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Ardila: en décimas y centésimas
Jaime Ardila nació en Bucaramanga en 1942. Allí se educó como pianista con la maestra Graciela Ordóñez y llegó a realizar un concierto en 1958 en la Radio del Comercio de Bucaramanga. Las razones por las que dejó el piano las expresó con humor en una entrevista con Ilse Acevedo:
—Yo toqué el preludio en Do, de Juan Sebastián Bach que solo duraba un minuto. —¿Y por qué abandonó el piano? —Porque sabía que de ahí no iba a resultar nada satisfactorio para mí. Cuando lo que uno toca no dura sino un minuto solo le queda la alternativa de recurrir a las décimas y centésimas de segundo.7
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Ardila estudió Arquitectura en la Universidad de los Andes donde tuvo contacto con los artistas Luis Caballero y Beatriz González, al igual que él, alumnos de Marta Traba.
7 Ilse Acevedo, «El artista frente a un asunto público», en Vanguardia Liberal (1980), s.p.
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Entre 1966 y 1969 trabajó en actividades de tipo editorial en el periódico El Espacio, que era propiedad de su familia. En 1969 se incorporó al grupo de teatro La Mama de Bogotá, realizando fotografías para la cartelera y las gacetillas de prensa. Actuó brevemente con el grupo, pero no lo disfrutó, ya que le interesaba más ser un observador. En esta medida, la fotografía apareció como el medio ideal para desarrollar esta vocación:
Para mí, fotógrafo quería decir, no la persona que pone un estudio y se establece en un comercio, sino una manera de observar que puede precisarse en imágenes visuales. Aprendí de técnica lo que pude con un laboratorista y a los tres años ya estaba listo para iniciarme.8
En un texto —inédito, intitulado y fechado marzo-octubre de 1974— Ardila reconoce que su formación en la historia y práctica de la fotografía fue lograda «a través de los libros».9
Pero, por encima de todo, y, como alguien a quien le interesaba observar, si algo amaba era el cine:
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9 Jaime Ardila y Camilo Lleras, Verdades sobre arte, mentiras sobre papel. Encuentros con Santiago Cárdenas y su obra. Ed. por Jaime Ardila y Camilo Lleras (Bogotá: J. Ardila y C. Lleras, 1985), 9. Basada en el estudio de los trabajos de Dorothea Lange, Paul Caponigro, Jerry Uelsmann, Harry Callahan, Walker Evans, Thomas Eakins, Duane Michals, Edward Curtis, André Kertész, Ralph Hattersley, Paul Strand, Clarence White, Clarence Laughlin, Minor White, Moholy Nagy, Edward Muybridge, Man Ray y Alvin Langdon Coburn.
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Me iba al cine y terminaba estudiando una película que a veces vería hasta 15 o 20 veces: la primera para la primera impresión; la segunda para ver si podía evitar la lectura de los subtítulos; la tercera para observar los encuadres fotográficos y las secuencias; la cuarta para ver el montaje de las escenas y captar la estructura conceptual; la quinta para verla con un amigo y poder comentar luego alrededor de un café y muchos cigarrillos; la sexta porque me había gustado mucho las cinco veces anteriores; la séptima porque había localizado parecidos con otras películas del mismo director; la octava por el gusto de volver a verla; la novena porque no había nada mejor que ver; la décima para estudiar qué habían hecho con la banda sonora, porque lo más difícil de todo era disociar el sonido de la imagen visual, y de la undécima en adelante, con todo lo que había descubierto y completado leyendo y oyendo, ver la película era simplemente una manera de disfrutar lo que me gustaba.10
En el libro Miguel Ángel Rojas. Esencial, basado en entrevistas sostenidas entre el artista y Natalia Gutiérrez, la autora le pide a Rojas que haga un recorrido por los cines bogotanos y su lugar e importancia como elemento fundamental para la formación de los jóvenes con inquietudes artísticas en la Bogotá de los años sesenta. Ante la ausencia de Ardila y Lleras, nos remitiremos a los recuerdos de Rojas para reconstruir las experiencias formativas de la pantalla plateada:
10 Texto inédito de Jaime Ardila (1974)
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Jaime Ardila, Pedestal de papel para un general al galope (1976)
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En realidad, en esa época el cine era el principal productor de imágenes, pues la televisión estaba empezando y su imagen era de mala calidad. La verdad, a mí nunca me ha interesado mucho la televisión. Existía Life, pero no era una revista masiva y en el arte la figuración se hallaba en decadencia, porque en parte estaba más interesada en la modernidad abstracta.11
Rojas recuerda —es posible que Ardila y Lleras tuviesen las mismas vivencias— los matinales en los cines de Teusaquillo y Palermo a fines de los años cincuenta. Asimismo, la excitación de ser un joven que iba al cine siendo estudiante a mediados de los años sesenta:
Bogotá es una ciudad de clima frío y en ella hay que estar cubierto bajo techo, por lo que en las noches era perfecto conectarse con el paisaje mundial con buena compañía y crispetas. El cine en sí era una verdadera educación sentimental: la gran dosis social del neorrealismo italiano, los dramas existenciales de la nueva ola francesa y el erotismo del Satiricón o El Decamerón nos dispararon directo al corazón.
En esa época la calidad de las imágenes del televisor no podía competir con la dimensión de esas pantallas gigantescas, además
11 Natalia Gutiérrez, Miguel Ángel Rojas. Esencial. Conversaciones con Miguel Ángel Rojas (Bogotá: Paralelo 10, 2009), 50.
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de que todo lo que rodeaba el hecho de ir al cine era fantástico, como pasear y encontrarse con la gente. De pronto el tiempo cambiaba y se convertía en un tiempo completo, sin interrupciones, no como ahora con el celular; era un tiempo para distensionar. Ir al cine era todo un ritual: esperar a que comenzara el espectáculo comiendo crispetas y chocolates, luego apagaban la luz y pasaban los avisos publicitarios, los noticieros y los cortos; encendían de nuevo la luz, salíamos al vestíbulo y volvíamos a entrar a ver la película. Delicioso. 12
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12 Gutiérrez, Miguel Ángel Rojas. Esencial, 71-72.
Camilo Lleras, Autorretrato de un hombre brillante (1975)