LA VISIÓN PROFÉTICA DE LA HISTORIA Suzanne de Diétrich, La comunidad de testigos (1958)
L
a concepción profética de la historia se podría resumir en dos frases: Dios es Señor de la historia. Por tanto, la historia tiene sentido; lleva a alguna parte. Existe un problema crucial para el hombre moderno. Una de las causas del pesimismo y la desesperación en la Europa actual es que muchos se sienten abrumados por el sentimiento de la falta de sentido de la historia. La historia parece cíclica. Las civilizaciones crecen, florecen y desaparecen. Probablemente hemos alcanzado el punto culminante de nuestra llamada cultura occidental, y ya hay claros signos de decadencia. […] Por otro lado, muchas de nuestras democracias parecen haber perdido el fuerte impulso que lleva a la gente a la acción audaz: no ven con claridad su vocación en la historia. Éste es un problema político grave, pero tiene raíces más profundas. Falta la fe subyacente, la creencia de que la historia tiene un significado y un objetivo. […] Dios es el Señor Los profetas creyeron en Dios como el Señor de la historia. ¿Cómo llegaron a esta convicción? ¿Qué resultados concretos tuvo esta convicción para la interpretación de su propia época? ¿Cuál fue el lugar de su gente en esta historia? ¿Cómo vieron la meta de toda la historia, y cómo se ganaría la victoria final de Dios? Éstas son algunas de las preguntas que nos gustaría examinar en este capítulo. Primero, ya hemos visto que Dios se revela al profeta como un poder real que obra en la vida de su pueblo. Dios habla y la cosa es que el encuentro personal es el punto de partida del testigo. En segundo lugar, Dios abre los ojos del profeta para que vea el mundo como es, o, en otras palabras, como Dios lo ve. Se descubren los motivos secretos de los hombres, se llama por su nombre a las fuerzas mortales que actúan en el mundo. En tercer lugar, el profeta conoce el pacto de Dios con
su pueblo. Sus promesas se mantienen. La victoria final le pertenece a él. El juicio nunca es la única y última palabra de Dios. Una esperanza inquebrantable recorre el mensaje profético. Su forma puede cambiar, pero nunca su certeza última. Porque esta certeza se basa en la naturaleza misma de Dios, “Los dones y el llamado de Dios son irrevocables” (Ro 2.29). Logrará su propósito salvífico, permanecerá fiel a sí mismo y cumplirá su Palabra, por medios que sólo él conoce. Los grandes profetas de los siglos VIII y VII a.C. tuvieron una visión muy concreta de la acción de Dios en la historia. Ellos “vieron” su mano sobre su Pueblo elegido, llamando, liberando, juzgando, redimiendo. Él es quien envía lluvia y sequía, langostas y terremotos. Los ejércitos extranjeros se apresuran a su llamado desde los confines de la tierra, sus flechas afiladas, sus arcos doblados, para castigar a su pueblo infiel (ver Is 5.26-30; 10.5-6). Es precisamente en este punto donde comienzan las dificultades para el lector moderno. Conoce las complejidades de la naturaleza y la historia; no puede relacionar todos los eventos con una sola causa trascendente. Además, un cristiano será reacio a atribuir a la voluntad de Dios todas las catástrofes de la historia. Sobre este punto tenemos un dicho precioso del mismo Jesús que puede guiarnos en nuestra interpretación del mensaje profético. Cuando los discípulos le preguntaron sobre el asunto de los galileos masacrados por Pilato, Jesús responde: “¿Crees que estos galileos eran peores pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron así? Yo les digo que no; pero a menos que se arrepientan ustedes. todos también perecerán” (Lucas 13.2). Cada crisis de la historia se ve aquí como
un llamado al arrepentimiento, una advertencia. Éste es el significado real y permanente del mensaje profético. En palabras de Oseas, los que “siembran viento... segarán torbellino” (Oseas 8.7). Lo que implica el mensaje de los profetas es que hay ciertas leyes de vida dadas por Dios que no pueden ser quebrantadas, excepto por naciones que corren hacia la destrucción. El primer y quizás el mayor exponente del gobierno soberano de Dios sobre toda la historia es Amós. Frente a aquellos que considerarían que el gobierno de Dios se limita a Israel, Amós enfatiza el hecho de que todas las naciones están bajo Dios. ¿No hice subir a Israel de la tierra de Egipto, y los filisteos de Caphtor y los sirios de Kir? (Amós 9.7)
Ésta es una declaración nueva y sorprendente. Parece poner a Israel al mismo nivel que otras naciones. Todos están bajo la misericordia y el juicio de Dios. Pero son juzgados según el grado de conocimiento que se les otorga. Amós oye a Dios rugir como un león contra Damasco y Gaza, contra Tiro y Edom, contra Ammón y Moab, porque han transgredido reglas elementales de conducta que todas estas personas en común. Hay ciertas leyes de la guerra, de justicia y misericordia, que deben ser respetadas por todos los seres humanos. Han trillado al enemigo con “trillos de hierro” (Amós 1.13); han deportado a todo un pueblo y lo han entregado a sus enemigos; han profanado al rey muerto; han roto el pacto con la tribu hermana; han “desechado toda compasión” (Amós 1.11). Estas acusaciones de Amós son muy importantes. Muestran que la Biblia reconoce cierta ley elemental del bien y del mal, escrita en el corazón de los hombres, de cuya ruptura son responsables ante el Dios santo. Pablo reconoce esta ley “escrita en sus corazones”, según la cual los gentiles serán juzgados en el Juicio Final (ver Ro 2.14-15). Podemos suponer que los israelitas escucharon con cierto regocijo estos poemas en los que todos sus odiados vecinos eran acusados en la corte de Dios. Un predicador que, en tiempos de guerra, truena contra el enemigo está bastante seguro de la aprobación, incluso en nuestros días. Pero qué inesperada es la conclusión: “¡Tu crimen es el peor! ¡Porque sabes mejor!”. Tú solo has sabido de todas las familias de la tierra;
