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VITOLFILIA

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PIPE REVIEW

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La tragedia del Maine (II)

Un Enigma histórico que terminó definitivamente con el imperio español

El USS MAINE entrando a la bahía de La Habana. Foto: Archivo del Granma.

Primeramente ¡oh, hijos! habéis de temer a MacKinley, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabios no podréis errar en nada”.

Luis Royo Villanova. “El Quijote de ahora”, revista Blanco y Negro, febrero de 1898.

José Antonio Ruiz Tierraseca

EL AÑO DEL DESASTRE

Para el lector español que hojeaba los periódicos y revistas de ese revuelto fin del siglo XIX, el presidente estadounidense representaba la encarnación de todos los males del mundo: un típico americano ignorante caricaturizado además con rabo de diablo o de cerdo y ojos inyectados en sangre, bajo cejas espesas que nada bueno expresaban.

Anilla de origen mexicano con la leyenda SMOKE VIOLETAS. En el centro se representa al TÍO SAM (Uncle Sam), un tipo convencional y representativo de Estados Unidos. Según algunos, el nombre del personaje proviene del uso ingenioso de las iniciales U.S., que refieren a los United States.

Las circunstancias mandaban. El “malvado” Tío Sam se aprestaba a devorar a los españoles de Ultramar y la máxima autoridad estadounidense era una especie de Anticristo. En medio de la ola creciente de animadversión hacia los yankees, al comenzar 1898 nadie tuvo la objetividad suficiente para ver en el presidente de Estados Unidos, William McKinley, a un político respetuoso, conciliador y contrario a cualquier posibilidad de guerra.

Así era en realidad ese hombre, nacido en 1843 en el Oeste norteamericano, quien había pasado la mitad de su vida defendiendo los derechos de los trabajadores, y como buen cristiano calvinista veía en todo el designio de Dios. En diciembre de 1897, a las puertas de la autonomía que se le concedería a Cuba, pronunció un discurso ante el Congreso con un mensaje claro: “Demos una oportunidad razonable a España”.

Pero ni los cubanos independentistas ni la poderosa prensa amarillista estadounidense dieron oportunidad alguna. La intervención era cuestión de pocos meses, quizá semanas, a pesar de los esfuerzos de un Presidente que había sufrido en carne propia la brutalidad de la Guerra de Secesión y no quería volver a ver a su país envuelto en algo parecido.

Por eso, mientras que el embajador Woodford intentaba explicar al gobierno español que los partidarios de la intervención de Estados Unidos eran ya incontrolables, McKinley pasaba las primeras semanas de 1898 durmiendo a duras penas, gracias a las pastillas, y paseando en solitario por los jardines de la Casa Blanca, en busca de algo que frenase lo imparable.

La presión interna en su país y el descontento cubano por la autonomía le empujaban hacia una solución final.

Anilla de origen mexicano de la marca BALSA HERMANOS, VERACRUZ. En su centro, la misma figura y la leyenda: “Recuerdos de MC. KINLEY”.

La gota que derramó el vaso y desencadenó la llegada del acorazado Maine con todas sus consecuencias, fue el motín del 12 de enero en la ciudad de La Habana. Así lo narró el corresponsal de la revista Blanco y Negro:

“Un periódico, por cierto de dudosa procedencia política, que se fundó hace poco con el título de El Reconcentrado osaba dirigir insultos y groseras palabras a dignísimos oficiales de nuestros ejército. Parece que la citada publicación se proponía combatir rudamente a cuantas personas ejercieron autoridad antes de la implantación de la autonomía, entre ellas y con encarnizado ensañamiento al general Weyler, al ex gobernador civil de La Habana, Sr. Porrúa, y al comandante señor Fonsdevieja.

“Un suelto atiborrado de frases soeces que llevaba por título Fuga de granujas … fue el que sirvió de motivo para que los subalternos de guarnición en La Habana se propusieran imponer ejemplar castigo a tales procariedades e interferencias en el lenguaje.

“Puestos de acuerdo en el teatro Albisu, numerosos militares entraron en la redacción de El Reconcentrado, donde rompieron el mobiliario y empastelaron las formas de la imprenta que habían compuesto tales injurias”.

Los militares españoles, indignados con ese artículo procubano que aprovechaba la partida de un colaborador de Weyler para criticarlo, se tomaron la justicia por su mano y destrozaron el periódico. A doce días de haberse proclamado la autonomía de la isla, la intolerancia de este gesto fue respondida por muchos cubanos con un sonoro motín que dejaba muy claro que querían independencia. El Parque Central de la ciudad se llenó de partidarios de la insurrección y la fuerza pública debió intervenir.

Este hecho alarmó a la opinión pública estadounidense e hizo subir los enteros para una intervención armada.

Sin embargo, McKinley no quiso precipitarse y se limitó a mandar un acorazado de segunda clase para que fondeara en la bahía de La Habana, con el supuesto fin de reanudar las relaciones de amistad que en esos tiempos de tensión habían desaparecido. El Maine entraba en la escena del derrumbe del imperio español.

UN BARCO PARA LA HISTORIA

“Dos notas de tan grande resonancia como difícil calificación: la presencia del acorazado Maine en el puerto de La Habana y el viaje a Nueva York del crucero Vizcaya, que va a devolver a los yankees su amable visita”. Revista Blanco y Negro, febrero de 1898.

