La fortaleza en la debilidad de Dios

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1. “Lo débil de Dios es más fuerte que lo humano” …pues lo que en Dios parece absurdo [morón] es mucho más sabio que lo humano, y lo que en Dios parece débil [asthenós] es más fuerte [isjyrós] que lo humano. I CORINTIOS 1.25, La Palabra (Hispanoamérica)

Las dos epístolas a los Corintios del apóstol Pablo contienen uno de los abordajes más sólidos a la realidad del par fortaleza-debilidad, pues en la búsqueda de reforzar la primera en la conciencia de los creyentes que formaban esa comunidad cristiana, su referencia a la debilidad es paradójica y dialéctica, a la vez. Eso manifiesta una reflexión muy profunda acerca del significado de lo que ambas situaciones y condiciones representaban al interior de la misma, pues en varias ocasiones la fortaleza tiene el sentido de riqueza económica o social, y en otras más se proyecta hacia la práctica y vivencia de una espiritualidad firme y, sobre todo, madura. Al afrontar pastoralmente el problema, Pablo muestra su capacidad espiritual y teológica, pues como señala Irene Foulkes: “No basta comprender por qué surge un determinado problema en una iglesia; hay que descubrir además los criterios teológicos que nos permitan analizarlo y enfrentarlo”.1 Como un “laboratorio eclesiológico” extraordinario y, en cierta medida, modelo de comunidad cristiana para diversas épocas, la de Corinto representó un espacio de convivencia sumamente diverso y contradictorio en el que encontraron lugar los grupos de los llamados “débiles” y “fuertes”, cuya existencia vino a reforzar las observaciones sobre ese par que el apóstol lleva a cabo en la carta a los Romanos, en la que se refiere a la “debilidad de la carne”, a la caducidad de lo creado y a la impotencia legal y la incapacidad humana frente a Dios. En otro nivel coloca a los fuertes y a los débiles “en la fe” (14.1, 15.1) para designar grupos de creyentes con actitudes diferentes ante las exigencias rituales, litúrgicas y morales. En Corintios, específicamente, los primeros saben ya que no existe nada impuro, y los segundos aún tienen “la conciencia débil” (I Co 8.7) ante esas y otras exigencias, pues todavía no alcanzan el conocimiento pleno de la fe (I Co 8.11). La fuerza o fortaleza es una posición bien definida y con suficiente criterio ante los asuntos de la fe, pero también puede ser una actitud arrogante basada en elementos materiales que busca imponerse por encima de cualquier discusión o acuerdo equitativo. “Debilidad es el concepto contrario a fuerza y abarca las dimensiones de la incapacidad física, psíquica, social, económica y finalmente espiritual”.2 “Pablo, por una parte, presentó la asthéneia como el dominio propio de la caducidad de lo creado, de la impotencia legal y de la incapacidad humana frente a Dios, mientras que, por otra, en un segundo momento, la entiende como el lugar propicio para que se patentice el poder de Dios”.3 La presencia de ambas posturas generaba una tensión comunitaria, ideológica y teológica que debía resolverse, dado que lo que estaba en juego no era solamente la sobrevivencia física de la comunidad sino, sobre todo, el peso específico de su testimonio en la ciudad que pudiera garantizar la adecuada transmisión del Evangelio de Jesucristo. La argumentación de Pablo en Corintios sobre el par fuerza-debilidad es consistente y enérgica pues coloca a cada una en su justa dimensión dentro del escenario de la salvación: Defendiéndose contra los adversarios de Corinto, que están orgullosos de su fuerza y de la riqueza de sus dones (1 Cor 4.10 [“Así que nosotros somos unos locos a causa de Cristo; ustedes, en cambio, un modelo de sensatez cristiana; nosotros somos débiles, ustedes fuertes; ustedes se llevan la estima, nosotros el desprecio”, LPH]), contrapone Pablo a la fuerza, la debilidad y la impotencia. Los hombres están ellos mismos sometidos a la debilidad de Dios, de tal manera que Dios abochorna a la fuerza, en cuanto que elige la debilidad (1 Cor 1.25). Los hombres I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1996, p. 72. 2 H.G. Link, “Debilidad”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 9. 3 Ibíd., p. 10. 1

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no son más fuertes que Dios (1 Cor 10.22). Pablo mismo ha de oírse el reproche de que sus cartas son duras y fuertes, pero que él es débil (2 Cor 10.10). Sin embargo, el apóstol no ve como una desventaja el no ser fuerte.4

