Reinado de Dios y gobiernos humanos

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1. EL REINO DE DIOS Y LOS REINOS DEL MUNDO El séptimo ángel dio un toque de trompeta: voces potentes resonaron en el cielo: Ha llegado el reinado en el mundo de nuestro Señor y de su Mesías y reinará por los siglos de los siglos. APOCALIPSIS 11.15

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l Nuevo Testamento concluye con una visión profundamente esperanzadora sobre la presencia del Reino de Dios en el mundo, pues lo coloca no como consumación de los reinos humanos sino en profunda ruptura con ellos. La mirada apocalíptica con que se aborda la fe insiste en la fuerza del testimonio de los testigos de la obra de Dios en el mundo; de hecho, la acción profética de los dos testigos (11.1-14) es lo que precede al toque de trompeta del séptimo ángel. Y aunque la lucha espiritual continúa, esta especie de alto en el camino sirve para afirmar la fe profunda de unas comunidades comprometidas con el testimonio de Jesucristo en medio de circunstancias complejas. Afirmar la sustitución de los reinos del mundo por el Reino de Dios es un acto espiritual y político al mismo tiempo. Es continuar en la tradición bíblica del reconocimiento del gobierno de Dios en el cosmos, en el mundo y en la sociedad. Progresivamente, el Apocalipsis afirma que el Reino de Dios viene a recompensar a los que sufren, a los perseguidos y a quienes luchan por la justicia. Esta recompensa es un signo de que Dios no dejará impune nunca el pecado y en la injusticia en todos sus niveles. Los reinos del mundo no pueden atribuirse características absolutas ni reclamar fidelidad total a los seres humanos sin violentar la libertad y los propósitos divinos, no sólo en términos de salvación sino también en la práctica de la paz y la justicia. La vertiente cósmica reúne las perspectivas espiritual, teológica y ecológica en su sentido más amplio. Dios reina y está siempre al pendiente de los gobernantes de este mundo y de la manera en que se relacionan con la creación. Cada espacio es susceptible de la atención divina y la proclamación del Evangelio de Jesucristo implica que todos los terrenos serán el escenario de la presencia de Dios.

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2. EL REINO DE DIOS Y LA ESPERANZA HUMANA El reino de Dios no consiste en comidas ni bebidas, sino en la justicia, la paz y el gozo del Espíritu Santo. Quien sirve así a Cristo agrada a Dios y es estimado de los hombres. Por tanto, busquemos lo que fomenta la paz mutua y es constructivo. ROMANOS 14.17-19 El futuro del reino de Dios, por cuya venida rezan los cristianos con las palabras de Jesús (Mt 6,10a), es la suma de la esperanza cristiana.1 WOLFHART PANNENBERG

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l Reino de Dios se relaciona profundamente con la esperanza humana, pues como ya se ha reflexionado aquí, las Escrituras concentran en él todas las ansiedades y deseos por acceder a un estado de bienestar permanente, justicia y paz. Pero como esos deseos se vean alterados por las ambigüedades y contradicciones de la existencia histórica, la esperanza se transforma y proyecta, sucesivamente, en personas, circunstancias y procesos que conducen a las personas por las diferentes etapas para ajustar su horizonte utópico a los logros parciales que sean posibles. En ese sentido, palabras como las del apóstol Pablo, quien participaba también, como todos los creyentes de la época del Nuevo Testamento, de la esperanza en la venida del Reino, manifiestan la oposición y constante tensión entre las aspiraciones humanas para un mundo mejor y más equitativo, y la dura realidad de sometimiento e injusticia. Para el apóstol, no era compatible ni parte de la auténtica praxis cristiana participar de una visión elevada y de una gran esperanza en la transformación del mundo y, al mismo tiempo, entretenerse en cuestiones tan banales como dejar de comer o beber alguna cosa. Y conste que esas situaciones ya se daban desde entonces, aunque siguen siendo de una gran actualidad, lo que significa que en la comunidad de Roma existían esas tendencias, esto es, que se ocupaban de prohibiciones legalistas ya superadas en teoría, en vez de aplicar la realidad del Reino de Dios y las nuevas relaciones humanas y sociales producidas por él en la historia humana. Esta tentación, tan frecuente en las comunidades, sigue dañando la percepción cristiana del tipo de práctica que, bien llevada, condice a una inevitable confrontación con las fuerzas contrarias a que el Reino divino se haga efectivamente presente en la historia, fuerzas anti-Reino, anti-cristianas, aunque no necesariamente anti-Iglesia. La justicia, la paz y el gozo, valores enunciados por Pablo en su refutación, deben experimentarse en las comunidades como parte de la realización presente de los designios totales de Dios para la humanidad. Las relaciones dominadas por ellos producirán, según 1

