile, 1926-1927. Santiago, Imprenta de la Colonia, 1926. Navarro, Concepción y Estrada, Baldomero, “Migración y Redes de Poder en América: El Caso de los Industriales Españoles en Valparaíso (Chile) 1860-1930”. Revista Complutense de Historia de América. Vol. 31. 2005. pp. 115-146. Los autores señalan que el bombardeo español de 1866 tuvo consecuencias muy lamentables para este grupo, ya que muchos de ellos fueron expulsados del país y otros, que se quedaron, tuvieron que sufrir la persecución, el despojo y rechazo de los chilenos. Estrada, Baldomero, “Integración Socioeconómica de la Colectividad Alemana en Valparaíso (1850-1930)”. Historia 396. Vol. 1. N° 2. 2011. pp. 199-235. El autor señala que la presencia alemana en Chile tiene una impronta sobresaliente a partir de diversos hitos de nuestra historia: la colonización de las regiones de la Araucanía y de la Región de Los Lagos, su influencia en la formación profesional del ejército y en el desarrollo de nuestro sistema educativo.
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también tomaría mayor impulso con la paulatina instalación de packings de fruta. Pero, la agroindustria hortofrutícola exportadora no lograría su despegue sino hasta la década de 1980, de regreso a un modelo “hacia afuera”. De acuerdo con las cifras fob de Chilealimentos, el país exportó en 1981 la suma de US$ 32 millones en frutas y hortalizas procesadas, incrementándose en el 2008 a US$ 1.555 millones, año que marcó el peak de estas exportaciones72.
PRINCIPALES INDUSTRIAS DEL RUBRO AGROALIMENTARIO DE LA ÉPOCA Entre los principales establecimientos industriales del período 1840-1900 se pueden destacar los siguientes del rubro agroalimentario: 1840/48-Fábricas de Fideos de G. Schiarella, S. Brignardello, A. Daneri y M. Frugone; 1849-Molinos Bellavista, de G. Délano; 1850-Molinos de San Felipe, de L. Pasturel; 1850-Molinos de Talca, de J. Hevia; 1850-Molino Binimelis, de P. Binimelis; 1850-Molinos California, de A. Aninat; 1851-Molinos Corinto, con bodegas en Talca, Valparaíso, Constitución, Peumo y San Javier, de Cooper y Cía.; 1851-Fábrica de Aceite Comestible, de M. Delpiano, ubicada en Santiago; 1852-Fca. de Galletas y Caramelos Hucke, de F. Hucke; 1852-Molinos San Pedro, que producía la harina más refinada del país, de A. Salas; 1853-Sociedad Industrial Kunstmann, de H. Kunstmann en Valdivia, para la producción molinera, harina de trigo y levadura; 1855-Molinos Wiker, de M. Wiker; 1855-Molino de Collen, de J. T. Ramos; 1855-Molino San Pablo, de F. Casanueva; 1856-Fábrica de Fideos Basso y Basso, de M. Frugone y L. Basso; 1857-Fábrica de Azúcar, de T. Urmeneta; 1858-Molino del Tomé, de I. Collao; 1864-Molinos de la Unión, de F. Grob; 1864-Fábrica de Choros en Conserva, de F. Sciaccaluga, ubicada en Talcahuano (habría fundado en 1880 otra fábrica de conservería de mariscos en Calbuco)73; 1865-Molinos Bunster, de J. Bunster; 1865-Establecimientos Thater, de A. Thater; 1865-Panadería Vienés, de A. D’Huique; 1866-Fca. Fideos y Chocolates Zanetta, de F. Zanetta y J. Delepiani (o Dellapiane), que habría dado origen más tarde a la Fábrica La Fama; 1867-Fábrica de Aceite de Cocos de Valparaíso, de Williamson-Balfour & Co.; 1869-Panadería y Galletería San Luis, de S. Monck; 1870-Molino de la Fe, de D. Foley; 1869-Molinos de Cilindros (5), de J. Bunster (apodado “El Rey del Trigo”); 1870-Refinería de Azúcar de Viña del Mar, de J.
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Valenzuela, Luis, “Una Revisión de las Variables Relevantes para la Agroindustria Hortofrutícola”. Revista Chilena de Economía y Sociedad. Vol. 4. N° 1 y 2. 2010. pp. 47-64. Según el último Catastro Agroindustrial con que se cuenta, en el año 2001 existían en Chile 201 plantas agroindustriales hortofrutícolas: 57 conserveras, 67 deshidratadoras, 58 de congelados y 19 de jugos. Este no es un establecimiento de índole agroalimentario, pero sirve para destacar que las conservas de mariscos y pescados antecedieron a las de frutas y verduras.
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Bernstein, ubicada en Viña del Mar (otra fábrica en Penco); 1871-Compañía de Fabricación de Pan y Galletas de Valparaíso; 1872-Molinos de Calera, de Morel y Silva; 1872-Fábrica. de Aceite de Cocos, de G. Hormann y Cía.; 1872-Molino Victoria, de R. Montané; 1875-Molinos de Holman y Jenkins; 1876-Fábrica Nacional de Galletas, de Field, Stocker & Co.; 1877-Molinos Zwanzger, de M. Zwanzger; 1884-Fábrica de Chocolates Giosía y Cia., de L. Giosía, ubicada en Santiago; 1885-Fábrica de Azúcar de Betarraga, de B. Matte, ubicada en Santiago; 1886-Molino de Cilindros, de D. Sutil; 1887-Fábrica de Conservas Alimenticias, de J. de Solminihac, ubicada en Puerto Montt, dedicada a la fabricación de las conservas El Cometa; 1891-Fábrica de Fideos, de E. Arancibia; 1892-McKay S. A., de A. McKay, ubicada en Talca, dedicada a la fabricación de galletas y confites, alimentos industriales y otros; y 1898-La Joven Italia, Carozzi y Cia., de A. Carozzi, en Valparaíso, trasladada en 1907 a Quilpué, llamándose Compañía Molinos y Fideos Carozzi74 (Concha, 1890; Pérez, 1891; Pérez, 1893; Martínez, 1896; Ichpepanam, 1902; Ortega, 1981; Sofofa, 1983; García, 1989 y Estrada, 1993). En 1844 se estableció la primera fábrica para refinar azúcar (Ducaud) y en 1858 se fundó la Fábrica de Azúcar Lavigne en Ñuñoa, proyectos que no habrían prosperado. Fábricas más pequeñas de azúcar granulada fueron la Sociedad Francesa de Azúcar de Iquique, Saturnino Mena en Santiago y Hoffman Hermanos en Valdivia. Otra fábrica importante de chocolates fue la de E. Despouy, en Santiago. Conservas alimenticias eran producidas por Weir Scott y Cía., en Graneros75. Se destacan también, en este período, las aceitunas en conserva fabricadas por J. M. Olavarrieta, el aceite de muy buena calidad de B. Guilizástegui, de Aconcagua, y el de T. Larraín, de Viluco. En relación al estado de las fábricas del grupo alimentos hasta 187876, resalta otras de importancia, como la panadería mecanizada de Patrickson & Crichton, la Bodega y Panadería de
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Concha, Manuel, Breves Observaciones sobre la Molinería Chilena. Santiago, Imprenta Cervantes, 1890; Pérez, Julio, La Industria Nacional 1889-1890: Cuaderno I. Santiago, Imprenta Nacional, 1891; Pérez, Julio, La Industria Nacional 1891-1893: Cuaderno II. Santiago, Imprenta Cervantes, 1893; Martínez, Mariano, Industrias Santiaguinas. Santiago, Imprenta y Encuadernación Barcelona, 1896; Ichpepanam, Reseña de las Principales Industrias Chilenas Premiadas en la Exposición Pan-Americana (Buffalo, Estados Unidos 1901). Santiago, J. Tadeo Laso J., Impr. y Enc. Barcelona, 1902; Ortega, Luis, “Acerca de los Orígenes de la Industrialización Chilena, 1860-1879”, pp. 3-54. Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), 100 Años de Industria (1883-1983); García, Incipient Industrialization in an “Underdeveloped” Country; Estrada, Participación Italiana en la Industrialización de Chile, pp. 89-123. Vicuña Mackenna, al hablar de algunos cateadores mineros, señalaba: “Solo en tiempos de sibaritismo i de opulencia se ha llegado al lujo de las cacerolas, de las conservas de Weir Scott, de la cerveza de Andwandter i hasta del esquisito té”. Vicuña Mackenna, Benjamín, El Libro de la Plata. Santiago, Imprenta Cervantes, 1882, p. 253. Ortega, “Acerca de los Orígenes de la Industrialización Chilena, 1860-1879”, pp. 3-54.
