MEX
Número 1 | Enero de 2017
Horror Mex
El nuevo rostro del terror nace de un antiguo miedo
Narremos a México. De ahí surge HORROR MEX, del deseo de querer compartir historias inspiradas en nuestras leyendas, en lo que contaban nuestras abuelas, tíos o conocidos que les había sucedido en sus pueblos natales al ocultarse el sol. ¿Quiénes tuvimos la dicha de crecer con las historias de aparecidos que contaban los abuelos o tíos a altas horas de la noche? Historias ocurridas en sus pueblos o en esa mismísima casa en donde las oíamos. El ambiente cambiaba, ya fuera porque se apagaran las luces o se dejaran prendidas para los más miedosos, pues todos sabíamos que estábamos por escuchar una buena historia. Sin duda alguna lo mejor era escucharlas en la casa de un pequeño pueblo, de esas que se encontraban en medio del campo, con paredes desnudas y piso de tierra. Escucharlas al lado del fogón, con una taza de barro entre las manos, mientras los ojos te ardían de tanto ver la lumbre. Al caminar a solas en una calle de pueblo en medio de la noche, y rodeado por los sonidos del campo, es fácil entender porqué las personas creían en seres sobrenaturales…o porqué éstos se dejaban ver con mayor facilidad, con mayor descaro. Pero escuchar historias en la ciudad también tiene su encanto. En la ciudad en donde no hay lugar para las supersticiones. Sólo que aquí son de un matiz diferente. Apariciones de personas que en vida sufrieron, que hicieron y continúan haciendo el mal, o cuyas historias son un completo misterio para nosotros. Lugares “donde asustan” ya que fueron escenarios de tragedias terribles. No necesitamos tomar, copiar los monstruos extranjeros para crear historias. Tenemos tantas leyendas, del pasado y del ahora, horrores del presente…que todos sabemos cuáles son. También tenemos los horrores sobrenaturales. Horror Mex no es sólo una revista, es una comunidad donde lo principal es darle una oportunidad al horror mexicano. Así que sin más, aquí está el primer número que el equipo de Horror Mex hemos preparado con mucho entusiasmo y cariño. Disfrútenlo.
J.Neros
Editor
J.Neros Comité editorial
J.Neros La Chica llamada Cuervo Lilly Haggard Diseño y formación
Daniela Estrada Ilustración
J.Neros Idu Julián Ana Argüelles Alan Aguilar Axel Contreras Fernando Carrera Portada
Nekane LaQueDibuja Corrección de estilo
Lilly Haggard Relaciones públicas
La Chica llamada Cuervo
HorrorMex@hotmail.com
/HorrorMex
4 Cuentan en mi pueblo, que por las noches...
El horror miro´ por mi ventana y dijo... 6 10 15 20 25
La Bruja Verde Un Sacrificio Memorias de una bruja La Bruja del río Bruja mía
Viva el horror 31 La bruja en la escalera 35 El pacto
Platicando con el horror 38 Ezzio Avendaño
CUENTAN EN MI PUEBLO Brujas
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QUE POR LAS NOCHES…
Al escuchar esta palabra, la mayor parte piensa en mujeres de vestidos negros, con largos gorros picudos que revuelven pociones en grandes calderos y por las noches vuelan con ayuda de una escoba; algunos sólo piensan en mujeres, de cuerpos voluptuosos, que bailan desnudas alrededor del fuego en compañía del diablo. Pero el punto en común, es el de ser malas, mujeres que gustan de hacer el mal. Ahora se habla de un nuevo significado de brujas, ese que dice que fueron mujeres inteligentes, que usaban las plantas para curar; mujeres independientes que no se sometieron al yugo del hombre y por eso fueron satanizadas…pero esas no son las que nos interesan en estos momentos. Ni las brujas buenas, jóvenes y bellas que acuden a la mente de aquellos que crecieron viendo programas con precisamente ese tipo de brujas. No son muchos los que, al escuchar la palabra bruja, piensen en las nuestras, las brujas de pueblo que parecen quedar poco a poco en el olvido, opacadas por las brujas extranjeras. ¿Pero qué es lo que sabemos de éstas brujas? Son muchas las cosas que se cuentan de ellas, y eso es lo grandioso, están llenas de misterio. Las brujas van de mujeres jóvenes a ancianas decrépitas. En la mayoría de historias, los elementos en común son que estas mujeres tienen la habilidad de quitarse sus piernas y cambiárselas por unas de guajolote, pueden transformarse en bolas de fuego, mujeres que adoptan la forma de grandes aves negras, guajolotes. Cuentan que en los cerros a veces se veían bolas de fuego que volaban de un lado a otro. “Son las brujas”, decían. Ellas se alimentan de la sangre de los bebés que aún no han sido bautizados. Les sacan la sangre de la mollera. …las campanas sonaron…todos corrían…pude abrirme paso entre el tumulto…una mujer lloraba…el bebé estaba todo chupado, con la piel
cenicienta y con el cuerpo cubierto de lo que parecía ser chupetones… estaba muerto… Duermen a los padres para que no despierten con los llantos de los niños. Aquellos que logran despertar narran que vieron un hilo plateado que colgaba del techo, el cual, si se corta, mana sangre, pues es la lengua de la bruja. Hay que colocar espejos y tijeras abiertas para proteger a los niños. A veces lograban atraparlas. Les daban una madriza. Si llegaban a escapar, y al otro día aparecía una mujer herida, golpeada, sabrían que ella era la bruja. Si no escapaba, al salir el sol, en vez de encontrar un ave, encontrarían el cadáver de una mujer sin piernas. Son las historias que narran el miedo, el temor de los padres a despertar y encontrar a su bebé muerto, chupado por la bruja. Pero hay más historias, historias en las cuales los bebés chupados no figuran. En ellas se habla sobre el mal que las brujas causan …te hicieron brujería…alguien te quiere ver pero bien mal...tienes que irte a hacer una limpia… …ellas supieron que las había cachado, que supo que eran brujas, y pus por eso le hicieron la brujería, pa’ que no hablara… Narran los horrores de aquellos que fueron embrujados. El sufrimiento que padecieron a causa de la brujería, las enfermedades y sus dolores; la angustia de ver a sus conocidos en dolor, pues ese era el medio para lastimarlos, a través de sus seres amados. Horror Mex debía iniciar con un tema especial, y por eso escogí a la brujas. Seres que en los últimos años me han provocado una enorme fascinación y con quienes, en mi infancia, me aterraba ante la sola idea de abrir los ojos y ver una bruja asomada en mi ventana.
J. Neros
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La
Bruja verde Escrito por La chica llamada cuervo Ilustraciones de Axel Contreras
¿Sabes a dónde va la gente cuando ya no les queda nada más por hacer? ¿A dónde van cuando ya han destruido todo a su paso y sólo les falta quemarse el cerebro para terminar de morir? Pero, para seguir destruyéndose se necesita algo de cerebro, así que ahí es a dónde íbamos: a jugar a volarnos los sesos con una pistola caliente.
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asi todos usan pistolas negras, yo tengo una dorada, la gané en una apuesta, gané la pistola y el derecho a dispararle en una pierna al perdedor, buena noche, pero unas horas después: nada, ya no sentía nada más que el aburrimiento apoderándose de nuevo de lo que me quedaba de neuronas. Los cigarros que me quemaban las yemas de los dedos sólo silenciaban un poco la ansiedad, necesitaba más, sentir algo, lo que fuera. Tomé un trago de whiskey y me acerqué el cigarro a la punta de la lengua para apagarlo.
En la calle se rumoraba de lugares donde uno puede encontrar emoción, todos se resumían a lo mismo, bares sucios con mujeres bailando, mesas llenas de cocaína húmeda que te raspa la garganta, en conclusión: nada. Caminé varias cuadras hasta que me harté y entré a uno de esos bares malolientes que ya conocía de antes. En ellos con sólo veinte pesos te comprabas una cerveza fría y con unos treinta más aparecía una mujer en tus piernas. Ahí estaba yo, bebiendo, mirando a los asquerosos seres humanos que se acercaban tratando de beber conmigo.
