TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (S. Lucas 9,28b-36)
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle». Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie
San Pedro Damián
Padre Octavio Figueredo, SSP
Buscad mi rostro
En el Salmo responsorial encontramos una expresión que puede encerrar el mensaje central de la liturgia de la Palabra de este II domingo de Cuaresma: «Buscad mi rostro». Esta podría ser la invitación para este día, pero es también una invitación para la Cuaresma y para toda una vida. Buscar el rostro de Dios no en la lejanía de unas alturas inalcanzables sino en nuestra vida del día a día, en cada hermano y situación. Abrahán y Pablo son un ejemplo de qué le puede pasar al hombre cuando busca el rostro de Dios. Y si vamos al evangelio también nos encontramos unos discípulos que, quizá sin buscarlo, se tropiezan con el rostro de Dios. El relato evangélico de hoy es un episodio que manifiesta quién es Jesús, pero es un episodio en beneficio de los apóstoles, más que de Jesús. Un poco antes de este relato, Jesús ha hablado a los suyos sobre su trágico final, ha hablado de cruz, sufrimiento, entrega. Ha hablado de pasión y muerte, y de las duras condiciones que impone su seguimiento… pero los suyos no han querido entender. Los suyos
siguen con la mirada puesta en otro punto, en otros intereses, en otros «rostros». Así que Jesús coge a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria, y subir a la montaña. Pedro, Juan y Santiago se ponen en movimiento, salen de la rutina para tener una nueva experiencia de Dios. Y allí, en una montaña «alta y apartada» tiene lugar la Transfiguración. Un hecho que es una invitación apremiante a los discípulos del Señor para fijar la mirada en Jesús, para descubrirle y descubrirle de verdad. La Transfiguración es un hecho luminoso, precisamente para aclarar, limpiar y centrar la mirada. Es un hecho luminoso para ver con nuevos ojos, para central la mirada, para ver donde realmente hay que ver, y para ver a quien realmente hay que ver. Y no sólo para ver, también para escuchar a quien realmente hay que escuchar. Pedro ya estaba pensando en hacer tres tiendas, todo menos escuchar a Dios. Estos discípulos acaban de vivir un momento único, asombroso, y sin embargo, seguían sin entender. Por eso una voz desde la nube, insiste: «Escuchadlo… Éste es mi Hijo, el ama-
do, mi predilecto. Escuchadlo». Pienso que la Transfiguración es un hecho que ayuda a los discípulos a centrarse en lo esencial: Jesús. Él es el protagonista de esta escena, Él es a quien hay que ver y escuchar. Cuánto bien nos haría saber «ponerle la oreja» a Dios, saber escucharle, no abrumarle con nuestra palabrería –como le estaba pasando a Pedro–. Habría muchas aplicaciones prácticas para nuestra vida teniendo en cuenta lo que ya hemos comentado. Yo solo quiero concluir subrayando la necesidad de buscar «espacios de transfiguración», espacios para estar a gusto con el Señor, para gozar de su presencia, para saber ver, escuchar y quedarse con lo esencial, con lo importante, con lo útil… Espacios de transfiguración que nos ayuden a discernir, comprender y afrontar los desafíos que hay que asumir una vez haya que bajar de la montaña, una vez haya que afrontar de nuevo la vida ordinaria, la vida misionera, la vida con los otros…. Es-
pacios de transfiguración en los que, como estos discípulos –asustados después de semejante visión– nos encontremos con la sorpresa de ese Jesús que se acerca, nos toca y nos dice: «Levantaos, no temáis». Espacios de transfiguración continua que nos ayude a descubrir constantemente y cotidianamente el rostro de Dios.
Síguenos en: /editorialsanpablo.es /SANPABLO_ES /+EditorialSanPabloEspaña /SanPabloMultimedia
www.sanpablo.es