W. Pannenberg, Teología sistemática. Madrid, Universidad Complutense, 2007, p. 545. 4


esta afirmación, cambios sustanciales ante las ambigüedades y dudas que continuamente se viven en el mundo. El pastor pentecostal chileno José Peña Mendoza escribe al respecto. “El reino de Dios es camino de salvación en la historia y por lo tanto se transforma en respuesta a las ambigüedades propias del mundo histórico. Pero esas mismas ambigüedades han llegado a constituir un problema para entender el efectivo nexo existente entre reino de Dios e historia humana”. 2 Y agrega: El problema de las finalidades radica en que hoy todo es medido en términos de costo-beneficio, donde todo es relación de medios a fin. Ya nada es medio como medio, ni fin como fin. Si se estudia, no se estudia porque ello sea algo noble; se estudia para obtener un título, caso en el cual la existencia humana se funcionaliza. Y en cuanto a la libertad, ésta se ha perdido y ya no se puede decidir qué ser en el mundo. La libertad actual no es libertad propiamente; no somos libres para escoger lo trascendente, pero sí somos esclavos de la moda, del consumismo, y otras tantas cosas. Sí tenemos libertad para elegir, sin embargo todos elegimos lo mismo y damos cuenta, así, de un ensimismamiento radical que acaba por esclavizar. La pérdida de libertad, entre otras, requiere de una respuesta cristiana que proporcione una esperanza razonable respecto de lo que puede advenir a nuestro mundo. (Idem.)

Esas ambigüedades, dudas y propósitos tergiversados son factores que también transforman nuestra esperanza, especialmente ante los sucesos entendidos como negativos que modifican el sentido de lo que una sana lectura de los signos de los tiempos muestra como lo que debería esperarse que suceda en el camino hacia la manifestación plena del Reino de Dios. Para el caso de Pablo en Romanos 14, un pésimo signo, contrario a esta esperanza, era el trato que se daba a las personas débiles (aquí con la connotación eufemística de “ignorantes”, “desposeídos” o “no empoderados por el conocimiento”) en la comunidad, que no marcaba ninguna diferencia con lo que pasaba fuera de ella: “Comprendan al que es débil en la fe sin discutir sus razonamientos. Uno tiene fe, y come de todo; otro es débil, y come verduras. Quien come no desprecie al que no come, quien no come no critique al que come, porque Dios también lo ha recibido a éste” (vv. 1-3). Ciertamente se trataba de un asunto, diríamos hoy, básico, pero que podía poner en riesgo la fe de algunos integrantes de la comunidad. Y es que Pablo está planteando, implícitamente, una de las obligaciones cristianas por antonomasia, especialmente hacia las personas con carencias fuertes en cuestión de proyección social, humana e histórica: contribuir a que la esperanza en la venida presente y futura del Reino de Dios se concrete y se coloque como el horizonte de fe que gobierne la conciencia y las acciones de los seguidores de Jesucristo. Lo cual no es poca cosa, pues si existe algo valioso en este mundo, J. Peña Mendoza, “Reino de Dios: esperanza y camino de salvación en la historia”, en Centro de Investigación Religiosa Archivos y Biblioteca, Chile, www.cirab.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=34:reino-de-diosesperanza-y-camino-de-salvacion-en-la-historia&catid=42:teologia&Itemid=73. 5 2


eso es precisamente la esperanza de un conglomerado humano que anhela que las cosas sean mejores en términos de desarrollo, sostenimiento, ingreso y estabilidad en todos los órdenes. No es posible, sugiere, que la comunidad se mantenga discutiendo prohibiciones o promoviendo la represión de la vida, mientras las exigencias sociales, políticas y económicas reclaman una actitud crítica y propositiva mediante la acción comunitaria, así sea en el nivel más pequeño. De ahí que el trato, manejo o manipulación de la esperanza colectiva sea un asunto de alto riesgo y de una enorme responsabilidad tanto que, al menos en muchos pasajes bíblicos, proféticos, sobre todo, se asume con un gran cuidado, puesto que representa la concentración de la vida total en aquello que se espera que venga de la mano de Dios. Cuando políticos, gobernantes y dirigentes de todos tipos la utilizan y conducen por senderos de mezquindad, será el propio Dios quien se encargue de aplicar su justicia sobre quienes así lo hagan. De modo que, en lo que nos atañe, es preciso desenmascarar a quienes desencaminan la esperanza de las personas y proclamar la primacía del Reino de Dios sobre esperanzas irreales y sometidas a los intereses de unos cuantos.3

