E N S A Y O
SEMIÓTICA URBANA: el vecindario URBAN SEMIOTICS: the neighborhood
62
Lizardo Álvaro Góngora Villabona Filósofo, Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. E mail:algonvi@hotmail.com
Revista arbitrada de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad del Zulia. Año 8, vol. 1, no. 15, Enero-Junio 2007, pp. 36-53
Lizardo Góngora Villabona Semiótica urbana: el vecindario
Recibido: 26 Marzo, 2007 Aceptado: 4 Septiembre, 2007
RESUMEN El artículo presenta los fundamentos teóricos y metodológicos del proyecto de investigación “Semiótica urbana: el vecindario”. Se estudia el sentido del “vecindario” en contextos urbanos concretos, desde una perspectiva semiótica de corte hermenéutico que, al superar la estrechez de las teorías semióticas descriptivas ancladas en lo estructural, permite construir los sentidos signosimbólicos que el vecindario asume en el contexto urbano. El estudio del sentido del vecindario se inicia como una complejidad físico-social que tiene un carácter histórico a ser construido a través de una metodología que incorpora procesos de percepción, análisis e interpretación para la comprensión de su “sentido”. Esta metodología permitió al grupo de investigación, configurar algunas interpretaciones. Su carácter inicial y provisional, abre e invita a la discusión por parte de la comunidad académica. El “sentido del vecindario” se sintetiza en: el vecindario se constituye como forma de habitar del actor social, como arraigo urbano, como la espacio-temporalidad de su movilidad y socialización, como reconocimiento de sus roles dentro de la ritualidad urbana, como posibilidad de humanización por fuerza de su condición lúdica, de su expresión estética y de su inserción activa en el hábitat de la comunidad. Se puede afirmar que el vecindario, visto desde la perspectiva semiótica de corte hermenéutico, adquiere una dinámica signo-simbólica compleja que lo constituye en mediador del sentido complejo del actor social. .
Palabras clave: Semiótica, vecindario, proxémica, lúdica, estética, comunidad.
ABSTRACT The article exposes the theoretical and methodological basis of the research project “Urban semiotics: the neighborhood”. The sense of “neighborhood” in concrete urban contexts is studied from a hermeneutic semiotic perspective that -once the narrowness of descriptive semiotic theories that are structurally anchored is overcame- allows building the sign-symbolic senses that the neighborhood assumes in the urban context. The study of the sense of neighborhood begins as a physical-social complexity which has a historical character to be constructed. This is achieved by applying a methodology that incorporates processes of perception, analysis and interpretation in order to comprehend its “sense”. The methodology allowed the researchers to come out with some interpretations. Its initial and temporary nature constitutes an invitation to discussion within the academic community. The “sense of neighborhood” is resumed as: the neighborhood as a form of living of the social actor; as urban identity; as space and time of his mobility and socialization; as recognition of his roles in urban rituals; as possibility of humanization by the strength of his ludic condition, the aesthetic expression and the active insertion in the habitat of the community. From the hermeneutic semiotic perspective the neighborhood acquires a complex sign-symbolic dynamic which transforms it into a mediator of the complex sense of the social actor.
Keywords:
Semiotics, neighborhood, proxemic, ludic, aesthetics,
community.
RIASSUNTO Questo articolo espone i fondamenti teorici e metodologici del progetto di ricerca “Semiotica urbana: il vicinato”. Questo progetto porre la domanda sul senso del “vicinato” nei contesti urbani concreti, da una perspettiva semiotica ermeneutica, che dopo aver sorpassato le teorie semiotiche descrittive ancorate nello strutturale, permette costruire adeguadamente i sensi segno-simbolici che il vicinato assume nel contesto urbano. Lo studio del senso del vicinato inizia come una complessità fisico-sociale che ha un carattere storico per essere costruito con una metodologia che inserisca, in ogni situazione, dei processi di percezione, analisi ed interpretazione per la comprensione del suo “senso”. Questa metodologia ha permesso al gruppo di ricercatori di configurare alcune interpretazioni. Il suo carattere iniziale e provvisorio apre ed invita alla discussione da parte della comunità accademica. Il “senso del vicinato” viene sintetizzato così: il vicinato costituisce una forma di vivere del attore sociale; come radice urbana; come lo spazio-tempo della sua mobilità e socializzazione; come riconoscimento de suoi ruoli dentro la ritualità urbana; come possibilità di umanizzazione per forza della sua condizione ludica, dell’espressione estetica e della sua inserzione attiva dentro l’habitat globale della comunità. Quindi, si può affermare che il Vicinato, visto dalla perspettiva semiotica ermeneutica accquisisce una dinamica segno-simbolica complessa che lo fa diventare un mediatore del senso complesso del attore sociale stesso e delle sue condizioni storico-sociali.
