J.C. Rodríguez Estévez, Objetos arquitectonicos de Al-Andalus. Herencia, exotismo y musealización

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OBJETOS ARQUITECTONICOS DE AL-ANDALUS. HERENCIA, EXOTISMO Y MUSEALIZACION

JUAN CLEMENTE RODRÍGUEZ ESTÉVEZ

La herencia califal. Reutilizacion y coleccionismo1 en al-Andalus Si tuviéramos que realizar una historia del coleccionismo de objetos arquitectónicos del Islam en la Península Ibérica, tendríamos que remontarnos al propio al-Andalus. En realidad, los musulmanes habían hecho del acarreo de objetos romanos y visigodos una práctica habitual. El bosque de columnas de la mezquita de Córdoba2, los sarcófagos paganos y paleocristianos utilizados como piletas en los jardines de Madinat al-Zahra3, o las aras romanas instaladas en el basamento de la Giralda almohade ilustran este hecho4, igualmente verificable en el Norte de África5. Sobre este tema, se aconseja especialmente el trabajo de Philippe Bernardi y Daniela Esposito, incluido en un volumen igualmente interesante, BERNARDI, ESPOSITO 2009, 191-210. 2 CRESSIER 1984, 216-281; CRESSIER 1985, 257-313; NIETO 1998, 55-156. 3 BELTRÁN FORTES 1988-90, 109-126. 4 JIMÉNEZ, CABEZA 1988, 201; RODRÍGUEZ ESTÉVEZ 1998, 102-103; TABALES RODRÍGUEZ 2001, 387-423. 5 Un caso revelador nos lo ofrece la estela funeraria del sultán meriní Abu Ya’qub Yusuf, fallecido en 1307. Esta pieza, conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Rabat, es un mármol romano de origen hispano, 1


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Detrás de estas actuaciones existe una motivación utilitaria, pero también ideológica y estética. Los nuevos señores de la Península, con este acto de apropiación, manifiestan una autoridad y supremacía, cuya legitimidad se sustenta sobre el previo reconocimiento del otro6. Continuidad y renovación, por tanto, son elementos esenciales en un discurso que pronto se proyectó sobre el propio legado islámico. La caída del califato, a principios del siglo XI, proporcionó las primeras grandes ruinas del Islam andalusí, entre las cuales se hallaba la mítica ciudad palatina de Madinat al-Zahra7. Con ellas llegó el expolio y reutilización de materiales arquitectónicos. El nuevo orden, regido por los Reinos de Taifas, en un escenario marcado por la falta de recursos y la necesidad de reforzar la identidad de los nuevos estados, tomó las piezas califales como trofeos dignificadores. De entre todos ellos, el reino abadí de Sevilla fue uno de los más poderosos. Desde 1123 hasta el año 1191, los abadíes levantaron un proyecto político, orientado hacia la reunificación de al-Andalus, sobre los cimientos del período anterior8. En este contexto, se produjo la conquista de la vieja capital del califato en 1170 y el acceso a las ruinas de la cercana Madinat al-Zahra9, desde donde con una inscripción latina al dorso, alusiva al gobernador de la Bética A. Caecina Tacitus. MARTÍNEZ ENAMORADO 2006, 238-239. 6 Son numerosos los testimonios en la literatura árabe de al-Andalus en los que se muestra admiración por los restos de la Antigüedad romana, investida con un prestigio que ya reconocieron los califas omeyas en Oriente Próximo. MORÁN TURINA 2010, 23-50. 7 Saqueada en 1010, en tiempos de al-Mustakfi (1024-1026) se la despojó de los restos que quedaban: « fueron arrancados el cobre de las puertas, el plomo de las tuberías, y otros materiales. Con esta ruina se plegó la alfombra del mundo y se desfiguró aquella hermosura que había sido el paraíso terrenal»; PUERTA VÍLCHEZ 2004, 313-338. 8 BENABOUD 1992. 9 Dichas ruinas fueron exaltadas por los poetas con un sentimiento que, como afirma María Jesús Rubiera, pudiera calificarse de romántico. Ibn Jaqan relata de este modo la excursión poético-báquica realizada a Madinat al-Zahra por Abu l-Hassan ibn Siray, el ministro del rey de Sevilla alMutamid, para quien había conquistado Córdoba en el año 1070: «las ruinas

