P. José María Fernández, SSP
ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Mt 28, 16-20) En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
«Id y haced discípulos de todos los pueblos».
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Jesús ha concluido su mi-
sión en la tierra, ha llevado a cabo el encargo de su Padre, ha desplegado el poder de Dios del que nosotros podemos beneficiarnos. Las palabras, para expresar este misterio, se acumulan en la pluma de Pablo cuando trata de explicar lo que representa para Cristo su resurrección y su glorificación a la derecha de Dios y los innumerables e inconmensurables beneficios que de ellos se derivan para nosotros. La oración de Pablo se convierte entonces en acción de gracias, en «eucaristía» dirigida al «Dios de nuestro Señor Jesucristo», el Padre que «todo lo puso bajo los pies» de su Hijo y «lo dio a la Iglesia, que es su cuerpo, como cabeza de todo». Al concluir la misión de Jesús en la tierra comienza la misión de la Iglesia. Jesús ha vivido entre nosotros unos pocos años, encuadrados en dos acontecimientos: el bautismo de Jesús de Nazaret en las aguas del Jordán y su vuelta al Padre. La segun-
da durará hasta el retorno glorioso del Señor y la instauración del Reino al final de los tiempos. En cuanto al día y a la hora en que esto vaya a suceder depende de la libertad soberana del Padre. No encontramos en las Sagradas Escrituras nada que pueda alimentar esta curiosidad al respecto. El mismo Jesús y los apóstoles lo han dicho con toda claridad. Por otra parte, ¿de qué nos serviría? Tenemos que vivir el presente, donde tenemos una tarea bien concreta que realizar: trabajar por el advenimiento del reino de Dios que mañana se manifestará. Cualquiera que sea el plazo, el tiempo apremia, porque la vida es corta, aunque a veces nos parezca larga, para hacer frente a la necesidad que el Señor nos ha confiado. No cabe permanecer inactivos, con la mirada y la mente puesta en las nubes. También a nosotros, como a los discípulos de Jesús, que se quedan mirando fijos al cielo se nos dice: «¿Qué hacéis ahí plantados mi-
rando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse».
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Hasta el presente, los discípulos habían sido los únicos a los que había introducido y llamado a su seguimiento. Todo lo que han recibido y les ha transmitido Jesús deben llevarlo a todos los hombres, los ha hecho «pescadores de hombres». Ahora son ellos quienes deben llamar a todos los hombres al seguimiento. Seguimiento significa vinculación con la persona de Jesús, comunión de vida con él; significa aceptar que sea él quien determine la forma y la orientación de la vida. Como Jesús ha llamado a sus discípulos sin imposición ni fuerza, apelando a su libre decisión, así es también como ellos deben hacer discípulos a todas las gentes. Si la Iglesia es misionera, no puede por menos, todo el que quiera pertenecer a la misma ser misionero. A cada uno de nosotros se nos pide llevar al conocimiento de Jesús en nuestro ambiente. No tenemos necesidad de ningún desplazamiento especial. En el centro está su mensaje sobre Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todos los hombres debe ser conducidos a la comunión con él. Esta tarea se la confía Jesús a los discípulos. Mateo describe en su obra lo que ellos han recibido en la comunión de vida con Jesús. Con esto no describe un pasado ya superado, sino el fundamento y la forma de todo lo presente y de todo lo futuro. Pidamos que nos «dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo» de veras y darlo a conocer. Que «ilumine los ojos de nuestro corazón» y que renueve sin cesar «la esperanza a la que nos llama».
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