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León Hermanos y Cía., la fábrica de pastas alimenticias y la de tabacos de Sivori y Cía., la molinería de café de James Amnet, y un establecimiento llamado “La Patria”, que combinaba la producción de galletas con la de fideos. Sofofa77 muestra también algunas industrias agroalimentarias del siglo XX: 1901-Compañía Industrial S. A., fundada por los señores Cotapos y Negalia, ubicada en Lontué (planta), Iquique, Maipú y Temuco (envasadoras), dedicada a la elaboración y procesamiento de productos alimenticios: aceite, arroz, azúcar, salsa de tomate y legumbres; 1905-Barra y Molino La Higuera, fundada por Germán Baldeig, ubicada en Chillán, dedicada a la producción de harina flor y en rama, y chuchoca; 1906-Conservas Pentzke S. A., de E. Pentzke, procesadora de frutas y vegetales enlatados cultivados en el Valle del Aconcagua; 1906-Chocolates Frutos Ltda., fundada por Juan de Frutos, ubicada en Santiago, fábrica de pasteles que derivó en fábrica de chocolates; 1908-Empresa “Bozzolo, los hijos”, de L. Bozzolo, en Quillota, dedicada a la producción de pasta de tomate a granel y de las conservas Centauro; 1910-Fábrica de Conservas Alimenticias (y de anillos de goma para envases de lata), fundada por Luis Herve; 1915-Molino La Estampa S. A., fundado por Manuel González Diguez, ubicado en Santiago; 1918-Fábrica de Fideos La Genovesa, fundada por Julio Cattani, ubicada en Santiago; 1918-Fábrica de Galletas, fundada por Weston Hermanos; y 1921-Fábrica de Conservas El Vergel, en Hijuelas, de los hermanos Cambiaso, líder en la fabricación de conservas de frutas, hortalizas y salsa de tomates78.
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a surgir las de fideos o pastas, de aceite comestible, de azúcar, de conservas de productos del mar, de salazón de carnes y pescados, de otros salmuerados menores, de galletas y afines, de frutos secos y de productos deshidratados vía solar. Acompaña este proceso una inmigración europea que será de vital importancia en la industrialización del país. Es la Guerra del Pacífico el suceso que consolida la primera etapa del proceso de industrialización chileno. En lo relativo a la agroindustria hortofrutícola, el secado al natural de frutas, precursor de los métodos modernos de deshidratación, se remonta a la época de la Colonia, con exportaciones incipientes, de las cuales se ignoran mayores antecedentes, hacia fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Aunque la conservación de alimentos vía calentamiento y salmuerado tiene una larga data en la historia del país, la conservería de frutas y hortalizas en tarros de hojalata, a escala y con procesos industriales surge con fuerza a comienzos del siglo XX. Los jugos concentrados de frutas y hortalizas son un fenómeno moderno, pero algunas iniciativas por producir jugos naturales se encuentran también a inicios del siglo XX. Los congelados hortofrutícolas no figuran en este trabajo, puesto que la capacidad de frío importada fue destinada durante las primeras décadas del siglo XX, por razones puramente económicas, a los rubros cárnicos y lácteos. La agroindustria hortofrutícola constituyó durante el siglo XX una actividad preferentemente sustituidora de importaciones que no logró un despegue exportador de relevancia sino a partir de la década de 1980, con la apertura comercial iniciada en la década previa.
CONSIDERACIONES FINALES La industria agroalimentaria es un fenómeno claramente perceptible en las décadas de 1840-1850, y particularmente en esta última, concordando con la postura de aquellos que sitúan los orígenes de la industrialización chilena en este período. Es la molinería, y más propiamente la industria de la harina y sus derivados, la principal actividad fabril relacionada con la mesa del chileno hasta prácticamente fines del siglo XIX. Las cifras y antecedentes revisados detectan un buen número de establecimientos industriales alimentarios fundados en esas fechas, revistiendo algunos un carácter más bien artesanal visto con los ojos del presente. Junto a la molinería y a las fábricas de harina comienzan
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[Recibido el 2 de octubre de 2013 y Aceptado el 4 de noviembre de 2013]
“Salus Populi Suprema Lex Esto”: Fe, Ciencia y Política en la Modernización de las Prácticas Funerarias (Ss. Xviii-Xix) Diego José Feria Lorenzo - Cristina Ramos Cobano
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Luciano Casali y Lola Harana (eds.), L’oportunisme de Franco. Un informe sobre la qüestió jueva (1949). Catarroja-Barcelona, Editorial Afers, 2013, 136 páginas1.
Este libro aborda dos temas indisociables de la historia contemporánea de España: la dictadura franquista y la posterior puesta en marcha de la maquinaria propagandística. Dicha maquinaria tenía la intención de crear una opinión pública internacional favorable a Franco y de desplegar un mito que perdura hasta nuestros días, esto es, el mito de la protección de los judíos por parte de las autoridades del régimen. Con este trabajo, el Centre d’Estudis Històrics Internacionals (CEHI) de la Universidad de Barcelona continúa apostando por la publicación de documentos que prácticamente son desconocidos o bien permanecen dormidos en los archivos, a la espera de que alguien los rescate para desmontar rigurosamente esos mitos perpetuados en la mentalidad colectiva nacional e internacional. Aquí ese rescate archivístico ha corrido a cargo de Luciano Casali y de Lola Harana. El primero es un profesor de Historia Contemporánea de la Università di Bologna con más de cuarenta años de experiencia. Entre otras, ha ejercido como profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, en la Universidad de Valencia y en la University of California. Director y
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El libro está escrito en su mayor parte en catalán y francés aunque la traducción al castellano de las citas que aparecerán en la reseña es mía.
