Muestra textos.

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Propuesta

Muestra de escritos y fotografĂ­a / para El Jolgorio Cultural


David Santillán Giles tiene formación como diseñador industrial por la UNAM, se ha especializado en proyectos museográficos y de documentación. Inicio su relación de amor-odio, pero más amor con Oaxaca cuando realizó prácticas profesionales en el Museo Textil de Oaxaca, ha colaborado para el Museo Nacional de Culturas Populares, para la CDI, para el INAH, por trabajo vivió una temporada en Estados Unidos en donde descubrió que le gustaba escribir. Ahora está otra vez en México, y otra vez ama-odia a Oaxaca. Es bien viajador, ama la cumbia, los textiles, las comedías románticas, la cochinita pibil, tatuarse maricadas, se queja de todo, hace poquito mezcal. Le escribe cuentitos a Tai.


Las manos llenas de color. A Tai, **

-¿No escuchas el canto de los zacatoneros hija? -Sí, ¿pero de dónde vienen? -De allá arriba, de los árboles, se esconden para que no les robemos el canto. Fueron las primeras palabras que pronunció Lucía desde se fue de San Miguel Piedras hacía quién sabe cuantos años, cuando aún era muy joven, un pueblo del que no recordaba ya casi nada, no se acordaba ni de si misma. -Mamá, ¿Cómo es mi abuela? -Preguntó Camila sacándola de sus pensamientos- -Es muy bonita, al menos en mis recuerdos así era, pero mejor llámale Águeda, no le gusta que le llamen de otra forma. Caminaron hasta la última casa de aquel pequeño pueblo de tierra roja, de esa tierra que parece robarle el color a los atardeceres, acumulando más belleza día a día, cada tarde. Seca como era la tierra eran los pensamientos de Lucía, no sabía bien la razón por la que había decidido volver, ya no pertenecía ahí, tal vez presentía que no habría más prórrogas. Llegaron a la pequeña casa, que por lo que veían cuidaban bastante bien porque parecía que el tiempo había pasado por todos lados, por Lucía, por el pueblo, por el atardecer, por la gente, pero no por la casa y por el ciruelo del patio donde Águeda montaba su telar. Pensó en quitar la tranca pero dudó, así que decidió que gritar sería mejor -¡Buena tarde, Águeda!, ¿Hay alguien aquí?

**

Pasaron unos segundos, que parecieron eternos para ella, mientras esperaba alguna respuesta Camila jugaba con una ramita haciendo dibujos en la tierra. -¿Lucía, eres tú?, ¡Que alegría volver a estar contigo, entra, entra quiero sentirte! Lucía quitó el alambre con el que la tranca permanecía cerrada, tomo de la mano a Camila y avanzaron, rápido o lento, no lo sabían ni ellas. Águeda acarició con suavidad el rostro de Lucía, ella por su parte disfruto ese momento íntimo entre madre e hija y calló, sabía que su madre había perdido la vista hacía mucho, lo oyó decir cuando encontró a alguien de pueblo. -Águeda quiero que conozcas a mi hija, Camila. Tiene muchas ganas de verte. Águeda sonrío pareció que una lágrima brotó y comenzó a acariciar a Camila, ambas sonrieron como si no importara que recién sabían de la existencia una de la otra. Pasen, a la casa, está fresco, todo sigue igual Lucía, como si sólo te hubieras ausentado unos minutos, como si hubieras ido por agua al pozo. Y en efecto todo estaba igual, la mesa de madera, las tres sillas, el piso fresco, la luz colándose por la ventana. Lucía se sintió extraña, pero a la vez se sintió en casa; Águeda tomó de la mano a Camila mientras le enseñaba la casa, le mostró el cuarto de su madre, su propia habitación, la niña vio un retrato de alguien que parecía ser su abuela con un hombre, de jóvenes. Siguió mostrándole la casa, llegaron a la cocina, uno de los lugares donde se transmitían cariño de una manera que pocas personas entendían. -¿Ya comiste Camila? - ¿No


abue... digo Águeda? - ¡Tú llámame como quieras, aunque claro prefiero que me llamen por mi nombre!, ¿Ya comiste? -Sí un poco en el camión, pero tengo hambre, mamá dice que es porque como poquito y tengo que estar comiendo todo el día; dijo sonriendo la pequeña. -¿Qué quieres que te prepare para comer hoy? -¡Me gusta la tinga! - Pues hagamos tinga entonces, pequeña, ¿Me ayudas? -¡Sí Águeda!

