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Sanidad vegetal
Julio C. Tello Marquina Catedrático de Producción Vegetal Universidad de Almería, España
Reflexiones necesarias sobre la Producción Vegetal ¿Son oportunas estas reflexiones? Mi experiencia en agricultura indican que debo hacerlas. Varias razones apoyan esta necesidad. Un repaso de los últimos 70 años es, naturalmente, necesario. Necesidad que nace, como en otras actividades de la vida, de aclarar una confusión común: asimilar la moda con el progreso. Hace sesenta y cuatro años se publicó en los Estados Unidos de Norteamérica una obra cuyo título se tradujo al español como “La insensatez del labrador”. Su autor, E. H. Faulkner, defendía que el uso de la vertedera para la labranza del suelo había sido un error, puesto que se enterraba profundamente la materia orgánica retrasando, cuando no impidiendo, el benéfico efecto que ésta tiene en el mantenimiento de la fertilidad del suelo. La obra levantó un revuelo apreciable, pero después se olvidó. No han pasado dos años desde que se celebró en Madrid una reunión sobre Seguridad Alimentaria y medio ambiente, auspiciada por la Asociación España-FAO. Dos catedráticos ilustres de las escuelas de Ingenieros Agrónomos de Madrid y Córdoba, los doctores P. Urbano y L. López-Bellido, proponían en sus conclusiones el incremento de las producciones agrícolas teniendo presente el
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máximo respeto al medio ambiente y la conservación de los recursos naturales y de la biodiversidad. En esencia eso supone considerar a la agricultura como un sistema. En este sentido, el profesor López-Bellido presentaba un resumen de resultados de un experimento realizado durante 25 años en el mismo suelo y con los mismos cultivos e igual manejo. De sus resultados quiero destacar la comparación entre el laboreo y su ausencia entre las prácticas culturales.
Los cultivos estudiados fueron trigo y girasol en secano. Lo sorprendente es que ambas especies produjeron más en no laboreo que con la labranza del suelo a lo largo de los años. Todavía más, la longitud de raíces de trigo en un metro cúbico del suelo no labrado era de 7,5 km, mientras que en el labrado estaban en torno a 3,5 km. Este ejemplo pone en evidencia algunas cuestiones escasamente tenidas en cuenta. A saber, en agricultura los experimentos de corta duración pueden concluir erróneamente. Y, al parecer, no andaba tan desencaminado el autor de la insensatez del labrador. Si tenemos en cuenta el tipo de suelo arenado que se utiliza en Almería para producción hortícola intensiva bajo abrigo – donde no se hacen labores del suelo mas que cada 4 ó 5 años – desde hace más de medio siglo, la demostración del profesor López-Bellido tiene una réplica en un ambiente con medios de producción bien diferentes.
Desde hace casi 20 años la Unión Europea propuso la disminución de productos fitosanitarios en los cultivos. En la actualidad, mas de un 60 por ciento de los que se usaban en el año 1992 han sido prohibidos y todavía no ha cesado la disminución. Paradigma de esta tendencia es la retirada mundial del bromuro de metilo, fumigante utilizado para la desinfección de los suelos agrícolas, graneros, bodegas de barcos, museos, etc. En el año 2005 fue prohibido en los países desarrollados y en 2015 deberá dejar de utilizarse en el resto de países. Un acuerdo entre 186 países, dentro de las Naciones Unidas, hizo posible que este hecho sucediera para evitar, de esa manera, la rotura de la capa de ozono de la estratosfera. La medida ha puesto en marcha numerosas investigaciones para buscar alternativas, sobresaliendo entre
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ellas la biodesinfección del suelo, que limita eficazmente a los microorganismos y mejora considerablemente las propiedades físico-químicas del suelo. ¿Qué está pasando?
Allá por los años 70 del pasado siglo, el uso de los pesticidas agrícolas se computaba para elaborar el índice de desarrollo de los países. El cambio no es pequeño. ¿Se han incrementado las plagas y las enfermedades por la prohibición? No. Y esto es especialmente palpable en los cultivos hortícolas intensivos del sureste peninsular de España. ¿Por qué se utilizaban entonces? La respuesta es compleja y rebasa el espacio de este artículo. Sin embargo, quiero dejar constancia de que el control biológico de plagas y enfermedades y su eficaz uso, se han generalizado en los cultivos con una eficacia que supera, en la mayoría de los casos, a los químicos.
¿Cómo ha sido posible que en tres o cuatro años se hayan extendido los agentes auxiliares para limitar las plagas y las enfermedades? Durante más de 20 años las investigaciones silenciosas, y no pocas veces menospreciadas, han proporcionado una base segura para no marrar la eficacia de los auxiliares (insectos u otros organismos). Pero no es despreciable el esfuerzo de las empresas para producir y comercializar millones de organismos benéficos. Todavía más, el agricultor ha sido capaz de asimilar los conocimientos para aplicar los preparados biológicos, hasta el punto de no eliminar la flora arvense donde muchos de estos insectos se multiplican. Tanto más meritorio es el cambio, por cuanto durante años se les enseñó a eliminar las plantas adventicias por considerarlas reservorios del inóculo primario de plagas y enfermedades.
Reservorios de los patógenos son, también, los restos de cosecha. En este punto la experiencia almeriense puede ser útil. En el campo almeriense se producen al año un millón de toneladas de restos vegetales. Restos que permanecían en los alrededores de los invernaderos y afeaban, además, el paisaje. Las exigencias de los compradores motivó la retirada de dichos residuos. Fueron lo ayuntamientos quienes se encargaron de establecer planes de limpieza que han dado lugar a una
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diversificación de estos subproductos: alimento del ganado, bioenergía o compostado para enmiendas orgánicas del suelo y limitación de enfermedades.
¿Qué ha pasado con el material vegetal? En horticultura intensiva los híbridos han monopolizado el mercado. Hay que reconocerles aportaciones importantes: mayores producciones, resistencia a enfermedades (no tan duraderas como sería deseable), larga conservación después de la cosecha, por citar las más llamativas. Sin embargo, algunas deficiencias han sido detectadas, por ejemplo, disminución del sabor o desaparición de los cultivares abiertos tradicionales con la consiguiente dependencia de los agricultores. Con indeseable frecuencia no se tiene en cuenta que en agricultura el ahorro es la base del beneficio. Los técnicos agrícolas, en este aspecto, parece como si hubiesen olvidado los principios de la economía agraria.
El panorama esbozado ha propiciado la aparición de la denominada agricultura ecológica o biológica (otros epítetos son utilizados), que parece apostar por la seguridad alimentaria y por la conservación del medio ambiente. La agricultura convencional a la que me he referido en los párrafos anteriores camina en ese sentido, pasando por fases intermedias como la producción integrada. Parece como si hubiese una coincidencia. ¿Existe o es una quimera?. Creo que existe. Y no podría ser de otra manera, puesto que la agricultura, cualquiera que sea su denominación, es un SISTEMA. En un sistema en equilibrio, cualquier modificación puede trastocar dicha estabilidad y tener una respuesta contraproducente. ¿No evocan las líneas anteriores algunos desequilibrios por no haber aplicado un principio de precaución que haga sustentable el sistema?. La visión holística se impone si que ello suponga, como muchos postulan, una disminución de la producción, ni en cantidad ni en calidad.
Almería (España) Mayo de 2012 Julio C. Tello Marquina Catedrático de Producción Vegetal Universidad de Almería (España) jtello@ual.es
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