Primera edición 2013 d.r. ©
Instituto Cultural de Aguascalientes Venustiano Carranza 101 Centro, C.P. 20000 Aguascalientes, Ags. editorial@aguascalientes.gob.mx
Portada: Detalle de Diagrama de Sísifo, variables tintas sobre papel Omar SM
ISBN impresión: 978-607-7585-67-1 ISBN digital: 978-607-9444-98-5
Impreso en México
COLECCIÓN LOS DE LETRAS
poesía
P R Ó L O G O JOSÉ MARÍA ESPINASA
Otra vez el sueño quedará inconcluso Alejandro Sandoval Ávila
El tiempo y el espacio sirven muchas veces a los críticos literarios como coordenadas para orientarse en los laberintos conformados por textos y autores muy diversos. Se entra en los libros como en un bosque, una “selva oscura” diría Dante, sin guía y sin camino, armado con el deseo de conocer, de leer, y uno se construye una brújula con los estilos y los temas, con los años y los lugares. Así podemos hablar de los poetas del modernismo y ceñirnos a las últimas décadas del siglo xix y la primera del xx para circunscribir un periodo mientras que nos conf iamos a la extensión del idioma español para su geografía. O bien a la retícula del tiempo le combinamos el f iltro del lugar, y así podemos hablar de, por ejemplo, los poetas modernistas de México. Ambos parámetros, el tiempo y la geografía, deben tener un cierto equilibrio: no pueden ser tan extensos y amplios que constituyan una red que no pesca contenido, ni tan meticulosos que en lugar de red sea o un muro infranqueable o una red de agujeritos, para utilizar una expresión de Gerardo Deniz. Ramón López Velarde escribe El minutero y con ello sugiere un tiempo de la poesía, un tiempo cotidiano que es el de los minutos (parece que la palabra viene o puede tener un eco de minutier, en francés, que designa el archivo de minutas, y coloquialmente, también el aparato que regula el tiempo que permanece la luz encendida cuando se pulsa el botón entre un piso y otro de un edif icio). En todo caso la manecilla que marca los segundos es un tiempo vertiginoso, no humano, y las horas son la demora igual de inhumana, sólo el minuto es humano, parece decirnos el poeta de Jerez. Y pensar que el poeta es el notario del espíritu no nos alejará tampoco de su sentido. Igual podríamos pensar lo que ocurre con los meses, las semanas, los días en el año que la enmarca como la carátula del reloj al tiempo 5
del día. Pero para la historia el tiempo humano tiene otra forma de la duración, otra demora para echar raíces en la conciencia. Por eso, por ejemplo, podemos hablar de los siglos de oro, de cien años de literatura latinoamericana o de medio siglo de la mexicana, o de una década… El tiempo nos canta su melodía en escalas geográf icas. En esas redes que el crítico utiliza en el mar proceloso del tiempo están también determinadas muchas veces por espacios políticos o por divisiones territoriales. En muchas crónicas escuchamos hablar de los poetas de Chiapas, de los narradores de Veracruz o de Jalisco, los escritores de la frontera o del istmo… Hace unos años incluso se hizo una serie de antologías por estados de la república. Cuando decimos los poetas de Aguascalientes expresamos algo muy concreto que, sin embargo, sólo toma forma en los textos y autores que constituyen esa idea. Los hechos comprobables –desde el lugar de nacimiento hasta los temas– no bastan. Pedir el acta de nacimiento es apenas un primer paso, y no demasiado estricto, esa patria chica también se puede elegir y un “poema medieval” escrito por un autor que vive –y lo camina todos los días– en el Jardín de San Marcos es, qué duda cabe, aguascalentense. López Velarde, el poeta jerezano, es sin duda de Zacatecas, pero ¿no lo es también de San Luis y de Aguascalientes? ¿Cuánto debe La suave patria a los cielos de una y otra región? Y son los poetas de Aguascalientes quienes lo vuelven su coterráneo, y –por poner un ejemplo insigne– Fraguas es una manera de Víctor Sandoval de hacer suyo, es decir, de Aguascalientes, a López Velarde. En muchos de los poetas que el lector encontrará en las páginas de este libro resuena sin duda el acento del zacatecano, pero en quién no, por af irmación o rechazo, de los escritores mexicanos del siglo xx, posteriores a 1920. Sin embargo toda geografía no se af irma ni se reconoce, en una u otra obra, sino en su intercambio, en el juego de comparaciones entre acentos similares y diferencias extremas, pues es la región quien dibuja en este caso el retrato, el llano o la colina, la nube o el cielo azul sin una mancha, la cantera o el barro del paisaje.
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Así la selección que el lector tiene en sus manos consta de dos partes bien diferenciadas: la primera, que muestra apenas, como un umbral, la obra de cuatro maestros: Desiderio Macías Silva (1922), Dolores Castro (1923),Víctor Sandoval (1929) y Salvador Gallardo Topete (1933). En los once años que van del primero al último se escribe y se inscribe un momento notable de la lírica del estado. Macías Silva es un caso ejemplar: educado en la tradición religiosa del semidesierto hidrocálido, sale del seminario para estudiar medicina, y ya en la ciudad de México, en donde colabora en revistas literarias de la época, forma su alma, pero termina por regresar a su tierra natal donde juega un importante papel como hombre de letras y maestro, profesor universitario y f igura cultural. No es sin embargo su poesía una curiosidad de época, y muchos de sus poemas escritos en un verso corto y rápido, musical y juguetón, pref iguran una cierta modernidad que se mostrará claramente en las siguientes generaciones. Por eso no es una sorpresa cuando gana, en 1972, El Premio de Poesía Aguascalientes en su quinta convocatoria con su libro Ascuario. Ya antes había ganado los Juegos Florales de Aguascalientes, antecedente del Premio Nacional de Poesía, similar a los que por aquellos años abundaban en el país, pero a partir de 1968 el certamen, surge como el más prestigioso de los premios de poesía en México. Fallece Desiderio Macías Silva en Aguascalientes en 1995. Apenas un año más joven surge la f igura de Dolores Castro. Llama la atención su acento personal en los años cincuenta, cuando una generación importante de poetas mujeres surge en el panorama nacional, entre quienes destacan su amiga y compañera de la universidad, la chiapaneca Rosario Castellanos y la coahuilense Enriqueta Ochoa. Si Macías Silva busca una poesía expansiva y chocarrera, Dolores Castro escribe reconcentrada en sí misma y en su vida personal, casi con un deliberado tono menor que con el tiempo mostrará una coherencia asombrosa. Hoy la literatura mexicana tiene la suerte de contar con ella a sus 90 años –y muy activa– en una juventud que podemos calif icar ya de permanente.
PRÓLOGO
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Víctor Sandoval, poeta y promotor cultural, nace en Aguascalientes en 1929. Hay quien lo considera el benjamín de la generación surgida una década antes con Alí Chumacero, o el primero de la brillante promoción que surgiría con los nacidos en los años treinta, a partir de él y de su estricto contemporáneo Eduardo Lizalde. Es ampliamente reconocido como uno de los mejores promotores culturales del siglo xx, y a él se deben iniciativas como las casas de cultura, la revista Tierra Adentro, y precisamente, el premio Aguascalientes. Su lugar en la historia de la poesía mexicana lo tiene asegurado con su poema Fraguas, uno de los pocos textos que asimiló y renovó la visión de lo propio, de la patria chica, de la novia con ojos de sulfato de cobre de Ramón López Velarde. Fraguas es un poema no sólo notable en la poesía mexicana del siglo xx sino un eslabón esencial, un poema puente, un poema puntal en nuestra arquitectura lírica. Su muerte, el 24 de marzo de 2013, apenas hace unos meses, nos entristeció a todos. Cierra esta primera parte Salvador Gallardo Topete, poeta y narrador de raigambre, escribe una literatura con claras resonancias provincianas, resonancias que sin embargo no le avergüenzan y que maneja con humor y gracia. Su padre fue el poeta estridentista Salvador Gallardo Dávalos, nacido en San Luis Potosí, pero quien vivió casi toda su vida en Aguascalientes. Gallardo Topete, conocido por su obra narrativa, escribe poesía también notable. Con él se completa esta brújula o rosa de los vientos que abre el libro a manera de umbral para dar paso a los poetas más jóvenes, entre ellos su hijo Salvador Gallardo Cabrera. La brevedad de esta primera parte la vuelve casi un epígrafe de lo que lector encuentra continuación. La segunda parte se abre con Eduardo López (1950) y dibuja el panorama, común a toda la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo, en la que se vive una explosión demográf ica lírica, misma que supo describir hace ya más de treinta años Gabriel Zaid en la Asamblea de poetas. La nómina, de treinta y un autores, no es, a pesar de su extensión, exhaustiva. No está, por ejemplo, Alejandro Sandoval Ávila, de quien tomo el epígrafe que precede este texto, pero las presencias
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permiten reconocer el rostro de la aludida: la poesía de Aguascalientes en los últimos años. En ella conviven los acentos tradicionales con las búsquedas cosmopolitas, el trabajo de críticos e historiadores como Benjamín Valdivia (1960), con ensayistas extremos como el ya mencionado Gallardo Cabrera, la personalidad ya consolidada de Ricardo Esquer (1957) y poetas una década más jóvenes, como América de la Torre (1965) y Rubén Chávez (1967); o dos décadas, como Arlette Luévano (1976). Poetas de índole cosmopolita, desligados de esa idea provinciana, pero aún vinculados a su región, pueden dar la temperatura que tiene actualmente la poesía de Aguascalientes, como ejemplos Agustín Lascazas (1964) y Salvador Gallardo Cabrera (1963). Toda selección se def ine tanto por los que están como por los que quedan fuera, incluso cuando –como en este caso– la selección tiene más que ver con un consenso colectivo que con un gusto propio y personal. Lo indudable es que, en un contexto como el mexicano, geografía de geografías, el retrato de la lírica aguascalentense necesitaba un retrato de familia que nos ubicara en su devenir más reciente. Un dato que la radiografía revela de inmediato y ya como elemento del presente, es el cada vez mayor protagonismo que toman las voces femeninas: los últimos diez poetas incluidos son mujeres. Es algo que sucede en todo el país, sin embargo en Aguascalientes se halla un poco más acentuado. Es obvio que hay poetas posteriores al más joven de los seleccionados –Ilse Díaz, 1985– que ya llaman la atención de los lectores y los críticos, pero aún no adquieren personalidad y son apuesta para el futuro. Aguascalientes toma su nombre de los manantiales de aguas termales de la región pero en contraste con (la mitad de) su nombre no tiene salida al mar. Con todo su poesía, como podrá el lector de este libro comprobar, busca mirar a la vez más allá y más adentro.
José María Espinasa Julio, 2013
PRÓLOGO
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D E S I D E R I O M A C Í A S S I LV A
Q u i z รก
Quizรก no digo nada: pero arde el tintero, y el papel, y la pluma;
arde la subsintaxis; las subespecies arden,
y es por eso que escribo.
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D O L O R E S CA ST R O
La tierra está sonando
La tierra está sonando y yo estoy desolada, hueca por dentro, triste. Mi juventud se tiende como el ala rígida y negra de una golondrina. Se me estremecen muy espesos árboles y me duelen las aguas más tranquilas. La tierra está sonando. Llora de amor y hiere mientras ama. Y mata y acaricia. ¡Quién nos encierra duro como la f lor en su rojo silencio de párpados ahogados o de cerrados pétalos! La tierra está sonando: Aguas, espesos árboles: ¡Tierra sobre mi cuerpo!
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V Í CT O R S A N D OV A L
Envío:
Vamos a trabajar el pan de este poema. Hay que traer un poco de alegría; que cada quien tome su cesta. La noche gira sobre la esperanza y desgasta sus párpados la estrella. Surgen las graves letanías del trigo por los labios abiertos de la tierra. La espiga se desnuda sobre el aire y el agua suelta sus cadenas. Con un poco de esfuerzo y de ternura vamos a trabajar el pan de este poema.
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SALVADOR GALLARDO TOPETE, EL HIJO
Sé mi hoguera
Sé mi hoguera, amor, ardamos juntos. Brasas sean tu f ino fémur y mi cráneo enjuto. Lenguas de fuego nuestras amorosas lenguas en ceniza conviertan nuestras manos y el viento esparza sus caricias por la tierra.
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Y si el amor no fuera
Y si el amor no fuera sino la sombra de una sombra. La imagen de un espejo capturada por los espejos del agua, el ademán apenas insinuado de un pájaro sin alas, la ceniza de un fuego no iniciado… Y si el amor sí fuera no sombra de la imagen, sino sustancia en sí capaz de ref lejarse: no ademán, sí pájaro con alas: no ceniza, sino llameante fuego.
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Nadie evoca lo real
Nadie evoca lo real, recuerda la apetencia del momento, tira de la hebra sutil y el fantasma del sueĂąo aparece en escena. (La taza de tĂŠ y la magdalena). Oprimo el botĂłn negro del jacuzzi rojo y el agua de otro tiempo lanza su espumeante lujuria contra el doble escollo de tus muslos.
S A LVA D O R G A L L A R D O TO P E T E , E L H I J O
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E D UA R D O L Ó P E Z
Este mar de polvo
A veces la sangre se pone más dura que los huesos zumba como avispa y por los ojos salen latigazos de sal hasta alcanzar el humo de la otra orilla. Es la fruta querida que se fuga y se abren las puertas de un viento ajeno como si fueran las furias de otra pestaña.
Una breve ráfaga de sombras y ya estoy del otro lado en donde un enf laquecido relámpago o quizá una estrella en agonía tocan las f lautas de alguna nostalgia. Parecen muérdagos alucinados o la modorra de una constelación, pero es la sombra sin carne otra vez, como cien veces que bajo el hechizo de mi dura sangre ya me abre su abrazo y toma mi cuerpo por asalto.
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¿En dónde estás? Pero la palabra se hace vaho, aire sangre de polvo y ningún hilo la detiene.
Entonces, para decir del otro lado ¿en el otro lado de dónde? Acaso haya algo más allá que este estuario de soledades.
Lanzo mi latigazo lastimero que brota desde el nido de estos huesos y el estómago, o qué sé yo naufraga en un mar ennegrecido ¿en dónde está la sangre de mi cuerpo?
Ah, el cielo que ciela sus malabares de azogue cualquier cielo de los dos sus sombras de humo. Este cielo y su sangrienta catarata de luciérnagas.
Acaso sean las marismas de esta carne mustia esa luz del otro lado. Esperma atorado de ángeles
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será esa sangre que pregunta espina que viene a reventar las suturas de esta agua roja que rezuma entre los maravillosos gritos de mis dolores que ya cicatrizaban.
La sombra sin domicilio la sin carne, sí del otro lado recostada sobre mis cuadernas de fuego chorreando sus largas pastas de azufre.
La memoria perdida alza su divisa y el pan parece que se duerme.
Hay un cuerpo vencido que toma el espadín de aquella orilla clavo de luz para otra resurrección y la garganta de ese otro día lanza su hueco eructo como si fuera un fogonazo perfectamente seco un f laco petardo sin luminiscencia aunque parezca el mar.
EDUARDO LÓPEZ
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¿En dónde estoy? ¿En el callejón de cuál olvido? Luna de aire, sombra sin sangre: ¿en dónde está el rojo barlovento que encalla en esta sangre sin fulguraciones?
Esta lejana caja de agua seca colcha de la conmiseración.
La sal es hueca. Ah, el espectro de una campana de cristal f lor de aire llamando al silencio. Tal vez el dios de los discóbolos anda rompiendo todavía los harapos del cielo. Ah, tiembla mi voz como hervidero de piedras y se hunde cuando esta catapulta de sangres sin cauce que dije hace tasajos mi corazón mi mortaja de coágulos.
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Sí, mis ojos que giran de ardores como si esa luna que ahora luna fuera el péndulo af ilado para romper las lágrimas de tan brutales pedacerías.
¿Desde dónde se inf lan estos velámenes? ¿Desde cuáles oscuras señales?
Y se abre el mundo de allá el mundo de las sombras sin sangre dice el látigo de la desolación el mundo verdadero y mis ojos relumbran entre relámpagos de arena y abren sus quillas para detener el oleaje de aquella bruma y me entra otra vez el deseo de regresar con esa melancolía hacia ese manso animal que es el mundo de allá el atracadero de las ensombrecidas las f lácidas sirenas sin sangre, como yo otra vez la sangre, la sangre siempre el mar aquél sin brújula en su confundido cielo que ciela el que también se dice verdadero.
EDUARDO LÓPEZ
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Lumbre sin luz un breve inf ierno tal vez un ingenuo descuido tan sólo una soga f lotando en el mar ese tan manso un indefenso animal sin la catadura del necesario arnés. La mera reminiscencia las oscuras señales de san Telmo eso que se parece al apuro de no haber llorado cuando el cadáver de un amigo se encerrara en la def initiva ancla del sepulcro ¿en dónde estoy? ¿en el corazón de cuáles aguas?
Es que tal vez aquel mascarón sin musculatura desde el otro lado soy yo que se confunde con el llanto indeciso del amigo muerto sin ya poder bogar se fuera a pique hasta las oscuras profundidades de la vida en las riberas de acá.
Si el muerto fuera yo.
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Pólvoras y ombligos pardos atolones aquellas y estas tolvaneras los quejidos envueltos en las raras lavandas de la angustia. Oh, la muralla se retuerce entre maravillosas anclas de cascabel. Y entonces es la noche con sus ojos de f lor púrpura no los míos. Negro espectro de una rosa estos coágulos que me embarran de terror. El animal me ha visto.
La soga f lotando en el manso mar el absurdo indefenso mar de allá que aquí un simple mar de polvo la máscara de ese oscuro ángel sin cuerpo mundo vencido el verdadero que más adentro de esa torpe mantarraya es decir en el mar abierto aquél regurgita la guirnalda de algún recuerdo quizás el alma extraviada de alguna golondrina.
EDUARDO LÓPEZ
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JOSÉ DE JESÚS LARA HUERTA
El otro caso equivocado
es posible que más allá de la poesía sólo haya muerte relojes sonando más allá del poema más allá del poema la mujer desnuda en penumbra, en los cuartos los vestigios de un día rodando por el calendario es posible que más allá del poema sólo haya delirio gritos que provienen del tiempo más allá de la poesía un pájaro fornica y un vegetal podrido nace de improviso
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Carta a Emily Dikinson
poco antes de meterme al baño me llegaron tus pasteles y tus semillas creció de pronto en mí esta habitación grande y blanca con tus ojos de loca en mi jardín las f lores y los cerezos hicieron su aparición con enormes petirrojos me sentí feliz y quise visitarte dejé mis calcetines en la cacerola mis vasos de noche recogiendo luna soledades para llevarte mas Emily, no me recibiste y me volví a meter al baño con infantiles deseos de llorar me acerqué de nuevo a la ventana sobre el nocturno niños nuevos jugaban al amor en sus cuencos verdes dominaban el sueño eterno
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Intento número uno
tal vez un viento color naranja llegue un día con estruendo, a tu ventana tal vez te encuentres de rodillas esperando las huellas de los seres antiguos que alguna vez te amaron escribirás nombres de ciudades que conociste y fumarás exóticos tabacos con aroma de mar o de tierra recién mojada tal vez un niño con voz de cabra te despierte en una mañana de cualquier mes de cualquier año y con un leve movimiento de tu cuerpo expulsarás de tu piel morena aquellos dioses que te amaron
J O S É D E J E S Ú S L A R A H U E R TA
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ROSA LUZ DE LUNA
Borges el alquimista
Como metal que transforma su brillo la palabra es alquimia en tu mano. El lenguaje cifrado de tus obras es legado de aquella ciencia temeraria que aprendimos de ti. Si mezclamos el ruido y el signo en un caldero encontraremos una frase exquisita como sue単o de eterna juventud. Si vaciamos un pu単ado de letras en el crisol del tiempo podremos encontrar ung端entos para aliviar los males de los hombres. Tal vez el espantoso anhelo de inmortalidad quepa en una burbuja que revienta en el aire, esparciendo el color evanescente de un poema vestido con humilde arrogancia dicho en voz baja en esa noche que no tiene ma単ana.