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—Siempre te vas de aquí diciendo que no volverás y aquí estás, de nuevo con esos ojos negros posados sobre una cerveza barata. —Escuché a ese viejo vagabundo que siempre trataba de tener contacto conmigo. Guardé silencio, no quería responderle y desatar mi aburrimiento y volverlo ira. —¿Qué pasó, no estás de humor de ir al baño conmigo? ¿Nos esperamos unos tragos más? Entonces pasó, el odio se desató dentro de mí como una inyección de heroína nublando mi cabeza, empujé a la mujer de mis piernas y con una patada tiré al viejo y le metí mi pistola dorada en la boca. Debo de admitir que en el momento me dio asco pensar en su saliva podrida ensuciando mi arma, pero pocas cosas son tan entretenidas como la mirada de terror del sujeto debajo de tu bota que sabe que su vida depende de tu misericordia.
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Escuché unas palabras tratando de escapar de su boca, vi cómo metió la mano en su pantalón y sacó una tarjeta arrugada. Removí mi bota de su pecho y saqué mi pistola de su boca, él extendió la tarjeta hacia mí mientras reía con esas carcajadas dignas de un demente. Vi cómo se levantaba llevándose mi cerveza en la mano y haciendo los ruidos de balazos mientras caminaba a la barra. Pobre anciano demente, pensé mientras leía la tarjeta. Era totalmente verde y tenía una dirección escrita en negro. Estaba a unas calles del centro, cerca de la catedral, y yo ya me estaba aburriendo. Me alejé caminando hacia allá, la dirección era fácil de encontrar, tenían una puerta verde también, toqué una vez, dos veces, tres, odio que me hagan esperar, cuatro veces, hasta la quinta salió una mujer vestida de negro y me dejó entrar sin preguntar nada. Parecía ser un bar elegante, un lugar caro con
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gente rara; me gustaba la gente rica, siempre tenían las peores perversiones y no dudaban en gastar una fortuna por ello. Me senté en un sillón de terciopelo verde y pedí un Martini, igual verde, me encantaba la decoración del lugar, entonces vi el portavasos que decía el nombre del bar: La Bruja Verde. Me reí al ver el nombre y me tomé de un solo sobro mi bebida, el aburrimiento comenzaba a tocar mi cráneo, me notaba impaciente. Supongo que la gente lo notó ya que al cabo de unos segundos apareció la chica de vestido negro y me tomó de la mano llevándome a otro cuarto. Había una mesa verde con pequeños vasos transparentes. Me senté a lado de un hombre que me puso la mano en la pierna en el momento en que estuve a su lado. Nunca he entendido ése reflejo de los hombres por tocarte cerca de la entrepierna cuando están alcoholizados; sin embargo, dejé su mano ahí esperando qué seguiría. La chica de negro sacó de una bolsa una pistola también verde y la puso al centro de la mesa, uno de los hombres la tomó y se apuntó en la cabeza. Todos guardamos silencio, tiró del gatillo pero no pasó nada, sólo una ligera marca en las sienes, así siguió el siguiente hasta que llegaron al hombre que me tomaba con fuerza un muslo, le sonreí mientras se apuntaba en la cabeza para luego mancharme de su sangre en el rostro, en un instante dejó la mesa machada de pedazos de cráneo y sesos, el primero en perder. Quité la mano del muerto de mi muslo y tomé la pistola en mis manos para apuntarme en la cabeza pero algo me detuvo, era la chica del vestido negro mirándome fijamente. —Tú usas otro tipo de balas muñeca —me dijo sonriendo y puso una bala verde en la pistola. Sonreí y sin pensarlo tiré del gatillo hacia mis sienes. Todo se nubló, nunca antes había perdido. No sé cuántos minutos u horas pasaron antes de que despertara pero lo hice, la chica del vestido negro me estaba curando la cabeza, me levanté para verme en el espejo, éramos casi gemelas, ella sonrió a mi
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lado y se descubrió de la cabeza un hoyo delineado de verde que tenía ahí y luego rió, supe que tenía que hacer lo mismo, me descubrí el cabello y de igual forma encontré la misma marca en mi piel. —Bienvenida muñeca. —Gracias Bruja, le respondí besándola en los labios. Su boca sabía a azufre, pero ése sabor casi a muerto desvaneció en mí todo aburrimiento, había encontrado mi lugar.
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Un
SacrifIcio Escrito por La chica llamada cuervo Ilustraciones de J.Neros
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n la familia siempre hablábamos de una maldición, era divertido reunirnos en las Navidades y señalar al próximo que caería en ella. El problema era cuando llegaban los velorios y ese cuerpo, inerte y frío, nos recordaba que no había sido sólo un juego. Los velorios siempre son cansados, pero éste, el último, nos había succionado la energía. Mi hermano y yo acostumbrábamos jugar a las escondidas en lo que nuestros padres fingían el llanto con sus lentes negrosz. Era nuestra costumbre, pero este velorio, el del abuelo, representaba el final de nuestra infancia, no más juego, él había muerto llevándose nuestra inocencia. Esa mañana mi mamá nos llevó a su cuarto y del clóset sacó los lentes oscuros que tenía reservados para nosotros dos: una nueva tradición había comenzado.
El abuelo había muerto en la madrugada, pero mamá decidió comenzar con el ritual hasta la mañana. Quien había muerto era su padre, aun así no había forma de ver una sola muestra de dolor en su cara. Se pintó los labios de rojo, como hacía casi diario, con muchísimo cuidado, pero su mirada se veía vacía.
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El camino hacia la iglesia fue silencioso, primer velorio al que no manejábamos escuchando canciones. Llegamos, el primero en entrar fue mi hermano, un paso firme que me obligó a seguirlo. Mamá se quedó atrás, sus labios rojos se veían inmóviles y sus lentes negros ref lejaban la iglesia. —Vamos —le dijo papá mientras la encaminaba hacia adentro. Toda la reunida.
familia
estaba
La misa nos rompió a todos, duramos varias horas con el llanto escurrido por la cara, los lentes oscuros parecen ser muy útiles. El camino a casa fue igual de silencioso, al regresar mamá me llevó a su cuarto, silencio de nuevo, ya no hay juegos entre las dos.
—Sabes que ya no eres una niña, ¿verdad? —Lo sé —respondí por inercia, pero no lo sabía, no lo sabía. No entendía a qué se refería cuidar de todos, no tener miedo, ser la persona valiente. —Muy bien, ahora mamá tiene que dormir—. Tras decir esto se tomó un puño de pastillas, yo me senté a su lado a verla descansar. Unas horas después desperté, estábamos llevando a mamá al hospital para un lavado de estómago. Aprendí palabras nuevas, y ahí, en la sala de espera más fría del mundo, mientras tomaba mi primer Nescafé de máquina, mi papá me contó la verdadera historia de la maldición:
—Desde hace muchos años se sabe que una bruja había nacido en la familia de tu mamá, nadie sabía su secreto y sus padres trataron de ocultarla de todos; sin embargo, al discriminarla, hicieron que su enojo creciera, la hacían creer que era un monstruo, así que, un monstruo fue lo que ella les dio. Soltó una maldición sobre los demás: muertes dolorosas, psicosis, lujuria incontrolable que los llevaría al incesto. Claro, nadie lo creyó y es por eso que cada Navidad la gente celebra el gran error de esa niña, haciendo que una sola persona se encargue de cuidar a la familia. Tu madre era ella, pero parece que te ha dejado el papel a ti. «Sé que es duro saberlo, entender que ahora la maldición te corresponde a ti, que dejaste de ser una niña para volverte un monstruo, pero debes entender que es por el bien de la familia, ¿quieres lo mejor para todos no? En cuanto terminó de hablar sentí un fuerte dolor en la nunca que me recorría todo el cuerpo. Lo miré llena de terror. —Es normal hija, es la psicosis apoderándose de ti, tu mamá estará muy orgullosa al saber que tomaste el sacrificio. De ahí todo fue confuso, mi mundo se volvió oscuro, así como también lo hizo la habitación, ya pertenecía al mundo de los monstruos. Esto era lo que significaba dejar de ser una niña.