Las palabras finales del primer capítulo traslucen la gran preocupación paulina para situar el conflicto entre fuertes y débiles y no teme tomar partido por los segundos aunque, evidentemente, pertenece al primer grupo. Su énfasis pastoral es directo y sin concesiones, de modo que su argumentación, centrada en la “locura de la cruz”, preside todas sus aseveraciones: “Pablo insiste ante los corintios que no pueden prescindir del elemento medular, la cruz, que fundamenta su fe y dicta su estilo de vida. Sin ella el grupo cristiano, entregado a una exaltación carismática, no sea otra cosa que una variante más de las tantas religiones mistéricas de Corinto”.5 Al mismo tiempo, marcó una clara distancia de los “fuertes ricos” a fin de que con toda libertad pudiera “reclamarles sus actuaciones antievangélicas”,6 un compromiso que a veces seduce y atrapa a algunos. Si Dios optó en Cristo por la cruz, no existe otra muestra más clara de su elección de la debilidad para asociarse de manera inmediata e intrínseca a la salvación humana. “El lenguaje de la cruz” (1.18) es un absurdo, una irracionalidad total, el escándalo mayúsculo, pero es el “formato” que Dios le ha dado a la salvación y no hay manera de eludirlo y ninguna forma de conocimiento humano puede quedar en pie ante semejante manifestación (vv. 19-21): “Dios salva a los que confían no en despliegues de poder o de conocimiento (1.21-22) sino en un Dios que se ha identificado con la debilidad de los seres humanos”.7 Todo ello sin hacer distinciones raciales o culturales (vv. 22-24). Por eso es que lo débil de Dios es más fuerte que lo humano (1.25). El Dios que salva es aquel que se introduce en la historia humana como nunca esperó ser conocido: mediante una debilidad asumida conscientemente, de tal forma que de allí en adelante ese acto pueda ser aceptado como la suprema demostración de amor, que ahora deberá reproducirse en la comunidad, precisamente donde conviven esas dos tendencias. La fortaleza de una comunidad cristiana no radica en su propia fuerza (orgullo, más bien) sino en la manera en que procesa la debilidad de Dios tal como ha sido revelada en Cristo. “Por encima del diverso conocimiento de los fuertes y de los débiles sitúa Pablo el amor que une a ambos grupos”.8 2. Debilidad y fortaleza en la iglesia de Cristo Así que nosotros somos unos locos [morói] a causa de Cristo; ustedes, en cambio, un modelo de sensatez [frónimoi] cristiana; nosotros somos débiles [astheneis], ustedes fuertes [isjyroi]; ustedes se llevan la estima [endoxoi], nosotros el desprecio [atimoi]. I CORINTIOS 4.10, La Palabra (Hispanoamérica)

San Pablo es ampliamente reconocido como fundador y notable expositor de la llamada “teología de la cruz”, es decir, aquella que, partiendo del escandaloso e ignominioso episodio de la muerte violenta de Jesús en la cruz, no vacila en ir hasta sus últimas consecuencias para aplicar semejante crisis divina y humana a la realidad de la salvación y la espiritualidad. La teología de la cruz surge de la debilidad auto-asumida por el Dios todopoderoso. Esa manera de pensar y de actuar se opone radicalmente a la “teología de la gloria”, que consiste básicamente en dar por hecho el escándalo de la cruz para negociar con los poderes de turno y conseguir, así, beneficios para la iglesia y su acomodo en el mundo, además de alardear de que cumple adecuadamente con los propósitos divinos. Siglos más tarde, en los inicios de la Reforma Protestante, Martín Lutero optaría G. Braumann, “Fuerza”, en L. Coenen, op. cit., pp. 222-223. Énfasis agregado. I. Foulkes, op. cit., p. 77. 6 Ibíd., p. 88. 7 Ibíd., pp. 79-80. 8 G. Braumann, op. cit., p. 11. 4 5

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decididamente por la primera a fin de establecerla como modelo y razón de ser de la presencia de las comunidades cristianas en medio de circunstancias siempre exigentes en términos de la fidelidad al evangelio de la cruz de Jesucristo. Así lo expresó en su momento (Disputa de Heidelberg, 1518): …no basta ni aprovecha a nadie el conocimiento de Dios en su gloria y en su majestad, si no se le conoce también en la humildad y en la ignominia de la cruz. […] 21. El teólogo de la gloria llama al mal bien y al bien mal: el teólogo de la cruz llama a las cosas como son en realidad. Es evidente, porque al ignorar a Cristo, ignora al Dios que está escondido en sus sufrimientos. Prefiere así las obras a los sufrimientos, la gloria a la cruz, la sabiduría a la locura y en general, el bien al mal. Son aquellos a quienes el apóstol llama “la cruz de Cristo” (Fil 3.18), porque aborrecen la cruz y los sufrimientos y aman las obras y su gloria. De esta forma vienen a decir que el bien de la cruz es un mal y el mal de la obra es un bien, y ya hemos dicho que no se puede encontrar a Dios sino en el sufrimiento y en la cruz. Por el contrario, los amigos de la cruz afirman que la cruz es buena y las obras malas, porque por medio de la cruz se destruyen las obras y es crucificado Adán, que se erige sobre las obras. Es imposible, en efecto, que no se pavonee de sus obras quien antes no haya sido destruido y aniquilado por los sufrimientos y los males y mientras no se convenza de que él no es nada y que las obras no son precisamente suyas sino de Dios.9