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Parábola del viejo
No se diga que es ciego quien es así capaz de ver. Saramago
Olvidamos el rostro en el espejo… Así empieza esta blanca ceguera rara como la ausencia del color, como el consuelo que expira en la boca y cae en la redoma contaminada de palabras sibilinas. Le toca a ella la entrada al manicomio. ¿Ahí se cura la ceguera? No hay salida sólo ironías que llevan sueño adentro, miedo adentro… Estupor en un cuadro recreándose a sí mismo, pintura humana de extrañas manías. Una muchacha saca gusanos de sus ojos, el hombre carga furias sobre los hombros entre revuelos los monos saltarines sueltos en la intemperie de la mente amarrada. 34
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¿Cómo podemos ver con estos huecos? Al despertar del sueño alucinante iremos por el color del ave a tientas entre el follaje de su canto. A través de los párpados se f iltrarán auroras, velos resplandecientes como los de este viejo de la venda negra a un paso de la blancura sepulcral que se sostiene con la fuerza del alma. Contemplaremos otra vez el primer sol el agua primigenia. Clavaremos la mirada de la vida, en el amor y su llanto de niño. Entonces cumpliremos la enseñanza comeremos el manjar con la vista rebanadas de sol y trozos de alegría.
ROSA LUZ DE LUNA
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FRANCISCO MARTÍNEZ FARFÁN
Así podría asumir lo que persevera y no muere de tanto en sí, pero luego he cerrado la puerta. De cara a la pared ciega escucho como escapa la delgadez del tulipán su raíz opuesta: En ese tiempo era un niño y temblaba. Alguna vez estuve solo y en el patio sembré un hueco, respiraba sin consideración y miré la joroba de mi sombra en la tierra.
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Deshabitar este sórdido, esta desnudez tan débil, el orden de la ruina del que respira gastadamente con el rencor del animal al que le han quitado las branquias y la ignorancia de los males mayores, también el caparazón de la lentitud y las rayas veloces y los árboles, el sol que ahora deslumbra y quema, el cielo que es una llama azul ahora, la palabra que el silencio no deja callar. lo que se va, lo irrenunciablemente perdido.
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Uno palidece de tanto ver, uno ve y se deja caer en el otro, pierde su voz y gana la constancia de su especie, su íntima necesidad, el silencio que nada ata y comienza a hablar perseguido por el redoble de un tambor ileso, por el recorte venenoso de las higueras, por una crujidera de dientes y cosas que caen a tierra, que atraviesa los campos sembrados como una nube de hierro de vacilante resplandor, por algo que llegará cuando hables más alto, cuando no entiendas nada, la palabra secreta.
FRANCISCO MARTÍNEZ FARFÁN
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Sólo por no dejar, sólo por estar incluido para estar en la marca y sobre todo caer, desperderse a armar la letra, destituir y continuar como el rabo en la rama moviéndose a pesar, formando redes en el aire semoviente, respirando en forma gratuita, manando en forma ingrata, minando contra toda señal y todo ritmo a pesar de todo.
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Parece difícil seguir cuando ya no se puede parar: siempre este camino ilegible, impasible, esta memoria de olvido imaginario que hunde sus naves, que oculta el aire. Siempre al borde de la mentira la palabra y su clima, lo falso endureciendo el hueso, su f luir, así como la persistencia del silencio en ese punto ciego de lo que no puede sino decirse. Cansa ser un delirio mudo que mana entre palabras, un instante sin tregua en el f ilo de los ojos abiertos.
FRANCISCO MARTÍNEZ FARFÁN
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Habrá algo en este giro que se mantenga sin caer, una constancia inhabitable, la ceguera de un acto. Mi propenso a decir: aún siguiéndome, lejos de ese que no soy, las palabras no me fundarán, al menos no éstas que se generan en un desconocimiento más grave que este insólito. Falto de apariencia secreta, sin soporte y favor, desnudo entre grandes atados de hierba, construyendo desde la superf icie y con el cuerpo sobrellevado continuamente en el silencio de un animal de jaula, escribo hacia adelante, escribo de miedo en busca de esa palabra que encuentra, esa palabra escrita bajo el exceso de un aliento interior. Pero siempre escribo bajo un peso de árbol de otras palabras que rechazo: ¿de dónde voy a sacar eso que no puedo tener, ese dispendio para saber nombrar la historia de silencio que no sea su sonido y su textura?
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Demostrado apenas sobre rasgos intransferibles, nunca he sido más cierto sino invisible en el decir, y solo en este lugar, donde el engaño hacia el borde está en el nudo, en algo que no termina de caer, en este rastro que surge sin cesar de la palabra que falta.
FRANCISCO MARTÍNEZ FARFÁN
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Dolor del día con un sitio perfecto para caer desde ahí, con una cierta sensación de pureza, a la lengua sedimentaria y creer –sin esa dureza terminal de la fe– que hay una palabra que me busca, que se mantiene al acecho para ser encontrada, justo como una cavidad que desciende desde el principio hasta el f inal del cuerpo, donde el tiempo reclama su medida y su peso.
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sólo las olas vuelven Cintio Vitier
Entonces volverán las pérdidas: la cena familiar bajo el foco desnudo, en un poso de ruinas, el fulgor del árbol frondoso de la erosión bajo la lenta oscuridad del caparazón de tortuga. Regresarán todas las noches, es decir, esa noche única y permanente con su lluvia lenticular, marcada, plegadiza, y el mismo horario inextinguible para el eco detenido de un silbato de tren, conciliado a un programa de radio –con La Voz– como a una piedra talismán contra el ojo sumergido del tiempo. De la misma manera, todo el viento calcáreo de esa noche, exhalado como una telaraña desde el pico ensordecido de un gallo, regresará también, en esta memoria artif icial que padezco, que es la mía, y con ella vendrán irremediablemente las palabras las olas, aunque la verdadera memoria no vuelva si no es acompañada del silencio sólo que el silencio no existe.
FRANCISCO MARTÍNEZ FARFÁN
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EUDORO FONSECA
Dulce Madre Dulce madre, no te acerques, no quiero tu negro remolino, tus fauces abiertas, la crecida de tu voz que viene amenazante con sus lúpulos de miedo, no quiero tu trono de cavernas ni tu reino clausurado, tu cerco de agujas, tu ciega dentellada en todas partes, los costales de tu ira azotados contra las paredes de la niebla, no quiero destemplar mi frente al contacto de tus lagos congelados, no quiero tu desolación boreal, ni tus cuchilladas geométricas de hielo. Dulce madre, no te acerques, las f lores dormidas de tus manos –tanto tiempo ha menesterosas– no quieren alisar las hebras hirsutas de mi pelo, quieren inf ligirme un tirón rencoroso que aligere tu jornada, que te saque un poco el dardo que llevas incrustado en las vísceras maltrechas, andas buscando quién te la pague y no quién te la hizo, quién responda por tu leche agria, 47
por tu inocencia tempranamente derramada como un archipiélago en la mesa, no buscas la paz insondable de mis sueños entre sábanas y rezos, procuras la sordina que atempere mi algaraza, que tanta vitalidad te incordia, que tanta alegría para tu corazón menguado es desafío, tú no quieres que yo encienda mi bengala, mi mágico pedernal en los ijares de la noche, lo que tú quieres, en verdad, es castigarme, aunque no encuentres alivio ninguno ni sosiego, aunque sólo consigas agrandar la púrpura de tus heridas, hundir más tus arpones en ti misma y que un berrendo burriciego galope sin tregua en tus entrañas. Dulce madre, no te acerques.
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El destemplado Cuando llega, sibilina, la ráfaga agorera, la vida es un coso sin memoria, un remolino gris petrif icado, el torbellino de la ausencia y su gélido beso de tornillo; vuelan los caballitos azules de la desolación, el pergamino de la vida se humedece y amarilla, se hastían los fervores de la tarde, crujen las cosas más amadas en un arcón sombrío, escancia la muerte sus espumas en los vasos del viento envenenado. Cuando el destemplado llega y el viento incuba larvas ominosas, se aposentan puntuales cobradores, sepultureros y gandules, los perseguidores sin rostro de las pesadillas, suena entonces el clarín de las tragedias, medra la zozobra, andan sueltos el miedo y sus mastines, deambulan las pérdidas irremediables, falta mi esmeralda, mi talismán, mi onza en el bolsillo, la unción luminosa del amor, su ingrávido colibrí sobre mi mesa; bufa el viento inhóspito, blande en el aire cuchillos enemigos, EUDORO FONSEC A
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chorrea premoniciones rojas y babas amarillas, viento de la hepatitis, viento sif ilítico, viento de cámara negra, de canículas enloquecidas y cabelleras erizadas en la noche. Cuando llega el destemplado a nadie avisa, toca a la puerta y nadie abre, los aceros del alma suenan huecos, la casa es un cuadrante sin música y sin luz, un mausoleo, la tarde se atavía con penachos cenicientos, se tizna la casa, pájaros teologales la inspeccionan y se alejan, el tiempo de la vida se ovilla y se detiene, se vencen las techumbres, vociferan los ecos, se vienen oscuras vejaciones y desdoros en cascada. Cuando llega el viento intruso el deshilado de la luz se ensucia, mastico el sabor del abandono, su ubicuo cemento, sus caricias arenosas; soy un juez incompetente, me levanto, me destoco, me descoco, saludo a mi sombra gentil y descocado, triste sombrero soy y triste sombra,
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tristeza sombreruda y sola, agito una rosa de metal y le brotan doctas púas y pétalos negros como labios osados de fantasma. Cuando el destemplado llega, pasa el tiempo, pasan su lebreles babeantes, sus espadas puntiagudas, sus guitarras fétidas y sus disparatadas cuerdas, pasa todo; sólo queda un silencio deshabitado y triste, un morito extraviado en el albero…
EUDORO FONSEC A
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Las catrinas En tu noche saltan las catrinas, danzan en el atrio de las ánimas penantes, crean un alborozo de plumas en la niebla, una algazara de fantasmas, son un chillido de armadillos en la noche, la bandola desquiciada del viejo de la danza, mandolinas lúgubres sin cuerdas; en tu noche dialogan las catrinas, festinan sus encajes y se miran entre sí a través de sus grandes oquedades, se penetran fríamente y se tocan los huesos f luorescentes, se abisman en corredores sin término donde silba un viento inmóvil, se extravían (pobres locas) en laberintos de silencio, en interminables galerías de espadas y de espejos, son vanas y tienen los cráneos rellenos de confeti, se contemplan tembeleques en un estanque de agua oscura, en parajes donde los signos de interrogación llueven como herraduras oxidadas y f lorecen margaritas de estupor entre la yerba, fuman opio las catrinas, se arrojan fumarolas a la cara, y no es que no se quieran, en realidad, ni se aman ni se odian,
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juegan, se divierten, preñan el aire del bermellón de la tragedia, de sangre clamorosa y cascabeles acechantes, y ni siquiera se dan cuenta, son virgencitas, damiselas enlutadas de pudor f ingido, una parvada de putas yermas y atorrantes, musas ojerosas de porte oscuro y mal agüero: ¿quieres que te dé un beso, cariño?
EUDORO FONSEC A
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Sellado con un beso (todo contigo) Locomoción enloquecida del gitano aquel al que llamaban “Venenillo”, venenillo sí que lo tenía en la af ilada punta de la lengua, lengua mendaz de Tartufo y de padrote, coágulo sangrón, súcubo y catrín de piernas cortas, homúnculo que baila y baila con bigotín bisiesto y zapatos bicolores, suerte de cebolla, Hilarión de verbena o don Susano, patético galán de pacotilla, baila tú, bailador, baila, al compás del boogie, woogie, mueve tu carromato y tus nalgas ominosas, remata tu brega embelesada con un pasito tun tun apabullante; “quiero todo contigo”, mamacita, le dijiste a una sombra sensual en el tugurio que olía a cocó chanel y tenía por mote “la enlutada”, una viuda atorrante que f iguraba en la barra de dama y vampiresa.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
“La enlutada” te miró f ijamente desde el agua zarca de sus ojos, rodeó tu cuello con sus brazos carceleros, contoneó sus caderas con ritmo sicalíptico, relamió coquetamente sus labios de cereza, y, recreándose en la suerte, se tiró a matar con un ósculo helado y asesino; ahí te cargó el payaso sin remedio, caíste de cúbito dorsal sobre la pista, el mismísimo escenario de tus triunfos. Tuviste suerte, “Veneno”, pese a todo, esa noche y en la barra, “la enlutada” también quería “todo contigo”.
EUDORO FONSEC A
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ROBERTO QUIROZ BENÍTEZ
Corre fuego negro y blanco por las diagonales alf iles/atrás las torres se apoderan de las columnas cruzan los caballos en trotes de regios escarceos escalonados y furtivos los peones construyen murallas inquieta nerviosa la terrible reina prepara la ominosa red del último jaque no es la victoria sino la muerte lo que pone f in a la partida
La luna está rodeada por dos aros el pequeño es violeta gris o negro invisible el más grande es azul claro además su frente calva
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de azul fuerte a veces le he visto un clavel de oro encendido otras una mano de fuego con una ofrenda indef inible en la plasticidad de su ref lejo exhibe su rostro accidentado
Las palabras nos inventan nos cubren de signif icados nos aceptan nos descalif ican hay palabras nuestras hay palabras ajenas los pensamientos van detrás de las palabras los errores corren por nuestra cuenta sobre advertencia sí hay engaño la misma piedra sirve para tropezar varias veces la pregunta es a Dios cuantas vidas para ser perfectos
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Llovizna el cielo más oscuro de la noche la soledad como una triste canción de agua
La mente es ya una habitación vacía el cuerpo ha perdido la memoria con el tiempo sin acontecimientos sin cosas el espacio el alma ligera más allá de todo más allá de los miedos frente a la inalterable belleza de los ángeles descubre que la muerte es un invento de los hombres que jamás hemos envejecido y sólo nos mudamos en el tiempo
R O B E R TO Q U I R O Z B E N Í T E Z
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RICARDO ESQUER
Mesa para lector Comienza a usar las estampas coleccionables como separador de sus lecturas. Otras imágenes, otras palabras. Lo mismo un cigarro que un café. En las mesas sin tiempo hay las dos cosas y la conversación enf ila hacia las imágenes. Esa mañana, buscando ser feliz en las contradicciones, se interna en el bosque de la seducción. Comienza un libro nuevo, pero el Árbol es único. Protagonista de su lectura, aparece a la misma hora que ayer. No obstante sus af iciones, desconoce la imagen que divide al lector del personaje. Imperturbable, ocupa una silla a la derecha de alguien que pide dos cafés. En el bosque de la seducción la luz celebra su arbitrariedad. Encienden un cigarro para abrir el tiempo, sin palabras para interpelarse. El silencio de los libros no coincide con el de quien los lee. El Árbol habla, el bosque calla. Al dar el primer trago, levanta la vista y se da cuenta de que está a la derecha de donde se sentó ayer. Y, aunque no puede verlo, su cuerpo tiene presente el de la muchacha, retratado en un cartel que cuelga al fondo.
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Sin tiempo, los dos buscan el Árbol de la Unidad. Al encontrarse, caen en la cuenta de estar en dos lugares a la vez y, de pronto, un tercer hombre se agrega a la mesa. Brota del suelo, como un rayo, pero acepta venir del cielo. Viento, tierra y fuego por un instante. Pero la mesa sin tiempo necesita un hombre más. El silencio no ha sido suf iciente. La colección de imágenes está incompleta. Los tres ignoran a quién obsequiarla. Leen el mismo libro y en la mesa hay cuatro tazas. Quien se asome a aquel círculo acercará su silencio al de su lectura. Su imagen de agua en la reunión, su follaje en el transcurso del espejo. La mesa dejará de ser real.Y así sucede.
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Ciega servidumbre A contracorriente, deslizo, preso en tu marea, un buscar calmas chichas, empuño la e de la esperanza, último afán y círculo torcido, antes de seguir adelante, la frente oscura lo que el sol te calla, la clara un río subterráneo que te ocupa, porque quizá, en ese terreno abierto por el deseo, cumbre invertida, para incitar al salmón, antes y después son una exclamación y el arco trazado por tu mirada, algo que escuchaste, pero quizá tu sombra se anula en su cumplimiento, la razón de remontar un sudor ajeno, luego de nadie, ignora el porvenir revelado en el pez, traza un gesto hacia donde, ocupando más el cielo a medida que se eleva, el presente levanta el vuelo, inalcanzable, entonces ocurre, vergas castigadas, que reanudo la brega, urgido por reunir el trayecto en una moneda y, con un impulso ajeno a su verdadero valor, hacerla para siempre aérea, tocar sin lucha tu intimidad, muy otro este colgar de las palabras, incompleto, f icticio.
RIC ARDO ESQUER
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Envío Quisiste hablar de mis defectos y me inventaste errores, vicios imperfecciones, mezquindades con la seguridad de quien ha visto caer al ebrio, mentir al perverso engordar al goloso y fracasar al torpe. Y con rabia ejemplar señalaste la paja en mi ojo. No niego que alguna vez di malos pasos que no quise perder placeres lejos de ti. También es cierto que tus palabras me enseñaron tanto de lo que nos condena, que no puedo dedicar estas páginas a otra persona que no seas tú.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Rutina para odiante No hay odio en el cambio de color del tabachín. En el telar donde las arañas se alimentan. Ni en el paso de nubes frente al sol de septiembre. Sí en el amarillento recuerdo que el burócrata dedica a su jefe. En el abrazo sin regreso del amante ocasional y aquí, sobre la página que no dice su nombre sin morderse la lengua.
RIC ARDO ESQUER
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Mantenimiento Como cualquier camino la palabra precisa mantenimiento. Luces intermitentes, obras consagradas reparan el silencio, calafatean sus naves. Obras públicas para el lector común. Disculpe las molestias que ocasiona esta lectura. No faltará el vecino asomándose curioso al hueco en el costillar del libro, en el arroyo de la página para interrogar a la ruptura de adjetivos y pronombres. No faltará quien deje el camino para venir aquí. Donde las palabras no quieren decir pero dicen algo para lo cual no fueron hechas. Estamos trabajando para su benef icio.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Me moriré de cáncer en la lengua en el sexo en donde quieras bien por el uso tabaco café mentiras alcohol te quiero un desorden entregado a sus terminaciones nerviosas por el puro gusto de implicar a los labios bien por los pétalos de tu fecundidad cuando cantas ocupas el lugar de mi lengua tumor benigno. No lamento tal suerte morir de cuanto te place. Peor sería por lo que detestas libérrima húmeda humeante deshacerme en tu canto también las manos entregadas a tus gestos todo mi cuerpo está comprometido. Parecerá que morí de cáncer en la lengua pero sólo habré comprendido tu silencio.
RIC ARDO ESQUER
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Una canción Todos los días pregunta si habrá despertado primero y después vuelto a dormirse. Ya la aurora levanta sus dedos manchados de nicotina. Ojeroso el viento huye por las azoteas. Insomne y célibe ronda el cuerpo dormido en su costado busca el alma de su vuelo sobre la ciudad tendida. Al despertar preguntándose quién los sueña cuando hacen el amor y todo lo demás desaparece. Quién puede ser tan importante que nadie sepa cómo despertarlo. Si es el mismo que pregunta cada mañana si habrá vuelto a dormirse y se sueña despierto preguntando quién tiene dudas del amor. O si despierto escribe una canción para salir de dudas. La luz llega con ruido de motores hinca las uñas negras en los pliegues
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
labra un pezón con sus callosidades soba labios y párpados cerrados. Llega la luz amante y la ciudad inmóvil sigue soñando canciones que salen de la duda del amor pero terminan y el amor perdura. Llega la luz y pasa, preguntando quién ama, quién escribe, quién despierta.
RIC ARDO ESQUER
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Fuera del tiempo (palabras limpias de sal y sombras) Como el navegante que regresa al puerto después de seis días bajo el horizonte sin pisar tierra f irme, rodeado por tiburones y otras bestias de sangre fría, voy hacia ti, destino, atracadero, luz. Oye cómo cruje la quilla al sentirte cerca, el alivio del casco tendido en la playa después de recibir golpes del mar inacabable: reposa en la arena, lejos de las olas, feto de embarcación en su placenta terrestre, al revés de nosotros, que fuimos acuáticos antes de respirar y proyectar sombra en la tierra. Algún día la pequeña barca navegará de nuevo escribiendo una historia en la página del agua, una historia que desaparecerá al cumplirse porque será verdadera –verdad es transformarse–. Mientras tanto, desf igurado por la ausencia, mis contornos –que la distancia oscureció– tornan a def inir en la mañana limpia su dibujo más f iel: este que me das al tocarme, cuando la certeza construye mis manos porque al f in te entregas en ellas.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Nunca estamos más completos que en el momento del amor, ese tiempo distinto, luminoso, musical, inf initamente más valioso que los días, las noches de navegación solitaria, los meses que esperas mi regreso, fuera del tiempo, con estas palabras limpias de sal y sombra, para ti.