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Mi hermano pasaba a contarme historias de cómo toda la familia había vuelto a brindar en las reuniones y como habían olvidado mi nombre, me habían arrinconado a ser el monstruo de la familia, la bruja, el secreto que guarda todos los pecados de mil generaciones. Me habían desterrado a ser aquello que les avergüenza a la sociedad, a ser quien los mantuviera limpios. Con los días fui empatizando con la primera bruja. Podía entender su dolor, sus ganas de lastimar a todos los que se burlaron de ella, quienes habían logrado humillarla. Con los días fui juntando mis fuerzas. Mis lágrimas se volvieron pequeños malos deseos hacia ellos, cada noche en soledad me fortalecía más. Mi cuerpo comenzó a perder su forma humana y mi cabeza aprendió nuevas formas. Sin embargo, no tenía miedo, tenía el espíritu de una chica lastimada protegiéndome, contaba con la fuerza de todas las chicas humilladas cargándome hacia la cima. No había nada que no pudiera vencer, por lo menos eso creía. Hasta que llegó más
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gente a mi habitación, ya no era sólo yo, ya no estaba sola, estaba entumida llena de calmantes mientras que los demás deliraban con un mundo incierto. ¿Cómo es posible que ellos no supieran quién era yo? Me veían entre sombras, sin miedo. Los músculos se me entumecían pero me quedaba ésta mano para escribir y un cerebro lleno de odio que sabía planear la venganza. Algún día la bruja renacerá, me repetía mientras tomaba las pastillas que me obligaban. Entonces un día se abrió esa enorme puerta blanca que me separaba del mundo y entró ella, mi madre usando unos lentes oscuros y los labios rojos perfectos, parece que había olvidado las tristezas en casa; se sirvió un café de máquina y se hincó cerca de mi silla. Yo quería hablarle, odiarla, pero mis labios se habían enmudecido. —Gracias hija, gracias por el sacrificio —dijo tras besarme ligeramente en la mejilla— pocas veces aciertan y encierran a la bruja verdadera.
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Se levantó y salió del lugar sin reparar en mirar atrás. El sacrificio ya estaba hecho, la bruja había sido callada.
memorias de una
Bruja
una historia en el mundo de “Un cuento de brujas” Escrito por J.Neros Ilustraciones de Idu Julián
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amá nos contaba la misma historia noche tras noche. Ésta iba así:
“Hace muchos, muchos años, nació una joven de belleza sin igual. Era tan hermosa que hasta el mismo Diablo se enamoró de ella. Se transformó en su sombra para no alejarse nunca de ella. Conforme crecía, él la deseaba cada vez más. Y no era el único. No había hombre a la redonda que no deseara tomarla como esposa, pero el Diablo se encargó de ahuyentarlos a todos. No se detuvo ahí. También contaminó las cosechas de la familia, de sus amigos y de todo aquel que la rodeara. Quería alejarla de los demás para así hacerla suya.
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La joven no sólo era bella, también era lista. Sabía muy bien del mal que se cernía sobre ella y que esperaba el momento adecuado para tentarla. Pero ella era una sierva de Dios. Todos los días recogía las ramas que se encontraba en su camino y por las noches, mientras rezaba, pegaba las ramas a su corazón. Tallaba cada una de ellas sin importarle el dolor en sus manos. Una mañana, cuando el cielo empezaba a aclarar y sus padres seguían dormidos, salió de casa. Caminó durante todo el día sin apartarse del camino. Sabía que no iba sola. Aunque no lo veía, podía sentir al Diablo que la seguía de cerca. Un enorme manzano la esperaba al final del camino. La joven trepó a la rama más alta y esperó a la puesta de sol. —¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó. El Diablo se presentó a su auxilio. —Te ayudaré a bajar si prometes acostarte conmigo —dijo. —Largo, Diablo, no me tentarás. El diablo corrió fuera del camino hasta lo más profundo del bosque en donde se enterró para brotar como un hombre alto y apuesto. Regresó y, una vez al pie del árbol, volvió a gritar: —Te ayudaré a bajar si prometes acostarte conmigo. —Bueno —respondió la joven que sabía lo que se escondía bajo ese disfraz. Así que el Diablo, transformado en hombre, trepó y, cuando se hallaba a una rama de la joven, ella pegó un brinco. De su vestido sacó un puñado de cruces y las clavó alrededor del árbol.
—Niña bonita, quita eso o al bajar me lastimaré. —Son sólo cruces. Si sois un buen hombre, nada te pasará. —Niña bonita, lo soy, pero quítalas y déjame bajar. —¡Diablo mentiroso! —Niña bonita, te daré todo lo que me pidas. Pero lo único que la joven deseaba era al mal lejos de ella. Dejó al Diablo encerrado entre las cruces que había tallado todas las noches y regresó a su hogar. Dios la favoreció por mantenerse alejada de la tentación y en el camino del bien, y le concedió una familia numerosa.”
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Mamá terminaba la historia y el semblante de mi hermana ref lejaba asombro y admiración. A ella le gustaba corear la historia en voz baja. En cambio yo fingía que dormía. Ese cuento siempre me había parecido absurdo, aunque me gustaba mucho la parte en la que el Diablo le pedía a la joven que se acostara con él. Yo sabía lo que eso significaba, no como mi hermana, que creía que acostarse era estar como ella y yo, dormir juntas y con ropa. Cuando llegábamos a esa parte yo dejaba de escuchar a mi mamá e inventaba otra historia en mi mente, una en la que la joven aceptaba. Apretaba las piernas mientras me imaginaba al Diablo sobre la
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joven. También me gustaba hacer una lista de lo que yo le hubiera pedido al Diablo. Noche tras noche me contuve pero, justo la noche anterior a que eso pasara, me reí bajo las cobijas cuando mamá terminó de contar la historia. —¿De qué te ríes? Así era mamá. Jamás nos gritó ni regañó. Si nos portábamos mal, nos preguntaba la razón de porqué habíamos actuado de tal manera. Esa noche no fue la excepción. Me lo preguntó en el mismo tono que si me hubiera preguntado si quería o no repetir el plato.
—Bueno —dije—, la joven fue muy tonta por rechazar al Diablo. ¿De qué le servía la gran descendencia que Dios le dio cuando el Diablo pudo haberle dado todo? No mencioné la parte de acostarse. Eso la habría perturbado más.
No recuerdo qué me dijo, si es que dijo algo, de lo que sí me acuerdo es da la mirada escandalizada que mi hermana me lanzó. Desde pequeña se las dio de muy pura. Fernanda calló y se perdió en sus recuerdos mientras miraba las luces más lejanas de la ciudad. La luna le bañaba el rostro y el aire que entraba por la ventana abierta le endurecía los pezones. —De cualquier manera, ¿quién se inventó esa historia? Era tonta. No entendía por qué nos la contaba. Ahora sé que fueron ellos. Mamá creció con esa historia y por eso nosotras también. Las tres fuimos su pequeño experimento, hasta esa noche, y luego yo lo continué siendo. Querían hacernos creer que si íbamos contra nuestra naturaleza, Dios nos salvaría —soltó un resoplido y miró al cielo con desdén—. Dios. Dios nos dio la espalda desde el principio. No fue como en la historia. Fernanda se alejó de la ventana y dio vueltas por el cuarto sin prestar la menor atención a los llantos del bebé. —Le han hecho creer a mi hermana que hay algo mal en mí. Lo mismo intentaron conmigo, pero no es así. Fue hacia la cuna y acarició los barrotes con la yema del dedo mientras caminaba
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alrededor de ella. El bebé tenía la cara roja y el semblante más arrugado de lo normal. Sus gritos debían de escucharse hasta la calle, pero llegaban a oídos sordos. Ni siquiera los papás, acostados en el cuarto continuo, irían a su rescate. —Pero a ti qué te importa todo eso, ¿verdad? —Le acarició la mejilla con la uña. Fernanda tomó al bebé entre sus manos y lo alzó. Lo regresó a la cuna y trepó dentro. Luego envolvió con su cuerpo al bebé y se tomó su tiempo para bajarle el cierre del mameluco y desnudarlo. Le quitó el pañal y de inmediato el cuarto se impregnó con el hedor de las heces. —No es nada personal. Sólo debo alimentarme, como tus papás de los animales. Cada quien se alimenta de la especie que se encuentra por debajo de ella. Apretó el diminuto y ridículo pene y acercó sus labios a la piel joven y suave.