Parole chiavi: Semiotica, vicinato, prossemica, ludica, estetica, comunità
63
vol. 2, no.16 (2007), pp. 62-71
Introducción El presente documento constituye un primer avance sobre algunas de las reflexiones que se han considerado inicialmente pertinentes para fundamentar teórica y metodológicamente el Proyecto de Investigación “Semiótica urbana: el Vecindario”, avalado por el Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Dicho proyecto se propone principalmente abordar la problemática del sentido del Vecindario en el contexto urbano, recurriendo para ello a una perspectiva semiótica de corte hermenéutico que, por ser capaz de superar la estrechez de las teorías semióticas descriptivas ancladas en lo puramente estructural, permite construir de una manera adecuada los sentidos signo-simbólicos que dicho vecindario tiene en contextos concretos urbanos. El objetivo que nos proponemos con este ensayo, es el de someter a la discusión algunas de las reflexiones que, a través del proceso de interpretación semiótica, se han obtenido por parte del grupo de investigación hasta el momento. Su carácter inicial y, por lo mismo, provisional y abierto, puede ser enriquecido con aportes provenientes de la comunidad académica. Por ello, los seis aspectos que se exponen a continuación, corresponden a aquellos que en el trabajo inicial de interpretación han despertado mayor interés tanto en el grupo de ciudadanos participantes en el Proyecto como en el de sus investigadores.
1. La condición semiótica del ser humano La condición bio-antropológica del ser humano, lo especifica como una realidad semiótica, es decir, como una realidad mediadora del conocimiento de sí mismo y de su mundo. Dicho conocimiento mediado le es necesario para poder existir, para poder orientarse en su vida cotidiana. Por ello, recibe el nombre de “sentido”, porque es un conocimiento orientador.
64
Dicha condición se proyecta en la naturaleza del conocimiento mediado y da a éste una dimensión signo-simbólica. Sígnica, porque sus mediaciones necesitan de un sentido inicial socialmente predeterminado, predecible y unívoco, que forma parte del mundo cultural y que es aprendido de éste. Simbólica, porque se le puede construir nuevos sentidos impredecibles, inagotables, plurívocos, provenientes de la creatividad del actor social mismo o de su colectividad. Esa dimensión sígnico-simbólica del ser humano, transforma también en realidad semiótica su propio mundo físico-social. Dicho mundo, por tanto, como el ser humano mismo, oscila entre la predeterminación de la univocidad sígnica (desde la cultura) y la apertura a la plurivocidad sim-
bólica (desde el sujeto). Es un mundo complejo cuyo sentido se hace historia por fuerza de la dinámica de estabilidad e innovación que genera el actor social. El conocimiento mediado se concreta en textos o construcciones sociales que se mantienen en el tiempo como cultura, como tradición sígnica, pero que se innovan creativa y constantemente en el uso comunicativo que los miembros de la comunidad hacen de ellos en su vida cotidiana. La práctica semiótica del actor social, vista desde esta perspectiva, se especifica como una práctica que, al incorporar en su quehacer procesos hermenéuticos, permite rebasar la estrechez de una función puramente decodificadora, descriptiva o crítica, para proyectarse, desde lo sígnico, hacia el mundo simbólico de sentidos creados, abiertos e inagotables (Góngora 1996, p. 107). Los procesos de interpretación a los cuales nos queremos referir aquí, no son procesos que se utilicen simplemente para explicitar los “sentidos” ya estabilizados en sistemas culturales, en sistemas compartidos (lenguajes), ni tampoco procesos para mostrar únicamente significados ocultos, encriptados y, por lo mismo, dependientes de relaciones de causalidad. La interpretación a la cual estamos haciendo referencia es, ante todo, creativa, capaz de producir sentidos nuevos, sentidos no preexistentes, por y desde el actor social histórico que los interpreta. Es precisamente por fuerza de las diferencias que especifican históricamente al actor social, que su comprensión o sentido de la realidad mediada no es totalmente idéntico a la comprensión o sentido de los otros. Es la identidad del actor social la que, en último término, determina como diferente el sentido interpretado por él mismo. La capacidad creativa humana tiene límites porque ella es histórica. Por esto, no hay sentidos finales ni absolutos. Todo sentido innovado se fundamenta en un sentido anterior. Esta dinámica semiótica se logra en el ejercicio mismo de la condición práxica del actor social. Es en su acción que el sentido se re-crea. El trabajo de reflexión teórico–metodológica hecho hasta el momento, ha permitido focali-
Lizardo Góngora Villabona Semiótica urbana: el vecindario
zar los siguientes sentidos del vecindario, que han llamado la atención en la interacción entre participantes e investigadores.