RIC ARDO ESQUER
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JORGE CASTILLO GUERRERO
Óleo sobre la tarde Arde un jardín más que una espada de fuego recorre los resquicios encendidos de la tarde y es una fronda roja otro día quizás del cuerpo asolado de una mujer incrustada en el blanco-rojo que ondea sobre el lienzo afortunado e ileso en la luz dispersa. No sé del blanco tapiz ni de la paleta matinal solo del rojizo atardecer sin advertir la consecuencia del drama umbral amoroso dilapidado y tenue de una desnudez adolescente total sobre la tierra. Hoy bebemos el óleo de esta tarde el aceite carmín que recorre un giro más del planeta accidentados del alma en un jardín sin apagarse.
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Espiga La muerte f incada como una espiga en el agua que va sobre la calle un día de lluvia. Entonces la humedad va hasta nosotros con esa vaguedad siempre inconclusa. Así vamos a la mitad de los árboles y las arterias recorriendo parajes nebulosos en la sombra misma del agua. Siempre inaudita la ciudad nos extraña como un vocablo en nuestra voz que siempre va más allá que nosotros. Por ello ante nuestros ojos se derrumba el abrazo y el odio como si fuéramos lagos de tierra. Lejana tierra que seremos extranjeros porque no existe algo más brillante que un sol de lluvia inesperado siempre.
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Invierno I A veces la ciudad se vuelve polar incendio blanco calle fuego del invierno tren entre la nieve remontando grises a lo lejos. Ciudad apagada liberando el presente durmientes frías escalando la existencia puentes derribados sobre el camino de la vida pájaros de niebla y hiedras de humo entre los muros. Agua del norte reventando en los árboles heridos en la bruma. Puertos que helaron el pensamiento de un viajero atravesando días gigantescos pastizales a estribor vagón que va rompiendo hielo en la avenida del fuego. II Existen días paisajes opacos mar ártico en el lindero de la tundra furgón cargado de hielo sin el destino previsto aunque en el andén alguien te espere con el agua granizada en el pecho y vidrios en las manos invadiendo la travesía por ello en el corazón la nieve se acumula.
JORGE C ASTILLO GUERRERO
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III Existen horas como una tempestad astilleros nevados navĂos en picada fuegos enraizados en el hielo iceberg incrustados en la nave balleneros haciendo llamas en el agua quemando el mar entre las olas. Entonces las sirenas aparecen en las barcas azules y brillantes en la locura solitaria partiendo el corazĂłn de un marinero que va en camino.
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Noche de sol Llegar a la puerta de la noche y tocar su madera oscura, beber el humo antes de que salte hacia fuera de las constelaciones, besar de frente el agua que llega desde un vaso transparente, estar aquí en este bosque de láminas y vacíos de botellas llamar desde el jardín donde el búho asoma desde su noche interior con ojos de insomnio asolado por la soledad de una cantiga tocar tres veces en el mismo costado de la puerta nocturna y no salir hasta que los bares se vacíen , y se apaguen los amantes que ruedan entre las sábanas dispares hablar de la distancia de la muerte hasta aturdir los témpanos de la vida que abre los ojos en el asombro gris de la noche. Es así su madera fría, un beso en la mano que llega como respuesta inmediata, su budín de fruta oscura, su necesaria carrera entre los hombres y los árboles quemarse en la calle del sol.
JORGE C ASTILLO GUERRERO
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Que se vaya la última palabra poética que se vaya su petrif icación instantánea que se vuelva de entre la voz nueva muérase entonces el día entre las palabras el sudor con su golpe de sol entre ladrillos con un muro húmedo de tinta.
Que se vaya el poema en una marcha funeral que se vaya ahora que está abatido entre la necesidad que apremia este tiempo de dureza en el porvenir.
El río hace estanques que se ensucian que manchan la claridad de su cara de espejo inmaculado ¡que se vaya! Nada dentro de la escritura sobre el limpio amanecer dispuesto en la visión de la ventana quién sabe si la poesía esté aquí quién lo sabe?
Amanece de un rayo alto el día y su secuencia de rayas envuelven el tiempo paso a paso como un maremoto a lo lejos de ti? quién sabe? usted?
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JORGE C ASTILLO GUERRERO
ARMANDO QUIROZ BENÍTEZ
Segmentos del insomnio I Como ofrenda de incendios espirales la incandescencia de la tarde deja en su fuga una cauda momentánea. Después la ceguera de la sombra oculta las cenizas del verso consumido II Una epístola cifrada anuncia la víspera del miedo. El insomnio asoma en su perverso laberinto fustiga a sus lobeznos en una confusión de fauces. La noche es un túnel de sueños abiertos a cuchillo un fragor de lágrimas y violentas esferas de negrura III Han bajado ya las navajas nocturnas del insomnio como presagio repetido abren su reino de máscaras telúricas. El miedo se desboca deja un reguero atribulado un látigo de sombras en el rostro
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IV La noche es un aleteo persistente un lóbrego abismo para mi barcaza de ceniza. Es preciso amarrar con más fuerza los cordajes para no naufragar en la tiniebla imperioso encadenarse al mundo en este instante en que el cielo es un inmenso talismán de sombra un húmedo sudario donde todas las insignias resucitan V La angustia ha comenzado en el brillo núbil de la sangre en los párpados solares del insomnio donde el tiempo detiene la agonía y deshace en la sombra sus órbitas secretas VI Las voces transitan del espacio hacia la sombra del miedo yacente a los laberintos de silencio. Cada palabra es una larva. Yo soy un dios cautivo en esta noche sin cerrojos
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VII Y he aquí que vi la estampida de la muerte el estupor del hombre colgando del no ser y sus misterios VIII El fragor del rayo descubre la estructura oculta de la noche su crispada refulgencia quebranta la tiniebla fractura por instantes la bóveda nocturna. Ya vendrán órbitas de luz a sanar las quemaduras de la sombra IX El alba rompe el inmenso cántaro nocturno y libera a la voz del cautiverio. Ahora el verso es una zarza ardiente que no quema
ARMANDO QUIROZ BENÍTEZ
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BENJAMIN VALDIVIA
Entrada Amamos la palabra y su hierro matizado porque en ella se cumple la fuerza de la voz y los ciclos del agua silenciosa. La palabra trae luz para nuestro animal introspectivo. Quien levanta la voz inaugura los diálogos del fuego. Y así, establece recintos por miradas, produce atardeceres que no pesan y de nuevo color. Amamos la palabra por el río de tiempo en que transita: un río de manos escribe en mis manos.
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Luna verde Aquella luna verde de marzo maduraba. Ella traía la indumentaria del calor y vi en su boca el otro lado de la vida. Múltiples fuegos ardieron entonces. Y se quebró de sutileza el aire y nos movimos en caprichos de agua. Toqué en ella la muerte: encontré sólo árboles de pluma, aves de hoja. Como un metal las uñas imprimieron sus imágenes. Era ella un recuerdo vegetal creciendo entre la noche.
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Fragmento inédito de Sócrates Yo sólo sé que nada sé del espejismo llamado tu mirada. Febril como la sed el pensamiento busca saciedad, la saciedad inalterable. Pero la calma es imposible si tu mano —cardumen de cinco peces, rama de cinco pájaros— me toca. Toda la geometría que urde la razón se me desploma en la garganta, muda, y como los lunáticos desvío la cabeza hacia ti. No pienso, sólo miro, palpo. Y frente al templo tibio de tu cuerpo sólo sé que no sé nada.
B E N J A M Í N VA L D I V I A
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Muchachas Pasan de largo las muchachas, esbeltas como trozos de luz.
Como si con la tierra no tuviesen un solo compromiso.
Pasan argumentando un calor: la insomne verdad de su carne en la que el tiempo, aĂşn, no echa raĂces.
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Origen Ella es la primera mujer: Su cabellera larga le recubre la fúlgida cadera. Es ella La Mujer. Dios la forjó primero que a los hombres. Fue su mejor idea, y la creó porque por siempre la deseaba (el deseo de un dios es un deseo eterno). Horrorizado del confín de la belleza producida, decidió darle cuerpo al primer hombre (porque paliara su divino sufrimiento). Y aquí estoy pronunciando este poema.
B E N J A M Í N VA L D I V I A
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Ahora La felicidad no existe en el tiempo: s贸lo se es feliz en el instante. Y por eso, nadie ha sido feliz en el pasado y nadie ser谩 feliz en todo lo que resta de la vida. S贸lo se puede ser feliz en este instante, ahora que te miro, ahora que lo pienso mejor.
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B E N J A M Í N VA L D I V I A
JUAN PABLO DE ÁVILA
Ojo inconsciente La historia es una y no la de los otros. Al valle de los ojos de Agua, sólo las ventanas de institución y of icialidad. Muchos los mitos de ojos cerrados, muchos los muertos que siguen penando su historia... Beso la lluvia desatada para acrecentar la f iebre único estado que ilumina. Antes, pez nadando entre tus labios de valle pulpo enredado en tu rostro... y es que entre tus piernas abiertas está el pan de la historia. Al pasado no lo espantan fácilmente. Ni empellones le arredran. Es férreo y atorado. Persigue distancia y se enamora de la tradición, de las bocas que la cuentan. Señora inconsciente que arremete en nuestras pesadillas. Puedes caminar en puntas para no despertarla. Mas en cualquier instante, aún el esquivo, cual montaña dormida o cerro muerto se levanta y lanza sus f lechas de dudas pétreas. De poste a poste cuento sin resolver. De palmo a palmo líneas de historia. De carta a carta: palabras ensuciadas. De herencia a herencia un puñado de espasmos. Dicen que está corriendo el apocalipsis, que será la somnolencia noche con dos noches amanecer desvelado y la toma de la Bastilla mera arrogancia perdida. Ginebra llora Daliada sufre. ¿Quién más vale, quién más sufre? 93
Porque esta señora inconsciente llora siempre con el Partenón con Tebas y los troyanos qué, acaso ¿el Parián incendiado no causa cegueras? el valle deshidratado ¿no provoca nubarrones de lágrimas? ¿y los batallones de ojos manantial no provocaron tristeza? cuando regresaban hechos añicos de sus batallas en Texas. ¿Por qué la historia es una y no otra? La globalización empaña las visiones. La identidad esquirla el viento clava los ojos al esqueleto de algún animal inmenso de mandíbula portentosa y vértebra por donde ya nadie transita. Cadáver con la piel pegada al hueso. Zombie de la industrialización.Visión global con sinusitis. El amor se derrite y fallece. Vuelve del pasado mediato donde la imposición marca y escupe. Somos arcanos de una epopeya de máscaras para volver, siempre retornar al consciente mostrando los labios secos; correr de anhelos, coraje de pensarte ausente.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Contorno del poder El guerrillero tiene armadura de carcajadas cananas con municiones de sarcasmo. Qué poco nos queda ya, los molinos se transforman en piñatas con la cara del saqueador, el bufón es nuestro verdugo y el poeta nuestro mirón. Avanzan los meses cual nieve fundiéndose en el asfalto.Tacones de tu paso, para hacer presente la señal, pero la plaza está sola, y los trenes ya no braman y nuestra salud pública es una prostituta buscando comprador para su carne magullada y enferma. Minué, tonadilla que se f iltra por la tarde nublada.Tu pisada no es paso, cuando mucho cincel golpeando añoranzas. Alondra la canción dolor de ciudad congestionada dolor de ozono. Entonces, esta señora de la inconciencia vuelve y derrama los horrores del Káiser, del dictador de los viaductos, gobernador con sus castillos de sombra, generales del colmillo. Hay un guardián a cada trazo de la vida. Padre en tus pisadas. Maestro golpeándote los nudillos a cada error. Sacerdote marcándote el camino en ti sólo la expresión trastocada, angustia carcomiéndote en un rictus. ¿Y la historia? Esa señora obesa, que nos golpea con su inmenso abdomen. Y pensamos que todo transcurrió, que observar el amanecer no sería censurado. Entonces, un chasquido de la vieja y Veo la bomba veo explotando.
J U A N PA B L O D E Á V I L A
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No fue en el 45, sigue estallando veo al niño veo al mismo niño echa fuego niño del que nos habló León Felipe parado, frente a las puertas de Auschwitz en una glorieta exigiendo el rayo vuelo buscando tu plaza vuelo viento hundiendo su espina vuelo beso de tu llama vuelo el panorama es de montañas vuelo humanas el viento sumerge mi rostro me arrebata los lentes. Incendio entre mis anteojos que caen en la plaza.Y vino un ave violeta que canta f lores hiedras llenando todo de vegetal. Vuelo subo, me transluzco visión. Vuelo mis alas hacen sombra sobre el mapa de la historia en el que hay puntos luminosos ¿Fogatas en la selva? Despertar con los puños tensos y una epopeya nueva entre las sábanas llena de versos.
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Ojo salvaje Es el tiempo primigenio, la unidad de todos los contrarios, el humano sin tonos de crueldad, animal es la hermandad, la tierra nuestra amamantadora madre. Vuelo veo el valle y su presencia me talla las escamas. Valle desierto en calma. El venado corre, se transforma en humano sin vergüenza. El tiempo no tiene más nombre que noche o lluvia. Llano desnudo, cañones minerales; y por el horizonte maizales, huizaches y mezquites; manos tiernas de lo natural. Montes de sangre, roca tepetate y tezontle. Desierto de nuestra madre. Las piedras lanzan canciones y los montes se yerguen para encaminarnos. Mastodontes mamuts corren por nuestra sangre. Mineral palpitante genes de tierra que nos da el pan yunteros que nos alimentan con huesos de bestias. Entonces una luz escarlata en lontananza se enciende parece tangible, le salen llagas brazos manos negras inmensas biznagas palmas... Es el valle desértico que descansa valle de los ojos de agua. El indio camina desnudo esquivando espinas. Camina erguido, mirando el rastro de vida, lleva su lanza af ilada en calor, habla por mi garganta: Soy de tierra tengo aliento de huizache mi voz de viento mueve las dunas soy de corazón amarillo muerte y aridez. Soy desnudo e invisible no tengo casa vivo en el viento J U A N PA B L O D E Á V I L A
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estoy en el movimiento eterno de las estrellas en la planta mágica sangrando la mariposa de obsidiana. Prende tu danza. Lanza los guijarros y corre atrás del ciervo. No estás solo, te llevo en mí. Eres mi osamenta, el jade inicial. Lanza los guijarros y no temas del prófugo que fuiste y que seré. Encontrarás los f ilos, no te perdones el mínimo intento en alcanzarte. Toda sangre llegará al lugar de su quietud a la lanza que espera sembrada en el desierto. Perro soy, y oculto a contra luz seré guerrero. La f lecha de agua está lanzada, el guijarro de tanto rodar parece un mundo carcomido. La sangre f luye por los cactus de peyote nopal y maguey. Juega. No esperes al conejo juega. La f lecha marca. Es el f ilo tu sentencia es la daga. La pregunta cae en nuestra cara, su líquido palpita tiene f iebre delira buscando su ojo de agua. Desnúdate y corre tras tus cantos, tu corazón de soledades del que sólo brotan cráneos viento enmohecido. Lánzate a la montaña, al cerro muerto, a la calle de serpiente y tómale del hombro cuando la encuentres. Al verte no dejes ningún destello. Absórbele la rosa hirviente de su mirada. Entonces sé desnudo y sin vergüenza con toda la luz. De nuestros hermanos aprendimos el tigre, el tlacuache se disfrazan de hombre. El hombre de perro coyote y águila.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Nadie se reconocía distante. La mujer no tenía la muerte en su mirada. Éramos limpios y salvajes, con todo el cuerpo de raíz los brazos por arbusto. En el centro de poder no nos observan, somos luz para encender a los perdidos, somos tiempo que no engaña, listos para llenar de marea la noche, la luna que inventó el habla, el fuego diálogo. Limpios y salvajes: sexo con alas crecido maizal con tan poca agua tierra donde todos podían recolectar alimentarse de tuna mezquite nopal. Chichine/ papalotl. Nuestro espejo enterrado. Faltan quince lunas encrespadas para brotarte y ya te temen, madre. Cuatro liebres, tres venados para vestirnos y ya te atacan, padre. Nazco y amanezco muero y despierto vuelo y el valle me ve con sus ojos de agua. Las huellas de Cazcanes, Tecuexes y Guachichiles se confunden y mis ojos se han cegado, me dejan de hablar; ojo negado, encrespado... el guerrero sabio deja de andar y cuando alza sus brazos el valle grita cruje la piedra se corta y las palabras inician la leyenda.
J U A N PA B L O D E Á V I L A
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SALVADOR GALLARDO CABRERA
Escribir 5.44 a.m. Escribir es aparecer en otra parte Ahí donde apenas existe el agua ascendiendo, como el aire, como el agua del aire Desde el magnetismo terrestre, el aire líquido Agua es llama mojada, aniquilación del aire, f lama que crece vertical, vela, ¿la ves?, es vapor Escribir signif ica abrir un cerrojo en la palabra abismo Escritura nunca anota, abismo todo lo nota: Llueve sobre el patio de los rombos Un cubo naranja f lota sobre ese patio hundido El método trágico de la lluvia: pronto será frágil rastro Arena amarilla para los olvidos y las repeticiones Veneno para experimentar, vapor encarnado: escritura El cubo f lota no se crispa Si no tiembla, si sólo es intermitencia en la luz Hendidura en la cortina de oscurecimiento, polvo visual F luctuación en las arenas medianas Pliegue entre mis palabras y todas las palabras O agua circulizada, mirada armada de quien escribe
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Leer 3.15 a.m.
Un puño de esmalte, un frontón inundado Las calles limitan los lados de la noche Cada objeto, máquina o nuevo grial, es ligadura en la tierra: Un cuerpo trozado en la nieve, una esclusa en el domo Estar aquí donde el amor sólo parece ser duración La vista presente contra el yeso de ver todo, de no olvidar nada Amontonando libros en las ventanas para no estar a solas O sosteniendo un guijarro roto para traer silencio
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Cinco cajas para una instalación
Caja # 1 Contiene 3 gubias sujetas con una liga de goma/ navaja de afeitar con mango de carey, incrustaciones de plata o níquel, y una placa con este monograma: DGS/ frasco gotero de 10 ml./ un casete; en la etiqueta del lado A está escrito: Varios; en la del lado B: Music for amplif ied toy pianos/ vainas de colorines en una lata de sardinas/ volante de pizzas Hut/ cuaderno de bocetos marca Cachet con el lomo quebrado/ un pedazo de lápiz/ fotografía de una estela de reactor en el cielo/veletagallo oxidada con 4 orif icios de bala calibre 22/ botecito de yogurt lleno de cáscaras de avellana/ tarjetas de palabras clasif icadas por rimas/ libélula en un frasco de formol/ microchip en una cajita metálica de vick-vaporub/ placa con huellas fósiles de helechos/ cinta métrica/ fotografía de una casa roja de madera en el barrio de los ferrocarrileros de Aguascalientes/
Caja # 2 En la tapa de la caja está escrito a grandes trazos y con tinta color verde: De la verif icación general de objetos antiguos y actuales.Verif icación general, subrayado. Contiene miles y cientos de miles de listas, clasif icaciones, morfologías y tablas de localización. También hay 54 disketes en una S A LVA D O R G A L L A R D O C A B R E R A
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bolsa de plástico con una etiqueta en blanco. Listas escritas a mano, otras en máquina mecánica y otras más en computadora. Las hojas tienen 3 columnas: un nombre en la primera, un dibujo-descripción en la segunda y una cifra de localización geográf ica en la tercera. Los dibujos no aspiran a la representación; parecen funcionar como elementos de invocación: corazón en un hueco en la casilla que corresponde a la magnolia, por ejemplo. A partir de la página 13, es posible notar la ruptura del sistema de comparaciones y analogías: las coincidencias entre los nombres, los dibujos-descripciones y las localizaciones se dislocan e iluminan ángulos difíciles de percibir. En la entrada Estanque de metano, hay un dibujo de un satélite muy alto sobre el océano y como cifra de localización las coordenadas de La Haya. Desde ahí, aparece una taxonomía dislocada por clases impuras, géneros escurridizos, f isuras entre los parentescos y las especies, evoluciones que no proceden por diferenciación, sino que saltan de una línea a otra entre seres totalmente heterogéneos; genealogías cruzadas y comunidades simbióticas. Cada página tiene muescas en las comisuras, líneas marginales en color naranja y cortes como entradas o perf iles. ¿Son marcas de un orden mayor; de un orden que daría sentido total a esas miles de páginas?