Cf. José Cueli, “¿ La pérdida de la esperanza es imperdonable?”, en La Jornada, viernes 13 de julio de 2012, www.jornada.unam.mx/2012/07/13/opinion/a07a1cul. “Lo imperdonable del proceso electoral mexicano es la pérdida de la esperanza. La pérdida de la esperanza de una juventud que parece no creer en nada. Es así que a los mexicanos, como el Quijote, la esperanza (recordarnos aquí el verso de Tomás Segovia sobre la espera, “Ceremonial del moroso”) consiste en la sustancia de las cosas que se esperan”. 6 3


3. REINO DE DIOS, ÉTICA Y ACCIÓN HUMANA Un árbol sano no puede dar frutos malos ni un árbol enfermo puede dar frutos buenos. El árbol que no dé frutos buenos será cortado y echado al fuego. Así pues, por sus frutos los reconocerán. No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo. MATEO 7.18-21

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l Sermón del Monte ha sido visto siempre como el gran resumen de lo que se espera que vivan y practiquen los cristianos/as o, en otras palabras, como el punto de partida para una ética

efectiva del seguimiento de Jesús de Nazaret. Muchos, siguiendo la imagen del nuevo legislador que sube a la montaña para que, igual que Moisés con las tablas de la ley antigua, ven a Jesús estableciendo los nuevos mandamientos para la vida que quiere ser fiel a Dios. De una u otra forma es posible advertir que los lineamientos que da esa gran enseñanza se refieren al nuevo estado de cosas introducido por Jesús y que brotan de él. Eduardo López Azpitarte lo ha expresado así: El Reino de Dios se realiza en la medida en que cada persona hace una ofrenda libre y voluntaria al Señor y reconoce que su existencia depende por completo de él. Cuando se ha descubierto esta verdad, la vida adquiere una orientación diferente. Se ha encontrado el tesoro y la piedra preciosa (Mt 13.44-46), por lo que vale la pena dejarlo todo y vivir en adelante con esta opción. A todos los creyentes, como a los discípulos, “se les ha comunicado el secreto del reinado de Dios” (Mr 4.11), que el Padre ha escondido a los sabios y entendidos y ha revelado a la gente sencilla (Mt 11.26).4

Las acciones que se espera sean producidas por los seguidores/as de Jesús en el mundo en pueden sino estar en consonancia con lo que él hizo y dijo, pues si bien quedan al parecer fuera de estos preceptos muchas de las cosas que se enfrentan en la vida cotidiana, las bases simples que enuncian son aplicables a la totalidad de la existencia. Con todo, la base espiritual o teológica de esa práctica se afirma con particular énfasis para subrayar el grado de exigencia que Jesús mantuvo y mantiene hoy para ser capaces de superar el legalismo esquizofrénico que, en su momento, criticó en el discurso y en las acciones de los fariseos, quienes partían de una enseñanza adecuada, pero que en el terreno de los hechos fallaban rotundamente: “Porque les digo que si el modo de obrar de ustedes no supera al de los letrados y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 5.20). Esta prueba tan grande demandaba, y lo sigue haciendo hoy, de una gran creatividad por parte de los discípulos/as del Reino, que son considerados capaces de articular la doctrina con la vida diaria, no

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Eduardo López Azpitarte, Fundamentación de la ética cristiana. Madrid, Paulinas, 1991 (Perspectivas y retos), p. 61. 7


sin conflictos claro está, pero con la intención de hacer presentes los valores del reino de Dios en el mundo, como algo efectivamente transformador. Un rostro de esta praxis en la actualidad tendría que ver, por ejemplo, con lo que podríamos llamar el “eje” injusticia-superación de la impunidad-reparación del daño-restauración, algo que en nuestras relaciones no se da de manera efectiva y mucho menos legal o auténtica. Lejos debe quedar, en el espíritu de otras épocas, solapar a los delincuentes domésticos que aprovechan y abusan de la confianza de las demás personas para hacer de las suyas. Por allí puede seguirse la interpretación de la metáfora del árbol sano y enfermo que evidencia la radicalidad con que Jesús afrontó la convivencia del bien y del mal al ser filtrados o medidos por la vara del Reino, pues éste no tolera que se exhiba como propio lo que le es ajeno y extraño. Los frutos malos no le pertenecen y son la negación de sus valores que, encarnados en la actuación de Jesús, se vuelven a realizar en la vida de sus seguidores/as de todos los tiempos. Estamos ante un “estilo de vida” que no admite negociaciones que pongan en entredicho sus cimientos mismos, es decir, la realidad plena y expectante de un Reino de justicia, paz y armonía vital. Toda acción guiada por estos parámetros opondrá una feroz resistencia al mal que trata de dominar las estructuras sociales y las vidas concretas de los seres humanos.

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