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Terminó y el bebé cayó dentro de la cuna con un golpe seco. Lo miró y, por mucho que lo intentara, no logró sentir nada, ni compasión o culpa. Sólo asco por ser las crías más inútiles y sucias del mundo. Se limpió las comisuras de los labios y tomó el saco de huesos en el que se había convertido el bebé. No podía dejarlo, no sin arriesgarse a que ellos la encontraran. Los Landa parecían estar en todos lados, al acecho, esperando para salir como cucarachas y atacar. Se paró sobre el alféizar de la ventana y esperó a que el fuego brotara de su piel. Arrojaría a la pequeña inmundicia en algún lugar solitario. Emprendió el vuelo. La próxima noche sería igual, y la siguiente también. Así sería hasta que algún Landa la encontrara y matara…o ella misma lo haría. Quizá. No dejaría que volvieran a encerrarla.
Pero primero debía encontrar a su hermana. A Lucía. La primera en la familia que no había sido besada por el Diablo al nacer.
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La Bruja
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del Rio
Escrito por Lilly Haggard Ilustraciones de Alan Aguilar
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espués de tres largos meses Lalo aún no se acostumbraba a su nuevo trabajo. Tener que levantarse diario a las cuatro de la madrugada para salir a las cinco menos diez se tornaba cada vez más difícil con el pasar de los días. Trabajaba en la misma fábrica que su padre: Sabater de México S.A. Una empresa de españoles dedicada al vidrio. La promesa de tener su propio dinero y de ser el hombre de la casa —después de su padre, claro— sonaba tan bien que había aceptado ir a trabajar sin rechistar, a pesar de no haber cumplido aún los dieciocho. Lucharía por sus hermanitos —cuatro en total— y quizá, algún día, estudiaría una carrera y se iría a trabajar a la ciudad. Allá pagaban más. Quería tenerlo todo y estaba seguro de que, con dinero, todo se podía. Pero ahora, mientras su madre le acomodaba el almuerzo en la mochila, pensaba en que ya no quería ir a realizar aquella rutina. Todos los días tenía que despedazar botellas de vidrio para que, posteriormente, fueran fundidas. Su padre era un artesano: moldeaba figuras con vidrio candente, pero Lalo... Bien, él solamente era un triturador. Y lo odiaba. Algún día Lalo tendría mucho dinero para ser feliz. Algún día. —Cuídate mucho, Lalito —pidió su madre. A él le disgustaba que lo llamara así. Ya no era un niño, ¿cuántas veces tendría que repetirlo? —Sí, mamá —gruñó. Luego montó su bicicleta. —Lo digo en serio. —Por la manera en cómo habló su madre, no
había dudas de ello—. No esperes a tu papá —continuó ahora con más calma—, no irá a trabajar, le dieron el día.
Perfecto, pensó Lalo, lo único que faltaba: tener que irse solo.
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Lalo aprovechó para irse por el camino del río. Su padre lo había prohibido aun sin una verdadera razón. Siempre hablaba de la bruja del río y Lalo solo se burlaba al escucharlo. La gente del lugar resultaba muy supersticiosa y tonta. Su padre era así. Pero Lalo había ido al río muchas veces con sus amigos y nunca vieron nada. Convencido de que todo seguiría igual pedaleó con fuerza por entre los juncos, hasta que la rueda de la bicicleta quedó atascada en el lodo. Por fortuna poseía buenos reflejos, únicamente se había ensuciado la parte baja del pantalón al intentar equilibrarse. Sacó la bici del lodo y prefirió caminar ese tramo. El río no llevaba mucha corriente en ese momento y en algunas secciones estaba casi seco, así que se podía acercar más a la orilla. Al otro lado podía ver los enormes plantíos de maíz y más allá el amanecer próximo. Un ave planeó sobre los maizales. Lalo intentó enfocar su vista para poder determinar el tipo de ave que era. ¿Un búho? No, esta no parecía un búho. El ave desplegó las alas y, para sorpresa del muchacho, poseía un aproximado de dos metros de envergadura. La extraña ave dejó de verse como tal y se transformó en un manto. Lalo miraba con los ojos bien abiertos. Todo transcurría en segundos. El manto parecía ser llevado por el aire suavemente hasta el límite del río y, entonces,
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como en un sueño, el manto dejó de ser una simple tela para formar un vestido. Luego la prenda ya la vestía una mujer quien caminó brincando las piedras del río para acercarse a él. Ese era un excelente momento para salir corriendo; sin embargo, Lalo estaba tan impactado que no pudo mover ni un músculo, se aferraba con fuerza a los manubrios de la bici. El corazón le latía con tal rapidez que quizá le saldría despedido por la boca. La mujer se acercó y saludó con un gesto como si fuera muy normal transformarse de ave a mujer frente a los jóvenes. Era la mujer más bonita que Lalo había visto nunca: sus grandes ojos oscuros eran cautivadores, expresivos, rodeados por espesas pestañas rizadas. Las curvas de su esbelta cintura podían notarse debajo de ese vestido blanco que se agitaba con el viento. Los bonitos pechos redondos encendieron las mejillas del muchacho. El cabello negro, rizado, caía seductivamente en los hombros y la espalda. Lo mejor de ella eran sus labios, sonrosados y carnosos, que mordía de vez en cuando. ¿Era la Llorona? ¿La bruja del río? ¿Qué era ella? Esperaba una respuesta a su saludo pero Lalo solamente farfulló un hola. —Me alegra tanto que puedas verme. —No solamente era llamativo su cuerpo bonito, la voz de esa mujer sonaba como el pecado mismo—. No todos pueden. Tengo algo que quiero darte.
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«Guardo un tesoro que tengo enterrado. Será todo tuyo si pasas tres pruebas. ¿Tesoro? ¿El tesoro enterrado? Había creído que se trataba de una leyenda, tonterías como todo lo que decían sus vecinos y su padre. —Tres pruebas —repitió ella, se notaba cada vez más apurada—. Tú solo tienes que cargarme en la espalda y yo te guiaré hasta el tesoro que tengo escondido. Tal vez era la desesperación que ella mostraba en sus palabras, y gestos. O tal vez era el deseo vehemente que él sentía por hacerse rico sin tener que trabajar. Podría ser por otra cosa. Un hechizo. Como fuera, Lalo aceptó. En realidad cabeceó torpemente, pero ella lo dio por una respuesta afirmativa. Lalo soltó la bici y se inclinó para que ella pudiera subirse a la espalda del muchacho. Luego ella dio la orden de internarse entre los plantíos. Caminaron por lo que a él le parecieron veinte minutos. Todo el tiempo pensaba en lo tarde que se hacía para ir a trabajar y en los regaños que le darían sus padres cuando se enteraran de que había faltado. Pero también pensaba en el dinero que ganaría. Y lo que haría con él. —Es aquí donde comienza tu primera prueba. ¿Estás preparado? —susurró ella.