Caja # 3 Contiene 129 no objetos, objetos que se anulan a sí mismos, objetos provenientes de almacenes secundarios, objetos sin propósito alguno,
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objetos en ebullición, objetos desequilibrados, objetos de adaptación instantánea (al tocarlos se funden con nosotros replegándose sobre sí mismos), objetos en estado de hibernación, neo-objetos, objetostrampa, objetos armándose con una paciencia presta para lo inf inito, objetos que tienen por estómago a un hombre, objetos desfondados, objetos sin contorno, metaobjetos, objetos congelados en su perfección, objetos obturados en las terrazas electrónicas, objetos en mudanza incesante (no permiten hacerse una representación de ellos), objetos de doble coyuntura, objetos imposibles, objetos-cardumen, objetos desventrados, objetos de última generación rebasados por la obsolescencia, objetos desestructurados, objetos textuales de persecución, chupaobjetos, dispositivos u objetos de umbral. Son 129. No describiré ninguno.
Caja # 4 Contiene un cuaderno con observaciones tomadas desde una ventana que da al Parque Hundido. Tres muestras: 12:25 – 12:29 [ventana cerrada. lunes. nublado. lloviznó] pájaro con el pecho naranja en la jacaranda/ un policía atraviesa el audiorama lentamente. se detiene en el primer círculo de bancas. busca algo; luego sale/ avión/ mujer con tenis color rosa haciendo jogging. lleva dos perros; uno tiene tres patas, el otro es un dálmata/ gato jaspeado en gris echado bajo un plátano/ hombre con tenis color rojo haciendo jogging. usa audífonos/ la banderota nacional reluce por estar mojada
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13:42 – 13:46 [ventana abierta. lunes. nublado con viento] ardilla color café con gris salta de un eucalipto al muro de separación del parque (hay unos pájaros que tienen la misma combinación de colores)/ sonidos: viento entre las ramas, viento entrando por la ventana, trinos aislados, las cuatro estaciones de Vivaldi desde el audiorama, un claxon distante/ nueva vuelta de la mujer con tenis rosa; el perro de tres patas mantiene el paso/ pareja de ancianos acompañados por una sirvienta que empuja una carreola. la vieja tira de un tanquecito de oxígeno con llantas/ avión/ gorrión picoteando en el limonero/ olor a madera quemada/ hombre con tenis color azul cielo y perro chihuahua al lado/ ondea la banderota nacional 5: 22 – 5:26 [ventana abierta. miércoles. frío.] sonidos: trinos aislados, silbido del aspersor encendido, campanas/ luz delgada aún no toca el suelo/ olor a eucalipto/ helicóptero cruzando de norte a sur/un farol prende y apaga/ indistinguible la banderota nacional
Caja # 5 Contiene paquetes de tarjetas. Cada paquete, de grosor variable, abre con un símbolo topográf ico dibujado a trazos gruesos como con un pincel chino. En las tarjetas que le siguen se consignan diferentes trayectos-historias por medio de frases cortas, palabras sueltas y dibujos de otros símbolos topográf icos. Bajo el signo topográf ico Canal de navegación:
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Interrumpo prosa del registro. Desvío no señalado en mapas. Cruzado límite término provincial. Bruma. No encontramos la estación meteorológica. No encontramos las lagunas con agua constante. Viramos varias veces. No encontramos la vía doble de ferrocarril. Una señal desconocida, como un bucle, pintada en muro color amarillo ocre. Ruinas. Transformador oxidado. Zona no consignada en mapas. Pozo seco al norte. Puente de hierro quebrado. Neblina. Torre vigía en ruinas. Árboles desconocidos. Naturaleza extraña y hostil. Marismas. Saltos de agua. Regresar. Imposible reconocer los trayectos. Ninguna vía permanece. Mudanza de los canales de navegación.
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AGUSTÍN LASCAZAS
Ni tu muerte terrestre ni la mía R. Usigli
Un pez paraf inado una rareza circulatorio sistema de colores jugos rojos jugos negros de una muerte circulante sangre negra un odio que se arquea un rencor que ondula y baila un diocesito tenaz y efervescente.
Una traición de la memoria de miga un ojo membraba inmóvil y terrible teorema de maíz mirada amarillenta y marina una ventana acuosa pesadilla de cera que te muerde los pies.
Un dios pequeñito desdentado una branquia que gime lamentos de agua sales y cristales primitivos deidad diminuta animal antiguo étimo primero del diablo con patas y brazos sueño de tendones como cuerdas.
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Y el mar
metáfora opima de naufragios futuros hastío de siglos líquidos rumiar de aguas
y corrientes y brillos de sulfuro de plata y velámenes tristes inf inita letanía de condenas.
He aquí una expulsión sancionadora un gesto de otros dioses otros peces una deidad acusada injustamente sin manos para robarle el fuego al sol sin cola para pincharle los ojos a la luna. Un robo marino
ardid de sanedrín coralino.
Ícaro necio que nunca alcanza al sol que es un fruto ardoroso un delirio colgante un adorno inf lamable que abrasa las espaldas Ángel ceroso en picada un pedrusco chamuco diminuto guijarro expatriado de los fondos marinos.
Y la memoria que era una diosa engañadora una silueta que paseaba junto al lago
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susurraba canciones con su voz de sirena canciones de bromuro miliciano y tintura de yodo que cantaban recuerdos de un mar helado mar de bálsamo en dos presentaciones untable y comestible con olas de pomadas analgésicas con granitos de litio un alivio empaquetado.
Y yo sentía bajo los rascacielos escuchaba sedantes alivios mentolados alivios del tanto arder de los cirios del crepitar frente a altares vacíos en catedrales señoritas en el crujir musical tristón de las ausencias.
Pero la luz fue maldecida por su brillo y fui ave marina gracia plana gallo militar buitre que me picaba las entrañas ojo de pez plumaje hecho de f lamas ave de fuego. Canto volcánico para hacer arder las madrugadas humo pirotécnico en las barandillas
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fantasma de ceniza en los balcones pajarraco diligente encendedor de nuevos días fuego perpetuo que no apagaba de tu canto las palabras de hielo. Y desde ese balcón fumaba sueños encendía los bordes de cada día veía a las tahonas parir a los hombres de mañana.
Desterrado del mar conscripto del oleaje reo de todos los odios todos los olvidos soy ave demoniaca una condena bípeda una veleta de hojalata el olor de carne humeante brasa epitelial odio que hace arder los ojos transeúntes.
Cantar crujiente de las llamaradas ávida daga cirio de una palidez nocturna solecito buscador y rastrero quemadura pedestre pies ardorosos calzados de harina zapatillas inglesas calcinadas escudo de una aristocracia agonizante una muerte de bolsillo. Música matutina y asesina ojo de reptil ojo de ave O ojo de pez ojo terroríf ico inmóvil
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mueca
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O O
ojo eterno. Ardor redondo que consume a los paseantes Aquiles encendido la eterna búsqueda de Héctor del GRITO.
Toma el plumaje calcinante entre tus dedos con tu mano maternal de amianto prof iláctico ¿no eres acaso diosa solar? ¿No es terroríf ico el poderoso serpentario? Medusa de alabastro tírame al mar arder por siglos es un ritual que fatiga arroja al mar esta piedra de fuego como arrojabas en la antigüedad lanzas de estaño mírame dibujarte un arco amoroso mientras caigo escucha sobre el rezo del mar mi despedida humeante ve la posdata de funerario humo que va al cielo sin riesgo sanitario. Descansaré eternamente bajo el oleaje.
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AMÉRICA DE LA TORRE
El caramujo Imagina el instinto de los f ilos, el asomarse de su brillo omnisciente: ahí a los lados, detrás, hacia todo horizonte plagado de poemas silvestres diciéndole sus aromas, al territorio el conjuro soberano de lo que ha de iniciar; sus sonidos animales –zigzagueantes y f ieles para siempre– imagínalos dando el mayor sí, acompañar y crecer y asomarse el cinturón de atalayas encendidas en la madrugada, y reconquistar el día, a sus hombres. el retraerse del tiempo preciso, su recuperarse en cada emanación y proveer, en la pérdida de cada caña segada, el lapso extenso –demasiado largo– que le toma a la ausencia tumbar diente a diente, temporada a temporada, la escritura benévola, su estado de latitudes diversas, su rostro revolucionario. Cabellera en las sienes de una historia sin fuentes, imagina demasiada muerte aquí, –tan lejos ahí– endulzándote la gran despedida a salpicaduras, con sus brillos en tus planes del mañana –para ellos –los más desprotegidosimagina avanzar y rasgar a cuchillas los sistemas, trazarte Cabrera pedacerías y deshilar las cuerdas de un sólo principio anterior a ser lo ha de –y ser, y sin despojo alguno –porque nada puede nunca con tus movimientos segadores entre el envés de las caras hojarascas, léeme, que te lo deja ahora: esta cuchilla que ha sido de tantos, f inalmente hermano, develó deshechos y empalmaduras, y aún con ella en mano de la historia,–y no en la de estos solitarios cuerpos– hay que imaginarse que no tiene más f ilo, no más estrellas fulgurantes ni sus idas y regresos en la osamenta que dibuja el universo. que andas en la casa de calderas, pero en verdad no estás ahí; que andas en el viaje de otros, en la recuperación de ti mismo y que que humean los las cosas no tiene origen Cabrera, verdes hatos, la casa allá lejos y desaparecen nuestros gritos, las f lamas, y 115
poco a poco, las palabras enormes que nos atan a la mujer, a la casa y los hermanos: Ahí la f icción de lo que se fue a otro lado, los senderos que se alimentan –no del reburujo de las llamas–, sí de la iteración que tienen los af luentes marinos -sin decisiones-, el renacer que se arrastra sobre la arena en una sola nota, y ahí, frente al borde de tu silueta acunada entre la espuma del oleaje, serás testigo de cómo el tiempo soluciona la partitura del día, te encontrarás con el silencio a ojos abiertos, con la impresión acaracolada y majestuosa, la nueva memoria, su peregrinaje hacia un colocamiento, que desde los múltiples ref lejos de un cristal que estalla, y que se incrusta en sus propias sombras –y diluye en sus pupilas la textura de nuestro darnos-cuenta de lo que hay aquí ahora–, si acaso en la longitud inacabable de esa especie de escritura que cada año deviene menos inscripción, más arañazo en las cáscaras rizadas de las cañas- vas a aullar con los frutos que hoy andan ciegos, apaciblemente masticados, y exégeta –la cuadrícula de tu camisa entre las rocas a medio hundir–, sien con sien, vas a déjales la incertidumbre incalculable, poderosa, de volverte con el futuro una partícula, una múltiple renuncia en la des-certeza de esta trama: Hay una cámara sobre otra y otra; un tiempo que desciende y sube y cruza de un caramujo a otro mientras tu tórax henchido desciende, se ancla en la profundidad y aún pulsa al ritmo del mar; van tus pensamientos ahí; ahí tu vestido enredadera en una de las magníf icas vueltas que espiralean; va el ojo izquierdo de tus huesosos días también, el que se ha reconocido a sí mismo incrustado en el movimiento, y ahí en el avanzar, el derroche de lo que nunca se detiene a su lado sigiloso y megapoblado de poemas. Sí, hablo de la mejor donación: des-tiempo a Silvano, pre-tiempo a Santiago como cuando tu solo te vas tras el misterio que dibuja un fragmento del ahora, en una máscara divina que intenta desvelarse desde dentro a sí misma: Imagínate el ojo soberano de los dioses ahí, un prisma inacabable que lo ha absorbido todo, inhalado todo hueco detrás de las cavidades y aún
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con ello, segregando espacio, agujera el axis mundi donde ahí Cabrera te acuclillas y levantas suavemente un caracol anciano acunado entre la tierra: el silencio se arrastra: el hoyo que queda impreso sobre la arena dibuja nuestras boca y en ella lo que ha quedado inconcluso frente a la realidad en el plantío, los restos que aún hablan como un único hombre que avanzara hendiendo la caña y con las cuchillas dibujara una geometría que desde el cielo es el pedacito que dios persigue desde siempre : nostimon emar. Imagina que dios ya se ha hecho adulto y llega el día en que él sea quien enciende la vela, en tanto los hombres compran hilazas de colores y bordan ahí, sahúman y extienden hacia el futuro una manta donde ponen un cuerpo inerte que lo cubre y separa para siempre de lo cotidiano; y luego que queman con aquella f lama el imperio que el ingenio del tiempo ha generado y lo purif ican, así, ahora imaginando que crean el espacio fuera del tiempo y ya sin fronteras, libres, imagina tú, que me enseñas a navegar al costado de un tiempo más de un espacio más, donde los ojos divinos ya no parpadean. Ahí nuestros hijos poderosos insubordinándose a la historia, atando nuestra identidad en un nombre colectivo ahí, de frente, miramos al trapiche esperando los frutos segados, las cañas ahí atadas, anudados los cuerpos, lanzándonos al río la atadura de los años porque en ello va que debíamos dejar ceder los cálculos; toda posibilidad se venga a ser su misterio: Mira cómo se mece y regocija un cardume de torsos maduros –ya se abraza Silvano, Cabrera y Santiago y tomados de la mano –como aquél día lejano en el pequeño embarcadero que ensayaron cientos de veces su salto al estero-, los cuerpos de la cañas se lanzan y se hunden, sólo un momentito, cierran la distancia que hay entre los ciclos de aquí, de allá la vida del trapiche que cumple caramujo tras caramujo, una huella dactilar enarenada, y así, ahí, invencible ceniza del silencio de los dioses, luego de la gran quema.
A M É R I C A D E L A TO R R E
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RUBÉN CHÁVEZ RUIZ ESPARZA
Lluvias I ¡Cómo me persigue! Su dulce encaje, sus hilos que penden y nosotros hojas de té, escurriendo la ventana, en una estampado de cera y perlas. ¡Cómo y con qué seguridad nos roba si estamos muy adentro y ya corremos fuera! ¡Gotas azules y gotas verdes! ¡Redondas lluvias! ¡Tallos nubes y f lores que juegan a ser ligeras! ¡Vamos, música! Me lo canta y ocurre ser la otra acera de la calle y me lo dice y salta de la puerta lo que hablamos y acaba de abrirse y nos besa y hasta cielo arriba de los ojos de todos, nos cantan lluvias. Llueve el haberte conocido, los dedos del niño son estas borrascas, los dedos de las niñas están devueltos a su condición de risas y júbilo. La casa llenada de blandos dibujos es una bandeja que tambalea
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entre las manos, entre el peine que peina la lluvia, entre las sábanas blancas caídas de la mañana. ¡Cómo me parece hasta hechizado! ¡Cómo si es estrecha la escalera donde solo pasa uno y mira que subimos dos! ¿Vienes conmigo en mis brazos? ¿Vienes silenciosa, irresistible, apenas desprendida de mis propios ojos? Adelantas, Corazón, rodeas camino hacia la hora plena, donde puedas contar con la mirada, los hilos de arriba y los hilos abajo de estas velas, los hilos del vapor, los hilos aliento de nuestra nave que es también la costa, el viaje y el destino. ¡La casa mudada a lluvia! ¡Ésta casa! ¡Que cómo ha de perseguirnos! ¡Mira sus ventanas qué abiertas y qué pulgares extendidos y qué son largos sus dedos índices y cómo cabemos los dos en estas anchas palmas! ¡Qué ventanas, Amor, donde atraviesan pájaros y nos cantan y cantamos! ¡Aquí! Es la f lor que acaba de abrirse y entonces coincidimos de un salto. F lores en esta f lor húmeda. ¡F lores y pájaros! ¡Pájaros y cantos! ¡Mira! Es cierto
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que no llueve y sí llovemos.Y hay un tercero aquí que justif ica la certeza. Un otro que es el primero donde tú y donde yo somos un verso sobre aquello. ¡Cómo, si no, es más lustroso y me resbala y juega a caer de los tejados de la espalda y se encharca y toda la habitación es ya un cuadro de acuarela donde una campana, un silbato de tren, y las risas, nos cuentan sus secretos antes de que derrumbe, que pase de pan a cuerpo, del vino a los besos, esta noche sin lluvia y lluviosa por nosotros, noche donde secamos los cabellos, de los ojos de todos. Con quién, con qué. Es hora de soñar la lluvia, llenar la jarras por f in, por bien nuestro, soltar las tres lilas del vaso y dejarlas, sí, derramarse en la mesa, dejar que sean las chispas alegres y posen por turnos a la fotografía de tu sonrisa. ¡Qué viene! ¡Se ancla! Con una enorme L dobla sus trazos y escribe a la luz de los relámpagos: ¡Llueve! ¡Nos llueve! ¿Y cuál sería la diferencia? Si bien vista, más cerca o más lejos, viste igual como hecha a la medida, como de no quejarse
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de haber nacido de ti misma, nube pronunciada y nube que tiene pies sobre la tierra, es nube al que se le aproxima un incendio de socorro, es nube de otra manera en llamas, un susurro de lobo a las ovejas, donde el amor se apuesta mil a uno, y gana, gana siempre. ¡Y con qué! Con decirle No te dignes contestar.Y mejora esas manos por las ganas de levantar el vestido. Y simplemente adivina bajo cuál letra y palabra están huyendo a hurtadillas los malos deseos. Con quién. Con una L reluciente, doble lluvia vista una vez en la vida. Derramada a la luz de los relámpagos. Chispas alegres de sonrisa. Acometer la lluvia y llenarme. Por f in, por bien.
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II El Cielo destella sus hilachas. Acampa gris y violeta. Anchas plumas labradas de luces de todas las aves. Rompe su pecho. Dique roto. Dique de ojos inclinados. Los llorosos sienten su fortuna dilapidada. Nunca así. Es el cuerpo extenuado por donde pasan mil cosas rumbo del mar. Pasan vidas en vida. Pasan mil y queda una. Refugio de jardines. El Cielo se alimenta. Alterna sus dos hileras de dientes. Muele vientos. Arremolina luz y luz y luz.Y luz de nuevo devorada. Diente cada nube. Diente los pechos. Diente falda y diente medias. Diente el rostro y los cabellos. Cielo es un tumulto de banderas desplegadas. Cielo pierde sus pisadas suaves. Echa a correr con la excitación quemándole la cara: ¡Lluvia! ¡Lluvia! El dique roto. El repique roto. Canta el eco largamente guardado. Canta su fuga sobre vías de violines. Sobre aves de rojizos picos. Sobre el vendaval las miles al pasar
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se quedan una.Vida una.Vida el Cielo gris todo estallado.Vaciado todo. De Cielo y gozo. Siempre esta manera de traducir las inútiles y blancas, las desnudas de sabor repentino, las de Ustedes a Nuestras, las no marcadas y las dolorosas de leerse bien, acomodadas a medio camino entre vida y arte, a engaño y apariencia de cuidado. Siempre las oscuras del ombligo sin relieve, del ombligo pintado, como si miniaturas locas de personas locas quisieran, en un puro acto de voluntad, ser de esta manera, acurrucadas entre los dedos también blancos, y también un tanto inútiles. Y a esos dedos.Y esas que no digo. Ocurren a relevo de lilas y rosas, de unas presentidas presencias con nombres esculpidos, centrados en el centro de la boca.Ya no lilas ni rosas. Ya no f lores ni dueñas de f lores.Ya suaves a fuerza de caricias. Punteadas como lápices. Puestas y sobrexpuestas. Blancas sin blanco.
