PONTIFICIA UNIVERSIDAD URBANIANA “POETAS DEL MUNDO Y OC TAVIO PA Z”, REC ITAL DE POES ÍA
Congreso Internacional ESCUCHANDO AMÉRICA: ENCUENTROS ENTRE PUEBLOS, CULTURAS Y RELIGIONES CAMINOS PARA EL FUTURO
SIN TEMOR Karl Barth, Instantes
“¡No temáis!” (MATEO 10.26)
Roma, 7-9 de abril de 2014
¿Qué debemos hacer, puesto que los
Palacio de Bellas Artes
Lunes 7 de abril, II sesión, 15.30 horas
pueblos realmente quieren la paz? Ante
Domingo 30 de marzo • 18:00 horas
Culturas americanas y experiencia cristiana: contaminaciones,
Homero Aridjis (México, 1940) Eduardo Lizalde (México, 1929) Valerio Magrelli (Italia, 1957) Lectura en español a cargo de Fabio Morábito Charles Simic (Serbia, 1938) Lectura en español a cargo de Rafael Vargas Lasse Söderberg (Suecia, 1931) Lectura en español a cargo de Pura
Moderador BENEDICT KANAKAPPALLY Pontificia Università Urbaniana, Italia El cristianismo de las culturas amerindias DIEGO IRARRAZAVAL Universidad Católica “Cardenal Silva Henríquez”, Chile Las culturas afro en el cristianismo americano SELENIR CORREA GONÇALVES KRONBAUER Faculdades - Escola Superior de Teologia, Brasil Coffee break, 16.20-16.50
Lectura en español a cargo de José
Las matrices europeas de las culturas americanas RAÚL JULIO MENDEZ Universidad Católica de Salta, Argentina Protestantismo entre Norte y Sudamérica: Las iglesias históricas, el despertar pentecostal y las nuevas formas religiosas LEOPOLDO CERVANTES-ORTIZ Facultad Latinoamericana de Teología Reformada, México
Luis Rivas)
Debate
Nobel de Literatura 1986) Lectura en español a cargo de David Huerta Ida Vitale (Uruguay, 1923) Derek Walcott (Santa Lucía, 1930, Premio Nobel de Literatura 1992)
las
intercultura, culturas globales
López Colomé Wole Soyinka (Nigeria, 1934, Premio
todo, no deberíamos tener tanto miedo a malas
intenciones
del
otro.
Naturalmente, en el mundo actual puede uno tener miedo, pero puede también hacer cosas que, sin embargo, no debería hacer. Todo aquel que no hace como si Dios estuviera próximo a morir, y como si el otro fuera a devorarnos de un momento a otro, aporta ya lo suyo a la paz del mundo. Y en segundo lugar: quien no quiera tener miedo debe ser una persona decidida a ver con sus propios ojos, a oír con sus propios oídos y a pensar con su propia cabeza. No debe dejarse convertir en un producto en serie por opinión pública ni propaganda alguna. La paz está tan amenazada porque hay muy pocas personas libres. Una tercera cosa: no tiene miedo quien está totalmente abierto a la preocupación y al apuro de su prójimo y a la pregunta de cómo podría él ayudarle de algún modo, y para ello es capaz de no tomarse tan terriblemente en serio a sí mismo ni sus propias ideas. El peligro de guerra amenaza siempre, debido a que son muchos los que parecen haberse tragado una escoba. ¡Fuera escobas! Quien no es capaz de suspirar con los demás y, para ello, reírse un poco de sí mismo, es un belicista. Y una última cosa: se necesita un gran temor de Dios para querer realmente la paz.
OCTAVIO PAZ Y LA REFORMA PROTESTANTE En ese momento [la expulsión de los jesuitas de Nueva España] se hizo visible y palpable la radical diferencia entre las dos Américas. Una, la de lengua inglesa, es hija de la tradición que ha fundado al mundo moderno: la Reforma, con sus consecuencias sociales y políticas, la democracia y el capitalismo; otra, la nuestra, la de habla portuguesa y castellana, es hija de la monarquía universal católica y la Contrarreforma. O. Paz, “El espejo indiscreto”, en Plural, núm. 58, julio de 1976, recogido en El ogro filantrópico. Historia y política, 1971-1978. México, Joaquín Mortiz, 1979, p. 55.