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La mujer le explicó que escucharía cosas y que incluso podría pensar que todo es real, no obstante, nada sería así. Ya únicamente debía seguir caminando hasta la entrada de la cueva, que se veía a lo lejos, donde el dinero permanecía enterrado, así sería todo para él y ella podría quedar libre para siempre. La única condición era: no volverse a verla ni dejarla caer. Lalo caminó decidido a ganarse el tesoro; sin embargo, percibió que ella se volvía cada vez
más pesada. Le dificultaba dar el siguiente paso. Comenzó a escuchar los sonidos que una vaca producía al mascar y sintió el resollar del animal en la nuca. Ella mugió. Pero Lalo, aunque las piernas le temblaban y sentía que los brazos se le romperían, continuó caminando. Después el peso se aligeró considerablemente. La segunda prueba comenzó. Ella tenía ahora su figura humana, pero escuchaba serpientes. Uno de esos animales se le enredó en el cuello silbando y acariciándole la piel descubierta
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del cuello y la nuca. Lalo se esforzó al máximo para no dejarla caer. Le horrorizaban las serpientes y temía que lo fuera a morder alguna. El silbido de esos animales cesó y, por un brevísimo instante, escuchó la risa macabra de un hombre; no a su espalda proveniente de ella, sino a lo lejos. No quiso volverse para comprobar si se trataba del mismísimo Demonio. Cerró los ojos y se preparó para la tercera prueba. La última.
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De pronto, sintió piel desnuda en sus manos. Los brazos de la mujer ya no tenían mangas y la calidez de su boca se posó en la nuca de Lalo. Los pechos de ella se apretaron contra la espalda del muchacho tornándolo más consciente del cálido cuerpo que cargaba. La cueva del tesoro ya estaba a sólo cinco pasos. La mano femenina encontró aquél punto débil, virgen, de Lalo paralizándolo al instante. Ella susurró con voz sensual: te deseo. Y Lalo se volvió por reflejo para verla. Un llanto desgarrador: ¿Por qué, por qué has volteado? Y luego nada. Ni la mujer. Ni el oro de la cueva.
La única condición era: no volverse a verla ni dejarla caer. Volvió a escuchar la risa del hombre y lo vio a la entrada de la cueva. Vestía completamente de negro, era un traje muy elegante de saco y corbata. Agarró del cabello a la mujer, quien lloraba desconsoladamente, la arrastró hacia la cueva y ambos desaparecieron adentro. Lalo no supo si seguirlos o si era mejor retomar su camino. Lentamente se levantó para asomarse a la cueva. Solo era un montón de tierra en un espacio donde no podía caber ni su hermanito Pedro, de dos años. En un acto reflejo sacó su botella de agua, la vació y la llenó con la tierra de la cueva. Luego corrió hacia el camino, donde estaba aún su bicicleta y se dirigió hacia su trabajo
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Bruja Mia
Escrito por J. Neros Ilustraciones de Fernando Carrera
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a luna no había salido aquella noche; a pesar de ello, Felipe logró ver que la puerta del cuarto de Isabel estaba entreabierta. La empujó, sólo lo suficiente para poder asomar la cabeza, y después de un rato distinguió el bulto que era ella bajo los zarapes, que subían y bajaban al compás de su respiración; pausados, de alguien que descansa sin preocupación alguna. Apretó los puños con tal fuerza que las uñas quedaron marcadas en sus palmas. Ahí estaba de nuevo la imagen, la visión, que había aparecido por primera vez en su mente hacía poco más de un mes y que, con cada día que pasaba, amenazaba con volverse realidad: Isabel, inconsciente sobre el piso en medio de un charco de sangre, mientras él la molía a golpes. Subió a la azotea mientras le rogaba a la Virgen por que aquella fuera la gran noche. Su silla de siempre lo esperaba. Tomó asiento en la madera fría y dura
y esperó. Cruzó los brazos y hundió la cabeza en el cuello de su abrigo. No había ni un soplo de viento, y aun así, el frío le calaba los huesos. El pueblo estaba oscuro y silencioso, y aunque Felipe se sintiera solo, no era así. Había más hombres, que como él, montaban guardia sobre sus casas. La mayoría luchaba por no quedarse dormidos. Felipe no. Ni aunque quisiera. Él no había vuelto a dormir desde el día en que su bebé amaneció muerto. Despierto podía alejar los malos recuerdos, dormido nada lo protegía de ellos, y es que no podía llamarlos sueños, porque todos eran una copia exacta de la realidad: el cuerpecito de su pequeño cubierto de diminutos moretones y con la piel pegada a los huesos. En cambio, la imagen de su mujer en las faldas del cerro, esa no lo perturbaba. Si su esposa había decidido lanzarse, era porque la culpa no le permitía vivir. Sí, fue la bruja quien mató a su bebé, ¿pero quién permitió eso? Su maldita esposa.
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Ella e Isabel. Los bebés habían estado muriendo, tanto en el pueblo como en los aledaños, lo sabían y no les importó. Lo tiraron de loco cuando quiso reubicar a Isabel en el cuarto del bebé, que daba a la calle, y pasarlo a él al de ella, el cuarto situado junto al suyo y el único sin ventanas. Su esposa enloqueció, dijo que no dejaría que le pasara algo a Isabel y que mejor acomodaran a los dos en el mismo cuarto. Necia, necia. Debió cambiarlos sin importarle la opinión de ella. Felipe soltó un suspiro y miró al cielo. Su primera mujer le había dado dos niñas. La segunda, otra. Nueve años después su sueño de tener un varón se hizo realidad, ¿y todo para qué? Para que tres meses más tarde se lo arrebataran.
Lo que hubiera dado por cambiar el lugar de su hijo por el de Isabel… Sintió como si un hielo le resbalara por la espalda cuando, a espaldas de él, escuchó un chiflido. Se incorporó y contuvo la respiración. Luego vino otro chiflido, un poco más cerca que el primero, y Felipe mantuvo la vista fija al frente. Allá a lo lejos, en los
cerros, vio una bola de fuego que se elevaba en el aire. La emoción lo embargó. Emoción que no vio en los ojos de sus compañeros al reunirse con ellos. Seguían a oscuras. No querían delatarse. Encenderían las antorchas en el momento acordado, las encenderían después de atrapar a la bruja. Cada uno sabía cuál era su tarea. Se separaron y Felipe caminó por las calles del pueblo con la espalda pegada a las paredes. Una vez solo, el miedo de los demás le invadió. Tenía miedo por él y sus compañeros. Al reunirse, habían perdido de vista la bola de fuego y ninguno vio qué dirección tomó. También dudaba que la bruja continuara en aquella forma. Tenía miedo porque se daba cuenta de que no sabía qué esperar, con qué se encontraría. Lo único que creía saber venía de las historias que había escuchado de pequeño de sus padres y abuelos: bolas de fuego, aves negras, mujeres con piernas de guajolote… ¿cuál de todas ellas era real? Nunca se le había ocurrido preguntar porque jamás le había importado. Él sólo disfrutaba de las historias aunque por las noches el miedo no lo dejara dormir. Sujetó con fuerza el palo que llevaba en la mano derecha y continuó su camino. Se petrificó al escuchar, no muy lejos de donde se encontraba, el llanto de un bebé. Contuvo la respiración. Los llantos se volvieron berridos y Felipe sintió un odio contra los padres.
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¿Por qué no lo callaban? Despertaría al pueblo entero y la bruja huiría y su venganza se esfumaría. Un pensamiento le cruzó por la mente y provocó que la piel se le erizara. ¿Así habría estado él meses atrás, profundamente dormido, mientras su hijo lloraba al
la parte trasera de la cabeza. Sintió como si tuviera un ave gigante sobre él. Podía oír sus aleteos y sentir las plumas contra la cara. La tierra húmeda y el pasto le entraban por la nariz y boca y al poco perdió el conocimiento.
sentir la presencia del mal, al sentir cómo la vida lo abandonaba? Corrió en dirección de los llantos. Apenas si alcanzó a distinguir una extraña silueta que caminaba sobre el techo de una de las casas frente a él. No se detuvo a pensar. Gritó y blandió el palo en el aire. Hubo un grito agudo y vio la silueta de la bruja que corría sobre los tejados de las casas.
Cuando volvió en sí, su cabeza le daba vueltas. Veía todo borroso. Se incorporó y trató de mantener el equilibrio mientras caminaba hacia las figuras de sus compañeros iluminadas por el fuego de las antorchas. Todos ellos formaban un círculo alrededor de una camioneta.
