Domingo IV de Adviento

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DOMINGO IV DE ADVIENTO (Mt 1,18-24) El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

“Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo”.

P. Juan Carlos Pinto Suárez, SSP

Emanuel, Dios con nosotros

María espera que se realice el plan de Dios, la acción de Dios. El acontecimiento es os textos bíblicos del domin- al mismo tiempo discreto, progo cuarto de Adviento, ya próxi- fundo e íntimo, totalmente dismos a la Navidad, nos hacen creto, profundo e íntimo. Así descubrir al esperado de los el Misterio se va cumpliendo pueblos, es decir, a Jesucristo. poco a poco, paso a paso, se Las tres lecturas contienen una va haciendo vida de su vida. grandísima densidad cristológi- Los acontecimientos son desca, inigualable, que nos hacen bordantes y de todos estos tocar con las manos y vivir con acontecimientos desbordantes un corazón sincero la densidad de nuestra capacidad de ende lo que de verdad significa tendimiento participa, confiado, el que Dios esté con nosotros José, su amado y silencioso para siempre, es decir, que sea esposo. realmente Emanuel. La humildad de María y José A todos nos sorprenden los prodigios. Algunos de ellos en- También José, como María, se tran en nuestra cabeza y termi- sorprende en un primer monan por ser racional e intelec- mento. No entiende del todo lo tualmente explicados, mientras que está acontecimiento, pero que en otros perdura su asom- acepta confiado la voluntad de broso misterio. Es lo que nos Dios. Ambos esposos, María y sucede hoy, próximos a la Na- José, nos animan con su actividad. La liturgia nos recuerda tud a abrirnos humildes y conque María “esperaba un hijo fiados al Misterio que siempre por obra del Espíritu Santo”. está viniendo a nuestras vidas, ¿Qué quiere decir esto? ¿Por que nos envuelve y nos haqué la Biblia nos presenta así bita, el misterio del Niño Dios que está cerca, que ya viene a este tiempo de espera? nuestro encuentro. La espera de María en cuanNo podemos ignorarlo. Sato menos es totalmente sorprendente. La suya es una es- bemos que nuestro mundo pera totalmente transcendente. sufre y que no es capaz de suLa suya está más allá, y muy perar sus problemas ni sus anpor encima de las esperas in- gustias. Todos vamos crecienmediatas e inmediatamen- do en el conocimiento de las te satisfactorias que pueblan grandes preocupaciones que nuestros anhelos y que colman habitan las inquietudes de la nuestras expectativas huma- humanidad de hoy: la violencia destructiva, la injusticia inicua, nas. la nefasta distribución de la ri-

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queza, la demoledora intransigencia, las enfermedades persistentes, la mortífera contaminación ambiental, tantos niños abandonados, etc. Los problemas están en la calle, en la ciudad, en nuestras casas. Pero pocos de la familia humana nos detenemos a pensar la gran cuestión: “¿Estamos solos? ¿Estamos perdidos en los sobrecogedores espacios etéreos? ¿Somos no más que un efímero resplandor engendrado por la nada? ¿Hay alguien que nos origine y sostenga? ¿Hay alguien que nos explique y espere? Dios es amor Benedicto XVI en uno de sus primeros escritos magisteriales hacía una personal confesión de fe: “Una corriente de Amor, que es Alguien, atraviesa el tiempo y el espacio, y viene a nuestro encuentro”. Ciertamente esta es nuestra fe, que hoy se hace gratitud y adoración por esta cercanía salvífica del Misterio a nuestra vida y fragilidad humana. La presencia de Emanuel entre nosotros abre nuestra vida a una esperanza inimaginable por ser única. Gracias a Él, a su acción entre nosotros y en nuestra historia, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia, en los que la vida sea de verdad una vida sin ningún tipo de amenazas, en los que la comunión de amor sea por siempre universal, duradera y estable. Faltan sólo tres días para la Natividad del Señor Jesucristo, para el nacimiento del Niño Dios. En ese Niño que nace en Belén todos los cristianos proclamamos la presencia salvífica de Emanuel. No cabe por tanto, queridos amigos, otra cosa que el gozo, la inmensa alegría y la gran esperanza, la gratitud y la adoración, el compromiso renovado de ser expresión en nuestro cotidiano vivir de este Misterio de Amor. La alegría del Evangelio Celebramos hoy con júbilo nuestra fe. En esta eucaristía dominical el Señor Jesús viene y hace morada entre nosotros, hace morada en cada uno de nosotros. Es Dios ofrecido en cercanía amorosa a ti y a mí, a todos. Acojamos este amor y vivamos en él, pues somos hoy ciertamente, en medio de tantas preocupaciones y quebrantos, aquellos a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos. Vivamos todos con alegría nuestra fe y trans-

mitámosla a todos nuestros contemporáneos, con todos los medios a nuestro alcance, para nadie deje de conocer el nacimiento del hijo de María y de José. Hagamos explícita la alegría del evangelio a la que nos ha convocado a todos los cristianos, con su primera exhortación apostólica Gaudium evangelii, el papa Francisco. En este domingo cuarto de Adviento, ya en vísperas de la Natividad de Emanuel, quisiéramos ser de verdad testigos y ofrenda de esta esperanza para la gran familia humana. Para ello es necesario traducir en gestos de verdadero amor este Misterio de encarnación y redención. Solo un amor firme y renovado cada día será capaz de mantener encendida la esperanza y viva la antorcha de la fe. Cuando uno se siente de verdad amado y querido hasta las entrañas, entonces no teme esperar, aunque la espera deba prolongarse a lo largo de toda la vida. El amor es lo más grande. Él es el amor, el Dios con nosotros, Emanuel. ¡Feliz Navidad!


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