Como se ve, y Lutero lo explica suficientemente, la teología de la gloria representa una enorme tentación para la fe y para la iglesia pues propicia el triunfalismo en sus diversas variantes, desde el voluntarismo religioso individual hasta la actitud arrogante con que la iglesia se presenta, en ocasiones, ante el mundo, muy segura de sí misma y como poseedora absoluta de toda la verdad. Desde el inicio de la primera carta a los Corintios, el apóstol resume su visión sobre cómo debe predominar en la conciencia cristiana esta perspectiva al afirmar que no trabajó con ellos con el poder de la argumentación o la sabiduría sino desde el horizonte del Dios crucificado en Cristo: “El lenguaje de la cruz es, ciertamente, un absurdo para los que van por sendas de perdición; mas para nosotros, los que estamos en camino de salvación, es poder de Dios” (I Co 1.18, LPH). Ese poder, surgido desde la debilidad elegida por el propio Dios es más efectivo que el alarde de fuerza que cualquier poderoso pudiera hacer ante los ojos del mundo, porque la teología de la cruz procede de las entrañas mismas del Creador, dado que “como el hombre lo ha trastocado todo por su abuso egoísta de los dones de Dios, Dios ha hecho por su parte de la Cruz el camino de la salvación”.10 A partir de esa enorme realidad espiritual fruto del esfuerzo divino por revelarse en el espacio de nopoder en Cristo, Pablo va a obtener conclusiones cada vez más prácticas en su trato pastoral a distancia con la comunidad. Una formulación desde Japón (Kazoh Kitamori, Teología del dolor de Dios, 1958) reformula esta teología en fuertes términos: “Dios es amor, pero amor ‘envolvente’, en virtud del cual la realidad rota del hombre es restaurada por completo, su ser es redimido, su dolor desaparece, sus heridas quedan sanadas: ‘La voluntad de Dios de amar al objeto de su ira: eso es el dolor de Dios’” (M. Semeraro, “Theologia crucis”, en Vocabulario teológico, www.mercaba.org/VocTEO/T/theologia_crucis.htm). La teología de la cruz fue, pues, el arma con que trabajó al dirigirse a sus lectores/as y mediante la cual asentó la plataforma espiritual requerida para superar los conflictos que aquejaban a la comunidad cristiana. A la supuesta superioridad de los fuertes (en recursos materiales y espirituales), Pablo opuso la fortaleza de la debilidad, Así lo explica en I Co 2.1-5: “Yo mismo, hermanos, cuando llegué a la ciudad, no les anuncié el proyecto salvador de Dios con alardes de sabiduría o elocuencia. Decidí que entre ustedes debía ignorarlo todo, a excepción de Cristo crucificado; así que me presenté ante ustedes sin recursos y temblando de miedo. Mi predicación y mi mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien los convencía, de modo que la fe de ustedes no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios”. De ese modo, fundó la comunidad sobre la base más confiable. Con ello no M. Lutero, Disputación de Heidelberg, en www.iglesiareformada.com/Lutero_La_Disputacion_de_Heidelberg.doc. Hubertus Blaumeister, “Theologia crucis”, en Walter Kasper et al., dirs., Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, p. 551. 9

