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entre epidemias y pandemias: reflexión
Ana Paula Villagran
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Mi madre, sanitarista, solía contarme de vez en cuando sobre la epidemia de cólera de los años 90 en nuestro país. Yo no la recuerdo, pero tengo en mi memoria grabados los afiches con imágenes o dibujos sobre las recomendaciones de cuidados; me acuerdo perfectamente, por ejemplo, una de las imágenes de la campaña, una niña bebiendo agua directamente de un grifo. No era la única enfermedad dando vueltas, existían otras patologías prevalentes en el territorio, pero los casos de cólera ascendieron por las nubes Entre los múltiples factores que favorecieron su rápida diseminación, podemos mencionar la crisis económica y sanitaria que se vivía por aquellos años, sumado a la precariedad con la que vivía un gran porcentaje de la población (con poco acceso a agua potable o cloacas). A pesar de este panorama que parecía muy desalentador, con el transcurso de los años los casos fueron en disminución gracias al esfuerzo de los agentes de salud, que lograron comprometer a la población a tomar acción en pos de prevenir esta enfermedad. Recuerdo la reflexión final de mi madre: después de enseñarle a la gente a lavarse las manos correctamente, lavar sus alimentos, hervir o sanitizar el agua antes de consumir, no solo comenzaron a bajar los casos de cólera, sino que disminuyeron también los casos de otras patologías, como gastroenteritis o hepatitis.
No se puede obviamente comparar una epidemia con una pandemia, pero sí podríamos parar un momento y pensar cómo o qué hicimos para hacerles frente, desde el punto de vista de la promoción y prevención de salud
Volver la mirada al pasado nos permite analizar los errores y aciertos que ocurrieron en el manejo de las enfermedades, aprender y mejorar las medidas sanitarias para obtener mejores resultados. Y aunque pueda parecer que el cólera y las enfermedades respiratorias no tienen nada en común, los invito a hacer una reflexión sobre éstas últimas y lo que nos dejó la pandemia
Bien sabemos que el Covid -19 hizo mella no sólo en nuestra salud, sino que también interfirió con nuestras costumbres y hábitos. Nos vimos forzados no sólo a aislarnos en una primera instancia, sino a distanciarnos en formas a la cual no estábamos (ni estamos ) acostumbrados. Y de todos los elementos culturales nuevos que incorporamos en esos momentos, me voy a enfocar en el barbijo y su uso Al principio lo aceptamos con cierto recelo, hasta que los casos graves y las muertes fueron en ascenso, convirtiéndolo en un elemento importante de nuestra vida cotidiana. No poníamos un pie fuera de casa sin él, era nuestro pase para realizar las compras, pagar deudas, trabajar, etc.
Y mientras los casos de covid persistían, otro evento sanitario curioso ocurría al mismo tiempo: otras patologías respiratorias dejaron de tener sus picos habituales No desaparecieron, pero había menos enfermos. ¿Coincidencia? Estas enfermedades también se contagian de la misma manera que el virus del Sars-cov-2, pero al existir una barrera física (el barbijo), la diseminación era menor; por lo tanto, los enfermos eran menos. ¿Y qué pasó después? ¿Las bacterias se volvieron resistentes? Los virus mutaron a formas más graves? ¿Nuestras defensas bajaron?
Bien sabemos que al menos dos de esas cuestiones pueden ser ciertas Pero ¿y si la respuesta fuera más sencilla? Las enfermedades respiratorias (cómo muchas otras) tienen un cierto patrón de comportamiento que es bien estudiado a través de los corredores endémicos Gracias a ello es que existen campañas de vacunación en ciertas épocas del año para algunas patologías, como la gripe, con el fin de evitar los casos graves o, en el peor de los casos, saturar al sistema sanitario de pacientes. ¿Son las vacunas la única solución? Por supuesto que no, las campañas de prevención y promoción de la salud son importantes, ya que tratan de educar a la población sobre signos de alarma y, quizás lo más importante, cómo prevenirlas con simples actos, cómo lavarse las manos o… el uso del barbijo.
Desde mi humilde punto de vista, no es casualidad que el rebrote de las enfermedades respiratorias coincida con el cese del uso de barbijos. Desde que se levantó la restricción y obligatoriedad de su uso, nos sentimos más libres. Y así como revoleamos los tapabocas al fondo del armario, también nos olvidamos del distanciamiento social, del uso del alcohol en gel o de lavarnos las manos con frecuencia. Y esto no creo que sea un capricho más de unos cuantos. El caso argentino es muy curioso y digno de un análisis mucho más profundo que el que planteo aquí, no solo desde el punto de vista médico, sino sociológico y antropológico El barbijo representa todo aquello que no podíamos hacer, una especie de represión a nuestros hábitos Y es entendible que queramos olvidarnos de él en una sociedad que tiene costumbres muy fuertemente arraigadas, como compartir el mate, saludar con un beso y/o abrazo o las reuniones multitudinarias. Modificar o erradicar éstas costumbres parece casi imposible. Por lo que deberíamos pensar y repensar qué medidas sanitarias podemos aplicar teniendo en cuenta el contexto cultural en el que nos movemos. Sería bueno, y oportuno quizás, replantearnos si no deberíamos insistir nuevamente en el uso del barbijo en lugares cerrados, evitar las aglomeraciones, quedarnos en casa si nos enfermamos, o caso contrario, tomar medidas de precaución para evitar los contagios. Las enfermedades respiratorias existen y seguirán conviviendo con nosotros, pero también depende de todos prevenirlas. No planteo volver a las normas rigurosas que tuvimos durante la pandemia, pero sí hacer hincapié en cómo los cuidados que tuvimos entonces ayudaron a que menos personas enfermen de otras patologías Sería muy imprudente y reduccionista de mi parte plantear que este nuevo resurgir de las enfermedades respiratorias se debe solamente a una falla en la prevención. Pero no podemos negar que es un factor importante e influyente. Por otro lado, tampoco justifico la poca o nula adherencia al uso del barbijo, pero sí creo que a la hora de replantearnos dónde fallan algunas medidas de prevención, el componente cultural no debería dejarse de lado Para
VAmbas historias epidemiológicas nos dejan enseñanzas Las políticas de salud pública sí funcionan mientras se mantengan vigentes, si se insiste en involucrar a toda la población en el cuidado de la salud. Un simple acto como sanitizar el agua o utilizar el barbijo, puede marcar la diferencia, no solo en la enfermedad “de turno”, sino también en aquellas que a veces no tenemos en cuenta (porque la cantidad de casos no es lo suficientemente alta como para disparar alarmas) Pero, depende de todos.
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