**

Lucía entró a la cocina, mientras comenzaban a buscar los ingredientes, Camila se sorprendió por la naturalidad con la que se movía su abuela por la cocina, cono si tuviera los ojos en sus manos. Lo mismo pensó Lucía, sorprendida. -¿Les ayudo en algo? -¡Sí, por favor tráeme la gallina más gordita del corral, hoy estoy muy contenta! Lucía salió por la gallina rápidamente -¿Y yo abue..Águeda? -Tú puedes ayudarme a buscar una cazuela, la que te guste más, así sabrá mejor la comida. Camila busco una olla, la más bonita para ella, una olla sin una oreja, comprendió de una manera extraña que la belleza no está en la perfección, vaya que en la cocina se aprenden más cosas que a cocinar. Le dio la cazuela a su Águeda, era suya, y se sentó a ver como encendía el fogón, como empezaba a preparar la comida; el sonido de la leña al arder la fue arrullando y la niña quedó dormida.

** Lucía y Águeda se ponían al corriente de sus vidas, sus dolores, sus alegrías, sus añoranzas cuando el calor de la comida despertó a la pequeña que sólo preguntó si ya faltaba mucho. -No, no, ya sólo te estábamos esperando para comer, comenzaron las tres a acomodar la mesa con parsimonia, como si el mundo pudiera esperar a que todo estuviera en orden. -Te quedó muy bonito el color de la comida Águeda, a mi mamá no le queda así -Es que yo tengo el color en las manos. Águeda sirvió porciones pequeñas, para disfrutar y para enseñarle a la pequeña que nunca es necesario hartarse de nada, todo en su medida debe ser servido, las tristezas, las alegrías, los sueños, la comida. La pequeña pareció no entender, el significado, pero su abuela había comenzado con ella algún tipo de iniciación que sólo entenderían entre abuela y nieta. ** -Águeda ¿Quién es el hombre de la fotografía con el que estás cuando eras joven? -Tú abuelo, esa fotografía es de cuando tu madre aún no nacía -Es muy bonita la foto, parece que el árbol de ciruelo está igual que hace muchos años, y tú tienes la misma sonrisa mamá. -Águeda, cuéntame de mi abuelo. Lucía quiso cambiar de tema, sabía que su madre poco a poco había perdido la vista cuando se fue su padre, no quería revivir el dolor de su madre, aunque no entendía que el mayor mal para su