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renunció a la “sabiduría divina” (teología, 2.6-8) sino que se dejó llevar por “el modo de pensar de Cristo” (2.16). Nada menos. Este golpe mortal a los autonombrados gnósticos, maestros en una sabiduría espiritual de tipo “sofista” establece claramente la profundidad del pensamiento y la acción pastoral paulinos. En el cap. 3 califica como inmaduros a los creyentes de la ciudad-puerto griega y ubica el ministerio de los apóstoles y misioneros en el plano del proyecto divino por edificar a su iglesia (3.59) para luego señalar que la prueba de fuego del trabajo de cada uno será la persistencia de lo realizado al servicio de Dios. Además, denuncia la banalidad con que algunos lo asumen mediante palabras contundentes encaminadas a resaltar la dignidad y el potencial de los corintios: “Que nadie, pues, ande presumiendo de los que no pasan de ser seres humanos. Todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es de ustedes. Pero ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios” (3.21-23). Y así llega al cap. en donde vuelve a clarificar el papel y la responsabilidad de los apóstoles, en el plan de salvación (vv. 1-5), especialmente el suyo y el de Apolos (v. 6), en una especie de “conferencia de cargos” sobre uno y otro (“para que nadie se apasione por uno en contra de otro”). A continuación, reprocha la altivez con que algunos se han comportado (v. 8), así como su papel ante el mundo (9b: “espectáculo”) y defiende su contribución a la formación cristiana de cada uno de ellos. Ése es el marco de las palabras del v. 10 en donde la locura “a causa de Cristo” fue el motor de su actuación apostólica, pero sobre todo el hecho de asumir ellos mismos la acción divina de debilitarse con tal de fortalecer a la iglesia. En función de eso aparecen todos los trabajos, pruebas, humillaciones y necesidades experimentados (vv. 11-13). El énfasis pastoral de esta reflexión (V. 14b: “Sólo quiero corregirlos como a hijos míos muy queridos”) lo conduce a recordar que él “los engendró en la fe” (15) y a pedirles que lo imiten, así como él imitaba a Cristo, además de introducir a su enviado Timoteo, quien les recordaría su estilo de vida basado precisamente en esa teología de la debilidad auto-asumida de Dios en el Cristo crucificado (17b). Luego de releer estas palabras, la pregunta acuciante que surge y golpea la conciencia es: ¿dónde se habrá extraviado ese horizonte en la historia de la iglesia posterior? Para responder, hay que sumergirse en ella y extraer conclusiones que nos ayuden en la coyuntura que estamos viviendo en los diferentes niveles eclesiales que nos correspondan. 3. “Gloriarse en la debilidad” por amor al Señor Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades. II CORINTIOS 11.30, La Palabra (Hispanoamérica)

La segunda carta a los Corintios da testimonio de la experiencia apostólica, pastoral y misionera de San Pablo de una manera muy intensa. “Pablo fue a sembrar modestamente el evangelio. Y quiso apasionadamente a aquella comunidad turbulenta y frágil, a menudo decepcionante. Sus dos cartas —la segunda sobre todo— hacen vislumbrar sus relaciones tumultuosas, enérgicas y cariñosas a la vez, con aquella joven iglesia, ávida de carismas espectaculares”. 11 El estilo mismo complica su lectura lineal: “Es posible explicar cada una de las transiciones difíciles mediante cambios de tono debidos al carácter apasionado de Pablo, mediante simples pausas en su dictado o por la relación que pueden guardar con sus viajes”.12 Las dificultades y certezas del ministerio apostólico son expuestas en 4.7 a 5.21, pues forman parte de su experiencia de fe y de trabajo entre ellos. Su expectativa hacia la comunidad es muy amplia y es ahí en donde surge la experiencia de la debilidad como auténtica marca de su apostolado, a diferencia de sus adversarios, fieles seguidores y practicantes de una “teología de la gloria”: 11 12

Maurice Carrez, La segunda carta a los corintios. Estella, Verbo Divino, 1986 (Cuadernos bíblicos, 51), p. 3. Ibíd., p. 5. 5


Pablo espera una obediencia apostólica: tiene que arrastrarlos a una obediencia a Cristo, cuyo abajamiento les recuerda a todos lo que hizo por ellos. Pero Pablo no confunde estas dos obediencias: prefiere reservarse el término de debilidad y guardar para Cristo el de humildad. En efecto, lejos de ser un obstáculo desfavorable, la debilidad apostólica se convierte en un elemento esencial de la predicación y del comportamiento legítimo del apóstol. Cuanto más débil es Pablo, más se transparenta el evangelio y más fuertes se hacen los corintios que lo reciben. La debilidad apostólica no es ni distancia lejana ni tolerancia culpable: le permite a la autoridad de Cristo mostrarse siempre que es necesario.13