por eso te castigaré por todas tus iniquidades. (Amós 3.2)
La elección implica que estamos de una manera única bajo el juicio de Dios, no que escapamos del juicio. La depuración y el tamizado comienzan con el pueblo elegido, con la iglesia. Aquellos que hayan recibido más, serán tratados con más severidad. Pertenecer al Pueblo de Dios no es un remanso de seguridad. ¡Tanto Amós como Jeremías tuvieron dificultades para romper el falso sentido de seguridad de la nación! Israel no puede evitar ver el Día del Señor como el día de su propio triunfo: ¡Ay de ustedes que desean el día del Señor! ¿Por qué tendrías el día del Señor? Es oscuridad y no luz. (Amós 5.18)
Los profetas ven las catástrofes de la historia como un anticipo del Juicio Final. Revelan el poder de las fuerzas del mal que de repente se desatan. Disipan todas nuestras falsas seguridades hechas por el hombre. Muestran que no se burlan de Dios y que su mano está en la historia. En este sentido profundo, deben ser recibidos como un juicio de Dios sobre los necios caminos de la humanidad. (Versión: LC-O) ________________________________________________________
PRÓLOGO A EL EVANGELIO DE
LUCAS GAVILÁN Vicente Leñero
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ecorro con este libro un camino sumamente transitado. Al margen de los tratados teológicos y exegéticos, de los estudios polémicos y de los incontables trabajos apologéticos y piadosos, la literatura, el cine, el teatro, han tomado con tal frecuencia la figura de Jesucristo para conformar toda suerte de novelas, adaptaciones de los evangelios y paráfrasis, que la sola idea de escribir una nueva obra
literaria sobre el tema se antoja en estos tiempos poco menos que inaguantable. […] …no obstante los obstáculos insalvables que me acosaban, decidí intentar mi propia versión narrativa impulsado por las actuales corrientes de la teología latinoamericana. Los estudios de Jon Sobrino, de Leonardo Boff, de Gustavo Gutiérrez y de tantos otros, pero sobre todo el trabajo práctico que realizan ya numerosos cristianos a contrapelo del catolicismo institucional, me animaron a escribir esta paráfrasis del Evangelio según San Lucas buscando, con el máximo rigor, una traducción de cada enseñanza, de cada milagro y de cada pasaje al ambiente contemporáneo del México de hoy desde una óptica racional y con un propósito desmitificador. ___________________________________________________________
EL EVANGELIO DE LUCAS GAVILÁN (Fragmentos)
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l padre Farías hablaba de la resignación cristiana: Dios vino al mundo, queridos hermanos, para enseñarnos a soportar las penas de la vida y para decirnos que allá en el cielo recibiremos la recompensa de su amor. Por eso, con una gran fe en Dios y en su madre santísima debemos aceptar las desgracias y tolerar nuestros sufrimientos confiados siempre en la promesa divina de esa vida perdurable que él nos vino a anunciar. —¡Mentira! —Un trueno estalló en el sagrado recinto. La voz potente de Jesucristo Gómez hizo abrir de golpe los ojos de quienes dormitaban aburridos y giró cabezas hacia la orilla izquierda del presbiterio. [...] —¡Dios no vino a eso! —prolongó su grito Jesucristo Gómez. […] —Dios vino a proclamar la libertad a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos. Eso dice el Evangelio.
—¿Usted qué piensa de las divisiones que hay ahora en la Iglesia, maestro? —¿Qué pienso de qué? —De las divisiones. De los tradicionalistas, de los integristas, de los progresistas, ¿no ha oído hablar de ellos? Andan todos a la greña y ya no se sabe quién interpreta mejor el Evangelio. —El Evangelio se cumple o no se cumple, no hay de otra. […] —Cuando triunfe la justicia de Dios no se va a medir a nadie por su fe, sino por sus obras. Y tenga la seguridad de que habrá muchos creyentes que serán acusados de haber entorpecido la justicia, y muchos incrédulos que serán reconocidos como creyentes por haber favorecido la justicia de la que habla el Evangelio. […] —Yo no sé mucho de teología. —Pero sí sabe a lo que me refiero, maestro, no me diga que no. […] —Lo único que puedo decirle y hasta jurarle es que hay ateos más cristianos que los cristianos, y cristianos más ateos que los ateos. —Eso es pura semántica, maestro. —Tampoco sé mucho de esa cosa —sonrió Jesucristo Gómez, y dio por terminada la discusión. El evangelio de Lucas Gavilán. México, Seix-Barral, 1979. El gran enfrentamiento de Jesucristo, sobre todo en una sociedad religioso-política como era la de los judíos, con los sacerdotes de su tiempo es continuo. Uno voltea a ver la Iglesia-institución y se pregunta: ¿qué han hecho del mensaje cristiano? Todo lo hemos hecho una gran Ley y esta Iglesia es una gran organización, una gran institución y tiene sus leyes, sus normas, sus apartados contra los que choca todo el pensamiento cristiano. En lugar de una forma de vida se ha convertido en una empresa transnacional. No resiste un análisis evangélico esa Iglesia. Cuando en mi Evangelio se trataba de cuestionar a los curas ni trabajo costaba. José Ramón Enríquez, “Jesucristo Gómez y el evangelio socialista” (entrevista a V. Leñero), en El Machete, núm. 5, septiembre de 1980, reproducida en V. Leñero,
Jesucristo Gómez. México, Océano, 1986, p. 17.
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