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colaborador de varias revistas internacionales de historia, en los últimos años ha centrado sus investigaciones en el estudio del fascismo español desde un punto de vista comparativo. Por su parte, Lola Harana es coordinadora de proyectos y documentalista en el CEHI, además de ser doctoranda del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona. La introducción de Luciano Casali que lleva por título “Manipulación y maquillajes: estrategias propagandísticas del régimen” comienza con una sentencia casi lapidaria: “El mundo occidental, poco a poco, aceptó tácitamente el régimen de Franco” (p. 9). La Guerra Fría y el hastío hicieron que las democracias occidentales repensaran el papel de Franco en el mundo. De un periodo de autocracia, hambre, represión y aislamiento internacional, el franquismo pasó a ser un fuerte aliado anticomunista, velador de los valores del capitalismo. Al franquismo, esa reinvención pública le canjeó grandes beneficios económicos y estratégicos, es decir, obedecía a una artimaña totalmente interesada y nada espontánea. De ahí que, ¿cómo se puede explicar que un declarado antijudío y aliado de Hitler mandara redactar un opúsculo donde el franquismo enaltecía la cultura hebraica, el tolerante hermanamiento histórico de los diferentes pueblos de Iberia y la mediación del régimen para evitarles la solución final a los judíos de origen español? Para los editores de este libro, el opúsculo L’Espagne et le juifs������������������������������������������������������������������� (publicado en francés en 1949 por la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores) respondía a una necesidad de probar ante Estados Unidos que la alianza hispano-alemana no obedecía a un plan antisemita sino a un proyecto común por destruir al enemigo comunista soviético y que “los judíos siempre habían encontrado en la España de Franco ayuda y protección” (p. 10). Siguiendo esa lógica, el opúsculo aquí editado y reseñado no es una especie de historia de las relaciones entre el régimen de Franco y los judíos, sino más bien un reflejo de la capacidad inventiva del régimen para reconstruir la historia a su antojo ya que no hay que olvidar que el Generalísimo siempre mostró “(…) a lo largo de su vida una obsesión antimasónica y antijudía” (p. 15). Sin ir más lejos, cuando un moribundo Franco accedió a dar el que fuera su último discurso en la Plaza de Oriente (Madrid) el 1 de octubre de 1975, esto es, un mes y medio antes de morir, volvió a hablar de una “conspiración masónica izquierdista”, de “la subversión comunista-terrorista” (p. 17) y de la ideología judía como desencadenantes de los conflictos obreros que en aquella época estaban en todo su auge. El opúsculo se creó en respuesta a la intervención de Israel ante la ONU (1946) para castigar a la España de Franco y votar en contra de su entrada en dicha institución. El representante de Israel aceptaba que el régimen español no hubiera contribuido directamente al exterminio de judíos pero, de igual modo,
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presentaba al franquismo como “(…) un aliado activo y simpatizante del régimen responsable de aquella política y, por lo tanto, ha contribuido desde un punto de vista global, a la eficacia de la alianza” (p. 35). En la misma sesión plenaria se insistía en que su exposición no era un ataque al pueblo español sino al régimen franquista. La contrarréplica franquista se publicó en 1949 en un tono casi victimista: “(…) la verdad de los hechos y los testimonios solemnes de muchos grupos israelitas demuestran que España, con su tradicional espíritu humanitario y su generosidad, desplegada especialmente durante la guerra, con extraordinaria habilidad y superando enormes dificultades, sus buenas relaciones con el gobierno alemán para aligerar el tratamiento que el nazismo infringía a los judíos, consiguiendo así, en muchos casos, salvar las vidas de miles de ellos” (p. 37). Según el opúsculo, España no sólo ayudó a los sefardíes sino, en la medida de sus posibilidades, a todos los judíos. Para justificar sus palabras, el texto se mete de lleno en la manipulación histórica. Se remonta a 1492, donde se describe cómo los judíos “salieron” de España (no se menciona en ningún momento ni ultimátum de ningún tipo, ni expulsiones, ni persecuciones inquisitoriales, ni conversiones forzosas). Después se presenta la época de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) como una época de esplendor y tolerancia hacia los judíos que querían legalmente reintegrase al país y adquirir la nacionalidad española: “(…) el general Primo de Rivera, mediante un decreto del 20 de diciembre de 1924, les va a ofrecer, en una interpretación benévola del ‘ius sanguinis’ la posibilidad de recuperar la nacionalidad española” (p. 52). En la sección que se refiere a la protección concedida por España a los judíos sefardíes se analiza la situación de los judíos principalmente en Francia, Rumanía, Grecia, Hungría, Bulgaria y el protectorado francés de Marruecos durante el comienzo de la II Guerra Mundial. Las embajadas españolas en cada uno de esos países se esforzaron, al menos supuestamente, en crear un registro de sefardíes para evitar que fueran masacrados. De la misma manera, se admite que los sefardíes que en 1942 probaban su procedencia tenían mayores posibilidades de salvarse de la barbarie nazi pero, al mismo tiempo, las listas de gaseados españoles incluían miles de judíos. La España de Franco se excusaba diciendo que el embajador alemán en España les había prometido salvar a todos los españoles, pero según él, a veces era imposible demostrar la nacionalidad de esas personas y que habría que esperar hasta el final de la guerra para repatriarlos (p. 65). Pese a la coyuntura bélica, el texto recoge cómo un convoy de sefardíes entró en España en 1944. En ese primer convoy llegaron 162 personas mientras en un segundo fueron 183. Los editores nos advierten que en la versión en castellano se da una cifra de 983 (en lugar de los 183 que se ofrecen en la versión francesa) (p. 66). Para los editores no pasa desapercibido que L’Espagne et le juifs fuese publicado originalmente
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en francés (en lugar de inglés) y que la edición estuviera repleta de supuestos errores: “Se trata simplemente de propaganda y no de una reconstrucción o narración de hechos reales y concretos: eso explica los errores que contiene, y las omisiones que hemos encontrado y, tanto los unos como los otros, resultan obvios después de una atenta lectura crítica” (p. 23). Una vez en España y, siempre según la versión que nos da el régimen en este opúsculo, los judíos
así que es posible hablar de una verdadera institucionalización hostil hacia lo judío: “(…) el antisemitismo no era sólo una manía obsesiva de Franco, sino que formaba parte de una mentalidad generalizada y que se intentaba que arraigara en el conjunto de la sociedad y no sólo entre las altas esferas del régimen” (p. 18). Por último, el libro es un modelo extrapolable a cualquier país que haya sufrido una dictadura prolongada cuyos tentáculos ideológicos han
podían libremente practicar su culto religioso. En ciudades como Madrid y Barcelona se inauguraron legalmente varias sinagogas, cosa que la II República no permitió. La propaganda va aún más lejos y el régimen sugiere que los judíos en España vivían mejor que durante la II República: “Este oratorio fue destruido y saqueado por los comunistas durante la dominación roja de la capital de España. Entre otras pertenencias de la sinagoga, los rojos robaron un cáliz sagrado, todo de oro, de origen turco, que había pertenecido, según parece, al tesoro del sultán” (p. 72). En su enumeración de las bondades franquistas, el opúsculo también menciona que dentro del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) se creó un instituto que lleva el nombre del hebraísta Benito Arias Montano. Poco después se vuelve a insistir en los nefastos efectos que tuvo la II República sobre los judíos españoles: “En 1931, cuando se proclamó la República en España, las promesas hechas por los republicanos a la comunidad judía van a ser bastante pomposas. A pesar de ello, los israelitas van a verificar muy rápido que aquellas promesas no habían sido más que fórmulas falaces de propaganda” (p. 85). Semejante afirmación viene a contrastar con el pastiche propagandístico de los primeros años del franquismo: en aquellos días, para las autoridades franquistas la República no era más que un ejemplo del poder de las “fuerzas revolucionarias judeo-masónicas” (p. 19). El texto se cierra en un tono victorioso diciendo: “Después de la exposición de los ‘hechos’ que acabamos de hacer, es conveniente preguntarse sobre cuáles son las razones por las que se fundamentan aquellos que ‘pretenden’ que el gobierno español ha seguido una política antisemita” (p. 90). El franquismo construyó sus mitos a medio camino entre la fantasía y la falsedad: “Se había de crear la falsedad, aunque fuera evidente, simplemente por el mero hecho de que esta falsedad había sido proclamada como la verdad por el franquismo” (p. 28). Si bien toda simbología fascista desapareció del ámbito público –así por ejemplo, el saludo con el brazo alzado se sustituyó por el más neutro saludo militar–, estos giros discursivos y estéticos fueron puros cambios cosméticos que no variaron el objetivo de Franco: llevar la cruzada cristiana hasta sus últimas consecuencias y conseguir suculentas ventajas económicas.