madre no había sido perder la vista poco a poco, noche a noche, el verdadero sufrir había sido su ausencia, como si el mal físico palideciera cuando se había perdido lo más importante. -Claro, que te cuento, tu abuelo era un buen hombre, nos conocimos en el pozo de agua del pueblo, él era músico, tocaba sones muy bonitos viajaba de pueblo en pueblo, vivimos felices muchos años, pero si hay algo que debes aprender pequeña, es que lo único que nos pertenece de alguien son los recuerdos, y eso siempre a nuestra manera aunque no por ello dejan de ser bellos, ya lo entenderás cuando crezcas un poco más. Yo tarde en entenderlo, a veces vivimos de ausencias. No comprendí que era libre, que todos somos libres, que siempre necesitamos aires frescos para seguir, un día me dejó una carta, muy linda que aún conservo, ¿Quieres verla? -Sí Águeda. La mujer se levantó para ir por la carta, con paso lento fue a su habitación y en una cajita junto a la cama tomó un pedazo de papel que el tiempo había comenzado a poner amarillo, ni los recuerdos se escapan a su paso. Volvió hacia la cocina, y la desdobló ¿Quieres que te la lea? -Sí... si tu quieres. Quizá de las últimas cosas que Águeda pudo ver así que guardó su recuerdo en la memoria lo mejor que pudo, colocó su manos sobre el papel y comenzó a leer con esa mirada que sólo ella sabía encontrar. “Como decirte todo lo que llega a mi mente Águeda. Te encontré un día, y hoy ya no nos volveremos a encontrar, así de fugaz es la vida, nuestra presencia. Las palabras nunca podrán expresar lo que te quiero decir, pero no son malas noticias. Estoy feliz, quiero que cuando leas esta carta te quedes quieta con la boca como queriendo contarme algo, como deseando besarme e indecisa en callar o decir que me amas, tú serás para mi así siempre Águeda, ese será mi recuerdo de ti, nadie puede vernos, este recuerdo será sólo nuestro. No llores, porque en nuestros recuerdos nunca nos diremos adiós, porque algo más que mi recuerdo sigue creciendo, cuida a nuestra hija, quiérela porque es una extensión de mi. Tú para mi siempre serás en mis memorias mi eterna amada”. *** ***Fragmento del libro los indecibles pecados de Sor Juana*** Hubo un silencio profundo, de paz, sin tristezas, todo había quedado en orden, ninguna pronunció palabra por un largo rato. -¿Abue... digo Águeda, y aún lo extrañas? -No, porque cada noche cuando muero me encuentro con él en el último recuerdo que tenemos, es nuestro momento -¿Cuándo mueres?, ¿No entiendo? -Dormir, es morir un poco, morimos un poco cada vez, cuando morimos somos libres de todo, pequeña, cuando dormimos también. -No entiendo - Poco a poco Camila, ya irás comprendiendo lo que te digo, pero que te parece si ahora descansamos ya se hizo de noche. Los grillos comienzan a cantar. Acomodaron y limpiaron el cuarto platicaron un poco más antes de dormir, había sido un día pesado para las tres, habían desenterrado tantos secretos, secretos que sólo ellas conocerían, ese era su recuerdo, Águeda dio un beso a sus dos pequeñas y se dirigió a su alcoba para descansar. Y Águeda volvió a morir como solía....


多No escuchas el canto de los zacatoneros hija?


CAR WASH ** -¡Oh! -gritó Camilo a la yegua- El grito se escuchó en las pocas casas habitadas de Ojo Seco, jaló fuertemente la rienda para que se detuviera, bebió agua. El calor que siente en Ojo Seco es intenso, quema, el viento quema, quema los recuerdos. Camilo se sintió abrumado, no supo si por el calor o por los memorias de una mejor vida que nunca llegó, se sentó en la sombra de un mezquite frente a una casa de adobe un tanto descuidada sobre la calle principal de las pocas casas que formaban el pueblo. -¡Volviste Camilo, dichosos los ojos que te miran de nuevo! dijo una señora que se asomó por el marco de una puerta de madera, que bien podía servir de cualquier cosa menos de eso, de puerta. Camilo volvió la mirada, pero titubeó, esa cara más maltratada por la vida que por la edad, de rasgos delicados y esos ojos negros le eran familiares -¿No te acuerdas de mi?, soy Lucía, la hermana de Adelia, tu Adelia; ¿Te acuerdas cuando tenían como dieciséis, decían que se casarían? -Hola Lucia, han pasado muchos años, veinte años lejos. -Veinte años son muchos Camilo, pasa a la casa y bebe un poco de agua. ** La casa, pequeña pero muy fresca, el adobe hacía un un magnifico trabajo aislándola del calor de abril en ese pequeño pueblo. -¿Ya comiste algo? -No, nada -Siéntate, ahorita te preparo unos tlazcales. Camilo sonrío, veinte años sin probar esas gorditas de maíz seco asadas en el comal de barro con cal y sin sentir el aromático humo del ocote al encender el fogón -Gracias. -De qué, mejor cuéntame qué te has hecho, cómo es allá, a qué volviste. -No me fue tan bien, pero mejor cuéntame de Adelia ¿Cómo está?, ¿sigue en el pueblo? -No, se ha ido, no quiso seguir aquí, cuando te fuiste se puso muy triste, lloró por días, preguntaba por ti, a tus tíos, a tus padres, a todos, al viento, pensó que te fuiste porque no querías verla más -No tenía ni para comer -Un día tu madre le dijo que ya no preguntara, ni sufriera más, que te habías ido al otro lado; Adelia le preguntó que al otro lado de dónde, al otro lado, no sé más, contestó tu madre Camilo. Te siguió llorando varios años, hasta que conoció a Martín un día cuando iba a acarrear agua, y tu recuerdo se fue diluyendo. Se casaron tiempo después, yo maté el becerro que nuestro padre nos había heredado, vivían en el ranchito que está aquí tras lomita, pero al año siguiente la sequía acabó con todo, con sus animalitos, con su cosecha, con sus ilusiones; de pronto sólo les alcanzaba para comer aire, Martín también se fue, creo que a California, o para allá iba, nunca supimos más de él. Adelia lloró mucho, por días enteros, de pronto se quedó sola, con sólo las fotos de Martín como único recuerdo, la tiricia la estaba matando, ya no comía, apenas salía del ranchito. Un día dijo que iba a buscarlo, y el mero día de San Marcos se fue, lloramos mucho cuando la despedí en el camión, dijo que cuando encontrara a Martín regresarían. Me habló a la caseta del pueblo un mes después, me dijo que estaba en Tijuana, sepa Dios donde es eso, pero decía que era muy grande y que le preguntó a mucha gente por Martín, les enseñaba sus fotos, pero nadie supo darle razón, estaba triste, lo último que me dijo es que iba irse a California a seguirlo buscando. No ha hablado de nuevo en dieciocho años, Camilo. Yo creo que no lo ha encontrado y por eso no ha vuelto. Camilo siguió callado.