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trajeron a Sevilla numerosos mármoles (fuentes, capiteles, etc.) aún hoy conservados en los jardines de los Reales Alcázares (fig. 1)10. En el 1091 se consumó el final de esta experiencia histórica. Primero los almorávides y luego los almohades construyeron un nuevo poder en el Islam occidental. Estos últimos convirtieron a Sevilla en capital de su imperio en al-Andalus. En la nueva aljama de la ciudad, en 1184, iniciaron la construcción del alminar, hoy conocido como la Giralda, por la veleta que preside el campanario renacentista, montado sobre su cuerpo principal. La torre islámica, erigida sobre un basamento pétreo, formado con materiales traídos desde el cercano alcázar de los abadíes11, fue concebida como un gran expositor, decorado con columnas y capiteles procedentes de Córdoba (fig. 2)12. Apoderándose de estas preciadas piezas con los nombres del califa, el soberano almohade se proclamaba como el último representante de una noble estirpe, protegida por los designios divinos; hecho que justificó la instalación de capiteles cordobeses en el alminar de la mezquita de Hasan en Rabat13. de aquellas moradas se alzaban ante ellos como mujeres que habiendo perdido a sus hijos, gemían por su destrucción y el fin de los días felices, mientras las grietas jugaban con sus paredes y los cuervos graznaban en sus muros. Los graves acontecimientos habían apagado sus luces, borrado las sombras y las umbrías que brillaban y alegraban los días de los califas cuando se esparcía un grato perfume que aromatizaba las jornadas que allí vivieron, cuando crearon deliciosas umbrías e hicieron surgir jardines y huertas, mientras crecían las esperanzas y temían los leones en sus madrigueras… pero no quedaban sino zanjas y piedras, las cúpulas estaban destruidas y la juventud del palacio había caído en la vejez hasta el extremo que el hierro se pudrió y lo nuevo se hizo viejo» (IBN JAQAN, Qala’id, 66, al-Maqqari, Nafh, I, 624). RUBIERA 1988, 131. 10 CÓMEZ RAMOS 1993, 11-25. 11 Según el cronista de la corte, Ibn Sahib al-Sala, el arquitecto Ahmad b. Baso «comenzó las obras y lo hizo con [sillares antiguos] de piedra transportados desde la cerca del alcázar de Ibn ‘Abbad» (SAHIB AL-SALA 1969); ROLDÁN CASTRO 2002, 20. 12 RODRÍGUEZ ESTÉVEZ 1998, 104-106. 13 CAILLÉ 1954, 117-119.

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La mitificación del califato como una época dorada en todos los órdenes (económico, político y cultural), fue una constante en la España Islámica. Derrumbado el poder almohade y conquistada Andalucía Occidental, al-Andalus quedó confinado en el último de sus dominios, el reino nazarí de Granada. Hasta allí llegó una hermosa pila marmórea tallada con relieves en sus cuatro caras, hoy conservada en el Museo de la Alhambra (fig. 3)14. En los frentes longitudinales, a partir de un eje central formado por el árbol de la vida, simétricamente, destacan -a cada lado- dos leones atacando a un ciervo y a un antilope. En los costados, la composición queda dominada por dos grandes águilas con las alas desplegadas, acechando a dos cérvidos. A cada lado de la pila, la franja lisa que separa las águilas pudo recibir un bloque adosado, sobre el que se instalaría un animal de bronce que, como el ciervo de Madinat al-Zahra, vertía agua en el interior15. Esta pieza forma parte de una pequeña serie realizada en tiempos de los amiríes, chambelanes del última califa Hisam II16; objetos de impecable factura, probablemente inspirados en los sarcófagos romanos reutilizados en Madinat al-Zahra17. La peripecia vivida por el ejemplar granadino ha llegado a nosotros gracias a la inscripción cursiva que recorre el perímetro de uno de los lados longitudinales: «trasladada por Badis b. Habus alSinhayi a su alcázar de la ciudad de Granada –Dios lo guarde-, y, ahora, ha ordenado nuestro señor (…) el rey justo (…), Muhammad III, [¿colocarla en su palacio?] en Granada –Dios la guarde- en el mes de sawwal de 704 (1305). Loor a Dios, Señor