—¡Tras ella! —gritó. Olvidó toda precaución. Después de tantas noches, al fin había dado con la bruja y no pensaba dejarla escapar. Corrió detrás de ella, guiándose más por su oído que por su vista, y no paró por más que las piernas le dolieran. Llegó a campo abierto y todo rastro de ella se esfumó. Felipe miró alrededor y sus ojos comenzaron a arderle. Quería llorar, lágrimas de ira, y éstas habrían resbalado por sus mejillas de no ser por un fuerte impacto en su cabeza que lo tiró de bruces contra la tierra. Trató de levantarse, pero algo se lo impedía. Algo que lo pateaba y le arañaba
—¡Agárrenla! ¡No la suelten!
—gritó alguien para hacerse oír sobre el ruido de los aleteos.
Felipe tomó la antorcha e iluminó la parte trasera de la camioneta. Una vieja decrépita luchaba por liberarse de las cuerdas que la tenían sometida. El ruido de su cuerpo contra el metal era insoportable. Estaba desnuda, la piel le colgaba de todos lados y sus piernas eran negras y brillaban bajo la luz del fuego. Se detuvo y giró la cabeza hacia él. El cabello le resbaló por el rostro y la bruja lo miró a los ojos. Le sonrió. Felipe perdió los estribos al imaginar esos labios sobre la piel de su hijo.
Trepó a la camioneta, cerró los puños, en algún momento había dejado caer la antorcha, y sin olvidarse del ser que tenía a sus pies, del miedo que le infundía, comenzó a golpearla para borrarle esa sonrisa. Nadie hizo algo por detenerlo. Por el contrario, alguien le lanzó un palo y cuando a Felipe se le abrieron los nudillos, lo tomó y continuó golpeando. Golpeó, golpeó hasta que los brazos dejaron de responderle. Se dejó caer de nuevo a la tierra y sez llevó las manos al rostro. Por primera vez, se permitió llorar. El cansancio acumulado de semanas cedió, porque en cuanto cerró los ojos, cayó dormido. El cielo empezó a aclarar y el canto de gallo lo despertó. El frío mañanero no tardó en despertar al grupo, que no había logrado vencer al cansancio. Felipe estiró sus piernas y brazos para desentumecerlos. Tenía la ropa empapada de sangre y las manos le ardían. El pueblo, allá a lo lejos, poco a poco despertó con los rayos del sol. Una vez despiertos, los hombres caminaron, juntos, a la parte trasera de la camioneta. Querían ver, ya con la luz del día, el cuerpo de la bruja. Ésta aún respiraba, incluso reía, pero con el primer rayo de sol que la tocó, murió.
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La vieja desapareció ante sus ojos. Sí, seguía habiendo un cuerpo, pero no era el decrépito de momentos antes. Tampoco tenía piernas. Un charco de sangre manó de los muslos y la parte del hueso que era visible empezó a teñirse de rojo. Felipe recorrió ese cuerpo joven con la mirada. Supo que algo andaba mal cuando pasó la mirada del sexo, de un sexo liso que había atraído las miradas de todos ellos, a un pecho plano. Ese no era el cuerpo de una mujer, ese era el cuerpo de una niña. Felipe rememoró a la mujer, aquella que había llegado al pueblo meses atrás. Recordó sus caderas que se bamboleaban y los pechos que subían y bajaban con su andar. Esa era la bruja. Lo habían dicho sus esposas y madres y, a los pocos días de su llegada, los niños pequeños y ancianos habían empezado a morir. Felipe continuó su recorrido. Algo le decía que se detuviera, que apartara la vista o se arrepentiría, pero no pudo. A pesar de los golpes y coágulos de sangre, el rostro de Isabel aún era reconocible. No podía seguir viendo. Levantó la cabeza y a lo lejos vio a una mujer desnuda. La bruja. Ésta lo saludaba con la mano y sus labios, de los que escurría sangre, formaban una sonrisa.
Felipe agachó de nuevo la cabeza y la sangre se le heló al ver a su hija, que aunque muerta, también lo miraba a los ojos con una sonrisa.
La Bruja
en la escalera Ilustraciones de Ana ArgĂźelles
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La casa de mis abuelitos se encuentra cerca de la Zona arqueológica Cuicuilco, tal vez por ese motivo mucha gente ha vivido experiencias paranormales en esa casa; al menos inexplicables. Dicen que esa zona está repleta de historia. Aquellas experiencias van desde escuchar ruido de pasos, unos pasos característicos, hasta haber visto figuras fantasmales.
Debido a que no conseguí el permiso para hablar con absoluta libertad tendré que omitir ciertos datos, como la calle o los nombres y el parentesco que tengo con las personas que allí viven. Excepto mi abuelito, la casa aún es de él.
«Se han practicado “limpias” y se ha rezado en la casa. Aún así se siente un ambiente pesado, como viciado, y frío. Al menos a mí no me agrada la sensación de frío que, ni por más soleado que sea el día, nunca puede estar cálido adentro. » A mi abuelito le encanta platicarnos sobre aquellas cosas de miedo y a mí me fascina escucharlo. A sus más de 90 años está aún muy lúcido, su memoria es increíblemente buena y su plática es muy interesante. Su habitación es la primera, detrás de la puerta principal, da a la calle y su ventana le proporciona un poco de sol. Él tiene su propio baño. A él le encanta tomar el sol por las mañanas o al medio día. Estamos frente a la entrada, platicando. Él mira su reloj de números y me avisa que ya casi es medio día. Como ya no puede subir las escaleras, le bajan su comida.
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—Vamos adentro, hija —me dice mientras se levanta con la ayuda de su bastón—. Si no tu tía Juanita no va a venir a darme de comer. Yo río con él. Por supuesto mi tía no se olvidaría nunca de que él tiene que comer a esa hora. Me levanto para seguirlo y me siento con él en su sillón, detrás de la ventana. Mi tía Juanita baja con su comida y lo ayuda a sentarse para que pueda comer. Ella no se queda, sube casi de inmediato. Hay más personas en la habitación con nosotros, digamos que se trata de mi tía Adriana y mi mamá.
“
—Entonces, pá. ¿Cómo fue esa vez? —lo anima mi tía Adriana. —Esa fue una de las experiencias más feas que he vivido —contesta entre cucharadas de sopa. A pesar del ligero temblor de su mano él puede alimentarse por sí mismo, nosotras estamos absolutamente atentas a él.
”
—Y yo ni escuché ni vi nada — continua mi tía. —Pues no porque estabas de espaldas a la ventana. —¿Cómo era la ventana? — pregunto yo. Porque en ese entonces la casa aún estaba en obra negra. —Pues la habitación era larga —contesta mi abuelito—, la ventana así como la ves estaba más amplia. Se podía ver toda la escalera. La habitación de la que hablamos se encuentra en el fondo del pasillo, frente a la escalera que lleva al segundo piso. Antes no estaba dividida, sino era una habitación amplia que conectaba con la habitación que ahora es de mi abuelito. La ventana era más larga y había más luz. —La cocina estaba de espaldas a la ventana y teníamos una silla al lado, también de espaldas a la ventana —continua mi tía. —Al final de la escalera estaba la habitación que era de tu mamá —me dice mi abuelito. —Pero luego de que me fui — complementa mi mamá; ella se fue porque se casó y yo estaba por llegar— la arreglaron, le ampliaron la entrada y la
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acomodaron de adentro. —Ah, sí —contesta mi tía Adriana—. En ese tiempo aún estaba con pilares de madera porque se amplió el techo. —Todavía estaba el lavadero al final de la escalera —continua mi mamá. —Y entonces estaba mi tía de espaldas a la ventana — intervine yo. Mi abuelito había aprovechado para terminar su sopa. Cuchareó por última vez y contestó. —Sí, porque estaba al lado de la cocina. Se tuvo que parar para darle de comer a su muchacho. —Ah, es que acababa de llegar con Manuel —explica mi tía. Mi primo Manuel acababa de nacer y recién habían llegado ese día del hospital—. ¿Era de madrugada, no pá? —Sí —contesta mi abuelito—, como las dos o tres. Yo estaba despierto porque no podía dormir, ya desde entonces no podía dormir bien —me explica a mí—. Y mija tuvo que pararse porque su muchacho no dejaba de llorar. Fue a la cocina y calentó leche para el niño. Luego se sentó al lado de la cocina a darle su mamila.