2. El sentido social del vecindario La praxis humana es siempre relacional, afecta a otros seres humanos y, por ello, su comprensión de sentido no es posible sin referencia a éstos. El ser humano comprende su sentido personal y social en la medida en la cual interacciona comunicativamente con sus semejantes. Debido a que espacio y tiempo son dimensiones constitutivas de la existencia humana, dicha comunicación se configura como espacio-temporalidad social. Este espacio-tiempo socializado se denomina “lugar”, e integra el hábitat del ser humano. El lugar es, por lo mismo, mediación de sentido, y su comprensión exige procesos hermenéuticos por parte del actor social. Es este sentido, el que orienta al actor social en su hábitat. En dicho hábitat es posible identificar múltiples formas físico-sociales o lugares, entre los cuales nos vamos a referir de una manera especial al lugar conocido como vecindario. Como lugar urbano, el vecindario se configura por fuerza de las prácticas comunicativas que realizan los actores que lo habitan. El vecindario “como coalición de espacialidad y temporalidad se configura mediante la incesante interacción de atracción y/o repulsión que ejercen entre sí individuos, grupos sociales y grandes culturas. De hecho, el ‘espacio social’ no es sino la expresión de la irrenunciable disposición social y cultural del hombre” (Duch 2002, p. 127). El vecindario, en cuanto lugar, es vivencial y, por lo mismo habitable. Por esta razón, más que hablar aquí de un espacio objetivado, debemos hablar de la relación espacial que el actor social mismo configura y que consiste en la proyección de sí mismo hacia el otro. El habitar, en consecuencia, no se puede reducir a habitar la casa únicamente: la casa aislada del mundo urbano, es una cárcel. Para habitar realmente la casa es necesario tener la posibilidad de habitar la ciudad (Pavez 1996, pp. 54-66). El arraigo social se hace inalcanzable, si se carece de la posibilidad de la movilidad (física y social) que le permita al actor integrarse desde
su casa al exterior, a lo urbano. Es así como se configura de una manera concreta el “vecindario”. Éste se especifica como el espacio físico transformado en lugar, por fuerza de las relaciones sociales que el individuo establece con otros individuos que habitan en cercanía, es decir, en el entorno inmediato de su casa. El vecindario, así entendido, forma parte del mundo del actor social, es, por lo mismo, una mediación semiótica, cuya condición signo-simbólica permite al actor social construir sentidos que oscilan entre la estabilidad cultural y la creatividad y que dan origen a las diferencias de identidad de las diversas formas sociales vecinales. Las relaciones humanas no son posibles fuera de la dimensión espacio-espacio temporal. Por ello, el vecindario es también una delimitación de la textura urbana de lo social y lo físico: integra el hábitat humano, pero no lo agota. El vecindario no involucra a todos los miembros que se encuentran en situación de cercanía, sino a aquellos que opcionalmente se interrelacionan en las prácticas comunicativas y cuya aceptación o rechazo depende de la empatía que en dichas interacciones surjan. El vecindario es selectivo y, por ello, no todos los integrantes del grupo que viven en cercanía son integrados a él. Como grupo social que es, ubica su lugar en aquel espacio que es más propicio para la interacción y de mayor accesibilidad, y seguridad para sus integrantes. Como espacio social, el vecindario ubica la acción del actor social, que vive en cercanía, en su complejidad existencial y la expresa en la tensión permanente entre la armonía y el conflicto, entre el acuerdo y desacuerdo, entre el orden y el caos. Como forma de hábitat en cercanía, el vecindario debe ser accesible integralmente a todos sus habitantes, ya que éstos lo necesitan para su existencia cotidiana. La accesibilidad física es inseparable de la accesibilidad social. O se tiene lugar (físico-social) en él o no se es vecino. El actor social se integra al vecindario como individuo. Las relaciones que allí construye son relaciones de sentido interpersonal. El ambiente familiar es el contexto en donde se avala el vecindario y se toman decisiones frente a él. Decisiones que pueden oscilar entre la indiferencia y la participación pública a fondo. Se puede optar por la “resistencia pasiva”: “vivir y dejar vivir”; mostrarse indiferente con los vecinos en todo aspecto, concentrarse en los intereses de la familia propia y “ejercer un cuestionable sentido de dignidad y superioridad” frente al entorno social. Pero también se puede optar por la “resistencia activa”, que se manifiesta como participación en acciones colectivas ve-
65
vol. 2, no.16 (2007), pp. 62-71
cinales de acuerdo con la conciencia ciudadana que se haya podido adquirir. Normalmente, es reducido el número de familias que se involucran plenamente en las actividades vecinales. “El atributo de ‘vecino’ solamente es uno más de los que acepta la capacidad sinectiva de los sujetos” (Rosales 2000, pp. 221-222; Heller 1972, p. 39). El vecindario se especifica como un lugar de coexistenciainterpersonal, que no pertenece a nadie como propio (lo contrario de la casa) y que, por lo mismo, puede ser utilizado por diversos actores. Es un lugar de paso, estabilizado, que permite la movilidad pluridireccional. En él, los actores sociales hacen co-presencia temporalmente. Diferentes vecindarios pueden concurrir en una misma familia, ya que el vecindario del padre o de la madre no es el mismo de los niños ni de los adolescentes. Cada uno va encontrando en su entorno físico-social inmediato y de una manera espontánea e informal, personas o grupos de personas con las cuales logran establecer relaciones que fortalecen su seguridad, su confianza, su tranquilidad y bienestar residencial. La complejidad de la vida cotidiana implica un vaivén entre el acuerdo y el desacuerdo, entre la armonía y el conflicto, entre el hacerse visible u optar por preferir no serlo. Es dentro de dicho vaivén, en donde cada habitante construye su imaginario urbano: es el vecindario el mediador que propicia o dificulta el contacto y participación del actor social con lo urbano. El vecindario entreteje relaciones diversas y contradictorias: armonía o conflicto, aceptación o rechazo, reconocimiento o marginación. Esta situación determina el grado de bienestar y convivencia entre las diferentes familias que habitan en cercanía.