sido tan fuertes que han traspasado y siguen traspasando varias generaciones. Y es que en estos casos, muerto el perro, no se acabó la rabia. A la luz de los
Basta hurgar un poco para que pronto emerja el antisemitismo entre los discursos, entre los libros de texto y entre las instituciones franquistas. Tanto es
diferentes movimientos por la recuperación de la memoria histórica2 cabe terminar diciendo que no basta con enterrar a los cientos de muertos que todavía siguen en anónimas fosas comunes sino, sobre todo, también hay que enterrar ciertos mitos que se incrustan acríticamente en las mentalidades colectivas de las diferentes naciones. El contexto de la Guerra Fría y la notable mejora de las relaciones entre España y Estados Unidos hicieron que ese opúsculo se tomara por verdadero “(…) sin tener que verificar la exactitud de las informaciones que proporcionaban con este propósito” (pp. 23-24), afortunadamente los editores de este libro han desplegado toda una serie de herramientas críticas que han desmontado, paso a paso, el mito de la protección de los judíos por parte de las autoridades del régimen.
Pedro García Guirao, Reino Unido University of Southampton pgg1g10@soton.ac.uk
[Recibido el 7 de octubre de 2013 y Aceptado el 14 de octubre de 2013]
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La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha cumplido una labor excepcional a este respecto. Más información en: http://www.memoriahistorica.org.es/
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Leonardo León Solís, NI PATRIOTAS NI REALISTAS. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile 1810-1822, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2011, páginas 816. La relevancia de un libro de historia, no está dado tanto por su temática ni por sus re-ediciones, sino por la discusión que se desata al interior de la comunidad científica al momento de su publicación. El texto que reseñamos hoy cumple con este requisito, pues debería desencadenar una discusión de orden historiográfico con respecto a la participación de los sectores subalternos, tanto en el proceso de independencia como en la construcción del Estado Nacional. La temática que ha escogido el profesor León es el proceso de Independencia, período que estudia el autor del trabajo in comento, es una de las áreas que mayor atención ha despertado en la historiografía nacional y extranjera, que el mismo León resalta en su balance bibliográfico. Resulta doblemente interesante el estudio, porque por una parte, trabaja la temática desde la perspectiva del bajo pueblo –concepto plástico– y, por otra, que la investigación que realiza tiene una mirada global desde los sujetos históricos, tanto la plebe como la elite, y con una perspectiva relacional. Aunque el énfasis está pues en los sectores subalternos. La obra del profesor León está organizada en una Introducción y cinco partes o capítulos. En la introducción se pasa revista a los hechos desde una óptica general del proceso que gatilló la primera Junta Nacional de Gobierno, en don-
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de el autor reflexiona sobre las causas que movieron a las elites –cuáles– para hacerse del poder, pero también contra quienes se movilizaron éstas. Además, realiza un balance bibliográfico, que es uno de los aspectos relevantes de la obra, aunque se evidencian algunos silencios historiográficos, pues dedica sólo cinco páginas (p.73-78) a tratar la historiografía anterior a 1973, pero despliega más de sesenta y tres páginas (p.78-141) para referirse a los textos más
miento de Bernardo O’Higgins (p.13). Se puede apuntar que este objetivo es logrado con eficiencia por el autor, toda vez, que realiza un pormenorizado relato de los hechos en donde da cuenta de esta historia. Lo que se puede apuntar en función del objetivo y los resultados es la interpretación –reflexión histórica– que realiza León a los acontecimientos, labor propia del historiador. El autor nos propone una mirada que describe la relación entre la elite y la plebe como
recientes –Illanes, Jocelyn-Holt, Salazar, Pinto-Valdivia, Stuven–, siendo que el único texto que se refiere en forma particular al período que abarca el trabajo del profesor León, es el de Alfredo Jocelyn-Holt –La Independencia de Chile. Tradición, Modernización y Mito–, los otros citados en este balance sólo mencionan el proceso de independencia como pivote de una serie de fenómenos que se desencadenarán a partir de este hecho. También es necesario apuntar que no se encuentra mención, por ejemplo, al libro de Cristian Guerrero Lira sobre la contra revolución, –sólo se cita un artículo (p.29) que no está consignado en la bibliografía general al final del libro–, lo cual, nos parece extraño por decir lo menos. La primera parte se extiende desde 1810 hasta 1814, que da cuenta de las relaciones que se establecen entre el bajo pueblo, la aristocracia, los monarquistas, en el proceso de independencia, que para el autor no aportó ninguna novedad en cuanto a que la situación de la plebe no sufrió trastornos en lo político, económico y social. La segunda parte del texto, abarca los años que van desde 1814 a 1817, y que coincide con la vuelta de los monarquistas al poder, es decir, la restauración. La tercera parte se extiende entre la batalla de Chacabuco y Maipú, en donde el autor realiza un profuso relato en demostrar las debilidades de las elites en resolver los problemas que se planteaban en el nuevo escenario. Una vez más se utiliza esta lógica relacional para situar en contexto a la plebe y la aristocracia (republicanos). La cuarta parte da cuenta de los hechos que se extienden desde 1818 a 1820, con una preocupación especial en la plebe, en donde el autor hace hincapié en que los plebeyos continuaron viviendo a espalda de estos acontecimientos (p.617). La quinta parte que se titula la República Inconclusa, en donde el profesor León pasa revista, en una especie de raconto a su propio trabajo, en donde se puede visualizar una serie de temas que fueron abordados y se vuelven a repasar, por ejemplo: la relación de la aristocracia y la plebe; la relación del Estado con los grupos plebeyos; la legitimidad del sistema político; participación de la plebe en la nueva realidad; el tema particular de los pueblos originarios en la república, los miedos de la elite frente a la plebe, etc. Se puede señalar que esta última parte oficia de conclusión a este vasto trabajo.