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—Yo estaba sentada, lo cobijé porque hacía mucho frío y me envolví yo en un reboso. —Yo me paré a caminar un poco, a ver si así me volvía el sueño. Así que la vi en la escalera. —¿Pero, cómo era? —Era una mujer delgada, vieja. Tenía la cara fea, con dientes amarillos. Su cabello negro, largo, parecía flotar. Su vestido era blanco, o de color claro. Me le quedé viendo, había creído que era tu tía Juanita, pero ni se le parecía. Y ella se quedaba sola en el cuarto de arriba. Me acerqué a la ventana y me asomé. La vi pegada en el vidrio viendo al niño. La verdad es que sí me espanté. Pensé que era una bruja. Salí al pasillo y solo estaba la gata, así —me dice mostrando su brazo arqueado—, toda con los pelos erizados y gruñendo. No había nadie. —Yo escuché a la gata —complementó mi tía—, pero al voltear hacia la ventana no vi nada. —¿Y ya la habían visto antes? —Otras veces habíamos visto solo la sombra de
una mujer. Luego vino tu primo Alberto y también la vieron acercarse al niño el mismo día en que llegaron del hospital. —Pero no les hizo nada —comento, ya con un poco de miedo. No quiero hacer la pregunta ¿alguna vez hizo daño a algún niño? —Pues no. Nunca estaban solitos. Y vivimos cosas bien feas el día en que llegaron aquí. —Uy, no. Después de eso, cómo iba a dejar solos a mi bebés —dice mi mamá. —¿Pero eso fue todo? —pregunto. —Otras veces vimos a la bruja arriba, o bajar las escaleras —me dice mi abuelito—. Pero esa ya es otra historia. Dicen que las brujas se chupan a los recién nacidos. A lo mejor por eso andaba por aquí, a ver si se podía llevar a su muchacho. —Ay, no. Nunca lo solté. —Pues no —me dice mi mamá—. Por eso no hay que dejar a los niños recién nacidos que duerman solos. Se los llevan las brujas y luego ya cuando los encuentran están secos, con la lengua como de papel.
El pacto Ilustraciones de Ana ArgĂźelles
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Aún después de tanto tiempo mi tía abuela (es decir, la hermana de mi abuelita) no puede platicar sobre aquélla experiencia sin sentirse incómoda. Cuando se le pregunta contesta brevemente y evade el tema. No la culpo, fue una situación horrible. Cuando ella era muchacha, allá por los años sesenta en Guanajuato, su prima Eugenia era su mejor amiga. Siempre estaban juntas y se querían muchísimo. “Eramos como hermanas”, dice mi tía abuela, su mirada se pierde en algún punto del piso cuando habla sobre ella. Aún así logré sacar un poco de información.
—Sí. Y si yo muero antes que tú voy por ti. —¡Bien! Me encanta. Hay que estar por siempre juntas, hasta la muerte. —Tú y yo, viejitas… Ya me lo imagino. Eugenia estiró su mano para alcanzar la de mi tía abuela y así formalizar su pacto. Así pasaron algunos meses más, olvidándose de aquél día. Pero el muchacho que se enamoró de Eugenia no podía olvidarse de ella, insistía a pesar de que ella ya estaba viendo a otro joven.
“
Se llegó Navidad y mi tía abuela, su familia, Eugenia y demás familiares acudieron a una reunión del pueblo. Allí había comida abundante de donde todos se sirvieron, no solo Eugenia. Sin embargo, a partir de ese momento ella fue la única que enfermó. Su salud fue empeorando de manera progresiva hasta que no podía levantarse de la cama. Ningún médico pudo hacer nada por ella. Fue tal el horror de verla tan grave que sus padres pidieron a un “santero” que la fuera a ver. Este hombre la revisó a su manera: con hierbas, un huevo y un gallo. Su conclusión fue que la madre de un chico que la pretendía, había pedido a una bruja que le lanzara un maleficio por haber rechazado al hijo. Sucedió en aquél banquete de Navidad, donde todos habían comido, pero ella era la única a quien iba dirigida la maldición.
...la primera que muera venga por la otra.
Eugenia era una muchacha libre, muy bonita y alegre. Estaba llena de vida. Precisamente por su personalidad tan agradable ella atraía la atención de los muchachos; uno de ellos se enamoró perdidamente de la joven. Pero ese cariño no era correspondido.
En una ocasión, las dos huyeron del chico insistente hacia su escondite favorito: un árbol viejo y torcido, se treparon a sus ramas y se escondieron entre el follaje. —Hay que hacer un pacto —dijo Eugenia. —¿Qué pacto, nunca casarnos? —No. Siempre hay que estar juntas. —Trato hecho. —Pero, que la primera que muera venga por la otra. —¿Quieres decir que, si yo muero, venga por ti?
”
Eugenia se consumió hasta la muerte; su cuerpo se pudrió en vida, desde adentro, porque defecaba gusanos. Nadie pudo hacer nada por salvarla.
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Ningún médico, ningún curandero. Al final toda esa belleza, esa juventud y alegría se terminaron de manera horrible, todo porque rechazó a un hombre. Mi tía abuela estuvo allí con ella hasta el último momento. Y ni siquiera entonces recordó aquél pacto
“ La primera que muera regresará por la otra
” Mi tía primero escuchó sus pasos afuera de su casa. Luego susurros. Después de unos días Eugenia la llamaba a gritos. La conminaba a recordar el pacto que habían hecho. Pero esto no se queda allí, no solamente mi tía abuela escuchaba a Eugenia llamándola, lo hacían todos los que estuvieran cerca. Finalmente, tras unos meses de sufrimiento y horror, mi tía se armó del coraje necesario y se enfrentó al fantasma de su prima. Le pidió que le permitiera vivir, pues no quería irse aún. A su prima le costó más tiempo comprenderlo, pero lo hizo. Dejó de atormentarla. —Ustedes no creen en esas cosas —nos dice a mi mamá y a mí, sin levantar la mirada, tensa y encogida sobre sí misma—. Ni yo lo hubiera creído, pero lo vi todo. Lo viví todo. —Le creo, tía —digo honesta.
Le creo porque puedo notar lo difícil que es para ella hablar sobre esto. Porque su sufrimiento aún está vigente. Y porque no fue la única persona que lo experimentó. Esta misma historia me la han narrado todos los que fueron testigos, sin dejar huecos, excepto aquella manera en cómo logró mi tía abuela que Eugenia dejara de atormentarla. Aún ahora no sé los detalles exactos. Pero no quiero insistir en algo que aún le duele.
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Platicando con el horror de
Ezzio Avendaño Ezzio habla acerca del género del terror como la parte de su vida que más lo ha formado y a la que tanto cariño le tiene por representar su crecimiento y su actual pasión. Nos comenta sobre la dificultad del género y sobre la importancia de nunca dejar de creer; habla acerca de la nostalgia. Su estudio es un homenaje a todos esos enamoramientos que lo han formado hasta el día de hoy y que lo siguen motivando para sus futuros proyectos.
¿Cómo ha sido tu acercamiento se enfrenta a algo C que era la esas películas donde lo más bonito clasificación. Entonces había no es sólo verla sino el evento al género de terror? Sin darme cuenta, comienza un cariño muy grande que ahora quizá ya lo pueda llamar como un amor al cine. Al cine como evento total de ir a las salas cinematográficas, ver los posters, enamorarse de una imagen, entender que hay una historia; tratar de juntar el dinero para poder comprar una entrada y ver una película. Yo soy de ésa generación que
películas que por más que yo estuviera emocionado con ganas de ver no podía verlas porque no me dejaban entrar. Así de sencillo; pero con las grabadoras o reproductoras betamax hubo un evento también maravilloso que se llama cineclubs. En videoclub es donde yo veo El Despertar del Diablo, Evil Dead, Bad Taste de Peter Jackson. Son
mismo que era uno: rentarlas a escondidas, verlas a escondidas, saber que está prohibido. Éramos esa generación que crece con un cine prohibido dentro de nuestros hogares. Se puede decir que somos una generación de mucha nostalgia, la nostalgia misma es no sólo la película, sino toda la época, el evento y la moda que surgía alrededor de ver una película de terror.
