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DE TODO MI GUSTO

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TABACCOLOGY

TABACCOLOGY

Unyanqui (carioca) en la Corte del Rey Arturo

Michel Iván Texier Verdugo

"Desaparece el mundo si los pesados, mi amor, llevan todo ese montón de equipaje en la mano, ¡oh mi amor!, yo quiero estar liviano, cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada, imaginen a los dinosaurios en la cama”.

Charly García, Los Dinosaurios.

¿Se han topado con alguna de esas historias como El Último Samurai, donde un occidental se mimetiza con la cultura japonesa y termina creyéndose y siendo tratado como un igual por los locales y/o nativos? ¿O un anglosajón que termina viviendo con alguna tribu originaria en norteamérica y combatiendo a los blancos como uno más de los pieles rojas? ¿O algún científico o investigador, al más puro estilo de Dian Fossey, pasando su tiempo integrado al grupo de sujetos de estudio, como la mencionada con los Gorilas de Montaña en Virunga?

Bueno, esta historia tiene un poco de eso, o quizás más que un poco. Es la historia de un chico de Río de Janeiro que quería ser diplomático, viajar, integrarse a otros mundos y llevar su cultura a otros rincones. Para eso estaba dispuesto a desvincularse de todo y de todos, en pos de su sueño.

Es la historia de mi amigo Joao Pedro Medeiros, a quien conocí hace años como uno más de la comunidad carioca y brasileña del whisky, amante del tabaco y la navegación (no en vano intentó enseñarme en las cálidas aguas de la Bahía de Guanabara), y que es, hoy por hoy, un actor relevante en el mundo de la degustación del whisky en Londres, aunque para llegar a esa parte aún tengo mucho por contarles.

Joao Pedro (JP de aquí en más), sin perder su deseo de ser diplomático, decidió, cuando fue el momento, estudiar derecho, como una forma de acercarse a la posibilidad de conseguir su sueño; cuando lo conocí, hace unos seis años con varios whiskys de por medio, ya era abogado de la plaza y nada hacía presagiar, ni en su estampa ni en su discurso, lo que habría de venir.

Ustedes ven las fotos actuales del Venue Supervisor en The Scotch Malt Whisky Society UK y difícilmente reconocerían en la estirpe de ese gentleman correctamente vestido y afeitado, al gordito risueño que abandonó la capital del jogo bonito hace cuatro años, despedido en una memorable jornada en el Yacht Club de Río de Janeiro por quienes constituíamos su entorno más cercano, al menos en lo que al mundo del whisky respecta, y en donde no faltó ni la apología a Winston Churchill ni los clásicos vasos de leche entera que yo suelo intercalar entre sorbo y sorbo cuando la aventura de beber promete extenderse más allá de lo razonable.

JP descubrió un día, probablemente con un whisky en una mano y un puro en la otra, que existía una carrera, en Inglaterra, en Londres, llamada Luxury Brand Management y algo se rompió en su conciencia, digo se rompió no porque haya ocurrido algo malo sino porque de esa ruptura comenzó a fluir una avalancha de ideas y de planes que, en poco menos de un año lo pondrían arriba de un avión, con todas sus pertenencias en un par de maletas, con el firme propósito de dormir bajo el Támesis, si era necesario, con tal de alcanzar su sueño.

El niño que quería ser embajador y tempranamente se había apasionado por el whisky, había descubierto, en un abrir y cerrar de ojos, que existía algo cuyo desempeño implicaba ser lo que por estas tierras conocemos como embajador de marca y que si jugaba bien sus cartas, podía unir sus dos pasiones en una historia de vida donde pudiese disfrutar, día a día, la satisfacción inconmensurable de trabajar en lo que se ama, algo que ambos compartimos y por lo que hemos podido brindar tanto en Río como en Londres, siempre acompañados de un buen puro o habano, como debe ser, cuando ser feliz es en realidad lo que más importa.

JP vendió todo, regaló lo poco que no pudo vender (conservo dos bellas pipas que me obsequió al partir) y con la mejor de sus sonrisas se subió al avión que habría de acercarlo a cumplir sus sueños. Al aterrizar, poco es lo que podía hacer sino comenzar a recorrer bares y tiendas del rubro, buscando alguna oportunidad de trabajo, en lo que fuese mientras estuviese mínimamente relacionado a su objetivo final, mientras se preparaba para comenzar a desarrollar los estudios que finalmente habrían de convertirlo en Embajador.