** -Camilo, cuéntame cómo es allá, quiero imaginarme, cuéntame. -Es todo muy diferente, muy grande, la gente no se conoce como aquí. Primero quería regresarme estuve pensándolo mucho en El Huizachal, que es el pueblito por donde crucé nadando, quise escribirle a Adelia, pero ¿qué le decía?, ¿que nos muriéramos de hambre juntos?, eso no era vida. Me decidí y esperé a que se hiciera de noche, escondido como conejo en un huizache; el río casi me mata Lucía, parecía lento, pero, de pronto estaba pataleando y perdiendo el control, rezando por mi, por mi madre, por Adelia. Por suerte o por Dios, por lo que haya sido me salvé y llegué al otro lado del río, tuve que correr mucho, no sé si corrí una hora, dos horas, sólo tenía miedo de que alguien me persiguiera, todo el tiempo que corrí pensaba en Adelia, en esforzarme para volver un día, ya cerca del amanecer me detuve, tenía hambre, pero no había nada más que sequedad y frío, encontré una carretera y la fui siguiendo, como siguiendo el rastro de un animal, y llegué a un pequeño pueblo horas después; Route 10 creo que se llamaba, no lo recuerdo bien. Quise comprar algo de comer en la tienda de una gasolinera pero no sabía hablar su idioma, es extraño, con señas nos entendimos como pudimos, y cuando quise pagar no aceptaron mi dinero, allá nuestro dinero no cuenta, es como si no trajeras nada. ¿Qué es menos que la nada misma?. Salí muy triste, quería regresarme, me pregunté si no era mejor morirse de hambre en tu tierra que morirse de hambre con extraños, las cosas que te pone a pensar la vida. Los chingadazos que le da a uno. -Estaba sentado, -continúo Camilo- pensando en esto que te digo cuando una señora que vio lo que pasó en la tienda salió y me dijo cosas que no entendía sólo sonrió y me tomó del brazo, así que la seguí, me dio de comer una pasta cremosa, sabía como a canela, comí todo lo que pude. Emily era el nombre de la señora, a ella sí la recuerdo muy bien... era alta, de piel blanca blanca, de cabello café, ella me hablaba y me hacía preguntas, yo no entendía sólo sonreía, esa sensación de no poder comunicarte te da impotencia, te sientes atrapado con tus pensamientos. Es frustrante. Ella tomó el teléfono y tuve miedo, pensé que llamaría a la policía, estaba estático, queriendo correr, tratando de entender alguna de las palabras que ella decía, quería regresarme, quería morirme. Ella sólo bajó una almohada y una cobija, entendí que era una persona en quien podía confiar, no aguanté más y empecé a llorar por Adelia, y le conté todo, de cuando me fui, de como cruce, de como vivíamos, yo sé que no entendía mis palabras, pero sí como me sentía. ** Al día siguiente temprano, tocaron la puerta y Emily habló por un momento con un señor, chaparrito con gorra, de bigote, que hablaba igual que ella, entró y me saludó, en español, se llamaba Juan, me emocioné poder hablar y que me entendieran, me dijo que si venía por trabajo, le dije que sí, que podía hacer cualquier cosa, -Entonces vámonos, ayer después de que Emily me habló llamé a mi primo, él está en Dallas, te voy a llevar con él. Me despedí de Emily con un abrazo, quería pagarle, pero no aceptó nada. Era de esas personas gratas que te presenta la vida una sola vez, no la he vuelto a ver. Así empecé la vida al otro lado, el primo de Juan, me consiguió trabajo de yardero, cuidando los yards de las personas de allá, trabajaba desde que amanecía hasta que se hacía de noche, vivíamos nueve personas en el departamento, pasaron años trabajando, quise escribirle a Adelia y a mi madre, pero nunca supe que decirles. Me quedaba con mis pensamientos. Los años se van lentos cuando estás lejos, la soledad es cabrona.