66
El vecindario, como mediación, activa permanentemente su dimensión signo-simbólica: por fuerza de su condición sígnica impone una normatividad acordada por la cultura. Por su condición simbólica, es abierto y plurifuncional; es impredecible y ambiguo; es sorpresivo y, no pocas veces, siniestro. Ello requiere de un esfuerzo personal y grupal para fortalecer una actitud de tolerancia que haga posible construir permanentemente relaciones sociales de integración y pertenencia que aporten al entorno inmediato de sus viviendas su especificidad humana. El vecino es la persona que vive cerca de otros de una manera física y social. El vecindario como lugar, media las relaciones que vinculan a los vecinos entre sí. La acción vecinal permite este proceso, a través de la apropiación social del lugar público en cercanía. Es un entorno social de carácter funcional y simbólico, construido colectiva e individualmente. El vecindario hace posible el “encuentro”, la “coexistencia”
y la “accesibilidad” al lugar vecinal. Esta apropiación fundamenta el sentido de pertenencia a un vecindario concreto, particular. El vecindario propicia en parte el cumplimiento de los diferentes roles que como actores sociales deben realizar sus habitantes: trabajo, educación, diversión, arte, política, etc. En el vecindario, el ciudadano recibe o espera recibir el primer “reconocimiento” como actor social: crea la expectativa de que se le considere como la persona cercana, conocida, fiable; alguien de quien se puede saber algo, alguien que sabe hacer algo, alguien que debe hacer algo, alguien frente al cual hay que hacer algo, entre otros. El ciudadano, como vecino, se especifica como el poseedor, en algún grado, de un conjunto de saberes, valores y relaciones cognitivas, emocionales y comunicativas que determinan permanentemente su comportamiento y actitudes de actor público, de actor político, de actor ético. Por lo mismo, adquiere para sí, el “sentido común” de la comunidad: su conciencia, sus creencias y mitos, sus valores y objetivos, sus logros y fracasos; sus expectativas y sueños. El vecindario atesora conocimiento y sentir social, “memoria” social, es decir, “historicidad”. El vecindario conserva dicha memoria en textos construidos a lo largo del tiempo. Dichos textos constituyen elementos de lo vivido con otros, de lo que es compartido por otros, de la tradición particular del lugar vecinal. Son las manifestaciones de una razón histórica, que se recrea en múltiples sentidos. Por lo anterior, se puede afirmar también que el vecindario es el lugar de iniciación para la definición ética y la configuración de la verdad social. El lugar vecinal que habita la persona provee a ésta de una red de significados y de valores, de mecanismos de decir verdad y de formas electivas para conformar su identidad ética. Son procesos sociales de interpretación, que el vecino aprende a construir y a los cuales se adhiere opcionalmente. La no determinación natural de estos procesos, da origen a su multiplicidad y, por lo mismo, a diversidad de interpretaciones que se ofrecen como opciones para orientar la vida cotidiana, sus valores, relaciones y funciones. Y es este
Lizardo Góngora Villabona Semiótica urbana: el vecindario
optar diario el que le permite al actor social desarrollar su dimensión ética, su responsabilidad ciudadana y su compromiso político. Para ello, el actor social necesita de un hábitat social y ecológicamente adecuado, ya que debe ofrecer la posibilidad de interacción no solamente entre los diferentes actores, sino también, entre los diferentes grupos sociales; de comprender y producir permanentemente sentidos que lo orienten para relacionarse y convivir comunicativamente con sus semejantes. En la vida vecinal, sus miembros deben tener un reconocimiento social. Y éste no es posible sino sobre el presupuesto de la ritualidad cotidiana, es decir, de un conjunto de normas que la cultura exige para el ejercicio de las diversas acciones aceptadas como humanamente adecuadas. En cada grupo social, existen personas u organismos autorizados socialmente para certificar y respaldar dicho reconocimiento. Para cada tipo de acción, los grupos sociales señalan un conjunto explícito de saberes, acciones, actitudes, pericias, estrategias, técnicas, lugares, tiempos e instrumentos que garanticen los procesos esperados. A las acciones determinadas por estos sistemas aceptados socialmente se los denomina “rituales”. Desde la perspectiva semiótica, la interpretación de la vida vecinal implica sentidos rituales, ya que es la acción ritual del actor social la que fundamenta, orienta y garantiza la convivencia vecinal. En la medida en que el ser humano obtiene de su vecindario un reconocimiento de su condición personal y social, debe ritualizar su integración en la comunidad urbana. Todo ritual tiene un soporte de saberes -míticos, científicos, empíricos, entre otros- que se concretan en la historia del actor social y de su grupo como tradición.
