Vivir desde la Gracia | Aurora Ruiz Se suele reconocer con cierta facilidad, e incluso con bastante naturalidad, que en la historia de la vida de fe de cada uno y de cada una, hubo un punto de inflexión que marcó un antes y un después. Se recuerdan los detalles, dónde se estaba, qué se hacía o en qué se ocupaban los propios pensamientos. Ese punto crítico, se asume, es el momento en que la fe adoptada en la infancia despertó para hacerse deliberadamente acogida; o bien el momento en el que despuntó, por vez primera, una fe hasta entonces desconocida. De una u otra forma, se trata, en definitiva, del alumbramiento de la vocación del seguimiento a Jesús de Nazaret. La misma vocación que recogen los evangelios cuando relatan que los discípulos, habiendo oído que Jesús los llamaba por su nombre, dejaron sus redes y lo siguieron.
“Y dejando sus redes, lo siguieron” (Mc 1: 18) “Te basta mi gracia” (2Cor 12: 9) Se suele reconocer con cierta facilidad, e incluso con bastante naturalidad, que en la historia de la vida de fe de cada uno y de cada una, hubo un punto de inflexión que marcó un antes y un después. Se recuerdan los detalles, dónde se estaba, qué se hacía o en qué se ocupaban los propios pensamientos. Ese punto crítico, se asume, es el momento en que la fe adoptada en la infancia despertó para hacerse deliberadamente acogida; o bien el momento en el que despuntó, por vez primera, una fe hasta entonces desconocida. De una u otra forma, se trata, en definitiva, del alumbramiento de la vocación del seguimiento a Jesús de Nazaret. La misma vocación que recogen los evangelios cuando relatan que los discípulos, habiendo oído que Jesús los llamaba por su nombre, dejaron sus redes y lo siguieron. Ciertamente, este es un momento crítico y de inflexión en la historia personal de la fe que interpela a tomar una decisión que, se intuye, supondrá una implicación integral y un compromiso íntegro. Sin embargo, a pesar de su indudable importancia, este no es el momento decisivo en la adhesión a Jesús y su programa. Lo decisivo llega cuando se alcanza a comprender que aceptar el seguimiento implica vivir plenamente confiados a la gracia de Dios. Se pueden considerar al menos cuatro ideas o principios cuya asunción sirve al propósito de valorar el alcance de este abandono confiado a la gracia. En primer lugar, asumir el vivir desde la gracia es comprender a Dios, dentro de las limitaciones de nuestro lenguaje, como don de amor que se nos comunica de manera gratuita, que conmina al ser humano, lo invita sin coerciones ni imperativos, a amar del mismo modo y que lo sostiene para hacerlo. Esto implica, además, comprender a Dios como fuente de consuelo, de compasión, de misericordia, de ternura, de bondad y de perdón, ilimitada, accesible y al alcance.