algo conflictiva, pero también nos manifiesta que dicha relación se construyó en el devenir histórico, por lo cual, se hace necesario preguntar a León cuál es la especificidad de este período para cambiar las relaciones de la aristocracia y la plebe. Los temas tratados al final del libro dan cuenta de una situación que no se modificó durante el proceso de Independencia y menos durante el siglo XIX. Entonces dónde está lo particular de esta historia, a nuestro juicio no estaría en la descripción de las conductas propias de cada grupo, sino en la mirada que se quiere acentuar en el trabajo. El autor establece una metodología de tipo relacional, es decir, en función de las fuentes consultadas, algunas utilizadas por la historiografía, tanto liberal, conservador, y la de la década de los sesenta y setentas, más otras, por ejemplo judiciales, que nos entrega una mirada fresca de la plebe en este contexto, pero no cambia en forma radical las visiones que la actual historiografía nacional y latinoamericana nos proporciona. Se puede apuntar que León es el primero en recrear en forma exhaustiva la historia de la plebe en la etapa formativa del Estado Nacional de Chile. Lo que no se puede compartir es la interpretación de esa historia, pero ese es el trabajo que se debe realizar en la reflexión histórica.
El objetivo del libro in comento, es reconstruir la confrontación entre plebeyos y patricios durante el período que se extiende desde 1810 hasta el derroca-
evidentes en los espacios urbanos coloniales. Se puede apuntar que el reparo en función del sujeto plebe se puede establecer para el de elite. Lo anterior,
La primera desavenencia con León nace de la imprecisión del sujeto histórico, pues éste se refiere a la plebe –categoría de análisis– en gran parte del texto, pero también como bajo pueblo, clases, aunque no entrega los elementos que definen a dicho estrato social. La estratificación colonial nos demuestra la poca claridad de los estratos sociales, pues los criterios pueden tener validez en un contexto particular, el cual no necesariamente pueda ser extensivo para otra realidad social. El autor no entrega elementos diferenciadores entre las castas, los artesanos, los estratos medios, los indígenas, estratos populares, pues establece un agregado social –plebe–, suponiendo que el concepto da para contenerlos a todos, lo anterior no está dirigido a desconocer al sujeto sino a precisarlo. Esta discrepancia tiende a cuestionar de sobremanera al sujeto histórico –plebe– que se pretende rastrear en este estudio. Además, no establece una diferencia entre los espacios rurales y urbanos, que para el mundo colonial tiene una relevancia, pues los procesos de diferenciación social eran más
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pensando en cómo fue recepcionado el proceso de independencia en cada una de las villas de la gobernación de Chile, por ejemplo: San Felipe el Real, las elites locales no eran grupos aristocráticos los cuales menciona León, sino estratos medios que copaban el cabildo de esa villa. El mismo autor cita el caso de la villa de Rancagua (p.29). Por último, las conductas propias de la plebe estaban circunscritas a ciertos grupos sociales que recorrían la geografía eco-
do sobre la lógica de los pactos, es decir, sobre privilegios, en donde los grupos subalternos no tenían posibilidades de acceder al poder político, que para el caso en estudio estuvo relacionado con el cabildo. No se puede construir un escenario casi ideal para relevar el proceso posterior, la plebe que trata de graficar León en su texto nunca tuvo posibilidades reales en el mundo colonial, de sobre-manera en el ámbito de lo político, de mejorar su situación.
nómica de la gobernación, los cuales eran mencionado con los vagabundos, ociosos, mal entretenidos, que son retratados por Alejandra Araya, quien nos señala la práctica de las elites de judicializar las relaciones sociales con el fin de apropiarse de esta mano de obra. Las relaciones conflictivas al interior de la sociedad colonial arrancan desde sus orígenes la cual se va acentuando en la medida que las elites se consolidan en el poder. También existen problemas intra-elite, por ejemplo la aristocracia de Santiago –Familia Vicuña– con los estratos medios de San Felipe, que oficia de elite local. Con lo anterior, queremos puntualizar que las tensiones y conflictos sociales no estaban dirigidos en una sola dirección sino era múltiple, vectorial, aunque las elites de Santiago –la aristocracia del dinero mercantil– estableció con todos los estratos sociales una relación tensa.
Una tercera desavenencia con el autor es cuando señala que la paz social durante dos centurias había descansado sobre un consenso, un hecho de inmensa trascendencia política que no se debía ignorar (p.31). La afirmación anterior borra de un plumazo la historia social de la colonia, pues da la idea que las lógicas de antiguo régimen, de acuerdo con el autor, fueron de mejor calidad en relación con el advenimiento de la república, pues las elites que condujeron el proceso se olvidaron de dicho consenso o pacto, pero eso es inconsistente con la realidad histórica. El mismo León nos manifiesta en forma majadera, sobre todo en el último apartado de su libro, que la realidad de la plebe no cambió en absoluto y describe los abusos y la utilización que hicieron los grupos superiores con los subalternos en período anterior.
Una segunda desavenencia dice relación a la utilización de algunos conceptos que no dan cuenta del período en estudio. Por ejemplo cuando nos señala que la Independencia en Chile fue una guerra civil que destruyó el pacto social que permitió la gobernabilidad en el país por más de tres siglos (p.13). La anterior afirmación introduce un concepto que no es aplicable al período en estudio, tratar de utilizar el concepto de gobernabilidad, es un verdadero anacronismo, toda vez que esto no era tema de las elites y de discusión en los círculos intelectuales de Chile o de otro lugar del mundo. Giovanni Levi manifiesta que es impensado transferir lógicas que no corresponden a una etapa de la historia. Además introduce la categoría guerra civil, que para el caso y de acuerdo a las definiciones desde la sociología política y las ciencias políticas, ésta debe a lo menos cumplir dos requisitos. El primero dice relación a la división de la sociedad civil en dos grupos irreconciliables, según el autor esto sólo se dio en el ámbito de la elite, pues la plebe no se involucró en dicho proceso, con lo cual, y siguiendo la lógica del autor, éstos fueron apáticos o desertores. El segundo elemento se establece con la división de las Fuerzas Armadas, en el caso particular de Chile las fuerzas militares profesionales que siguieron leales al rey, y hubo que implementar una fuerza patriota para hacer frente al conflicto. Se puede apuntar que para referirse al conflicto que fue una guerra que se libró al interior de los grupos de poder de la gobernación de Chile y que respondieron de acuerdo a sus propios intereses. Por último, el pacto social estaba cimenta-
Una cuarta desavenencia que se puede apuntar del texto se relaciona con la ausencia de un marco teórico que sustente el relato de la participación de la plebe en el proceso de independencia y en la primera etapa de la construcción del Estado Nacional de parte del autor. Sin embargo, él mismo nos señala que el trazado central de este libro surge tanto de la revisión de la documentación y fuentes de la época, como del análisis de la obra de historiadores y ensayistas que han enriquecido nuestra visión de aquel proceso (p.14). Aunque León da algunos atisbos entre líneas –teoría implícita– no plantea derechamente una teoría de la plebe en función de su participación política en los hechos relatados. Al inicio del libro cita John Tutino (p.14) en relación a la presentación que hizo de un trabajo de Florencia Mallon –Campesinos y Nación. La Construcción de México y Perú postcolonial– en donde la autora utiliza los estudios subalternos para aproximarse a los campesinos desde la cultura política popular de éstos, tanto en Perú como en México. No se evidencia mayor profundización en esta teoría que está desarrollada en el libro citado. Tampoco se adhiere a la escuela marxista inglesa, la historia desde abajo –E.Hobsbawn– en la lógica de las formas populares de resistencia –Rebeldes Primitivos y Bandidos– siendo que utiliza en forma indiscriminada el concepto de clases sociales –E.P. Thompson– a través del texto –El Mercado Inglés de la Clase Trabajadora–, sin embargo cita el libro de éste La Costumbre (p.151). Por lo tanto, uno podría suponer que este trabajo está desprovisto de teoría, lo que necesariamente
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acarrea un problema de índole estructural, pues se puede abordar desde cualquiera perspectiva historiográfica para penetrar en sus resultados y proceder a su crítica. Si existiera una segunda edición se podría incluir un capítulo que dé cuenta de esa teoría en forma explícita.