Anduve en muchos jales; lavando trastes, yardero, limpiando, siempre con el miedo de que me regresaran, tuve que aprender a hablar su lengua - ¿Cómo se dice mesa? preguntó Adelia - Table, respondió Camilo -¿Cómo se dice comer? - Eat ¿Cómo se dice bañarse? - Car Wash. -dijo Camilo en tono de broma, sonriendo-¿Y las casas, cómo son? - Son bonitas, hay personas que viven en edificios altos, muy altos, todas las mañanas salen de sus edificios para irse a otros edificios a trabajar, la vida se les va en eso. A mi me tocó vivir privaciones aquí y allá, qué sentido tuvo, no lo sé. -Todo el tiempo pensé en Adelia, la quería en verdad, mi flaquita. -Ya ves que la vida, le puso sus chingadazos igual que a ti, igual que a todos -¿Y tú Lucía, qué ha sido de ti? - Esperar... esperar a que mi marido venga, él se fue también cuando nuestro hijo tenía unos meses, nunca ha escrito, ni mandado nada, ahorita que mi hijo vuelva de arrear las chivas vendrá a casa y lo conocerás, ya va cumplir siete años en mayo, Ojo Seco se está secando de gente Camilo, casi no hay nadie, unos se van a la capital, los otros se van al otro lado, los demás aquí vivimos, para que no se sequen por completo nuestros recuerdos. ** -¿Y mi madre?, Por fin le compré una yegua como la que quería hace muchos años, por fin puedo comprarle lo que quiera -Lucía puso una taza de café de olla frente a Camilo, la luz del fogón se reflejaba en la cara de él- -Eres un ingrato Camilo, veinte años son muchos, veinte años sin llamar, sin escribirle, tu madre te creyó muerto, la tiricia la mató, esa tristeza del alma la fue secando, hace tres años la enterramos, lo único que no se secó nunca fue su amor por ti. Ya estaba entrando la noche, el sol comenzaba a ocultarse, lo único que no estaba secó en el pueblo eran los ojos de Camilo. Un disparo de escopeta a lo lejos lo devolvió a la realidad. -Tengo que irme -Quédate a cenar Camilo

- No puedo

Camilo salió de la casa, desató a la yegua y dio las gracias -¿A dónde irás? - Veinte años son muchos, tienes razón, ya no conozco nada, y tampoco ya hay nada, voy a desandar camino, cuídate Lucía. -Cuídate tú; Camilo, ¿Para donde queda California? Preguntó Lucía, Camilo, volteo su yegua, y señaló hacía unas montañas. -Para allá queda, lejos -Gracias, que Dios te proteja. ** La silueta de la yegua con alguien montándola se fue diluyendo con la distancia y la noche. El hijo de Lucía llegó a la casa, cenó con su madre. -Vete a dar un car wash -¿Un qué mamá? -Que te des un baño, mañana nos iremos a buscar a tu padre, cuando lo encontremos regresamos.