MARINETTO SÁNCHEZ 1995, 277-280. FERNÁNDEZ PUERTAS 1988, 106. 16 Según el profesor Fernández Puertas esta pieza fue realizada para uno de los palacios de al-Mansur; relacionándose con el ejemplar hallado en Sevilla y conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, el cual fue encargado para la ciudad de Madinat al-Zahíra en el año 987-988, y con el que, ejecutado para su hijo Abd al-Malik, entre 1002 y 1008, se conserva en la madraza de Ibn Yusuf en Marrakech. FERNÁNDEZ PUERTAS 1992, 651 (notas 36 y 37). 17 BELTRÁN FORTES 1998-90, 110. 14 15

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del Universo»18. La pieza había sido llevada desde Córdoba a Granada en el siglo XI, para embellecer la alcazaba del rey zirí Badis. Hallada en la ciudad, en 1305, el soberano nazarí Muhammad III la instaló en el barrio castrense de la Alhambra, momento en el que se talló la inscripción. Aún en el siglo XIV, el recuerdo del viejo califato era un elemento que ennoblecía la identidad de un reino como el nazarí, último depositario de la herencia califal en tierras españolas. A través de su insólita peripecia, la pila de la Alhambra se erige en un objeto único, por su capacidad para atesorar la memoria histórica de alAndalus y dar fe de ello. La herencia andalusi en la España cristiana La conquista cristiana permitió la introducción de nuevas arquitecturas en los territorios tomados al Islam. Primero el románico, luego el gótico y, con ellos, el arte mudéjar, una expresión que evidenciaba la pervivencia de las tradiciones islámicas en tierras cristianas19. Mientras esto ocurría, los nuevos señores debieron convivir con el legado arquitectónico andalusí, el cual sufrió una suerte muy dispar: abandono, destrucción, ocupación, transformación. En este contexto fueron muchos los inmuebles que se convirtieron en canteras improvisadas, favoreciéndose la reutilización de materiales. En algunos casos excepcionales, dicha reutilización se inscribió en un entorno marcado por el respeto a una herencia reconocida. En el palacio del rey don Pedro en Sevilla, máxima expresión del mudéjar palatino, a mediados del siglo XIV (1356-1366), la tradición islámica aflora como un fenómeno de importación, expuesto al influjo del arte nazarí, pero también como un fenómeno de supervivencia, que mantiene vivas las tradiciones locales, ligadas históricamente al arte cordobés y al almohade. Guerrero Lovillo había interpretado las arcadas que 18 19

PUERTA VÍLCHEZ 2010, 352. BORRÁS 1990; LÓPEZ GUZMÁN 2000.

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engalanaban el Salón de Embajadores del Alcázar, con sus columnas y capiteles califales, como los restos de un palacio abadí, el mítico Qasr al-Mubarak, luego transformado por el rey don Pedro en su nuevo proyecto (fig. 4)20. No obstante, las últimas excavaciones en el monumento han demostrado que se trata de una obra cristiana en su totalidad; que nos hallamos ante un palacio mudéjar, concebido sin compromisos con obras anteriores21. ¿Cómo explicar entonces estos elementos arcaicos? La respuesta la hallamos en su fachada, donde capiteles califales y almohades adornan la mansión del príncipe22, en un gesto programático que no da lugar a dudas (fig. 5). El soberano castellano, que también planeó el uso de mármoles romanos y visigodos en su palacio23, siguiendo la conducta de los príncipes musulmanes, legitimaba así su autoridad, entroncando con la prestigiosa memoria de sus predecesores. Sin embargo, la empresa de un rey cristiano que se exhibe como un sultán no es el ejemplo más paradigmático. Por regla general, los elementos arquitectónicos, de diferentes épocas, se reutilizaron desprovistos de su vieja significación. Columnas, capiteles y otros objetos se integraron en las nuevas fábricas como trofeos apreciados por la nobleza de sus materiales o por su exótica apariencia. Este es el caso del yamur, el coronamiento de los alminares andalusíes. Formado por varias bolas de metal ensartadas en un vástago, había sido considerado un símbolo de la fe islámica. Apenas conservamos unos escasos ejemplares, de entre los cuales varios fueron reutilizados como veletas, en algunos templos españoles24. La difusión del humanismo y de la cultura del Renacimiento, como es sabido, introdujo una nueva mirada sobre el pasado, GUERRERO LOVILLO 1974, 83-109. TABALES RODRÍGUEZ 2010, 288-319. 22 CÓMEZ RAMOS 1999, 226-231. 23 Más allá del uso de capiteles visigodos, hoy conservados en su palacio, consta que el monarca intentó -sin éxito- desplazar hasta allí las columnas romanas que se instalaron en la Alameda de Hércules en el siglo XVI. MORÁN TURINA 2010, 182-185. 24 TORRES BALBÁS 1959, 214-224; MARINETTO SÁNCHEZ 1995, 191. 20 21