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Por último, es necesario señalar que la obra del profesor León abre una veta importante en la historiografía nacional, en donde se incluye a los grupos subalternos en la construcción del Estado Nacional, es decir, que tanto la nueva historia política y la historia cultural se pueden beneficiar de este trabajo.
Leopoldo Tobar Cassi Universidad Católica Silva Henríquez, Chile ltobarc@ucsh.cl
[Recibido el 12 de junio de 2013 y Aceptado el 23 de septiembre de 2013]
Mustafá Ustan, La Inmigración árabe en América. Los árabes otomanos en Chile: identidad y adaptación, 1839-1922. New Jersey, Editorial La Fuente, 2012, 271 páginas.
Las inmigraciones árabes al continente americano, y en particular a Chile, han sido investigadas de forma prolífera, sin embargo, en su mayoría los resultados de dichos estudios no han sido publicados. La mayoría de estos estudios se desarrollaron inicialmente en el contexto de tesis de grado durante la década de 1980. No obstante, la historiografía local se nutre permanentemente de estos trabajos para enraizar la discusión en torno a los desplazamientos árabes en tanto objeto de estudio. El libro de Mustafá Ustan (La Inmigración árabe en América. Los árabes otomanos en Chile: identidad y adaptación, 1839-1922. New Jersey, Editorial La Fuente, 2012) representa una innovación metodológica y conceptual respecto de los estudios realizados previamente en Chile, tanto por la naturaleza de las fuentes utilizadas (provenientes de los Archivos Otomanos del Estado Turco), como en su interpretación. Debido a este contrapunto que produce Ustan con su obra, es preciso mencionar brevemente las características de los estudios fundacionales relativos a las migraciones árabes en Chile. Estas investigaciones son tres: la primera de Lorenzo Agar (El comportamiento urbano de los migrantes árabes en Chile y Santiago. [Tesis inédita de maestría]. Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1982); la segunda de Ximena Tapia
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(La sobrevivencia de la tradición emigrante entre los chilenos de ascendencia árabe: un estudio exploratorio y clasificativo. [Tesis inédita Bachiller en Lengua y Cultura árabe]. Universidad de Chile, Santiago, 1982) y por último la tesis de Rosa Araya (La iglesia ortodoxa en Chile patriarcado de Antioquia y todo el Oriente. [Tesis inédita de Bachiller en Lengua y Cultura árabe]. Universidad de Chile, Santiago, 1986). Estos trabajos se caracterizan por el uso de una metodo-
Wiley. 1973), que configura los elementos claves en dicha obra, el énfasis está situado en los factores sociales que inciden en el proceso de modificación de la realidad social. Aunque afirma que el cambio es, por supuesto, un evento externo, siempre está ligado a componentes internos del proceso de institucionalización social. Ustan, siguiendo a Eisenstadt, considera que las élites de diversa índole y su interacción con los sectores amplios de la sociedad son los
logía cuantitativa cruzada con datos estadísticos que proporcionaron las obras de los distintos censos o archivos estatales chilenos, pretendiendo analizar la inmigración árabe en tanto conjunto. Es destacable el trabajo de Antonia Rebolledo (La integración de los árabes en la vida nacional; los sirios en Santiago. [Tesis inédita grado]. Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1991), quien integra nuevas fuentes al problema, tales como archivos de prensa y entrevistas a descendientes de las primeras oleadas de inmigrantes. Además, aporta el análisis de la percepción de la élite santiaguina hacia los grupos migracionales.
factores unificadores colectivos de creación de las estructuras y las instituciones sociales, y también son los principales factores dentro de los procesos de cambio social e histórico.