3. El sentido espacio-temporal del vecindario: la proxémica “Proxémica” es el nombre que en semiótica se ha dado al estudio del sentido de las relaciones espacio-temporales entre los sujetos y entre éstos y los objetos. Tanto la distancia como el tiempo en la manera de relacionarse los vecinos, expresan el sentido de relación que se da entre ellos: “Los cambios espaciales matizan la
comunicación, la subrayan y a veces incluso sobrepasan a la palabra hablada. El movimiento y la variación de la distancia entre las personas cuando interactúan es una parte integrante del proceso de la comunicación” (Hall 1989, p. 190). Una misma expresión manifestada en distancias o en tiempos diferentes cambia de sentido (Elam 1980, pp. 62-67). Esto mismo es válido para las relaciones de las personas con los objetos (Góngora 2001, p. 177). El manejo de la distancia y tiempo interpersonal constituye la base cultural de múltiples lenguajes proxémicos que posibilitan la interacción de los actores. Los cambios temporales y espaciales matizan nuestra comunicación y son una parte integrante del proceso de comunicación. Es la cultura compartida por el grupo, la que establece normas proxémicas que explicitan el sentido de relación social que une a las personas. Las distancias culturalmente aceptadas dentro de las cuales los sujetos se sienten cómodos para interactuar según su relación social, reciben el nombre de ‘burbujas espaciotemporales’ porque responden al sentido del espacio que culturalmente requieren las personas y dentro del cual se ubican para vivir armónicamente. Al respecto, Birdwistell (citado por Escobar s/f) afirma: Los humanos tenemos nuestra propia ‘burbuja’ o espacio interpersonal. Pero no todas las personas consideramos a la misma distancia este espacio definido. Ésta burbuja viene condicionada por aspectos demográficos, es decir, que depende de la densidad de población del lugar en el que nos encontramos. Tradicionalmente dichas burbujas se clasifican así: • Íntima: Es la unidad mínima de espacio-temporal de naturaleza físico-psíquica que un ser humano requiere dentro de su cultura para relacionarse con sólo algunas personas. Sus lugares son muy restringidos. • Familiar: Es el segmento espacio-temporal en el cual los miembros de una familia conviven adecuadamente. Se ajusta, en la mayoría de los casos a los límites de la vivienda. • Privada: es la espacio-temporalidad de la convivencia de grupos con identidad social, como clubes, sedes de instituciones particulares, etc. Sus lugares son semipúblicos. • Pública: es una espacio-temporalidad abierta e informal incluyente que acepta a todo tipo de personas y es característica de los lugares públicos (Elam 1980, pp. 65-66). En el vecindario prevalecen combinadas las relaciones espacio-temporales del tipo privado y público, ya que en él los individuos establecen relaciones interpersonales con habitantes que residen en cercanía, creando con ello grupos que les permite “apropiarse” el espacio público como su espacio, con sentido de pertenencia y solidaridad.
67
vol. 2, no.16 (2007), pp. 62-71
Otras veces, se establecen sólo relaciones impersonales cuyo espacio-temporalidad no requiere de un compromiso ni de un reconocimiento personal y, por lo mismo, mantiene su carácter común y anónimo. En este caso, el vecindario se especifica como espacio público de paso únicamente y el vecino, como un transeúnte. La normatividad proxémica juega un papel importante en las relaciones vecinales. Permiten conservar e incrementar armónicamente las relaciones con los vecinos. A su vez, su desconocimiento o infracción originan frecuentemente conflictos.
4. El sentido lúdico del vecindario El ser humano, por no ser totalmente predeterminado, cuenta con múltiples posibilidades de acción y ello es lo que permite considerarlo como un ser “lúdico”, como “homo ludens”. (Huizinga 1987; Caillois 1997). En su vida hace presencia el azar, la incertidumbre, lo impredecible, lo inesperado, la sorpresa, la innovación. Su existencia es un continuo jugar a la vida. Toda acción humana posee básicamente esta dimensión lúdica y, gracias a ella, es creativa y humanizante, pero igualmente riesgosa. Es la facultad de la imaginación la que le permite al actor social crear opciones nuevas que le sirven de alternativa para la ejecución adecuada de su acción cotidiana, ya que ésta no se rige por un orden natural preestablecido. El imaginario es la facultad del juego, y éste, su acción fundamental. Permite al actor social construir su vida y valorarla de una manera concreta, histórica, diferente, de acuerdo con sus opciones.
68
Gracias a esta condición lúdica, el ser humano puede comprender la dimensión simbólica de sí mismo y de su mundo. Los procesos hermenéuticos con los cuales comprendemos lo simbólico, son procesos lúdicos. Lo lúdico hace presencia en los diferentes procesos de la existencia humana: fisiológicos, instrumentales, sociales, artísticos. Todos estos niveles son factibles y adquieren sentido en el juego de sus posibilidades. Sus configuraciones concretas son resultado de las opciones que en el espacio del juego se adoptan. Por ello, el ser humano está expuesto permanentemente a procesos de innovación. Lo lúdico atraviesa la vida cotidiana del actor social y, en consecuencia, la vida del vecindario. Éste, adquiere también un sentido lúdico: la vida vecinal se mueve entre el riesgo y la seguridad, entre la armonía y el caos, entre el acuerdo y el conflicto. Es la fuerza presente en la vida vecinal que permite a sus integrantes ver el mundo con sentidos posibles, impredecibles, sentidos de evocación, de contemplación,
de subversión, de ruptura, de irreverencia, de cambio, entre otros. En el vecindario es conveniente la acción lúdica para hacer posible la opción de relaciones interpersonales con los habitantes en cercanía. Si bien, en su selección interviene la empatía, es el imaginario el que provee de las estrategias para descubrirla y lograrla. El sentido de la vida vecinal es, para cada actor social, un sentido particular, irrepetible, único, porque es, en definitiva, fruto de su juego concreto individual y social. Existir es, en último término, jugar a la vida. Reconocer este sentido lúdico de la vida vecinal es comprender la dimensión humana del actor social. Éste es jugador por excelencia, ya que, desde su nacimiento, aprende, por la asimilación de la cultura, a jugar, a crear, a transformar, a elegir el sentido de su vida. Lo lúdico da a la vida vecinal la posibilidad de celebrar fiestas. Gadamer (1996) hace ver cómo éstas son una especificidad del ser humano: “Lo primero que hemos de tener claro es que el juego es una función elemental de la vida humana, hasta el punto de que no se puede pensar en absoluto la cultura humana sin un componente lúdico” (p. 66). “Si hay algo asociado siempre a la experiencia de la fiesta, es que se rechaza todo el aislamiento de unos hacia otros (…) La fiesta es siempre fiesta para todos” (p. 99). La vida vecinal, incorpora a su práctica rituales festivos en los cuales el actor social juega, de diversas maneras y grados, a la vida, a llegar a ser de otra manera. La visión cultural del hombre sería muy reducida si no se ampliara ni se enriqueciera permanentemente con la dimensión lúdica (Góngora 2001, p. 240).