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Las de Ustedes a Nuestras. Familiares de una que fue como la primera palabra. Semejante a una con sabor como a pera, como a lluvia que llega con la cabeza baja, como lluvia sola e imperdible e inadvertida e inmensa y sí, sola, tanto así, aunque venga uniformada de navío, será dicha con otra lengua, siempre traducida a blanca, a desnuda, donde nadie está cubierto.
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III De mi boca tomaba tu boca. De la tarde eras cada una de sus paseantes. Me oigo y no es mi voz.Yo no hablo. Ésta, mi boca equivocada con palabras tuyas, ensaya sumergirse, nadar a escondidas de la gente. A reír de mi defensa que abandona todos los f lancos. Que me saca como a un canario de su jaula. Dice: ¡A volar! ¿Pero cómo volar si no es tomado de tu boca? Un acto exige ser recompensado. Concebido párpados adentro, al ritmo denso de pupilas, en chapoteo de aurora, horadada, hora dada en inhalación como neblina. Las lluvias pasan con el miedo y solo con el miedo permanece su visita ¿Y a quién quejarse? ¿A qué se trepa este aire de orgullo, a dónde colocar la vista? ¿A dónde vas, máscara tan estrecha al rostro? Quédate. Quedan brazos en cruz. Queda cruz para el reposo y brazos de regreso a la tarea de los conjuros. Escribe. La ciudad concebida se prepara, en el fondo tuyo el mío, ahogada
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la gente que desf ila, ahogada en los ladrillos y en la espuma asfaltada.Y aguas ahogadas en párpados adentro.Vagan en lo más duro del principio de jornada. Saben que escampa afuera y cierran un poco ese escape. Lágrima que pudo mantenerse es lágrima que pliega las palabras. Dobla.Y doble lado de los gestos concebido acto de lengua y pupila. Mira. Dice. Al nombrarte su lluvia, no llueve menos.
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RODOLFO MEZA DE LA CRUZ
Fragmentos de El Gólem A Aurora Artemisa Morales Rábago
(Y un agradecimiento enorme a Annie Smith)
I. [“Ella y sus Demonios”, fragmentos] Ella habla dormida con sus demonios, les cura las alas, les sutura su desquebrajado destino; atraviesa los cuarzos para ponerse de pie, mientras se irradia en un coro de silencios, mientras articula letras antiguas con sus movimientos en la cama, ausente, junto a un cuerpo que la sueña...Y se mira a sí misma desde un gato...
II. Felina deambula por los tejados de una ciudad en ruinas, en ruinas inversas, junto al agua que corre todavía por los acueductos, pese a que las bases de sus arcos ya son pedazos de vientos, donde los campanarios f lotan y las yerbas crecen bajo bustos que antes fueron estatuas... Bajo el techo donde ella duerme tan sólo hay dunas, sábanas de polvo que lentamente quito a caricias, hasta bruñir, las tenues venas en su pecho que prodiga una luna roja que late sin sol, sola... 129
III. Ojalá duermas, pese a los yermos muslos que imploran unas notas de lluvia, o al menos lágrimas escritas en alguna lengua huérfana de sol; que duermas junto a mí, aunque ya no abra los ojos, ni aun a voluntad de las navajas...
IV. La mitad de ti es de llamas; la otra, de hondas sombras, y me pierdo en las f iebres de ese suave limbo, en esa cicatriz que junta el cielo que se viene abajo con las nubes de hielo...
V. Tu cuerpo ondula solo como un blues a la orilla del río que lo toma por asalto, por Dios, o por amor o por piedad o qué sé yo... Es el río el que ondula con tu cuerpo...
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VI. ... Pero eres mar, lo sé, porque me hundo y te rompes y me tocas al oído y no he tocado fondo. Y yo soy tan desierto, condenado, tan ebrio de mujer, tan ebrio de esa lluvia secreta en re menor...
VII. Porque me haces romper mi palabra y se hace un grito, el barullo de todos los que he sido, me haces romper en costas y en costillas que me arrancan y que siempre han de ser tú. Y, en f in, me haces romper en lluvia y en botellas, esa costumbre azul y a solas, y olas, de morirme...
RODOLFO MEZA DE LA CRUZ
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FABÍAN MUÑOZ
1:47 a.m. La penumbra de Tijuana es una hiena herida que sangra la frontera, camino por la calle Coahuila, entre charcos que brillan a ratos, y al andar me topa un coyote que ofrece una línea de soda, o crack, o unas niñas, todo en dólar, mientras, las paraditas en el quicio de la noche son el hambre y frío en espera de su cliente. Doy un trago a mi cerveza y la calle es un antro y cada puerta es un table y a unos pasos en el Hong Kong disfruto un paraíso de consumo mínimo.
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Dentro, ellas bailan desnudas sobre la pista, bañadas en crema batida sus lenguas se exploran, y el griterío de gringos que nunca faltan incendian el lugar con las divisas, Ahora una le lame el coño a la morena, el turista se toma la foto instantánea para el recuerdo besándole las tetas a una rubia, Madonna canta algo que no recuerdo y la gringa que bebe a mi lado con sus amigos se desviste para iniciar el mejor trío sobre la pista, doy otro trago a otra cerveza, y pienso, dios, cómo pude perderme de esto antes.
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15/25 En el volante se leía 15/25 y le pregunté qué vende, es 15 bucal y 25 vaginal, yo lo llevo con las minas, dijo. La noche en Corrientes humeaba de verano y el viento moría de gaviotas negras, no lo pensé mucho y asentí. Sígame, y caminamos dos o tres calles y luego a la izquierda, el Obelisco se perdió a lo lejos sin cerveza alguna, y el tipo andaba como quien cree que va a un lugar seguro. Llegamos al f in, el edif icio era un ruinoso pasillo de hospital y entramos.
FABIÁN MUÑOZ
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Ahí estaba una puerta en el noveno piso, ahí una mujer de senos tristes. Quince, preguntó ella, pagué, y sin más, ya éramos la oscura habitación con lucecitas rojas. Abrió mi bragueta y cerré los ojos, mi pene navegaba su boca mis manos en sus cabellos las suyas en mis piernas bajaban y subían despacio hasta trazar mis nalgas sobre el pantalón hasta delinear con su mano suave mi billetera. Abrí los ojos.
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Cerro F lorida Bajo por el Cerro F lorida con el mar en los ojos, navego de infancia enramada en callejones que verdean sus murmullos. Se escucha un trinar de tejados teñidos de cobre por las lluvias.
A lo lejos,
un taller es estruendo de metales y los niños suben el monte sin prisa de regreso a casa. Ahí me veo uniforme azul y la inocencia intacta
FABIÁN MUÑOZ
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con mi tropa de hermanos en la mesa del hogar y una alegre soledad de las cañadas. Voy por callejones que se mezclan con el aroma feroz de los trasatlánticos, y mi voz ya no existe sino un rumor de olas que se rompen sin f in contra estos muros.
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FABIÁN MUÑOZ
ÓSCAR SANTOS
Debajo del trapecio Los demonios se mecen debajo del trapecio. En su madriguera de viento se solazan con los giros del deseo: Una mujer se balancea entre los mรกstiles del barco. Gravita en torno a las llamas y a las velas como quien decide entre ser tormenta o incendio. La nave crepita sobre el mar.
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Hijas Hay un balanceo sutil en las palabras que las novicias dicen. Un deseo no confesado por gritar dentro del templo. Una terrible ansiedad que se encarna cada noche entre los mantos. Estas mujeres no miran a los ojos. Se descuelgan de los más altos éxtasis sagrados cuando un temblor imperceptible las hace gemir cada mañana. Las solitarias acróbatas de Dios alzan el vuelo.
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Navegación Esta es la fascinación del equilibrio. La interminable escena de un giróscopo que lleva a la nave entre los chubascos vespertinos. Las fuerzas del mar concurren sobre el casco. Como el lugar geométrico que atrae sobre sí mismo al peso del océano y sus criaturas. Capitán reposa en el timón.
Ó S C A R S A N TO S
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Amanece Me escuchas con el dolor del polvo que se arroja hacia los vientos errantes mientras comenzamos a poblar nosotros mismos a las naciones del miedo. Otros vienen a hacernos conocer su nombre. A hacernos tomar su cuerpo por los bordes y ascender a la morada del incendio. Asumimos nuestra extraña condición de forasteros mientras la mañana se desteje a solas. Comienzan a caer de sus pedestales nocturnos los últimos sueños de la aurora y descienden las palabras a beber de nuestros cuerpos. Despacio se fundan las primeras estaciones del día.
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(Las fuerzas de defensa de Israel bombardean Líbano) Una abeja se ahoga en mi vaso. En la radio el locutor anuncia que han bombardeado nuevamente un edif icio lleno de civiles. La guerra esparce su enjambre por el aire y otra vez los muertos son los más pobres. Los más pequeños (dice que han encontrado los cadáveres de 45 niños). La abeja que se ahoga en mi vaso se agita levemente. Los ojos azulados del insecto miran en todas direcciones. Derramo el agua en el césped para que el sol seque sus alas.
Ó S C A R S A N TO S
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(Criaturas imperfectas) Ahora que recuerdo el árbol de la infancia tenía siempre algunas ramas secas. No importaba que en marzo de cada año fuera azotado con varas de membrillo o que al llegar la pascua un talador viniera a cortarle las mismas ramas siempre. Al árbol de la infancia [quizás un pino o tal vez una acacia] le crecían de nuevo primero como tallos. Después eran bastones cubiertos por un vello tenue casi un pelaje y que morirían antes de junio. Al jardín lo alfombraban siempre esas vainas pequeñas y curvas que en la araucaria [ese era su nombre] pretenden ser las hojas. Mi madre por las noches acerrojaba bien las puertas. Quería dejar afuera el ruido de las vainas al quebrarse bajo el peso invisible de un porvenir que [ahora lo sabemos] traería pronto la muerte. En la mesa tres tazas vacías. Una silla apenas arrimada al borde y ella de pie [siempre de pie] poniendo algo al fuego [cualquier cosa]. Esto que digo lo veo claramente [sin defecto] en la memoria.Tal vez es el recuerdo que se han inventado los años. Una manera distinta para atar las alas del pájaro cruel que anida en el ventrículo derecho [el del rencor, el de la ira] o un sueño.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
(Escape de Creta) Regreso al principio. Al primer día en el mundo. Y lo que veo es una nube emanando de un pocillo. Y lo que huelo es el té de yerbabuena para el cólico de mi madre. Hay, además, un sonido leve. Un tímido arrullo que proviene de afuera. Yo no lo conozco y sin embargo sé que es el ulular del sol cuando amanece y sólo los oídos más jóvenes pueden escucharlo.Y lo recuerdo todo. No el parto. No la larga noche. Más bien el otro sol y las otras nubes. El calor derritiendo la cera.Y las plumas desprendiéndose.Y el alto oleaje alrededor del risco.
Ó S C A R S A N TO S
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Escuché decir que los mismos vientos que mueven al cosmos son los que me mant ienen f ija al mundo. Que existe algo microscópico que me ha atravesado el cuerpo y me ha dejado clavada para siempre en la infancia. No comprendo eso que dicen. Lo único que sé es que este lugar no deja de crecer y tengo miedo. Miedo de que algún día, al despertar, me vea envuelta en una sábana enorme y mamá no pueda ya encontrarme.
Ainagul Aksuatsky: 6 años, dejó de crecer desde los 3.
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Una aguja. Una hebra. Una mano invisible teje una costura entre tus piernas. Hubo un hijo en tus sueños. Una posibilidad. Una caricia en el rostro del futuro. Hoy crece en ti algo distinto. Algo que también lleva tu sangre pero que habrá de devorarte. La serpiente hace nido en tu cuerpo.
Nastya Eremenko: 7 años, cáncer uterino desde los tres años.
Ó S C A R S A N TO S
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JOSÉ LUIS JUSTES AMADOR
Poemas de San Rafael
I. Nunca juegues ajedrez con una chica que antes haya besado a alguien que no te llega ni a la suela de los zapatos
Sigo a autores como Anscombre, Ducrot, Bajtín y Charaudeau. (Adán Brand) Y la sospecha al menos, de si acaso en el lecho de Proserpina habría de dormirme bien. (Fernando Pessoa) mueves sin prudencia las piezas apuestas por molestar a la dama y cruzas de repente con un alf il el tablero jaque mate como un puñetazo en el pecho literalmente
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II. Y la chica que tan apasionadamente te besaba anoche en los bares al llegar a tu cama se acurruca hasta quedar dormida como una niña pequeña He luchado contra el alba. El alba me ha repelido. (Josep Palau i Fabre) No culpéis a nadie del derrumbamiento del hombre. La entrega estéril de la palabra, don de los antros, cuando la noche. (Pere Gimferrer) buenos días dice el pájaro el taxi también hasta mañana, el deseo
III. Y la curva del sofá me recuerda el modo en que no encajan las cucharas en la cocina o la tristeza del último cigarro sin voltear Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto. (Alejandra Pizarnik) no quiero no quiero no quiero no quiero decías y además es imposible
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
IV. Ayer alguien puso en la rockola de la cantina “We could have danced all night” y, en efecto, podríamos, pero ya no me llamas La kalokagathía, que únicamente se presenta entre los griegos, es un concepto semimoral y semiestético que consiste en una fusión de la belleza y el bien. (Raymond Bayer) «Dosis sola facit venenum»: sólo la dosis hace el veneno. ¿Por qué se ríe usted? (Amélie Nothomb) la noche es un idioma extranjero una colección de dios sabe qué la noche es un teléfono silenciado una conversación siempre aplazada bailan los planetas en su esfera mientras canto como sin mañana la noche esta noche es del color del que pintarán tu reja al producirse el milagro
JOSÉ LUIS JUSTES AMADOR
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V. San Rafael es una muchacha que duerme vestida Lunas, marf iles, instrumentos, rosas, lámparas y la línea de Durero, las nueve cifras y el cambiante cero, debo f ingir que existen esas cosas. (Jorge Luis Borges) que sueña con serpientes y escaleras, con juegos de palabras nuevas y algunas recién aprendidas tan diminuta tan ajena tan frágil tan tú sí, tú tú o
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VI. Este paisaje desolado y lunar solo recuerda que en algún lugar que en cualquier otro lugar debe haber un balcón abierto al valle al este Como buena noticia sobre un corazón triste (Luis Franco) Como el gallo profetiza en las entrañas de la noche la proximidad de la luz (Luis Franco) He envejecido dentro de tus ojos (Antonio Gamoneda) me enseñaste una sola fotografía del lugar ese al que no iré y ya lo echo de menos
JOSÉ LUIS JUSTES AMADOR
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JUAN CARLOS QUIROZ
La hermosa La hermosa ha venido a visitarme. Se ha desabrochado el pantalón y se ha quitado la blusa. Modula el timbre de su voz. Me llama bruto, insolente, me ordena que me meta entre sus piernas. Es la tarde entre las nubes. Es el río turbio. Es la lluvia. Entonces, entre el gemido universal de la carne un ref lejo de esperma se desborda. Es el poderoso vaivén mojando la pulpa deliciosa. Después, una oscura embestida del silencio confabula con el tiempo. El furtivo lenguaje del desprecio se ha apoderado del instante. La bienaventuranza del amor se desvanece. La hermosa me llama bruto, torpe. Se viste, cierra la puerta y se va.
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El poeta de la casa Escribo versos porque en mi casa no me dejan hablar. Por ejemplo, cuando hablo de la rosa, del fuego, o del profundo giro del vuelo de un pájaro, mi sobrina Ana, que tiene el pelo largo y negro y los ojos hermosos, me dice: “¡Tío, ya cállese!” Después, cuando describo la misteriosa profecía de las aguas del mar, mi madre me dice: “¡sh sh sh sh sh...! por favor, mejor deja que hable tu hermano”. O cuando menciono la intensa melodía que gira encima del universo, mi hermano Martín, que le tiene un enorme pavor a los ratones, dice: “¡Ah, ya va a empezar éste con sus tonterías!” Es por eso que escribo versos, porque en mi casa no me dejan hablar. Y aunque los publique, casi nadie los lee.
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Cántica El día que murió Pavarotti, las mujeres tiraron sus prendas al suelo. Desnudaron sus cuerpos al compás del alba. Temblando de rabia, con lágrimas limpias lloraron a la orilla del mundo. Mancillaron el día. Pisotearon la noche. Elevaron plegarias de un viejo misal. El día que murió Pavarotti, todas las mujeres mostraron sus pechos al cielo.
JUAN C ARLOS QUIROZ
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Isaac es bueno en matemáticas Isaac y los numeritos se pelean por la tarde. Para María implica una [tarea difícil. Diez para llegar a cien, cien para llegar a mil. Cien y dos más treinta, treinta menos dos. Dos y dos. El resultado parece sencillo. Y así lo es. Mil para llegar a cien, es igual a Isaac comiendo un helado. Cuatro para llegar a nueve, es igual a Isaac jugando con una pelota. Tres para llegar a cinco, es igual a Isaac creciendo feliz.
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Simona Y te preguntabas Simona cuál era la magia del amor, del instante embravecido en medio de tus piernas. De aquel húmedo silencio teñido en tus labios por el roce de otra lengua. En el Río San Isidro, Simona, sí, en el Río San Isidro buscabas y buscabas. Hincada encima de las yerbas, inclinada con tu cuerpo boca abajo sentías adentro la verdad. Moviéndose tu voz con las ráfagas del viento. Oyéndose tu luz. En el fondo de la tarde, Simona, eras tú misma la pregunta y la respuesta.
JUAN C ARLOS QUIROZ
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Un mundo feliz Esta es la felicidad del hombre. Aldous Huxley
Juan calibre 22 murió a los diecinueve años con una bala incrustada en la parte superior trasera del cráneo, y otras diecisiete más esparcidas por todo el cuerpo. Amó a Lucía madre de Perla, niña de tres años que ya no tiene papá. Juan jamás comprendió por qué su madre murió cuando él era un niño, o por qué su padre nunca lo llamó hijo. Juan calibre 22 jamás entendió, así como tampoco entendió Rosa María de quince años el por qué Juan la violaba. Así como tampoco Doña Patricia comprendió por qué su hijo Pedro moría por una bala de Juan. Y yo me preguntó si en este poema el destino fue justo.
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El relincho Qué patas, qué escamas, qué desastre. Rubén Bonifaz Nuño
Relincho como potro amarrado cuando miro tus piernas. Bramo, gruño. Golpeo la mesa, arrojo la silla y los platos. Camino de un lado hacia otro con una pierna temblando. Brinco como chango sin hembra, maúllo, grazno. Despierto, y aún no amanece.
JUAN C ARLOS QUIROZ
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XIV Aquí entró una mujer jamás supo cómo salir
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Concédeme Señor el miedo y la discordia haz de mi nombre un salterio purif ica estos ojos estas líneas que arden en la tinta Señor déjame hundido en esta imagen terrestre que mi deseo por la ansiedad sea una cuerda colgando un ave un trazo que sea el más incandescente
de todos los ref lejos
JUAN C ARLOS QUIROZ
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SOFÍA RAMÍREZ
Ave y nada (Nuestros últimos padres) Pero ya aquí, donde aún cantan los grillos, cuánto silencio bajo esta luna. Umberto Saba
Ella Sobre los huesos de los muertos Ella fue creciendo, sin ninguna rosa que sentir, sin ningún recuerdo que contar. Caminó cultivando sus lágrimas en el desierto y buscando la luz sin estrellas. Un día cayó sobre el lodo y no pudo volver. Su cuerpo se inundó de mar, su rostro se manchó de incienso y velas. En sus piernas hay un siglo de maldiciones y su pecho abriga la traición del viento. La tierra le prestó un nombre, y el fuego, sus ojos.
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Cada amanecer Como un pequeño ángel, Ella recoge la lluvia con su túnica y desenvaina su espada destructora cada amanecer. Sigue el silencio de la luna y los grillos anuncian que Él está cerca.
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Él Cuando Él escuchó el canto de la alondra supo que Ella había llegado. No la conocía, jamás la había visto, pero en los libros de sus ancestros se dibujaba su rostro. La esperaba como el necio espera el crepúsculo, sin moverse, sin tocar siquiera el agua. Sabía que se reconocerían como en el espejo y se sentía cobarde con esas manos heridas y ese sabor a tierra seca en la lengua. Así la esperaba, como quien espera el río que no conoció la arena.