En torno a las obras editadas publicadas en Chile que investigan las migraciones árabes, es posible observar que las dos obras de mayor influencia en las indagaciones nacionales tienen como base dichas tesis, ya sean ampliadas o reexaminadas. Dentro de sus metodologías de trabajo predominan los datos cuantitativos de los contingentes que se establecieron en Chile, a la vez que especifican geográficamente dónde y en qué medida a lo largo del período comprendido entre 1890 a 1960 se asentaron los árabes. Me refiero en específico a la obra de Myriam Olguín Tenorio (La migración Árabe en Chile. Santiago, Instituto Chileno Árabe de Cultura, 1990). De igual forma retoman sus escritos de tesis y los ya mencionados Lorenzo Agar y Antonia Rebolledo, quienes conjuntamente funden sus trabajos (La Inmigración árabe en Chile: Los caminos de la integración. El Mundo árabe y América Latina. Madrid, Libertarias/ Prodhufi, 1997). Sin embargo, el libro de Mustafá Ustan, asiste inexcusablemente a cuestionar las tesis antes mencionadas, superando los marcados rasgos eurocéntricos y renovando las discusiones, contribuyendo con nuevos antecedentes para su comprensión histórica, a la vez que plantea nuevas interrogantes metodológicas. Insertándose dentro de la corriente sociológica que desde mediados de la década de 1990 renueva sus postulados, Ustan se acerca a los principales problemas de la teoría sociológica a través de estudios comparativos sobre la relación de los imperios y civilizaciones y su crisis dentro de los modelos de modernización y modernidad. Analiza, además, las sociedades insertas en el Imperio Turco Otomano y sus dilemas frente a estos desafíos. Siguiendo las bases teóricas de N.S. Eisenstadt (Tradition, change and modernity. New York,
Mustafá Ustan logra incorporar el caso chileno dentro de esta renovación metodológica, junto a una tesis innovadora. Sostiene el autor que antes de conocer los procesos de integración de las colectividades árabes a Latinoamérica y Chile, se debe desentramar la identidad árabe otomana, es decir, indagar en la sociedad de origen de los sujetos y así comprender las relaciones que establecerán con las nuevas identidades que irán construyendo en los espacios americanos. Estas nuevas identidades son consideradas por el autor como la culminación de un proceso iniciado inmediatamente después del desmembramiento del Imperio Turco Otomano. El autor introduce el novedoso concepto “árabe otomano”, que no había sido utilizado en obras anteriores, ya que estas últimas suponen una identidad claramente árabe a la llegada de los inmigrantes, desplazando los rasgos identitarios relacionados con el imperio. Para Ustan, la “identidad árabe otomana” tiene una genealogía que se enraíza muchos antes de la llegada de los primeros árabes a América: en 1839, con el inicio de las intervenciones de las potencias europeas en tierras árabes otomanas y la posterior politización de los sectores árabes. Este proceso de politización tuvo su núcleo ideológico más importante en las llamadas Tanzimat, o reformas otomanas, que se llevaron a cabo entre 1839 y 1876. Fue dicha coyuntura social y política la que interpeló a los inmigrantes árabes en su llegada al continente americano y sin excepción a Chile, apelando a su identidad confesional, política y nacionalista. Lo que enfatiza Ustan es que quienes escribían los periódicos, novelas de viaje o autobiografías de la época, evidencian una identidad anterior a la nacional, sea palestina, siria o libanesa, siendo la identidad otomana la que subyace en cuanto a sus rasgos culturales y políticas de organización. El tesis central del libro sostiene que los discursos políticos e ideológicos que articulan la existencia de una etapa identitaria otomana por sobre la árabe, al menos en el período que el autor define como de “inmigrantes otomanos en Chile” (p. 151), son muy distintos de los utilizados por las investigaciones en-
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focadas en la década de 1900, dado que éstas reflejan al mismo tiempo la complejización y pluralización de los referentes ideológicos, no sólo americanos, sino por sobre todo levantinos. El mismo autor descuida esta pluralidad al no incorporar nuevas voces que emergen en las discusiones públicas árabe-chilenas, dentro de las cuales están las luchas que a partir 1920 se exponen en los periódicos árabes publicados en Chile. En el caso de Santiago, podemos citar periódicos como el “Aschabibat” o “Al Watan”, que reflejan este fenómeno por sus constantes discusiones con el panarabismo y los nacionalismos locales. La obra de Ustan, nos permite comprender tanto la sociedad de origen como la llegada de los primeros inmigrantes, en un lenguaje no exclusivo para especialistas, lo que la convierte en una obra altamente recomendable para profesores, estudiantes e interesados en general en la historia de las inmigraciones árabes durante las primeras décadas del siglo XX chileno. Además constituye una excelente obra de introducción al problema de las relaciones entre Europa y el Imperio Turco Otomano. La lúcida argumentación se sustenta en la solvencia que le otorga una investigación impecable. En efecto, el libro se fundamenta y se sostiene en una exhaustiva revisión de fuentes tanto chilenas, como otomanas, incluso muchas de ellas traducidas al español por primera vez expuestas en su apéndice final, y especialmente, las decenas de documentación nunca antes descritas al público de habla hispana del Baçbakalink Osmali Arçivi Sultanahmet Estambul Türkiye (Archivos Otomanos del Estado Turco) y la obras de Mehmet Temeil Temeil, (Yuzyilda Osmali-latin Amerika iliçkileri. Estambul, Nehir Yayinlari, 2004), traducidas por el autor como “Las relaciones entre el imperio otomano y Latinoamérica en los siglo XIX y XX”, entre otras reseñas escritas en lengua osmanlí o en turco moderno, traducidas al español. Se nutre además de prensa árabe publicada en Chile y documentos de extranjería, todos escritos en árabe, que especialmente en tiempos de la agitación de la Primera Guerra Mundial inundaban la esfera pública árabe chilena. En conclusión, la obra de Ustan, se convierte en un aporte indispensable para la comprensión de la construcción de las múltiples identidades árabes otomanas y la compleja inserción de estos grupos dentro del proyecto republicano chileno a principio de la primera mitad del siglo XX.
Jorge Araneda Tapia Universidad de Chile Jorge.aranedat@gmail.com
`[Recibido el 13 de septiembre de 2013 y Aceptado el 14 de octubre de 2013]
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DESCRIPCIÓN Y NORMAS DE PRESENTACIÓN DE HISTORIA 396 La revista Historia 396, del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, es una publicación en papel (con soporte digital de acceso abierto) editada semestralmente, dedicada a los estudios históricos y de carácter interdisciplinario para el análisis y la comprensión del pasado, los problemas metodológicos y conceptuales. Los artículos recibidos serán sometidos a un proceso de arbitraje a cargo de los evaluadores pares, quienes podrán sugerir modificaciones al autor. Durante la evaluación, tanto los nombres de los autores como los de los evaluadores serán anónimos. La decisión final de publicar o rechazar los artículos es tomada por el Editor y los co-editores, basándose en los informes presentados por los evaluadores. Esta revista no posee limitación espacial ni temporal de los problemas a tratar. Historia 396 contempla la publicación de investigaciones relacionadas con los diversos campos de la Historia, con particular interés en la Historia de Chile, América y de Europa. Los artículos deberán ser originales y al momento de ser enviados a Historia 396 no deben estar sometidos a evaluación o arbitraje en otra revista o publicación académica. Los autores ceden sus derechos de publicación a la revista.