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“ Son esas películas donde lo más bonito no es sólo verla sino el evento mismo que era uno: rentarlas a escondidas, verlas a escondidas, saber que está prohibido. ”
¿Por qué Otro ladrillo en la pared se decidió hacer con zombies? Los 80’s es una época en la que el cine italiano comienza muchas imitaciones del cine de muertos vivientes. Así mismo es en los 80’s cuando John Landis con Thriller hace un movimiento en el que el zombie se vuelve popular y se hace una serie de películas en las que ya entra un poco en la cultura pop el zombie. Yo empiezo a tenerle mucho cariño a ése cine, pero por otro lado se está gestando esta nueva generación; así como la que hubo de los que veíamos cine a escondidas en video, se está generando otra que son los que jugaban a escondidas, los jugadores de videojuegos a finales de los 90’s son los que rescatan a los zombies. Con un juego en Japón llamado Resident Evil resurge éste auge por el subgénero [zombie]. Después de esto es en el 2002, cuando Danny Boyle hace 28 Días Después, yo me uno a ésta ola sin
saber qué va a pasar. Empiezo a hacer mi homenaje a éste subgénero olvidado y es cuando yo hago El Otro Ladrillo en la Pared que sin darme cuenta es la primera aproximación fílmica de
zombies en México después del Santo contra los zombies. No se había hecho nada de zombies en ése periodo hasta que yo lo hago en el 2003. Me tardé dos años en terminar porque la hice con mis
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propios recursozs, apoyo del Centro de Capacitación Cinematográfica, pero con mis recursos y amigos, y la filmábamos por las noches. Era un homenaje y un cuento también completamente mexicano con personajes característicos de nuestra sociedad mexicana, trabajadores de la construcción, albañiles que se enfrentan a un fenómeno paranormal, gente común que al enfrentarse a fenómenos fuera de su entendimiento pueden llegar a ser héroes. Más allá de ser una película exclusivamente de zombies es una película de gente que con los deseos y llevando sus ilusiones a cumplirse y que pueden llegar de ser anónimos a ser héroes, ésa es un poco la historia de Otro Ladrillo en la Pared. ¿Alguna vez has tenido una experiencia paranormal? ¿Crees en la existencia de fantasmas, demonios, brujas? Yo creo que la gran mayoría de las personas hemos tenido una experienca que no sabemos explicar. Es muy fácil decir que sí existe una explicación científica a cada evento, pero yo prefiero creer que no. A mí me gusta más pensar que todo existe y si tiene una conotación fantástica o mágica me hace más feliz. Creo que lo que le pasa a la gente es eso: unas ganas de ya no creer y a mí sí me gusta creer en todo. También en el sentido de tener una capacidad de asombrarme, creo que lo que se ha perdido es eso:
de que nos suceden cosas, de que nos generan algún especie de alerta para sobrevivir de alguna forma mejor o la búsqueda de una mejor vida; creo que eso es lo que me gusta. Sí he tenido experiencias en las que alguien puede decir dormiste mal, era parte de un sueño, me pueden dar explicaciones pero yo prefiero pensar que la magia o los eventos sobrenaturales existen. He vivido algunos, sí y buscarles explicaciones prefiero no tenerlas e inventar una historia con ellas. Dicen que el cine mexicano está cada vez más agonizante, ¿qué opinas tú de esto? ¿Qué está pasando con la industria cinematográfica de México? Estamos viviendo en una época donde solamente el 10% de la población tienen acceso a ir al cine; estamos hablando de 12 a 15 millones de habitantes que pueden ir al cine y de esos no todos van a ver cine mexicano. Antes en los 80’s el acceso era mucho myor, una entrada ahora es el salario mínimo, entonces hay un problema que ha marginado un poco y ha hecho que sea un poco más elitista. Aún siendo uno de los espectáculos de entretenimiento más económicos aún no es para todos, ése es el problema también de porque hay mucho consumo de piratería en nuestro país porque sí se demuestra que México es uno de los países que más cine ve en las salas, o consiguiendo los materiales como pueda. Pero ellos quieren ver cine, el mexicano quiere ver cine pero es dificil el acceso, por eso la piratería es una forma de que la gente lo vea. Es ilegal, pero ellos tienen que saciar esas ganas de ver una historia, con el precio de cinco
“ México es uno de los países que más cine ve en las salas, o consiguiendo los materiales como pueda.
”
la gente ya no se asombra tan fácil, la gente ya no se asusta tan fácil y creo que los sustos o los miedos son termómetros de que estamos vivos,
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a diez pesos una familia completa puede ver una película. Le falta quizá a las producciones encontrar y hacer reales películas mejor cuidadas y que dejen satisfecho al espectador: en el que puedan entonces volver a atraerlo. Es difícil porque hay una competencia muy fuerte porque si tienen un presupuesto para ir a ver una película al mes pues tienen que escoger entre los blockbusters norteamericanos y la mexicana que esté, entonces mucha gente piensa en cuál invierte su dinero para ver si le apuestan al producto mexicano o el producto extranjero. Esa es la responsabilidad que tienen los cineastas de poder volver a establecer un nuevo matrimonio entre realizador y espectador. ¿Qué elementos debe llevar una buena historia de terror? Los elementos para hacer una buena historia: Los acontecimientos tienen que ser muy claros, saber de A a Z qué es lo que sucede y entender las reglas del juego. Las historias de terror son una lucha entre el bien y el mal, entonces, entender al mal.
“ Le falta quizá a las producciones
encontrar y hacer reales películas mejor cuidadas y que dejen satisfecho al espectador: en el que puedan entonces volver a atraerlo. Es difícil porque [...] si tienen que escoger [...] entonces mucha gente piensa en cuál invierte su dinero para ver si le apuestan al producto mexicano o el producto extranjero.
”
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Si existe un monstruo: quién es, de dónde viene y cómo se destruye. Al final si es un monstruo físico y se destruye queda latente la idea de que regrese el mal. Si son presencias paranormales generalmente no se gana, sólo se llega a acuerdos con ellos Lo más importante es un buen personaje: es a quien le pasan las cosas, cómo está construido, de dónde viene y ante ése fenómeno cómo lo resuelve. Un buen personaje, en cualquier situación, se hará paso por sí solo y hará que el espectador se identifique con él. ¿Hay algún artista contemporáneo que admires? Entiendo que has mencionado a los clásicos pero, ¿hay alguno de ésta época que te llame la atención? Una película que me ha marcado también. Cuando me preguntan de qué año soy, digo que soy del año de Tiburón, de Steven Spielberg. Es interesante porque no es sólo sobre una criatura, un monstruo, es una película de encierro. Creo que cumple muchos géneros, y por eso es tan maravillosa y sigue teniendo millones de seguidores. Actualmente, quizá es difícil encontrar nuevas personas que admires, porque siguen vigentes todos los que admirabas del pasado, pero hay un cineasta que me llama la atención, que se llama Alfonso Gomez Rejón, que hizo varios episodios y ahora ya es co-productor de American Horror Story. Y ha hecho ya un par de largometrajes, uno de ellos ganó premio del público a Mejor película en el Sundance Festival. Me & Earl & the Dying Girl. También hizo el remake de un clásico de los 70, un Slasher [The Town That Dreaded Sundown] y es muy interesante su puesta en cámara, sus lentes, la óptica, la precisión con la que tira. Yo creo que pronto se escuchará más de él como de los mejores exponentes del cine fantástico de terror.