SOFÍA RAMÍREZ
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Ella y Él Ella parecía tener árboles plantados en los pies y lamentaba esa tonta manera de ir creciendo. Él tenía dos alas enormes que no sabía utilizar. Ella era una dulce alma de ojos azules y manos tibias. Él no creía, por eso vivía acosado por el movimiento de los peces en su cuerpo. Ella hubiera querido entregarle sus ojos y salvarlo.
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Los pájaros Ningún pájaro encontró refugio en sus entrañas y Ella maldijo una y mil veces al dios que moría en los inviernos. Algún día el cielo negaría el secreto.
SOFÍA RAMÍREZ
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Él y Ella Él sembraba rosas y Ella paría una tormenta en sus cabellos. Él dibujaba lunas cada noche en su cuerpo y Ella borraba el día con esas lunas y sueños. Nunca hubo más tristeza en noches tibias y días soleados. Había muertos en el fondo de la tierra que pedían ser arrojados al mar. Entonces Ella era agua y Él se confundía con las piedras.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Los niños del atardecer Llovía y los niños del atardecer se refugiaban en el hueco de sus faldas. Ella los dejaba buscar secretos en su cintura mientras lloraba el olvido de sus padres. Entonces cada niño gritaba “Muerte” y Ella bailaba y bailaba pidiendo un perdón inmerecido. Él resurgía de entre las piedras ahuyentando la f iesta y Ella caía herida de gozo. Estaba rodeada de grillos.
SOFÍA RAMÍREZ
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Los niños y los muertos Hay un espejo entre las sábanas que recupera los sueños de los niños. Ella descubrió que podía morir cada otoño y esconderse entre el cementerio y el bosque. Él le prohibió jugar y los niños huyeron una vez más dejando atrapados cientos de grillos. El viento encontró una mujer arrodillada, lejos de su casa y del bosque.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
El f in Ella creyó que su casa estaba entre los muertos. Ella sabía que era hermosa y dejó que sus manos la tocaran. Y los muertos saborearon sus manzanas secas y bañaron su musgo que f lorecía. El rocío refrescó su azul desnudez y Él adivinó que no fue suf iciente la leña y el fuego.
SOFÍA RAMÍREZ
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PATRICIA ORTIZ LOZANO
Poema del libro Sitio de sombra (1997) Esta es mi casa. Ahora llueve. Llegan a mí los sonidos distantes, el olor a viento que es difícil de encontrar. Afuera llueve, veo pasar mil pájaros con un rostro de lejanas rutas, al pasto teñirse de luces y a mi imagen corriendo y ocultándose. El cuaderno es agua. No intento escribir sobre la lluvia, es sólo que la lluvia me conmueve, que miro desde arriba y siento que caigo desde mi propio cuerpo. Nadie escucha. Adentro me esperan mis historias, a través del cristal el cielo ríe.
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Un río corre hasta volverse eco, mis ojos parecen contemplar el mismo punto, desparezco mientras la noche es un grito en el oído. El cielo palidece, se deja ver la lluvia. Estoy suspendida, mirando, durmiendo, un ave me asusta, escribía algo que ahora no recuerdo, algo incierto sobre la lluvia y su manto de arena y sus doce ojos y la ciudad que la atormenta, conversaba de la lluvia y de su cementerio pálido, de la lluvia que ahora no recuerdo, que sólo fue un solo presagio, de la lluvia.
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Poema del libro El otro mar (1998) Entonces el fuego se proclamó vencido. En su lengua ref lejó los secretos de los peces que en el tiempo de las aguas se volvieron uno. Proyecta tu rostro, sumérgete en la piel del mundo, toma cada parte, olvida, olvídame, tú sabes los secretos de mi nombre, vuelve a mí tus ojos de fuego, tu lengua de sal que fue mi cuerpo. No seas la herida. No la sangre que ahora tengo. Entonces el pez abrió mis ojos y proclamó su primera victoria sobre el fuego.
PAT R I C I A O R T I Z L O Z A N O
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Poema del libro Casa de lluvia (1998) Hay una casa que siempre está vacía. Tiene un silencio que cae por sus ventanas y es el dolor quien lo descubre en los rincones y pinta los muros con su lengua de miedo. Por eso quienes caminamos por las noches encontramos bocas en jarrones y en lámparas. Dejamos nuestra piel en los espejos, comemos luz, siempre en busca de puertas. Sin despedida colgamos la retina en la escalera, para volver al silencio que fue nuestro antes de habitar en esta casa.
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Poema del libro Memoria de la huida (2009) A los cobardes que no tienen ojos a los que esperan una vida para sentir un cuerpo a los que nunca han probado la savia del amor y su región oculta. A los que tienen la sangre erosionada y sobre lechos apagados escupen su manif iesto último. A esos que no han visto por mis córneas y que tal vez no saben de la sed y de los ríos que me colman cuando mi silueta oculta los destinos de aquellos que levitan y que lloran en el delirio primero de su origen.
PAT R I C I A O R T I Z L O Z A N O
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Poema del libro Memoria de la huida (2009) Desde que la quietud lanza sus redes de arena, desde la densidad que nos hace sordos, tiramos al abismo nuestras ropas falsas, para quedar asĂ, para tocar de nuevo y devolver la piel. Ahora ya no queda de nosotros sino la carne envuelta, sino las aguas mansas y su legiĂłn de espectros, sino la sangre que se derrama sola y se disuelve entre los labios.
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Estratega del olvido (2009) Esperar sentada las se帽ales y saber que de nada se tuvo la esperanza que nunca surgi贸 lo que se fue gestando, sin posibilidad de ponerse de lado frente al viento para sentir su bofetada mortal y soltar el rumor que inunde cada esquina y de nuevo la bofetada sorda que no duele pero lanza la pizca de fe que nos conmueve y nos vuelve estrategas del olvido.
PAT R I C I A O R T I Z L O Z A N O
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Árbol de sangre (2012) Yo buscaba un árbol con la silueta de tu sombra que pudiera ver desde mi ventana y alojara a los pájaros del sueño. Hay un árbol de sangre que custodia mi casa. Esta mañana llegó un viento fuerte sin forma ni medida un viento inesperado que destrozó el árbol partió sus ramas y penetró sus hojas. Fue una ráfaga violenta que trajo a casa tu aliento destructor. Nunca quisiste al árbol no cuidaste de él ni de la casa fuiste un soplo brutal que dejaba todo en ruinas. De furia era tu paso pero luego un día cualquiera dejaste todo y te marchaste
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
feroz, como ese viento partiendo todo rompiendo cada cosa trozĂĄndome en medio del jardĂn como al ĂĄrbol de sangre.
PAT R I C I A O R T I Z L O Z A N O
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LILIANA RAMÍREZ
Tonanzi Tlali Haz brotar en el pรกramo yermo de mi alma las rosas del milagro.
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Lilith Debe haber otro modo… Otro modo de ser humano y libre. Rosario Castellanos
Escucho tu llamado tenaz en la boca del viento. Romperé la envoltura que me asf ixia y me revelaré luna de fuego redonda que f lorece en la entraña materna de la noche.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
Un abrazo Acudo puntual a sentir en tu pecho un latido de agua, un tambor subterráneo que ilumina la tarde. Te rodeo con mis brazos como a un árbol sereno. Y sé bien que si cierro los ojos un azul inf inito me envolverá despacio y me disolveré en tu cielo como nube gozosa.
LILIANA RAMÍREZ
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CLAUDIA SANTA-ANA
Hallamos la sed del verano al f inal de su nombre. Un desierto atado a los hombros como un fajo de caminos desenraizados. La tarde nos otorga una moneda que frota en su mano y recogemos la ración de una ruta nueva. Sólo el mástil más humeante nos dirige sobre el equilibrio imposible de una cuerda sostenida entre las horas. Los vientos dominantes, eso somos.
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I: El muelle La noche corre cubierta de hojas. Tengo en los párpados el oleaje pálido de una barca oscilante. La lluvia punza en la luz fría en que he nacido. De ella he hablado antes: de las sustancias que el dolor anima entre bestias apacibles a merced de la niebla. Niños dejan la embarcación con ojos devorados. Caminan sobre la arena. He tenido que ocultarme. Oler mi propio acíbar bajo la madera. Encorvarme como una rama cubierta de hojas agitadas.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
La alfarera Ha venido la infancia a sentarse a la mesa. La he visto comer pan y deshacer un terr贸n de az煤car. Sus ojos brillan donde el vino ennegrece. En las manos sobre la madera se oscurece el barro: su rostro peque帽o gira en la primera esfera. Me observa tras una lluvia c贸ncava y breve.
C L A U D I A S A N TA - A N A
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Geología Poco sé de la niña que salta de charco en charco y levanta la lluvia sin romper su imagen. Su luz como un grano de sal en la tierra oscurecida queda.
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La fronda He sido nativa de la noche, fuego oscuro gravitante. En cavado en mi propia sombra: al amanecer se arrojarรกn en ella los pรกjaros.
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N Dice el más anciano de aquellos que ha estado en las constelaciones del Norte, que los rostros de los niños son cisnes en un lago varios grados bajo el cero. Una marcha se escucha bajo la estación inerte, de cada hombro pende la tarde como horqueta de hierro. Los territorios están sitiados: la noche es la raíz más antigua del invierno.
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ARLETTE LUÉVANO
Postales I La alegría es una cosa pequeña: una f lor en el cabello, la posesión de una llave, una roja línea dibujada en el rostro. Y más pequeña y refulgente cuando sucede a pesar de las ramas secas de los árboles inclinadas por el fuego del poniente, de las aves azules que no encuentran dónde descansar en los invernales cuencos de la noche.
II Porque mis piernas son de espuma puedo descansar sobre el mar. Sueño con las caricias del gigante triste y sucede que mi cuerpo se balancea y se humedece. Sueño con el vuelo de gaviotas envejecidas y mis brazos se dejan guiar por el viento en un viaje donde podría cantar una canción dulce que aprendí en la infancia.
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III Tiene debilidad la belleza por esconderse en los surcos de las manos. Se acurruca ahí, se pone de cabeza, desciende, se concentra, parece un pequeño animal rosado. Quien no mira a la belleza, quien no la siente, quien no quiere conocerla, corre el riego de estrujarla como se estruja una hoja y perderla para siempre sin haberla liberado, hecho crecer, ver cómo con el agua se agiganta y te envuelve, cariñosa, cómo te besa con su lengua suave. Pero puede, sí, descubrir un día cualquiera que entre los pliegues de su mano está el rastro de una estrella y se quedará la noche entera contemplándolo. Es una luz cruel que le dirá que jamás podrá conocer lo que no sabe que perdió.
IV Yo dormía con mi hermana. Atravesamos la oscuridad tomadas de la mano. Escuché muchas veces su llanto y ella el mío. La cobijé muchas veces y me quedé en vela para que los monstruos no la alcanzaran.
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Ella me miró abrir los ojos a mitad del sueño y, sin embargo, seguir soñando. Me escuchó hablar de viajes y abalorios sin que yo misma supiera cuáles eran mis palabras. Nos acompañamos, en f in, y conocimos a esa otra que cada una es y una misma no conoce. Pero yo me quedé en la noche, sola y con insomnio, mientras ella se elevó como un ángel hacia la luz.
A R L E T T E L U É VA N O
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Composición para cuerpo inmóvil (fragmentos) I Los ojos son la celda de mi voz confusa asf ixia la luz un recuerdo que hiere un accidente una provocación Es en la batalla contra mis párpados impedidos donde logro ver que aún tengo rostro manos raíces la inútil razón de la existencia II Mi boca es un tajo impreciso un sendero yermo la eternidad medida por segundos Nada entra ni sale ya de mi boca sólo pueden contemplarse en ella fantasmas pétreos y ensombrecidos doliéndose en silencio
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III Mi cabello es el cadáver de la infancia que no tuve breve dorado juega libre siempre con una sonrisa dibujada apenas lejana al regocijo IV Mi espalda es la oscilación del invierno estalactitas unen cada espacio de la vértebra cuando se consolidan soy columna sin equilibrio al centro un negro sol congelado me inclina agudamente visto desde la obsesión es la mano de un muerto apoyada contra mí no la consolación sino el mandato de ir en busca de la tumba V Tengo verde el corazón una herida anciana resignada a no sanar
A R L E T T E L U É VA N O
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VI Mis manos forman huecos donde efímeros jardines provocan temor a la belleza VII Hay niebla en mis rodillas un cansancio elemental de ave migratoria obligada al sedentarismo VIII Quería decir que mi voz es la misma yedra que colma tu casa de calor la que da movimientos a las fotografías del álbum de la abuela quería decir que mi voz y ella se volcó líquida precipitada hacia la contracción de mi sexo en una incertidumbre solitaria
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IX Suelo ser un hombre apagado cuando no una mujer leve en implosión Tengo la marca de haber conocido el amor un lunar azul y bajo el resguardo de las entretelas una víscera oscura palpitante reposa con el ritmo escalonado y la voz aguda de quienes extrañan al mar
La ausencia de las olas rompe en mi frente X No se llora jamás en este cuerpo hay rumores y quejidos vidrieras en la piel espasmos pero no se llora jamás aunque en ocasiones los huesos se estremecen en concordancia con la escala menor de un saxo triste
A R L E T T E L U É VA N O
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XI El abandono nace en las hojas desprendidas que nadie derrota en el círculo que no se estremece cuando avanza en el lamento sin sentido en la palabra que se escupe después de la lluvia en la locura contenida el abandono es un animal doméstico que duerme siempre bajo nuestro brazo y ronronea feroz ante el espejo donde encuentra su imagen con colmillos canta el abandono cuando nadie escucha y un pequeño derrumbe ocurre y no se nota sino al tropezar por ir de prisa para atender la puerta a la que el visitante llama ay de aquél que se resigna a su abandono porque entonces dignamente se marcha dejando sus apariciones vacías incrustadas en la niebla del camino
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s í a
XII Un resplandor mi casa el dolor aséptico que resiste al huracán la plegaria atendida el nido en el que quisiera morir
XIII De preguntas se forma el puente hacia el espejo quién dónde un porqué mil veces repetido dolorosamente viciado
A R L E T T E L U É VA N O
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PALOMA MORA
Última canción del ciego I Él es polvo para nosotros. Es hojarasca. Es casi nada. Sus pies apenas imaginan el suelo. Es sólo aroma. Su boca erosionada se af ina, no es aire sino luz lo que se anida en su cuerpo, –piedra viva, ojos muertos, manos propias del calvario– y por unos segundos hubo canto. Un poco de esa luz llega a mis ojos, –que no al oído sordo para la muerte– lo veo tomado de un árbol que piadoso lo arrulla. Se va la voz entre sus hojas.
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II Los ciegos conocen el destino, han tocado las calles que nosotros s贸lo imaginamos. No los veo, su piel de piedra se confunde con los muros mientras camino sobre ellos. Huelen mi prisa, mis pasos en el camino confuso que huyen del laberinto, puedo sentir su aliento cuando me encuentro con la sombra que escapa de sus cuerpos.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s 铆 a
III Es polvo para nosotros, un grano mås de polvo depositado, como si nada, en la piedra de un edif icio antiguo. Hojarasca de los årboles viejos aferrada a la humedad del suelo y sus insectos. Es apenas un gesto, una mano que no alcanza a llegar, un pozo seco de voz donde se ocultan las polillas de la luz temerosas al sol.
PA L O M A M O R A
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Espejos 1. El dolor aparta las caricias por la tarde, ignoras al sudor que me llama ansioso, moribundo. Todo nos cubre: los zapatos, las sĂĄbanas, el agua, la risa.
Intento no mirar en el abismo, me disfrazo, soy otra. Soy la que va junto a ti en las avenidas sonriente mirando por los cristales, silencio tu voz, pero busco el refugio de tu brazo.
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C O N TO R N O D E L F U E G O, p o e s Ă a
2. La casa tiene dos lados y una puerta que nos conduce a ellos. Afuera somos la imagen, la proyección de quince minutos pensando en el tacón delgado o las botas de piel; de las tardes del domingo que dedicamos a doblar camisas como regalos; de las mañanas de cuchillos y fuego replicando la receta gourmet de moda en el club. Y después de todas esas tareas, dormir para que al día siguiente no se delaten las noches en cama, que no se sepan el secreto, la oscuridad y el silencio. La casa tiene dos lados y una puerta que nos conduce a ellos. Dentro somos un cuerpo, la obra maestra tallada por años con el ir y venir de la luna; suavizadas sus curvas con caricias hasta obtener el calor y la textura justos para entregarnos a otro cuerpo; al que desde niñas soñamos abordar, como si se tratara de un lugar nuevo, de una casa para mudar nuestros deseos.
PA L O M A M O R A
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3. Cielo azul, tercer piso, 6:30 am aparece mi imagen en el espejo es la primera, no del día, de todos los días me sorprendí así, mirándome a los ojos y estaba sorprendida como si acabara de escuchar algo terrible el secreto salido de mi voz No tendría que despertar, y desde entonces mi imagen me vigila me sigue a todas partes. A veces la encuentro mirándome de reojo en las vitrinas quiere asegurarse de mi discreción y en las noches siento su cabeza reposar debajo de mi almohada, su ritmo contrario al mío, su respiración pequeña, la humedad de su boca. Otros días estamos tan cercanas oliendo al mismo perfume con los gestos imitados, al compás nadie puede notar que somos dos, nadie nota la inversión de los gestos, de las virtudes.
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PA L O M A M O R A
ÍA NAVARRO
Paseo en bicicleta Te había encontrado en no sé dónde en la boca tibia de gente reunida con la sangre hervida, un poco el frío un poco la puta vida puta, como siempre con el hambre de ganas a todos ratos. Ese rato estabas tú y no conversamos rodamos en tu bicicleta porque era de noche porque yo seguía el rumor caliente, por aquello. Tú tenías veintitantos: dos bocas emparadas a callejón cerrado una era la mía. Yo quería retozar con alguien andar sola muy acompañada por mi pálida vaina, la pobre. Me mojaste sobre ruedas y me pudiste llevar a dónde sea. Así que lo hiciste. Me metiste del camino a rieles con oliva en la piel untaste tus puntas y tus huesos mis dientes, mi mala úlcera, mis nalgas, te abriste despacio, caíste, dormiste, busqué bajo tu cama una excusa de huida y me quedé porque encontré más untos desvalijados como el mío muy solo, muy yo para no despabilarme. Te quise querer, te quise despertar con otro rato y esperé la mañana. Nos mal viciamos la congoja girando luego, no supe tu nombre. 217
Quid Se vacía el sol en el lomo de la sábana sobre la cueva f laca del hueco oreado que hacen las bocas. Tú miras las arañas. La silla se arruga tras la puerta y el patio rellena la tarde con sus ecos de avenida que nos patinan por el techo. Yo veo tu codo apuntalado recogiéndote la nuca. Mis zapatos se han quedado tiesos bajo la cama. No consigo saber la hora, sólo sé el parpadeo de las doce cada segundo. Y de todos modos y aunque me dilate entre tanto espacio detenido estiro la piel sobre tu ovillo y el manojo de entrañas mordidas aunque sea así y me dé miedo quedarme recluida en tu delirio de cosas parcas, te abrazo tupido de ti mismo Yo, bebida en gente a portón abierto de ropa limpia con piernas justas.
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Poema de amor Amor, que no dueles amor. Que llegas de primavera en verano y oscureces al sol cuando asalta con rabia sobre los besos. Del día desatas las horas en cáñamo fértil y nos tejes a zamarras juntas. Del sudor urdido a pausas salivas perlas que resbalan hasta el desvelo. Entonces, quédate. Si no la piel se curte si no los nudos se pudren juntos y la hiel yerma.
Í A N AVA R R O
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La piel Antes era así, cuando tu olvido o tu regreso se lavaban de agua y a galope y la piel bien valía la pena, aguazar los cuerpos tendidos a media cama, con media vida. Te lustraba las rodillas en los cantos de mis piernas y seguía creyendo. Después viniste para siempre en sentencia de amasijo de brazos por la noche que despiertan juntos todavía en la mañana y siguen con el día en cada uno a cada rato. Y la vida se me hizo ombligo junto a tus poquitos años. Muchos que sólo estoy esperando que la piel no amasa tan temprano.