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observado con auténtica conciencia histórica. El hombre moderno construía su propio ideario, repudiando la herencia medieval, y elevándose sobre las ruinas del legado clásico que, entonces se propuso recuperar. Nunca antes el rescate y el uso de objetos del pasado se habían manifestado con un soporte ideológico tan firme y elaborado25. En el caso de la España del momento y sobre todo, a partir del reinado de Felipe II, cuando se enquista la cuestión morisca, en un contexto religioso muy radicalizado, este fenómeno se experimenta de un modo muy particular. A la par que se profundizaba en el rescate de la Antigüedad clásica, se reforzaba el interés por los orígenes cristianos del país, especialmente en torno a la monarquía visigoda, y se repudiaba la memoria del Islam26. Cuando la recuperación de obras antiguas cobraba una dimensión inusitada, de la mano de anticuarios y coleccionistas, el legado islámico conoció la ignorancia, el desinterés y, en algunos casos, la ocultación de la España del momento27. Un caso revelador lo hallamos en la figura de Rodrigo Caro, autor de las Antigüedades y principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla (Sevilla, 1634)28. En su obra, indispensable para la reconstrucción de la Antigüedad en el viejo reino hispalense, la memoria del Islam queda desdibujada. Los musulmanes, considerados unos bárbaros, habían dominado un período desolador. En este contexto, se entiende que todo lo que no estuviera claramente documentado se considerara anterior. Por ejemplo, las murallas almohades se interpretaron como una obra romana; una idea que –por cierto- se perpetuó hasta el Siglo XX29. Por otra parte, los escasos testimonios con epigrafía árabe rescatados por Caro, llenos de errores en las traducciones, podrían haber sido objeto de su atención por motivos exclusivamente religiosos, en un ambiente marcado por «la LLEÓ CAÑAL 1995, 57-74. MORÁN TURINA 2010, 233-269. 27 URQUÍZAR HERRERA 2011, 109-126. 28 CARO 1634. 29 ECKER 2006, 359-361. 25 26

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búsqueda de nuevos santos y de reliquias de antiguos mártires cristianos»30. Sin embargo, detrás de esta actitud, parece primar la ignorancia y el desinterés, más que una planificada ocultación de la verdad31. Tampoco vemos animada por esta intencionalidad la obra de Ambrosio de Morales, autor de Las antigüedades de las ciudades de España (Alcalá de Henares, 1975)32. Sus testimonios sobre la intervención cristiana realizada en la mezquita de Córdoba, aunque han sido tomados como un ejemplo de manipulación, tendente a reforzar la identidad hispánica frente al pasado islámico33, nos parecen sorprendentes por su lucidez, en el contexto en el que fueron escritos (fig. 6). Aunque justifica dicha intervención, como no podía ser de otro modo, ésta es valorada por su capacidad para integrarse en una obra islámica que eleva a la máxima categoría34. No debe olvidarse, por un lado, el hecho excepcional que suponía respetar el espacio islámico, en un territorio en el que sistemáticamente fueron destruidos sus monumentos; y, por otro, que aún no se había completado la potente reforma renacentista del proyecto gótico iniciado por Hernán Ruiz I. Sea como fuere, aún se estaba muy lejos de poder rescatar la memoria del legado andalusí, como algo propio.

ECKER 2006, 346-347. ECKER 2006, 360-362. 32 MORALES 1575. 33 Antonio Urquízar, en un valioso trabajo, del que pudimos disponer antes de su publicación, gracias a su generosa colaboración, pone el foco de atención sobre una afirmación de Morales que entiende inadmisible, tendente a minimizar el impacto de la obra cristiana, «pues no altera ni muda del todo lo añadido dentro de nueuo». URQUÍZAR HERRERA 2011, 110. 34 «El estraño y famoso edificio de la iglesia mayor de Cordoua es con mucha razón alabado y estimado por vna de las mas señaladas y marauillosas obras que ay en el mundo. Y aunque la grandeza y magestad es mucha, la extrañeza y diuersidad pone mas admiración y espanto. La estraña y nunca vista forma del edificio esta en todo junto el bulto y cuerpo del, y también en todas sus partes y particularidades. Esto es assi, por auer sido fabricada para mezquita de Moros, y por auer querido mostrar en ella los dos reyes, que la labraron, muy de propósito su grandeza» (MORALES 1575, 119 vto.-120). 30 31

