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2.10. Últimas tendencias
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medios para hacer de la estructura la única protagonista, pues debe mostrarse con la mayor claridad y no permitir que nada la oculte. Por eso, los muros exteriores, por mínimos que sean, desaparecen al ser sustituidos por vidrio. En definitiva, concibe los rascacielos como grandes prismas rectangulares completamente transparentes que, autosuficientes en su búsqueda del cielo, renuncian a cualquier relación con la naturaleza, al tiempo que logran un carácter inmaterial sorprendente gracias a su pureza formal y a los reflejos de luz (Seagram Building, Nueva York).
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Mientras en Europa los arquitectos se comportan como urbanistas para cambiar la ciudad y, con ello, también la sociedad, en Estados Unidos se dan soluciones distintas que encarnan el modelo de vida propiamente americano. Precisamente allí se encuentra el origen del Funcionalismo, con ocasión de la reconstrucción de Chicago a finales del siglo XIX. Por tanto, en la primera mitad del siglo XX se quiere ofrecer una arquitectura completamente diferente de la europea, lo que se logra renunciando del todo a cualquier referente histórico, lo que es más fácil en suelo americano por estar libre del fuerte peso de la tradición.
El gran protagonista es Frank Lloyd Wright (1869-1959), alumno de Sullivan que, entre 1900 y 1910, diseña casas de campo en la zona de Chicago, conocidas como “casas de la pradera”. En ellas da al Funcionalismo un nuevo sentido orgánico, pues pone todos los medios técnicos al servicio del hombre para mejorar su vida, pero, al mismo tiempo, considera que el edificio afecta notablemente a quienes lo ocupan, de donde deriva la gran responsabilidad del arquitecto. Éste debe saber cómo es el hombre y cómo vive para facilitarle todas las comodidades que el progreso permite. Por ejemplo, busca unos resultados óptimos en la acústica, en la temperatura, en los materiales o en la combinación de los colores. Para ello es crucial también establecer una relación directa con el exterior, algo que los funcionalistas europeos tienen en cuenta y logran por medio de la pared con cristal. Sin embargo, Wrigth va más lejos, pues para él el edificio es como un ser vivo que, al crecer, se extiende sin límites hacia la naturaleza. Ésta, al mismo tiempo, se introduce dentro de él a través de los árboles y de las corrientes de agua. Surge entonces un nuevo tipo de casa, muy original como el de Le Corbusier pero diferente, pues Wrigth prescinde de la caja tradicional cerrada, con lo que deja de considerarla como un interior que, por encima de todo, protege. Por el contrario, la diseña como un conjunto de bloques espaciales que penetran entre sí y con el espacio natural, al que llegan a invadir (Casa de la Cascada, Bear Run, Pensilvania). Así, dentro del Funcionalismo Wrigth crea en la década de 1930 la arquitectura orgánica, que, con enorme repercusión tras la Segunda Guerra Mundial, supone el comienzo del arte americano.
2.10. Últimas tendencias
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convierte en el centro cultural más importante del mundo occidental, pues es el destino de muchos intelectuales y artistas que huyen del conflicto. Los primeros llegan en la década de 1930, como Einstein, Gropius o M. van der Rohe, mientras que otros lo hacen en la de 1940, instalándose en Nueva York, como
Léger, Mondrian, Max Ernst o Dalí. Como consecuencia, confluyen allí las dos vertientes artísticas que se fijaron durante la primera mitad del siglo XX en Europa, donde se habían mostrado opuestas entre sí: la racional, tendente a lo formal, y la irracional, proclive a lo expresivo. En cambio, una vez asumidas en América se hacen compatibles, dando lugar a una gran variedad de nuevas propuestas. Por ejemplo, entre éstas destacan el Expresionismo abstracto, el Pop Art, el Minimalismo y el Arte Conceptual por constituirse como puntos de partida para otras muchas tendencias que enlazan con nuestros días.
El Expresionismo abstracto se forja entre finales de los años 40 y la década de 1950 por parte de un grupo de artistas, entre los que sobresale Jackson Pollock (1912-1959). Sin programa ni manifiesto, se desarrollan estilos diferentes, pero se comparte la necesidad de manifestarse como americanos dentro de la posguerra, con la ansiedad que ésta acarrea. La manera que tienen de hacerlo justifica que se les conozca como expresionistas abstractos o pintores de acción, un calificativo debido a los críticos que refleja claramente sus intenciones. Sus fuentes principales son Kandinsky, con su pintura no objetiva, y los surrealistas, con su énfasis en el azar.
