Boletín Informativo - Medikuaren Berria nº25

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Estimados compañeros txirrindularis: Como cada año desde hace más de una década, volvemos a la carga. La incansable comisión Cicloturista del Colegio, la misma que durante estos últimos 10 años os ha gratificado con excelentes y agradabilísimos recorridos cicloturistas por muchos puntos de nuestra inagotable geografía, ya ha preparado la Primera Marcha Cicloturista de la segunda década. Son ya 11 años pedaleando en ambiente amable y distendido. Para este año, y en la tradicional fecha del último sábado de mayo (este año el día 31 de mayo), vamos a recorrer por primera vez un trazado totalmente bizkaino. Con salida casi del mismo Bilbao, bueno de un barrio de Bilbao, de Deusto, nos dirigiremos hacia la carretera de la ría para ir hacia Asúa y desde allí encaminarnos a Mungia, donde atravesando la típica ruta de todos los cicloturistas de siempre, llegar hasta Gernika y tomar ruta, vía Arteaga, hacia nuestro punto de destino en el siempre entrañable Lekeitio. Serán 66 emocionantes y seguro que sufridos kilómetros, para una vez allí disfrutar de la siempre habitual kalejira y sentarnos a comer en agradable compañía en el Hostal de la Emperatriz. Bueno, seguiremos informando, pero tener ya en cuenta que el reto está lanzado, difundirlo y este año os garantizamos que tratando de atar todos los posibles cabos sueltos, LLEVAREMOS GÜEBOS A LAS CLARISAS. Como otros años puedes apuntarte ya llamando al Colegio (94 435 47 00).


En torno a la “Prescripción Enfermera” EL MÉDICO • EL DIAGNÓSTICO • LA PRESCRIPCIÓN Mucho se ha dicho y escrito en relación a la llamada “Prescripción Enfermera” desde la publicación de la Ley 29/2006, de 26 de Julio, de Garantías y Uso Racional de los Medicamentos y Productos Sanitarios, (Ley del Medicamento), y el posterior Proyecto de Orden del Ministro de Sanidad y Consumo por la que se desarrolla la disposición adicional duodécima de esta Ley, que dice que: “el Ministerio de Sanidad y Consumo, con el fin de facilitar la labor de los profesionales sanitarios que no pueden prescribir medicamentos, establecerá la relación de medicamentos que puedan ser usados o, en su caso, autorizados para estos profesionales, así como las condiciones específicas en las que los puedan utilizar y los mecanismos de participación con los médicos en programas de seguimiento de determinados tratamientos”. Tanto la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) como la propia Ley del Medicamento (art. 77) establecen claramente que los médicos y los odontólogos son los únicos profesionales sanitarios con facultad para ordenar la prescripción de medicamentos. Es decir, son los únicos legalmente autorizados, como consecuencia de sus conocimientos y competencias, para prescribir, recetar o indicar (como se le quiera llamar) así como a dosificar, los medicamentos sujetos a receta médica. Prescribir debe entenderse como la decisión terapéutica de iniciar, variar o suspender la administración de un fármaco, u otra actuación sanitaria, escrita y firmada en su correspondiente historia clínica, orden de tratamiento, o receta, según proceda. El mero hecho de redactar una receta no es hacer una prescripción; en todo caso la prescripción se materializaría en el momento en que se firma ese documento, nunca antes. La PRESCRIPCIÓN no puede emitirse sin un estudio previo y complejo del paciente que desemboque en un diagnóstico, con su indicación terapéutica correspondiente, teniendo siempre en cuenta otras patologías intercurrentes, medicación concomitante y otras circunstancias de su Historia Clínica; el análisis de todo esto no es otra cosa que lo que se define como ACTO MEDICO y solamente lo puede hacer un profesional con los conocimientos farmacológicos, diagnósticos y de diagnóstico diferencial necesarios y con la suficiente competencia profesional acreditada. Es decir: el MEDICO o el odontólogo, en el ámbito de sus competencias. La enfermería, pese a que les duela a algunos, no reúne los requisitos