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El legado recuperado. La herencia andalusi en la España contemporánea Aunque existen indicios de cambio con anterioridad, habría que esperar al siglo XVIII, de la mano de la Ilustración, para que se tomara conciencia de que la reconstrucción histórica del país debía contemplar el pasado islámico como un elemento más; un pasado que se debía estudiar y recuperar. Un hito lo marcó la obra de José de Hermosilla Antigüedades Árabes de España (Madrid, 1787)35, realizada por encargo de la Academia de San Fernando, a la que se sumaron otros trabajos, como el Voyage pittoresque et historique de l’Espagne (París, 1806-1820), de Alexandre Laborde, quien destaca la importancia del Islam en la cultura andaluza36. La puesta en valor de este patrimonio, de la mano de viajeros extranjeros y nacionales, en un contexto marcado por el romanticismo y el interés por las culturas orientales, contribuyó a una toma de conciencia que tuvo como contrapartida el expolio sistemático del mismo37. Durante el siglo XIX, se crearon las condiciones para la recuperación de dicho legado. Corrientes como el historicismo y el positivismo contribuyeron decisivamente a la creación de las bases científicas para su estudio, hecho que estará muy unido a la implicación del Estado en todas las cuestiones relacionadas con la cultura y la educación38. Junto a ello, se produce una institucionalización del coleccionismo. El creciente desarrollo del coleccionismo privado, asociado a los nuevos grupos emergentes de la sociedad industrial, se vio acompañado por la aparición de museos arqueológicos de titularidad pública, en cuyas colecciones se comienzan a ver algunos objetos islámicos (fig. 7)39. RODRÍGUEZ 1992; MORA 2008, 36-37. CASANOVAS I MIRÓ, QUÍLEZ I CORELLA 2006; MORA 2008, 39. 37 RAQUEJO 1988, 6-7. 38 BELTRÁN FORTES 2008, 41-54. 39 Entre ellos, habría que destacar el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (1867), el Museo Arqueológico de Córdoba (1866), la colección arqueológica del Museo de Sevilla (1855-1879) y el Museo Arqueológico de Granada (1869-1879) LÓPEZ RODRÍGUEZ 2010, 195-259. 35 36

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En el seno de estas instituciones, los restos arquitectónicos dejan de entenderse como curiosidades exóticas para despertar un creciente interés científico por su catalogación e interpretación. Se trata de un fenómeno que, en los últimos museos fundados en Andalucía, ha apuntado en una nueva dirección, al forjarse al calor de conjuntos monumentales. El Museo de la Alhambra, formado a lo largo del siglo XX, para acoger la colección propia y la del fondo islámico del Museo Arqueológico de Granada, mantiene un íntimo diálogo con el monumento nazarí40. Igualmente, la inauguración del Museo de Madinat al-Zahra, en 2009, ha supuesto un hito para el estudio del arte califal. En ambos casos, las piezas exhibidas completan la experiencia arquitectónica del monumento en un proceso de reinterpretación mutua, siempre abierta a nuevas revisiones. Podría pensarse que, de este modo, alcanzamos el final del camino. Mirado desde otra perspectiva, no deja de ser una experiencia más, marcada por la concepción que hoy poseemos del hecho museográfico y de la historia del arte andalusí. Una experiencia que, no obstante, es toda una invitación a recrear el viaje que hemos emprendido a través de la memoria del Islam andalusí.

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MARINETTO SANCHEZ 1995, 183-187.

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Didascalie Fig. 1. Fragmento de capitel califal utilizado como basa en la Galería del Grutesco. Sevilla, Reales Alcázares. Fig. 2. Capitel califal en una ventana de la Giralda. Sevilla, Catedral. Fig. 3. Pila amirí de mármol. Granada, Museo de la Alhambra (MARINETTO 1995, 279). Fig. 4. Detalle de un paramento del Salón de Embajadores, del Palacio del rey don Pedro. Sevilla, Reales Alcázares. Fig. 5. Detalle de la fachada del Palacio del rey don Pedro. Sevilla, Reales Alcázares. Fig. 6. Portada de DE MORALES, «Las antigüedades de las ciudades de España», Alcalá de Henares, 1575. Fig. 7. Interior con piezas del Museo Arqueológico de Córdoba y pinturas del Museo de Bellas Artes en una fotografía de 1915.

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