En el cap. 4 el apóstol describe con peculiar densidad lo que representó para él “llevar las marcas de Jesús en el cuerpo” (Gál 6.17) mediante una serie de afirmaciones que lo colocan como un portador del mensaje evangélico (el “tesoro” recibido) que asumió la debilidad del Señor de manera radical: “Pero este tesoro lo guardamos en vasijas de barro para que conste que su extraordinario valor procede de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no hasta el punto de abatirnos; estamos en apuros, pero sin llegar a ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados; nos derriban, pero no consiguen rematarnos. Por todas partes vamos reproduciendo en el cuerpo la muerte dolorosa de Jesús, para que también en nuestro cuerpo resplandezca la vida de Jesús” (vv. 7-10). A partir del cap. 6 expone las vicisitudes de la complicada tarea apostólica (“ministerio de reconciliación”, v. ) donde nuevamente hace un recuento de los problemas vividos: “Es mucho lo que hemos debido soportar: sufrimientos, dificultades, estrecheces, golpes, prisiones, tumultos, trabajos agotadores, noches sin dormir y días sin comer” (vv. 4b-5), pero siempre con una reacción edificante ante ellos. En el 10 retoma la controversia sobre su ministerio y establece, si dudar, la autoridad moral y espiritual que ello le otorga. “Soy, ciertamente, humano; pero no lucho por motivos humanos ni las armas con que peleo son humanas, sino divinas, con poder para destruir cualquier fortaleza. Soy capaz de poner en evidencia toda suerte de falacia o de altanería que se alce contra el conocimiento de Dios” (vv- 3-5) y concluye diciendo que quien quiera jactarse o presumir, que lo haga “en el Señor” (v. 17). “…los corintios, como buenos griegos, espectadores de discursos y oyentes de acciones, no ven en esta demostración más que timidez y debilidad de carácter (10.11). Le reprochan que se muestre humilde cuando está delante y atrevido cuando está lejos (10.1)”.14 Así llega al cap. 11, donde denuncia la forma en que los “súper apóstoles” han podido fascinar a la comunidad con la elocuencia de que él carecía, aunque no le faltaba conocimiento (vv. 5-6), para luego entrar en detalles sobre el financiamiento de su estancia en Corinto (vv. 8-9) y subrayar la evidencia del comportamiento de esos “apóstoles falsos, obreros fraudulentos disfrazados de apóstoles de Cristo” (v.13). Su insensatez, su atrevimiento, agrega, será motivo de orgullo y él corre el riesgo de experimentarlo (vv. 17-18), dado que a los corintios les gustaban esas personas arrogantes (vv. 19-20). Él quizá debió tratarlos con menos miramientos (v. 21). Es entonces cuando repasa las “credenciales” de ellos y se compara a sí mismo: “¿Que son hebreos? También yo. ¿Que pertenecen a la nación israelita? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que están al servicio de Cristo? Pues aunque sea una insensatez decirlo, más lo estoy yo. Los aventajo en fatigas, en encarcelamientos, en las muchas palizas recibidas, en tantas veces como he estado al borde de la muerte” (vv. 22-23). A partir de ahí, sus palabras adquieren un tono testimonial tan sobrecargado que no deja lugar a dudas sobre su autenticidad al volver a referir los sufrimientos por causa del Señor: a) “Cinco veces me dieron los judíos los treinta y nueve azotes de rigor” (v. 24, 26 en la espalda y 13 en el pecho; castigo basado en Dt 25.2-3: sanción contra alguien que hubiera comido con un pagano o por alimentos prohibidos); b) “tres veces me azotaron con varas” (la flagelación romana); c) “una vez me apedrearon” (en Listra, Hch 14.19); d) “naufragué tres veces” (Hch 13 14

Ibíd., p. 9. Ibíd, p. 47. 6


27.14-44); e) “y pasé un día entero flotando a la deriva en alta mar” (v.25). f) “Continuos viajes con peligros de toda clase” (v. 26); g) Fatigas y agobios, innumerables noches sin dormir, hambre y sed, ayunos constantes, frío y desnudez” (v. 27). Pero la más importante de todas es la última, la preocupación eminentemente pastoral: “mi preocupación diaria por todas las iglesias” (v. 28). Porque también padecía corporalmente por ellos. ¿Acaso somatizaba los pecados de la comunidad?: “Pues ¿quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién es inducido a pecar sin que yo lo sienta como una quemadura?” (v. 29). De esas debilidades podía jactarse, presumir ante ellos y ante el mundo: “Aunque si hay que presumir, presumiré de mis debilidades” (v. 30). Y, finalmente, se atreve a poner a Dios mismo como testigo de todo eso (v. 31). ¡Vaya lección de asimilación de la debilidad de Cristo! Al destacar este rasgo fundamental, Pablo resalta más el poder de Cristo. Ya después se ocupará de “presumir” también su “carismatismo” y sus visiones (12.1-6), pero todo estará subordinado a la manera irónica en que insiste en gloriarse de las cosas que Dios en Cristo le dio para ponerlas al servicio de la comunidad. El poder de la debilidad del Señor fue la base de todo su esfuerzo para edificar el cuerpo de Cristo. Su conclusión es contundente: “Con gusto, pues, presumiré de mis flaquezas, para sentir dentro de mí la fuerza de Cristo. Por eso me satisface soportar por Cristo flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias, ya que, cuando me siento débil, es cuando más fuerte soy” (12.9b-10). “Para Pablo, la debilidad es humana y la fuerza divina. Por tanto, no hay que comprender: ‘mi milagro se realiza en la enfermedad’, como pudiera pensarse; sino: ‘mi fuerza se realiza en la debilidad’. Esto quiere decir que la fuerza de Cristo descansa en él”.15 4. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” Por eso me satisface soportar por Cristo flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias, ya que, cuando me siento débil, es cuando más fuerte soy. II CORINTIOS 12.10, La Palabra (Hispanoamérica)

