Entre la palabra oral y escrita, existe un hiato, cuyo espacio es el olvido. La escritura nada puede frente a la voluntad del hombre de borrarle de su memoria. En su obra, “los inmemoriales”, Víctor Segalen nos narra la respuesta del rey Tamus al inventor de las letras, le dice que el mejor remedio para la memoria, no solo eran la letras, sino el recordar cultivando la memoria. En la historia naval venezolana desapareció el ruido de aguas por el romper de la quilla, los cañonazos cedieron a la salva y a la maniobra de entrenamiento. La espada de abordaje se fue afeminando con la borla, el filo bien cuidado, y el saludo de parada, con un instrumento que cuando se desenvainaba, era para ensartarle la vida al desgraciado que se tenía al frente, o para ordenar el asalto esperando el cañonazo. El zafarrancho de combate nos suena algo lejano. Jairo Bracho.