Sobre la libertad

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-SOBRE LA LIBERTAD.“Si no existe la libertad, ¿qué somos? Juguetes del universo” -Mounier-

La libertad es elección entre varias opciones y viene acompañada de un sentimiento de plenitud, ser uno mismo, distinto. La elección implica poder, capacidad y exige conocimiento del acto: examinar, comparar, calcular, para finalmente preferir. Cuando un individuo no tiene opción y sufre un impulso sin poder resistirse, cae en el determinismo. Éste se manifiesta con múltiples rostros: cultural, económico, político, histórico, psicológico, genético, etc. El hecho de que el hombre esté determinado no implica que no sea libre. Pues la libertad es situada, encuadrada, relativa, condicionada por nuestra situación concreta de estar en el mundo, espacio/temporal. No nacemos libres, nos hacemos libres, la libertad nunca es dada y constituida. El hacer o dejar de hacer cualquier cosa no es ejercer la libertad sino obedecer a nuestros impulsos como un animal salvaje, un puro libertinaje, una libertad sin límites. Pues, una libertad que no encuentra límites no puede definirse ni precisarse. Una libertad absoluta es inexplicable, pues sólo los límites dan sentido a la libertad. ¿Dónde se encuentran los límites? ¿Hasta dónde podemos llegar? Allí donde un daño se sigue de su uso. Daño para sí y para el prójimo. No hay libertad si debe pagarse con un disgusto o una pena de otro. La libertad así, sólo es posible con la libertad del otro, porque hace posible la mía, la libertad está reñida con la insolidaridad y la injusticia. ¿Quiénes establecen los límites? Uno asimismo mismo si es mayor de edad y autónomo de pensamiento, en el caso contrario: los padres, educadores, autoridades, personas mayores. En función de los intereses de los tutores decidirán los límites y las barreras de libertad. Algunos la imponen demasiado y demasiado pronto y otros muy poco o demasiado tarde. En el primer caso, la libertad queda amputada, en el segundo no encuentra ningún límite; por un lado se sufre la tiranía del esclavo por el otro se ejerce la licencia de los tiranos. Es un hecho palpable de nuestro tiempo que el segundo caso va creciendo vertiginosamente y con peligro. ¿Cuánta libertad debo permitir? No hay ley alguna que permita saber qué dosis de libertad es posible y deseable. Pues cada caso depende de una situación particular. No obstante, la libertad se va creando y construyendo como camino y no debe proceder de una decisión única y unilateral. En este sentido, la educación en la familia y en la escuela son espacios claves a la hora de perseguir la emancipación de los menores con el fin de hacer posible su autodeterminación. Ellas deben ser creadoras de libertad para los otros. Entonces, la vida en común no será una jungla y pasará a ser un terreno de juego ético y político. Así la libertad tiene una carga utópica, es el sueño de un paraíso perdido en el que cada uno pudiera hacer lo que le venga en gana bajo la batuta de la responsabilidad. De este modo, movernos en el espacio de un mundo, sin trabas, pensar ideológicamente con libertad, levantarse o acostarse, trabajar o descansar, comer o no comer, dormir o no dormir, vivir o no vivir… todo ello pone de manifiesto la autonomía del individuo, en definitiva, decidir sobre qué voy hacer con mi vida. Esta visión idílica incomoda soberanamente a la sociedad actual. De ahí que la sociedad invente un número de instituciones que funcionan según técnicas de control. El control de nuestro espacio, de nuestro tiempo. Siendo éste tan sagrado como la vida, como el aire que respiramos. A la sociedad no le interesa la libertad porque ésta no engendra orden, coherencia cohesión social, sino más individualismos y atomitos. A la sociedad post industrial y secularizada le interesa: - reducir todo a número, estadística, abstracción. - convertir todo en mercancía. - imponer el dominio de la burocracia. - obligar al consumismo. - hacer imperar la rutina, el anonimato, el conformismo, el borreguismo.

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La libertad provoca miedo, inseguridad, angustia. La soledad que se encuentra uno ante sí mismo dudando, ante la posibilidad de elegir y experimentar el peso de la responsabilidad. Incomoda igualmente a la sociedad la multiplicidad de piezas interpretadas por pequeños grupos prefiriendo a los personajes integrados en el proyecto global dominante. El libre uso de nuestro espacio y tiempo engendra una angustia mayor que si nos limitamos a obedecer, dejarnos llevar, ser dóciles. Las instituciones sociales que generan docilidad son: la familia, la escuela, la iglesia y la empresa que funcionan bajo la excusa de la seguridad pero que en realidad acaban con la libertad. Todas ellas actúan en pro de la seguridad, la fama, el honor, el prestigio, la consideración, la gloria, la eternidad y sobre todo, el dinero. Preferimos arroparnos en brazos de la maquinaria social que termina por engullirnos, triturarnos y digerirnos. Desde pequeño, la escuela se hace cargo de nosotros para socializarnos, nos hace renunciar a nuestra libertad salvaje. Pues educar es reprimir, frustrar. Se le inculca al niño una forma de ver el mundo, de enfocar lo real, una forma determinada de pensar. Desde la educación preescolar hasta la universidad se sufre el imperativo de la rentabilidad escolar: puntos que hay que acumular, expediente académico que constituyen otras tantas fichas policiales asociadas al currículo. Deberes, disciplina, consejo escolar que examina el alcance de la docilidad, la obtención de diplomas como si fuera fórmulas mágicas, colgadas en la pared de la salita y a continuación en el desván. ¿Dónde se encuentra nuestro título de bachiller? Todo ello para alcanzar el nivel de competencia medido por la docilidad y sumisión a las demandas de la sociedad. El edificio de la escuela, instituto, universidad están organizados de forma que cada cual sepa dónde está y qué se hace en cada lugar. El uso del tiempo es objeto de marcaje y control. Los centros educativos son una construcción de flujos y reflujos circulatorios que van y vienen. Flujos que se activan en momentos determinados y bajo control, de forma que cada individuo se tiene que ver. Es el principio panóptico: allí donde estés te verán. La libertad individual desaparece con el control del espacio (arquitectura) y del tiempo (administración). La misma panóptica funciona en cuarteles, prisiones, fábricas, talleres: sirenas, fichas de entrada y salida, celdas, calabozos, arrestos, castigos, despidos, comisiones de convivencia. En todo momento, se pretende un buen escolar, un buen soldado, obrero, presidiario, es decir, un buen ciudadano. Los efectos del sistema de control de la sociedad son: a) impotencia, b) absurdidad, c) anomia, d) aislamiento, e) autoalienación, f) enajenación. Libertad ¿para qué? Pues ante todo se trata de aprisionar las múltiples posibilidades de la libertad para forzarlas a pasar por el ojo de la aguja de la disciplina social. Para los más dóciles que renuncian a su libertad individual, la sociedad agradecida por ello les distribuye gratificaciones: empleos, puestos de responsabilidad, poder sobre el prójimo, salarios que permiten consumir y así aparece el individuo modelo integrado en sociedad. El coste que le supone al individuo integrado es sometimiento a un caudillaje o hundirse en el anonimato de la colectividad. El panóptico acecha donde la libertad existe: la familia, la relación con los otros, el barrio, la ciudad, el país, el mundo. Sólo unos pocos resisten a la llamada de la sirena incluso si hay que pagar el coste con una seguridad menor, obstáculos, sacrificios y sufrimiento. A vosotros os toca elegir.

Sevilla, diciembre, 2007. Antonio Alba

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