necesarios para prescribir. Algunas organizaciones profesionales de enfermería han alegado que, actualmente, los enfermeros españoles prescriben medicamentos a los pacientes. ¡Inaudito! O bien no tienen claro el concepto de prescripción, o bien hacen lo que no deberían, o bien deben negarse y acudir a los tribunales si alguien les obliga a hacerlo. También han argumentado que en Inglaterra las enfermeras prescriben. Verdad a medias. El sistema de salud inglés es muy diferente al nuestro, baste decir que las enfermeras suelen ser asalariadas de los propios médicos, lo que ya condiciona, para bien o para mal, en relación al tema que nos ocupa. Coyunturalmente, por falta de médicos, se instauró hace 20 años un sistema paralelo al de la prescripción médica que se llamó prescripción de enfermería, que además precisaba de una formación adicional complementaria y que, al cabo de este tiempo, no sólo no se ha generalizado sino que afecta a un pequeño grupo de profesionales Se ha hablado de países como Canadá y Australia en los que, en ocasiones, las competencias de las enfermeras son mucho mayores en lo que a gestión de medicación se refiere. Aquí también hay que decir, según. Con el mayor de los respetos para todo el mundo… “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”. Si hablamos de grupos poblacionales que se encuentran a grandes, a veces enormes, distancias de un centro médico, o que se encuentran en situación de aislamiento o en situaciones excepcionales o, cambiando de escenario, en el Tercer Mundo y el personal más cualificado es una enfermera/o, lógicamente y con todos los parabienes, habrá que dotarle del máximo de competencias que pueda y quiera asumir. A grandes males, grandes remedios. Pero esos argumentos no son aplicables en nuestro entorno. No caigamos de nuevo en errores pasados de aplicar sistemas sanitarios foráneos que no encajan, en absoluto, con nuestra realidad socio-sanitaria. Es por todos reconocido que el concurso de la enfermería es fundamental en la estructura sanitaria de cualquier país y nadie, en su sano juicio, va a cuestionar ni la profesionalidad, ni la calidad ni la imprescindible función que tienen nuestros enfermeros/as en la aplicación y continuidad de cuidados a los pacientes en nuestro sistema sanitario.





d) el desahogo que supone la sanidad privada: cada día aumenta el número de ciudadanos que la prefieren; e) los políticos no esperan: en los sistemas de salud públicos de libre acceso universal y gratuitos en el momento de la asistencia, la “cola”, el tiempo de espera, es el mecanismo económico de asignación de los servicios médicos (escasos por naturaleza) entre la multitud de demandantes. Suprimido el precio, el enfermo ha de pagar con tiempo (o sea, con la prolongación de su incertidumbre y su dolor); la espera forma parte esencial de dichos sistemas, sin la espera no podrían funcionar. Pero los políticos y las personas influyentes no esperan: son atendidos en el acto por la sanidad pública que ellos gobiernan, como lo son los acomodados por la sanidad privada; sólo los menos favorecidos sufren la espera. Un liberal norteamericano, John Godman, dijo: “Si los miembros del Congreso y los poderosos tuvieran que esperar para recibir asistencia médica como cualquier otro, ese Sistema no duraría un minuto”; f) la asistencia médica es un servicio local: se asiste al enfermo allí donde cae enfermo, generalmente en el lugar de residencia; para los ciudadanos la asistencia pública próxima, la de su barrio o su localidad, es el Sistema entero. No pueden ver y mucho menos traer la de más allá, no pueden comparar ni enjuiciar. En esta disgregación de opiniones difícilmente puede llegar a formarse una opinión pública enterada y activa; y g) los intereses económicos (industria farmacéutica, compañías de seguros médicos) pescan en abundancia en el río revuelto del despilfarro o de las deficiencias asistenciales del Sistema y, claro, encuentran que las cosas están muy bien como están. En fin, la naturaleza de la atención médica y las complejidades de la sanidad