XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

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Padre José María Fernández, SSP XXVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B

Un vínculo sellado por Dios

(Marcos 10, 2-16)

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?». Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio». Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio». Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

La página evangélica de hoy forma parte del primero de los cinco libros del Pentateuco y fue redactada después de la época de los patriarcas, en la que era corriente la práctica de la poligamia. Hubo también un tiempo en el que el repudio de la mujer por parte del marido estaba admitido e incluso regulado. Por eso resulta notable que se evoque el origen de la humanidad en el marco de una pareja monogámica. Cuando preguntan a Jesús por la legitimidad de la disolución de la unión matrimonial y por la legislación que la regula, Jesús no entra en discusiones ni en la casuística: lo único que hace es remitirse al origen, al principio. El deber de la fidelidad entre hombre y mujer deriva de la fidelidad de Dios, que nunca cuestiona la alianza sellada con los suyos de una vez por siempre. Como era costumbre de Jesús con respecto a sus discípulos, «en casa» significa el lugar de la enseñanza, pero a la vez hace

una división entre los de «dentro» y los de «fuera», como la expresión «a parte». Los de dentro representan a los apóstoles; los segundos, son los fariseos. Es precisamente a estos de «fuera» a los que Jesús contesta con la organización de la sociedad familiar que se remonta a Moisés; a los «dentro», a sus discípulos, a su comunidad, les impone como ley lo que es según Dios: «el que se separe de su mujer y se case con otra comete adulterio contra la primera; y si la mujer se separa de su marido y se casa con otro comete adulterio». Los fariseos están tratando de hacerle preguntas a Jesús para someterlo a prueba, para ponerlo en una situación embarazosa, y por eso le hacen esta pregunta sobre el divorcio. Quieren saber lo que piensa para acusarlo. Anteriormente el mismo evangelista (3,6) nos dice que estaban buscando un motivo para eliminarlo. Por eso esta pregunta. Los fariseos se hubieran conten-


tado con poco: un sí o un no. Pero Jesús, una vez más no va a caer en la trampa y expone su pensamiento basándose en lo que estaba escrito en el principio. El mandamiento de Moisés: «Moisés mandó escribir el acta de divorcio y despedirla». Pero solo son comprensibles estas palabras en una situación de pecado. Y Jesús dice: «Moisés escribió esto por la dureza de vuestros corazones», vuestros corazones se habían hecho insensibles, como consecuencia de la desobediencia a los mandatos divinos. Romper un vínculo sellado por Dios es ir contra Dios, es decir, pecar. Dios llama siempre a la comunión y todo lo que lleve a romper esta comunión es pecado. Los discípulos, no pueden vivir en situación de pecado. Cristo los ha liberado y los ha llevado a una vida de comunión con él y con el Padre. Por eso, el discípulo debe buscar siempre una vida que sea reflejo de esta comunión con Cristo y con el Padre, y por este misterio de comunión, es inconcebible hablar de divorcio entre los cristianos. Ellos son testigos de comunión, no de ruptura. La realización de un estado de separación en una familia cristiana es signo de que no se ha sacrificado por el otro, como su Maestro se sacrificó por él. El misterio de la cruz es un misterio de comunión y esta hay que hacerla visible a todos los niveles de la vida de un cristiano. Un matrimonio indivisible es un signo de esto. Esta exigencia requiere a veces una indudable generosidad y abnegación. Sin embargo, Dios no ha dispuesto las cosas pensando en hombres y mujeres fuera de lo común. Ni piensa en seres humanos extraordinarios. Él ha venido no para los fuertes y los sanos, sino para los débiles, los enfermos y los pecadores. Un día los

discípulos quisieron apartar de él a unos niños. Los consideraban demasiado pequeños para que ocuparan un lugar entre los oyentes que se agolpaban alrededor del Maestro y los pone como modelos. En esto los niños se parecen a él. Jesús ha aceptado amoldarse a la voluntad del Padre. Para cumplir los designios de salvación, entregándose totalmente a él, no dudó en renunciar a su propia vida. De este modo, de la multitud, ha hecho una humanidad nueva, llamada a entrar con él, el Primogénito, en la gloria de los hijos de Dios. www.sanpablo.es

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