5. El sentido estético del vecindario En este presupuesto, se toma el sentido de estética propuesto por Andre Leroi-Gourhan, (1975) en su obra El Gesto y la Palabra. Por fundamentarse en una perspectiva paleontológica, su sentido es amplio y en él, “el vaivén dialéctico entre la naturaleza y el arte marca los dos polos de lo zoológico y de lo social”. Por ello, rebusca “en toda la densidad de las
Lizardo Góngora Villabona Semiótica urbana: el vecindario
percepciones, cómo se constituye, en el tiempo y en el espacio, un código de las emociones, asegurando al sujeto étnico lo más claro de la inserción afectiva en su sociedad” (p. 267). La experiencia estética vista así, tiene raíces en la naturaleza misma del hombre, en su condición bio-antropológica. Las emociones estéticas se fundamentan en propiedades biológicas comunes al conjunto de los seres vivos, pero “La intelectualización progresiva de las sensaciones termina en el hombre por la percepción y la producción reflexionada de los ritmos y de los valores, en los códigos cuyos símbolos poseen una significación étnica, tales como los de la música, de la poesía o de las relaciones sociales. Las manifestaciones estéticas poseen unos niveles de afloramiento variables y algunas revisten la misma significación en todas las sociedades humanas, mientras que la gran mayoría no es completamente significativa sino en el seno de una cultura determinada” (Ob. cit., p. 267). Desde esta perspectiva, las sensaciones contenidas entre los dos polos se pueden ordenar en cuatro amplios cortes, delimitados por los niveles fisiológico, técnico, social y figurativo, (Ob, cit., p 268), ya que, como experiencia histórica de las sensaciones, la estética es el conocimiento bio-cultural de los sentidos (Góngora 2001, p. 242). La estética, entendida de esta manera, no es sólo figurativa sino mucho más amplia, ya que incluye en su campo todas las sensaciones humanas. La manera concreta e histórica de percibir sensorialmente nuestro mundo personal y social es aprendida de la naturaleza y de la cultura y orientada por éstas en la experiencia cotidiana. Lo estético pertenece a la complejidad de la vida, dentro de la dimensión espaciotemporal en que vive el hombre. La experiencia de la satisfacción de las necesidades básicas son las primeras experiencias estéticas del ser humano. Al darle sentido a sus sensaciones, el hombre comprende el sentido de sí mismo y el de su cuerpo y de su entorno (Góngora 2001, p. 242). La estética tiene una base fisiológica abierta y por ello se debe concretar culturalmente para orientar los procesos de percepción necesarios en la interacción con el mundo. La cultura va enseñando al actor
social cómo sentir el entorno y la propia realidad personal. Las sensaciones le permiten no sólo percibir su interioridad y exterioridad, sino ampliar su espectro de posibilidades sensoriales nuevas. Y en ello juega un papel innovador la imaginación. No se percibe el mundo directamente, sino que se construye desde el actor mismo. Sólo se siente el mundo que se construye. La estética, en la existencia humana, involucra procesos de expresión y percepción. El hombre aprende de su cultura no sólo cómo sentir al otro y a su mundo, sino que también aprende cómo hacerse sentir del otro y de su mundo. Por ello, la estética determina no sólo la forma como el actor social, en su vecindario, se desplaza, mira, usa los objetos, interacciona con los otros, y configura los mundos imaginarios, sino, además, la estética orienta la manera como los otros habitantes en cercanía lo perciben, lo sienten, lo miran, lo objetivan, lo tratan, lo poetizan, lo crean y lo recrean (Góngora 2001, p. 243). El vecindario es una realidad estética que es como sus habitantes lo sienten integralmente: • En lo fisiológico: en sus condiciones de salubridad, ecología, movilidad, nutrición, protección ambiental, entre otros. • En lo instrumental o utilitario: como lugar de paso, las salidas y entradas suficientes, cómodas y seguras para recorrer los itinerarios cotidianos en referencia a su punto fijo que es la vivienda. Los servicios básicos: alcantarillado, vías, plazas, parques, escuelas, puestos de salud, de diversión, de comercio, de actividades cívicas, etc. • En lo social: como facilitador de los puntos de encuentro vecinales, en los cuales los diferentes grupos de habitantes se consoliden, ofrezcan entrada a nuevos habitantes, apoyen sus propuestas y proyectos de interés colectivo, entre otros. • En lo figurativo: como promotor de la creatividad y refiguración permanentes de sus rutinas cotidianas, propiciando otras posibilidades de convivencia que les permita superar la rigidez, limitación y previsibilidad cotidiana. Crear formas nuevas, alternas y sorpresivas, que abran nuevas perspectivas en la vida personal y social. La vida vecinal, como forma social de vida, necesita desarrollar, consolidar y conservar su condición estética y, con ello, la vida misma del actor social. Pero, además, estas formas por ser dinámicas, están en la posibilidad de romper los límites locales y proyectar a sus grupos hacia el encuentro con otras formas igualmente válidas de sentir y hacer sentir su mundo y los mundos de los otros. Como ya se dijo, la estética particular de cada grupo social, es histórica, pero no es absolutamente diferente de las estéticas de las otras culturas y épocas; hay aspectos comunes