Dado que a los corintios los entusiasmaban los sucesos relacionados con experiencias carismáticas (visiones y hablar en lenguas, sobre todo), pues con ello pretendían legitimar el mensaje, el apóstol Pablo sacó a relucir su vertiente “mística”. En I Co 14.18 afirma que habla en lenguas, pero que prefiere “decir cinco palabras inteligibles e instructivas, a pronunciar diez mil en un lenguaje ininteligible” (v. 19). Estaba consciente de que las visiones y revelaciones no llevaban el peso del ejercicio continuo del apostolado. No obstante, se refirió a algo sucedido 14 años antes de su llegada a la región de Acaya a fin de demostrar que no fue el ambiente de Corinto el que la propició. Esta observación es muy relevante porque el apóstol elimina cualquier posibilidad de imitación o “contagio” de las prácticas que tenían lugar allí. Las implicaciones sociológicas de esta salvedad son cruciales: el ambiente religioso y psicológico puede influir en la frecuencia y características de esas manifestaciones. Como la comunidad comparaba su capacidad con la de los adversarios, Pablo menciona varias visiones y revelaciones que el Señor le había concedido (II Co 12.1), aunque tiene muy claro que “la exaltación de las visiones y revelaciones no es el camino de la edificación”:16 “aunque me parezca totalmente inútil” (v. 1b). Para tal propósito, no recordó el episodio de su llegada a Damasco, acontecimiento fundador, pero que no debía ser repetitivo, sino que habla de sí mismo en tercera persona (“un creyente en Cristo”, v. 2a), igual que los relatos de ascensión de algunos videntes a los cielos. “A Pablo le interesa menos el ‘cómo’ que el resultado: ¿en su cuerpo?, ¿fuera de su cuerpo? Fue llevado al cielo más elevado, aquel en donde se encuentra la morada de Dios”.17 “Tercer cielo” (2b) y paraíso en este caso son sinónimos, pues en las creencias judías (tres, cinco o siete cielos), el Ibíd., p. 54. Ibíd., p. 53. 17 Ídem. 15 16

