Domingo III de Pascua

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DOMINGO III DE PASCUA

P. Juan Antonio Carrera Páramo, SSP

(San Juan 21,1-14) En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

La tercera aparición del Resucitado Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos la tercera aparición de Jesús resucitado. En esta ocasión se aparece a siete de sus discípulos. Simón Pedro lleva la iniciativa de ir a pescar y los demás le siguen. Pescaron de noche pero no recogieron nada. Sucede lo mismo a muchos cristianos después de años de duros trabajos apostólicos, donde parece que todos sus esfuerzos han sido inútiles. ¡Cuántos días trabajando para conseguir tan poco! En nuestra vida cristiana todos necesitamos de alguien que nos saquen de nuestra rutina y nos muevan a pescas mejores. Jesús llega al amanecer. Está en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Él. En otra ocasión, mientras los discípulos eran zarandeados por una tormenta, fue Jesús quien se acercó a ellos andando sobre las aguas. En el peligro, siempre es el Maestro quien se nos acerca de múltiples maneras, pero el miedo a las circunstancias

de la vida no nos deja ver al que se acerca a nuestro lado para ayudarnos. Esta vez son los discípulos los que terminada la jornada se acercan a la orilla de Dios. Nos dice el evangelio que no habían pescado nada. Llegaron a Jesús necesitados y vacíos. Jesús les indicó donde echar las redes y les dijo que esta vez sí que pescarían. Entonces la pesca fue abundante, porque el que obedece a Cristo Maestro nunca se va de vacío. Juan, el discípulo amado, fue el primero que lo reconoció y lo dio a conocer a los demás. El amor nos hace reconocer a las personas y a las circunstancias que pueden transformar nuestra vida. No es extraño que sea Juan el que lo proclame, pues él fue el último discípulo que vio al Maestro con vida antes de su muerte en la cruz. Ahora es el primero que en esta escena lo reconoce resucitado. Pedro se echó al mar. Quienes han estado con Jesús y le reconocen resucitado no


tienen miedo en echarse a las aguas de la vida para llegar hasta Él. Ahora ni hay tormenta ni Pedro se hunde. Ya está a salvo tanto de las tentaciones como de las debilidades. Mientras Juan contempla a Cristo y Pedro se lanza al mar los otros discípulos continúan en la barca arrastrando la red llena de peces. Cada miembro de la Iglesia tiene una misión específica. Es bueno que cada uno de los cristianos tengamos claro que formamos parte de un cuerpo inmenso donde cada uno cumple su función. Muchas veces la inmadurez espiritual lleva a los miembros activos de la Iglesia a tener celos de los que tienen una mayor cercanía de Jesús. En lugar de alegrarnos con la experiencia gozosa de los que están más cerca de Dios, muchas veces perdemos el tiempo envidiando a los que han logrado con su ayuda mantenerse en Él. Después de la comida empiezan las tres preguntas a Pedro. Si tres veces negó ahora por tres veces se le pregunta si ama a quien traicionó. Las tres respuestas fueron afirmativas. Quien le dio la espalda ahora le mira cara a cara con amor. Pedro hizo lo que tenemos que hacer nosotros. En nuestra vida diaria y a pesar de las traiciones del pecado cuando nos acercamos al Señor la pregunta es siempre la misma: “¿Me amas?” En el fondo, superar el pecado es siempre una opción del amor que le debemos a Dios. Porque amamos a Dios no nos queremos separar de Él. Porque amamos a Dios vemos a los demás como hermanos. Porque amamos a Dios, Él mismo nos pregunta. A nosotros nos toca dar cada día una respuesta al amor de Dios. ¿Cómo está Dios presente en las tormentas de nuestra vida? ¿Cómo nos ayuda? ¿Cómo está nuestra confianza en Él? ¿En qué

falla? ¿Qué le falta? ¿Cómo podemos expresar el amor que tenemos a Dios en la sociedad de hoy?

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