El calor que siente en Ojo Seco es intenso, quema, el viento quema, quema los recuerdos.


Yo la quise.

**

Para Tai.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso, no sé si mucho o poco, pero me quiso; de esto hace ya más de cuarenta años, cuarenta años en los que los recuerdos siguen vivos, las emociones no pierden fuerza, las siento igual, no más, ni menos fuertes, igual. Don Valeriano contuvo una pequeña lágrima que estaba por brotar -Sírveme un mezcal hija -Abuelo, el boticario ya te dijo que no puedes beber, porque con la infusión que te dio puede hacerte daño - Me hace más daño el recuerdo, a veces quisiera no pensarla,.. pero tampoco sé qué sería de mi vida si cuando cierro los ojos no volviera a verla con ese rebozo, negro como la noche en esta sierra, negro como debe ser la noche, negro como son las cosas que a veces ocurren en esta vida.

Eduviges se santiguó esperando que el mezcal no tuviera mal efecto con la infusión que le había dado a tomar hacía poco rato, tal vez mucho, no lo sabía. Ella había estado absorta escribiendo las memorias de su abuelo, no sabía porque razón Don Valeriano la había mandado llamar un par de noches antes, tal vez sentía que su vela se apagaba y quería perpetuar el recuerdo de una mujer que también se había llamado Eduviges, quería que sus recuerdos pudieran volver a ser vividos con un papel lleno de emociones. El viejo cansado, con ese cansancio que producen los años sólo le contaba su vida en la noche, negra como el rebozo de aquella mujer de la que le hablaba; acompañado de varios tragos de mezcal. Ella llenó el vaso y se lo dio a su abuelo, que ya sólo parecía guardar energías para recordarla, y sostener un vasito con un líquido transparente y fuerte como sus recuerdos.

**

Yo era muy joven, hija. Apenas empezaba a vivir, te mentiría si te dijera que recuerdo muchas cosas antes de conocerla es como si empezara a contar mis días aquella mañana en la que mientras iba a pizcar por el arroyo la vi, caminando con su madre, se acababan de mudar al pueblo, venían de Albarradas, ella iba caminando con su madre a ver a no sé quién,


su padre construyó una casa muy linda a dos aguas desde la que se podía ver el infinito azul y morado de esta sierra. Yo supe que había conocido a tu bisabuela en ese instante, tuve la certeza de que ella era, así como se tiene la certeza de que es de día porque sale el sol. Sírveme otro mezcal hija. Ésta vez ella no dijo nada, se levantó y le llenó el vaso. Valeriano dio un trago pequeño al mezcal y continuó, pasaron semanas antes de comenzar a hablarle, al principio no tenía idea de qué iba a decirle, con qué razón buscarla; hasta que mi madre una tarde de octubre me dijo que iríamos a visitar a su familia, porque se acercaba la fiesta del pueblo y querían invitarlas a participar, llevando cirios a la iglesia el día mayor. Así que queriendo o no me puse la camisa más limpia que tenía, y me abotoné hasta el cuello de la camisa, esos diez minutos se me hicieron eternos, porque ya iba a verla ¡Por fin!, pero no sabía que iba a decirle de todos modos.

**

Cuando llegamos, tu bisabuela abrió la puerta, te juro que ni con el paso de los años, ni con todas las experiencias que la vida le ha dado a este viejo que hoy soy, nunca sentí tantas ganas de correr. La mamá de tu bisabuela, salió y nos recibió; mi madre me dijo que saludara, yo tímido sólo atiné a sonreír, y te digo, creo que atiné porque Eduviges me sonrío también.

Con el paso de los meses la encontraba camino a la escuela, o cuando yo iba a la milpa con mi papá ella iba al pozo con su madre, siempre con su rebozo. Nunca he visto a una mujer más bella que ella con su rebozo. Valeriano corrigió su frase cuando vio la expresión de su bisnieta, salvo tú hijita claro. Ambos sonrieron.