Para Pollock, lo más importante es el simple hecho de poner pigmentos sobre la tela y de vivir esta experiencia, por lo que no se trata de reproducir la realidad ni de expresar sentimientos. Entonces, el soporte de la obra no es un cuadro, sino el lugar sobre el que ocurre algo que por sí mismo importa. Por eso, elige telas muy grandes, las extiende sobre el suelo hasta el punto de poder rodearlas o pisarlas. Entonces abandona el caballete, la paleta e incluso los pinceles, para esparcir sobre ellas el color arbitrariamente, ya sea rociándolo, chorreándolo o lanzándolo con violencia. La imagen que se logra no se ha premeditado y es sólo la prueba de la acción realizada. El espectador tiene ante sí una obra que, formada por un enrejado desordenado de líneas y manchas, no parece tener límites y le envuelve llegando incluso a absorberlo (Ritmo de otoño). El resultado está dentro de la abstracción, pero lo novedoso es que a ésta se llega por motivos completamente nuevos, pues ya no se quiere eliminar el objeto por una necesidad espiritual y mediante el estricto control como fue el caso de Kandinsky. Por el contrario, Pollock pone todo el énfasis en el puro acto de pintar y adquiere un compromiso con él, pues la pintura tiene una energía propia que, en definitiva, se concentra en el propio artista. Éste es el encargado de guiarla no sólo con sus brazos sino con todo el cuerpo, realizando movimientos al azar pero, en el fondo, conscientes para que la obra sea una superficie viva.
A mediados de la década de 1950, cuando tanto en Europa como en Estados Unidos las limitaciones de la posguerra empiezan a dar paso a una situación más próspera, el Expresionismo abstracto da síntomas de agotamiento. Dentro ya de la típica sociedad de consumo surge como contrapartida el Pop Art, un estilo basado en las imágenes comerciales y de los medios de comunicación de masas, como la fotografía, la publicidad, la ilustración de revistas o los cómics. Se trata de imágenes con carácter popular, que, precisamente por esto, no habían sido tenidas en cuenta antes a excepción del Dadaísmo, que en su desdén por lo establecido introduce el mundo de lo vulgar y, por ello, lo antiestético. Sin embargo, a diferencia de los dadaístas, ahora no se manifiesta descontento con la sociedad del momento, pues es en ella donde encuentra la fuente de inspiración.
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El Pop Artnace en Europa, donde destacan Roy Lichtenstein (1923-1997), que se sirve de las viñetas cómicas estandarizadas (Joven al piano) y Richard Hamilton (1922-1989), que ofrece imágenes de bienes de consumo que llegan a Gran Bretaña al finalizar la Segunda Guerra Mundial procedentes de Estados Unidos (¿Pero qué es lo que hace a las casas de hoy tan diferentes, tan atractivas?). Por eso, es aquí donde el Pop Art arraiga especialmente en la década de 1960 gracias, sobre todo, a Andy Warhol (1928-1987), quien le imprime un carácter inconfundiblemente americano. Él introduce la banalidad, con objetos de consumo muy conocidos (Sopa Campbell´s), y también la repetición mecánica, porque ofrece la misma imagen muchas veces, tanto que al final la reconocemos sin necesidad de fijar la mirada en ella (Marilyn Monroe).
En la década de 1960 surge el Arte Minimal o Minimalismo, movimiento americano que tiende a la máxima reducción formal como reacción frente al Expresionismo abstracto y al Pop Art. Constituye así el precedente del Arte Conceptual, que nace en Estados Unidos y después se extiende a Europa a través de Gran Bretaña, consolidándose en los mismos años 60. Los artistas conceptuales también se apoyan en el Dadaísmo, pero llegan más lejos al considerar la obra de arte como una idea, que se puede corresponder o no con una forma visible. Lo importante no es el resultado último, sino cómo se ha llegado a él. Por encima de la realización material está el proceso mental que constituye la creación artística. Ésta ya no se concibe como producción de objetos sino como reflexión, que debe quedar fijada materialmente como recuerdo a través de diversos medios, como la fotografía, el cine, la televisión o la cinta magnetofónica. Es una manera más extremista aún de pronunciarse en contra del sistema vigente, dentro del cual se desarrolla el mercado artístico, que basa el arte en un tipo de objetos, en su localización en determinados ámbitos, como un museo o una galería, y en la presencia de un público.
Al Arte Conceptual pertenece, por ejemplo, el Happening, que consiste en acciones artísticas y teatrales basadas en la improvisación en las que el público deja de ser espectador para convertirse en actor y en las que cualquier espacio puede servir como escenario. Por tanto, es una experiencia colectiva única e irrepetible que transcurre con gestos sencillos en un tiempo y en un lugar determinados, de manera que sólo algún documento gráfico queda como prueba para el futuro. Así se pretende eliminar la separación entre arte y vida, además de incentivar nuevos modelos de comportamiento por encima de cualquier regla social impuesta. Muy relacionado con el Happening se encuentra Fluxus, que proclama una libertad sin límites para incorporar lo cotidiano al terreno artístico, con la premisa básica de que todo se admite porque forma parte de una corriente imparable que equivale a la misma existencia (Museo Vostell Malpartida).