Las palabras que aparecen aquí como epígrafe fueron redactadas por Octavio Paz a mediados de 1976, el mismo año en que fundaría la revista Vuelta, y forman parte de un ensayo dedicado a examinar la extrañeza que le causó siempre el país vecino del norte, en comparación histórica con lo acontecido en México desde la época colonial. Una y otra vez, el Premio Nobel mexicano asedió la enigmática realidad de Estados Unidos en varias de sus vertientes, política, cultural y social, sobre todo, para tratar de entender las razones de la diferencia y sus efectos en las naciones latinoamericanas. Le interesó, particularmente, saber por qué estos países, sin estar “negados” rotundamente para la democracia, seguían atrapados en enormes dificultades para adecuar a su situación los beneficios de la democracia. Una premisa barata y burda consistiría en creer que Paz suscribió siempre el cliché de la superioridad protestante anglosajona sobre el catolicismo hispanoamericano. Nada más lejos de ello que las incesantes reflexiones del poeta que lo acompañaron buena parte de su vida. Quizá la extrañeza que le produjo la vecindad de Estados Unidos se relaciona directamente con la experiencia que tuvo al vivir forzadamente allá en su infancia, cuando, de manera similar a la de José Vasconcelos (como lo cuenta éste en su Ulises criollo), se vio en la necesidad de asistir a una escuela de educación básica sin conocer el inglés. Paz dio testimonio de esta dura confrontación cultural: “Los azares de la guerra civil llevaron a mi padre a los Estados Unidos. Se instaló en Los Ángeles, en donde vivía una numerosa colonia de desterrados políticos. […] Tenía seis años y no hablaba una palabra de inglés. […] Aterrorizado por mi incapacidad de comprender lo que se me decía, me refugié en el silencio”. De regreso a México, la situación fue contraria: ahora era visto casi como un extranjero en su país. Fue una experiencia que lo apesadumbró durante mucho tiempo. Desde muy temprano, en El laberinto de la soledad (1950; 2ª ed. revisada, 1959) la extrañeza mencionada afloró y, nuevamente, sobre todo en el primer capítulo (“El pachuco y otros extremos”), se deja ver el impacto de su segunda estancia (1943-1945), especialmente al momento de definir las diferencias entre mexicanos y estadunidenses. […] Si el pachuco era el mexicano transterrado que buscaba mejor destino en el país del norte, las diferencias culturales no se abolían y se acentuaban aún más en la convivencia dentro de una sociedad extraña. Las observaciones de Paz sobre este asunto van a dar, de manera inevitable, hacia las raíces religiosas de ambas culturas: ¿Y cuál es la raíz de tan contrarias actitudes? Me parece que para los norteamericanos el mundo es algo que se puede perfeccionar; para nosotros, algo que se puede redimir.
Ellos son modernos. Nosotros, como sus antepasados puritanos, creemos que el pecado y la muerte constituyen el fondo último de la naturaleza humana. Sólo que el puritano identifica la pureza con la salud. De ahí el ascetismo que purifica, y sus consecuencias: el culto al trabajo por el trabajo, la vida sobria —a pan y agua—, la inexistencia del cuerpo en tanto que posibilidad de perderse —o encontrarse— en otro cuerpo.
El análisis subsiguiente lo lleva a explorar esas raíces históricas y religiosas con base en la crítica de lo que representó España en su momento, así como sus enormes diferencias con la tradición anglosajona, que comenzó a esbozar en esos años. Por ello, escribe: “Si España se cierra al Occidente y renuncia al porvenir en el momento de la Contrarreforma, no lo hace sin antes adoptar y asimilar casi todas las formas artísticas del Renacimiento: poesía, pintura, novela, arquitectura” (El laberinto, p. 89). Al detenerse sobre el tipo de evangelización que realizaron por su lado España e Inglaterra, reconoce la forma en que la primera integró a la población indígena, lo que no sucedió en las colonias inglesas: “Esa posibilidad de pertenecer a un orden vivo, así fuese en la base de la pirámide social, les fue despiadadamente negada a los nativos por los protestantes de Nueva Inglaterra. Se olvida con frecuencia que pertenecer a la fe católica significaba encontrar un sitio en el Cosmos”. La colonia española actuó de manera muy distinta, aunque cuestionable también: “La diferencia con las colonias sajonas es radical. Nueva España conoció muchos horrores, pero por lo menos ignoró el más grave de todos: negarle un sitio, así fuere el último en la escala social, a los hombres que la componían”. En ese mismo capítulo, “Conquista y Colonia”, resume los postulados ideológicos y religiosos que dieron sustancia a la sociedad novohispana, acentuando sus rasgos de naturaleza teológica sin dejar de criticar tipo de catolicismo que se recibió en América: La especulación religiosa había cesado desde hacía siglos. La doctrina estaba hecha y se trataba sobre todo de vivirla. La Iglesia se inmoviliza en Europa, a la defensiva. La escolástica se defiende mal, como las pesadas naves españolas, presa de las más ligeras de holandeses e ingleses. La decadencia del catolicismo europeo coincide con su apogeo hispanoamericano: se extiende en tierras nuevas en el momento en que ha dejado de ser creador. Ofrece una filosofía hecha y una fe petrificada, de modo que la originalidad de los nuevos creyentes no encuentra ocasión de manifestarse. Su adhesión es pasiva. […]
En 1961, en el prólogo a un número que dedicó la revista francesa Lettres Nouvelles a la joven literatura hispanoamericana, escribió, otra vez, sobre las ya señaladas diferencias entre las Américas latina y anglosajona, pero ahora especificando con detalle las razones, no tan ocultas, de las mismas, razones teológicas: Desde su nacimiento, la América sajona fue una utopía en marcha. La española y la portuguesa fueron construcciones intemporales. En uno y otro caso, anulación del presente. La eternidad y el futuro, el cielo y el progreso niegan al hoy y a su realidad, a la humilde evidencia del sol de cada día. Y aquí termina nuestro parecido con los sajones. Nosotros somos los hijos de la Contrarreforma y la Monarquía universal; ellos, de Lutero y la Revolución industrial. Por eso respiran con facilidad en la atmósfera enrarecida del porvenir. También por eso están mal instalados en la realidad. (Énfasis agregado.) […] (LC-O)