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Poema Lamer, lamer como lagarto seco alrededor de su cintura. Cogerla de los tobillos y alzar manijas blandas, hacerla péndulo diminuto, dibujar sus gestos con vaivenes, gozar sus ruidos. Sentir sus nalgas redondas abrazando los testículos. Ella pequeña, batida en esta cama que nunca tiene sentido.
Í A N AVA R R O
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Te recupero en dos momentos i. La ciudad no es fácil estás tú, de nuevo y viejo al canto de una mordida. Estás bajo las suelas o en los dobladillos de bares y casas poco ilustres. Atiendes ahí a la f laqueza de los huesos al otoño que llega a la noche que jode a tiro de asfalto seco y aburre tanto con su planicie sin amor que casi me dan ganas de quererte. ii. Recuerdo el desvarío pero tu mano hurgando es nueva o la había olvidado.
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Í A N AVA R R O
YADIRA CUÉLLAR MIRANDA
Donde no hay mar Un día cercano a las aguas navegantes, la blancura del algodón es bendecida por el monzón de verano, pero, desde el otro lado de las aguas, aquí donde no hay mar, las acequias sepultadas un día. Ciudad f laca sin caminos ni navíos, ni algodón bendecido, ciudad sin monzón, ni vahos animales que anuncien el alba. Ésta, ciudad sin ecuador, un espejismo trazado. Ésta, ciudad donde no hay mar para morir.
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Gorriones Mi vientre sabe más que mi corazón, mi corazón detenido aún. Vientre que sabe ya del olvido, y tiembla, y cruje mientras el corazón sigue mudo, ensanchándose. Vientre fracturado. Entonces la ciudad amanece punteada de gorriones para los paseantes, los que miran a veces, pocas veces desde las ventanas, y sonríen. Las piedras claveteadas de plumas desechadas, negras, erguidas, recuerdan este vientre amanecido a solas. La ciudad amanece punteada de gorriones, el vientre, abandonado.
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Exilio Para este viento de la mañana, a unas cuantas horas del recuerdo precipitado, me ofrezco tibia y melancólica. Me ofrezco acompañada de la sombra diluida, de la jacaranda y sus bocas, del remolino de voces que camina a mi costado. Para este viento de la mañana, las aguas añejas de la casa perdida –aquella de caminos olorosos, de costra infantil y ese murmullo paternal repartido en las memorias– reconocen el palmo arenoso, la caída, el f ilo de la lengua, la esquirla de este viento que regresa, siempre, memorioso.
YA D I R A C U É L L A R M I R A N D A
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NANCY GARCÍA GALLEGOS
El loco Nosotros los prometidos a la verdad abrimos la boca para tragar abismos. Él, el loco, el suelto, el de los ojos color de lirio nos mira con ternura selvática teje distancia muda. En algún sitio de sí mismo alguien canta fuera del abismo.
ínf ima y yo ansiaba convertirme en un punto cualquiera del universo ser nombrada desde el borde de la sutil discreción de lo efímero reducir la existencia a un puñado de inútiles enmiendas del mismo error caía de mis miembros como prenda demasiado crecida para el cuerpo me daba la gana escupir los f ilamentos de la angustia hasta dejar la boca [seca
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male volus mirada contingente ensaya blando rasguĂąo sobre la carne tacta que vocifera de animal memoria
olvidante enraizado a un costillar de arena
el paladar seco olvida pronunciar la carencia
insomne avanza los pĂĄrpados esos desiertos mutilados
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sospecha:
sólo las palabras dan fe y no son mías
NANCY GARCÍA GALLEGOS
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ILSE DÍAZ MÁRQUEZ
La cruzada de los niños En altamar, se reventaban las venas gruesas de los marineros cuando los barcos ya no eran sino aviones de Barcelona a Perú. “¡Ya no queremos volver!”, gritaban los niños por las esquinas mientras llevaban en los tobillos las lágrimas de los conejos. “¡No volveremos jamás!” Y la virgen no se parecía a la de otra Edad aunque la cruzada era la misma y los niños caminaban siguiendo el rastro de las palomas. Uno se detuvo fuera de una casa: gritó a ver si la mujer asomaba la cabeza pero se oyó solamente el crujido profundo de la soledad de los cuartos. Era que ya todos se habían marchado y caminaban en sentido contrario con los zapatos puestos; no como los niños y su desnudez descalza en las túnicas blancas y en los cabellos largos.
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Sólo si alcanzaba a ver las puertas de la ciudad –gran paraíso– terminaría el viaje y podrían entonces arrojarse al mar desde un avión para ver a los marineros desangrarse. Era nada más que el camino se hacía más largo y los soles sonreían más y las estrellas menos. Por eso nunca llegaban gritando que ya jamás iban a volver. Los padres dejaban de levantarse por las noches como lo hacían al principio a llamar Juan, Ana, Santiago. Era que ya los habían olvidado como se olvida a los canarios cuando no tienen nombre o siempre, aunque lo tengan. A una niña el viento arrancó la uña del dedo pequeño de la mano izquierda. Ahí fue cuando todos supieron que no existía nunca el llegar y se acostaron sobre la tierra.
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Escucharon pasar a su lado los tanques por el camino, escucharon estallar las bombas y sintieron su resplandor en las mejillas. Aun así nadie se levantó, nadie quiso llamar una vez más al hermanito menor que se quedaba atrás escupiendo lagartijas amarillas. “Oh, miedo, miedo alegre de los huesos, de los cementerios y de las canciones”, cantó entonces el mayor, “acompáñanos ahora antes de que las piernas se queden pegadas a las caderas y no podamos seguir”. Los marineros se desangraron y el miedo no llegó nunca. No habló ningún otro niño: la santidad se les había metido en las gargantas. La cruzada terminó; ahora duermen, hacen el amor de vez en cuando y después duermen.
ÍLSE DÍAZ MÁRQUEZ
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Sueñan que son marineros que vuelan o que fabrican esferas, que juegan, que nunca llegan, que siempre, y casi nadie los ve. “¡Mírenos! llevamos siglos aquí, esperando una guerra santa en que los estandartes rían con los puños abiertos”. “¡Mírenos! ya podemos ir también en avión o tirar bolsas de papel a los tiburones en las peceras”. Acuario maple, limón marítimo de los niños, león corto de las estampas: nunca desampares a los inocentes, a los que recorren los caminos buscándote. No los dejes solos. Búscalos, hállalos. La noche tierna del bosque a veces les da miedo.
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Pequeña muerte I Porque concebí la idea de mi muerte bajo mis muslos y soy siempre la misma. No bailaré otra cosa que no sea el sonido del instante primero en que brotaron la sangre y los torrentes. Ya solamente puedo andar descalza, ahí donde las Furias me enseñaron que existe el círculo, y los ruidos quedan sepultados bajos los ecos del árbol, donde mis huesos serán arrojados cuando deje de estar única y múltiple para disolverme en el éter. No asustarán ya a nadie mis plantas sangrantes, mis dedos largos ni las rodillas de sal peladas por el paso de los vientos. A nadie podré llamar por su nombre y el abrazo último permanecerá inmóvil, sujeto por los hilos doblemente vivos de la araña que teje siempre lo que viene.
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II Viernes: conversa, f iesta hasta el amanecer. Tengo sólo las palabras que pones sobre mis pechos. A veces bebemos tanto y entonces recordamos en instantes luminosos que nuestras venas están hechas de un tejido frágil, que tomamos la pluma justamente, imperativamente, para cubrir los huecos de los muertos. A veces, cuando camino por la ciudad se me olvida que eres uno y yo soy otra, que estamos aquí al azar avanzando a caricias como los ciegos por entre los días, las circunstancias, y los cuerpos.
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Sitio Todo sucede en la hondura, los humores se alteran, se pudren los órganos y lo vital se vuelve las piedras, los cueros hervidos, las puertas de madera y el árbol en medio de la plaza: arbol infértil. Las lagañas de las mujeres se acumulan en los establos. Todos gritan. Yo también estoy allí, como ellos, amo amamos escuchar las voces de los muertos porque quisiéramos volver a verlos. Todo es común, pues no hay nada y la peste es nueva cada día; ÍLSE DÍAZ MÁRQUEZ
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tiene cara de hombre o de niño. Los locos caminan en triángulos, son sólo ellos los que gritan, los que de verdad siguen buscando materia, tejido, pústulas y pus. Los otros somos casi transparentes de las manos hacia adentro. Hemos abandonado el deseo, los sacrif icios de carne y nos mantenemos mudos mudos ya siempre, en la hondura.
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ÍLSE DÍAZ MÁRQUEZ
FICHAS DE AUTOR
Desiderio Macías Silva (Aguascalientes, 1922). Poeta. Estudió Medicina en la unam y durante su estancia en la Ciudad de México, participó en asociaciones culturales y publicó poesía en diversas revistas. En Aguascalientes participó con el grupo "Paralelo" y llegó a recibir el primer lugar de los Juegos Florales de su ciudad, premio que recibió nuevamente en 1972, cuando éste ya se había convertido en el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, por el libro Ascuario. El poema que aparece en esta antología es del libro Pentagrazul, del poemario “Ascuario”, (uaa, 1989). Dolores Castro (Aguascalientes, 1923). Poeta. Licenciada en Derecho y maestra en Literatura Española. Se ha desempeñado como profesora en la Universidad Iberoamericana y la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Fue fundadora de Radio unam y fungió como jefa de redacción de las revistas Barcos de papel y Poesía de América. Entre sus libros se encuentran: El corazón transf igurado (1949); Cantares de vela (1960); Qué es lo vivido (1980), con el que obtuvo el Premio de Poesía de Sinaloa, entre otros. El poema de esta antología aparece en “Cantares de vela”, recopilado en Dolores Castro, Obras completas (ica, 1996). Víctor Sandoval (Aguascalientes, 1929). Poeta, promotor cultural. Tuvo una incansable labor en el ámbito cultural como funcionario de instancias de orden municipal, estatal y federal, como inba, ica e imac. Fue Miembro Correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y Miembro del Seminario de Cultura Mexicana. Entre los reconocimientos que recibió se encuentran el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde por el conjunto de su obra poética y la Medalla “Xavier Villaurrutia”. Algunos de sus poemarios son El viento norte (1959), El veterano de guerra (1967), Para empezar el día (1974), Fraguas (1991), Poesía reunida (2008). El poema aquí presentado es del libro Para empezar el día (Joaquín Mortiz, 1974). Salvador Gallardo Topete, el hijo (Aguascalientes, 1933). Poeta, narrador. licenciado en Derecho por la unam. Fundó el periódico literario El hombre búho. Fue miembro fundador de la Asociación Cultural de Aguascalientes y colaborador permanente de la Revista Cultural aca; así como del grupo “Paralelo”, y de la publicación del mismo nombre. Entre sus libros de poesía se encuentran: Caín y Abel (Paralelo, 1960) Raíces (Paralelo, 1963); de prosa, sus 243
cuentos Un día de estos, (ica, 2001); la novela El investigador córvido (Seminario de Cultura Mexicana, 2003), el libro de relatos Estancias del sueño (uaa- Ediciones sin nombre, 2010). En la actualidad es profesor investigador de la uaa, y miembro del Consejo Editorial de la revista Tierra baldía de esa institución. Eduardo López Hernández (Aguascalientes, 1950). Poeta y narrador. Es Lic. en Letras Hispánicas por la unam.Tiene Maestría en Investigación en Ciencias Sociales y Humanísticas por la uaa, con especialidad en Hermenéutica de la poesía. En 1987 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Joven “Salvador Gallardo Dávalos” en el género narrativa por el libro Horizontes elípticos. Ha publicado, entre otros: en dramaturgia Numa y otros ensueños (ica, 1998); la novela Camila, la rescatada (uaa-Plaza y Valdés, 2000); los cuentos Nostalgias del Vellocino, (ica, 1999); y el poemario Lujurias y constelaciones (Azafrán y Cinabrio, 2007). Es editor de la revista de literatura Tierra baldía de la uaa. José de Jesús Lara Huerta (Aguascalientes, 1954). Poeta. Licenciado en Salud Pública por la uaa. Fue un activo participante del taller literario del Mtro. Miguel Donoso Pareja. Obtuvo el segundo lugar en Los Juegos Florales Nacionales de Lagos de Moreno en 1976. Sus poemas han aparecido en diversas publicaciones y antología como las revistas Tierra Adentro,Talleres, Aguacero. Entre las antologías en las que ha participado se encuentran: Poesía Joven de México, premio Lagos de Moreno (unam-inba, 1981); Tarea poética (Ediciones Tierra Adentro, 1980); Escándalo de agua (Congreso del Estado de Aguascalientes, 1985). Entre sus libros se encuentran: Words…para celebrar la realidad (ica-feca, 1995) y La siesta de un dios tatuado (ica-pacmyc-F ilo de Agua, 2008). De este libro están seleccionados los poemas que aparecen en esta antología. Rosa Luz de Luna (Aguascalientes, 1955). Ha publicado poesía, teatro, narrativa en forma individual y colectiva. Entre sus obras destacan Ellas bajo la piel (ica, 1997), Poemas (unam-Ala del tigre, 2000) y Las alucinaciones (ica-Verdehalago-Seminario de Cultura de México, 2004). Se ha desempeñado como promotora de lectura a través de la docencia en Radio uaa, extensión universitaria y en el Instituto Cultural de Aguascalientes. Los poemas que aparecen en esta antología son del libro Gentilicio de Agua y Por la nocturna órbita (Díptico), editado por el ica en 2010.
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Francisco Martínez Farfán (Aguascalientes, 1955). Poeta. Ha colaborado como profesor tallerista de proea, actualmente proarte, en diversas primarias públicas del Estado. Ha coordinado talleres de Creación literaria, tanto en ciela “Fraguas”, como en la Biblioteca Central del Estado “Centenario-Bicentenario”. Se ha desempeñado como tutor de los becarios del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Aguascalientes. Entre sus libros se encuentran: La memoria verdadera (ica, 2009) y Acto fósil (ica-pacmyc, 2010). Los poemas que aparecen en este libro pertenecen al primer poemario mencionado. Eudoro Fonseca Yerena (Aguascalientes, 1956). Poeta. En 1989 obtuvo el Premio de Poesía “Manuel José Othón”, otorgado por el Gobierno del Estado de San Luis Potosí; en 1990, el Gobierno del Estado de Zacatecas y la uaz le otorgaron el Premio de Poesía “Ramón López Velarde”; en 1992 ganó el “Certamen de Ensayo y Poesía Hispánicos” convocado por la Universidad Complutense de Madrid y El Corte Inglés, Madrid, España. Ha publicado Volver sobre los pasos, (Joan Boldó i Climent Editores, 1989); El vendaval y la hojarasca, (Joan Boldó i Climent Editores, 1992); San Luis Blues, (Dosf ilos editores, 1995); La hoguera vencida, (conaculta, 2000); Milagro en la estación Desierto, (Verdehalago, 2005); Postal de mar y cielo con muchacha, 2013 (en prensa). “Dulce Madre”, poema que aparece en esta antología, se publicó en Milagro en la estación Desierto. Roberto Quiroz Benítez (Aguascalientes, 1956). Poeta. Estudió en el itra Ingeniería Industrial. En 1980 colaboró para el periódico El Hidrocálido; de 1985 a 1987 publicó en el suplemento cultural “El Unicornio” del Sol del Centro. En 1985 participó en la antología de cuento y poesía Escándalo de agua editada por el Congreso del Estado de Aguascalientes. F igura en el Anuario de Poesía editado por el inba en 1995. Está incluido en el libro colectivo de poesía Cien años de poesía en Aguascalientes, publicado en 1999. Obtuvo el segundo lugar en el Premio Nacional de Literatura Joven “Salvador Gallardo Dávalos” en 1981, en el género de narrativa. En 2007, fue seleccionado en la convocatoria “Primera obra”, para participar en la colección “Primer libro” con el poemario Corre fuego negro, editado por el ica el mismo año, los textos aquí puvlicados pertenecen a este libro.