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cielo superior es donde Dios habita. Se trataba, nada menos, del contacto “con la plenitud del poder divino, y esto en el mismo momento en que sólo resulta visible la debilidad de Pablo. En un lenguaje similar al de las religiones de los misterios, él escucha palabras inefables, es decir, secretos divinos, realidades escatológicas”,18 más allá de los sucesos humanos presentes: “palabras misteriosas que a ningún humano le está permitido pronunciar” (4b). Él se preocupó de distinguir claramente entre su acción apostólica y sus experiencias místicas de tono apocalíptico, que relata sin referirse a él mismo ni a “nosotros”. Y sorpresivamente, agrega, como obligando a sus lectores a pasar al plano que verdaderamente le interesa: “De alguien así podría presumir; pero en lo que me atañe, sólo presumiré de mis flaquezas (astheneías)” (5b). Lo que está en juego verdaderamente es el apostolado, es decir, el encargo del Señor Jesucristo para una misión concreta en el mundo, algo que chocaba frontalmente con las experiencias místicas que podían apartar a cualquiera de la situación humana normal y que para sus enemigos sería la confirmación de su labor apostólica. Pero para Pablo no es así: únicamente la debilidad (de la cual ha dicho en 12.9 que permite “transparentar” el poder de Cristo, nada menos) “la que inserta en la condición humana, la que recuerda apostólicamente la pertenencia a Cristo en este mundo y la que constituye realmente la hazaña espiritual por excelencia”. Él tenía bastantes razones para “presumir”: hablaba en lenguas, tenía visiones celestiales y hasta hizo milagros, pero no basó en ello la sustancia de su labor cristiana (vv. 6-7a). A continuación, desveló al “Pablo oscuro”, por decirlo así, al atormentado por un aguijón, “una espina en la carne”, un agente de Satanás que lo abofetea (7, las teorías sobran (¡son 167!): ¿dolores de cabeza, de gota o reumatismo, de ciática, dolor de muelas, cálculos con cólicos, lepra, enfermedad de la vista, epilepsia, fiebres palúdicas, enfermedad nerviosa, histeria, fiebre de Malta?), puesto por el propio Dios para someter su orgullo y egolatría. Allí es donde surge el motivo de la verdadera fortaleza. La triple oración de Pablo [8] recuerda la triple plegaria de Jesús en Getsemaní (Mc 14,32-42), cuyo resultado consistió en tener fuerzas para soportar la prueba”.19 La respuesta del Señor, que el apóstol se atreve a afirmar como directamente recibida de su parte, es todo un postulado teológico sobre la genuina experiencia de fe requerida para seguir adelante: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil” (9a). Mediante la construcción gramatical (tiempo perfecto) se subraya la validez permanente de esa afirmación en dos enunciados: la suficiencia de la gracia (tema tan ampliamente expuesto por el apóstol: 6.1, por ejemplo) y la fuerza del Señor realizada totalmente desde la debilidad y la enseñanza inmediata es diáfana: “La verdadera debilidad de Pablo consiste en reproducir la debilidad de Cristo y allí es donde está la gracia que le concede el Señor”. El apóstol no se ha apropiado de la frase ni a pedirle al Señor que sea su gracia suficiente. El vigor de la respuesta consiste precisamente en de quien viene, quien asume el lenguaje sobre la debilidad usado por Pablo en las dos cartas y en la de Romanos. El remate de la argumentación muestra cómo valora Pablo su propia debilidad humana y apostólica a la luz de la fortaleza que Cristo le daba con base en las palabras recibidas en tres ocasiones. “Con gusto”, afirma, “presumiría de sus flaquezas” para poder sentir entonces esa fortaleza (9b). La paradoja brilla nuevamente en toda su intensidad, pues si la fuerza de Cristo reposa sobre él, es la única garantía de su ministerio. La satisfacción es plena al soportar por Él cualquier clase de oprobios, ofensas, rechazos y angustias (10a), porque precisamente al vivirlas como una realidad continua, la fortaleza se activará y avivará (10b) para no solamente sobrevivir, con cierto patetismo o incluso resentimiento y amargura, sino para llevar una vida al servicio de Dios llena de compromiso, alegría y creatividad. Así es como contribuye positivamente a resolver el “problema pastoral” de la comunidad: “Pablo hace del conflicto el espacio creativo para profundizar su teología, y para sostener su militancia. No lo busca ni lo crea (por lo menos esa es 18 19

Ibíd., p. 154. Ídem. 8


su intención), pero tampoco lo evita: lo vive como una oportunidad de mostrar la obra del Espíritu en él y en la comunidad”.20 5. El poder de la debilidad en Cristo Cristo, que no ha dado muestras de debilidad entre ustedes, sino que las ha dado de poder. Porque es cierto que se dejó crucificar manifestando así su debilidad [astheneías], pero ahora vive en virtud de la fuerza de Dios [dynámeos theou]. Igualmente nosotros, que compartimos su debilidad, compartiremos también su poderosa vitalidad divina si hemos de enfrentarnos con ustedes. II CORINTIOS 13.3b-4, La Palabra (Hispanoamérica)