Y aquí nuestro amigo hace un paréntesis, en la entrevista vía Zoom que sustenta esta historia, para contarme, enfáticamente, cómo su actitud de nunca cerrar una puerta fue un actor determinante en el devenir actual de su vida, una Rave fortuita a la que probablemente jamás habría pensado en asistir le brindó la posibilidad de conocer a quien sería un elemento fundamental en su integración al mundo del whisky en Londres y un gran facilitador en su desempeño laboral, acercándolo al que sería su primer trabajo en Inglaterra, tras la barra de Soho Whisky Club, el lugar que casi dos años después de su partida sería el de nuestro reencuentro cuando tuve la oportunidad de visitarlo junto a Gil, mi mujer, en un Londres siempre inolvidable.

De Soho Whisky Club a poco andar se le abrió la posibilidad de trabajar como Branch Manager en The Whisky Shop, una de aquellas tiendas que todo amante del whisky adora recorrer, donde se acumulan los sueños hechos botellas y donde quisiéramos perdernos a diario en compañía de la etiqueta perfecta que con certeza día con día habrá de variar tan solo para, a razón de un año de haber desembarcado en dicha tienda, ver materializado por primera vez su anhelo de convertirse en Brand Ambassador cuando el embotellador independiente Murray McDavid le ofreció justamente ese cargo, si no entendí mal, en medio de una visita a Escocia o poco después en lo que imagino debe haber sido lo más cercano a tocar el cielo con las manos para JP hasta ese momento, máxime cuando, poco menos de tres años antes, todos sus sueños cabían en una maleta llena de ropa que, por lo demás, hoy en día no tendría posibilidad alguna de usar (adelgazo este hombre al mismo ritmo que refino su usanza y su andar, al punto que hoy da para creer que la ropa formal y las colleras lo acompañan desde el nacimiento).

Logró volver, en breve visita, a tierras cariocas, siendo ya embajador de Murray McDavid y al volver lo esperaba un nuevo capítulo de su aventura, su antiguo jefe en The Whisky Shop, su amigo y guía en el mapa del whisky en la capital del Imperio Británico, lo convocaba a un nuevo desafío, The Scotch Malt Whisky Society UK, para los que no la conocen, la casa de las botellas identificadas con números (tipo 76.132 o 76.147, por nombrar solo dos de mis favoritos y dejarles a ustedes la inquietud de saber de cuáles se trata) y en donde es hoy, también si no me equivoco, el encargado de las degustaciones para todos sus clientes.

JP no solo concretó su sueño en Londres a punta de atreverse a dejarlo todo, no solo convirtió al whisky en su compañero de vida, también encontró su soul mate y se casó hace poco tiempo con una bella polaca que ahora es su familia, por supuesto, esa parte de su vida se presta por sí sola para otra historia y esta la dejamos hasta acá sin antes reiterarles que para lograr nuestros sueños, muchas veces, sólo necesitamos atrevernos, y como insiste en repetir JP, nunca cerrar una puerta que no sabemos qué nos puede ofrecer del otro lado.

JP podría ser De Niro en Ronin; Crowe en A Good Year; Walken en The Deer Hunter, hasta Cazale en The Goodfather, pero logra ser el mismo y representarse en su mejor versión en demanda de un sueño, lo abracé la última vez tras el desayuno en el pórtico de su pequeña casa de Londres y ninguna foto de ese momento acompañará esta nota porque ese instante emotivo tuvo de todo menos glamour, nos reencontraremos pronto y espero que cuando eso ocurra, la magia que acostumbra acompañar su sombrero tenga una dosis del 76.80, mal que mal, el final de esta historia, cuando la lea, tiene que encomendarle alguna tarea.

Creo que no podemos ir por ahí midiendo nuestra bondad por lo que no hacemos. Por lo que nos negamos a nosotros mismos, lo que resistimos, y a quien excluimos. Creo que tenemos que medir la bondad por lo que abrazamos, lo que creamos y a quien incluimos”.

Lasse Hallstrom/Joan Harris, Chocolate.

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