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Ricardo Esquer (Sonora, 1957). Poeta y ensayista. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Joven “Salvador Gallardo Dávalos” en 1985 por el poemario Ir es nunca llegar. Becario del feca de Aguascalientes en 1997-1998 y en 20112012. Ha publicado varios títulos de poesía, entre los que destacan: Tejidos (1991), Marchar (1997); Desatino (2001) y Estación (2012). Entre sus ensayos se encuentran: La cultura arquitectónica en Aguascalientes (1987) y “Regularidades y anomalías de la ciudad”, en: Dispositivos de las sociedades de control, con Arturo Villalobos y otros (2004). Imparte un taller de ensayo en el Centro de Investigación y Estudios Literarios de Aguascalientes. Los poemas que aparecen en esta antología pertenecen a los libros Marchar y Desatino. Jorge Castillo (Aguascalientes 1958-2004). Poeta. Se formó en el taller literario de la Casa de la Cultura de Aguascalientes, coordinado por Miguel Donoso Pareja. Poeta con breve producción. Fue promotor cultural y se desempeñó como animador y coordinador de talleres literarios de creación y de lectura. Los textos que aparecen en esta antología fueron publicados post mortem en el libro Mapa nocturno, editado por Instituto Cultural de Aguascalientes y pacmyc en 2006. Armando Quiroz Benítez (Aguascalientes, 1958). Profesor normalista y actualmente imparte clases de Literatura y F ilosofía. Ha colaborado en revistas como Parteaguas, Ventana interior y Tierra Adentro. Obtuvo el primer lugar en el concurso de poesía de la revista Punto de Partida de la unam (1989); y mención honoríf ica en el premio de poesía “Alí Chumacero” (1999). Ha sido incluido en libros colectivos como Escándalo de agua (Congreso del Estado de Aguascalientes, 1985) y Cuentistas de Tierra Adentro (Ediciones de Tierra Adentro, 1995). Es autor del poemario Alegorías del desdén (1998) y del libro de cuentos La noche circular (1999). Benjamín Valdivia (Aguascalientes, 1960). Ha recibido distinciones en Francia, Italia, España, Argentina, Cuba y República Checa. En México obtuvo los premios Punto de Partida, Elías Nandino, Alfonso Reyes, Amado Nervo, Salvador Gallardo Dávalos y Clemente López Trujillo. Se publicó la compilación de su poesía Interpretar la luz. Poesía reunida 1983-2005 (ica, 2010). Posteriormente aparecieron Horaciones (Azafrán y Cinabrio, 2011), Ojos ceremoniales (Calygramma, 2011), Nuevos Himnos a la Noche (Mantis, 2011), Todas las 246
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cosas (Monte Carmelo, 2012) y Unas fotografías (Caletita, 2013). Parte de su obra poética ha sido traducida al alemán, árabe, francés, hebreo, inglés, italiano, neerlandés, portugués y ruso. Los poemas que aparecen en esta antología son de los libros El juego del tiempo (1985); Demasiada tarde (1987); Otro espejo en la noche (1988); Paseante solitario (1997); Temporadas perdidas (1998) y Llegar desde la Tierra (2000). Juan Pablo de Ávila Amador (1963-2012). Poeta y maestro. licenciado en Investigación Educativa por la uaa. Incansable luchador social y miembro activo del ámbito cultural de Aguascalientes. Recibió el Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” en 1997. Entre sus libros se encuentran: Estos ojos que maúllan debajo de la cama, Ciudad en los ojos, Corazón en el ojo, Ojos para las hadas. Formó parte del grupo fundador del ciela “Fraguas”. Participó en consejos editoriales de distintas revistas, entre las que destacan Tierra Baldía (uaa), y Talleres (ica); así como de los suplementos “Bien mucho” de la Jornada Aguascalientes y “Caja de arena” de Página 24. En octubre de 2012 se publicó su novela póstuma, Golpes de recuerdo (ica-feca). Los poemas de esta antología son fragmentos del libro Ojos de Agua, (Editorial F ilo de Agua, 2004). Descanse en rebeldía. Salvador Gallardo Cabrera (Aguascalientes, 1963). Poeta y ensayista. Estudió F ilosofía en la unam donde es profesor en la Facultad de F ilosofía y Letras. En 1983 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Cadencia y desprendimiento (inba, 1983), Sublunar ( jgh editores, 1997), Estado de sobrevuelo (Bonobos, 2009); de ensayo Las máximas políticas del mar (Colegio Nacional de Ciencias Políticas, 1998), Sobre la tierra no hay medida –una morfología de los espacios- (Libros del Umbral, 2008), y La mudanza de los poderes -de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control- (Aldus, 2011). Estado de sobrevuelo fue señalado por el periódico Reforma como el mejor libro del año (2010). Sus poemas han sido traducidos en antologías, revistas y suplementos literarios de Francia, Brasil, España, Canadá, Rumania y Estados Unidos. Es editor de iceberg www.plataformaiceberg.com. Los poemas de esta antología aparecieron originalmente en Sublunar y Estado de sobrevuelo. Agustín Lascazas (Aguascalientes, 1964). Poeta y periodista, ha desarrollado su obra y su trabajo en Aguascalientes, Guadalajara, Santiago de Chile y F I C H A S D E A U TO R
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Barcelona. Es licenciado en Comunicaciones por la uag y doctor en F ilología por la Universitat de Barcelona. Ha publicado: Grano de Ausencia, (Colección Tiempo Letras-iea,1996), La República de los lagartos, (Colección Tiempo Letras-ica,1998), El pudoroso dios, en la Colección Ala del tigre, (unam, 2000); Las sombras dóciles/ Los versos reos, carpeta litográf ica, en colaboración con el pintor Andrés Vázquez Gloria, (Centro El Obraje-ica, 2003), La Olímpica (uvm-Editorial Garúa, 2005); Anochece el mundo, (Ediciones sin nombre, 2009). Fue incluido en la antología 100 años de poesía en Aguascalientes, (uaa, 1999). En breve aparecerá su más reciente libro de poesía, Odoméstico, en Ediciones sin nombre. América de la Torre (Chihuahua, 1965). Maestra en Literatura Mexicana por la uaa. Escribe mayormente poesía, relato poético, así como ensayos de tema literarios. Ha publicado en las revistas Tierra Adentro, Tierra Baldía y Vertiente, éstas últimas de la uaa, así como Talleres del ica. Obtuvo el primer lugar en el Certamen Histórico Literario de Aguascalientes, en la categoría de poesía en el año 2000, cuya obra fue publicada por la institución convocante. Fue benef iciaria de la beca que otorga el feca en la disciplina de novela. Ha coordinado talleres literarios, y se ha desempeñado como profesora de Análisis Literario y de Lectura y Redacción en varias instituciones de educación media y superior. También se dedica a la traducción. Su libro Orioles Palabras fue publicado en 2012 por el ica-feca. Rubén Chávez Ruiz Esparza (Aguascalientes, 1967). Ha publicado los libros de poesía: El brezal y la noria (ica, 1992), Versus alia (ica, 1997), Los sagrados afectos (Ed. Tiempo de Aguascalientes, 1998), Patios interiores (Ed. Desierto, 2001) y Un naipe de picas (Ed. Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, 2011). Ha sido merecedor del Premio Nacional de Literatura “Salvador Gallardo Dávalos” en 1987 y 1996. En 2010 obtuvo el tercer lugar en la disciplina de poesía, del Certamen Internacional Letras del Bicentenario, “Sor Juana Inés de la Cruz”. Rodolfo Meza de la Cruz (Aguascalientes, 1967). Estudio la Licenciatura en Letras Españolas en las universidades Autónoma de Aguascalientes y de Guanajuato. Fue acreedor de la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Aguascalientes, por su proyecto “Lo violeta del ojo y la neblina”, en 248
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1996. Ha publicado en diversas revistas, entre las que se cuentan Talleres y Tierra Baldía. Ha sido publicado en varias antologías, entre las que destacan El surco y la palabra. Literatura emergente de Aguascalientes (1998) y Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Poetas nacidos en el período 1960 – 1989. En 1996 publicó la novela experimental La inocencia del escorpión. Actualmente se encuentra preparando su novela Bestiario, y un libro de poemas. Sesiona en su taller solitario en el Bar Gólem, en la ciudad de Guanajuato. Fabián Muñoz (Guanajuato, 1968). Ha publicado en revistas y suplementos culturales en México, España, Chile y Colombia. Entre los premios y reconocimientos recibidos destacan las becas de Residencia Artística del Fonca en Chile (2006) y Colombia (2010). Se han editado sus poemarios Esperando abril, En la niebla de los parques, Nimbus, Navegación de Medusa, Segundo laberinto y Dogal de Sombras, Sur de la noche, El agua gime nebulosa y Cementerio general. Está incluido en diversas antologías en México y Chile. Publicó la antología El árbol de los libres: Poetas de la Generación NN en Chile. Los poemas de esta antología han aparecido en Sur de la noche (Ed. La Zonámbula, 2008), revista Tirof ijo (2008) y Cementerio General (Ed. ceca, 2011). Óscar Santos (Aguascalientes, 1968). Ingeniero Civil. Libros de poesía: Palabras Largas (ica, 1992); Afuera, la ciudad (ica, 1992); Dos habitaciones (Tiempo de Aguascalientes, 1996); Geometría de acróbatas (Fondo editorial Tierra Adentro, 1996); Debajo del trapecio (Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, 1998); Bajo los anillos del invierno (Tiempo de Aguascalientes, 2000); Libro del Entendimiento (Separata de la revista "La Colmena" de la uaem, 2009) y Chernóbil (Mantis Editores/uanl, 2011). Premio Nacional de Literatura “Salvador Gallardo Dávalos” 1992, Premio Nacional de Literatura “Efraín Huerta” 1995 y Premio Nacional de Poesía “Gilberto Owen” 1996. Dirige Ediciones del Viernes Santo. Los poemas que aparecen en esta antología son de los libros Geometría de acróbatas, Bajo los anillos del invierno, Libro del entendimiento y Chernóbil. José Luis Justes Amador (España, 1969). Licenciado en F ilología Inglesa por la Universidad de Zaragoza con un posgrado en Poesía Inglesa Contemporánea por la Universidad de Cambridge. Ganador en dos ocasiones del Premio Nacional de Literatura Joven “Salvador Gallardo Dávalos”, en 1999 por el libro de cuentos Historias que pudieron ocurrir; en 2000 por el libro de poesía PanoF I C H A S D E A U TO R
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rama de la isla, ambos editados por el ica. Su obra ha sido publicada en revistas locales y nacionales. Ha pertenecido a los consejos de redacción de Talleres, Tierra Baldía y Hermanocerdo. Su libro más reciente es De nadie (Ediciones de Pasto Verde). Juan Carlos Quiroz (Aguascalientes, 1969). Ha publicado en diversas revistas y suplementos; entre los poemarios que ha publicado se encuentran: Crónica de navegación (los demonios), con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Joven “Salvador Gallardo Dávalos” en 1994 (ica, 1995), Versos para morir despacio (Tierra Adentro, cnca, 1998), Tótem en coautoría con Juan Gelman,Víctor Sandoval y Gustavo Monroy (uam/ fonca/ Von Gunten Taller de Grabado, 2004), Adán y Eva (Fernández Editores/ Los Amigos de la Caja Chica, 2007). Ha colaborado en diversos proyectos de grabado y poesía con José Luis Cuevas, Leonel Maciel, Octavio Bajonero y Gustavo Monroy. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en las categorías Jóvenes Creadores (1998-1999) y Creadores con Trayectoria (2002-2003). Los poemas de esta antología pertenecen al Poeta de la casa, (Cecilia Cartonera, 2013), Versos para morir despacio y de Tótem. Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano, al inglés y al francés. Sofía Ramírez (Aguascalientes, 1971). Licenciada en Letras Hispánicas y Maestra en Literatura Mexicana. Ha publicado los libros No había mar en coautoría con Juan Carlos Quiroz (ica, 1996), La sonrisa de un condenado a muerte (Tierra Adentro, 1997, y reeditado por La Página Ediciones, 1999, Santa Cruz de Tenerife, España), Dios y el silencio de los pájaros, de la antología Creció el mediodía (unam, 1999) y La casa callada (Verdehalago/ Seminario de Cultura Mexicana, 2003). Colaboró en el libro de ensayos Ramón López Velarde: El inteligente ejercicio de la pasión (Tierra Adentro, 2001) y es autora del libro La edad vulnerable. Ramón López Velarde en Aguascalientes (Instituto Zacatecano de Cultura, 2010). En 2012 participó en la antología de cuentos Así se acaba el mundo (Ediciones SM) con el relato “Cuatro formas de amanecer”. Los poemas de esta antología son del libro Dios y el silencio de los pájaros. Patricia Ortiz Lozano (Aguascalientes, 1972). Licenciada en Derecho y Maestra en Arte Contemporáneo. Fue becaria de los Fondos para la Cultura y
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las Artes de Aguascalientes y del Estado de México. En 2013 realizará una residencia artística en Argentina con apoyo del fonca. Recibió mención honoríf ica en el Premio Nacional de Literatura “Salvador Gallardo Dávalos” en 1996, y en el Premio de Literatura “Alejandro Céssar” en 2007, convocado por la sogem. Ha publicado: Sitio de sombra (ica, 1997), Casa de lluvia (uam y Verdehalago, 1998), El otro mar (Tiempo, 1998) y Memoria de la huida (Instituto Mexiquense de Cultura, 2009). Ha sido incluida en diversas antologías. Liliana Ramírez Flores (Aguascalientes, 1972). Cursó la Licenciatura en Letras Hispánicas en la unam. Se ha desempeñado como maestra de Lengua y Literatura a nivel bachillerato desde hace más de una década. Ha colaborado esporádicamente en revistas y periódicos locales. Tiene publicados dos poemarios: Corazón de Eva y Lotería. Algunos poemas y cuentos de su autoría aparecieron publicados en los libros colectivos de Editorial Garúa: Alcancía de sueños (1996), Escarceo (1998) y Libro I (2006). Actualmente colabora en la estación de radio cultural Estero Mendel en la presentación de un programa de cápsulas literarias y en la conducción de un espacio de entrevistas titulado: “Genio y f igura”. Obtuvo el Premio Dolores Castro 2012, convocado por el imac, con el poemario: Lilith y sus hermanas. Los textos aquí presentados son de este libro que será publicado próximamente. Claudia Santa-Ana (Ciudad de México, 1974). Arquitecta y promotora cultural. Premio Nacional de Literatura “Salvador Gallardo Dávalos” 2000. Libros: Quinta Estación (ica, 2000), Un sable en la memoria (ica, 2000) y Oratorio del agua (Alforja/scm, 2008). Fue becaria del feca y del fonca en poesía. Está incluida en la antología Cinco siglos de poesía femenina en México (Consejo Editorial Mexiquense para el Bicentenario, 2011) y en el Anuario de poesía mexicana (fce, 2007). Fundó y dirigió el ciela “Fraguas”. Ha colaborado en los consejos de las revistas La Otra, Tierra Baldía, +arquitectura y Literatura Mexicana Contemporánea. Dirige Ediciones del Viernes Santo. Los textos aquí publicados pertenecen a los libros Un sable en la memoria y Oratorio del agua. Arlette Luévano Díaz (Aguascalientes, 1976). Maestra en Derecho Constitucional y Amparo por la Universidad Iberoamericana. Ha publicado los libros de poesía Casi verde, Apostillas negras, Casa en ruinas, con el cual recibió
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el Premio “Efraín Huerta” en 2006, y No basta con nombrar al llanto llanto. También, en ediciones colectivas, han aparecido los poemarios Rituales, Informe sobre trenes que llegan y desaparecen y Tercera persona. Paloma Mora (Ciudad de México, 1977). Licenciada en Letras Hispánicas por la uaa, donde se desempeña como maestra en el área de Lingüística. Cursó la Maestría en Lingüística aplicada en la unam. Ha sido becaria del feca, y ha publicado en las revistas Tierra Baldía y Parteaguas. Se han incluido textos suyos en la compilación de poesía El surco y la palabra: Literatura emergente de Aguascalientes (Ediciones del Ermitaño y Seminario de Cultura Mexicana, 1998); y se ha traducido una selección de sus poemas al francés en la revista, del Consejo de Cultura de Canadá/Montreal/Quebec. Ha colaborado en la revista del ica, con la columna“Il dolce fare niente”, y en el blog México Kaf kiano con Littleside. Ha sido lectora en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino (2011-2012), en el Encuentro Tiempo de Literatura organizado por la Universidad Autónoma de Baja California, y en las Jornadas del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes (2010-2012). Ía Navarro (Aguascalientes, 1979). Poeta y Lingüista. Es Doctora en Ciencia Cognitiva y Lenguaje por la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora e investigadora sni en la Maestría en Lenguas Indígenas de la Universidad de Sonora. Como poeta, dibuja una temática centrada en la voluptuosidad y lo cotidiano. Cuenta con dos libros de su autoría: De la noche lo siguiente (ica, 2004) y La brasa húmeda (ica, 2000). Además, ha colaborado en las antologías: Antología mínima del orgasmos (Ediciones Intempestivas, 2009), Navegar por la piel (ica 2002) y El surco y la palabra: Literatura emergente en Aguascalientes (Ediciones del Ermitaño y Seminario de Cultura Mexicana 1998). Los poemas aquí presentados son del poemario inédito Cambio de continente. Yadira María Teresa Cuéllar Miranda (Aguascalientes, Ags. 1981). Egresada de Letras Hispánicas de la uaa en el 2005. Integró, junto con tres amigas de la universidad, el Círculo Poético Finisterra. En el 2009, obtuvo el apoyo del feca por el proyecto Las presentes ausencias, mismo que fue publicado en el 2011 por el ica. Cuenta con otras publicaciones tanto en periódicos como en revistas locales. Actualmente se desempeña en el ámbito editorial
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como correctora de estilo. No duda de las sobremesas, ni del silencio. El poema “Exilio” aquí publicado pertenece al poemario Las presentes ausencias, publicado dentro de Poemas. Jóvenes Creadores, por el Instituto Cultural de Aguascalientes, en el año 2011. Nancy García Gallegos (Aguascalientes, 1983). Antes del inicio de su escritura están los ojos de la habitante que la ocupa; la que la lleva a los sitios más blandos, al enf laquecimiento para traspasar grietas y llegar al lenguaje, a la palabra que hila la voz con el cuerpo. También el peso de la búsqueda, el síntoma de otra ausencia que crea en ella un vacío renovado, siempre más íntimo, cercano y corporal, hacia el rastro de la voz de infancia, a la intuición def initiva. Ilse Díaz Márquez (Aguascalientes, 1985). Estudió Letras Hispánicas en la uaa y en la Universidad de Almería, España. Tiene Maestría en F ilosofía e Historia de las Ideas por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Se desempeña como profesora en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue ganadora del premio universitario de poesía “Desiderio Macías Silva” y del premio universitario de narrativa “Elena Poniatowska” en el 2006. Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en dos ocasiones. Ha publicado cuento, poesía y ensayo en revistas locales, y el libro De Minotauros y mujeres que duermen (ica, 2010). Los textos de esta antología han aparecido en las siguientes publicaciones: Premios Universitarios de Literartura. Poesía, cuento y novela (uaa, 2007) y en la revista Parteaguas (ica, no. 19, 2010).
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ÍNDICE
PRÓLOGO José María Espinasa
5
Desiderio Macías Silva Quizá
11
Dolores Castro La tierra está sonando
13
Víctor Sandoval Envío:
15
Salvador Gallardo Topete, el hijo Sé mi hoguera Y si el amor no fuera Nadie evoca lo real
17 18 19
Eduardo López Este mar de polvo
21
José de Jesús Lara Huerta El otro caso equivocado Carta a Emily Dikinson Intento número uno
29 30 31
Rosa Luz de Luna Borges el alquimista Parábola del viejo
33 34
ÍNDICE
Francisco Martínez Farfán Así podría asumir lo que persevera... Deshabitar este sórdido... Uno palidece de tanto ver... Sólo por no dejar, sólo por estar incluido... Parece difícil seguir... Habrá algo en este giro que se mantenga sin caer... Demostrando apenas sobre rasgos intransferibles... Dolor del día con un sitio perfecto... Entonces volverán las pérdidas:...
37 38 39 40 41 42 43 44 45
Eudoro Fonseca Dulce Madre El destemplado Las catrinas Sellado con un beso (todo contigo)
47 49 52 54
Roberto Quiroz Benítez Corre fuego negro... La luna esta rodeada por dos aros... Las palabras nos inventan... Llovizna... La mente es ya una habitación vacía...
57 57 58 59 59
Ricardo Esquer Mesa para lector Ciega servidumbre Envío Rutina para odiante Mantenimiento Me moriré de cáncer en la lengua... Una canción Fuera del tiempo (palabras limpias de sal y sombras)
61 63 64 65 66 67 68 70
ÍNDICE
Jorge Castillo Guerrero Óleo sobre la tarde Espiga Invierno Noche de sol
73 74 75 77
Armando Quiroz Benítez Segmentos del insomnio
81
Benjamín Valdivia Entrada Luna verde Fragmento inédito de Sócrates Muchachas Origen Ahora
85 86 87 88 89 90
Juan Pablo de Ávila Ojo inconsciente Beso Contorno del poder Ojo salvaje Vuelo
93 95 97
Salvador Gallardo Cabrera Escribir 5.44 a.m. 101 Leer 3.15 a.m. 102 Cinco cajas para una instalación 103 Agustín Lascazas Un pez paraf inado
una rareza...
109
ÍNDICE
América de la Torre El caramujo 115 Rubén Chávez Ruiz Esparza Lluvias
119
Rodolfo Meza de la Cruz Fragmentos de El Gólem
129
Fabián Muñoz 1:47 a.m. 133 15/25 135 Cerro Florida 137 Óscar Santos Debajo del trapecio Hijas Navegación Amanece (Las fuerzas de defensa de Israel bombardean Líbano) (Criaturas imperfectas) (Escape de Creta) Escuché decir... Una aguja...
141 142 143 144 145 146 147 148 149
José Luis Justes Amador Poemas de San Rafael
151
Juan Carlos Quiroz La hermosa 157 El poeta de la casa 158 Cántica 159
ÍNDICE
Isaac es bueno en matemáticas Simona Un mundo feliz El relincho XIV Concédeme Señor
160 161 162 163 164 165
Sofía Ramírez Ave y nada (Nuestros últimos padres) Ella Cada amanecer Él Ella y Él Los pájaros Él y Ella Los niños del atardecer Los niños y los muertos El f in
167 168 169 170 171 172 173 174 175
Patricia Ortiz Lozano Esta es mi casa... Entonces el fuego se proclamó vencido... Hay una casa que siempre está vacía... A los cobardes que no tienen ojos... Desde que la quietud lanza sus redes de arena... Esperar sentada las señales... Árbol de sangre
177 179 180 181 182 183 184
Liliana Ramírez Tonanzi Tlali 187 Lilith 188 Un abrazo 189
ÍNDICE
Claudia Santa-Ana Hallamos la sed del verano... I: El muelle La alfarera Geología La fronda N
191 192 193 194 195 196
Arlette Luévano Postales 199 Composición para cuerpo inmóvil (fragmentos) 202 Paloma Mora I. Él es polvo para nosotros... Espejos
209 212
Ía Navarro Paseo en bicicleta Quid Poema de amor La piel Poema Te recupero en dos momentos
217 218 219 220 221 222
Yadira Cuéllar Miranda Donde no hay mar 225 Gorriones 226 Exilio 227 Nancy García Gallegos El loco 229 ínf ima 229
ÍNDICE
male vous olvidante insomne sospecha...
230 230 230 231
Ilse Díaz Márquez La cruzada de los niños 233 Pequeña muerte 237 Sitio 239
FICHAS DE AUTOR
243
ÍNDICE
Toda
selección se def ine tanto por los que están como por los que quedan fuera, incluso cuando –como en este caso– la selección tiene más que ver con un consenso colectivo que con un gusto propio y personal. Lo indudable es que, en un contexto como el mexicano, geografía de geografías, el retrato de la lírica aguascalentense necesitaba un retrato de familia que nos ubicara en su devenir más reciente. Aguascalientes toma su nombre de los manantiales de aguas termales de la región pero en contraste con (la mitad de) su nombre no tiene salida al mar. Con todo, su poesía, como podrá el lector de este libro comprobar, busca mirar a la vez más allá y más adentro.
José María Espinasa
COLECCIÓN LOS DE LETRAS