Y las cosas se van, se pasan rápido, se pasan como si bebiéramos mezcal, se pasan sin darnos cuenta, se pasan como la noche, cuando dormimos; una mañana simplemente nos encontramos, ella no iba acompañada de su madre ni yo por mi padre, yo iba a arrear las chivas, de pronto íbamos caminando juntos. Y nos besamos, bajo él árbol que está bajando la cañada. En el momento nos pareció una travesura, nuestro primer beso. Con el tiempo te das cuenta que es un momento único, el primer momento en el que en verdad se abren los corazones. Nunca se lo dije a tu bisabuela, pero nunca volví a sentir lo mismo al besarla; vivimos muchos momentos felices juntos, muchos besos especiales, pero nunca sentí lo mismo. Sospecho que ella tampoco.


**

Y el tiempo hace lo que sabe hacer, pasar. Las cosas pasan, siguen su camino, nunca se están quietas, con el pasar de los años fuimos creciendo, una tarde todo el pueblo, y algunos amigos de otros pueblos, gente de Albarradas vino, esa tarde nos casábamos. Creerás que estoy loco hija, pero ella se veía hermosa, una de esas hermosuras que tienen las mujeres en diferentes momentos, todas son diferentes, y a la vez igual de hermosas. Empecé a construir una casa pequeña, para ambos, ella me ayudaba a trabajar en el campo cuando era época de pizca, recuerdo que a veces sólo nos sentábamos a ver bajar a las tórtolas bajar a tomar agua por la tarde. Nos amamos muchas veces.

**

Yo llegué un día por la mañana, había tenido que ir a la capital del estado a arreglar unos papeles de las tierras comunales, cuando noté una alegría única. Eduviges sólo me dijo que cerrara los ojos; cuando los abrí no pude evitar llorar cuando vi que había puesto un rebocito para niña en mis manos, sólo me dijo: Estoy segura que será niña. Pasaron los meses y nació tu abuela. Pero algo ya no estaba bien, Eduviges quedó muy débil cómo si sus energías se hubieran terminado con el esfuerzo que le costó tener a tu abuela. parecía que su cuerpo quería irse, aunque su alma quedándose con nosotros, cuidándonos; mandé llamar a la curandera, me dijo que no había nada que hacer, mandé traer un doctor de la capital, me dijo lo mismo. Don Valeriano detuvo su plática, instintivamente, la pequeña volvió a llenar su vaso, y el continúo.

Era una noche tranquila, muy quieta, ella; ella perdió sus fuerzas, ya no se pudo levantar de la cama, su cuerpo parecía enfríarse sin razón alguna, yo la cubrí con cobijas, cerré ventanas para que no entrara la desgracia, la cubrí con mi cuerpo pero creo que quería irse. Sólo estuve cargando a tu abuela, aún de brazos, le dije que no nos dejara que qué iba a hacer sin ella, sólo gastó su última gota de energía en acariciar la cabeza de la pequeña y en sonreírme. Fue la misma sonrisa de aquella primera vez que la conocí. Y así, sin palabras, así como todo inició. Así terminó. Con una sonrisa. Los grillos rompieron el silencio de esa noche, cuando empezaron a chirriar. Le lloramos los grillos y yo.


**

Vete a descansar hija, ya es tarde, y mañana tienes que ir a la escuela. -Pero, abuelito, no tengo sueño aún, sígueme contando. -Es tarde, ve a descansar, necesito dormir un poco, la verdad esos mezcalitos me pusieron el sueño pesado. Pero antes, abre ese ropero hija, en el primer cajón hay un rebozo negro. Es tuyo. Ahora ve a dormir.

Eduviges se despidió de Don Valeriano con un beso en la mejilla, él a su vez le acarició la cabeza. Anda, ya ve a descansar, y cuida mucho ese librito donde te he estado contando mi vida. -Sí abuelito, descansa.

La niña salió de la casa, todo era silencio. Don Valeriano, pareció quedarse dormido poco a poco, sólo diciendo para si mismo: Yo la quise, a veces ella también me quiso. Yo aún la quiero, y terminó en un par de tragos su mezcal.

**

Eduviges casi llegaba a su casa, cuando los grillos rompieron el silencio de la noche.


Le lloramos los grillos y yo.


Ahora, algunas fotografĂ­as.







FIN.

David Santillรกn Giles t. 5540050983 davidsantgiles@outlook.com tw. @davidsantgiles


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