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La cámara en su laberinto

La exposición de Hernán Díaz Mi cámara en el laberinto. Retrospectiva, realizada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en abril de 1974, fue una extensa y potente declaración sobre el fotógrafo más respetado del país. Incluyó registros de Nueva York, imágenes de su libro Cartagena morena, fachadas interiores de las casas bogotanas, una buena serie de imágenes del campo colombiano y retratos de artistas e intelectuales como Eduardo Ramírez Villamizar, Alejandro Obregón, José Luis Cuevas, Camilo Torres, Antonio Bergman, Fanny Mikey, Gerardo Aragón, Marco Ospina, Sofía Urrutia, Enrique Grau, Santiago Cárdenas, David Manzur y Norman Mejía, entre otros. De esta manera, resumía de un solo golpe los temas de la fotografía colombiana de esa década.

Una de las claves para entender el desarrollo de la obra de Jaime Ardila y su propósito de retratar artistas de una manera testimonial se debe a su relación con la obra de Díaz. En 1963, Marta Traba había editado, junto a Díaz, el antológico libro Seis artistas contemporáneos colombianos, donde presentaba a Botero, Grau, Obregón, Negret, Ramírez Villamizar y Wiedemann retratados por Díaz.29 Sin duda, este libro y estos retratos son el modelo de las aventuras fotográficas y editoriales de Ardila.

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29 Recuperados al público gracias a la exhibición de sus hojas de contacto en la exposición Hernán Díaz revelado, realizada entre marzo de 2015 y febrero de 2016 en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

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Con motivo de la exposición, Ardila publicó en las Lecturas Dominicales de El Tiempo un artículo titulado «Hernán Díaz fotógrafo: crítica y análisis». En él calificaba a Díaz de manierista y de ser un artista cuya obra laberíntica se encontraba hecha de fantasía para ofrecernos, en sus propias palabras, «un mundo amable feliz, en el que todo tiene el valor y el encanto de lo fantástico».30 Ardila reflexiona y llega a ciertas conclusiones que definirán su propia obra: no le interesa el aspecto anecdótico y nostálgico de un fotógrafo como Díaz, no encuentra placer en el «instante decisivo» y no cree en el testimonio social. Sabemos que se sintió bien frente a la multiplicación de imágenes de sus árboles, pero como él mismo afirmó, no quería convertirse en un mago de laboratorio. Tampoco tenía la confianza suficiente para ser un retratista. En cambio, fotografiar artistas dibujando o pintando le permitiría que fuesen otros quienes hablaran; que de su admiración por los pintores y su genialidad —por su talento e inteligencia— surgiera una estructura formal como la que le permitían los árboles. Esto con el fin de poder realizar esas pequeñas variaciones logradas a través de secuencias, a través de las cuales reflexiona profundamente sobre el medio fotográfico y su función.

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30 Jaime Ardila, «Hernán Díaz fotógrafo: crítica y análisis», en El Tiempo, 26 de mayo de 1974.

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