69
vol. 2, no.16 (2007), pp. 62-71
que permiten las interrelaciones estéticas entre las diferentes culturas y épocas y que surgen, como variaciones de la unidad misma del proyecto humano. La experiencia estética se constituye como parte de los procesos de humanización; se enraíza en la sensibilidad visceral y muscular profunda, en la sensibilidad dérmica de la piel, y de los demás órganos de los sentidos, pero también en las imágenes y conceptos como resultado de la unidad del hombre mismo. La estética incorpora las sensaciones como sensaciones del hombre en su unidad bio-antropológica: sensaciones de la corporeidad, racionalidad e imaginario (Leroi-Gourhan 1975, p. 268).
6. Vecindario y comunidad Es pertinente relacionar el vecindario con la comunidad como hábitat o constructo global urbano, con el fin de contextualizar los procesos mediante los cuales se desarrollan las interrelaciones entre los diferentes actores sociales, sus grupos y lugares concretos en la vida cotidiana de la ciudad. El vecindario, como entorno físico-social de la vivienda, cumple una tarea mediadora entre familia y comunidad. El vecindario es uno de los medios de la familia para tener acceso a la comunidad, en concreto, a sus instituciones: educación, a la salud, a la recreación, política, economía, entre otros. La comunidad, a diferencia de la familia y del vecindario, se especifica como la forma incluyente por principio. Debe ser accesible a todos los actores sociales, sin exclusiones de ninguna naturaleza. La comunidad como realidad físicosocial, requiere también de un espacio geográfico y de una red de interrelaciones comunicativas, predominantemente de orden institucional.
70
Son las instituciones públicas las que especifican a la comunidad como responsables de los intereses comunes de sus miembros: políticos, económicos, educacionales, de salud pública, de recreación, de seguridad, etc. El individuo se vincula a ellas comunicativamente por relaciones predominantemente impersonales, al contrario de las relaciones propias del contexto familiar y vecinal. Dichas relaciones están objetivadas y ritualizadas y deben ser aceptadas por los individuos y grupos como normas de orientación comunitaria: “La sociedad contemporánea, entendida como la totalidad del conjunto de interrelaciones posibles, es una sociedad cuya complejidad se caracteriza por la permanente construcción y de-construcción de relaciones impersonales y personales. Mientras en las primeras se comunica algo externo al actor social mismo, en las segundas se comunica algo de lo que le es íntimamente propio y busca su confirmación” (Luhmann 1985, p. 13).
Es esta comunicación la que permite a los actores sociales incorporarse comunitariamente y comprometerse con el logro y satisfacción de los intereses comunes. Ello requiere una permanente organización tanto en la acción misma como en los medios adecuados para su logro. La actividad de la comunidad es específicamente colectiva y, por ello, la participación de los actores tiene que superar sus intereses individuales y actuar en función de los colectivos. El actor social necesita desarrollar sentidos de pertenencia y solidaridad comunitaria, que le asignen derechos y deberes que lo protegen y comprometen más allá de su grupo familiar y vecinal. Como ser bio-antropológico, el actor social no encuentra su posibilidad personal de existencia adecuada sino en el contexto comunitario. La experiencia comunitaria se va constituyendo históricamente y capacita a los individuos para abordar, dentro de ella, los nuevos retos que surgen en la medida en la cual la comunidad evoluciona. La solución de las nuevas problemáticas se apoya en lo ya conseguido, pero exige innovación para abordar las nuevas problemáticas que surgen a partir del cambio social. Por ello, esta competencia ciudadana se desarrolla (…) según determinadas creencias, normas y procedimientos que coordinan la acción común y las acciones individuales para afrontar problemas y solventar conflictos (...) Esas creencias, normas y procedimientos distribuyen bienes intangibles como jerarquías, autoridad o poder y no menos suponen y promueven la distribución de otros bienes tangibles como la riqueza, la renta o la propiedad. Ser ciudadano es pertenecer y sostener, aunque sea de manera crítica, esas creencias, normas y procedimientos y es también modificarlas, alterarlas (Thiebaut 1998, pp. 24-25).