La correspondencia a los corintios, tal como se conservó en el Nuevo Testamento, concluye con una exhortación pastoral que no deja de incluir los postulados paulinos sobre la fortaleza de Dios manifestada en medio de la debilidad humana de los creyentes y apóstoles. Al inicio de II Co 13, Pablo anuncia un tercer viaje a la ciudad-puerto de Acaya (v. 1a): “…va por tercera vez hacia Corinto (como en 12.14). La primera fue para fundar la comunidad (Hch 18.1-18; I Cor 4.15; 9.1...). La segunda fue aquella vez en que Pablo se vio ‘entristecido’ por un adversario, quizás por un misionero que le hacía la competencia. La tercera se presenta bajo un aspecto jurídico”.21 Ante el asunto disciplinario que tratará de arreglar, el apóstol recurre a la cita de Dt 19.15 para que haya testigos entre ellos (1b) y anuncia a los dos grupos (12.20-21) que su actitud será estricta y “sin miramientos” (2). Ésa será la prueba, agrega, “de que Cristo habla por medio de mí. Cristo” y de “que no ha dado muestras de debilidad entre ustedes, sino que las ha dado de poder” (3). En cuanto a la disciplina, asunto no menor, con base en esas palabras será Cristo mismo quien la imparta (I Co 2.4; II Cor 12.12; I Co 6.11; Ro 8.37). Pero antes Pablo deberá explicar lo que entiende por “debilidad apostólica” a fin de poder mostrar la fuerza y el poder de Cristo. Sobre lo sucedido con el Señor, las palabras del v. 4a son audaces y puntuales: “Porque es cierto que se dejó crucificar manifestando así su debilidad, pero ahora vive en virtud de la fuerza de Dios”. “En la persona de Cristo, su muerte de crucificado revela su debilidad, mientras que su vida de resucitado pone de manifiesto su poder (cf. Fil 2.7-8 para la debilidad; I Cor 6.14 y Ro 6.4 para el poder)”.22 La cristología paulina, desde la llamada “teología de la cruz”, establece sólidamente las bases de una sana comprensión de lo realizado por Dios en el martirio de su Hijo, pues esa muerte, subraya, tuvo un carácter revelatorio de una debilidad auto-asumida que se vería compensada por la resurrección. Pablo afirma que, junto con sus compañeros, al compartir la debilidad del Señor, también compartían su poder para confrontar a la comunidad (4b). Así afirma, al mismo tiempo, “la comunión actual con Cristo, la plenitud de la vida con él (futuro), la intervención del poder de Dios y la aplicación de la acción de Dios, de Cristo y del apóstol a la vida de la comunidad de Corinto”. Los fuertes y los débiles de Corinto eran quienes debían someterse a examen puesto que los apóstoles ya la habían superado (vv. 5-7). Lo que estaba en juego, verdaderamente, era la verdad del Evangelio, nada menos (v. 8) y es ahí donde reaparecerá el conflicto entre la debilidad y la fortaleza, pues lo que más importaba era que la comunidad se fortaleciera efectivamente, pero sobre la base de asumir la debilidad “en” y “desde” Cristo, única condición que el apóstol veía como válida (9). Todo lo anterior se aprecia en la experiencia del propio Pablo, fundador y responsable de la comunidad ante Dios, en varios momentos: primero, “cuando la debilidad del apóstol es significativa del Cristo que él anuncia y que habla en él (13.3)”, y segundo, “cuando Pablo es débil ‘en Cristo’ (13.4), entonces es cuando mejor resalta el evangelio de Cristo y por ese mismo hecho Néstor O. Míguez, “Pablo, el compromiso de la fe. Para una “Vida de Pablo”, en RIBLA, núm. 20, 1995, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25. 21 Maurice Carrez, op. cit., p. 55. 22 Ibíd., p. 56. 20

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se hacen más fuertes los corintios que lo reciben”. La conclusión es clara: “Cuanto menos entra en juego su persona, más efectivo es el poder de Cristo (10.4; 12.9; 13.3)”. Las palabras del v. 9 evidencian el énfasis y la preocupación pastoral de Pablo y su equipo (Timoteo, Tito): “Lo que nos alegra es que ustedes se encuentren fuertes, aunque nosotros parezcamos débiles; lo que pedimos es que se corrijan”. La prioridad es que la comunidad corrija su rumbo sobre criterios sólidos y consistentes, no sobre una falsa idea de la superioridad y la fortaleza. De ahí surgió el dilema que enfrentó Pablo, quien no quiso imponer ante ellos su autoridad apostólica, ligada a una comprensión determinada del poder de Dios, sin antes dejar bien claro que el fundamento de todo fue la debilidad elegida por el propio Dios en Cristo, dado que lo más relevante y urgente para la comunidad era su edificación: “Por eso les escribo en estos términos estando ausente, para que, cuando esté presente, no me vea obligado a proceder con dureza, utilizando un poder que el Señor me ha confiado para construir y no para derribar” (10). La conclusión se orienta en ese mismo sentido: al marcar los límites de su autoridad apostólica y pastoral, Pablo cumple el propósito divino (y profético) de no dejar a la comunidad a expensas de los debates y los conflictos en la lucha por el poder: Dios se ha revelado “débil” en Cristo, y así es como ha mostrado su poder. Cristo aceptó mostrarse débil en la persona del apóstol. La debilidad apostólica no es ni distancia lejana, ni tolerancia culpable: deja que la autoridad de Cristo se muestre cuando es preciso. Pero Pablo, como Jeremías, sabe que para edificar y plantar hay que destruir y arruinar a veces; se le ha dado, a través de la debilidad, la autoridad del Señor, tanto para lo uno como para lo otro.23

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Ídem. 10


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