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dor. Los autores de artículos aceptados o rechazados serán oportunamente informados y recibirán las evaluaciones correspondientes. De los artículos aceptados podrán requerirse modificaciones, que deben realizarse en el plazo de un mes, para ser incorporados definitivamente. El orden de aparición de los artículos será materia que le compete solamente
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1.5. Citas de artículos Apellido, Nombre, “Título del artículo”. Nombre de la revista. Volumen. Número. Año. p. o pp. Ej: Coakley, John, “Mobilizing the past: nationalist images of history”. Nationalism and Ethnic Politics. Vol.10. Nº 4. 2004. pp. 531 – 560. Cita del texto en nota no inmediata: Coakley, “Mobilizing the past”
al Comité Editorial. Todos los trabajos publicados por la revista serán de su propiedad y podrán ser reproducidos solo con la autorización del Comité Editorial. 1.2. Aspectos formales Número de páginas: 30 como máximo. Hoja: tamaño carta. Márgenes: 3 cm. por cada lado. Interlineado: 1,5. Letra: Arial, tamaño 11. Notas y citas a pie de página: Interlineado simple, Arial 9. Imágenes, cuadros, gráficos: El permiso para reproducir imágenes es responsabilidad del autor del artículo. 1.3. Estructura Título de artículo centrado con negrita. Título en castellano e inglés. Identificación del autor. Incluir pertenencia institucional y correo electrónico. Resumen en español e inglés (máximo 250 palabras cada uno). Palabras clave: 4 a 5. Desarrollo. Bibliografía al final del artículo (solamente la referenciada en el artículo y siguiendo la norma de citación de la revista). 1.4. Citas de libros Apellido, Nombre, Título del libro. Ciudad, Editorial, Año, p. o pp. Ej. Collier, Simon, Chile: la construcción de una república 1830-1865. Política e ideas. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, p.56 o pp. 56 – 59. Cita del mismo texto inmediatamente posterior: Ibíd., p. 78. Cita del texto en nota no inmediata: Collier, Chile: la construcción de una república, p. 60. El formato op. cit. no debe usarse bajo ninguna circunstancia
1.6. Citas de artículos contenidos en un libro Apellido, Nombre, “Título del artículo”. Nombre del compilador(es) o editor(es). Nombre del libro. Ciudad. Imprenta. Año. p. o pp. Ej: Burucúa, José y Campagne, Fabián, “Mitos y simbologías nacionales en los países del cono sur”. Annino, Antonio y Guerra, François Xavier (eds.). Inventando la Nación. Iberoamérica siglo XIX. México. Fondo de Cultura Económica. 2003. pp. 433-474. 1.7. Citas de publicaciones periódicas y obras generales Nombre del periódico o revista. Ciudad. Día del mes y año. “Título del artículo”. (Señalar la página, si la hubiere). En caso de que el artículo tenga autor se citará de la siguiente manera: Apellido, Nombre, “Título del artículo”. Nombre del periódico o revista. Volumen o Número. Ciudad. Fecha. p. o pp. Ej: Salinas, Rolando, “Salud, ideología y desarrollo social en Chile, 1830-1950”. Cuadernos de Historia N° 3. 1983. pp. 35 - 45. 1.8. Material inédito o de Archivo Título del documento. Ciudad. Fecha. Archivo. Nombre del Fondo. Volumen. Pieza. Foja. Ej: Pedro Godoy a Joaquín Prieto. Lima. 27 de octubre de 1838. Archivo Nacional de Santiago. Fondos Varios. Vol. 47. Pieza 76. f. 36. 1.9. Imágenes, cuadros, gráficos Deben estar relacionados con la materia tratada por el artículo e ir insertos al final de artículo (antes de la bibliografía) numerados. Deben tener buena resolución. 1.10. Materiales de Internet (documentos, noticias, etc.) Se debe señalar claramente el nombre del artículo, medio de información y fecha. (Luego señalar link http).
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2. RESEÑAS Autores, título de libro reseñado, editorial, ciudad, año y número de páginas. Identificación del autor de la reseña. Incluir pertenencia institucional y correo electrónico. Número de páginas: 5 a 6 como máximo. Hoja: tamaño carta. Márgenes: 3 cm. por cada lado. Letra: Arial, tamaño 11.
DESCRIPTION AND UNIFORM REQUIREMENTS FOR MANUSCRIPTS SUBMITTED TO HISTORIA 396 Historia 396 is a twice yearly journal (also available on an electronic version) edited by the Institute of History, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, that publishes papers related to historical and interdisciplinary studies for the analysis and understanding of the past and its methodological and conceptual problems. The articles will be submitted to a process of arbitration with peer evaluators being in charge who can make suggestions to the author. During the evaluation, the names of the authors as well as those of the evaluators will be anonymous. The final decision of publishing or rejecting the articles is made by the Editor, based on the reports presented by the evaluators. This journal does not limit the temporal or spatial setting of any of the issues to be dealt with in it. Historia 396 publishes research on different historical studies, but it is particularly interested in the history of Chile, America, and Europe. Articles must be original and unpublished and they shall not be under evaluation or inspection from any other academic journal when submitted to Historia 396. Authors must transfer their publication rights to the journal.
1. ARTICLES 1.1. Referee system All submitted papers will be under the Editorial Board review. If the articles meet the requirements and guidelines of the journal, they will be sent to two external reviewers (blind peer review process). In case there is contradicting review, there will be a third reviewer.
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Authors will be informed at the proper time about the acceptance or rejection for publication of their articles and will receive their corresponding evaluations. In case accepted articles need to be modified, such modifications and changes must be done within one month. It is incumbent only on the Editoral Board to arrange the publication of the articles. All published work will be property of the journal and may be reproduced only under authorization of the Editorial Board. 1.2. Formal aspects Maximum number of pages: 30 pages. Page size: letter. Margins: 3 cm each side. Line spacing: 1,5. Font: Arial, size 11. Footnotes: Single space, Arial 9. Images, graphics, and charts: Permission to reproduce images is the author’s responsibility. 1.3. Structure Title of the article: centered, bold font. Information about the author: Please include the name of the institution and author’s e-mail address. Abstract both in English and Spanish (maximum number of words: 250). Key words: 4 to 5. Body. Reference section at the end of the article (only those references cited in the article, following the citation guidelines of the journal). 1.4. Reference list: books Author, Name, Title of work. Location, Publisher, Year of publication, p. or pp. Ex: Collier, Simon, Chile: la construcción de una república 1830-1865. Política e ideas. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, p.56 o pp. 56 – 59. Citing a text immediately after the full citation of a source: Ibíd., p. 78. Citing a text after the full citation of a source: Collier, Chile: la construcción de una república, p. 60. The term “op. cit.” may not be used under any circumstance.
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1.5. Reference list: articles. Author, Name, “Title of article”.Title of periodical. Volume. Number. Year. p. or pp. Ex: Coakley, John, “Mobilizing the past: nationalist images of history”. Nationalism and Ethnic Politics. Vol.10. Nº 4. 2004. pp. 531 – 560. Citing a text after the full citation of a source: Coakley, “Mobilizing the past”. 1.6. Reference list: article in an edited book. Author, Name, “Title of article”. Name of editor (eds.). Title of book. Location. Publisher. Year. p. or pp. Ex: Burucúa, José Emilio y Campagne, Fabián, “Mitos y simbologías nacionales en los países del cono sur”. Annino, Antonio y Guerra, François Xavier (eds.). Inventando la Nación. Iberoamérica siglo XIX. México. Fondo de Cultura Económica. 2003. pp. 433 - 474. 1.7. Reference list: articles in periodicals and general works Title of periodical or newspaper. Location. Date of publication. “title of the article” (page number, if any). In case the article has an author, the reference will be done as follows: Author, Name. “Title of the article”. Title of periodical or newspaper. Volume or issue. Location. Date. Ex: Salinas, Rolando. “Salud, ideología y desarrollo social en Chile, 1830-1950”. Cuadernos de Historia. Número tres. 1983. pp. 35-45. 1.8. Unpublished or archived material. Title of document. Date. Archive. Title of Collection. Volume. Section. Sheet. Ex: Pedro Godoy a Joaquín Prieto. Lima. 27 de octubre de 1838. Archivo Nacional de Santiago. Fondos Varios. Vol. 47. pieza 76. f. 36. 1.9. Images, graphics, and charts: All visual material shall be related to the matter dealt with in the paper, numbered, and inserted at the end of the article (before the reference section). Good image resolution is required. 1.10. Electronic sources (online document, news, etc) Name of the article, media and date must be clearly stated. (the http link must be included).
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2. REVIEWS Author(s), title of book, publisher, location, year and number of pages. Information about the author: Please, include the name of the institution and author’s email address. Number of pages: 5 to 6. Page size: letter. Margins: 3 cm each side. Font: Arial, size 11.