La cultura de la comunidad es la cultura de la “res pública” que hoy se conoce como “cultura ciudadana”. La fuerza integradora de la comunidad está en las relaciones de ciudadanía. Las relaciones de ciudadanía son relaciones fundamentalmente comunicativas y, por lo mismo, requieren de una competencia, es decir, de un aprender una “serie de disposiciones, virtu-
Lizardo Góngora Villabona Semiótica urbana: el vecindario
des y lealtades que están íntimamente ligadas con la práctica de la ciudadanía democrática” (Kymlicka 2001, p. 251). A la luz de estas relaciones con la comunidad, el vecindario juega un papel mediador, ya que permite iniciar el aprendizaje y práctica de la cultura comunitaria. Las problemáticas grupales del vecindario, llevan al actor social a comprometerse y confiar en otros habitantes y a descubrir la necesidad de proyectarse más allá de dicho grupo, a la comunidad. La estabilidad normativa de ésta y sus recursos institucionales, deben ofrecer posibilidades reales de solución colectiva.
ciones concretas son resultado de las opciones que en el espacio del juego se adoptan en la cotidianidad urbana. • El vecindario es sentido por sus habitantes como vivencia estética: en lo fisiológico, en lo instrumental o utilitario, en lo social y en lo figurativo. • Es pertinente relacionar el vecindario con la comunidad como hábitat o constructo global urbano, con el fin de contextualizar los procesos mediante los cuales se desarrollan las interrelaciones entre los diferentes actores sociales, sus grupos y lugares concretos en la vida cotidiana de la ciudad. El vecindario, como entorno físico-social de la vivienda, cumple una tarea mediadora entre familia y comunidad.
Referencias Caillois, R. 1997, Los juegos y los hombres. La máscara y el vértigo, FCE, Colombia.
Conclusiones Las reflexiones anteriores nos permiten concluir, con carácter provisional, los siguientes sentidos: • El vecindario es más que el simple entorno físico, es una realidad urbana de naturaleza físico-social en el cual predomina la presencia del actor social, en su condición semiótica, como agente integrante y creador del mismo y no como simple usuario. • El vecindario forma parte del mundo del actor social, es, por lo mismo, una mediación semiótica cuya condición signo-simbólica permite al actor social construir su mundo que oscila entre la estabilidad cultural y la creatividad de su imaginario, y que dan origen a las diferencias de identidad de las diversas formas sociales vecinales. • Las relaciones humanas no son posibles fuera de la dimensión espacio-temporal. Por ello, el vecindario es una delimitación de la textura urbana de lo social y lo físico. • En el vecindario prevalecen combinadas las relaciones espacio-temporales del tipo privado y público, ya que en él los individuos establecen relaciones interpersonales con habitantes que residen en cercanía, creando con ello grupos que les permite “apropiarse” el espacio público como su espacio, con sentido de pertenencia y solidaridad. • Gracias a la condición lúdica que le permite su imaginario, el ser humano puede no sólo comprender, sino también innovar la dimensión simbólica de sí mismo y de su mundo. Lo lúdico hace presencia en los diferentes procesos de la existencia humana. Sus configura-
Duch, Ll. 2002, Antropología de la vida cotidiana, Trotta, Madrid. Elam, K. 1980, The semiotics of theatre and drama, Methuen, Londres. Escobar, E. La comunicación no verbal, visitada 20 noviembre de 2006, en http:campus.uab.es/~2143662/lnv.htm. Gadamer, H. 1996, La actualidad de lo bello. El arte como juego, símbolo y fiesta, Paidós, Barcelona. Góngora, A. 2001, Signos. Elementos de semiótica, Pontificia Universidad Javeriana, C.U.A., Bogotá. Góngora, A.1996, El Actor social, ¿Un símbolo postmoderno?, Ediciones UIS, Bucaramanga. Hall, E.1989, El lenguaje silencioso, Alianza Editorial, Madrid. Heller, A. 1972, La Condición Humana, Paidós, Barcelona. Huizinga, J.1987. Homo ludens, Alianza Editorial/Emecé Editores, Madrid. Kymlicka, W. 2001. “Educación para la ciudadanía”, en Colon, F. (Ed.), El Espejo, el Mosaico y el crisol. Modelos políticos para el multiculturalismo, Anthropos, Barcelona. Leroi–Gourhan, A. 1975, El gesto y la palabra, Universidad Central de Venezuela, Caracas. Luhmann, N. 1985, El amor como pasión. La codificación de la intimidad, Península, Barcelona. Pavez, M. 1996, “Espacios públicos integrados y accesibilidad con objetivo cívico”, Boletín INVI, No. 28, pp. 54-66. Rosales, H. 2000, “El arte de habitar y el modo de vida vecinal. Tiempos y espacios en la ciudad de México”, en Lindón, A. (Coord.), La vida cotidiana y su espaciotemporalidad, Anthropos, Barcelona, pp. 221-222. Thiebaut, C. 1998. Vindicación del Ciudadano. Un sujeto reflexivo en una sociedad compleja, Paidós, Barcelona.
71