pública tienden a esconder al ciudadano la realidad de la asistencia y blindar lo establecido. No cabe esperar, pues, que la sociedad demande la reforma del Sistema. Y sin un arranque social, los políticos rehuirán cualquier cambio, porque, primero, no les conviene (en un Sistema renovado no podrían mantener la escandalosa politización actual) y, segundo, asumirían un riesgo innecesario: probablemente el cambio no daría votos y sería fácil que los quitase. Todos los pasos, es bien sabido, han de ser medidos con la regla de cálculo electoral. Los gobiernos autonómicos gestionan la sanidad, más que otros servicios públicos, con la retórica de la complacencia con el ciudadano: omiten las medidas impopulares por muy sensatas y precisas que puedan ser y dan preferencia en sus presupuestos a aquellas operaciones vistosas que permitan pintar una sanidad pública moderna y casi feliz, como la reducción de las listas de espera (aunque rebroten inmediatamente), el fomento de los trasplantes (sin decir que está engrasado con dinero), el uso de tecnologías de última hora (que pocas veces mejoran las preexistentes) la construcción de nuevos hospitales (sin planificación, sin plantilla y con “camas cerradas” en otros próximos) o el dentista pediátrico gratuito para todos los niños españoles (aunque cada día merma el número de niños que serán protegidos). A los gobiernos, autonómicos y nacional, más que hacer la sanidad pública mejor les importa hacer que parezca mejor. Si la sociedad no puede promover la reforma y los políticos no quieren ¿cómo será nuestra sanidad pública en los años que vienen? Mala, naturalmente: aún más inquitativa y más politizada, aún menos eficiente y menos solidaria, de menor calidad asistencial, con esperas más largas para los más desvalidos, con el personal sanitario más desalentado, desinformada y por tanto desintegrada, origen (cuando debía ser remedio) de desigualdades en salud entre los españoles. Una sanidad pública que consumirá más recursos cada día y cada día prestará un servicio público más pobre. ¿Catastrofismo? La decadencia del Sistema es un proceso lento y sordo que todavía es posible disimular por aquellos que les conviene hacerlo, pero basta con no cerrar los ojos para ver la descomposición creciente. Sólo el médico puede detenerla. Descartados los ciudadanos e inhibidos los políticos, el único que puede suscitar y guiar la renovación de la sanidad pública es el médico, agente del enfermo y con él protagonista de la asistencia. Cuenta con singulares poderes inherentes a su profesión (que inexplicablemente hoy no hace valer, como el poder económico, el normativo, el social) para rebelarse contra el deterioro y hacerse escuchar. Una rebelión de los médicos para exigir cambios y exigirse cambios a ellos mismos (asumiendo así la parte de responsabilidad que los médicos tienen en la desmejora del Sistema; cambios como, por ejemplo, comprometerse con la excelencia en la atención al paciente implantando indicadores de calidad) y sobre todo imponer la presencia de la sociedad civil en los engranajes de la sanidad pública. ¿Están los médicos preparados y dispuestos para este pronunciamiento? Encerrados en la estrecha relación con el enfermo, mal pagados y debilitados por un exceso de conformidad e individualismo, ¿es una ingenuidad esperar tal rebeldía? Es necesario que se produzca por el bien de todos, casi un último recurso, y no me parece que sea imposible articularla con los sindicatos y asociaciones profesionales. Se ha dicho que en nuestro tiempo el médico es un héroe derrotado, y desde luego, algunos políticos pretenden tratarlo como “simple operario de una fábrica de curar” (Juan Bestard). En gran medida porque se deja vencer. Impulsar la reforma de la sanidad pública sería una ocasión para que el médico salga del abatimiento y recupere su sitio, poderoso por naturaleza, en la sociedad. Enrique Costas Lombardía fue vicepresidente de la Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud (Comisión Abril).



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