Anilla sin marca de origen estadounidense en la que está representado el buque que fue bautizado con el nombre MAINE, el vigésimo tercer Estado de La Unión, situado al noreste del país. Su tamaño original es de 72 x 24 mm.

El capitán del acorazado, Charles Dwight Sigsbee, de 53 años, acababa de regresar con su barco de las Islas Galápagos o Islas de las Tortugas, recibió el siguiente comunicado: “Orden al Maine para que zarpe hacia La Habana, Cuba, en visita amistosa. Presente sus respetos a las autoridades de allí. Debe prestarse especial atención a un inusual intercambio de cumplidos de cortesía”.

La presión insistente del cónsul de EE.UU. en La Habana, Fizhugh Lee, había tenido efecto. El barco del capitán Sigsbee zarparía la noche del 24 de enero de Key West, Florida, y llegaría al puerto de La Habana a las 11:00 horas del día siguiente, para no salir de él nunca más.

Fue conducido por prácticos del puerto al muelle número 4, a unos 200 metros del crucero español Alfonso XIII y a 400 metros del acorazado alemán Gneisenau.

De acuerdo con lo previsto, el MAINE amarró a una boya en La Habana el 25 de enero. La perspectiva que muestra la litografía CITY HAVANA, de La Habana, a partir de la bahía, se corresponde poco más o menos con la situación del acorazado en el momento de la explosión, según los planos consultados. La llegada de esta “visita de cortesía” provocó los recelos naturales en el gobierno español, que para continuar la farsa diplomática anunció que, a su vez, mandaría un buque para corresponder a tal deferencia. El encargado de cumplir la tarea fue el crucero Vizcaya, con 7 mil toneladas de peso y provisto de numerosos cañones y tubos lanzatorpedos, que se dirigió hacia Nueva York.

¿Y qué sucedió durante las tres semanas escasas que el Maine permaneció anclado en el puerto habanero? A pesar de que la bienvenida al barco estadounidense por las autoridades españolas había sido bastante fría, lo cierto es que el capitán Sigsbee y el general Ramón Blanco, sustituto de Weyler, congeniaron bastante con posterioridad.

La mole impresionante del acorazado se balanceaba con suavidad en las tranquilas aguas de la bahía, vigilado constantemente por marineros armados que daban el “alto” a la mínima ocasión. Además, los motores no se apagaron en ningún momento, para que los cañones instalados en las torretas pudieran funcionar en caso de alerta.

Anilla de origen cubano del militar español RAMÓN BLANCO ERENAS, Marqués de Peña Plata (1833-1906), Capitán General de Cuba en 1898.

La amable “visita” estaba resultando muy extraña. Para rizar el rizo, el principal causante de la llegada del Maine, el cónsul Fizhugh Lee, se pasaba todo el día recluido en el barco y apenas pisaba tierra, pues sabía mejor que nadie de su impopularidad entre los leales a España que llenaban la ciudad.

Pero la vida continuaba. Aunque con muchas restricciones, los marineros estadounidenses salían a conocer La Habana y los oficiales frecuentaban más a los españoles en los numerosos convites y recepciones con los que fueron agasajados. Incluso el Capitán del Maine asistió a dos corridas de toros.

Tras dos semanas de permanencia en La Habana, hacia el 8 de febrero, las autoridades de Estados Unidos se preguntaban si no era hora de mandar al acorazado a casa. En un principio acordaron que el barco sólo fondearía una semana en Cuba debido a la suciedad del puerto y de una epidemia de fiebre amarilla que la guerra había traído a esas latitudes. Sobrepasado el plazo, la “cortesía” era clara pantomima.

Para ese momento en Key West, el mismo sitio donde el Maine partió, la armada estadounidense se agrupaba para una guerra que estaba al caer. Sin embargo, el cónsul Lee mandó un comunicado enérgico a su gobierno, para insistir en que el acorazado continuara su vigilancia amistosa o fuera sustituido por otro. Al final se decidió que el barco del capitán Sigsbee mantuviera su puesto.

Tanto la litografía anterior como ésta, de la ciudad de La Habana, son bellos productos del trabajo de la prestigiosa firma AMERICAN LITHOGRAPHIC Co. a principios del siglo XX. La calidad del papel, tinta y confección en general son excelentes. Su rareza también queda avalada, por tratarse de ejemplares no difundidos por la bibliografía americana de la especialidad.

Mientras que en Estados Unidos estallaba un escándalo de manos del ministro de España en Washington, don Enrique Dupuy de Lome, los periódicos neoyorquinos publicaron el 9 de febrero una carta interceptada por algún espía, dirigida inicialmente por este funcionario a don José Canalejas, quien se encontraba de visita en Cuba.

En dicha carta, el diplomático indiscreto hacía una valoración muy personal de McKinley, llamándolo “débil instrumento de la canalla y político de baja estofa”. Una semana más tarde se produciría la voladura del Maine.

En la próxima entrega, que cerrará esta serie, relataré la explosión misteriosa.

CONTINUARÁ...

FUENTES

◼ Revista y publicaciones de la Asociación

Vitofílica Española (AVE). ◼ Colección particular de José Antonio Ruiz Tierraseca.

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